Al principio Willow cree que se ha despertado repentinamente por culpa de una pesadilla. Después está segura de que solo es el ruido de los pocos coches que pasan de noche que se cuela por la ventana. Pero al mirar la calle iluminada por la luz de la luna, ve que no hay ni un coche, la calzada está vacía.
Willow está acostumbrada a despertarse sobresaltada en mitad de la noche pero esta vez es diferente. No hay ninguna razón para que esté sentada en la cama a las tres de la mañana. No tiene escenas horribles que se repiten en sus sueños, ningún sonido que le haga revivir el accidente.
¿Será simplemente que está demasiado alterada por todo lo ocurrido los últimos días? La biblioteca, la siesta con Guy, el dolor que ha sentido al ver a David con Isabelle. Sobre todo el dolor que ha sentido al verlos a los dos. Son cosas que la descolocan, pero ¿son lo suficiente como para despertarla en mitad de la noche?
Willow abraza sus piernas contra el pecho, apoya la barbilla en las rodillas y piensa. ¿Debería… ?
¿Qué es eso?
Levanta la cabeza al oír un sonido, muy débil, pero inconfundible.
Oh.
Ahora Willow sabe exactamente qué es lo que la ha despertado tan abruptamente. No es un sonido que pudiera llegar a despertar a cualquier otra persona, pero a ella le llega directamente al corazón. Su hermano está llorando otra vez.
Balancea las piernas sentada en el borde de la cama y coge la bata. No tiene ningún plan en mente, no tiene pensado ir a ayudar a su hermano y, de hecho, no se trata solo de que ella no tenga ni idea de cómo hacerlo sino que sabe que su aparición puede resultar una profunda invasión. Sin embargo, no puede seguir en la cama mientras su hermano está llorando, sobre todo cuando ella misma es la causante de esas lágrimas. Baja la escalera sin hacer ruido, parándose a cada paso decidida a no levantar ninguna evidencia que pueda alertar a su hermano de su presencia.
Oírlo llorar es más doloroso que cualquiera de los sonidos que recuerda del accidente. Willow se sienta en un escalón de manera que David no pueda verla si decide levantar la mirada. Aunque no parece que vaya a hacer algo así. Tiene la cabeza enterrada entre los brazos y las gafas junto a él.
Willow no cree que haya visto nunca a nadie llorar tan desconsoladamente. Mirarlo es como un castigo, y ella sabe que no puede presenciar este dolor, no puede ver una emoción tan desnuda, sin sucumbir a su punto de apoyo, su medicina, su cuchilla.
Se mete la mano en el bolsillo de la bata en busca de la cuchilla que siempre guarda allí dentro, pero se para justo cuando está a punto de introducir la afilada hoja en la carne. De repente se le ocurre que sí hay algo que puede hacer por su hermano. No puede hacer resucitar a sus padres, y cualquier intento de ayudarle, por superficial que haya sido, ha fracasado, pero aquí y ahora hay algo que puede hacer.
Puede quedarse sentada y mirarle, soportar el espectáculo de su dolor. Puede obligarse a sí misma a pasar por esto, a vivir cada sollozo con él sin recurrir a la única cosa que la ha protegido a ella de vivir esta tortura.
El nunca sabrá lo difícil que es esto para ella, su acción pasará sin reconocimiento alguno, pero Willow sentirá que, finalmente, ha hecho algo por David.
Willow recuerda la última vez que le vio llorar, lo mucho que le afectó, prácticamente sintió miedo de verlo reducido, a ese estado. Ahora no siente miedo, sino más bien respeto. Está impresionada, más de lo que nunca lo ha estado, por la fuer/.i que debe tener su hermano para soportar tanta tristeza. Ella sabe mejor que nadie qué tipo de fortaleza interior se necesita para dejarse llevar de este modo.
Es algo que ella nunca será capaz de conseguir. Incluso mirarle sin recurrir a la cuchilla es casi más de lo que puede soportar.
Los sollozos de David duelen como la herida más profunda que ella fuera capaz de auto infligirse; pero no solo sienta dolor al mirarle. Encuentra un cierto consuelo agridulce en el hecho de que su hermano pueda llegar a sentir una pena tan profunda. Que él no tenga que recurrir nunca al mismo tipo del remedio que ella, que él tiene una infinita reserva de fuerzas que le permite llorar de este modo.
No, ella misma está lejos de poder ser tan fuerte. Pero se va a sentar allí y lo va observar, va a observar cada lágrima hasta que él no pueda más.
Después de un buen rato, finalmente David para de llorar. Está sentado junto a la mesa, con la barbilla apoyada en las manos y se queda mirando la pared un rato antes de levantarse y salir de la habitación.
Willow también se levanta. Vuelve a subir por la escalera un silenciosamente como la bajó. Se mete en la cama y mira el techo. Cuando el cielo empieza a iluminarse con la luz del día, ella aún no se ha dormido. De hecho, no vuelve a dormirse. Se queda estirada en la cama mirando el techo hasta que el resto de habitantes de la casa están despiertos y Cathy la llama para ir a desayunar.
La imagen de David llorando acompaña a Willow durante el resto del día. Está tan cansada que apenas puede mantener los ojos abiertos, pero cada vez que el sueño amenaza con derribarla consigue mantenerse despierta recordando el aspecto de David sentado en la mesa de la cocina. Willow logra, de este modo, sobrevivir a las clases pero, para cuando llega a la biblioteca, está exhausta.
—¡Eh, Carlos! —Willow casi no puede ni pronunciar las palabras, no para de bostezar—. Lo siento —dice cubriéndose la boca—. Casi no pude pegar ojo anoche.
—Bueno, entonces es tu día de suerte —dice Carlos al darse cuenta de las tremendas ojeras que tiene Willow—, porque esta tarde estoy al mando. Tal vez podrías pasarte la tarde ordenando los estantes, ¿vale? Seguramente sea lo más fácil.
—Lo que tú digas —dice Willow dejando la bolsa debajo del mostrador. Sabe que Carlos está intentando ser amable, y ordenar los estantes suele ser más fácil que estar de cara al público contestando preguntas, pero hoy ella preferiría no tener que quedarse a solas con sus pensamientos.
—Tienes trabajo suficiente para estar ocupada durante todo el turno. —Carlos señala con la mano al montón de carritos de metal que están a rebosar de libros bloqueando la entrada del ascensor.
—¿Pero qué has hecho? ¿Me los estabas guardando o qué? —refunfuña Willow mientras coge el primer carrito y entra en el ascensor.
Sin embargo, para alivio de Willow, colocar todo este montón de libros resulta ser distracción suficiente para apartar todos los pensamientos de la noche anterior. Realmente es mucho más agradable que torturarse recordando el sufrimiento de su hermano. El tiempo pasa rápido, no ocurre nada y Willow le está agradecida a Carlos por haberle encomendado esta tarea hasta que ve la última tanda de libros, todos ellos de la undécima planta.
Al salir del ascensor no puede evitar pensar en todas las cosas que han ocurrido allí entre ella y Guy. Desde la primera conversación que tuvo con él hasta su primer beso, el otro día, Willow siente que estas paredes han sido testimonio de los acontecimientos más importantes de su vida desde que sus padres murieron.
Willow deja el carrito y camina hacia la zona que está cerca de las ventanas. Se arrodilla y toca el suelo donde ellos estuvieron sentados. Sabe que su comportamiento es algo extravagante, pero le parece extraño lo frío y árido que es el hormigón en comparación con el intenso calor que ellos generaron.
Cierra los ojos y se deja llevar por el recuerdo de aquel abrazo, pero se levanta sobresaltada al oír el ruido del ascensor. Ya le pone suficientemente nerviosa tener a más gente merodeando por el depósito mientras ella trabaja, pero se moriría de vergüenza si alguien la encontrara en comunión con el suelo.
Se apresura a volver junto al carrito, lo coge y se coloca en posición frente a uno de los estantes con un libro en la mano cuando se abren las puertas del ascensor. Willow mira por encima del hombro. Siente cierta curiosidad por saber quién es.
—¡Oh! —Se sorprende al ver a Guy saliendo del ascensor y por un momento cree que no es más que una visión generada por mi propio deseo.
—Hola —dice Willow después de un segundo—. No sabía que estarías hoy aquí.
—Hola —se acerca hacia ella—. El tipo que está abajo, en el mostrador, me dijo que estarías en el once.
—¿Carlos?
—Sí, lo siento. Siempre se me olvida su nombre. Es igual. Te he traído una cosa.
—¿De verdad? —Willow vuelve a poner el libro que tiene en la mano en el carro y mira a Guy—. Qué detalle, ¿Qué es?
—Contrabando. —Guy saca las manos de detrás de la espalda. Lleva una bolsa marrón de papel de la que saca un vaso de café helado.
—¡Oh, Dios mío! —ríe Willow—. ¡Qué mono! Es justo lo que necesitaba. ¿Cómo lo sabías? ¿Y cómo has conseguido colarlo hasta aquí? —Aparta el carro y se acerca a él. —Mmm, Carlos me ha dicho que estabas muy cansada y me ha dado la sensación que no le importaría si te traía esto.
—Oh, es perfecto. —Willow le coge el café de las manos y se sienta apoyando la espalda en la pared. Cierra los ojos y bebe un poco—. Incluso has puesto la cantidad exacta de azúcar.
—Soy un observador. —Guy se sienta junto a ella.
—La verdad es que sí. —Willow se cambia de postura de manera que las piernas de los dos se tocan—. ¿Quieres un poco?
—No, gracias —responde Guy—. Está demasiado dulce para mí. ¿Y cómo es que estás tan cansada? Pensé que podríamos hacer algo después del trabajo, pero si no estás para eso… —no termina la frase.
—Oh, no, no estoy cansada. Quiero decir, sí que lo estoy. —Willow bosteza entre sorbo y sorbo de café—. Pero sí que me gustaría hacer algo y, además —levanta el vaso de café—, esto me está yendo bien.
—¿Has estado toda la noche en vela haciendo el trabajo o qué?
—No exactamente —suspira Willow—. Ni siquiera lo he empezado. Yo… —Hace una pausa—. No he podido dormir, eso es todo. —Se pregunta por qué, después de todas las cosas importantes que le ha contado, duda en explicarle la verdadera razón de que no haya pegado ojo—. Me ha sentado genial —dice Willow al acabarse el café—. Muchas gracias. —Sonríe a Guy un segundo antes de levantarse con desgana.
—¡Eh! ¿Sabes qué? —Guy también se levanta—. Por fin me he acabado de leer La tempestad.
—¿De verdad? —Esto anima a Willow mucho más que el café—. ¿Qué te ha parecido? ¿No te ha encantado? Admítelo, es su mejor obra, ¿no? —Coge un puñado de libros y se pone a organizados.
—Sí, la verdad es que me ha gustado mucho. Vale —rectifica rápidamente al ver que Willow deja de sonreír—. Me ha encantado, en serio, te lo juro. ¿Si es su mejor obra? No lo sé, porque no me las he leído todas, pero te diré una cosa. También me gustan los lugares imaginarios. Y te diré algo más.
—¿Qué? —Te diré cuál ha sido la parte que más me ha gustado.
—No me lo digas, déjame adivinarlo. —Willow para de colocar libros y se apoya en las estanterías para pensar—. Mmm, alguno de los geniales monólogos de Próspero, porque…
—No. —Guy niega con la cabeza—. Frío, frío.
—¿No? —Willow está sorprendida—. Vale, ¿no irás a decirme que te ha gustado más Caliban? Ya que te gustan las categorías, esa podría ser una bien rara. O sea, ¡gente que cree que Caliban es mejor que Próspero!
—Olvídate de Caliban —dice Guy—, frío, helado, congelado. —Cruza los brazos, los apoya en uno de los estantes y sonríe—. ¿Quieres probar una tercera o te lo digo ya? —Dímelo.
—Vale, mi parte favorita ha sido la dedicatoria.
—¿La dedicatoria? —Willow frunce el ceño—. Shakespeare no escribió ninguna dedicatoria en La tempestad. No creo que lo hiciera en ninguna de sus obras, ¿no?
—No estoy hablando de la dedicatoria que Shakespeare escribió.
—Oh. —Willow se muerde el labio cuando comprende lo que quiere decir Guy—. Vale. —Sonríe, y sigue colocando libros.
—¿Sabes qué? —dice Guy lentamente—. Te estás…
—¡No! —protesta Willow.
—¿Cómo sabes lo que iba a decir?
—Ibas a decir que me estoy poniendo roja, y no es verdad.
—Sí, sí que lo es. —Guy se inclina más cerca de ella.
Willow se desespera al darse cuenta de lo perfecto y romántico que es este momento y de lo que se supone que debería ocurrir. Desea más que nada poder acercarse a él, dejarse llevar por el momento. Pero no puede, sabe demasiado bien cuáles serían las consecuencias.
—Bueno, me alegra que te gustara lo que escribí —dice Willow torpemente. Se aparta un poco y observa los estantes como si en ellos estuviera escrito el secreto de la vida. Le tiemblan las manos al meter los libros y hace que se le caigan unos cuantos al suelo.
—¿Alguna vez te has parado a mirar estos títulos? —dice Guy mientras recoge los libros que han caído y se los pasa a Willow—. Trabajos de investigación acerca del ferrocarrilsur-manchuriano 1907-1945. ¿En serio que alguien escribió esto? ¿Y alguien lo sacó de la biblioteca? Y yo pensaba cinc me gustaban las cosas raras.
—Eso no es nada. —Willow consigue reírse—. Si hubieras llegado hace una hora, me habrías podido ayudar con las Actas del Cuarto Congreso Internacional de Entomólogos Lituanos.
—Vale, me parece que ese te lo has inventado.
—No, te lo juro. ¡Ve a la quinta planta si no me crees!
—Te creo —sonríe Guy—. Bueno, ¿y a qué hora sales?
—Oh. —Willow mira el reloj—. Dentro de… bueno, ahora, de hecho.
—¿Quieres ir al parque? Hace un día sensacional. O no sé, a lo mejor te apetece ir al sitio aquel donde fuimos el otro día a tomar otro café.
—Prefiero ir al parque. ¿A quién le puede apetecer meterse en un local cuando hace tan buen tiempo fuera? —dice Willow mientras se dirigen al ascensor—. Pero si te apetece tomar algo, entonces te acompaño encantada.
—No, no te preocupes. Estoy bien —le asegura Guy mientras salen del ascensor a la planta principal.
—¡Eh, Carlos! —Willow coge sus cosas de debajo del mostrador de préstamo—. Supongo que nos veremos en un par de días.
—Pásalo bien —contesta él guiñándole un ojo, lo que Willow ignora deliberadamente.
—¿Alguna vez has ido al río? —pregunta Guy mientras los dos salen del edificio y se ponen a caminar a través del campus. A Willow le tranquiliza que Guy no se haya dado cuenta del gesto de Carlos y, aunque se haya dado cuenta, no tiene intención de mencionarlo.
—¿Quieres decir en barca? —contesta algo confundida.
—Mmm, vale, dime si no, ¿de qué otra manera se puede ir al río?
—A mi no me lo preguntes.
Willow se encoge de hombros.
—Deberías intentarlo —dice Guy al entrar en el parque—. Algún día te llevaré. De todos modos, vayamos a caminar junio al agua, ¿vale? Por aquí. —La conduce por un sendero estrecho, bajo una bóveda formada por las copas de los castaños, hacia el río.
—¡Qué bonito! —dice Willow—. Nunca había venido por aquí antes. —Apoya los codos en el muro de piedra que los separa del río y observa las barcas.
—Deberías verlo cuando salimos a remar por las mañanas. Es perfecto. Es como si no hubiera nadie más en el mundo. —Guy se sube al muro de un salto.
—¡Te vas a caer! —exclama Willow asustada.
—Seguro, pero si esta cosa debe medir más de medio metro como mínimo.
—Dirás la mitad de eso, tal vez. —Willow mira con inseguridad el estrecho muro de piedra—. En serio, a menos que me digas que con el Libro de magia-para chicos te compraste el Libro de funambulismo para chicos o algo así, será mejor que te bajes.
—¿Te crees que no me he caído un millón de veces al agua desde que empecé a remar? Ven aquí. —Le extiende la mano.
—No. —Willow niega con la cabeza—. ¿De verdad te has caído allí? Pensaba que estaba muy contaminada.
—Claro que me he caído, y claro que está contaminada. Ya te lo dije, por eso llevo siempre la botella de agua oxigenada, todo el mundo lleva una, así puedes desinfectarte cualquier… —Para de hablar un instante—. Es igual, no te puedes creer lo fría que se pone el agua hacia finales de octubre.
—Sí, sí que me lo puedo creer. ¡ Por eso me quedo dondl estoy!
—Sube —dice Guy. Ignorando las protestas de ella, coge a Willow de la mano y la sube al parapeto de piedra—. No es tan terrible, ¿verdad? —dice a pesar de los gritos de indignación de Willow al tirar de ella para que se acerque—. No te vas a caer, y aunque lo hicieras, yo te cogería.
—Ya lo sé —dice Willow lentamente—. Ya sé que lo harías. —Se quedan de pie, cara a cara. Willow está segura de que debe parecer una postal: sus siluetas contra los.
últimos rayos de sol. Pero también sabe que, en esta estampa, hay algo que no funciona, y que ese algo es ella.
—¡Eh, Guy! ¡Aquí!
Willow se vuelve y ve a Andy saludándoles con la mano. Chloe, Laurie y Adrián caminan un poco más atrás.
—¿Has visto ese barco? —Andy corre hacia ellos y se sube al muro de un salto tan bruscamente que casi tira a Willow.
—Ten cuidado, ¿no? —dice Guy cogiendo a Willow con más fuerza.
—Sí, lo siento. —Andy apenas la mira—. ¡Venga, mira eso! —Señala un velero que se ve a lo lejos—. ¿Te imaginas cómo debe ser navegar en un barco tan grande? Debe medir lo menos veinte metros. Necesitará una tripulación de, digamos, veinte personas.
—Creía que te interesaba el remo —dice Willow.
—Sí, ya sabes. Lo hago por el instituto. —Andy se encoge de hombros—. Pero me encanta navegar. Me pasé el verano pasado en un barco.
—Es de lo único que habla todo el tiempo —dice Chloe acercándose a ellos. Se cubre los ojos del sol con la mano cuando levanta la mirada para ver a Willow.
—Mataría por poder trabajar en un barco de esos. —Andy gesticula con la cabeza—. Sería genial.
—Bueno, primero deberías… —empieza a decir Guy.
—Oye, ¿os apetece ir a comer algo? —pregunta Andy cambiando bruscamente de tema—. Estoy cansado de pasear por el parque, preferiría meterme en algún sitio.
¡Ni que lo digas! ¡Estaría mucho mejor! Piensa Willow mientras se separa de Guy y salta del muro.
—Willow. —Chloe le tira de la manga—. Anda, ven con nosotros —murmura—. Necesito una segunda opinión.
—¿De qué? —Willow no entiende de qué le habla.
—De él —dice Chloe señalando con la barbilla a Andy, que sigue subido al parapeto de espaldas a ellas—. Laurie no me vale. Está demasiado desesperada porque las cosas funcionen entre nosotros. No parará hasta que todo el mundo esté emparejado como ella y Adrián. —Se vuelve hacia donde están ellos dos besándose. Willow sigue su mirada y siente un pinchazo al ver cómo Laurie se separa y sonríe. Obviamente está encantad de recibir la atención de su novio.
—¿Quieres ir? —Guy salta junto a ella.
—Yo… bueno… claro —dice Willow. Desearía no haberse encontrado con todos, pero se siente halagada de que Chloe quiera que vaya con ellos.
—Podemos ir al local que hay en el muelle —propone Andy mientras baja del muro y se coloca junto a Chloe.
—Pero es muy caro —dice Laurie mientras se acerca.
—¿Qué más da? —responde Andy encogiéndose de hombros—. Está cerca y es bueno.
—Tiene razón —dice Adrián—. Podemos ir allí. Le coge la mano a Laurie y los dos se ponen a caminar hacia el muelle. Andy y Guy van detrás de él.
—Entonces, ¿te interesan los barcos? —le pregunta Willow a Chloe. Las dos chicas caminan unos metros por detrás del resto.
—Depende. ¿Te refieres a si me gustaría que me llevara a navegar en un barco de esos? Claro. ¿Te refieres a si me gustaría que cambiara de tema de vez en cuando? Por supuesto.
—Ya lo pillo.
—También quería hablar contigo de otra cosa —suspira Chloe—. Tengo un montón de deberes, ni siquiera debería estar ahora aquí. Pero es que, no sé, soy todo lo contrario a Laurie. Ahora que me queda tan poco para acabar el instituto, estoy cada vez menos concentrada.
—Sé cómo te sientes. —Willow se muerde las uñas con nerviosismo y se las mete en los bolsillos.
—Deberías hacerte la manicura —dice Chloe al llegar al café—. ¡No te lo tomes a mal ni nada de eso! Normalmente se la hago a Laurie y, si quieres, también te la puedo hacer a ti.
—Oh… gracias. No me ofende para nada. Ya sé que tienen una pinta terrible. Mi mejor amiga, en casa, también solía darme la paliza con el tema —admite Willow con una sonrisa compungida.
—Está superlleno. No vamos a conseguir mesa —dice Laurie desde la entrada del restaurante, donde ella y Adrián esperan al resto.
—Pues esperamos un par de minutos —dice Andy con total despreocupación.
Guy se acerca a Willow.
—No tenemos por qué quedarnos si no te apetece.
—Oh, no importa. Gracias, de todos modos —dice en voz baja para que nadie más les oiga.
—Oíd, hay una mesa libre si queremos sentarnos al fondo —dice Adrián después de hablar con la camarera.
—Pero no veremos el agua —protesta Andy.
—Eres el único que insiste en venir aquí —interviene Chloe.
—Vale, pues sin vistas al agua. —Andy sigue a Adrián y Laurie mientras cruzan el café. —La verdad es que se está muy a gusto aquí —dice Laurie mientras se sientan alrededor de una pequeña mesa cubierta por una sombrilla a rayas.
—¿Quién quiere qué? —Andy busca un menú.
—Yo solamente quiero un postre —dice Chloe.
—Yo también —dice Laurie—. No, perdón. Una ensalada.
—Entonces yo también tendré que cogerme una. Venga, pídete un postre. ¿Tú qué quieres, Willow?
—Mmm, a lo mejor…
Willow la ve antes que el resto. Es un esqueleto andante, víctima de algún terrible trastorno alimenticio, parece sacada de los libros de historia, superviviente de un campo de concentración. Willow tarda un momento en darse cuenta que esta chica no es nada de todo eso. No es más que una chica, una chica como Willow que ha decidido destruir su propio cuerpo. La única diferencia es que el arma, en lugar de la cuchilla, es el hambre.
Willow casi no puede ni mirarla, pero está paralizada, hipnotizada. Cada rasgo del cuerpo desgastado de la chica es un indicio de su caos interior. Willow solamente puede imaginar qué tipo de dolor debe ser el que ha llevado a esta chica a auto-destruirse de este modo. Sabe que hay mucha ironía en la compasión que siente por ella, pero no puede evitar tener la sensación de que esta forma de torturarse el cuerpo es mucho peor que ninguna de las cosas que ella se hace a sí misma.
—Oh, Dios mío, pobre chica —susurra Laurie. Claramente, ella también se ha dado cuenta de su aparición.
—¿Quién? —dice Adrián en voz mucho más alta que la de Laurie.
—Chist. —Laurie le contesta con un codazo.
Guy se da la vuelta para ver de quién están hablando y Willow se da cuenta de que a él también le afecta la aparición, como a todos los demás.
Willow aparta la vista del espectáculo y se fija en Andy. Tampoco puede apartar la vista de la chica, pero su reacción es muy diferente de la de Willow y los demás. Es evidente que él está mirando a este esqueleto andante y solo ve a una chica sin pechos, asexual, fea.
—Ya. No me da mucha pena, que digamos —le dice a Laurie con una sonrisa sarcástica.
—¿Perdona? —Chloe le lanza una mirada.
—Vamos, si está en un sitio como este, está claro que tiene dinero para comer. No es como si fuera un pobre niño desnutrido en África, ¿sabes?
—No. —Chloe niega con la cabeza—. No lo sé. ¿De qué estás hablando?
—O sea, esto es algo que ella se hace a sí misma…
—Sí, se llama trastorno de la alimentación —dice Laurie indignada.
—Eh, ya lo sé, ¿vale? No me hables como si fuera imbécil.
—¿Y por qué no? Te estás comportando como si lo fueras —le suelta Chloe.
—Oh, perdona que no me arrodille porque una chica que no puede enfrentarse a cualesquiera que sean los problemas que la vida le pone delante, se esconda tras la enfermedad de moda.
—¿Qué narices sabes tú de lo que la vida le pone delante? ¿Qué narices sabes tú de las razones que tiene para hacer eso? —le pregunta Chloe.
El resto de la mesa está en silencio. Willow está segura de que no es la única que desearía estar en cualquier otro lugar ahora mismo. No mira a Adrián ni a Laurie, apenas puede mirar a Guy.
—Mira, me conozco este tipo de gente —continúa Andy sin ni siquiera molestarse en bajar el tono de voz. La sociedad, los medios de comunicación, todo el mundo es.
Responsable de sus problemas. Parece que se haya puesto de moda eso de matarte de hambre y quejarte de que el resto del mundo te está arrastrando a hacerlo. Créeme, simplemente está chica no puede enfrentarse a las cosas, así que se ha inventado este problema…
—¡Cállate! —explota Willow. No puede evitarlo. Es incapaz de escuchar una palabra más. Apoya la frente en la mano. Tal vez sí que esté cogiendo migraña. Siente la mano de Guy en el hombro y levanta la mirada hacia Andy.
—Gracias, Willow —dice Chloe.
Willow sabe que Chloe está ofendida por lo insensible que está siendo Andy. Pero ella misma se ha molestado por razones mucho más egoístas. Es como si Andy le hubiera dirigido todas esas palabras a ella. ¿Qué diría Andy si ella se levantara las mangas de la camisa y le enseñara los cortes tal como hizo con Guy? ¿Le diría que ella misma se ha creado su propio problema?
¿Tendría razón?
—Sí, vale. Mira, mejor me voy —dice Andy después de unos instantes.
—Yo también, pero ¿sabes qué?, voy precisamente en dirección contraria a la tuya. —Chloe tira la servilleta sobre la mesa—. Hasta mañana, chicos.
—¿Podemos irnos también? —le dice Willow a Guy—. Lo siento —se disculpa con Laurie y Adrián.
—Tú no tienes por qué disculparte. —Laurie le lanza una mirada asesina a Andy—. Pensaba que ya te ibas —dice sarcásticamente.
—Sí, vámonos de aquí. —Guy se levanta—. Ah, Andy, para que lo sepas. Estoy totalmente de acuerdo con Chloe en esto.
—En fin, supongo que Chloe ya no necesitará una segunda opinión —dice Willow mientras salen del café. El sol se ha puesto completamente y hace una noche fresca y preciosa. —¿Eh? —Guy parece no entender nada—. ¿De qué estás hablando?
—Chloe quería saber qué pienso de Andy —le explica Willow—. Ya sabes, si debería salir con él y todo eso.
—¿De veras habláis de este tipo de cosas? —Guy la mira con incredulidad—. ¿Es que no se puede decidir sola?
—No sé —contesta Willow encogiéndose de hombros—, supongo que no. La verdad es que ahora mismo Willow no está para hablar de tonterías. Está demasiado preocupada, lo ocurrido en el café es demasiado reciente. Está enfadada, y no solo por lo que Andy ha dicho de esa pobre chica, sino porque sus palabras también la implicaban a ella.
—No me apetece demasiado caminar ahora —dice Guy—. ¿Te importa? —Se sienta en la hierba y le tira del brazo para que ella se ponga junto a él—. ¿Te parece bien? Podemos ver el agua desde aquí.
—Yo no provoco mis propios problemas —dice Willow de repente—. Yo no hago lo que hago solo porque esté de moda o sea guay. —Se queda callada unos instantes—.
Lo hago porque tengo que hacerlo —dice finalmente—. No tengo otra salida. —No. —Guy niega con la cabeza—, tú no te permites encontrar la manera. Esa es la diferencia.
—¡No me puedo permitir encontrar otra manera! ¡Tú lo sabes! ¡Lo viste! —insiste Willow. Guy no dice nada y los dos se quedan en silencio, sentados durante unos minutos, observando el agua que brilla con la luz de la luna.
—Tal vez Andy tenía razón —continúa Willow—. Esa chica y yo… simplemente no sabemos enfrentarnos a lo que la vida nos trae y por eso nos escondemos detrás de nuestra enfermedad. Tal vez, todo lo que ha dicho sobre ella también sirve para mí.
—¿Por qué deberías hacerle caso a esas…?
—Mi hermano llora por las noches —le interrumpe Willow de repente—. No te rías —dice enseguida—. Ya sé que no eres como Andy, que no vas a decir nada insensible o estúpido, pero bueno, hay personas que creen que… en fin, un chico que llora es… —No me estoy riendo.
—Por eso no pude dormir anoche. Él llora. Y yo le miro.
—¿Por qué me estás contando esto? —pregunta Guy.
—No lo sé. —Willow se sorprende—. No lo sé —repite—. Es que… Él es muy fuerte, si crees que llorar así es una tontería te equivocas. No sé ni cómo consigue hacerlo, como puede pasar por eso, quiero decir. —Willow hace una pausa—. ¿Tú crees que yo soy como aquella chica? —Willow busca los ojos de Guy, apenas si le ve bajo la tenue luz de las estrellas.
—No lo sé —dice él lentamente—. Pero sí que sé una cosa. Lo que tú has sentido al ver su cuerpo es lo que siento yo al ver tus heridas.
—Oh. —Willow no sabe cómo responder a esto. Qué maravilloso que a ella le pueda afectar tanto, qué horrible que tenga que ser de este modo. No puede evitar pensar que prácticamente cualquier otra reacción sería preferible y que solo es culpa suya que, cuando él la mire, no vea a una chica más, sino a una chica que se corta.
Willow se sube la manga y examina sus heridas. Las mira igual que si estuviera sola, intenta verlas del modo que cree que él las ve.
No cabe duda de que son horribles. Está más que claro por qué él le dijo que eran feas cuando estaban en el depósito de la biblioteca.
Eso no debería importar. Sus cortes tienen una finalidad y esa finalidad es independiente de consideraciones tan triviales.
Nunca antes había estado tan convencida de nada. Pero con todo, por un momento desearía que tuvieran otro aspecto, que parecieran arañazos hechos por un gato. Empieza a bajarse las mangas pero Guy la detiene. Le coge el brazo, le mira los cortes y se pone a reseguir las marcas que ha dejado la cuchilla con sus dedos.
—No… Es…
Willow deja de hablar al ver que Guy se inclina y empieza a besarle las cicatrices.
Sabe que debería pedirle que parara, pero no puede porque en realidad quiere que siga para siempre. También sabe que tendrá que pagar por estos sentimientos con otros mucho menos placenteros, pero aun así no encuentra fuerzas para apartar el brazo.
Y entonces, Willow hace algo que lo sorprende mucho más que cualquier otra cosa que haya hecho. Mueve el otro brazo y, con mucho cuidado, le pone la mano en la mejilla, le levanta la cara hasta que sus labios y los de él se encuentran y le besa. No puede creerse que sea capaz de arriesgarse así, no después de lo que ocurrió en el depósito. Teniendo eso en cuenta, este hecho es mucho más sorprendente que, hace meses, cuando se vio así misma clavándose el destornillador en el brazo y supo que había encontrado su destino.
Espera a que ocurra un cataclismo, que la situación le supere igual que ocurrió en la biblioteca, pero, al menos en ese momento, solamente siente lo maravilloso que es besar a alguien, besarlo, bajo las estrellas, y lo extraño y reconfortante que resulta el que, después de todo por lo que ha pasado, poder finalmente reaccionar a algo igual que lo haría cualquier otra persona.
—¿Me puedes hacer un favor? —le murmura boca contra boca. Está temblando ligeramente, de emoción y de miedo y no se acaba de creer que su acto no tenga consecuencias.
—Sí —le contesta Guy, también en un susurro—. Solamente dime qué quieres.
—Llévame a casa.
Willow no tiene ni idea de por qué le ha pedido eso, de dónde ha surgido este deseo; si es algo que ha ido creciendo poco a poco en su interior o si es una necesidad repentina. Pero está segura de que es un deseo genuino, de que es lo que quiere de verdad.
—¿Ahora? —Guy se separa de ella—. ¿Quieres decir que te acompañe al piso de tu hermano?
—No. —Willow niega con la cabeza—. Quiero ir a casa. A la casa de mis padres, donde crecí. A casa.
—Oh —asiente Guy Se le ve confuso, pero pensativo—. No está lejos, ¿verdad? O sea, que le podrías pedir prestado el coche a tu hermano y conducir hasta allí, ¿no? —Hace una pausa—. Perdona, ¿has vuelto a conducir desde…? No estaba pensando.
—No, no he vuelto a conducir. No puedo ir sola hasta allí y no puedo pedirle el coche a mi hermano. Querrá saber para qué lo quiero y no se lo puedo decir. Necesito que tú me lleves, Guy, por favor.
—¿Por qué quieres ir a tu casa? ¿Es porque tienes miedo de que se haya convertido en un lugar que solo puedes visitar en tu imaginación?
—No, no creo que sea eso… —No termina la frase.
Willow desearía poder contestarle. Desearía poder saber ella misma la respuesta. Piensa en las dos únicas veces que ha estado allí desde el accidente, la vez de David y las librerías y cuando fue a por su ropa. No hay ninguna razón para pensar que esta vez vaya a ser diferente. Willow no tiene ni idea de qué está buscando, qué espera sacar de esta excursión, ¿Y por qué creyó que si su hermano, su hermano que es tan increíblemente fuerte, ha sido incapaz de soportar el impacto emocional que supone regresar a la casa de sus padres, ella podrá?
Tal vez únicamente necesite volver a conducir por la carretera donde todo ocurrió. Tal vez necesite volver a meter la cabeza en el armario de su madre y ver si aún puede percibir su olor. Tal vez necesite mirar, una vez más, todas aquellas estanterías repletas de libros.
—Quiero un libro —suelta Willow al final. Supone que esta respuesta debe de tener más sentido que cualquier otra—. La Historia de dioses y héroes de Bulfinch. Quiero la copia de mi padre.
Guy asiente lentamente, como si no cupiera duda de esta respuesta. No dice, al contrario de lo que haría la mayoría de gente, que puede entrar en cualquier librería y comprarse una copia, no dice que él ya sabe que ella ya tiene una copia, que la ha visto un montón de veces con el libro en las manos, o que él le puede prestar el suyo. En lugar de todo esto, Guy simplemente la mira y dice:
—Vale, pues parece que yo soy el que va a tener que encargarse de que le presten un coche.