Willow estaba segura de haber perfeccionado la técnica de fingir que presta atención en clase cuando tiene la cabeza en la luna de Valencia. Sabía cómo hacer ver que estaba produciendo apuntes a nivel industrial cuando en realidad no hacía más que garabatear en el papel, sabía cómo fingir que seguía la lectura del libro aun teniéndolo abierto por donde no tocaba, y sabía cómo asentir a lo que decía la profesora en los momentos clave y parecer que estaba escuchando.
Pero, por alguna razón, esas discutibles habilidades parecen haberla abandonado. Porque hoy Willow sabe que, para cualquiera que se moleste en mirarla, es demasiado obvio que, aunque físicamente está en clase de francés, su mente está muy lejos de aquí.
No puede parar de pensar en lo que pasó en el depósito. No puede parar de pensar en lo que pasó con David hace dos noches, y no puede parar de preguntarse cómo actuará, cómo debería actuar la próxima vez que vea a Guy o a su hermano.
Al menos ha tenido un respiro en lo que se refiere a su HERmano. Anoche, cuando finalmente llegó a casa temiendo un enfrentamiento inevitable, Cathy le recordó que David había tenido que ir a otra conferencia y no volvería hasta mucho más tarde. Y Cathy tampoco mencionó el altercado. Ya le había expresado sus sentimientos en la nota, y Willow le agradeció que no tuviera intención de volver a sacar el tema.
Willow está segura de que, cuando vuelva a ver a David, la situación será muy violenta, pero no tiene absolutamente ni idea de cómo serán las cosas cuando vuelva a ver a Guy No hay ninguna razón para pensar que no vaya a ir bien, mejor que bien, de hecho, si no fuera porque ella misma está lejos de sentirse bien.
Willow cierra los ojos y un torrente de imágenes de la tarde anterior le pasan por la mente. Es imposible pensar en el día que pasaron juntos sin que se le mezclen los sentimientos: fue genial hablar con él; jamás debería haberle explicado cómo empezó a cortarse. Fue maravilloso besarle; fue aterrador besarle. Fue increíble oírle hablar de sus miedos y esperanzas; ella no es suficientemente fuerte para enfrentarse al dolor de otra persona.
Las cosas eran más simples antes de que él apareciese en su vida. Estaba el accidente por un lado y la cuchilla por el otro. Toda su vida giraba en torno a eso. Ahora las cosas distan mucho de ser simples.
Suspira profundamente, no puede evitar darse cuenta de que la chica que se sienta a su lado la mira de un modo extraño.
Tal vez solo necesite un poco de tiempo para poner las cosas en orden. Al fin y al cabo, ¿quién le dice que lo vaya a ver hoy? Ya es la última hora de clase, puede ser que él no esté fuera, no la ha llamado, ella es la que…
A Willow se le escapa la risa. No muy fuerte, pero lo justo para que la chica que se sienta a su lado la mire otra vez con cara rara.
Pero esta vez, no le importa. Le parece absurdo que, después de todo lo que ha pasado, lo primero que piensa sea ¿Me llamará él o debería llamarle yo? El tipo de cosas que Markie y ella pasaban horas discutiendo. Por un segundo vuelve a sentirse como una chica normal.
La clase termina y Willow sale del aula con el resto de sus compañeros. Mientras avanza por el pasillo va mirando a los lados entre aliviada y decepcionada de no verle por allí.
Bueno, tú querías estar un rato sola para pensar, ¿no?
Hay un montón de estudiantes yendo de acá para allá en la entrada del instituto pero, una vez más, Guy no está por ninguna parte. Sin embargo, Willow ve a Chloe y Laurie y se acerca a ellas.
—Bueno, ¿qué te parece? —Laurie sonríe a Willow girando sobre uno de sus talones. Willow está algo confusa hasta que se da cuenta de que le está pidiendo su opinión sobre los nuevos zapatos.
—¡Oh, son geniales! —dice Willow con admiración—. Y me encanta el color.
—¿Verdad que sí? No me puedo creer que les quedara un par de mi talla. Y son muy cómodos.
—Tendrías que haber venido con nosotras —dice Chloe—. Tenían un montón de cosas geniales rebajadas. Yo me compré dos pares, pero hoy no me los he puesto —añade cuando Willow le mira los pies.
—¿Qué te compraste?
—Los mismos que Laurie, aunque le he prometido que no me los pondría hasta el año que viene, que iremos a facultades diferentes. —Chloe pone cara de pena—. Y otro par que son más bien para ir de fiesta que para llevarlos al instituto, pero son una pasada. Negros. Superaltos. De tiras.
—Íbamos hacia el parque —dice Laurie—. Ya no nos queda dinero para hacer mucho más. ¿Te apetece venir con nosotras hoy?
—Sí, claro —responde Willow unos segundos más tarde. Probablemente eso sea precisamente lo que ella necesita. Ni escenitas con su hermano, ni ensayar las escenas de antemano, ni pasarse el rato pensando en Guy y en cómo van a ir las cosas con él. Nada más simple que pasar la tarde en el parque hablando de algo tan poco emocional como son los zapatos. Perfecto.
—Oye, ¿te han dado las prácticas aquellas para las que hiciste la entrevista? —le pregunta Willow a Laurie mientras cruzan la calle y se dirigen hacia el parque.
—¿Es que a estas alturas aún no te has dado cuenta de lo peligroso que es preguntar cosas como esa? —dice Chloe apartando una piedra del camino de una patada.
Willow la mira sin entender nada pero las dos chicas se sonríen en cuanto Laurie se lanza con su diatriba sobre los pros y los contras de trabajar por una recomendación en lugar de por dinero.
—O sea, que quedaría muy bien poder tener este tipo de experiencia. —Laurie se muerde el labio con impaciencia—. Pero, por otra parte, me encantaría poder tener dinero ahora mismo. Sobre todo después de haberme gastado casi todo lo que tenía el otro día. Aunque la cosa es que ni siquiera sé si me han dado las prácticas. Esta semana me tendrían que decir algo…
—¿Qué piensas de Andy? —interrumpe Chloe de repente.
—¿Quién, yo? —pregunta Willow.
—Sí, bueno, ya sé lo que piensa Laurie.
—¿Y cómo va a saberlo Willow? —protesta Laurie—. ¡Si apenas se han hablado!
—Es verdad —coincide Chloe—. Tiene unos buenos brazos, ¿verdad? El remo es el mejor deporte para los brazos, es lo que más los desarrolla.
—Sí, claro. —Willow no recuerda para nada los brazos de Andy, pero está totalmente de acuerdo con Chloe. El remo realmente pone unos brazos increíbles. Se gira, consciente de que a no todo el mundo le va a parecer bonito que se sonroje—. ¿Te… te gusta? —le pregunta Willow después de un momento. —Digámoslo de esta manera —suspira Chloe—. Ahora mismo es el único chico que muestra interés en mí.
—Tal vez deberías darle una oportunidad —interviene Laurie—. Al fin y al cabo no le conocemos mucho más que a Willow.
—No es nuevo, ¿verdad? —Willow frunce el ceño—. Quiero decir, ¿cómo es que no lo conocéis apenas?
—No, no es nuevo ni nada por el estilo —dice Chloe al entrar en el parque—. Pero es que antes nunca íbamos con él.
—Antes salía con la chica más horrible del mundo —añade Laurie mientras se sientan en el césped—. Elizabeth no sé qué. Pero el año pasado ella se fue del instituto. —Se quita los zapatos y se frota el pie con la mano—. No me los tendría que haber puesto dos días seguidos.
—Sí, me parece un poco preocupante que se haya fijado en mí después de ella. —Chloe reprime un escalofrío—. O sea, ¿es que me parezco en algo a Elizabeth? —Mira a Laurie.
—Sí, eres clavadita a ella. Por eso eres mi mejor amiga desde hace tres años. Por Dios, estas ampollas me están matando.
—¿Pero no nos acabas de decir que son tan cómodos? —Chloe arquea una ceja—. Cómodos para ser de tacón.
—Yo tengo tiritas —se ofrece Willow. Se pone a buscar por su mochila la caja que le compró Guy.
—Vas siempre tan bien preparada… —observa Chloe.
—¿Qué quieres decir? —pregunta Willow con precaución. Le pasa las tiritas a Laurie. —No sé. —Chloe se encoge de hombros—, es como si siempre llevaras las cosas que la gente necesita, como cuando estábamos aquí con Andy y tú llevabas las toallitas esas.
—Oh —asiente Willow. Se pregunta si Chloe se habrá dado cuenta de que lleva un repertorio de cosas bastante inusual, más aún que la laca de uñas y toda la parafernalia que suele tener Chloe. Siente que se ha puesto en evidencia, incluso un poco culpable, como si fuera una heroinómana y la acabaran de pillar en sus trapicheos.
—En fin, volviendo a lo de Andy… ¡Ay! —exclama Laurie al reventarse una de las ampollas que tiene un aspecto bastante feo—. No tomes ninguna decisión sobre él todavía, quién sabe, tal vez resulte ser majo. Seguro que cuando venga Adrián se lo traerá y…
—¿Viene Adrián? —suelta Willow. No sabe por qué le sorprende tanto. Tiene sentido, es obvio que él y Laurie están juntos pero…
—Sí, tiene que hacer un par de cosas después de clase y nos ha dicho que nos veríamos aquí. —Laurie le vuelve a pasar las tiritas a Willow.
—Oh. —Willow se pregunta si Guy también se apuntará.
—Seguramente Guy vendrá con ellos —dice Laurie, como si pudiera leer la mente de Willow—, porque tenía que acompañar a Adrián a no sé qué recado.
—Me da igual quien venga, solamente espero que traigan Coca-Cola light.
—Pues sería una buena idea, ¿no? —Laurie mira a Willow—. Quiero decir, y no te metas conmigo, Chloe —dice cuando la otra chica se dispone a hablar—. Te gusta, ¿verdad? No quería molestarte el otro día pero, venga, cuéntanoslo.
—Sí —dice Willow—, me gusta. —Para sus adentros piensa lo suave y pálida que suena la palabra gustar para describir sus sentimientos. Pero, por mucho que sienta por él, solo desea que no aparezca. Esperaba tener un poco de tiempo a solas pan poner sus ideas en orden y no esperaba que, la primera vez que se vieran, fueran a estar en compañía.
—Él sí que es alguien que vale la pena que se interese por ti. —Chloe se inclina hacia delante con los ojos chispeantes—. Oh, no te preocupes. —Le toca el brazo a Willow—. Hace tres años que lo conozco y… nada. —Se encoge de hombros con elocuencia.
—Bueno, no es exactamente lo que estáis pensando —dice Willow—. O sea, que solo…
—Hablando del rey de Roma… —le interrumpe Laurie mirando a Willow de lado.
—Y no llevan Coca-Cola light —refunfuña Chloe—. A lo mejor le puedo pedir a Andy que vaya a comprar una a los tenderetes de perritos calientes. Siempre hay un par en el parque, por alguna parte. No tardará mucho.
Willow se gira para mirar a los tres chicos que se acercan.
Las manos le tiemblan un poco y deja la caja de tiritas en la hierba. Maldice entre dientes y se enfada consigo misma por estar tan nerviosa. Bueno, al menos ya no tiene que preguntarse cómo se sentirá cuando vea a Guy.
—¡Ay! Benditos tiempos aquellos en que ellos hacían todo lo que les ordenabas —dice Laurie riendo.
—Claro, como si comprarme una Coca-Cola light se pudiera comparar a todas las cosas que hace Adrián por ti.
—¡Chist! —Laurie le da un codazo a Chloe—. Se piensa que todo el mundo es así. Por favor, estuve meses para entrenarlo, no vayas a darle ideas ahora. —Para de hablar en cuanto los chicos están lo suficientemente cerca para oírlas.
—Hazme un favor —le dice Chloe a Andy mientras él se acerca y deja la mochila junto a ella.
Willow mira cómo Adrián se acerca y besa a Laurie. Antes de verlo, puede sentir cómo Guy se sienta enfrente suyo. Deja la caja de tiritas en la mochila. No debería haber nada raro en esto. Él le gusta de verdad y, a menos que se equivoque totalmente, ella le gusta a él. Entonces, ¿dónde está el problema? No hay nada inusual en ello.
A menos que no sea porque todo el tiempo que han pasado juntos ha sido de lo más inusual.
—Cómprame una Coca-Cola light —le pide Chloe a Andy—. No, dos, por favor.
—Hola —le dice Guy a Willow. Le sonríe. No del mismo modo que lo hacía cuando estaban juntos. No hay nada especialmente íntimo en ello, pero sigue siendo genuino. Willow le mira. Vale, él no se siente incómodo, así que ella tampoco va a sentirse incómoda.
—Oye, ya que vas, cómprame un Sprite. —Laurie busca en los bolsillos a ver si lleva suelto.
—Hol… —empieza a decir Willow.
—¿Alguien más quiere algo? —le interrumpe Andy al pasar entre ella y Guy No solo le pega cortes al hablar, también lo hace físicamente—. ¿Qué me dices, Willow?
—Em… No quiero nada. —Willow sabe que solo intenta ser amable, pero aun así, le irrita. ¿Era necesario que se pusiera en medio de este modo?
Ahora Willow tiene la posibilidad de sonreír a Guy pero él está demasiado ocupado buscando algo en su mochila para darse cuenta. Mientras Guy revuelve las cosas en su mochila, Willow puede ver el lomo azul de piel de La tempestad metido entre el resto de libros. No iría todo el día cargando con el libro a menos que significara algo para él, ¿no? A menos que ella signifique algo para él.
El levanta la mirada de repente y sus ojos y los de Willow se encuentran. Willow no puede evitarlo y se sonroja. Aparta la mirada un segundo, le da vergüenza, pero enseguida se vuelve a girar hacia él decidida a superar la extrañeza del momento y, finalmente, poder decirle hola. Lo único es que, al mirarle, es imposible no pensar en todas las cosas que han pasado. Su mente se impregna del recuerdo de lo que sintió al besarle, anulando el aquí y el ahora. Parece como si los rasgos de Guy estuvieran fragmentados, es como si las imágenes de lo que ocurrió en el depósito le cubrieran la cara.
Willow se sonroja aún más al recordar cómo le cogió las manos y le forzó a que le tocara los pechos. Y luego, como si no fuera suficiente, recuerda cómo empezó a cortarse delante de él. No puede pensar en todo esto ahora. Sería diferente si estuvieran solos pero, ¿rodeados de todos los demás? Willow deja caer la cabeza entre las manos un instante como si, al taparse los ojos, pudiera conseguir apartar todas las imágenes.
—¡Willow! —exclama Laurie alarmada—. ¿Estás bien?
—Oh. —Levanta la cabeza rápidamente.
Esto no va bien.
—Me duele la cabeza. Siempre me cogen unas migrañas tremendas —balbucea.
Evita mirar a Guy y evita mirar al resto del grupo.
—¿Y no llevas una aspirina en esa bolsa tuya? —le pregunta Chloe.
—No, bueno, el caso es que tengo muchísimo trabajo… Debería ir tirando. —Willow sacude la cabeza con pesar—. Nos vemos luego, ¿vale? —Recoge sus cosas y se levanta. Lentamente, con calma, como si en realidad deseara poder quedarse más rato.
Willow se gira y camina hacia la salida del parque resistiendo a la tentación de echarse a correr.
Bueno, ha ido bien, ¿no?
Si antes ya se sentía avergonzada e incómoda, ahora ya no tiene palabras para describir cómo se siente. Por un momento sopesa la posibilidad de darse cabezazos contra el muro que rodea el parque. Sería un cambio en lugar de cortarse.
Lo que tiene que hacer ahora es irse a casa, olvidar los últimos veinte minutos, borrarlos. Llegar a casa y…
Bueno, y como si no hubiera ya pillado el hecho de que soy un poco diferente…
Y si le sigue, ¿que hará ella? Tal vez su primera reacción fuera la adecuada, tal vez solo tenga sitio para una relación.
Una lástima que esa relación resulte ser con un trozo de metal afilado.
¡No pienses en ello! ¡Ya lo solucionarás más tarde! ¡Ve a casa! ¡Abre el libro de francés! ¡Ponte con el trabajo!
Willow no puede evitar revivir todo el incidente de camino a casa. Se debate entre convencerse de que lo que ha pasado no ha sido tan terrible y sentir que lo ha echado todo a perder.
Pero ¿echar a perder el qué?
¿Es que tengo algo que pueda echar a perder?
Se muere de ganas de poder sentarse en su escritorio. A lo mejor ponerse a trabajar resulte ser la distracción que realmente necesita. Pero, por desgracia, al abrir la puerta oye los sonidos de Isabelle que grita como si le fueran a estallar los pulmones. Cathy la sostiene en brazos mientras camina de acá para allá hablando por teléfono. Se nota que está totalmente agobiada. Willow deja las llaves en la mesita del recibidor y entra en la cocina.
—¿Cathy?
—¡Qué bien que estés aquí! —dice Cathy entre los gritos de la niña—. ¿Qué? —Habla por teléfono—. De acuerdo, gracias, sí, encarga la receta en la farmacia. —Cuelga y mira a Willow.
—¿Qué pasa? ¿Qué haces en casa? ¿Está enferma Isabelle o algo así?
—Está ardiendo, pobrecita. —Cathy coloca los labios en la frente de la pequeña—. Me han llamado al trabajo para que fuera a recogerla. Solo es una infección de oído, el médico dice que no hay nada de que preocuparse, que fiebres tan altas son de lo más normal… —Está claro que intenta convencerse a sí misma tanto como a Willow—. Tengo que ir a la farmacia a por unos medicamentos. ¿Estarás bien hasta que vuelva? —Claro —dice Willow cogiendo a Isabelle de los brazos de Cathy. Ahora no es el mejor momento para recordarle que David no aprobaría que ella se quedara con el bebé—. Estaré bien —dice con calma—. Ve a la farmacia.
—Gracias —dice Cathy poniéndose el jersey y cogiendo el monedero—. No sé cuánto voy a tardar, a veces te hacen esperar mientras preparan la receta. Volveré tan rápido como pueda. —Sale a toda prisa por la puerta.
Willow se acerca a la ventana con Isabelle en brazos y mira a Cathy correr calle abajo—. Me sabe mal que te encuentres tan mal —le dice a Isabelle mientras la mueve arriba y abajo sobre su cadera. Pero Isabelle parece haberse calmado un poco y ya no llora con tanta fuerza como hace un rato. Apenas le caen un par de lágrimas acompañadas de pequeños sollozos. Willow piensa en lo maravilloso que sería, aunque solamente fuera por Isabelle, que cuando Cathy regresara todo estuviera perfectamente bajo control, Isabelle calmada, puede que incluso durmiendo, la cocina limpia…
—¿Verdad que sería genial, cariño? ¿A que te sentirías mejor?
Willow desea con toda su alma poder corresponder de algún modo la fe que Cathy tiene en ella. No es solo eso, está segura de que cuidar de Isabelle, hacerlo a la perfección, puede ser una minera de suavizar las cosas con David cuando finalmente llegue a casa.
Y si está totalmente concentrada en Isabelle no tendrá tiempo de pensar en lo que ha ocurrido en el parque.
Aunque, por supuesto, no está muy segura de lo que significa cuidar a Isabelle a la perfección. Al fin y al cabo, no hay muchas opciones con un bebé enfermo. Tal vez darle de comer, cambiarla, pueden ser buenos comienzos. De hecho, parece que está mojada.
—Bueno, pues vamos a cambiarte y después haremos algo de comer. Quieres, ¿verdad?
Willow entra en la habitación de Isabelle y la estira en el cambiador. La verdad es que debería tener experiencia cambiando pañales a estas alturas —ha hecho de canguro desde que tenía trece años—, pero nunca ha cambiado a Isabelle. No es que sea un reto pero es un poco más difícil de lo que había pensado porque Isabelle, a diferencia de todos los bebés que Willow ha conocido en su vida, lleva pañales de tela.
David siempre le da la tabarra a Cathy con el tema, ya que estos pañales son muchísimo más caros que los pañales desechables, difíciles de encontrar, y mucho más incómodos en cualquier aspecto, pero Cathy, que ha estudiado derecho medioambiental, siempre insiste en ello.
—Vale, no puede ser tan difícil… —Willow coge uno de los pañales y dos imperdibles. Sin embargo, Isabelle no parece querer cooperar. Está claro que la pobre criatura no se encuentra bien. En lugar de estar quieta no para de moverse y dar patadas y Willow, que no está acostumbrada a usar imperdibles con los pañales, la pincha. Bastante fuerte, a juzgar por los gritos del bebé.
—¡Oh, no! —Willow está horrorizada. ¿Cómo ha podido hacer algo así? Observa paralizada el diminuto punto rojo que marca la piel tierna y perfecta de su sobrina. Hay algo terriblemente obsceno en destruir a algo tan perfecto.
Lentamente Willow extiende la mano y toca el lugar donde ha pinchado a Isabelle. Al igual que hizo Guy, la mano de Willow cubre completamente la marca que le ha hecho. Bueno, no es tan sorprendente. Lo que le ha hecho a Isabelle es muy diferente de los cortes que marcan su propio estómago. Pero ¿y si esta pequeña marca en la piel de Isabelle se hiciera más grande? Por unos instantes Willow imagina la piel de Isabelle llena de marcas, infligida por la cuchilla del mismo modo que su propia piel. ¿Cómo se sentiría si dentro de pongamos diez o quince años descubriera que Isabelle se corta? Willow aparta la mano bruscamente.
¿ Y si hubiera matado a David y a Cathy, entonces qué? ¿Seguiría pensando que es tan horrible que se cortara?
Termina de cambiarle el pañal a Isabelle sin más incidentes, aunque con las manos temblorosas, y la lleva a la cocina.
—Eso no ha sido exactamente un buen comienzo, ¿no crees? —dice con la voz rota. Hasta aquí han llegado sus intenciones de cuidar perfectamente de su sobrina. Al menos Isabelle ha parado de llorar. Willow no puede evitar sentir que la pequeña se ha recuperado mucho más rápido que ella del episodio.
—¿Qué te parece si te hago algo para comer? —Abre los armarios y busca en su interior. Hoy ya ni siquiera quedan las galletas saladas y los potitos—. Era de esperar. —Willow cierra las puertas y se dirige a la nevera.
Al menos parece un territorio más prometedor. Hay media docena de huevos y un poco de mantequilla entre otras cosas. Willow sienta a Isabelle en la trona y coge un par de huevos y un bol. Coloca la sartén sobre el fogón y echa un poco de mantequilla. Mientras bate los huevos piensa en lo que acaba de ocurrir. Sin pensar en lo que hace tira los huevos en la sartén y deja el bol en el fregadero.
Willow mira por la ventana pero apenas ve el parque en el exterior. Lo único que ve es la piel perfecta de Isabelle. Está tan metida en sus pensamientos que por un momento se olvida de que la sartén está en el fuego.
Willow da la espalda a la ventana y se queda sin aliento. Los huevos están ardiendo. La sartén está ardiendo. La cocina está ardiendo.
Otra vez no.
Eso es lo primero que piensa. Lo ha vuelto a hacer. David tenía razón, no hay duda de que Willow va a acabar con el resto de la familia. Cuando le empiezan a llorar los ojos del humo se le ocurre otra idea. ¿Y si esta vez lograra salvar a Isabelle? ¿Y si esta vez las cosas pudieran ser diferentes?
Se recrea imaginándose a sí misma como una heroína.
Sin embargo, el humo empieza a disiparse y Willow puede ver que, efectivamente, no hay ningún fuego. Al fin y al cabo, ¿qué probabilidades había de que un par de huevos revueltos quemados se convirtieran en un incendio de primer orden?
Ni hay fuego, ni va a matar a Isabelle, ni la va salvar en un gesto heroico. Ella no es más que una chica que ha dejado la cocina hecha un cisco, que es incapaz de cuidar de su sobrina del mismo modo que es incapaz del resto de cosas últimamente.
Willow recoge la sartén humeante y la tira en el fregadero, donde chisporrotea y hace mil ruidos furiosos. Al mirar el humo que se le eleva hasta el techo Willow piensa que, por una vez, David estaba siendo totalmente honesto cuando dijo que tenía reservas a la hora de dejarla a cargo de una niña de seis meses simplemente porque está demasiado alterada por todo lo ocurrido. Basándose en las evidencias, a Willow no le queda más remedio que estar de acuerdo con él.
Suena el timbre de la puerta. Willow solamente espera que no sea Cathy que va tan cargada de bolsas que no puede ni coger las llaves, o aún peor, David, que ya regresa de la conferencia.
Al menos dejadme un poco de tiempo para limpiar, por el amor de Dios.
Pero al abrir la puerta, Guy es quien la espera al otro lado.
Esta vez Willow no se sonroja ni se pone nerviosa de lo aliviada que está al ver que no se trata ni de Cathy ni de David.
—¿Migrañas? —Guy está apoyado en el marco de la puerta.
—Sí. Bueno, pensé que decir que lo de la peste bubónica no iba a colar. Entra.
Da un paso hacia atrás y abre la puerta del todo.
—Huele a quemado.
—No me digas —dice Willow.
Camina frente a él hacia la cocina.
—¿Qué estás haciendo?
—Mmm… —Willow mira la cocina llena de humo. Su plan, cuidar de Isabelle a la perfección no podría haber fracasado más estrepitosamente—. Supongo que seguir con lo de destrozar mi vida y la de cualquiera que tenga el valor de acercarse a mí. —Se acerca al fregadero y coge una esponja, dispuesta a limpiar la sartén quemada—. Creo que eso suena bastante bien, ¿tú qué crees?
—Solo porque has quemado unos… —se acerca a ella y mira la sartén—, mmm… imagino que en algún momento eso eran huevos, ¿no?
—No, esa no es la única razón. —Willow ataca la sartén con la esponja. No se le va la suciedad. Debería haberla dejado en remojo primero.
De repente todo el proceso de limpiar la sartén le parece inútil. Se pregunta qué pasaría si simplemente la tirara por la ventana. En lugar de eso, busca el cubo de la basura que hay bajo el fregadero. Tal vez si la cubre con el resto de basura David y Cathy ni se den cuenta.
—¿Vas a tirarla? —Parece que a Guy hasta le divierte.
Willow se encoge de hombros.
—Por cierto, esta es Isabelle.
—Acerca de las migrañas de las que hablabas en el parque… —empieza a decir Guy, pero le interrumpe el sonido de la llave en la puerta y la voz de David saludando.
—Eo, he vuelto. ¿Quién hay?
Willow se alegra de que ya no haya casi humo y de haber conseguido deshacerse de la sartén, pero preferiría que su hermano no entrara en la cocina todavía. Coge a Isabelle y sale al recibidor.
—Hola —dice con cautela. Después de todo, esta es la primera vez que ve a David después del choque que tuvieron hace dos noches. No tiene ni idea de cómo debe actuar frente a él. Teniendo en cuenta lo taciturno que ha estado David últimamente, es difícil que sea capaz de decir algo delante de Guy. Aun así, imagina que hará algún tipo de referencia a lo de la otra noche, aunque solamente sea porque quedarse ella sola con Isabelle pueda volver a desatar la pelea.
—Hola —saluda David a Guy, aunque es evidente que está preocupado—. ¿Qué ocurre? —pregunta confuso—. ¿Dónde está Cathy? —David extiende los brazos para cogerle la niña a Willow.
—Ha ido a la farmacia —dice Willow—. Isabelle está enferma. Creo que Caty dijo que tiene una infección de oído.
—¿Y no has intentado ponerla a dormir un rato? —pregunta con suavidad.
Willow no puede creerse que haya sido tan tonta. Por supuesto, eso hubiera tenido mucho más sentido que todas las demás cosas que ha intentado hacer. Se prepara para la bronca de David.
Sin embargo, no parece que a David le preocupe mucho echarle una reprimenda. Está mucho más interesado en el bienestar de Isabelle. Willow sabe que esto es lo natural y lo correcto. Además, no tiene ningún tipo de interés en revivir la situación de la otra noche. Pero al ver como David besa a su hija se siente atacada por un dolor tan brutal, tan intenso, que casi se dobla en dos.
Se lleva la mano al estómago. Por un segundo está convencida de que se va a desmayar. El dolor es tan intenso que ella misma se sorprende cuando ve que no le está saliendo sangre a través de la ropa, que su dolor no es nada que ella misma se haya autoinfligido. Este es el dolor contra el que ella llevaba tanto tiempo luchando.
Es evidente que la principal preocupación de David es su propia hija. A Willow no le duele el hecho de no ser la primera para él. Lo que a Willow le duele es que ya nunca más será la primera para nadie. Ya no será la hija de nadie. Esto es algo que le ocurre a todo el mundo. Algún día también le ocurrirá a Isabelle, pero seguramente no a una edad tan temprana como le ha pasado a ella.
—¿Willow? —David la coge del hombro, lo que no es fácil ya que todavía tiene a Isabelle en brazos—. ¿Qué te pasa?
—Estoy bien, solo es que… —Willow se pone recta. El dolor se ha ido. No sabe muy bien cómo, solo puede sentirse agradecida de que se haya ido—. Únicamente es que estoy un poco… —Busca las palabras adecuadas. Las migrañas no funcionarán con David—. Estoy muy cansada, eso es todo. Vamos… . Voy arriba a estirarme. —Hace una mueca al oír las palabras que ha escogido y se pregunta si David o Guy se han dado cuenta, pero parece que David vuelve a estar ocupado con Isabelle.
—Venga —le dice Willow a Guy—, vamos.
Willow sube por la escalera hacia su habitación. Lo ocurrido acaba de dejarla agotada emocionalmente. Siente como si pudiera dormir durante miles de años. Abre la puerta de su habitación y mira su cama con ansiedad. Se pregunta qué hará Guy si ella simplemente se mete bajo las sábanas y cierra los ojos.
En lugar de eso se sienta en su escritorio y es Guy el que se estira en la cama. No se mete debajo de las sábanas sino que se sienta y se reclina sobre las almohadas. Willow se siente de todo menos cómoda al verlo así en su cama y tiene que apartar la vista unos segundos para serenarse.
Pero, a pesar de sentirse tan incómoda, a pesar de que aún se está recuperando de lo que ha ocurrido abajo, al verlo así, sin las complicaciones del resto de la gente, se da cuenta de repente de cuáles son sus sentimientos. Es incapaz de decir racionalmente que estar con él le resulta demasiado difícil, que solamente puede serle fiel a la cuchilla. No tiene fuerzas para tomar una decisión así. No puede hacer nada que no sea estar con él.
—Respecto a lo del parque —dice Guy—, me preguntaba si lo de esas migrañas tuyas eran una manera de…
—Oh. —Willow le interrumpe—, yo… estaba… —Desearía poder decirle que se ha marchado corriendo del parque porque no podía parar de pensar en el modo en que la besó, pero decir eso le resulta aún más intimidante que el propio recuerdo—. Yo, es que, yo solo… Bueno, no iba a hacer nada.
Espera que Guy haya pillado la indirecta. Seguramente esa sea la razón por la que le está preguntando esto, porque le preocupa que haya tenido un encuentro con la cuchilla.
—Ya, bueno, no estaba pensando en eso. Solo me preguntaba si tenías migraña de verdad o es que estabas intentando evitarme. En cualquier caso, has sido un poco borde. —Su voz no suena en absoluto tan calmada como de costumbre y Willow está segura de que quiere decirle algo más.
—Yo estaba… ¿eh? —Parpadea cuando por fin le llega el significado de lo que él está diciendo. Pero debe admitir que, aunque ella no acabaría de definir su actitud como borde, era consciente, al menos mientras lo hacía, de que estaba actuando de un modo algo extraño.
—Te he preguntado si intentabas evitarme.
Ahora Willow sabe qué le pasa. Quiere tranquilizarle, quiere decirle que no puede parar de pensar en el día que pasaron juntos, que ahora mismo desea más que nada en este mundo colarse bajo las sábanas con él. Sin embargo, estas palabras se le quedan como atascadas y en su lugar dice:
—Es que es todo como complicado… Quiero decir que tú eres complicado y… difícil…
—¿Yo soy complicado? ¿Yo soy difícil? —le pregunta Guy con incredulidad—. ¿Estás loca?
—Por lo visto, sí —dice Willow con tristeza.
—¿Tú te crees que no eres complicada y difícil? —Guy continúa como si no la hubiera oído—. ¿Y tú crees que es fácil tratar contigo? ¿Crees que lo que pasó después de que nos besáramos es lo normal en estos casos?
—No, nunca he pensado algo así —niega Willow con vehemencia. Sabe que él tiene razón pero no puede evitar sentirse herida. ¿Es que lo único con lo que él se ha quedado del otro día es lo raro que fue? ¿Es que él no sintió nada de lo que ella sintió?—. Pero pensé que quizá… que quizá lo habías pasado bien…
¿Bien? ¡Pasarlo bien! Perfecto, supongo que hemos vuelto a la fase de hablar de gatos. Willow no se puede creer que haya dicho algo tan profundamente estúpido y, a juzgar por la mirada de Guy, él tampoco se lo cree.
—¿Bien? ¡Si me lo he pasado bien! Oh, sí, me lo he pasado.
GENIAL… ¡Hay que joderse! —Guy habla como si escupiera las palabras. Willow parpadea. No está acostumbrada a oírle hablar en este tono—. ¿Te crees que tú no me estás haciendo pasar por un infierno? Apenas he podido pegar ojo desde la primera vez que te vi el brazo, y no me hagas hablar de todo el trabajo que tengo pendiente. ¿Te crees que me gusta? ¿Que es divertido? Hay que joderse… ¡Y que te jodan a ti también!
Willow se siente como si le hubieran dado una bofetada. No se había dado cuenta que el Guy despreocupado, el chico que siempre se lo toma todo con calma, pudiera enfadarse así. No se había dado cuenta de que el día que habían pasado juntos no encerraba ninguna magia especial para él. No se había dado cuenta de que él tuviera el poder de herirla tan profundamente.
—Yo no creo que esto sea solo diversión —dice Willow después de un instante. Su voz suena ahora fría y dura. Ya no tiene ningún interés en hacerle sentir seguro—. Pero ¿sabes qué, Guy? Yo nunca te pedí que te quedaras en mi vida. Yo no te he invitado a que vengas hoy. Puedes irte.
—Vale, puedo irme —dice Guy con sarcasmo—. ¿Y tú crees que me puedo, así, ir sin más después de lo que pasó en la biblioteca?
Willow se muere por preguntarle de qué momento en la biblioteca está hablando. ¿Es que él siente que no puede irse porque se besaron o porque ella se cortó delante de él? Pero él no dice nada.
—Sí, claro —continúa Guy—. A lo mejor sí que preferiría estar con una persona que no necesite que la tranquilicen todo el rato, pero ¿y entonces qué? No te necesito en mi conciencia.
Willow tiene la respuesta. No le gusta ser la buena acción del día y, si eso es lo único por lo que él está aquí, entonces ella no quiere ser parte de esto.
—No soy tu proyecto, Guy. ¿Iba de eso? ¿De que no quieres sentirte culpable? ¿Que no quieres tenerme en tu conciencia? Ya eres un poco mayor para ir de Boy Scout. —Willow intenta que su voz suene lo más dura posible, pero le está saliendo igual de mal que cuando intentaba cuidar de Isabelle. De hecho su voz solo está sonando asustada y vulnerable—. Puedes volver con las otras cosas que decías que tenías que hacer este semestre. Esas cosas que decías que yo iba a complicar. Todas esas clases que vas a hacer en la universidad, el remo. Venga. Márchate. Ve y baja diez segundos tu marca, pero no te preocupes más por mí.
—¿Que no me preocupe por ti? —Guy niega con la cabeza—. ¿Y estarás bien? ¿No te cortarás la piel a tiras? ¿Estás preparada?
Willow no tiene una respuesta para eso. En su lugar piensa en todas las cosas que ella le ha dicho, todas las cosas que le ha dicho él y todas las cosas que han hecho juntos. ¿Cómo se ha podido estropear tanto ahora? Desearía poder apretar un botón y rebobinar, borrar estos últimos diez minutos, pero por desgracia, esto no es posible y se da cuenta de que, a pesar de lo difícil que pueda llegar a ser, le toca a ella arreglar la situación.
—Estaré bien —dice después de un momento—. Si te vas a quedar porque crees que vas a evitar que me corte, entonces vete. Si de lo que tienes miedo es de que si te vas, siempre me cortaré, entonces sal de aquí tan rápido como puedas. No quiero que te quedes a mi lado por eso. Ni siquiera sé cómo va a acabar esa parte de la historia. Lo único que sé es que si te vas… —A Willow se le corta la voz. Apoya los codos sobre el escritorio y apoya la cabeza en las manos. Es más fácil cortarse, autolesionarse, que decirle cómo se siente, ¿Entonces qué? ¿Si me voy, qué? —Guy está enfadado, lo suficiente como para que Willow se plantee no decir lo que va a decir.
—Vamos, dime. Si me voy, ¿entonces, qué? —vuelve a decir Guy.
Willow podría darle muchas respuestas a esta pregunta. Le puede decir que si se va ella estará mejor. Que no tendrá miedo de experimentar todas las cosas que le asaltaron en el depósito, que la están asaltando incluso ahora, sentada con él. No tendrá que preocuparse por si hay alguien empeñado en que ella abandone sus actividades extraescolares. No tendrá que preocuparse de proteger los sentimientos de otra persona. Pero tampoco tendrá a nadie con quien hablar, nadie que la conozca, nadie que la entienda. Willow le mira y la única respuesta que le puede dar, la más honesta, es simplemente:
—Si te vas… te echaré muchísimo de menos.
—Oh —dice Guy. Se levanta de la cama, cruza la habitación y se agacha hasta estar arrodillado frente a ella. Willow se pregunta si él se habrá dado cuenta de que está prácticamente en la misma postura de ayer—. Tú no eres mi proyecto —dice finalmente—. Tú no eres mi proyecto —repite, con más fuerza—. Y no me quiero ir a ninguna parte.
Willow se ha quedado sin palabras. No tenía ni idea, jamás se hubiera podido imaginar que alguien la pudiera mirar de aquel modo.
Se inclina hacia delante hasta que su frente está contra la de él. Lo más natural ahora mismo sería que se volvieran a besar, pero Willow sabe que no puede hacerlo, que no puede arriesgarse. Se pregunta por qué él querrá quedarse. Podría encontrar mucho más en otra parte, en cualquier parte, sin todas esas dificultades añadidas.
—Yo… yo tampoco quiero que te vayas —dice finalmente.
—Entonces, ¿qué quieres? —le pregunta Guy.
Willow no está segura de tener suficiente energía para contestar a esto. Está agotada. Exhausta. Intentar cuidar de Isabelle la ha dejado sin fuerzas. Decirle la verdad a Guy la ha dejado sin fuerzas. Su propia vida la deja sin fuerzas. Pero todo eso se desvanece cuando mira a Guy. Y, al recordar el aspecto que tenía en la cama, tan sereno, tan fuerte, tan correcto, solo hay una cosa que ella quiera hacer. Tal vez no sea la respuesta que él esté buscando, pero es la única que le puede dar.
—Quiero dormir —dice finalmente—. Solamente dormir, dormir mucho, y no despertarme hasta que esté lista.
Guy no contesta nada. Solamente asiente como si esta no fuera la respuesta más natural que ella le pudiera dar, sino la única.
—De acuerdo. —Guy se pone de pie, levanta a Willow de la silla y la acompaña hasta la cama. Guy vuelve a estirarse como estaba antes, pero Willow solo se sienta en el borde de la cama y le mira. Se pregunta si él puede notar el arsenal secreto que guarda debajo del colchón. Esboza una tímida sonrisa porque, por mucho que desee esto, sigue resultándole difícil. A él no parece que le esté costando tanto. Simplemente le sonríe y le tiende la mano.
Willow se quita los zapatos y, cogiéndole la mano, se sube a la cama y se estira junto a él. Su cuerpo ha ido más allá del agotamiento y el pecho de Guy es la mejor almohada que jamás hubiera podido imaginar. Pero, por todo eso, está temblando. Lo que le ha dicho la ha dejado desnuda; siente como si se hubiera arrancado una capa de su piel. Willow siente cosas, cosas buenas, sin duda, cosas maravillosas, pero ella está acostumbrada a ser insensible, a estar anestesiada, y solamente se le ocurre un modo de procesar esto.
Guy se duerme enseguida. Pero a Willow no le resulta tan fácil. Mira el techo. Intenta imitar su respiración pausada. Pero no acaba de conseguirlo, su respiración todavía es un poco aterrorizada. Intenta concentrarse en lo bien que se siente estando entre los brazos de Guy. Hasta se le escapa la risa al recordar los comentarios de Chloe sobre los chicos que hacen remo. Pero aun así, no puede parar de temblar. Busca el borde del colchón con la mano, la introduce y toca sus provisiones.
Puedes manejar esta situación, ¿no? No es tan difícil.
Willow piensa que se ha visto en momentos peores. Podría ocurrir lo que fuera abajo, con David, cualquier barbaridad, sería superable. Al darse cuenta de esto se levanta de un bote. ¿Cómo ha conseguido sentir ese dolor sin recurrir a su infalible amiga?
Willow sabe que esto debería parecerle reconfortante pero en realidad le asusta más que otra cosa. De repente se ve bañada en un sudor frío. Pensar en poder sobrevivir sin lo que ha sido un compañero inseparable en los últimos siete meses, aunque sea fugazmente, es demasiado inquietante. Empieza a buscar bajo el colchón con más avidez. Cuando su mano por fin se encuentra con la cuchilla, la coge con fuerza. Ahora mismo no necesita nada más, pero sí que necesita saber que puede haber más.
Guy se cambia de postura, moviéndolos a los dos y, de algún modo, hace que Willow suelte su presa. La cuchilla cae al suelo con un ruido metálico.
Willow sale de la cama para recuperarla y, al hacerlo, su mirada se encuentra con la mochila de Guy. Se le pasa una idea por la cabeza. Se asegura de que él está realmente dormido y se dirige a su escritorio para coger un bolígrafo. Se para un momento a mirar la caja de acuarelas que aún está por estrenar. Sería fantástico poder hacer alguna ilustración, algo para acompañar lo que está a punto de escribir, pero tardaría demasiado en secarse y, además, tiene demasiada prisa por volver con él a la cama. Se acerca a la mochila de Guy, abre la cremallera tratando de hacer el menor ruido posible, y saca la copia de La tempestad.
Ni siquiera necesita pensarlo dos veces.
Para Guy:
Oh admirable nuevo mundo que posee tales gentes…
Sonríe al imaginar la reacción de él cuando lo encuentre, se pregunta cuándo será eso: ¿hoy?, ¿mañana?
Willow vuelve a meterse en la cama. Sigue aferrada a la cuchilla, pero no importa porque esta vez su respiración sí que va al compás de la des Guy y también se duerme.