—Mira ahora, aquella parece un conejo.
—¿Estás loco? —Willow vuelve la cabeza para mirar a Guy que está estirado junto a ella en la hierba mirando las nubes—. Si se parece a algo, es a un cisne.
—Tú sí que estás loca, mira. —Señala hacia el cielo—. ¿No ves las orejas?
—Eso es el cuello.
—Orejas.
—Oye. —Willow se da la vuelta y apoya la cabeza sobre las manos—. No sé cómo decírtelo, pero me parece que tienes un serio problema.
—¿Ah, sí? ¿Y eso?
—¿Sabes que es la prueba de Roschach? Debes haber leído sobre ella. Es una prueba en la que un psiquiatra te enseña unas manchas de tinta.
—Ah, sí. —Guy se pone de lado para mirarla.
—Vale, pues la cosa funciona aunque la mayoría de gente mira una de las manchas de tinta y dicen que se parece a una casa o algo, pero hay personas que dicen que parece… no sé, una araña…
—O un conejo.
—¡Exactamente! Y a esas personas se les diagnostica algún tipo de locura.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, eso de pensar que una nube parece un conejo… no puede ser buena señal. —Tal vez pensar que se parece a un cisne sea más preocupante —dice con un bostezo y se vuelve a dejar caer sobre su espalda—. Bueno, ¿de qué van esos deberes que deberías estar haciendo ahora?
—Por favor, no me lo recuerdes —gruñe Willow. Por la mañana, cuando había decidido no ir al instituto realmente tenía la intención de pasar el día mirando el examen de francés o poniéndose con el trabajo. Lo que menos esperaba era pasar el día en el parque con Guy. Pero en las tres horas que han pasado desde el desayuno lo más complicado que han hecho ha sido remar, dar un largo paseo y sentarse en la hierba a charlar.
Willow sabe que no debería estar haciendo esto y a pesar de ello, no puede parar. Porque aunque no ha conseguido procesar aún lo que ocurrió la noche anterior, y está muy atrasada con el trabajo, no siente la necesidad de hacer nada que no sea estar allí sentada hablando con él. La chica que mató a sus padres, la chica que se corta, esa chica está a miles de kilómetros de aquí. Aquí y ahora, Willow es simple y llanamente una chica pasando el día en el parque con un chico.
—Bueno. —Guy le da un codazo—. Venga, cuéntame.
—Voy super atrasada en la clase aquella que os gusta tanto a todos, Mitos e Idiotas, o como quiera que se llame —dice Willow arrancando una brizna de hierba—. Tengo un montón que leer y ya debería haber empezado a escribir el trabajo. —Intenta usar la hierba como un silbato—. ¿Por qué no me funciona? Pensaba que se podía usar la hierba como un silbato o algo así.
—¿Mitos e Idiotas? —Guy se ríe—. Está bien, a Andy le gustaría. Y sí, se puede silbar con una brizna de hierba pero no lo he hecho desde que tenía cinco años, así que no me preguntes.
—Eres de gran ayuda. —Willow suelta la hierba que sale volando con el aire—. ¿Sabes de qué se supone que tengo que escribir? Sobre Deméter y Perséfone, pérdida y redención, como después de que Perséfone baje a los infiernos están muertos el uno para el otro. O sea, que esto tendría que ser bastante fácil para mí. Lo más seguro es que sea la única de la clase con experiencia en el tema, ¿no? —Willow hace una pequeña pausa—. Aunque, ¿sabes qué? No se trata de la pérdida, sino sobre el renacimiento, como logran volverse a unir…
—¿Has escogido el tema tú? —Guy parece sorprendido.
—No… ¿cómo se llama? Adams. Él me lo encargó.
—Sí, bueno, toda una muestra de sensibilidad por su parte.
—Bueno, seguramente ni siquiera sabía lo que estaba haciendo.
—Por lo visto no. —Guy vuelve la cabeza y la mira atentamente—. Mira, si realmente te está costando tanto tal vez te pueda ayudar. Debo tener mis apuntes por alguna parte, a lo mejor si los consultas encuentres por dónde empezar. —Se vuelve a girar y observa las nubes.
—Gracias —dice Willow—. ¿Qué… qué estás haciendo? —Guy está estirado boca arriba mirando las nubes, pero con los brazos en alto, estirados. Los mueve como si quisiera…
—¿Qué crees tú?
—Mmm, si tuviera que adivinarlo, diría que estás intentando dirigir el tráfico o una orquesta.
—Casi, casi. En realidad estoy intentando mover las nubes para que estén más cerca la una de la otra —dice, con toda seriedad—. ¿Ves aquella que parece un conejo, vale, un cisne, y la que parece un pastel de cumpleaños? Pues las estoy acercando.
—Vale. —Willow se incorpora de golpe—. Ya te he dicho que ver un conejo no era buena señal, pero es evidente que se te ha ido la olla, esto es precisamente…
—¿Lo has visto? —le interrumpe Guy—. La he movido, ¡no lo puedes negar! Y relájate, no estoy loco. Estoy usando una antigua y respetada técnica.
—¿Eh?
—Es del Manual de magia para chicos, descatalogado desde 1878, lo compré en el centro. Este es el truco número diecinueve. Cómo controlar el clima y dejar a tus amigos boquiabiertos en las meriendas al aire libre.
—¿Meriendas al aire libre?
—Ya te lo he dicho, está descatalogado desde 1878. Además, es inglés. Está lleno de referencias a cosas como convites en el jardín, o juegos de criquet, o cómo comportarse cuando hagas trucos para tus mayores.
—Aaah… Y tú… ¿Te lo compraste hace poco?
—Lo compré cuando tenía doce años —dice Guy—, y, vale, me da un poco de vergüenza, pero yo me creía de verdad todas estas cosas de hechizos para controlar el clima. ¡Mira! ¡Has visto eso! Te lo digo, estoy moviendo las nubes.
La mira con una expresión triunfante en la cara.
—Por favor. —Willow ni siquiera se molesta en levantar la mirada hacia el cielo—. Es el viento. En la última hora se ha levantado aire y hace más frío. —Se estira sobré la hierba—. ¿Manual de magia para chicos? Suena a algo que le hubiera gustado a aquel profesor tuyo.
—Estoy seguro de que lo escribió algún pariente lejano suyo —le responde Guy, aunque sigue totalmente concentrado en el cielo—. De hecho, creo que es el último libro que compré antes de que nos fuéramos a vivir a Kuala Lumpur.
—Imagino que te ayudaría a encajar con todos esos niños.
Británicos —dice Willow mientras le mira. Él es muchísimo más interesante que las nubes. Se pregunta cómo debía ser con doce años.
—Tal vez, si hubiéramos vivido hace cien años, y si yo hubiera aprendido unos cuantos trucos. Pero la única magia que he conseguido hacer en mi vida son los típicos juegos de manos con la baraja de cartas que no hacen más que poner a tus amigos de los nervios y hacerte parecer un memo en las meriendas al aire libre. —Guy hace una mueca—. La verdad es que no había pensado en el libro desde entonces. Enseguida me aburrí de él, pero al leer La Tempestad me acordé. ¿Te acuerdas de cómo Próspero conjura una tormenta? ¡Mira! No estás mirando. —Le da un pequeño empujón—. Venga, ¿por qué no me crees? Está claro que el libro no era de mentira, sino que yo era demasiado joven para entender lo difícil que es controlar el tiempo. En serio, las nubes se están moviendo, va a haber una tormenta. —Se para y la mira—. ¿Ves? Igualito que Próspero.
—¡Tú no eres para nada como Próspero! —protesta Willow—. Si tengo que decir uno, tú eres…
Bueno, él es exactamente como Ferdinand.
Willow se queda parada de lo cierto que es esto. Por supuesto que es como Ferdinand: él es el perfecto héroe romántico. También ha recordado las palabras que pronuncia Miranda cuando ve por primera vez a Ferdinand:
Oh, admirable nuevo mundo que posee tales gentes…
A diferencia de Miranda, Willow está en un nuevo mundo y, aunque nunca escogió estar aquí, le sorprende haber encontrado a una persona tan increíble en él.
—Oye —le dice Guy interrumpiendo sus pensamientos—. Me parece que se va a poner a llover de verdad. Deberíamos irnos del parque. A menos que te quieras quedar.
No está mal que te pille la tormenta al aire libre; deberías ver los rayos cayendo sobre el río.
—No —dice Willow tajantemente—, no soporto la lluvia.
—¡No! ¡No digas eso! —Guy parece realmente disgustado—. O sea, esa sí que es una categoría importante: gente que sabe apreciar lo genial que es la lluvia y gente a la que le destroza los nervios solamente porque el tráfico se pone fatal. Por favor, no me digas que odias la lluvia.
—Antes me encantaba. —Willow se pone a recordar todas las veces que, en casa, pasaba horas acurrucada en un sillón con un libro mientras la lluvia repiqueteaba contra las ventanas.
—¿Y entonces por qué no… ?
—Aquella noche estaba lloviendo —dice Willow de repente—. Aunque no parecía que fuera a llover. Y era una lluvia preciosa, como la que tú estás describiendo. Una lluvia torrencial. Siempre me he preguntado qué hubiera ocurrido si el tiempo hubiera sido un poco mejor. —No quiere seguir explicándose. Seguro que él ya ha entendido a qué se refiere.
—Pero ¿por qué conducías tú? —Guy enseguida entiende la referencia. Se acerca ella y le coge de la mano—. No lo entiendo. Me dijiste que ni siquiera tenías el carnet de conducir, y hacía tan mal tiempo. ¿Qué estaba pasando?
—Nada. No pasaba nada. ¿Qué quieres decir? Habíamos salido. A mis padres les apetecía beber. —Willow se encoge de hombros—. Hice algo simplemente horrible.
No hay ninguna manera… Anoche tuve una… escena con mi hermano. La pelea. ¿Sabes cómo empezó? Nos encontramos a un amigo de David que le preguntó por nuestros padres, y David no le dijo nada. No pudo decirle nada. No puede enfrentarse a lo que hice. No puede enfrentarse a lo que soy.
—A lo mejor es que no quería entrar en el tema. A lo mejor estaba intentando protegerte. Ahorrarte tener que escuchar a ese tipo haciendo preguntas.
Willow le mira sin hablar, considerando esta posibilidad un momento antes de rechazarla como imposible.
—Tal vez deberíamos irnos del parque —dice Guy cuando se pone a llover. Se levanta tirando de la mano a Willow para que se levante—. ¿Quieres que volvamos a tu casa, o que vayamos a comer algo? Te diría de ir a la mía pero es que mi madre estará allí y se preguntará qué hago en casa en mitad del día. Es pintora —añade—, así que trabaja en casa.
—Aún no tengo hambre —dice Willow—. Y mi casa está demasiado lejos. —Aceleran el paso para evitar la lluvia, pero parece una batalla perdida.
—¿Sabes adónde podríamos ir? —dice Guy de repente—. Podríamos… —Pero no consigue acabar la frase, y tampoco puede mirarla a los ojos mientras salen del parque a toda prisa y cruzan la calle.
Willow está segura de que sabe en lo que está pensando Guy. Es el lugar más obvio, apenas a una calle, gratis si eres estudiante, un lugar fascinante y, por desgracia para ella, lleno de recuerdos.
Podrían ir al museo. A aquel en el que Guy estuvo para la conferencia de los padres de Willow, el mismo en el que ella ha estado millones de veces.
—Ibas a decir el museo, ¿verdad? Es buena idea, vamos. —Le da un tirón en la manga. —¿Estás segura? —pregunta preocupado.
—No, pero vayamos de todos modos —dice Willow a la vez que suena un trueno. Llueve a mares, es una locura quedarse por la calle y el museo es, de lejos, la mejor opción.
—Vale.
Corren tan rápido como pueden por la calle y suben la escalera del museo.
—¡Estoy empapada! —Willow agita la cabeza y caen gotitas de agua a su alrededor. Guy también está chorreando a su lado sobre el suelo de mármol.
—Tengo la sudadera que te dejé el otro día en la mochila —dice Guy—, podemos usarla de toalla.
—Sí, por favor. —No acaba de pronunciar estas palabras que nota cómo Guy la empieza a frotar vigorosamente con la sudadera—. ¡Oh, para! —Se ríe Willow—. ¡No tan fuerte!
—¿No quieres secarte?
—¡Sí, pero no soy un cachorro!
—No sería tan…
—¡Chist! —Un guardia de seguridad les llama la atención.
Willow para de reír, no tanto por el toque de atención del guarda sino más bien porque, de repente, se ha dado cuenta de dónde está. Mira a su alrededor lentamente, comprueba cómo se siente. ¿Será igual que en la librería?
Sin embargo, al ver a su alrededor el gran vestíbulo de mármol no experimenta ninguna de las sensaciones que le han invadido en la librería. Tal vez sea porque, a diferencia de la librería, el museo es totalmente diferente a como ella lo recordaba. Willow nunca lo había visitado por la tarde entre semana. Está prácticamente vacío. No es que lo haya llegado a ver nunca lleno hasta los topes, pero ahora parece que tengan todo el lugar para ellos solos. A lo mejor es porque aquí tiene muchos recuerdos que no están conectados con sus padres, ya que ha estado muchas veces sin ellos.
O tal vez sea porque ahora no está sola.
—Bueno, ¿qué quieres hacer? —dice Guy mientras se acaba de secar—. ¿Qué te apetece ver?
—Olvídate ahora de lo que me apetece a mí —responde Willow mientras se dirigen hacia la escalera—. Sé exactamente lo que te apetece ver a ti. Los dinosaurios, ¿verdad?
—Lo has pillado a la primera.
Caminan a través de los amplios pasillos, pasando junto a las salas llenas de ornamentos de jade y máscaras tribales, el auditorio donde sus padres daban conferencias hasta que finalmente llegan a la exposición de dinosaurios.
—Estos son mis favoritos —dice Guy caminando con determinación hacia un par de ornitomímidos. Se inclina sobre la cuerda de terciopelo y, por un segundo, Willow cree que va a acariciarlo.
—No tocar —les advierte un guarda aburrido.
—Como si fuera a hacerlo —murmura Guy por lo bajo—. Creo que soy capaz de entenderlo desde esta perspectiva. —Se pone recto y se vuelve hacia Willow—. He estado aquí los fines de semana y siempre está lleno de niños pequeños. Tendrías que verlos, solo les falta subirse a alguna de estas cosas, sobre todo al Tiranosaurus Rex. Les vuelve locos. —Cruza la sala para examinar otro esqueleto.
A Willow se le escapa una pequeña sonrisa. Por lo que puede ver, él no es tan diferente de los niños de cinco años, a menos, en lo que a dinosaurios se refiere.
—Bueno. —Guy aparta la mirada de una mandíbula reconstruida y mira a Willow—. ¿Adonde vamos ahora? ¿Cuál es tu exposición favorita? Espera, no me lo digas. Creo que lo puedo adivinar, dame un segundo. Vale, seguramente a ti te deben gustar las gemas y los minerales, ¿no? No me refiero a la cosas esas de lujo, las joyas de la corona o lo que sea, eso es demasiado formal para ti. Yo me refiero a las piedras semipreciosas, los pedruscos de amatista y topacio.
—Has acertado —dice Willow. De hecho, los grandes cristales dorados y violetas con ese brillo peculiar que tienen están entre las cosas que más le gustan del museo. No le sorprende que lo haya adivinado, no después de todo lo que han compartido. Pero aun así, eso de que pueda dar en el clavo con tanta facilidad acerca de lo que ella quiere y desea la hace sentir algo incómoda. De repente vuelve a sentir la ambivalencia que le invadía esta misma mañana.
Se aleja unos pasos de él retorciéndose las manos y piensa. No es que se avergüence, como hacía antes. Que él la conozca tan bien no es malo, todo lo contrario. El vínculo que han forjado es lo único positivo que hay en su vida. Es más bien que Guy lo sabe todo sobre ella. Sabe las cosas más terribles y, al estar frente a él, Willow no puede evitar sentirse increíblemente vulnerable.
—Bueno, ¿qué me dices? ¿Quieres que bajemos?
—Lo sabes todo de mí —le suelta Willow. Guy la mira sorprendido y ella se da cuenta de que lo que está diciendo no tiene sentido, que, por lo que él sabe, acaba de decir esto sin motivo alguno—. Lo que quiero decir es que no solo sabes que quería ver la amatista… —Se le rompe la voz, no sabe cómo continuar.
—Bueno, tú sabías que yo quería ver los dinosaurios, no entiendo…
—Es diferente —le interrumpe Willow—. Tú eres un tío, estás programado para que te gusten los dinosaurios.
—¿Sabes? Si yo te hubiera dicho que querías ser la amatista porque tú estás programada para que te gusten las joyas me estarías diciendo que soy un machista…
—No lo entiendes —dice Willow exaltada—. Me refiero a que tú sabes lo peor de mí y yo… no sé lo mismo de ti. Sé todo lo bueno pero… no sé qué es lo que te da vergüenza, no sé si hay algo en ti que no quieres mostrar a los demás.
—Oh… —Guy parece bastante sorprendido del giro que ha tomado la conversación.
—No importa —murmura ella después de un segundo—. Mira, vayamos a ver las piedras preciosas y ya está. —Le tira de la mano—. Vamos, olvida lo que he dicho.
Pero a Willow le está costando olvidar. Y por desgracia, cogerle de la mano no le está poniendo las cosas fáciles. Con cualquier otra persona cogerse de la mano sería la cosa más inocente del mundo, pero con Guy no es el caso. Sus manos, bonitas y grandes, que le han curado las heridas, solo le recuerdan que él sabe su peor secreto.
—Aquí estamos —dice cuando los dos entran en la sala de las gemas y los minerales. Al igual que en la exposición de los dinosaurios, están a solas. Ni siquiera hay un guarda de seguridad, probablemente porque aquí todo está guardado en vitrinas.
La sala no tiene ventanas, es un sótano. Pero el lugar está iluminado por la luz artificial y el peculiar brillo de las joyas. Este resplandor fantasmal y las irregulares formas que toma el cristal siempre le han hecho imaginar a Willow que estaba caminando por la superficie de la luna.
—¿Sabes? Creo que hay una ostra inmensa en algún lugar. Quizá no te guste pero yo la encuentro fascinante. Contenía la perla natural más grande que jamás se haya encontrado. No me acuerdo de cuánto pesaba pero… Espera un segundo, está justo ahí, si no recuerdo… —Willow se da cuenta de que está tartamudeando pero no sabe qué más hacer. Todo lo que ha dicho cuando estaban arriba está en el aire, y Willow desea desesperadamente poder volver a bromear amigablemente como hacían en el parque.
—¿Qué te parece? —le pregunta a Guy con un falso entusiasmo cuando se paran frente a la ostra.
—No creo que, en fin… No creo que haya nada de lo que me avergüence —dice Guy ignorando completamente la ostra y volviéndose a mirarla—. No siento que haya hecho algo que deba ocultar a los demás. Nada que no sea completamente trivial. Seguramente habré copiado en algún examen de álgebra cuando estaba en octavo o algo así.
—Oh —dice Willow débilmente.
—Lo que quiero decir es que no hay nada en particular que me dé miedo que los demás descubran —continúa Guy—, las cosas no son así para mí. Lo que a mí me pasa es que no soportaría que mis amigos, ni siquiera Adrian, supieran lo que hay dentro de mí la mayoría del tiempo. —Hace una pausa y mira a Willow a los ojos. Ella se da cuenta de que, a pesar de toda la fuerza que tiene Guy, es tan vulnerable como ella—. Ya ves, yo… Bueno, supongo que la mejor manera de describir cómo me siento. Es que tengo miedo, tengo muchísimo miedo. Y ya sé que en el fondo mucha gente también lo tiene, pero aun así… Es decir, ya sé que Laurie también te diría que ella tiene miedo. Tiene miedo de que no la acepten en la universidad adecuada, o de que Adrian y ella tengan que ir a universidades distintas. Y no estoy diciendo que esos temores no sean reales para ella, pero lo mío es algo diferente. Lo que a mí me da miedo es entrar en la universidad adecuada, conseguir un trabajo adecuado y que, para los demás, todo parezca que va perfectamente, pero, en cambio, no lograr hacer o pensar nada excepcional. Y aunque mi vida esté bien en la superficie, yo sabré que he fracasado, y no en algo poco importante como los estudios, si no en la vida. —Para de hablar un segundo.
—Continúa —dice Willow, apretándole la mano.
—Vale, ¿recuerdas aquel día, en el depósito de la biblioteca, cuando me explicabas cómo es el trabajo de campo?
—Sí —asiente Willow.
—Bueno, estábamos bromeando y ya sé que te parecerá un ejemplo sin importancia, pero te dije que quizás a mí tampoco me guste el trabajo de campo porque me gusta darme mis buenas duchas. En fin, a veces me preocupa que toda mi vida esté basada en lo que es cómodo y fácil. Me preocupa poner demasiado empeño en lo que me hace sentir bien y nunca arriesgar para conseguir nada. Y me preocupa arriesgar y, aun así, no conseguir nada.
Willow no dice nada. Está demasiado ocupada pensando en todo lo que él le acaba de decir y no puede entender por qué ahora que él se ha expuesto completamente, se ha hecho totalmente vulnerable, solo le parece más fuerte.
—Pero estos últimos días ya no me preocupo tanto por esto —dice Guy—. Supongo que lo que me asusta ahora es no ser capaz de protegerte.
Willow le mira. No sabe muy bien cómo responder a esto tan maravilloso que le acaba de decir. Aprieta su mano con más fuerza y se da cuenta de que él se está acercando a ella lentamente, muy lentamente. Se siente como si los dos estuvieran debajo del agua, y sabe que él va a besarla.
—Ejem. —El guarda de seguridad se aclara la voz y los dos pegan un bote del susto. Guy esboza una media sonrisa. Aunque Willow deseaba que Guy le besara se siente algo aliviada de que el guarda de seguridad lo haya evitado. El corazón le late con fuerza de miedo y de pensar cómo se hubiera sentido si la hubiera besado.
Porque ahora ella es la que está asustada, muy asustada. Y no de él, sino de ella misma o, mejor dicho, de lo que está sintiendo por él.
¿No lo sabías? Bueno, ¿es que no sabías que las cosas iban a acabar así?
Debería haberlo previsto. Desde la primera vez que hablaron en la biblioteca, que ella le habló de un modo en el que nunca le había hablado a nadie, ¿no podía ver entonces que esto iba a pasar? Ella, además, había intentado evitarlo. El primer día, cuando él quería acompañarla a casa, ella intentó quitárselo de encima.
¿Qué había pasado con su resolución? No debería haberle llamado anoche. No puede creerse que haya pasado tanto tiempo con él, descubriendo cosas sobre él, que prácticamente le haya rogado que le cuente los secretos más profundos de su alma.
Y más que nada, no se puede creer que haya dejado que se le meta dentro y que signifique tanto para ella.
Willow sabe que, hace un año, si se hubiera encontrado en una situación así, con un chico así, se hubiera sentido increíblemente afortunada, pero ella ya no tiene nada que ver con la chica que era hace un año.
Es absolutamente sorprendente que su nuevo mundo —que es de todo menos admirable— posea una persona así. Pero, por desgracia para Willow, ella no puede permitirse sentir por él lo mismo que cuando vivía en su antiguo mundo.
El silencio entre los dos está empezando a ser violento. Willow sabe que Guy espera que sea ella la que diga algo en primer lugar. Que está esperando una respuesta para las cosas que le ha dicho y, aún más, quizás esté esperando una respuesta a su intento de besarla. Ella debería decir algo, corresponder a este regalo que le está ofreciendo, pero no puede. No puede decirle que se ha emocionado porque no se permitirá emocionarse. No puede decirle que le importa porque está haciendo todo lo que puede para que no le importe.
Willow no sabe qué hacer. Necesita huir de él, huir antes de que las cosas se compliquen, pero no sabe cómo salir de esta. No sabe cómo ignorar el ruego que él tiene escrito en la cara.
—Me juego lo que sea a que ha parado de llover. Debería ir a casa y ver si puedo avanzar algo del trabajo —es lo que Willow se resuelve a decir—. Por el cambio de expresión de Guy —parece que le hayan dado una bofetada— juraría que es lo peor que se le podría haber ocurrido.
—¿El trabajo? —dice Guy como si no se lo pudiera creer—. ¿Me tomas el pelo? ¿Esa es tu respuesta? Vale. —Se aparta de ella y la empuja. A diferencia de antes, está claro que no ve el momento de perderla de vista—. Vale, haz lo que quieras. Supongo que yo iré a la biblioteca a ver si también puedo avanzar faena—. Habla con frialdad y Willow se da cuenta de que Guy está herido y confuso.
—Te acompaño —le dice sin pensarlo. Ahora Guy está más confuso que nunca. ¿Y cómo no iba a estarlo? Debe parecer una loca después de cómo le ha rechazado. Pero Willow todavía no se siente con fuerzas para separarse de él.
Y no puede soportar dejarlo con esa expresión en la cara.
—Como quieras —le dice Guy con indiferencia—. Venga, vamonos de aquí.
Ha parado de llover. El sol vuelve a brillar y corre una ligera brisa, pero Willow y Guy están completamente ajenos al maravilloso día que hace. Ninguno de los dos dice ni una palabra de camino a la biblioteca.
—Bueno, yo iba al depósito, como siempre. ¿Quieres venir? —Guy no la mira mientras le dice esto y Willow no entiende por qué él se molesta en preguntar. Si la situación fuera al revés, ella no cree que se tomara la molestia de volver a hablarle. Tal vez Guy, al igual que ella, note que ha quedado algo pendiente en el aire.
—De acuerdo —asiente Willow.
Caminan en silencio por el campus hacia la biblioteca. Después de enseñarle los carnés a Carlos suben en el ascensor hasta el piso once. Como de costumbre, están solos. Guy pulsa el interruptor de las luces y Willow cierra los ojos deslumhrada.
—No creas que lo que has dicho me ha dejado indiferente —dice de repente, cogiéndole de la muñeca y acercándose a él—. No es que no quisiera que me besaras. Es que no puedo permitir que me beses. No lo entiendes, no puedo permitirme eso a mí misma.
Guy se desenreda el brazo y le coloca las manos en los hombros.
—Tienes razón —le dice—, no lo comprendo. —Pero en su voz ya no hay ninguna frialdad.
—Quiero decirte algo. Voy a decirte algo —le corrige Willow. Ha tomado una decisión. El ha hecho tanto por ella que debe darle algo a cambio. Le coge las dos manos—. Ven, vamos a algún lugar donde al menos estemos cómodos. —Camina junto a él hasta el lugar donde estuvieron hablando de la conferencia de su padre.
—Voy a decirte algo —repite Willow. Se sienta con las piernas cruzadas y le estira del brazo para que se siente junto a ella, cerca, tan cerca como si estuvieran unidos desde el hombro a la cadera.
—Te escucho.
Guy parece tener sus reservas, pero escucha con atención.
—De acuerdo. —Willow toma una bocanada de aire—. Después del accidente estuve una semana en el hospital. No tenía nada, pero ya sabes, te tienen ahí en observación o algo así. En fin, lo único bueno de estar allí es que estaba tan sedada que no me daba cuenta de lo que estaba ocurriendo en realidad. Bueno, lo sabía, vale, pero no era consciente de ello. Estaba consciente solamente dos o tres horas al día. El resto, dormía. —Hace una pausa para ordenar sus pensamientos.
«Entonces, David y Cathy vinieron a recogerme. Por supuesto, me habían estado visitando todo el tiempo, pero habían venido a buscarme para llevarme a casa, a su casa. Obviamente tenía que irme a vivir con ellos, no podía volver y vivir sola, y David no quería irse de la ciudad. Lo arregló todo para que pudiera acabar el curso enviando trabajos extra y otras cosas. Iba bastante avanzada en la mayoría de las clases y, de todos modos, en mi antiguo instituto las clases acababan a mitad de mayo, así que solo faltaban unas ocho semanas. —Willow para de hablar. Sabe lo que va a decir pero simplemente es demasiado duro explicar algo que nunca antes ha habado con nadie. »Fue terrible después del hospital. El hospital era, no sé, como vivir en una inconsciencia de todo. Pero estar con David y Cathy, sin sedantes ni pastillas para dormir, era una pesadilla. Estaba todo el rato como ida, pero no por las drogas, sino porque finalmente era consciente de lo que había hecho. Es decir, que entendí lo que había pasado, me di cuenta realmente, pero no sentía dolor, no en aquel momento. Supongo que aún estaba en estado de shock.
»Después de una semana de pasarme todo el día en bata y durmiendo, David decidió que quería ir a casa a buscar los libros de nuestros padres para traerlos al apartamento. Ya te puedes imaginar que nuestra casa está llena de libros: te estoy hablando de miles y miles. Cuando llegamos a casa David me dio un destornillador para que desmontara una vieja librería que teníamos en el sótano mientras él se ocupaba de una que había en el primer piso. Ahora que lo pienso, no tiene sentido. O sea, ni siquiera hay espacio para tantos libros en el apartamento y, ¿para qué tenía que desmontar una estantería vieja y cutre? ¿Por qué no empaquetar los libros sin más? ¿Sabes qué creo que estaba pasando? Creo que, para David, destruir las estanterías era como para los griegos desgarrarse las vestiduras y arrancarse el pelo en señal de duelo. Creo que la cosa iba por ahí, pero la verdad es que no tuvimos mucho éxito en nuestra empresa.
»El caso es que yo estaba abajo, en el sótano, con el destornillador. Esta herramienta y yo nunca hemos sido buenos amigos, es como subir el Everest con zapatos de tacón, cosas que no casan. Y de repente, no sé, quizás era por lo de volver a estar en casa, no sé, o lo mucho que esos libros significaban para mis padres y el hecho de que yo estuviera a punto de desmontar la colección, pero, de repente, lo empecé a entender. No me refiero a pensar en ello, sino a comprenderlo, a asimilarlo. Fue como si de repente tuviera un inmenso dolor llamando a las puertas de mi conciencia: una sensación abrumadora, extrema, y sabía que, si la dejaba pasar, me vendría abajo.
»Y entonces, justo cuando pensaba que no tenía control sobre lo que iba a pasar me di cuenta de dos cosas: la primera era que el dolor emocional estaba desapareciendo, se iba, no iba a consumirme, y la segunda era que me estaba clavando el destornillador, que me estaba literalmente atacando a mí misma, y que el dolor físico que me estaba produciendo era mejor que cualquiera de los sedantes que me daban en el hospital. Simplemente estaba consiguiendo que todo lo demás desapareciera. Este dolor, este dolor físico, fluía por mis venas como si fuera heroína y yo era insensible, inmune al resto de cosas. No podía sentir nada más allá del dolor y entonces supe que había encontrado la manera de salvarme.
»Cuando viste esas heridas, pensaste que me quería suicidar, pensaste que todos esos cortes eran como prácticas antes de hacer acopio de valor para realizar mi siguiente objetivo. No lo entiendes, no has comprendido nada. Yo me estoy salvando.
»Me he enseñado, me he entrenado para no sentir nada más allá del dolor físico. Tengo un control absoluto sobre eso. ¿Lo entiendes? ¿Comprendes lo que esto significa?
Guy no dice nada, está pálido. Willow también está en silencio, agotada después de haber revelado tanto de sí misma, pero hay algo más que está ocurriendo. Allí lentada, junto a él, Willow es absolutamente consciente de cada sensación de su cuerpo, del aspecto que tienen sus brazos con las mangas subidas, de la textura de la piel de Guy en contacto con la suya y de cada sensación que todas estas cosas despiertan en su interior. Y se da cuenta de que, por mucho que intente evitarlo, por mucho que intente sentir solamente dolor, ahora mismo está sintiendo algo más y no hay nada que desee más que besarlo.
Le sorprende que su estado de ánimo haya cambiado tan repentinamente. ¿Cómo ha podido transformarse la angustia en deseo?
Tal vez sea porque jamás se había mostrado tanto ante otra persona. Tal vez porque quiere descubrir si su hipótesis es acertada. ¿De verdad es tan peligroso para ella sentir algo? ¿Besarle, sentir algo por él, enamorarse de él será realmente tan desastroso?
Esta vez ella es la primera en inclinarse. Está arrodillada frente a él, le coge del cuello de la camisa y lo atrae cerca de ella. Él está claramente más sorprendido que ella por todo esto, pero se deja llevar. Sus labios se encuentran, ella se acerca aún más hasta sentarse en su regazo, le coge las manos, que él había colocado sobre las caderas de ella, y las coloca sobre sus pechos. Solamente le falta devorarlo, en su desesperación por ver si puede tener algo en la vida más allá de su dependencia con la cuchilla.
Willow no sabe el momento preciso en que ese extraordinario placer que está sintiendo se convierte en el terrible dolor que tanto temía. Las imágenes del accidente empiezan a colarse entre sus párpados cerrados luchando por acaparar la atención de Willow, alejarla del rostro de él al que ella se aferra. Un terremoto de emociones amenaza con asaltarla. De repente vuelve a sentarse en el suelo junto a las estanterías. —No puedo—. Willow aparta a Guy de su lado—. ¡No puedo!
Respira con dificultad. Apenas se da cuenta de que Guy está de rodillas, frente a ella. El salpicadero lleno de sangre, los brazos y piernas de su madre, rotos, eso es todo lo que ve. Willow se tapa los oídos en un vano intento de ahogar los terribles sonidos del accidente.
Se levanta de un salto, se aleja corriendo de él, busca en el bolsillo la cuchilla que siempre lleva con ella.
Pero en el instante en que se dispone a cortarse, a salvarse, a acabar con esas visiones de pesadilla, las manos de Guy caen sobre las suyas. La obliga a volverse a sentar en el suelo.
—No. —Guy hace un gesto firme de negación—. No aquí. No ahora. No delante mío. —Pero tengo que hacerlo. —Willow jadea—, déjame en paz. ¡Déjame hacerlo!
Guy se coloca de cuclillas frente a ella y la mira con solemnidad.
—De acuerdo —dice finalmente—. Entonces hazlo, pero no de esta manera, como un animal acorralado. Tendrás que hacerlo delante de mí.
—Tú… quieres… —Lo mira boquiabierta. No puede imaginarse a sí misma cortándose frente a él. Es algo tan íntimo que hace que su beso parezca un simple apretón de manos. No puede hacerlo. Simplemente no puede hacerlo. Se sienta en el suelo con la cuchilla pendiendo inútilmente de su mano.
Pero las imágenes que invaden su cabeza no paran y solo hay un modo de acabar con ellas.
Willow ni siquiera parpadea mientras introduce la cuchilla en su piel. Mira a Guy consciente de que, aunque está vestida, es como si se hubiera desnudado frente a él.
Le duele. Le duele muchísimo pero en unos segundos el dolor fluye por su cuerpo como un opiáceo, apartando completamente todo lo demás.
—Oh, Dios mío. ¡Oh, Dios mío! —Ahora Guy es el que se cubre la boca con una mano—. ¡Para! ¡No puedo verlo!
Coge la cuchilla y la lanza al otro extremo de la sala, le coge del brazo y mira la sangre, coge a Willow con fuerza y la estrecha contra su pecho.
Willow está tan cerca que vuelve a sentarse en su regazo.
Está tan cerca de él que es como si respiraran el mismo aire.
—¿Es que no te vas a permitir sentir nada que no sea dolor?
—Él la coge con más fuerza de la que ella se pudiera imaginar.
Willow se deja caer sobre el pecho de Guy. Ahora que la cuchilla ha cumplido su función ya no le resulta tan abrumador estar allí con él. Le mira con los ojos medios cerrados mientras él le limpia la sangre del brazo con la camisa. Ahora que se ha sedado, a Willow nada le gustaría más que estar así con él, para siempre.
Pero en lugar de eso hace lo siguiente que le gustaría más. Se queda allí hasta que las luces se apagan y se quedan los dos a oscuras. Se queda allí tanto tiempo que se le pasa la hora de llegar a casa. Simplemente se queda allí, sentada de aquella manera, todo el tiempo que puede.