Lo primero que piensa Willow al despertarse es que la lámpara no está donde se supone que debería estar. Tarda un segundo en darse cuenta de que es ella la que está en el lugar equivocado. En vez de estar en la cama está estirada en el suelo, aún lleva puesta la ropa de ayer, y en la mano tiene un teléfono que se ha quedado sin batería. No se había sentido tan aturdida, tan desconcertada, desde que despertó en el hospital después del accidente.
Pero esa desorientación pasajera respecto a la lámpara es lo único que le produce confusión. En su mente, todo lo demás está claro como el agua. Sabe por qué está en el suelo, sabe por qué aún lleva la ropa de ayer, sabe por qué la ropa se le pega y por qué en el aire flota un olor metálico a sangre.
Willow recuerda todo lo que sucedió la noche anterior. La cara de David, la cara de Cathy…
Incluso la voz de Guy al otro lado del teléfono y el sonido de su respiración mientras ella se cortaba.
Se da la vuelta sobre su estómago, dejando el auricular del teléfono y haciendo una mueca de dolor al sentir sus cortes aún tiernos entrar en contacto con el suelo. Apoya la barbilla en las manos y piensa en el hecho de haberle llamado. Nunca se le hubiera ocurrido, cuando le pidió su número de teléfono, que realmente acabaría por llamarle, pero tampoco se hubiera imaginado estar en el parque con él, regalarle un libro o hacer cualquiera de las cosas que han hecho juntos.
Pero nada de eso significa que Willow se sienta bien por haberle llamado. Una ola de vergüenza la invade al pensar en los sonidos inarticulados que hace cuando se corta. ¿Por qué ayer decidió hacerle partícipe de eso? ¿Por qué le dio acceso a su mundo de dolor? Él merece cosas mejores.
Willow sabe que Guy fue el primero que se ofreció para que le llamara, pero ella tiene que creer que él no podía saber en qué se estaba metiendo. Es posible que Guy supiera que ella se cortaba, pero saberlo y ser testigo —aunque sea a través del filtro del teléfono— son cosas muy diferentes.
Se pregunta cómo reaccionará cuando se lo encuentre en el instituto. ¿Le sacará el tema de la llamada telefónica? Más aún, ¿cómo reaccionará ella? Por supuesto, es posible que ni siquiera se lo cruce.
En cualquier caso, tiene cosas más urgentes en que pensar. Da igual la reacción de Guy. ¿Cómo se va a enfrentar a David y a Cathy?
Willow mira el reloj. Se ha quedado dormida, así que es muy posible que ya se hayan ido. Cualquier otro día, Cathy o David se hubieran asegurado de que se levantaba, pero lo más probable es que ellos tengan las mismas ganas de evitarla.
Consigue ponerse en pie, cosa que no resulta fácil teniendo en cuenta lo cansada y desgastada que está, cuelga el teléfono y se acerca de puntillas a la puerta. Da una vuelta a la llave con el máximo cuidado, abre la puerta y asoma la cabeza.
La recibe un absoluto silencio.
Ya deben haberse marchado. Bien. Tiene un poco de espacio para respirar. Tal vez, con tiempo suficiente, pueda encontrar qué decirles cuando les vea. ¿Debería disculparse por lo ocurrido la noche anterior? Tal vez David es quien deba disculparse. Tal vez ella debería actuar como si nada hubiera ocurrido.
¡Sí! ¡Eso será fácil!
Willow cierra la puerta sin hacer ruido aunque sabe que nadie la puede escuchar y se dirige hacia el baño. Es hora de empezar el día. Se detiene un segundo para sacar ropa limpia de la cómoda.
Lo primero que tiene a mano es una camiseta de manga corta: no es lo más apropiado para llevar estos días, teniendo en cuenta todo lo que deja al descubierto mostrando los brazos. Willow detiene en el momento en el que va a guardarla en el cajón. Claro que, si no va al instituto, puede llevar lo que quiera… Quizá debería quedarse en casa, abrir de una vez el libro de francés, o ver si finalmente puede avanzar algo con el Bulfinch, acabar de leerlo o empezar a escribir el trabajo. ¿No tendría más sentido eso que ir al instituto, donde solo irá de clase en clase como una sonámbula, aturdida por lo ocurrido el día anterior? Y no es solo eso, si se salta las clases resuelve el problema, al menos por un día, de cómo actuar cuando vea a Guy.
Bien, un problema resuelto. Una pena que no pueda saltarse el resto de su vida. Se cuelga la ropa del hombro, entra en el cuarto de baño y enciende la ducha.
Se apoya en las baldosas húmedas dejando que el agua la cubra como si estuviera bajo una cascada, observando fascinada cómo la sangre seca entra con el remolino de agua por el desagüe. A diferencia del acto de cortarse, que siempre la alivia, esta visión no la ayuda. De hecho, incluso la pone un poco mala. Willow sabe que hay una terrible desconexión entre lo que hace y lo que siente cuando ve los frutos de su labor, pero no es fácil ser racional cuando aparece la necesidad de cortarse.
Willow apaga la ducha, se viste y baja por la escalera a la cocina.
Para comer no hay gran cosa, aparte de una bolsa medio vacía de galletas saladas y unos cuantos tarros de potitos. Cathy nunca tiene tiempo de ir a la compra, por eso siempre están encargando comida. A lo mejor debería ir ella más tarde, esa sería una buena manera de intentar hacer las paces o algo así. Claro. ¡Como si con eso se arreglara todo! Willow coge un puñado de galletas saladas rancias y camina hacia la mesa. Allí, apoyada sobre el azucarero, hay una nota escrita por Cathy con su nombre.
La mira unos instantes con miedo a abrirla. Pero la verdad es que nada de lo que diga Cathy puede empeorar más las cosas. Willow se pregunta si la carta es una reprimenda o un intento de suavizar las cosas.
Solo hay una manera de saberlo.
Coge el papel antes de cambiar de idea.
Querida Willow:
He decidido dejarte dormir hoy.
Debes saber lo mucho que David y yo te queremos. ¡No pienses nunca que él te culpa por lo que pasó o que no confía en ti! Nada podría estar más lejos de la realidad.
David me ha dicho que pensaba que estabas tan alterada por algo que había pasado en el instituto. ¡No te preocupes por eso! Tienes todo el tiempo del mundo para mejorar tus notas. En cualquier caso, los dos pensamos que lo estás llevando muy bien dadas las circunstancias. Tómate el día libre si quieres. Tal vez podrías ir al parque a pintar con las acuarelas. Espero que te sientas mejor.
Te quiere,
Cathy
Willow dobla la nota con cuidado y se la guarda en el bolsillo. Sabe que debería sentirse aliviada y le ha emocionado que Cathy se preocupe tanto pero, aun así, por alguna razón, la carta solo la deprime aún más. Los intentos de Cathy de tranquilizarla no hacen más que probar que no tiene ni idea de lo que está pasando. En cierta forma, sus muestras de amor no son tan diferentes de la negativa de David a discutir lo que ha ocurrido. En ambos casos simplemente hay una tremenda falta de conexión.
Se aparta de la ventana, a punto de volver arriba para ponerse a trabajar cuando algo en el exterior le llama la atención. Siempre hay algo que mirar: madres jóvenes empujando carritos, hombres de negocios estresados caminando a toda prisa hacia el trabajo, gente vestida de mil colores haciendo footing… Pero esta mañana hay algo más. Porque esta mañana, Guy forma parte del bullicio de la calle.
Al principio Willow está segura de que se lo está imaginando. Pero no, él está realmente allí, a la salida del parque, parado, mirando su edificio. La explicación más obvia, la única que se le ocurre, es que la está esperando.
Menos mal que me iba a saltar las clases…
Willow no está segura de lo que debería hacer. Siempre podría quedarse en el apartamento y evitarlo de esta manera pero, ¿quién dice que él no vaya a cruzar la calle y llamar a la puerta?
Y además, tampoco está tan segura de querer evitarlo.
Sí, sí que quiero… O sea, que quiero, ¿no?
A Willow le da vergüenza haberlo llamado, no le cabe duda, y le da vergüenza que haya oído su agonía durante uno de sus… episodios. Aun así, la vergüenza está acompañada de otro sentimiento. Están conectados, tal vez por un hilo de sangre, talvez por el vínculo de la cuchilla, o tal vez por algo más, pero sea cual sea la causa, es algo que no puede negar.
Sería bastante grosero por mi parte pasar de él…
Willow no se queda allí analizando la situación, sino que coge las llaves y se dirige hacia la puerta.
Se para delante del edificio y lo mira con un millón de interrogantes rondándole la cabeza. Quiere saber por qué ha venido, quiere saber qué pensó cuando ella le llamó, pero por alguna razón, lo único que logra articular allí de pie temblando y en manga corta es:
—¿Cómo has sabido dónde vivo?
—Hay una cosa que se llama listín telefónico —dice Guy mientras cruza la calle—. Además, tu hermano puso su dirección en la web de la asignatura.
—Oh, evidente —contesta Willow mientras se frota los brazos.
—¿Qué haces descalza? —dice Guy cuando la mira de arriba abajo.
Willow baja la mirada y ve sus pies contra el pavimento. Ni se había dado cuenta de que no llevaba zapatos.
—Yo… Cuando te he visto he salido corriendo de casa sin más. No me he parado… —Willow para de hablar. No entiende por qué están ahí hablando de cosas tan triviales. ¿Es porque él tampoco quiere sacar el tema de la llamada?
—Bueno, ¿no crees que deberías ponerte zapatos? —Sí, claro, supongo. —Willow se mueve hacia delante y hacia atrás, incómoda—. Vamos, entra —dice después de un momento, y le muestra el camino.
Guy tiene los ojos clavados en Willow mientras ella abre la puerta del apartamento. Su mirada la pone nerviosa. Debe estar pensando en la llamada, en lo que debe significar, pero no dice nada, parece que está…
—Tus brazos… —Guy interrumpe sus pensamientos.— ¿Sí? —Willow se para en la entrada del salón y se vuelve para mirarle—. ¿Qué les pasa? —Se los mira, intentando imaginar cómo los ve él. Tienen un montón de marcas, pero, ¿y qué? Guy ya le había visto los cortes antes. Seguramente él es la única persona delante de la cual puede llegar una camiseta de manga corta.
—No hay ninguno nuevo —dice después de un momento. Señala las finas líneas rojas que marcan sus brazos—. No son recientes.
Willow sabe perfectamente a qué se refiere, pero no tiene ninguna intención de contestar a esta pregunta tácita.
—Pasa —dice, mientras se dirige al sofá y se derrumba en él. Un momento después, Guy también se sienta.
—Bueno, entonces… ¿dónde te lo has hecho?
Está claro que ahora que ha sacado el tema, no tiene ninguna intención de dejarlo.
—En la barriga —dice, pensando que, a la larga, es más fácil decírselo.
—Pero eso es… Yo pensaba… O sea, tú me dijiste que solo te lo hacías en los brazos —protesta Guy.
Willow lo mira, confusa por sus protestas. ¿Quiere decir que sería mejor si se hubiera cortado en los brazos? ¿Es que no se cree que se ha cortado en la barriga? ¿Es posible que piense —por Dios, no— que se lo ha inventado todo? ¿Qué estaba fingiendo cuando le llamó para llamar su atención o algo así? Willow está horrorizada solo de pensarlo.
—Te dije que me lo hacía sobre todo en los brazos —contesta con furia—. Mira, si no me crees. ¿Quieres verlo?
Se sube la camiseta por encima del sujetador, se desabrocha los vaqueros y se los baja justo por encima de la ropa interior.
—¡Mira! —le dice enfadada, prácticamente gritando—. ¡Échale una miradita si no te lo crees!
A Willow le sorprende su propia reacción. No puede evitar pensar en lo diferente que hubiera sido esta escena si se estuviera quitando la ropa por las razones normales. En ese caso, se estaría preocupando de si la ropa interior que lleva le queda bien, de si está guapa, y no de si las cicatrices parecen lo suficientemente recientes como para que Guy le crea.
Sin embargo, Guy está decidido a no mirarle la barriga. Aparta la mirada, tiene los ojos clavados en la alfombra persa desgastada, las estanterías, cualquier cosa excepto su cuerpo.
—¡Venga! —le ordena una vez más.
Guy gira la cabeza lentamente, con cuidado de mirar a Willow solamente a la cara.
—Yo no te he dicho que no te creyera. Solo pensaba… —pero su voz se apaga con tristeza.
Willow le mira fijamente. Nunca había visto a nadie sentirse tan incómodo y tan infeliz como Guy en este momento.
Finalmente él baja la mirada y le mira la barriga, la mira de verdad, parándose en cada uno de los cortes.
Willow echa el cuerpo hacia atrás y le mira con los ojos entrecerrados. Él está paralizado. Ella sabe que hay algo perverso en esta escena. La razón de que él la esté observando en absoluto silencio no es porque esté cautivado por su belleza, sino por el horror de lo que está viendo.
Lentamente Guy extiende una mano y la coloca sobre el abdomen de ella. Tiene la mano grande y con ella cubre todos los cortes que Willow se ha hecho. De esta manera, con las cicatrices cubiertas, es fácil imaginar que no hay nada malo en la piel que está tocando. Es fácil fingir que la mano de Guy no está allí para cubrir las cicatrices sino por otra razón totalmente distinta.
Pero Willow no puede fingir. Es cierto que la mano de Guy en su estómago le afecta de un modo que es completamente nuevo para ella. Pero esa maravillosa sensación se mezcla con el dolor que le provoca al irritarle la piel en carne viva.
Y, por lo que respecta a Guy, no parece que esté disfrutando, o ni siquiera captando las posibilidades románticas de las circunstancias. Como mucho, parece que se está mareando. Se ha quedado blanco como el papel.
De repente, aparta la mano y se cubre la boca con ella. —¿Quieres que te aguante la cabeza? —pregunta Willow, con una clara urgencia en su voz. Recuerda el día en que, estando en el depósito de la biblioteca, Guy se ofreció para aguantarle el pelo. Recuerda lo mucho que le chocó su increíble amabilidad, lo mucho que le choca ahora. Desearía poder corresponderle siendo igual de considerada, pero está demasiado traumatizada por lo que acaba de ocurrir como para actuar con tanta delicadeza.
—No, no… —Guy niega con la cabeza—. Yo… no.
—Vale. —Willow se baja la camiseta y se sube la cremallera del pantalón.
Guy no habla durante unos segundos. Está sentado como ella, desplomado en el sofá con la mirada perdida.
—¿Qué…? ¿Me podrías decir qué te llevó a hacerlo? —dice (¡uy con voz entrecortada—. Mi hermano y yo discutimos —responde Willow. No sabe muy bien cómo describir lo que pasó.
—¿Qué… sobre qué? La pelea, me refiero. ¿Por qué discutisteis? —pregunta Guy. Parece que su facilidad habitual para hablar le ha abandonado. Willow se da cuenta de que es la primera vez que lo oye hablar de esta manera tan inarticulada.
—Por ver a quién le tocaba lavar los platos —dice Willow. Está demasiado cansada para entrar en el tema.
—Vale —dice Guy—, muy bien. —Se incorpora para sentarse en la posición correcta—. No te molestes en explicarme la verdad, me importa un bledo. O sea, que yo he venido aquí por pura diversión esta mañana, ¿vale? A mí todo esto me da bastante igual. No es importante. No hace falta que te mates intentando darme una respuesta directa o nada de eso.
Willow asiente con la cabeza. No le sorprende su enfado; la verdad es que ya se esperaba que no se lo creyera.
—Mira, lo siento —dice Guy después de un momento—. No debería haberme enfadado tanto…
—No —le interrumpe Willow—. Tienes razones para enfadarte. No estoy siendo muy agradable contigo y tú estás siendo…
Mucho más amable de lo que jamás hubiera esperado de nadie.
Está más emocionada de lo que puede expresar por el hecho de que Guy se haya plantado en su puerta. La ambivalencia se ha convertido en gratitud. Quiere preguntarle por qué está aquí, pero le da un poco de miedo saber la respuesta. ¿Y si le dice que es porque se asustó? Willow sabe que ha perdido el derecho a ser considerada normal pero, aun así, no soporta pensar que él pueda tomarla por… loca o algo por el estilo.
¿Está aquí porque prometió que no se lo contaría a su hermano y eso le hace sentirse responsable?
¿Está aquí porque le importa?
Willow suspira profundamente. Se siente incapaz de hablar con él sobre nada de todo esto. Se siente incapaz de expresar lo que sus acciones significan para ella y se da cuenta de que, por todas estas razones, lo mínimo que debería hacer es contarle la verdad sobre lo que pasó anoche.
—Nos peleamos porque David, ahora, me odia —dice Willow sin rodeos, sin dramatizar—. Me odia porque maté a nuestros padres.
Willow espera oír lo inevitable. Oír a Guy decir lo mismo que los demás, que solamente fue un accidente, que ella no planeó matar a sus padres. Que su hermano la quiere ahora más que nunca porque se ha quedado huérfana. Willow ha oído miles de veces esas respuestas vacuas.
Pero Guy está callado. Únicamente la mira.
—No me puedo imaginar lo duro que debe ser para ti —dice finalmente. Se le ve afectado—. Para los dos, de hecho —añade, después de un momento.
—Tienes razón, no puedes —dice Willow en voz baja. Debería haber sabido que él no intentaría engatusarla con respuestas superfluas, que no intentaría convencerla para que no se sintiera así, o decirle que estaba imaginando cosas—. Pero… gracias por, bueno, gracias por no decirme, al menos, que está todo en mi cabeza.
—Bueno, de nada, supongo. —Guy se queda en silencio unos segundos—. Mira, quizá no debería decir esto después de lo que acabas de decir tú. Sé que no puedo llegar a entender por lo que estás pasando, y me creo que tú te creas que tu hermano te odia. Quiero decir, que no pienso para nada que todo esto esté solo en tu cabeza. Estoy seguro de que la situación está… en fin, realmente cruda entre vosotros dos. —Se mueve para sentarse mirándola a la cara—. Pero ¿estás segura de que, tal vez tú, bueno, tal vez estés malinterpretando un poco las cosas? Estoy pensando en el David Randall que me daba clases el año pasado. No es posible que pueda odiar a su hermana. O sea, ¿quién podría? Pero él en concreto, no me lo puedo imaginar.
—Creo que yo le conozco mejor que tú —dice Willow fríamente.
—No estoy tratando de decirte lo que sientes o lo que dejas de sentir. Supongo que solo esperaba poder hacerte sentir mejor, quizá que miraras las cosas desde otro punto de vista… —No acaba la frase.
—No es tan sencillo —dice Willow. Ahora es a ella a quien le cuesta mirarle a la cara. Le duele ver lo triste que está porque sabe que ella es la única responsable—. Mira, no quiero que pienses que hablar contigo no me hace sentir… —Trata de encontrar las palabras adecuadas—. Bueno, tú no me hablas como las demás personas —dice finalmente sin mucha convicción. No es lo que realmente quiere decir, ni de lejos.
—Bueno, tú tampoco me hablas como las demás personas —dice Guy.
—¿No? —Willow se sorprende.
—A ver… Discusiones sobre Tristes trópicos mezcladas con charlas sobre en qué lugar del cuerpo te cortas porque crees que eres una asesina. Supernormal, exactamente igual que con cualquiera de las otras chicas que conozco. ¿Pero qué os pasa a las mujeres? Te lo digo en serio, si tengo que volver a escuchar otra de estas conversaciones y hacer como que no me aburro… —niega con la cabeza.
Willow no se lo puede creer, no se puede creer que se esté riendo. Guy también se ríe. Por un momento los dos están partiéndose a carcajada limpia.
—Yo no me corto por eso —dice, cuándo consigue calmarse.
—Entonces, ¿por qué no…? —empieza Guy, pero Willow lo interrumpe.
—Mira, lo que te estaba intentando decir hace un minuto es que, bueno, tú eres la única persona que me escucha, que no hace ver que todo marcha perfectamente. —Para de hablar, no está segura de si debería continuar, pero, la verdad, es lo mínimo que puede hacer por él teniendo en cuenta todo lo que él la ha ayudado.
—Sabes? Después de que murieran mis padres me di cuenta de una cosa. —A Willow le tiembla la voz—. Me di cuenta de que lo que la gente te dice, su manera de reaccionar, te dice más de ellos que cualquier otra cosa. Piensan que te están dando el pésame o como quieras llamarlo, pero en realidad se están mostrando ante ti tal y como ellos son.
—Creo que no sé por dónde vas —dice Guy frunciendo el ceño.
—A ver, vale, esto es lo que quiero decir. —Willow coge aire—. Después del funeral, una mujer mayor se acercó a mí para decirme cuánto lo sentía. Yo apenas la conocía, mis padres un poco más. Es igual, me dijo que lo sentía mucho y entonces añadió: al menos ellos no han muerto solos. —Willow cierra los ojos al sentir que las imágenes y los sonidos de aquel día vuelven a su mente. No es fácil, pero hace acopio de valor y continúa—. Si lo piensas bien, es un comentario bastante extraño. O sea, mis padres estaban muertos, se acababan de morir en un accidente de tráfico, es una manera horrible de morir, y ella estaba diciéndome que era bueno que hubieran muerto juntos.
Willow para de hablar por un segundo y mira a Guy. Puede ver que la escucha con toda su atención.
—Cuando digo que era mayor —continúa Willow—, es que era mayor, ochenta y pico, creo. Yo ya sabía, en fin, todo el mundo sabía, que su marido había muerto hacía treinta años, y su único hijo murió en Vietnam poco después. Y me di cuenta que todo lo que le quedaba por delante era la conciencia de que iba a morir sola. No estaba siendo una insensible: para ella, mis padres lo habían tenido fácil.
—Y aquí tienes otro ejemplo: el otro día le hablé a Laurie de mi hermano, sobre lo de que tenga que cumplir con el rol de padre y, ¿sabes qué me dijo? Que le parecía todo un detalle. Tampoco estaba siendo insensible, sino simplemente que no lo comprendía. —Willow se mueve y aparta la mirada de Guy—. Pero contigo, bueno, las cosas que dices… Tú sí que lo comprendes, y eso me hace sentir… mejor. —Willow puede sentir cómo se sonroja.
—Te estás poniendo roja —dice Guy después de un momento.
—No puedo evitarlo.
—Bueno, pues no lo evites. O sea, ponerse roja… es bonito.
—Oh.
—Me alegra saber que puedo hacer algo para que te sientas mejor.
—Oh. —Ahora Willow sí que está roja pero no aparta la mirada. Solo deja que la mire, con la cara roja y todo.
—Vamos a llegar tan tarde al instituto… —dice Guy—. A primera hora ya no llegamos.
—Hoy no voy a ir al instituto —le cuenta Willow—. Es que no puedo, no después de lo de anoche. Además, de todos modos, voy tan atrasada con los deberes que me irá bien quedarme en casa e intentar ponerme al día.
—A lo mejor yo tampoco voy. —Guy estira las piernas y cruza las manos por detrás de la cabeza—. Puede estar bien tomarse el día libre.
—No tienes que hacerlo por mí —dice Willow rápidamente—. Quiero decir que no tienes que preocuparte de que vaya a hacer algo…
—A lo mejor lo estoy haciendo porque me apetece —responde él—. Pero ya que estoy aquí, ¿hay algo que te apetezca hacer? Quiero decir, antes de que te pongas con los deberes.
Willow piensa en todas las cosas que le gustaría hacer: dormir durante tres días seguidos, acabar el trabajo, por fin; tal vez incluso hacer algo por Cathy y David, como limpiar la casa o ir a la compra. Pero todas estas cosas no son nada en comparación con una necesidad imperiosa que tiene ahora mismo.
—¿Sabes qué me gustaría hacer más que nada en el mundo? —Willow se inclina hacia delante—. Me encantaría ir a desayunar. Me estoy muriendo de hambre.
—Me parece un plan estupendo —dice Guy—. Yo también me estoy muriendo de hambre. Salgamos de aquí. —Se pone en pie y Willow imita la misma acción.
—¿Qué te apetece? —pregunta Willow cogiendo un jersey del armario de la entrada—. ¿Conoces algún lugar por aquí cerca donde podamos desayunar? —Cierra la puerta de la entrada y baja la escalera unos pasos por delante de Guy.
—Conozco el mejor lugar —le asegura él—. Y solamente está a un par de minutos de aquí.
—No hay ningún lugar a un par de minutos de aquí —objeta Willow mientras avanzan por la calle.
—Eso demuestra lo poco que sabes —dice Guy al girar la esquina, parándose frente a un bar de aspecto anticuado. Abre la puerta con el hombro—. Dos bocadillos de bacón, huevo y queso para llevar —le pide al chico que hay detrás de la barra—. Nos los tomaremos en el parque, en algún banco o algo.
—Está bastante bueno —dice Willow dándole un mordisco a su bocadillo unos minutos después.
—¿Nunca te habías tomado un bocata de bacón, huevos y queso? —Guy no se lo puede creer—. Es el remedio perfecto para la resaca.
—Ya, bueno, es que nunca había tenido resaca.
—¿Y lo de las rondas de chupitos con tu mejor amiga? —Guy la mira con desconfianza mientras entran al parque—. Pasando del banco, conozco un lugar mejor.
—Si te acuerdas, te dije que vomité después de la ronda de chupitos, no que tuviera resaca —dice Willow mientras le sigue por el parque—. Y si quieres saber la verdad, esa fue la única vez que hice algo así.
—Aquí está genial —dice Guy. Se sientan en lo alto de una pequeña colina, bajo un castaño japonés, apoyando la espalda en el tronco del árbol. Es un lugar especialmente bonito, a la sombra, rodeado de flores y con vistas a un lago artificial—. Y, ¿aún tienes contacto con alguna de tus antiguas amigas? O sea, ¿qué pasó con la chica de los chupitos?
Guy cambia de postura para estar más cómodo. Willow puede sentir cada movimiento que hace. Él estira las piernas y empuja las de ella como si, por un instante, estuvieran unidos por la cadera.
La primera reacción de Willow es apartarse, darle más espacio. Pero un segundo después se echa hacia atrás y deja la pierna muerta, apoyada contra la de él. Guy no parece darse cuenta. ¿Por qué? Aunque el contacto es muy sutil, especialmente después de lo ocurrido en el sofá, Willow es muy sensible a cada roce de su cuerpo contra el de él.
—No, la verdad es que ya no hablo con mis antiguas amigas —dice poco después—. Con Markie, la chica de la ronda de chupitos, hace meses que no hablo. —Willow se acaba el bocadillo y hace una bola con el papel.
—¿No las hechas un poco de menos?
—Bueno, sí, pero… —Willow piensa en las conversaciones telefónicas que solía tener con Markie. Se pregunta qué pensaría Markie de Guy y se imagina a las dos hablando de él. Es una lástima que no vaya a llamarla—. ¿Sabes por qué ya no llamo a mis antiguas amigas? —Willow se vuelve hacia Guy—. No puedo porque es demasiado doloroso. Al principio creía que el problema era que no podían entender mi situación. Verlas con sus padres haciendo las mismas cosas de siempre, en fin, es demasiado duro. Al principio parece que las cosas siguen igual pero, entonces, al final del día, ellas vuelven a sus vidas de siempre, al mundo que siempre han conocido, y yo sigo encallada en el mío, en este nuevo mundo en el que me he despertado. Soy como una turista en sus vidas. —De los nervios, empieza a romper el papel del bocadillo en mil pedazos.
Guy le coge los papeles de la mano con suavidad, hace una bola con el suyo, y los tira en una papelera que hay cerca.
—Tú dices que me equivoco con mi hermano —continúa Willow—. Pero en parte es por eso que sé que tengo razón. Yo no hago más que recordarle cómo solía ser su vida. Nunca podrá librarse de eso, ni siquiera durante cinco minutos. He invadido su mundo. Cada vez que me ve sabe que algo ha cambiado para siempre. —Hace una pausa—. Perdona. Tú me haces una simple pregunta y yo… Mira, es que ni siquiera me apetece hablar de estas cosas. Hazme un favor, ¿vale?
—¿El clima de Kuala Lumpur? —Guy arquea las cejas.
—Bueno, lo que sea, da igual.
—Vale… ¿sabes qué estaba haciendo cuando me llamaste?
—Mmm… —Willow piensa un poco—. ¿Mirando el partido?
—¿Qué partido? —pregunta Guy confuso.
—No sé, ¿no hacen algo de deporte?
—¿Te refieres a Las Grandes Ligas de Béisbol?
—Por ejemplo.
—Vas unos diez días adelantada.
—Vale, pues, ¿qué estabas haciendo?
—Estaba leyendo La tempestad.
—Oh. —Willow se queda pensativa—. Y… —empieza.
—Puede que tengas parte de razón —reconoce Guy—. Es mejor que Macbeth.
—¡Te lo dije!
—He dicho que puede que tengas parte de razón. No puedes compararlas porque son muy diferentes. Quiero decir, que La tempestad es romántica y mágica… ¡Eh! ¡Mira eso! —interrumpe Guy—. Mira, en el estanque.
—¿Qué? —Willow sigue su mirada pero no ve qué es lo que le interesa tanto, solamente hay un hombre saliendo de la barca.
—La está dejando allí mismo —dice Guy. Está emocionado—. Se supone que las tienes que devolver, lo sé porque he alquilado una barca un par de veces. Es muy caro, pero ¡el tipo ese la está dejando allí! Vamos. —Se levanta, coge a Willow de la mano y la arrastra detrás de él colina abajo.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —dice Willow cuando Guy se mete en la barca—. Perdona. —Guy la mira fijamente—. Salgo a remar al río tres veces por semana, ¿crees que podré remar en un estanque?
—Lo que tú digas —contesta Willow encogiéndose de hombros. Luego monta en la barca con cuidado y se sienta mientras él coge los remos y la lleva hacia el centro del estanque—. Entonces, ¿Andy y tú conseguisteis bajar tres minutos o el tiempo que fuera —no me acuerdo— de vuestra marca?
—Dirás diez segundos. —Guy sigue remando—. Hacemos los 2500 en ocho minutos y doce segundos ahora mismo. Si bajamos tres minutos estaríamos batiendo el récord mundial con un buen margen. De todos modos, no creo que vayamos a mejorar los ocho con doce. Andy no se esfuerza demasiado y a mí no me importa lo suficiente. Únicamente hago remo porque me gusta salir al río pronto por la mañana.
Willow observa la habilidad de Guy al remar. Hay algo relajante e hipnótico en sus movimientos. No puede apartar la mirada del suave vaivén de sus brazos, fuertes y un poco bronceados.
Sumerge la mano en el agua y deja que el movimiento de la barca la arrastre, formando una pequeña ola. Quizá sea por lo destrozada que está de la noche anterior, o tal vez el suave sonido de los remos entrando en el agua, Willow no lo sabe y no le importa. Lo único de lo que está segura es de la paz que siente en su interior, de que se siente mejor de lo que se ha sentido en días, o incluso semanas. Mira a Guy con los ojos entrecerrados y lo último que ve antes de caer dormida es su sonrisa.