7

Willow canturrea una melodía mientras husmea entre varios productos de belleza que están de oferta en la droguería. Por una vez se siente de buen humor. ¿Y, por qué no? En el instituto han salido más pronto que de costumbre, y hoy no tiene que ir a trabajar a la biblioteca. Tiene todo el día por delante para hacer lo que quiera.

Y quiere comprar repuestos.

Así que ha vuelto a la tienda junto a la que pasó con Guy y Laurie. Comprar cuchillas de cúter no siempre resultaba tan fácil. Normalmente las encontraba en tiendas de Bellas Artes pero, desde que había dejado las acuarelas no le gustaba ir allí así que, encontrar un nuevo proveedor resulta especialmente gratificante.

Por supuesto, cualquier superficie cortante podría valer, y Willow ya las ha probado todas: tijeras para cortarse las uñas, un cuchillo de carne, cuchillas de afeitar, menos las que tienen protección. Estas últimas son las que llevaba cuando la descubrió Guy. Pero Willow es una purista. Le gusta usar el instrumento elegido solo para ella. No le gusta abrirse la piel con la misma hoja que emplea para cortar la cena.

Willow se para junto a las cajas de Caoba Rojizo. ¿Debería comprar un par? No es que tenga ninguna intención de teñirse el pelo pero siempre se preocupa de coger un par de cosas para no levantar sospechas de los empleados.

Debe tener una docena de blocs de dibujo en casa. Todos en blanco.

Esta vez Willow coge una botella de champú —al menos es algo que usará— y se apresura hacia la caja. Siempre le pone nerviosa pedir las cuchillas. ¿Por qué tienen que ponerlas detrás del mostrador? A medida que va dejando las cosas, el corazón se le acelera. Intenta parecer inocente, pero no puede evitar sentirse como una criminal. —Tres cajas de cuchillas para cúter, por favor.

—¿Tres cajas? ¿Para qué quieres tres cajas?

El dependiente la mira extrañado.

Veinte por caja, ¡sesenta cuchillas! ¡Tiene que haberse dado cuenta!

—Yo, bueno… Yo solamente… —Willow no sabe qué decir. ¿Debería salir de allí? ¿Echar a correr? En cualquier caso, ¿él puede hacerle algo?

O sea, que no va a llamar a la policía, ¿no?

—Porque la oferta es de cuatro por dos dólares —continúa el dependiente, imperturbable.

Oh.

—Claro, es decir, que ya lo sabía. Yo solo… Claro. Cuatro cajas estaría genial. Gracias. —Lo peor ya ha pasado. Casi se marea del alivio que siente. Vuelve a canturrear en voz baja mientras paga la compra y se dirige a la puerta.

Ahora, ¿qué?

Willow guarda sus adquisiciones en la mochila mientras echa a andar calle abajo. Todavía no sabe muy bien hacia dónde se dirige. A lo mejor debería ir al campus y pasar un rato estirada en la hierba. Mala idea. Hace un gesto de negación con la cabeza al recordar lo ocurrido la última vez. Quizá debería ir a casa y hacer un poco de trabajo, acabar el Bulfinch y ponerse a escribir el trabajo que se supone que tiene que hacer.

No me lo creo ni yo.

Claro que siempre puede ir al parque. Es mucho más agradable que ir al campus y no le vienen asociaciones negativas a la cabeza.

Es curioso que recuerde como malo el momento en que Guy la descubrió y, en cambio, cuando la curaba… bueno, eso no es algo malo, al fin y al cabo. Willow se acaricia el vendaje distraídamente. Está empezando a ponerse sucio, debería cambiarlo pero, por alguna razón, no ha encontrado el momento.

Camina en dirección al parque pero está un poco insegura. Ir al parque sin compañía… Estos últimos meses ha estado muy sola, y la mayoría de veces por su propia elección, pero aun así, Willow recuerda el otro día en el depósito con Guy. Aunque una buena parte de la discusión fue dolorosa, hubo muchas cosas interesantes. La verdad es que el placer de su propia compañía está empezando a desgastarse.

Ese sentimiento no hace más que empeorar cuando ve a un grupo de chicas del instituto que van juntas hacia el parque. Vicki está entre ellas. Willow se pregunta qué haría Vicki si ella se acercara e intentara unirse al grupo. ¿Sería simpática o simplemente volvería a hacer un comentario ofensivo?

Bueno, de todos modos, no tiene ningún deseo de pasar el rato con Vicki y sus amigas. Willow deja atrás el parque y camina en dirección al instituto. Hay varios cafés con terraza esparcidos por aquella zona y quizá ir a tomar algo a uno de ellos no será una mala idea.

Se para frente a uno que tiene un bonito toldo de rayas verdes y blancas y lee el menú. No tiene mucho dinero. Les da a David y a Cathy casi todo lo que gana pero, aun así, tiene suficiente para tomar algo.

—¡Willow!

¿David? ¿Qué hace él aquí?

¿No debería estar su hermano dando alguna clase o trabajando en casa? ¿Qué está haciendo tomándose un café helado en un bar a estas horas del día?

Lo primero que piensa Willow después de recuperarse del susto de ver a su hermano en una de las mesas es que estaba segura de que se lo iba a encontrar. La razón de que les dejaran salir más pronto del instituto es la reunión entre padres y tutores. La misma de la que hablaba la carta que había recibido David.

Mientras Willow piensa esto, se da cuenta de que hay varios estudiantes que pasan con sus padres y entran en otras cafeterías.

—David —dice Willow con inseguridad al acercarse a la mesa en la que él está sentado. ¿Cómo debe actuar? ¿Debería dejarle caer que sabe la razón por la que él está por la zona? Está segura de que su hermano no quiere que lo sepa. Si quisiera, simplemente ya habrían hablado del tema. Habría ido a la reunión con él.

—¿No tienes clase o algo así ahora? —le pregunta Willow. David aparta su chaqueta y un montón de libros que hay sobre la silla de al lado y Willow se sienta—. Quiero decir, ¿qué estás haciendo por aquí?

Si él no es claro con ella, entonces ella ya sabe cómo llevar la conversación. Simplemente hará lo mismo que han hecho siempre desde el accidente: hablar sin decir nada.

—No, ahora no hay clase… —Al decir esto, David no la mira. Juega con la servilleta, le pasa un menú, hace todo menos mirarla a los ojos—. Debería estar preparando la conferencia pero necesitaba un respiro. Así que he venido a pasear por aquí… —Se le apaga la voz. Willow asiente, como si se estuviera tragando lo que le dice. Con un profundo suspiro abre el menú.

—Bueno, ¿y cómo van las clases? —dice, después de pedirse un capuccino.

Genial, ahora eres tú la que suena como si quisieras hacer de madre.

—Bien —contesta David, encogiéndose de hombros.

¡Y desde el lateral derecho, David reacciona con una fabulosa y aguda repuesta!

—¿Qué clases das este año?

—Oh, ya sabes, lo mismo de siempre, lo mismo de siempre.

¡¿Cómo narices quieres que lo sepa?! ¡Ya nunca me cuentas nada! ¿Cómo se supone que debe de ser lo mismo de siempre? ¡Ni siquiera llevas tanto tiempo dando clases! —Aquí tienes. —El camarero deja el café frente a ella y Willow se toma su tiempo en echarle el azúcar y removerlo intentando encontrar algo que decir. Sin embargo, no tiene que preocuparse, porque David siempre tiene a mano su tema favorito.

—¿Qué tal hoy en el instituto? —le pregunta—. ¿Qué ha pasado con aquel examen de francés? Ya te lo deberían haber devuelto a estas alturas. ¿Algún problema o te ha ido bien? ¿Y qué tal con el trabajo que mencionaste? ¿El del Bulfinch?

¿Por qué no me dices tú qué tal hoy el instituto si acabas de estar allí?

Willow tiene que morderse el labio para evitar pronunciar estas palabras en voz alta. ¿Por qué su hermano está allí sentado, haciendo como que disfruta de su bebida, haciendo ver que ha bajado al centro solo porque necesitaba un descanso?

Ella ya sabe por qué él no quiere hablar de esto. Tal vez ya estaba preparado para encargarse de temas como los exámenes o los trabajos, pero tener que ir a una entrevista con el tutor, tener que ver cómo le pasan por la cara el hecho de que, sí, ahora él es el padre…

Willow lo entiende, lo entiende perfectamente. Pero aun así…

¡Grítame! ¡Pégame! ¡Haz algo, pero deja de estar así! ¡Deja de actuar como si nada hubiera ocurrido! ¡Para de comportarte como si todo esto no te afectara!

—Entonces, ¿te han devuelto el examen?

David la mira expectante.

Willow ni siquiera se molesta en contestar. No piensa seguir allí sentada y alargar esa farsa, y si no puede hablar de lo que realmente está pasando, al menos quiere hablar de algo más interesante. Trata de encontrar algo que decir. No le importa el qué, siempre y cuando no sea esta charla sin sentido entre dos desconocidos.

Echa una mirada a la estantería llena de libros que hay junto a su brazo, en busca de alguna inspiración.

—¿Qué estás leyendo ahora? —le pregunta Willow y, por primera vez en toda la conversación, su voz es natural. Esto es seguro, mejor que seguro. Es familiar. Es la conversación que han tenido durante toda su infancia a la hora de la cena. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?

—Bueno, ya sabes… —A David se le ilumina la cara por un segundo. Por un momento, parece la persona que solía ser—. He estado trabajando en unas excavaciones, volviendo a cuestionar algunas teorías. ¿Te acuerdas de aquella revista que estaba buscando el otro día? La buscaba porque estoy casi seguro de que hay nuevos hallazgos que contradicen totalmente la versión aceptada de los ritos funerarios. —Está más animado de lo que ha estado en siglos, tan interesado en su materia que ni siquiera se ha dado cuenta de que Willow no ha contestado a su pregunta.

Willow no puede evitar reírse. Sabe que si sus antiguas amigas estuvieran aquí, estarían revolviéndose en la silla, deseando salir de aquí. Todas ellas solían suplicarle para que dejara que la acompañaran a la ciudad a hacer algo con David. A todas les gustaba porque era muy mono y, en fin, mayor que ellas. Pero en cuanto llegaban allí se aburrían terriblemente con su brillante y excéntrico hermano.

Willow no se aburre para nada. Probablemente los ritos funerarios no sean su tema favorito pero ¿qué más da? Él está hablando, habla de algo auténtico para él y ella se siente feliz.

—Es curioso. —Willow se inclina hacia delante—, porque ¿sabes qué he estado pensando volver a leer? Tristes trópicos. No me lo he vuelto a mirar desde… hace años. —Habla con cuidado para no mencionar a su padre—. Pero el otro día pensé que debería releerlo. Es un libro tan bonito…

—Es genial —afirma David—. Y lo que le hace tan extraordinario es que, cuando lo lees, es mucho más que un texto de antropología porque… Espera un segundo… —La sonrisa se le borra de la cara tan bruscamente como si se hubiera apagado la luz—. Willow, no creo que tengamos tiempo para esas cosas ahora. ¿No estás totalmente liada con las clases? No te estarás quedando atrás, ¿verdad? Y no me has contestado lo del trabajo. ¿Ya tienes escrito el borrador? ¿Por qué te molestas en pensar en lo de Tristes trópicos?

Es como si ese breve y agradable interludio nunca hubiera existido.

—Sí, tienes razón —dice Willow, demasiado abatida como para contradecirle—. Debería ponerme las pilas con las cosas del instituto. Ten —dice, hurgando en el interior de la mochila—, ayer cobré el cheque de mi paga y olvidé darle a Cathy el dinero para la casa antes de ir al instituto esta mañana.

Pone un puñado de billetes sobre la mesa y se los pasa a su hermano. David mira el dinero como si estuviese envenenado y lo guarda en su billetera a regañadientes. —Gracias —murmura.

—De nada. —Willow está completamente tensa. No soporta que le agradezca su penosa contribución. No lo soporta.

—¡Oye! —David le mira el brazo, con una expresión ceñuda que ya empieza a ser familiar—. ¿Te has cortado?

Willow se queda parada por un momento. Entonces se mira el brazo. Intenta ver el vendaje de Guy tal como David debe estar viéndolo. Está sucio, por supuesto, pero no hay mucho más que eso. Un solo vendaje es algo bastante inocente.

—Sí, David —contesta, mirándole fijamente—. Me he cortado.

La ironía de todo esto es aplastante. Toda la experiencia de estar allí sentada con él lo es. No puede seguir allí, hablando sin decir nada. Tiene que irse, pero ¿cómo? De repente un grupo de gente que habla y ríe ruidosamente al otro lado de la calle le llama la atención.

Guy.

Laurie también está en el grupo, y Adrián, al menos Willow cree reconocer al chico que lleva a Laurie cogida de la cintura. Willow no conoce al resto de gente que está con ellos.

—Me tengo que ir. —Willow mira a su hermano—. He quedado con mis amigos. —Casi se le escapa una mueca de dolor al decir esta mentira. Evidentemente, ellos no la están esperando. Y, evidentemente, ellos no son sus amigos. Bueno, Guy es algo más que un amigo, aunque aún no tiene muy claro qué es. Sin embargo, son una excusa bastante verosímil y le ofrecen una escapatoria.

Willow cruza la calle a toda prisa. Está convencida de que su hermano la está mirando y espera que, si bien no la van a recibir con los brazos abiertos, al menos la dejen unirse al grupo.

Le preocupa que Guy no quiera verla. ¿Por qué habría de querer, al fin y al cabo? Ella no es nada más que un problema para él. Su pacto no va más allá de llamarle si se corta.

Willow está ahora unos pasos por detrás de ellos. No la han visto y, a pesar de que ella se siente sola, sabe que, si no fuera porque su hermano la está mirando se iría lo más rápido que pudiera en la otra dirección.

Willow toma aire.

Salir del fuego para

—Hola —dice, tocándole el brazo a Guy.

Guy se gira, al igual que el resto del grupo. Hace acopio de valor para seguir allí y mantenerse firme, pero se ve recompensada, porque Guy le sonríe y Laurie actúa como si fuera la cosa más natural del mundo que se uniera al grupo.

—¡Eh, Willow! ¿Quieres venir al parque un rato con nosotros? Puedes ayudarme a convencer a Adrián de que me tengo que teñir el pelo.

A Willow no le importa que los intereses de Laurie sean bastante limitados, por no decir totalmente. Se siente tan aliviada por el modo despreocupado en que la acepta que no puede ser crítica.

—Hola. —Guy no se muestra tan abierto, y tarda un poco antes de presentarle a los demás—. ¿Te acuerdas de Adrián? Estos son Chloe y Andy. —Señala al resto del grupo—. ¿Conocías a Willow?

—Ah, sí. Te he visto por el instituto —afirma Andy.

Chipe no le presta demasiada atención. Está demasiado ocupada husmeando en el interior de su bolsa en busca de algo.

—¿Alguien me puede prestar dinero?

—¿Para qué? —Andy busca en el bolsillo.

—Para un helado. —Chloe señala con la barbilla el pequeño camión que hay parado frente a la entrada del parque.

—Cómprame uno a mí también.

Andy le da un puñado de monedas.

—¿Quieres uno? —le pregunta Guy a Willow.

—No… —Willow niega con la cabeza. Se pregunta si a Guy le ha extrañado que se les uniera. Le mira de reojo. Da la impresión de que su aparición no le ha alterado. —¿Hacia dónde? —pregunta Andy cuando Chloe regresa con el helado.

—Me parece increíble que te puedas comer eso —exclama Laurie con un gesto de desaprobación al ver a Chloe.

—¿Por qué? No tiene hidratos de carbono.

Chloe le muestra su polo fucsia a Laurie.

—Prueba a no comer grasa. Solo hidratos —dice Laurie, a lo que Chloe contesta encogiéndose de hombros.

—¿Qué os parece el río? —Andy mira a Guy—. Quiero mirar las barcas.

—Al río no —contesta Adrián con firmeza—. Necesito estirarme. Ya sabes, césped. —Además, ¿no habéis tenido suficiente río por hoy? —pregunta Chloe mientras disfruta con su polo.

—Tienes razón. —Guy mira a Willow—. Andy está en el equipo de remo conmigo. Me parece que ya te comenté que salimos a remar tres mañanas a la semana.

—Sí, aunque esta mañana ha ido bastante mal —dice Andy frunciendo el ceño—. Realmente me gustaría mejorar nuestra marca, no sé, como diez segundos.

—Entonces te va a tocar hacer un poco más de cardio —dice Guy—. Ya te digo yo que ese es nuestro problema. Pero tengo una noticia para ti, no me interesa pasar más tiempo en el gimnasio.

—¡Parad de hablar de remo! —insiste Chloe—. Es súper aburrido.

—Aquí está genial —dice Laurie, señalando un claro bajo unos cerezos. Se estira en la hierba antes de que nadie tenga tiempo de objetar.

—¿Te has traído lo de las uñas? —Mira a Chloe mientras saca una lima de su bolso y se pone manos a la obra.

—Sí. —Chloe empieza a sacar sus cosas—. Pero ya no me queda el color que te gusta a ti.

—¿Estás cómoda? —pregunta Guy a Willow mientras ella intenta colocar su mochila a modo de almohada.

—No mucho. —Saca el Bulfinch de la mochila para ver si consigue que sea más blando. —Se me han quedado las manos pegajosas —dice Andy con una mueca.

—Sí, a mí también. —Chloe pone cara de asco.

—Toma, prueba con esto. —Guy le pasa a Willow una sudadera enrollada que saca de su mochila.

—Gracias. —Willow la coloca con cuidado en el suelo y se gira hacia Andy—. Tengo toallitas húmedas de esas —se ofrece Willow. Siempre lleva un paquete encima, son perfectas para limpiarse después de una sesión con la cuchilla.

—Genial. —Andy coge el paquete.

—¿Le vas a dar tu vieja sudadera sucia? —ríe Adrián.

—Todavía no hace frío para llevarla.

Guy le echa una mirada.

Willow se estira sobre la sudadera enrollada. Es el cojín perfecto y la verdad es que tampoco huele mal.

—¿Me pasas el limpiauñas? —Laurie deja la lima y extiende la mano.

—Toma, dáselo —le dice Chloe a Andy, dándole un codazo—. ¿Quieres, Willow? —Le muestra el frasco de limpiauñas.

—No, gracias. Willow gira las manos para esconder las uñas, que tiene en carne viva de tanto mordérselas.

—¿Vamos a ver una peli? —Adrián estira las piernas y apoya los pies sobre el regazo de Laurie.

—Más tarde. —Laurie le da un empujón—. ¡Quita! ¡Pesas un quintal!

—¿Te apetece una peli? —Guy habla en voz baja y nadie más puede oírle.

—Tal vez —dice Willow, para su propia sorpresa.

—¿Quién se está leyendo el Bulfinch? —pregunta Chloe.

Agita las manos en el aire para que se le sequen las uñas.

—¡Mitos y Héroes! —Laurie coge el libro y se pone a pasar las páginas—. ¡ Me encantaba esa clase!

—Le tendrían que cambiar el nombre. Debería llamarse Dioses y diosas —apunta Chloe.

—Tienes razón —dice Guy—. Toda la asignatura va de eso.

—¿Te gusta la mitología griega? —Willow mira a Laurie.

—Ah, bueno, no está mal. Es más que nada una asignatura bastante fácil. Me encantan los excelentes fáciles. Si pudiera tener un par de asignaturas como esa este año… —Deja el libro y busca el frasco de esmalte—. Este semestre es clave. Es como que todas las escuelas quieren ver que estás totalmente comprometido…

—¡No, no, no! —Andy se sienta y se tapa los oídos con las manos—. Adrián, párala.

¡No puedo volverla a escuchar hablar de esto otra vez! ¡Está obsesionada! ¡Por Dios!

¿Y vosotras pensáis que hablar de «remo» es aburrido?

Laurie le hace una mueca, pero Adrián solo se ríe y se gira hacia Willow.

—Bueno, ¿y tú qué? —le pregunta—, ¿te gusta esta asignatura?

—Debería —contesta Willow con una sonrisa irónica—. Porque la verdad es que me gustan los clásicos pero, ciertamente, me está costando un poco.

—¿En serio? —Guy parece sorprendido—. Venga, pero si tú debes haber crecido con todo esto. No me puedo creer que te parezca difícil.

—¿Que has crecido con esto? —Chloe está confundida—. ¿A qué se refiere? —Mira a Willow expectante.

—Bueno, yo… —Willow hace una pausa—. Mis padres eran los dos profesores —dice a toda prisa. Ya está, ya lo ha hecho. Ahora ya pueden todos volver a hablar de Mitos y Héroes.

—¿De qué? —pregunta Adrián.

—¿Eran? —pregunta Andy.

No, no está. Ya no hay escapatoria. Este tipo de preguntas le van a perseguir hasta el día en que se muera. Por el rabillo del ojo puede ver cómo Guy se prepara para intervenir. Tiene la sensación de que él va a intentar cambiar de tema. Darle un respiro, igual que hizo con Laurie el otro día.

Pero esta vez no va a dejarle. Se merece estas preguntas, este castigo.

—Están muertos —dice, sin rodeos.

—¡Qué fuerte!, ¿no? —Andy hace un gesto de sorpresa—. Ya sabes, creo que ya había oído algo por ahí.

¿Fuerte? ¿Fuerte? ¡Serás imbécil! Fuerte es que Laurie no entre en la facultad que quiere. Fuerte es que tú no puedas mejorar tu marca en remo. Esto no es fuerte.

—Lo siento mucho. No tenía ni idea. —La voz de Laurie no es más que un susurro. Le extiende la mano y le aprieta suavemente el brazo.

Willow solamente asiente, pero está emocionada. Jamás hubiera esperado apoyo de alguien como Laurie.

El resto del grupo está en silencio. Willow se alegra de no estar recibiendo la mirada asesina que le está echando Guy a Andy.

—Bueno. —Adrián se aclara la voz—. Quizá deberíamos consultar a qué hora empiezan las películas.

—Sí, buena idea —responde Chloe. Abre la bolsa y saca el móvil. Pulsa un botón—. Necesito un boli —dice, con el ceño fruncido.

—Un segundo. —Andy busca en su mochila, pero no encuentra nada, y se fija en la bolsa de Willow, que está medio abierta con la mitad de cosas esparcidas por la hierba. —¿Te importa? —Se acerca para coger un bolígrafo.

—¿Perdón? —Willow se sorprende. No tenía ni idea que la mayoría de sus cosas estuvieran a la vista.

—Espera, ya lo cojo yo.

Intenta cortarle el paso, darle ella el bolígrafo en lugar de dejar que husmee en sus cosas. Con todo el lío, consigue que se le caigan las cajas de cuchillas al suelo. En sí, las cajas son marrones, pero las brillantes letras rojas que tienen a los lados son como sangre en contraste con la hierba.

Andy levanta una ceja, pero es Guy el primero en hablar.

—Gracias por comprármelas. ¿Cuánto te debo?

Willow se sorprende, pero le sigue el juego.

—Ah, no te preocupes, no han costado casi nada. —Seguramente no hubiera ocurrido ninguna calamidad si Guy no hubiera cogido las cuchillas. Unas cajas de cuchillas nuevas son mucho menos sospechosas que la cuchilla sucia que se le cayó delante de Guy. Y no solo eso, sino que lo más probable es que Andy no sea tan perceptivo. Jamás hubiera imaginado nada.

Pero le alegra no tener que preocuparse ante esa posibilidad. Le alegra que Guy se haya preocupado de eso. Por un segundo siente que Guy y ella están metidos en una conspiración contra todos los demás.

—¿Para qué necesitas todas esas cuchillas? —le pregunta Laurie a Guy.

—Es una cosa en la que estoy trabajando.

Guy sale por peteneras.

—¿Un trabajo extra? —pregunta interesada.

—Vale. —Chloe cierra el móvil con contundencia—. Hay una sesión en veinte minutos. Si nos damos prisa, llegamos. —Se pone de pie de un salto y empieza a recoger sus cosas.

El resto empieza a hacer lo mismo, excepto Willow que está en silencio pensando en el modo en que Guy la ha cubierto delante de todos, y Guy, que está mirándola. —¿Venís? —Adrián mira a Willow.

—¿Quieres quedarte en el parque?

Guy guarda las cajas en su mochila.

Willow no está segura de si lo hace para continuar con la farsa o porque realmente se las está confiscando. Pero ¿realmente haría él algo así? Ella ya le dijo el otro día en la biblioteca que quitarle las cuchillas resultaría inútil.

Vaya, ahora tendrá que quedarse con él. Solamente para recuperar las cuchillas.

¿Lo ha hecho por eso? ¿O para que me quede con él?

—¿Te quedas?

—Solo si a ti también te apetece.

—A mí, sí —contesta después de un instante.

—Creo que vamos a pasar de la peli —dice Guy, apoyándose sobre sus codos.

—Vale. —A Adrián no parece que le preocupe demasiado. Chloe está demasiado ocupada quitándose la hierba de los vaqueros y Andy y Laurie ya están saliendo del parque.

—No tenías por qué hacerlo —se dirige Willow a Guy en cuanto todos se han alejado— . Me refiero a lo de las cuchillas. Él es incapaz de sacar conclusiones, estoy segura. —Se sonroja al darse cuenta de lo desagradecidas que parecen sus palabras—. Gracias, de todos modos.

—Tenía que hacerlo —dice Guy moviendo la cabeza—. Oh, tienes razón, él nunca se lo hubiera imaginado, pero estaba enfadado conmigo mismo. Te puse en el aprieto de tener que hablarles de tus padres. —Calla por un segundo—. Me puedo imaginar lo duro que es para ti. —Su tono de voz suena especialmente suave al decir esto.

Pero a Willow le sorprende la empatía que hay en su voz.

—¿No hubiera sido mejor que él se hubiera enterado? —Levanta el tono de voz y una pareja que camina por allí cerca se gira y les mira. Sabe que Guy está siendo amable, sensible, no como el zoquete de Andy, pero odia dar pena a otra persona—. ¿No sería mejor así? Entonces no tendrías que preocuparte en guardar mi secreto, otra persona podría ir y contárselo a mi hermano.

—Sí, bueno, tal vez tengas razón —le suelta Guy—. Sería mucho más sencillo para mí. Pero algo me dice que Andy no es la persona más indicada para estar metida en esto.

—Lo siento —dice Willow después de un momento en silencio.

—No pasa nada. —Guy se sienta de repente. Coge una ramita y se pone a dibujar algo en el suelo.

—Tú eres el que tiene razón —continúa Willow—. Sería la persona menos indicada. Es un bruto. ¿Cómo es que os conocéis?

—No le conozco muy bien… O sea, está en el equipo de remo y a veces salimos juntos, pero nunca hablamos mucho. Se ríe de Laurie, pero él es igual. Lo único es que, con él, en lugar de hablar de los exámenes y las recomendaciones, prefiere el remo y la fraternidad en la que quiere ingresar.

—Laurie no está mal —dice Willow pensativamente, al recordar el gesto compasivo de la chica. Se estira boca abajo y apoya la barbilla en las manos; los codos se apoyan sobre la sudadera enrollada.

—Sí, es buena chica. Un poco obsesiva…

—¿Tú crees? —ríe Willow—. ¿De qué la conoces? Ella no está en el equipo de remo, ¿no?

—No, en realidad la conozco por Adrián. —Guy tira el palo y se estira bocabajo—. Somos amigos desde siempre. A Laurie la conocía de verla por los pasillos pero nunca llegamos a hablar hasta que empezaron a salir, hace un par de años. Igual que Chloe: la conozco por Laurie. Creo que Andy le va detrás y habrá pensado que, como estamos en el mismo equipo, ya tiene excusa para salir con nosotros —dice, encogiéndose de hombros.

—Laurie no te habrá contado nada sobre mí, ¿no? —pregunta Willow jugueteando con un diente de león.

—¿Como qué? ¿Ella sabe lo de que te cortas?

Guy la mira sorprendido.

—¡No! No. Únicamente es que estuve hablando con ella y otras chicas en el jardín del instituto hace un par de días. Y, bueno, como de costumbre toda la situación se fue de madre y dije unas cuantas tonterías. Pensé que quizá te lo había contado.

—¿Sabes, Willow? No creo que la gente realmente hable de ti. Al menos no del modo en que tú te imaginas. Al menos yo no he oído a nadie decir nada. —Guy le coge de las manos el diente de león que está destrozado—. Creo que todo está en tu cabeza. —Parecía que Andy lo sabía todo de mí —murmura Willow. Empieza a morderse las uñas y entonces se vuelve para meterse las manos en los bolsillos—. La chica del laboratorio de física, ¿cómo se llamaba? ¿Vicki? Ella también dijo algo.

—Vale, te doy la razón en lo de Andy, y lo de Vicki también. Y es posible que hayan otras personas que vayan diciendo cosas pero, en seno, diría que es lo menos importante con lo que tienes que lidiar ahora mismo. Te lo digo en serio, aunque Andy se haya comportado como un perfecto idiota, ¿ha estado tan mal? ¿No has estado a gusto aquí con nosotros? —Guy coge otro diente de león—. Toma, coge este. —Le saca la mano del bolsillo y le coloca la flor entre los dedos.

—¿Estás de broma? —Willow echa un bufido, coge la flor y empieza a destrozarla—. Muy bien. Entonces, después de contarle a todo el mundo que mis padres están muertos y después de que Andy sea tan comprensivo van todos y se marchan corriendo como si yo tuviera algo contagioso. ¡Sus padres no van a morir porque hayan estado hablando conmigo!

—Creo que la cosa no iba de eso —dice Guy pensativo—. Estoy seguro de que Adrián no iba en ese plan. Él intentaba ayudar, cambiar de tema para que dejaras de ser del centro de atención.

—Oh. —Willow se queda pensando un minuto. No sabe si creer a Guy, pero le gustaría, y debe admitir que tiene parte de razón. Con todo lo que le está pasando, que la gente hable o no de ella realmente no importa tanto.

—Pero ¿qué le dijiste a Laurie? Por alguna razón no te puedo imaginar diciendo ninguna tontería.

—Ponme a prueba. —Willow suelta un profundo suspiro—. Es una larga historia. Yo… En fin, una cosa de un gato.

—¿Un gato? —Guy se echa a reír—. No me esperaba nada de eso. ¿Es porque la hermana de Laurie hace de voluntaria en el refugio de animales?

—¡No voy a volver a pasar por esto! —Willow le da con la mano a Guy, pero también se está riendo.

—Te lo preguntaba porque no me pareces una persona de gatos.

—Sí, bueno, no lo soy. Pero ¿a qué te refieres? —pregunta Willow con curiosidad.

—Bueno, ya sabes… Existe ese tipo de personas a las que le gustan los gatos… —Guy se para y la mira. Willow hace un gesto decidido de negación—. Y luego hay gente como tú. Y como yo. Gente a la que le gustan los perros.

—Ya lo pillo —asiente Willow—. Te refieres a que hay un tipo de persona a quien le gusta el helado de chocolate y otro a quien le gusta el helado de vainilla… Aunque claro, hay alguna gente que prefiere los polos de colores fosforito. —Le mira de cerca—. Café, ¿verdad?

—Muy buena. —Guy se acomoda con las manos detrás de la cabeza—. Pero era demasiado fácil.

—¡Vete por ahí! ¿Cómo iba a saberlo?

—Sí, sí… Creo que te di una buena pista cuando el otro día te invité a un capuccino.

—Vale —dice Willow, poniendo los ojos en blanco—. Pero si vamos a dividir el mundo en dos tipos de personas, ¿podrías decirme alguna categoría más interesante?

—Odisea o Ilíada —contesta enseguida.

—¡Por favor! ¡La Ilíada

—Sin duda. —Guy le da la razón.

—Vale, oye, como tú muy bien has dicho, yo crecí con todo esto. Pero ¿cuál es tu excusa?

—Tienes una hoja en el pelo. —Guy extiende la mano y se la quita. Ambos se quedan callados.

—Venga —insiste Willow tirándole de la manga—. Cuéntamelo.

—Vale. —Guy deja caer la mano. Se sienta y estira las piernas—. Mis padres no son profes de universidad. Mi padre es banquero y, cuando yo era pequeño, viajábamos un montón. Me refiero a lugares muy lejanos. —Hace una pausa.

—Sigue —le anima Willow con gesto de interés. Se cambia de postura, la pierna se le ha dormido y está un poco incómoda. Un segundo después vuelve a estirarse boca abajo apoyando la cara en la sudadera de Guy y le mira de lado.

—Pasaban dos cosas —sigue Guy—. En primer lugar no había buena televisión, pero tenía total libertad para encargar libros. Y en segundo lugar, para que no perdiera el hilo y como las escuelas no siempre eran de lo mejorcito, mis padres me pusieron un profesor particular que era un poco chapado a la antigua. Me refiero a que vestía chaleco y consultaba la hora en su reloj dorado de bolsillo, ¿me entiendes? Debía tener unos ciento cincuenta años. Era de Inglaterra y según tengo entendido también había sido banquero, pero hacía años que se había jubilado. Había estado en Oxford y en Cambridge…

—¡La gente no suele ir a las dos! —protesta Willow entre risas.

—Créeme, él sí. O tal vez estudió en una y dio clases en la otra. Quién sabe. Es igual, el caso es que hizo que me interesaran los libros.

—¿Qué leíste? —pregunta Willow intrigada.

—Cualquier cosa. De todo. Podía hacerme leer desde ciencia ficción hasta Milton. —¿Ciencia ficción? —Willow hace una mueca.

—¿Qué hay de malo con la ciencia ficción?

—¿Digamos… todo? ¿Y Milton? ¿Por qué no Shakespeare?

—También lo leímos. Pero ahora que lo dices, esa también es una buena categoría. —Guy pone cara pensativa—. Gente a la que le gusta Milton y gente a la que le gusta Shakespeare.

—¡Si no fuera que la gente que prefiere a Milton antes que a Shakespeare está loca!— responde Willow indignada.

—Es verdad… De hecho a mi profesor le encantaba Milton.

—Sí. Y además te hacía leer ciencia ficción. ¿Cuál es tu Shakespeare favorito? —Willow se pregunta si será el mismo que el suyo.

—Mmm… Probablemente Macbeth.

—¡Oh, por favor! Pero solo porque eres un chico.

—¿No te gusta? —Guy la mira como si estuviera loca.

—Sí, claro, pero no es nada en comparación con La Tempestad. ¿Quién quiere un viejo castillo en Escocia cuando puedes quedarte atrapado en una isla encantada?

—No me lo he leído.

—¡Oh! Pero si es el mejor. ¡Tiene esa fantástica relación entre Ferdinand y Miranda! Es mucho más romántico que Romeo y Julieta… —Willow se para de repente, no puede evitar sonrojarse un poco.

—Imagino que esta isla encantada es uno de esos lugares imaginarios que tanto te gustan.

—Correcto —afirma Willow—. Pero, hablando de lugares exóticos, ¿dónde vivías cuando tuviste que leer todos estos libros.

—En el Lejano Oriente. Singapur. Kuala Lumpur.

—¿Hablas… —Willow busca la palabra correcta— kualalumpuriano?

—Malayo —ríe Guy—. No, ojalá.

—Quedaría bien en tu expediente, ¿no?

Willow le da un ligero codazo.

—¡Exacto! Supongo que hablo lo suficiente como para pedir un helado de café, pero la verdad es que todo el mundo habla inglés allí.

—¿Tienes hermanos?

—¿Qué es esto? ¿El cuestionario de las veinte preguntas? Sí, una hermana, Rebecca. Es seis años menor, ¿vale? Venga, ahora te toca decir a ti una categoría.

Mmmm… —Willow se lo piensa un ralo—. Vamos a ver… —Qué tal gente que prefiere la ciudad y gente que prefiere el campo… Muy aburrido. Gente que… vota a los Republicanos… Pasando de este… Gente que es como Andy y gente que es como Guy. Exacto, pero ¿quién más es como Guy? Gente que mata a sus padres y gente que no… Gente que se corta y gente que guarda el secreto

Pero Willow no quiere insistir en eso ahora. Está pasando lo que se podría decir un buen rato, así que rastrea en su cabeza en busca de una categoría interesante.

—Lo tengo. —Le mira triunfante—. Gente a quien le gustan las historias de Sherlock Holmes…

—Sí. —Guy se inclina hacia delante.

—Con Watson… y gente que las prefiere sin él.

—¡A nadie le gustan las historias sin Watson!

Guy no se lo acaba de creer.

—¿Cómo lo sabes? —Willow se sienta sobre sus rodillas.

—A ver, ¿alguna vez has conocido a alguien que le gusten?

—No, pero eso no significa que no existan. Además, ni siquiera conozco a tanta gente que se las haya leído, para empezar.

—Sí, bueno, a cualquiera que le gusten las historias sin Watson… —Guy hace una mueca—. Espera, ¿no serás tú una…?

—¡No! —exclama Willow—. Fan de Watson total. Ni siquiera me puedo leer las otras.

—Vaya, es un alivio. —Guy se deja caer sobre sus codos.

—Vale, ahora explícame algo de Kuala Lumpur.

—Mmm… El clima es espantoso.

—¿Es lo único que se te ocurre? —pregunta Willow, riendo—. Vale, háblame de tu hermana, entonces. ¿Estáis muy unidos?

—Bueno, puede ser. Lo hemos estado, pero ¿ahora mismo? Ella tiene doce años, así que tenemos problemas muy diferentes.

—Lo entiendo perfectamente —afirma Willow—. David y yo antes estábamos igual, pero cuando creces, las cosas mejoran. Lo único es que ahora están peor, mucho peor.

—Lo siento. —Sus palabras parecen sinceras.

—Yo… estaba con él en aquella cafetería cuando os vi pasar a ti y a Laurie. —Willow habla muy deprisa, precipitadamente—. Y, en fin, no aguantaba más allí sentada, era demasiado duro. Así que le dije que había quedado con vosotros. Espero que no te haya importado. Que haya venido con vosotros, me refiero. —Willow aparta la vista.

—Mmm… Déjame que lo piense un momento. —Guy hace ademán de reflexionar sobre el problema—. ¿Qué es más interesante, hablar del equipo de remo, de laca de uñas… o de Sherlock Holmes?

—De acuerdo. —Willow esboza una sonrisa.

—¿Pero qué os ha pasado?

—No estábamos hablando. —Willow hace una pausa—. Estábamos sentados el uno frente al otro diciendo cosas, pero no estábamos, lo que se dice, hablando. Es como con todo lo demás. —Se apoya sobre un costado, mirando a Guy—. Las cosas ya no funcionan.

—¿Qué cosas exactamente?

—Hoy ha estado en el instituto. Tenía una de esas entrevistas con el tutor, ya sabes, de esas en las que hablan sobre tus planes de vida y todo eso.

—Claro, ya me lo conozco. Mis padres también han estado hoy allí. Tuve que acompañarlos. —Guy se para de repente—. Continúa —dice en voz baja.

—Hizo como si no hubiera estado allí. —Willow no puede contener la amargura en su voz. —No ha podido hablar conmigo del tema. ¿Por qué no puede decirme sin más que le toca las narices tener que ocuparse de estas cosas?

—A lo mejor no te lo ha dicho por otra razón. Tal vez se sienta mal por ti. Si me pasara lo mismo con Rebecca dentro de diez años, me sentiría fatal por ella. Me entristecería mucho pensar que yo he tenido a mis padres para ayudarme a crecer y ella no.

—Quizá. —Willow no está del todo convencida—. Pero no es lo único. ¿Qué me dices de esto? Le doy a David, bueno, a David y a Cathy, casi todo el dinero que gano. Ni siquiera es mucho, probablemente solo llega para pagar la factura de la luz y un paquete de pañales o algo así. No creo que Isabelle, mi sobrina, estuviera planeada. —Vuelve a sonrojarse—. Y tener que vivir conmigo ya te digo yo que tampoco estaba planeado. Me refiero a que de repente hay tantos gastos extraordinarios, y hasta que no cobremos el seguro de vida de mis padres, tengo que colaborar en ellos. Pero David siempre se enfada cuando coge mi dinero. ¿Por qué no puede simplemente decirme que no es suficiente?

—Creo que estás absolutamente equivocada con eso —responde Guy, negando con la cabeza—. Me juego lo que quieras a que no va de eso, a que el problema es que se siente culpable de tener que aceptar tu dinero.

—¿Él se siente culpable? —Willow no se lo cree—. Él no es el que debería sentirse culpable.

—¿Es ese el problema? ¿Es por eso que te cortas, me refiero? —Guy la mira—. ¿Porque te sientes culpable?

—Para nada —dice Willow. No le gusta el rumbo que ha cogido la conversación. Creía que ya habían superado eso de que él la analizara.

—¿Es por… ?

—¿Me puedes devolver mis cuchillas?

—Sí, claro. Lo que tú digas. —Guy se sienta bruscamente, busca en su mochila las cosas de Willow.

—Lo siento, pero no me resulta fácil hablar de ello. No puedo explicártelo sin más, y ni siquiera…

—Da igual —interrumpe Guy—. No me puedo creer que te esté devolviendo esto. ¡Toma! —Le tira las cajas de cuchillas.

Willow no las coge al vuelo. Se siente humillada al ver cómo las cajas caen al suelo y se abren con el golpe, llenando el césped de brillantes cuchillas metálicas. Pero su deseo de recuperar las cuchillas es más fuerte que la vergüenza que pueda sentir y se pone a escarbar en la hierba a cuatro patas para recuperar hasta la última cuchilla.

—No debería haber hecho eso —dice Guy—. Es que… No lo entiendo, ¿vale? No entiendo absolutamente nada.

—Yo misma hay veces que no lo entiendo. —Willow lo mira directamente a la cara durante un buen rato. Luego se gira y se dedica a guardar las cuchillas en su bolsa. Al hacerlo se da cuenta de que tendrá que limpiarlas antes de usarlas.

—No lo has vuelto a hacer desde que nos vimos en la biblioteca, ¿verdad? En fin, ¿Qué es lo que te ha frenado? Quizá deberías intentar descubrir qué es lo que te hace explotar. ¿Cómo logras controlarte entonces?

—¿Cómo sabes que no lo he hecho? —le suelta Willow—. ¿Y qué te hace pensar que puedes comprenderme tan fácilmente?

—Ah, ya veo. —La voz de Guy es incluso más mordaz—. Supongo que he sido un estúpido. Yo solamente pensé que, como te di mi palabra de contárselo a tu hermano, tú cumplirías tu parte del trato.

—Yo no te he prometido nada —dice Willow enfadada.

—Vale. Tienes razón. No, en serio. —Guy sostiene la mano frente a él—. ¿Crees que he estado todo el ralo pendiente del teléfono esperando noticias tuyas? Perdona, pero las cosas no funcionan así conmigo. Yo únicamente pensaba que tú eras de ese tipo de personas que mantienen su palabra, y me alegraba sinceramente que no te hubieras vuelto a hacer daño. —Hace una pausa para tomar aire—. Mira, todo esto me supera. Puedo intentar ser tu amigo, pero para el resto de cosas, estás sola.

—No me he cortado desde la última vez que te vi. —Willow, de repente, necesita desesperadamente convencerle de esto, ganarse su aprobación, que le vuelva a sonreír. No sabe cómo se ha podido girar la conversación, pero está segura de que no le gusta.

—Bien. —Pero en realidad, su voz suena indiferente. Se levanta y empieza a recoger sus cosas.

—Por favor, no te vayas —dice Willow precipitadamente.

—¿Por qué? —Él la mira impávido.

¿Por qué?

Tiene algo de razón, ¿no? ¿Es que ella no quiere estar sola? ¿Es que su primer impulso al conocerlo no fue de rechazo? ¿No estaba ella absolutamente decidida a no sentir nada?

Pero lo cierto es que las últimas veces que se ha reído en los últimos meses ha sido en compañía de Guy. Cuando está con él, ella es capaz de olvidar el deseo de cortarse durante más de cinco minutos seguidos. Y cuando habla con él, realmente tiene la sensación de conectar y no solamente de intercambiar palabras como le ocurre con otras personas.

Pero Willow no está segura de poder explicarle nada de todo esto.

Busca en su interior alguna razón que le pueda dar. Algo que le pueda convencer de quedarse, pero tiene la mente en blanco. El se está apartando, unos segundos más y será demasiado tarde.

—¡Espera! —Le coge de la pierna—. No te vayas, ¿vale? Porque, porque…

—¿Porque qué? —Sigue sin sonar muy amable, pero al menos no se está yendo a ninguna parte.

—Mmm, porque, ¿sabes qué? Aún no me has confesado cuál es tu historia de Sherlock Holmes favorita —balbucea.

Willow cierra los ojos. No puede creerse lo estúpido, lo idiota, que ha sonado eso. Por el amor de Dios, que no se piense que está intentando ser mona o algo así. ¿Por qué tiene que alejarse del único aliado que le queda? Aprieta entre sus manos una de las cuchillas que ha recogido del suelo.

—¿Lo dices en serio? —exclama Guy. Willow abre los ojos y lo mira. Se da cuenta de que se está echando a reír.

—Más o menos —dice, en voz baja.

—Eres…

Rara, patética, una loca.

—Eres tan diferente de los demás. —Se está riendo a carcajadas, pero de buena manera.

¡¿Eso es lo primero que se te ocurre?!

—Bueno. —Guy vuelve a sentarse—. Ya que preguntas, El perro de los Baskerville.

—¿Qué?

—Mi Sherlock favorito.

—¡Ah! ¡Ah, claro!

—¿Willow?

—Mmm.

—Decía en serio lo de…

—¿Lo de que no sé acabar con las cosas? ¿Lo de que todo esto te supera? No te preocupes, ya me imagino lo…

—No. —Guy la interrumpe. Le coge la mano, la que contiene la cuchilla. No intenta quitársela, solamente cierra su mano sobre la de ella.

—¿Entonces qué? —Willow está desconcertada—. Porque yo…

—Lo de que me alegra que no te hayas hecho daño.

—Oh… —dice Willow unos segundos después. No deja ir la cuchilla, apenas si la suelta un poco, pero pone la otra mano sobre la de él.