Willow observa a su hermano mientras se come los cereales. David tiene una taza de café en una mano y una revista académica en la otra. Se le ve totalmente absorto en la lectura, pero está a punto de acabar el artículo y a Willow le aterra lo que va a ocurrir cuando acabe.
Sabe perfectamente que va a sacar el tema de ayer por la tarde. Le hará todo tipo de preguntas sobre Guy. Querrá saber si hay algo entre ellos.
Willow no ha visto a su hermano desde que ella y Guy irrumpieron en su oficina ayer por la tarde. David tuvo que ir después a una conferencia y llegó a casa cuando ella ya estaba durmiendo. «Buenos días» y «el café está caliente» han sido las únicas palabras que han intercambiado, pero ella sabe que tarde o temprano sacará el tema de la escena de ayer.
Con seguridad, David deja la revista sobre la mesa y se gira hacia ella con expresión seria.
—Entonces, ¿qué hay entre tú y Guy? ¿Os veis a menudo? Por lo que recuerdo de él es buena persona, y también muy responsable…
Es como si su vida se hubiera convertido en el argumento de una novela del siglo XIX. Ella es una joven huérfana que vive en la habitación de la criada, en la buhardilla. Y en este momento su hermano está a punto de preguntarle si las intenciones de Guy son honradas.
¿Y qué será lo próximo? ¿El hospicio?
Willow sabe que él espera una respuesta. Tal vez deba decirle simplemente lo que él espera oír. Al fin y al cabo, ¿no era esto lo que ella estaba buscando el otro día, algo que le hiciera feliz? ¿Por qué no seguirle el rollo? ¿Montarse una historia? Ya lo ha hecho antes. Después de todo, ¿le había dicho algo Guy sobre querer estudiar antropología por David? Pero esta vez es más duro separar la verdadera razón por la que estaban juntos y lo que David cree.
—No, no es que nos veamos mucho —contesta un poco después—. A veces va por el campus, a las clases de las asignaturas que se matriculó, y me lo he encontrado una o dos veces por allí. Eso es todo. O sea, que no te emociones demasiado, ¿vale?
—Ya veo —contesta David lentamente.
Le ha salido un tono más tajante del que ella pretendía. Su última intención era disgustar a David aún más. Solamente quería que dejara de entrometerse. Willow evita su mirada y esconde la cara tras el bol de cereales. Pero puede sentir los ojos de David clavados en ella antes de que él vuelva a concentrarse en su desayuno.
Willow se siente fatal, pero ¿qué puede hacer? Por suerte, cuando Cathy, vestida para ir al trabajo, entra con Isabelle en brazos, la atención de David se desvía.
—Nos vamos —dice Cathy, y le da un beso a David en la mejilla.
—Oh, escucha, Cath. —David levanta la mirada—. ¿No habrás visto unos números antiguos del American Anthropology? No los encuentro por ninguna parte. ¿No sabes dónde puedo haberlos dejado?
—Sí claro. ¿No los guardabas en tu estudio?
Un incómodo silencio llena la habitación cuando todos piensan en el hecho de que David ya no tiene un estudio.
—Sí, sí, es verdad —contesta David.
—En ese caso, los metimos en cajas cuando vaciamos las estanterías para Willow. Pusimos las cajas debajo de su cama, ¿te acuerdas?
Cathy le da un beso a Isabelle, escondiendo la cara entre el cabello de su hija. Es un gesto natural, pero Willow se pregunta si no lo hará para evitar su mirada.
—Es cierto, lo había olvidado. —David se levanta y se coloca la revista bajo el brazo—. Iré a buscarlo.
Cathy le lanza un beso de camino a la puerta.
—Hasta luego, Willow —le dice de espaldas.
—Hasta luego —responde Willow.
Oye cómo David sube la escalera y empieza a sacar cajas de debajo de su cama. No tiene nada de lo que preocuparse. Debajo de la cama es territorio seguro.
Pero ¿y si David no se limita a ese área?
Willow empieza a sentir un sudor frío que le recorre el cuerpo. Que no haya escondido nada debajo de la cama no significa que no lo haya hecho debajo del colchón. Siguiendo los estereotipos, Willow no ha hecho nada diferente a cualquier otra chica de su edad. La diferencia es que ella no ha escondido precisamente cartas de amor. Imagina la cara que pondrá David si encuentra su escondite. No es que haya demasiada cosa, solo unas cuantas cuchillas viejas, algo sucias, junto a algunos trapos que ha usado para cortar las hemorragias. Sin embargo, el significado que encierran esas cosas es demasiado evidente.
Claro que debería subir arriba y asegurarse de que su hermano no encuentra nada de todo eso. Pero por alguna razón no tiene energía ni voluntad suficientes para levantarse de la silla. Por un segundo piensa en la posibilidad de quedarse abajo, esperando que el destino decida por ella. Quizás eso sea lo mejor. Al fin y al cabo, es solo cuestión de tiempo. ¿Puede confiar realmente en que Guy vaya a guardarle el secreto? Willow piensa en la posibilidad de una vida sin la cuchilla, en la reacción que tendrá su hermano si encuentra sus cosas. La simple idea le hace salir disparada. Sube la escalera de dos en dos y se para en la puerta de su habitación prestada, casi sin aliento. Mira cómo su hermano va sacando una a una las cajas de cartón que hay bajo su cama. Hasta ahora las cosas van bien. Él está ocupado buscando entre libros y revistas. Es evidente que no tiene ningún interés en mirar debajo del colchón.
Willow pasea frente al espejo, mirando el reflejo de David. Se da cuenta de que su hermano ha dejado la revista que estaba leyendo sobre la cómoda y se pone a pasar las páginas sin demasiado interés: parece que es un volumen dedicado a los ritos funerarios de la antigua Grecia. Willow está a punto de volver a dejarlo cuando se encuentra con un papel doblado entre las páginas. Le llama la atención al ver el membrete de su instituto.
Eso solo puede significar una cosa. Deben de haberle citado. Alguien debe haber descubierto algo sobre ella. Le tiemblan las manos. Sin dejar de vigilar el espejo, despliega el papel y se pone a leer.
Pero no es nada de eso. Se trata nada más de una carta genérica escrita a todos los padres de alumnos de su curso. Cada padre o tutor debe pedir una cita para informarse de los cursos de preparación para los exámenes, la orientación para la universidad, bla, bla…
La misma porquería de la que estaban hablando Claudia v compañía el otro día. Nada importante.
Willow se siente tan aliviada que se olvida por unos segundos de las verdaderas implicaciones de la carta. Está claro que no tiene ninguna importancia para ella. Nada le podría importar menos que el que David tuviera que ir a una de esas aburridas reuniones con los profesores.
Pero ¿y David? Ese no era el plan. Él debería estar haciendo ese tipo de cosas por Isabelle, por su hija. Él no necesita un ensayo general. Está segura de que David le odia por haberle traído esa carga a su vida. Si no fuera así, ¿no se lo habría comentado? Al fin y al cabo, el instituto es uno de los pocos temas de conversación que puede tener con ella. Willow vuelve a dejar la carta en la revista, avergonzada de haber pensado primero en ella.
—David, lo siento —dice Willow, girándose de espaldas al espejo.
—¿Que lo sientes? —Contesta con el ceño fruncido mientras husmea entre las cajas—. ¿El qué?
—Bueno… —A Willow se le corta la voz. ¿Qué le puede decir? ¿Perdón por arruinarle la vida? ¿Perdón por haber cogido el coche aquella noche? ¿Qué podría decirle que expresara lo que siente?
¡A lo mejor bastaría con preguntarle si le gustaría comprarse un gato!
Bastaría con decir que siente que tenga que aguantar una reunión padre-profesor con quince años de antelación. Eso podría ser algo por lo que pedir perdón sin sonar demasiado melodramática. Claro, si no fuera porque se supone que ella no sabe nada. Hablar con su hermano cada vez se parece más a atravesar un campo de minas. Tiene que ir con cuidado si no quiere poner el pie en una de las trampas.
—¡ Eh, mira esto! —exclama David mientras mete la mano en una de las cajas y saca un pequeño volumen azul—. Lo había olvidado —murmura, sacándole el polvo del lomo. Willow puede ver que es uno de los libros de su padre. David lo deja en el suelo y vuelve a meter las cajas bajo la cama.
—Perdona —se levanta—, ¿decías algo?
—No, nada —responde Willow con tristeza. Recoge el jersey y la mochila que están sobre la silla. Es hora de irse si no quiere llegar tarde al instituto. Se para un instante en la puerta y mira a David—. No tengo nada que decir.
Al menos eso es verdad.
Willow sabe que, para alguien que no sepa nada, ella parece una alumna ideal. Su mano recorre la hoja a toda velocidad cuando toma apuntes, palabra por palabra, de lo que dice la profesora. Ha perfeccionado tanto su técnica de fingir que hasta parece prestar atención cuando en realidad su mente está a miles de kilómetros de aquí. No es solo eso, sino que también sabe cuándo asentir fervientemente para mostrar un sincero interés.
Pero el hecho es que no ha escuchado ni una palabra. Ni una en todo el día. Podría haber estado perfectamente en otro planeta.
A Willow no le pueden preocupar cosas como los verbos irregulares o la mitología griega. Su mente está en otra parte. Sigue debatiéndose entre el alivio de que David no haya encontrado sus cosas y el miedo a que Guy la delate.
No lo ha visto por ninguna parte. Bueno, eso tampoco tiene nada de especial teniendo en cuenta que no van a ninguna clase juntos, pero aun así… Necesita hablar con él. Tiene que saber qué le depara el futuro. Todavía no ha acabado de digerir el hecho de que alguien más conozca su secreto.
Si tiene que elegir a alguien para que sepa su secreto, supone que Guy es mejor que, digamos, Claudia, con la que comparte clase de historia. Pero eso no quita que el estómago le dé un vuelco cada vez que piensa que él sabe lo suyo.
Willow levanta la mirada cuando el resto de sus compañeros se levanta y empieza a recoger sus libros. Debe de haber tocado el timbre.
¡Punto positivo! Willow no puede evitar sonreír. Imagina lo superaplicada que debe parecer en estos momentos, sentada en su silla, acabando de escribir…
Bueno, ya es suficiente. Cierra el cuaderno con contundencia y lo guarda en su mochila. Ha logrado sobrevivir un día más en el instituto sin ponerse en evidencia. Vaya, al menos es algo.
Willow se dirige hacia la doble puerta de entrada con el resto de estudiantes. Es la hora de su turno en la biblioteca. Con las prisas de la salida, se choca con otra chica que va en dirección opuesta.
—Perdona —se disculpa Willow mientras las dos intentan desembarazarse la una de la otra.
—¡ Ah! No te preocupes. Escucha, ¿puedo hacerte una pregunta?
Willow la mira con cautela. ¿Qué puede querer peguntarle esta chica, una total desconocida para ella?
Tal vez lo único que quiera saber es cuál sería la manera más fácil de matar a sus padres, o quizás esté pensando en comprarse mi patito.
—Necesito… Si me pudieras ayudar… —continúa la chica, con cierta impaciencia—. Soy…
—¿Disculpa? —interrumpe Willow, totalmente sorprendida por la pregunta. La idea de que alguien pueda necesitar su ayuda es tan novedosa, tan seductora, que la deja fría. —Voy un poco perdida. Soy nueva aquí y se supone que he quedado con… Mira, tú ya te conoces todo esto. ¿Sabes dónde está la biblioteca?
¿Que yo me conozco todo esto?
Bueno, sí que sé dónde está la biblioteca.
¿Debería acompañarla? Ella también va hacia allí. Puede resultar algo incómodo, pero será mejor que mostrarle el camino y caminar detrás de ella todo el rato.
A lo mejor no está mal que vayan juntas. Después de todo esta chica no sabe nada de ella, aparte de que también es nueva. Y no solo eso, sino que además ha hecho parecer a Willow la persona más competente del pasillo.
—Sí, de hecho, yo también voy en esa dirección —dice Willow un momento después. Echa a caminar hacia la salida, seguida por la otra chica.
Quizá debería preguntarle qué va a hacer en la biblioteca, podríamos…
—¿La biblioteca está en otro edificio?
—¿Eh?
—¿Cómo es que hemos salido a la calle? —le pregunta la otra chica con cierta irritación en su voz. La expresión de su cara es mucho menos amigable que hace unos minutos.
—¿Estás buscando la biblioteca? —Un chico bastante mono pasa tranquilamente junto a ellas. Parece interesado en la acompañante de Willow—. Está ahí detrás —dice, señalando el edificio.
—Gracias, ya me imaginaba que no estaría fuera.
Los dos se quedan mirando a Willow.
¡Claro! No se refería a esa biblioteca.
Willow no puede creerse que acabe de cometer un error tan tonto. Al oír la palabra «biblioteca» había penado que…
—Yo… Mira, pensaba que te referías a… Yo trabajo en la biblioteca de la universidad y simplemente…
—¿Eres bibliotecaria? —Es evidente que el chico no lo dice en un tono positivo y a la chica se le escapa una risita—. Ven, te indico el camino —le dice el chico. Willow observa cómo el chico aguanta la puerta abierta.
¿Era demasiado pedir pasar el día sin ponerme en evidencia?
—¡Willow!
Y ahora, ¿qué?
Se gira y ve a Guy junto a las barras donde la gente deja las bicicletas. Laurie está a su lado.
Willow les saluda con cautela. Lo que acaba de ocurrir la ha hecho sentirse insegura, y desea con todas sus fuerzas que Guy y Laurie no se hayan enterado de nada. Se pregunta por qué él la estará llamando. Y ¿qué está haciendo con Laurie? No debería sorprenderse tanto de que se conozcan: los dos son alumnos de último curso y este es un instituto pequeño. Pero no deja de inquietarle. Tal vez los dos hayan estado hablando sobre su obsesión por los gatos; tal vez hayan estado hablando de algo peor. ¿Será Laurie su novia o algo así?
No es que a Willow le importe eso.
—¿Vas a la biblioteca? —le grita Guy a lo lejos.
¿Está bromeando?
—¿A cuál? —pregunta Willow mientras se dirige hacia ellos.
—A la de la universidad —responde Guy con sencillez—. ¿Te acompañamos? Laurie también va en esa dirección. Ya os conocéis, ¿verdad?
—Claro —asiente Laurie.
Willow la mira de reojo. La otra chica la mira con afabilidad, tal vez aburrimiento, pero nada más allá de eso.
Aun así, ¿es todo tan inocente como parece? ¿Cómo puede saber que los dos no han estado intercambiando información, contrastando historias, tal vez?
Willow se siente muy tensa. No acaba de entender por qué Guy quiere acompañarla al campus. Claro que estaba esperando el momento de volver a hablar con él, pero no piensa hacerlo ahora. No con público.
—Vale —contesta finalmente después de un momento. Mira el aparcamiento de bicicletas, deseando ver ahí la suya. Entonces, tendría la excusa perfecta para no tener que unirse a ellos, pero tal y como están las cosas, no se le ocurre ninguna manera de escaquearse. Una gota de sudor le baja por la espalda.
—No sabía que trabajaras en la biblioteca —dice Laurie cuando finalmente se ponen a andar juntos. Saca de su mochila unas gafas de sol—. Eso sí que es un puntazo. ¿Cómo lo conseguiste? Pensaba que tenías que ser universitario. O sea, que debes tener algún enchufe o algo así para conseguir un trato especial como ese…
¿Enchufe? No exactamente. Después de matar a mis padres, la facultad relajó un poco las normas. Una especie de premio de consolación.
—¡ Ah! Casi me olvido —interrumpe Guy. Su tono de voz es suave, pero un poco fuera de lugar y Laurie lo mira sorprendida—. No vendré a clase de historia mañana —continúa—. ¿Me podrás pasar los apuntes?
—Sí, claro —contesta Laurie encogiéndose de hombros.
—Gracias —dice Guy—, te lo agradezco.
Willow no está muy segura de lo que acaba de pasar. ¿Es su imaginación o Guy acaba de salir en su ayuda? ¿Ha evitado que Laurie le haga preguntas dolorosas?
—Bueno. —Willow carraspea—. ¿Cómo es que vais hacia arriba? —Le gusta como ha sonado eso. Un poco aburrido, sí, pero mucho mejor que lo de los gatos.
—Voy a pedir información sobre unas prácticas —dice Laurie mientras cruzan la calle y se dirigen hacia el parque—. Preferiría buscar un trabajo normal o algo así, por el dinero. Pero ¿unas prácticas en la universidad? Ese es el toque final de mi expediente. —Yo tengo que consultar unos libros en la biblioteca —dice Guy—. Además de devolver el Tristes.
—¡Oh, Dios! ¿Todavía estás enganchado con el libro mohoso ese? —Laurie niega con la cabeza—. ¡Estás obsesionado!
—¡Pero si es un libro genial! —exclama Willow. Está un poco sorprendida por la intensidad de su respuesta y, por la cara que tiene, Laurie también, pero Guy sonríe. —Oh, ¿lo conoces? —Laurie se ajusta las gafas de sol—. No sabía que era tan famoso.
O sea, a Guy le gustan todos estos libros oscuros que nadie más conoce. Es como que dices, ¿por qué? Pero supongo que a ti también te van todas esas cosas, ¿no? ¿Qué era? ¿Antropología?
—Yo… Sí —dice Willow, sin fuerzas. Se alegra de ver que solo quedan unas cuantas calles para llegar al campus. Las cosas no están yendo tan mal como el otro día pero, aguantar sin hacer ni decir ninguna tontería… en fin, es una presión.
—Aunque ese tipo de cosas son las que hacen que tu expediente destaque —continúa Laurie, pensativa—. Ya sabes, haber leído cosas que no son obligatorias.
Willow no puede evitar encontrar todo eso un poco ridículo. Está segura que, para Laurie, la antropología no es más que un toque para adornar su curriculum.
—O sea, ir a clases de antropología —sigue hablando Laurie, como si estuviera leyendo los pensamientos de Willow— es muy original.
Willow se pregunta qué hubiera hecho su padre ante este comentario.
Quiere cambiar de tema, pero ¿cómo? No se le ocurre nada que pueda ser apropiado o interesante. Quizá simplemente debería decir algo desagradable. Decirle a la chica que la encuentra aburrida. O mejor aún, atemorizarla con historias de gente con expedientes inmaculados que no pudieron entrar en ninguna de sus primeras opciones.
Eso serviría.
Sin embargo, Willow no quiere ser mala. Solo quiere hablar con Laurie de algo diferente.
—¿Cómo es que te llamó la atención? —Pregunta Laurie, mirando a Willow—. O sea, ¿qué es lo que te hizo interesarte por el tema? —Si se está dando cuenta de la cara de desesperación que se le pone a Willow, no se nota mucho—. ¿Alguien te dijo…?
Pero, de repente, Guy les interrumpe, incluso más bruscamente que antes.
—Oh, pero ¿qué más da? —dice, como aburrido—. Hablemos de otra cosa. Bueno, ¿de qué van las prácticas esas? —pregunta, cuando ya están dejando atrás el parque.
A Willow le sorprende lo hábilmente que sabe cambiar di tema Guy. Lo fácilmente que evita situaciones en las que ella podría decir algo de lo que se pudiera arrepentir. Es la segunda vez que ha acudido en su ayuda justo en el momento en que las cosas empezaban a ponerse feas.
No podría ser más considerado, ni más atento. Después de todo, ella no es más que una pesada carga, alguien que se ha metido en su camino justo cuando iba a tener un semestre genial.
Willow recuerda cómo le curó las heridas.
Sin pensarlo, extiende el brazo y le toca la manga, apenas le roza. Él no se hubiera dado ni cuenta si no la hubiera estado mirando. Al principio se le ve algo confuso. Es evidente que no sabe muy bien cómo interpretar el gesto, pero un segundo después le dedica una media sonrisa. Willow se da cuenta de que Laurie los está mirando y aparta la mano.
—Bueno, pues hay dos tipos de prácticas. —Si a Laurie le ha extrañado que Willow tocara a Guy, no está dejando que se note—. Unas son para trabajar en el centro de salud para mujeres, que es la que más me interesa, y las otras son para hacer una investigación bastante sencilla para un profesor de literatura comparada. Es un trabajo muy básico, y de todos modos, nunca le daría el trabajo a una alumna de instituto. Sin embargo, creo que puede escribirme una buena recomendación y eso ya es algo, ¿no? —Sí, claro. —Willow intenta prestar atención a lo que está explicando Laurie. Es posible que no pare de hacer preguntas incómodas pero, aun así, Willow le agradece que no saque a relucir el episodio del otro día en los jardines del instituto. Lo menos que puede hacer ahora es escucharla.
—Tiene sentido —continúa Willow—, porque, por lo que yo sé…
—¡Eh! —Esta vez es Laurie la que interrumpe—. ¡Mira eso! —Coge a Willow del brazo, la coge con auténtica fuerza justo por el lugar donde lleva la venda, y la arrastra hasta el escaparate de una droguería.
—Eso es exactamente a lo que me refiero. —Laurie engancha la cara al escaparate—.
Es el color en el que estaba pensando, ¿no es genial? —Se saca las gafas de sol y señala una pirámide hecha de cajas de tinte.
—Sí, claro —murmura Willow. El escaparate también le ha llamado la atención, pero no por las cajas de Caoba Rojizo. Willow está mucho más interesada en el montón de la izquierda. El que anuncia las ofertas especiales en material de oficina.
Los recambios de cúter están a muy buen precio.
¿Es su imaginación, o Guy la mira con cara rara?
Willow vuelve a mirar las cajas de Caoba Rojizo.
—Creo que ese color te puede quedar genial —dice con absoluta sinceridad.
—Gracias. —Laurie está encantada con el cumplido.
—¿Y Adrián quiere que te pongas pelirroja? —pregunta Guy.
—Lo único que parece importarle de verdad es que los dos vayamos a la misma facultad —dice Laurie, volviéndose a poner las gafas—. O sea, está tan preocupado por otras cosas que seguramente ni se dará cuenta si me tino el pelo. —Se aparta del escaparate.
—¿Adrián? —pregunta Willow con indiferencia mientras llegan a las puertas del campus.
—Mi novio —sonríe Laurie.
—Le conoces, Willow —señala Guy—. ¿Te acuerdas, conmigo, en el campus?
—¡Oh! ¿Aquel era tu novio? —Willow piensa por unos instantes—. Bueno, yo os dejo aquí —dice cuando llegan a la escalera de mármol que conduce a la biblioteca.
—Sí, yo también. —Guy se para—. Oye, Laurie, gracias por lo de la clase de historia de mañana, ¿vale?
—¡Claro! —Laurie les hace un gesto a los dos mientras se aleja, dejándolos solos. —¡Buena suerte con las prácticas! —le grita Willow—. Mejor será que me dé un poco de prisa —dice, volviéndose hacia Guy. Sus miradas no acaban de encontrarse. Se siente un poco confundida al sentir que Guy está pendiente de ella. Se lo agradece, pero…
Tendría que ser de piedra para que no le afectara esa preocupación. Sin embargo… Sin embargo, él tiene todo el poder del mundo sobre ella, podría hacer añicos su vida si quisiera, y eso la asusta.
—Llegaré tarde al trabajo. —Empieza a subir la escalera.
—Llamé a tu hermano.
Willow se queda helada. Se vuelve hacia Guy con terror en la mirada.
—Tranquila —dice Guy. Se apoya en la barandilla con los brazos cruzados. Él sí que está tranquilo—. He cumplido con mi promesa, no le he dicho nada. Solamente le pregunté cuándo trabajabas. Quería asegurarme de verte hoy. Tú y yo tenemos cosas de que hablar.
Así que esa era la razón para querer acompañarla. Debería haberse imaginado que él también quería hablar con ella. No debe encontrarse con una situación así todos los días. Aun así, Willow no puede evitar ponerse nerviosa al pensar en lo que le debe querer decir. El corazón le va a cien por hora, y se sienta en un escalón, ajena a los estudiantes que pasan junto a ellos.
—¿Estás bien? —le pregunta Guy. De repente se le nota preocupado. Tiene la misma cara que cuando descubrió las heridas y, ahora que lo ve de cerca, Willow se da cuenta de que su actitud despreocupada no es más que una pose. Va despeinado y le han salido ojeras. Es raro que no se haya dado cuenta de esto mientras caminaban juntos. —Una pregunta un poco tonta—. Guy se ríe mientras se le acerca—. Lo último que debes estar tú es bien.
Willow no le contesta, pero se da cuenta de que, a pesar de su apariencia desaliñada, el aliento de Guy es fresco, como de manzana.
—¿Por qué…? Bueno, quiero decir… ¿por qué no se lo dijiste? —logra balbucear—. Porque te prometí que no lo haría —responde Guy con sencillez—. Pero eso no significa que no piense que debo hacerlo, o que no vaya a hacerlo. Tenemos que hablar, decidir algunas normas básicas. —Extiende el brazo y la levanta—. Venga, dile a la bruja de Hamilton que necesito ayuda en el depósito. Allí tendremos un poco de privacidad. —La empuja hacia el interior del edificio y pasan junto al guarda de seguridad.
Willow sonríe ante esa descripción de la señorita Hamilton pero, al entrar, resulta que no está tras el mostrador. Willow ficha y saluda al empleado de turno antes de girarse de nuevo hacia Guy.
—Y ahora, ¿qué? —suspira. Sabe perfectamente de qué quiere hablar él y es lo último que le apetece hacer, pero no hay escapatoria. Después de todo, él tiene todas las cartas en su mano.
—Al depósito —dice Guy con determinación—. De hecho necesito ayuda de verdad. —Le enseña un trozo de papel con un montón de signaturas escritas—. Tengo que buscar unas cosas.
Willow mira las signaturas. Incluso sin haberse pasado los últimos meses en la biblioteca, hubiera sido perfectamente capaz de saber adónde ir. No en vano se había pasado cientos de tardes dando vueltas entre las estanterías del depósito con su padre. Sabe perfectamente que todos los libros que está buscando Guy son de antropología y que los va a encontrar a la primera, en cuanto suba allá arriba.
—Vale —dice después de pensar un rato. Se dirigen al ascensor—. Todo esto está en el piso de arriba.
—Bueno —dice Guy mientras se introducen entre las estanterías mal iluminadas del depósito—. ¿Por qué no vamos a buscarlo primero y así podremos hablar de… —para de hablar unos segundos, Willow se da cuenta de que la situación es igual de violenta para él—, hablar de lo que te pasa? —Y continúa—. A ver qué podemos hacer…
Oh, por favor…
Willow piensa que Guy está hablando como esos tipos que entrevistan en los programas de tarde en la televisión. Ese tipo de gente que te quieren vender un libro que te promete autoestima en siete sencillos pasos.
—Nosotros no tenemos nada que hacer al respecto —dice.
—¿De verdad? —Guy levanta las cejas mientras le sigue por los estrechos pasillos—. Perdona, pero ese no era el trato. Si yo no se lo cuento a tu hermano, entonces tú vas a tener que prometerme un par de cosas. No puedes cruzarte en mi camino sin más, desmontarme todos los esquemas y que todo siga como tú quieres. Esto no funciona así.
—De acuerdo —contesta, encogiéndose de hombros. No tiene elección—. Vamos primero a por tus libros, ¿vale? —Willow se para frente a una estantería llena de polvo, saca unos libros y se los pasa a Guy.
Se detiene un segundo antes de coger el siguiente libro de la lista. Se encuentra mal.
De repente hace mucho calor. Le empieza a picar toda la piel, pero no puede hacer nada. Willow toma aire e intenta tranquilizarse, pero es inútil. ¿Por qué se molesta en intentarlo? Olvídalo, piensa mientras se apoya en el extremo de la estantería para no caerse. Dale lo que él quiere y ya está.
—Aquí está —dice Willow con brusquedad. Coge el libro, una monografía escrita por su padre hace cinco años. Willow la recuerda perfectamente. Habían viajado todos juntos a Guatemala, donde su padre tenía que hacer un trabajo de campo—. Aquí está —repite al pasárselo a Guy. Pero Guy está ocupado haciendo malabarismos con los otros libros y no lo coge a la primera—. ¿Quieres hacer el favor de cogerlo? —Willow se enfada y se lo tira sin importarle si le da con él o no.
—¡ Eh, cuidado! —Guy intenta coger el libro, pero en lugar de eso acaba por tirar el resto al suelo—. ¿Pero qué te pasa? —murmura mientras se agacha.
—Mira, casi te has cargado el lomo de este.
Está claramente enfadado. Willow le observa mientras él examina el libro entre sus manos. Una vez más le viene a la cabeza el modo en que le curó ayer la herida.
Sostiene el libro con la misma delicadeza. Es evidente que no le gusta ningún tipo de destrucción, ni de la carne ni del papel.
—No deberías tratar así los libros —le sermonea Guy. Sin embargo, Willow no se puede enfadar con él. Sabe que a su padre le hubiera horrorizado ver lo que acaba de hacer—. Quiero decir, se trata de una primera edición —continúa Guy—, ¿por qué querías…? —Guy se queda sin voz al recoger el libro de su padre. No dice nada durante un buen rato.
—¿Hemos acabado? —pregunta Willow duramente.
—Bueno, con los libros sí —dice Guy con voz apagada—. Mira, ¿por qué no nos sentamos aquí un rato?
Se coloca la monografía bajo el brazo. Willow se da cuenta de que lo ha colocado de manera que ella no pueda ver la fotografía de su padre. Tanta consideración empieza a irritarle, parece un poco forzado.
—No habrás montado esta excursión para ponerme a prueba, ¿no? —explota—. ¿Solamente para ver hasta dónde puedes presionarme, o algo así?
Tal vez se haya equivocado con él. Tal vez haya malinterpretado su comportamiento durante el paseo. Tal vez estaba cambiando de tema por aburrimiento, no por no herir sus sentimientos. Se cruza de brazos en postura defensiva y le mira.
—Claro que no —contesta Guy—. Necesitaba este libro, de verdad. Sinceramente, por un momento me había olvidado de lo que era. O sea, de quién lo escribió. Supongo que tendría que haberlo buscado yo solo.
Parece afectado y Willow sabe, en su interior, que no se había equivocado con él. Guy es así de considerado.
—Lo siento —dice Willow tras unos segundos, avergonzada de haber correspondido su amabilidad con hostilidad. Deja caer los brazos e intenta esbozar una sonrisa—. Te gustará el libro, es bueno.
—¿Cómo no iba a serlo? —responde Guy al instante—. ¿Sabes…? —vacila un momento—, una vez estuve en una conferencia de tu padre.
—¿De verdad? —Willow está intrigada—. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Sabes si mi madre también estaba allí? —Las preguntas salen a borbotones—. ¿De qué iba?
—De esto —dice Guy, señalando el libro—. Del viaje que hicieron a Guatemala. Sí, y tu madre sí que estaba allí. Fue en el museo, a finales del invierno pasado.
—¡Oh, Dios mío!
Willow se tapa la boca con las manos. Va a perder el control. Va a perder el control allí mismo entre las estanterías del depósito. Se sorprende al sentir el flujo de bilis que le llena la boca. Pero supone que, de algún modo, tiene sentido que eso ocurra. Se ha condicionado tanto a transformar el dolor emocional en dolor físico que, al no poder acudir a la cuchilla, su cuerpo responde de la mejor manera que puede. Se está provocando el vómito.
Sabe exactamente de qué serie de conferencias le está hablando Guy. No se había molestado en ir porque… ¿Para qué? Había oído a sus padres hablar millones de veces y les iba a oír un millón de veces más. Si no fuera porque el invierno pasado habían dado su última conferencia. Porque aquella conferencia había sido solo unas semanas antes de que Willow decidiera llevarlos en coche.
—¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a vomitar!
Las luces se apagan en ese mismo momento, y Guy aprieta el interruptor con el puño. —¡Willow! —Deja los libros en el suelo y la coge por los hombros—. ¿Quieres que te aguante el pelo? ¿Voy a ver si encuentro alguna papelera por aquí? ¿Estarás bien si te dejo para ir a buscarla?
—No, no —logra decir—. Estaré bien, de verdad. Solo estoy un poco… —Se aprieta el estómago con la mano—. Dame un segundo.
—Sí, claro. Así, déjame que… —Guy la coloca de manera que pueda apoyarse en las estanterías—. ¿Mejor?
—Ahá —asiente Willow. Le agradece que se tome tantas molestias—. Gracias —le dice cuando logra recuperar el aliento—. Gracias, de verdad. Siento mucho lo que acaba de ocurrir. Yo, es que… todo esto como que me ha superado. ¡No puedo creerme que me quisieras aguantar el pelo! —exclama al darse cuenta de lo absurdo de la situación. —¿No? ¿Es que no lo había hecho nadie antes?
—Sí, claro. ¿Quién no se ha hecho una ronda de chupitos con su mejor amiga? Pero, venga, admítelo, es un poco fuerte con alguien que apenas… ya sabes que apenas conoces.
—Oh, bueno, no es que fuera a disfrutar de la experiencia. —Guy se echa a reír—. Pero al menos, creo que puedo entender que reaccionaras poniéndote mala. —Para de hablar y la mira fijamente—. Willow, lo siento. —Ahora ya no ríe—. No debería haber sacado nada de todo esto. —Le suelta los hombros.
—¡No! —le asegura Willow al instante—. Me alegra que lo hayas hecho. ¡De verdad! Y me gustaría oír más cosas. Es solo que me ha desconcertado un poco.
—¿Quieres oír más? —pregunta Guy con inseguridad.
—Sí —insiste Willow—. Sí, aunque te cueste creerlo. David nunca habla de ellos conmigo. Ni Cathy, su mujer. Es como si mis padres no hubieran existido nunca. —Willow hace una pausa, intentando encontrar la manera de que Guy lo entienda—. ¿Sabes? Con todo lo que hicieron mis padres para preservar otras civilizaciones, mantener viva su memoria, resulta tan irónico que David ni los mencione. Solo consigue que sea mucho peor.
—De acuerdo —dice Guy lentamente—. Pero si ves que me estoy pasando, házmelo saber, ¿vale?
—Vale —asiente Willow.
—En primer lugar, vámonos de aquí. Venga, estoy seguro de que este es el lugar menos cómodo de todo el depósito. —Guy recoge los libros y se dirige a un rincón que hay más lejos. Se sienta cruzando las piernas en un lugar iluminado por un tenue rayo de sol que se cuela entre los altos ventanales y le señala a Willow un lugar junto a él. —Aquí tampoco tendremos que preocuparnos por las luces —le explica.
Willow se sienta en el suelo, a su lado, y coge el libro de su padre. Es un volumen pequeño, encuadernado con una tela azul clara. Siempre le ha gustado el tacto de los libros de sus padres: la textura, casi áspera, tan diferente de las tapas brillantes de los libros de éxito de las librerías. Pasa las páginas, cogiéndolas con cuidado por el extremo superior, tal y como le habían enseñado sus padres. Willow las examina con detenimiento, sin decir ni una palabra, parándose para leer algunas descripciones. Mientras, Guy está en silencio. Unos momentos más tarde, deja el libro en el suelo y le mira.
—¿Me podrías explicar algo de la conferencia?
—¿Qué quieres saber? —pregunta Guy. Coge el libro y se pone a hojearlo. Willow está sorprendida de cómo lo coge, casi, si cabe, con más respeto que ella.
—Bueno, en realidad, todo. ¿Qué pensaste de ellos?
—Mmm… —Guy echa la cabeza a un lado y piensa—. ¿De tu padre? Que era brillante, claro.
—Vale —asiente Willow, animándolo—. Pero no me digas solamente lo que crees que quiero oír.
—Mmm… De acuerdo. Pues, entonces, que contaba unos chistes muy malos.
—¡Los peores! Lo sé. David y yo solíamos cachondearnos de él. O sea, que tenía buen sentido del humor, se reía de las cosas graciosas, pero contando chistes… Un desastre. —En serio, no le hubiera venido mal salir de su torre de marfil y entrar en el mundo real de vez en cuando. Me dio bastante la impresión que no se había hecho suficientes rondas de chupitos cuando le tocaba.
—Exactamente.
—Pero era tan convincente. —En la voz de Guy se nota la admiración—. Se emocionaba de verdad con lo que explicaba. Amaba lo que hacía.
—¿Y mi madre? ¿Qué pensaste de ella?
—Quizá no era tan impresionante hablando del tema, pero conectaba más con el público, no sé si entiendes lo que te quiero decir.
—Lo entiendo perfectamente.
Willow cierra los ojos un segundo.
—Hablaron un montón del viaje, el de Guatemala. Y tengo que decirte que hacían que el trabajo de campo pareciera la cosa más emocionante del mundo.
—Ya —contesta Willow con un bufido.
—¿No lo es? —Guy la mira con escepticismo.
—Quizá para alguna gente. —Se encoge de hombros—. Pero a mí lo que más me llamaba la atención eran los mosquitos. Siempre había mosquitos, daba igual adónde fuéramos; y las duchas eran una pesadilla.
—¿En serio? —Guy se ha quedado totalmente chafado—. No creo que pudiera soportar algo así.
—Oh, te encantaría —le asegura Willow—. Tú eres el tipo de persona ideal para una situación así. Y no solo eso. —Levanta las manos como para advertirle que no le salga con excusas—. David me dijo que eres muy inteligente. Y trabajador. Créeme, no dice eso de mucha gente. —Willow hace una pausa para pensar en lo que ella misma opina—. Eres cuidadoso con las cosas, podría decir, y considerado… Así es como uno debe ser para hacer ese tipo de trabajo… Supongo que debes pensar que yo soy una niña mimada —concluye finalmente.
—Mimada es la última palabra que emplearía para describirte —dice Guy lentamente—. Y no estés tan segura de mí, tampoco. Tengo que confesarte que también me gusta darme una buena ducha.
¿Y cómo me describirías?
Willow tiene que morderse el labio para evitar formular la pregunta. Le sorprende incluso haberla pensado, que le importe, ni que sea un poco, lo que él piensa de ella. —Pero tengo que confesarte que estoy sorprendido —prosigue Guy—. Habría jurado que querías continuar en el negocio familiar.
—¡ Ah, no! Eso es cosa de David, no mía. Para nada.
—¿De verdad que no te gustó nada el trabajo de campo? Quiero decir, lo de viajar y todo eso.
—Viajar puede ser muy divertido, especialmente si estás de vacaciones. Pero si lo que me preguntas es por qué no me interesa el tipo de trabajo que hacían mis padres, te diré algo. Yo prefiero ese tipo de lugares al que solo se puede viajar con la imaginación. Willow se encoge de hombros, con un poco de vergüenza. Mira a Guy, esperando que se ría de ella o que se esté aburriendo pero, en realidad, es todo lo contrario. Está… bueno, quizá fascinado es una palabra un poco fuerte pero…
—Háblame de tu lugar imaginario —dice, acercándose—. No conozco ninguno.
—Vale —dice lentamente—. Te hablaré de un lugar real pero que, aunque existió, yo pienso que solamente se puede conocer de verdad desde la imaginación.
—Continúa.
—Se llama £atal Hüyük.
—¿Cómo que qué?
—Eatal Hüyük —ríe Willow—. Está en Turquía, o estaba en Turquía. Nunca he estado allí. Bueno, toda su cultura desapareció hará unos siete mil años. O sea, yo nunca he estado allí, pero mi madre escribió su tesina sobre el tema. ¿Quieres saber cuál era el atractivo que tenían para mí?
—Sí.
—Fueron los primeros en tener espejos. Estaban hechos de obsidiana negra pulida. Mi madre escribió sobre eso. Eso es sobre lo que la mayoría escribe. Quieren saber cómo los hacían, qué herramientas empleaban para pulir la piedra, cuánto tardaban en hacerlos. Pero ¿no se dan cuenta de que esas no son las preguntas interesantes? Yo lo que quiero saber es por qué hizo alguien el primer espejo. Bueno, ya sé que la gente se había visto mucho antes a sí misma, reflejados en el agua o cosas así, pero realmente no es lo mismo, ¿no? ¿Qué pensó la primera persona que se vio reflejada en un espejo? ¿Le dio vergüenza o le gustó lo que veía? Quiero saber cosas que no se puedan deducir por la datación del carbono 14 o en una excavación, quiero saber cosas cuyas respuestas uno solo puede imaginar.
—Esas son cosas increíbles en las que pensar —dice Guy pensativo—. Y me encantaría saber cuáles crees… perdón, que respuestas son las que imaginas.
—Oh, en realidad ya no pienso en ese tipo de cosas.
—Willow niega con la cabeza—. Ahora solo puedo pensar en el día que me queda por delante y, si eso es demasiado, entonces pienso en la hora.
Y si es demasiado, entonces sé exactamente lo que tengo que hacer.
Para de hablar. Guy también está en silencio; él parece estar reflexionando sobre lo que ella le acaba de explicar. Willow está sorprendida del giro que ha tomado la conversación. Cuando él le dijo que tenían que hablar, ella jamás pensó que acabaría explicándole este tipo de cosas. Ni siquiera con Markie había llegado a hablar de esto. Le sorprende lo tranquila que se siente y el miedo que tenía de acabar montando una gran escena.
Pero Willow no está preparada para lo que viene ahora.
—¿Es que no quieres dejarlo? —explota Guy, rompiendo la calma. Willow no necesita preguntarle a qué se está refiriendo.
—Quiero decir, ¿cómo puedes estar haciéndote esto…? ¡Quieres escucharte! Eres tan…
—Soy tan ¿qué? —no puede evitar preguntar—. ¿Tan qué?
—No importa. —Guy aparta la mirada, haciendo un esfuerzo evidente por mantener la calma.
Ambos se quedan callados unos minutos. Tan callados que Willow puede sentir la respiración de él. De algún modo, ese sonido la hace sentir más segura. Desearía poder estar allí sentada, no hacer nada más que escuchar su respiración y observar las minúsculas partículas de polvo que flotan en la luz que se cuela por las ventanas.
—¿Es que no quieres dejarlo? —repite Guy. Pero esta vez no está gritando.
Willow no quiere hablar de lo de cortarse. Con él, no. Sin embargo, es una pregunta interesante, una pregunta que a la mayoría de la gente no se le ocurriría. La mayoría de la gente simplemente asumiría el hecho de que, si lo quisiera dejar, ya lo habría hecho. Pero Willow sabe que no es tan fácil, y por lo que parece, Guy también.
Después de todo lo que él ha hecho por ella —no contárselo a su hermano, ofrecerse a aguantarle el pelo… —le debe una respuesta.
—Si las cosas fueran diferentes, y no me refiero a que mis padres estuvieran vivos, pero si las cosas fueran diferentes entonces sí, querría dejarlo.
—¿Y qué es lo que debería ser diferente?
—Eso no te lo puedo decir.
Guy no responde nada a esto. Solo la mira con una expresión inescrutable, pero Willow se da cuenta de que él se siente incómodo, hasta nervioso. Eso no era lo que ella esperaba. Tal vez un sermón, o incluso que le gritara, pero no esta mirada inquebrantable, ese foco dirigido irremisiblemente hacia ella.
Mientras busca su mano, Guy no deja de mirarla en ningún momento. A Willow le conmueve lo tierno que es y por un momento se permite pensar que las cosas son diferentes. Que él no sabe que se corta. Que ella no se corta.
¿Y si el día anterior le hubiera estado curando una herida porque se había caído patinando? ¡Qué inocente hubiera resultado todo! ¿Y si hubieran subido hasta aquí porque querían estar a solas y no porque no se pueden arriesgar a que nadie escuche su pernicioso pacto? ¿Y si pudieran seguir hablando y riendo como hasta entonces sin tener que lidiar con tanto horror y crudeza?
Guy le levanta la manga y Willow piensa que quiere comprobar que el vendaje todavía aguanta, pero en lugar de eso levanta la tirita y observa el corte.
—Es tan feo —dice en tono pragmático.
Willow aparta la mano bruscamente. No puede creerse lo que él le acaba de decir ni puede creerse que a ella le importe.
Sabe que los cortes son feos, y no tiene ningún interés en su opinión pero aun así, se siente terriblemente insultada. Herida e insultada. Es casi como si le hubiera dicho que su cara es fea.
Guy aparta la mirada de los cortes y la mira a la cara. Seguramente se da cuenta por la mirada de Willow de que sus palabras le han herido, pero no se disculpa.
—Volviendo a lo que te dije —continúa—. Llamé a tu hermano. Y no solo para preguntarle a qué hora estarías trabajando.
Willow se queda parada. ¿Es que, después de todo, se lo había contado a David? ¿Qué pasó? Se ha quedado sin palabras, pero Guy continúa sin turbarse.
—Lo llamé anoche, después de dejarte. —Golpea el suelo con los dedos—. La cosa es que no tenía ni idea de qué decirle. Así que simplemente colgué después de unos segundos respirando junto al auricular. —Suspira profundamente—. Quería decírselo pero… No podía dejar de pensar en lo que tú me dijiste, lo de que le mataría. ¿Y si tenías razón? Mira, no vas a lograr que me crea que eso acabaría totalmente con él pero, ¿y si el que yo le contara esto pudiera provocar algún tipo de… no sé qué? Y también, ¿y si el contárselo acabara contigo? ¿Y si hiciera que te cortaras tanto… en fin, mucho más que cualquier otra vez? —Guy elige cada palabra con sumo cuidado—. Además, te lo prometí. —Guy vuelve a cogerle el brazo. Esta vez no deja de mirarle a la cara mientras vuelve a colocar la tirita y Le baja la manga—. Y pensé, y quizá pensé mal, que tú estarías bien, que entre la última vez que nos vimos y ahora no tendrías ocasión de, bueno, de hacerlo. O sea, no paré de pensar. ¿Cuándo tendrías ocasión de hacerlo? En casa no, con tu hermano y su mujer por ahí, y en el instituto tampoco.
A Willow se le pasa por la mente la imagen del lavabo de las chicas, pero no dice nada. —Aun así —continúa Guy—, seguí debatiéndome entre contárselo o no. No pegué ojo en toda la noche, solo podía pensar qué hacer.
Ahora Willow ya sabe por qué él tiene esas ojeras. Se le ve completamente derrotado y ella siente una inmensa culpabilidad. Ella nunca ha tenido la intención de hacer daño a otra persona.
—¿Me puedes decir una cosa? —Guy la mira con expresión reservada, como si tuviera miedo de la reacción de ella.
—Supongo —dice Willow después de meditarlo. Piensa que ya no debe esconderse delante de Guy. Esto no es como estar con Laurie y las otras chicas en el jardín. No tiene que preocuparse de decir algo incorrecto ni de fingir nada.
—¿Por qué lo haces? Y no me refiero a por qué no eres feliz, creo que eso ya lo he entendido. Lo que quiero decir es, ¿por qué has tomado este camino?
Willow asiente pensativamente. Esta tendría que haberla visto venir. Al fin y al cabo, es lo primero que ella preguntaría.
—No es algo que pueda explicarse tan fácilmente.
—Cuando veníamos hacia aquí… —empieza Guy, pero se para y aparta la mirada.
—Sí… —le anima con delicadeza.
—Me preocupaba que Laurie fuera a decir algo que te hiciera explotar. Y claro, al final ha resultado que he sido yo el que te ha hecho explotar. Me refiero a cuando te he dicho que estuve en la conferencia de tu padre. Yo soy el que ha dicho lo incorrecto. —Su voz suena como si se hubiera decepcionado a sí mismo.
—No existe lo incorrecto —dice Willow. Lo dice de verdad, ella no sabría decir qué será lo próximo que provoque una sesión con la cuchilla—. Tampoco existe lo correcto.
Guy reflexiona sobre esto unos instantes.
—¿Me puedes decir otra cosa? ¿Me puedes decir dónde lo haces? No me gusta pensar en ello pero no puedo evitarlo, y me estoy volviendo loco.
—Cuando dices dónde, ¿estás preguntando en qué parte de mi cuerpo o el lugar donde estoy cuando lo hago?
—Bueno, las dos cosas —dice Guy.
Ahora es él el que parece que vaya a vomitar.
—Sobre todo en los brazos —responde Willow rápidamente, como si así todo pareciera correcto—. Y te equivocas con lo del instituto. También lo hago allí, y en casa, si no hay nadie, pero ya es un poco más complicado.
—Dios mío —murmura Guy—, y yo que pensaba que estabas a salvo.
—Y lo estoy —le asegura Willow—, ya te lo he dicho. Tengo mucho cuidado de mantener las heridas limpias. Y procuro no hacerme muchas cada vez… —Para de hablar. El estado de Guy debe ser contagioso porque de repente ya no puede decir nada más.
—Oh, Willow, lo último que tú estás es a salvo.
Willow no sabe cómo responder a eso. Se siente perdida de un modo indescriptible.
De repente, el depósito parece más oscuro; su pequeña parcela de luz se está desvaneciendo. Se acerca a Guy.
—¿Puedo ver tu bolsa? —pregunta Guy de repente.
Willow no entiende por qué se lo pregunta, pero le pasa la mochila encogiéndose de hombros.
Guy la abre y empieza a sacar su arsenal: una cuchilla usada y una de recambio, todavía con el envoltorio, junto a las tiritas que él le dio y un poco de desinfectante. —Está claro que no serviría de nada tirar todo esto —murmura, dando vueltas a las cuchillas en sus manos.
—No —asiente Willow—, no serviría de nada.
—Prométeme una cosa —dice Guy de repente—, ¿vale? ¿Me lo prometerás?
—Depende —contesta Willow con mucha cautela—. ¿Qué quieres?
—Tienes que llamarme antes de volver a hacerlo la próxima vez. Te lo digo en serio. Simplemente, llámame antes.
—¿Para que puedas persuadirme? —le pregunta Willow. No sabe muy bien por qué su voz suena tan tajante—. Quiero decir, ¿para qué?
—¿Persuadirte? —Guy lo niega con la cabeza—. Ni siquiera sabría cómo hacerlo. —Vuelve a dejar las cuchillas en la mochila con reticencia—. Te diré para qué. Me asustaste con lo de llamar a tu hermano. Estoy seguro de que te equivocas al respecto pero, la verdad, no sé, me da miedo arriesgarme. Al menos contigo…
—No te da corte —no puede evitar remarcar Willow.
—Ese es un modo de decirlo. —Guy la mira—. Iba a decir que entre tú y yo hay más confianza y las cartas están al descubierto. Oye, si me llamas, al menos sabré que estás… en fin, evidentemente no estarás bien, pero al menos… —no logra acabar la frase.
—¿Al menos? —apunta Willow.
—Al menos sabré que no estás por ahí tirada desangrándote.
Willow no tiene una réplica para esto. Le sorprende la vehemencia de Guy, le parece tan lejos de su personalidad… Ella mira en silencio cómo arranca un trozo de papel de uno de sus cuadernos y escribe algo.
—Aquí tienes mis números, ¿vale?
—¿Por qué estás haciendo esto? —explota finalmente Willow—. Tú no tienes que ayudarme. No tienes que hablar conmigo. No tienes que aparecer en mi vida con ninguna respuesta. Entonces, ¿por qué estás haciendo esto? Tampoco tenías por qué curarme el brazo anoche, pero lo hiciste de todos modos. ¿Por qué? Podrías haber pasado de largo. No te estoy pidiendo que hagas todo esto. No quiero que hagas todo esto. Lo más seguro es que no te llame.
—No puedo pasar de largo sin más. ¿Y sabes una cosa? Tú tampoco podrías.
—Oh, sí que podría. —Willow le corrige rápidamente—. Ni me molestaría en mirar atrás. Yo…
—Claro —le interrumpe Guy—. Igual que hiciste con Vicki.
Willow tarda unos segundos en recordar de qué le está hablando.
—¿Te refieres a la chica del laboratorio de física?
No se lo acaba de creer.
—Esa misma —asiente Guy.
—Te equivocas conmigo —intenta explicar Willow—. ¿Crees que soy amable? ¿Que soy buena persona? No fue nada de eso, para nada; Pensé que era patética, que era una fracasada.
—Lo sé. Y por eso lo que hiciste fue tan especial.
Willow está callada.
—La ayudaste. —La voz de Guy es tranquila—. No tenías por qué, pero lo hiciste. Así que no vengas con gilipolleces sobre cómo tú pasarías de largo porque eso, simplemente, no es verdad.
—Oye, tengo que irme. —Guy se levanta—. Llámame, o mejor no. Mejor busca otra manera de enfrentarte a tus problemas que no sea haciéndote cortes y heridas. —La mira como si quisiera decir algo más pero, unos segundos después, esboza una pequeña sonrisa, se vuelve y se dirige al ascensor.
Las puertas se cierran y Willow se queda a solas. Coge el papel que él le ha dado, hace una bola y lo lanza tan lejos como puede.
No va a permitir que él la controle de este modo. De todos modos, ¿quién es él para saber cómo se comportaría? Ella pasaría de largo. Y pasará de largo ante las buenas intenciones de Guy.
Willow coge la mochila y baja rápidamente por la escalera lateral —no tiene tiempo de esperar el ascensor— para darse de morros con la mirada asesina de la señorita Hamilton.
—¿Dónde has estado? —le pregunta. Es evidente que está enfadada—. Deberías darte prisa e ir a dejar los libros en su sitio. Vamos muy atrasados y Carlos no está. Hoy no quiero que hagas un descanso. No te hubiera dejado aunque hubieras llegado a tiempo, estamos demasiado faltos de personal. Por cierto, cometiste un error con el préstamo interbibliotecario que solicitaste y me he tenido que disculpar frente a aquel señor mayor tan agradable. ¿Tengo que decirte…?
Hamilton continúa refunfuñando sin tregua con su voz quejumbrosa y desagradable. Con el pelo peinado hacia atrás y su vestido pasado de moda parece un personaje salido de una novela de Dickens. Willow apenas puede soportar escucharla. No sabe cómo logrará sobrevivir a las próximas horas bajo la atenta mirada de esta mujer. Espontáneamente, la imagen de Guy le pasa por la mente. Su cara. Sus manos. El modo en que sostenía el libro de su padre. La manera en que la curó.
—Lo siento. —Willow corta a Hamilton bruscamente—. Ahora mismo me pongo con esto. —Willow coge un carro lleno de libros y se dirige a toda prisa al ascensor. Aprieta el botón del undécimo piso sin ni siquiera fijarse a qué piso pertenecen.
Venga, venga, deprisa…
Willow deja el carro a un lado y echa a correr hacia el lugar donde ella y Guy han estado sentados. El papel no está allí. ¡ Por el amor de Dios! ¡ Pero si únicamente ha estado fuera unos minutos! ¿Quién más puede haber estado aquí? Y, de todos modos, ¿quién querría coger un pedazo de papel arrugado? Cae sobre sus rodillas y empieza a arrastrarse. ¿Dónde lo habrá tirado? Willow mira bajo las estanterías metálicas. No hay nada aparte de suciedad.
¿Qué es eso?
Entre las pelusas de polvo ve un pequeño objeto blanco y extiende la mano para buscarlo. Willow apenas logra alcanzarlo y siente que se le está a punto de dislocar el brazo de tanto estirar el brazo bajo la estantería.
¡Lo tengo!
Deshace la bola y alisa el papel, volviendo a doblarlo con cuidado. No sabe muy bien qué hacer con él. Se ha dejado la bolsa abajo, hoy lleva falda y… no tiene bolsillos. Después de un segundo Willow guarda el papel doblado en su sujetador.
No sabe muy bien para qué quiere sus números. No le va a llamar. Pero en realidad, ¿qué mal hay en guardarlos? Le gusta sentir el tacto del papel en sus pechos. Le rasca, no es doloroso, como la cuchilla, pero tampoco algo que pueda ignorar.
El papel se queda allí el resto del día, hasta que se desnuda para meterse en la cama. Enseguida se queda dormida. Sin problemas, está agotada. Pero aguantar dormida… eso es otra cosa.
Willow no tiene pesadillas, no exactamente. Al menos, no que ella recuerde. Pero siempre hay algo que logra despertarle en plena noche, temblando. Puede ser un coche que pasa bajo su habitación y que le recuerda el accidente o el sonido de la lluvia que golpetea la ventana.
No está muy segura de qué se trata esta vez. Le vienen a la cabeza fragmentos sombríos de un sueño: el ruido de cristales rotos, el tacto al tocarlos, ¿es eso lo que le hace temblar? No importa. Willow coge las cosas que tiene bajo el colchón. Aprieta la cuchilla en su mano compulsivamente.
Está estirada, pero no se está cortando. Todavía no. De repente se incorpora para coger el teléfono, que cae de la mesita de noche. Busca por la mesita de noche hasta que su mano se encuentra con el trozo de papel que había dejado antes. Sin soltar en ningún momento la cuchilla, coge el papel y el teléfono, y se esconde bajo las sábanas. El teléfono no es inalámbrico y el pitido de la línea rompe el silencio. El sonido es reconfortante, al igual que la idea de llamar a Guy. No va a llamarle, nunca lo haría. Pero aprieta con fuerza el papel en la mano, como si le fuera la vida en ello, y mece el teléfono junto a su pecho, con el insistente sonido haciendo de eco a los latidos de su corazón.