¿No podría hablar un poco más bajo? Piensa Willow mientras se estira boca abajo y entierra la cabeza entre las páginas de su libro. Sigue peleando con el Bulfinch; al menos tiene un par de semanas para entregar el trabajo. De normal, le sobraría tiempo, pero últimamente las cosas son de todo menos normales, y el parloteo de la otra chica no se lo está poniendo fácil.
—Me dijo que me llamaría…
Willow intenta ignorarla, pero es una batalla perdida. Había salido pronto de la escuela y se había ido al campus pensando que allí podría trabajar, pero, en lugar de concentrarse en el Bulfinch, no para de distraerse con todo lo que ocurre a su alrededor. Ya ha tenido que moverse dos veces para esquivar un Frisbee y ahora, cuando por fin había conseguido situarse, se le ha sentado esta chica al lado y ha empezado a hablar, muy alto, por el móvil.
—¡Ya han pasado dos días! Pero ¿sabes qué? Él me dijo que tenía que estudiar para un examen muy importante y ya sabes lo estresante que es eso. Seguro que esa es la razón de que…
Willow cierra el libro con un suspiro. Es inútil intentar leer.
Al menos, escuchar conversaciones ajenas promete ser más interesante.
De repente, una ola de soledad invade a Willow. Desearía poder hablar con Markie, ser capaz de hablar con ella. Retroceder siete meses y volver a estar las dos cotilleando así. Su conversación no hubiera sido muy diferente a la de esta chica. Después de analizar el problema de la llamada telefónica desde cualquier ángulo posible hubieran pasado a hablar sobre el cuidado de la piel y luego…
—Tendrías que ver lo quemado que tengo el pelo…
Vale, en lugar de la piel, las puntas abiertas. Bastante cerca. Willow sonríe un poco. A lo mejor todavía es capaz de sentir interés por estas cosas. A lo mejor no tiene por qué ser un desastre cada vez que abre la boca.
—Intenté hacerme los reflejos yo misma y fue catastrófico.
¿Catastrófico? Willow se sienta y mira a la chica sin poder creérselo. ¿Es esa su idea de catástrofe?
Le gustaría poder enseñarle algunas fotos del accidente.
A lo mejor debería haberse quedado en el instituto pero, la verdad, ¿es peor escuchar esto o los continuos comentarios de Claudia y Laurie sobre la puntuación de los exámenes? Al menos aquí nadie espera que se una a la conversación; además, le gusta pasar el rato en el césped del campus. Antes, cuando sus padres vivían e iba con ellos a la ciudad le gustaba sentarse aquí y leer mientras esperaba a que terminaran de dar sus clases. Luego iban a buscar a David y a Cathy e iban por ahí a cenar.
Willow sacude la cabeza. Es ridículo pensar que pueda ser igual ahora. Al fin y al cabo, ya nada lo es.
Ya no quiere escuchar más. Ya no quiere seguir estirada en la hierba. Solo hay una cosa que quiera hacer ahora mismo. Y es extraño, porque hasta este momento no se le había pasado por la cabeza recurrir a la cuchilla. Willow no es tonta. Sabe perfectamente lo que está ocurriendo. Escuchar este tipo de conversaciones es como abrir una ventana a su pasado. El terrible choque, el ángulo que tomó el cuello de su madre, su propio cabello empapado de la sangre de su padre son imágenes demasiado difíciles de procesar. Sin embargo, las cosas más triviales siempre la pillan desprevenida.
Ayer, todos sus intentos de cortarse se vieron frustrados. Quizá tenga hoy más suerte. El campus es grande, mucho más que el instituto, y si no encuentra un lugar por aquí, siempre le quedará el parque…
Pero todavía es de día. No quiere correr el riesgo de que alguien la vea en el parque. Willow hurga en su bolsa en busca de su carné de la biblioteca. Aunque odia subir sola al depósito, ese podría ser un buen lugar, si no fuera porque cree que se ha dejado el carné en casa.
Sin duda alguna, lleva todo lo que necesita. Nunca saldría de casa sin llevar repuestos. Pero tiene que ir con cuidado, regirse por unas normas. Si lo hace demasiado a menudo podría meterse en problemas. Cada vez que incurre en ello, las posibilidades de que alguien la descubra, de que se le infecte una herida, o incluso de perder demasiada sangre crecen. Va a tener que empezar a racionar las sesiones. Pensar en la cuchilla igual que otras chicas piensan en tomarse un helado.
No es solo eso, sino que ocultarlo está siendo cada vez más complicado. Resulta tan difícil recordarlo todo, cada pequeño detalle, que tiene que estar al tanto si quiere mantenerlo en secreto. Como hace un par de noches, cuando vio a David llorando. Después de que Willow se quedara dormida, después de que el corte de la cuchilla la hubiera serenado como una nana, se despertó sobresaltada. Sabía que algo no iba bien. Willow se incorporó en lai cama y pensó durante casi media hora, dando vueltas a la cabeza, hasta que se dio cuenta de que no había limpiado la sangre que le había caído del brazo.
¿Y si había olvidado limpiarla? ¿Y si Cathy la veía por la mañana?
La chica del móvil se prepara para marcharse. Willow ya no tendrá que oírla. Pero ya no le importa, demasiado tarde. Si pudiera encontrar el estúpido carné… Mete el brazo hasta el final de la bolsa.
—¡Eh! ¿Qué tal?
La interrupción la pilla por sorpresa. Saca la mano de la bolsa abruptamente, como si la hubieran pillado robando. El corazón le late con fuerza, como si acabara de correr un maratón.
Es Guy. Claro, quién si no. Es la única persona de por aquí con la que ha hablado.
—Hola. —Se pone de cuclillas, limpiándose las manos contra los vaqueros. Las tiene un poco sudadas.
—¿Ibas a la biblioteca?
—No —contesta Willow, negando con la cabeza—. Hoy no trabajo.
—Ah, ¿has venido a ver a tu hermano, entonces?
—Yo… no. —Casi le entra la risa. Ha hecho todo lo posible para evitar a David desde que presenció aquella escena en la cocina a medianoche.
—Vale. —Guy piensa unos instantes—. ¿Has venido solamente a leer? Yo también lo hago a menudo. Me resulta mucho más fácil avanzar trabajo aquí que en el instituto. —Mientras le explica esto, Guy se sienta junto a ella. Deja la mochila en el césped y, usándola como almohada, se estira protegiéndose la cara del sol con una mano.
Willow no sabe qué responder. Está demasiado ocupada intentando planear cómo escaparse para poder acudir a su cita con la cuchilla.
—¿Bulfinch? —Guy coge el libro—. Debes estar haciendo Héroes y Mitos. Yo también la hice el año pasado. —Empieza a pasar las páginas, echando una ojeada—. Me gustó, aunque tampoco te creas que era mi clase favorita. O sea, los mitos griegos son de lo mejor que hay, pero Bulfinch… un poco soso, ¿no crees? —Su sonrisa brilla bajo el sol—. ¿Quién la da este semestre?
Habla con una facilidad increíble, como si ya hubieran tenido miles de conversaciones. Como si fueran amigos.
Debería sentarse y hablar con él. No hay ninguna razón para no hacerlo. La conversación que tuvieron en el depósito había estado bien, antes de que se fuera por otros derroteros. ¿Por qué no pueden hablar de Bulfinch, del instituto o de otras cosas?
Pero Willow ya ha decidido que hablar con él es demasiado peligroso. Recuerda el otro día… ¿cómo puede saber que cuando acaben de hablar, cuando se desnude ante él, no le corresponderá con algún comentario torpe y doloroso como el de la chica del laboratorio?
No. No habrá más charla. Ni sobre Bulfinch ni sobre ninguna otra cosa.
Tiene otras cosas que hacer.
—Perdona. Yo… .Yo no puedo hablar ahora. Tengo como un poco de prisa —dice Willow mientras recoge sus cosas.
—¡Venga, quédate! Si te vas, tendré que ponerme a trabajar y me apetece más perder el tiempo. Mira. —Guy se incorpora, apoyándose sobre un codo—, si te quedas y me cuentas algo, te invito a un copuccino en el lugar del que te hablé. —Coge una de las asas de su mochila y tira de ella.
—¡No puedo! —contesta Willow nerviosa. Estira en dirección opuesta, pero Guy es más fuerte y se tropieza con él. —¡Eh! ¡Cuidado! —Guy suelta la bolsa y se incorpora para cogerla. La agarra con fuerza y Willow no puede reprimir una mueca de dolor cuando le aprieta las heridas, que todavía están abiertas.
—¿Te ocurre algo? —Guy la mira extrañado.
—No. —Willow estira el brazo rápidamente, pero el daño ya está hecho. Ha tocado las heridas antes de que tuvieran tiempo de cicatrizar y la sangre está traspasando la tela de la camisa. Willow no le mira, solo intenta caminar lo más rápido posible. Ni siquiera le importa en qué dirección va.
—¡Eh! —Guy se levanta. Esta vez le pone la mano en el hombro para que se gire y le mire a la cara—. ¡Estás sangrando!
Willow no sabe qué decir. Se ha quedado helada.
—Eso tiene muy mala pinta. —Guy observa la camisa empapada de sangre, cómo la tela blanca se cubre de rojo.
Me parece que no lo ha entendido, piensa Willow, aliviada. ¿Es posible que no relacione la sangre que le sale del brazo con la herida de la pierna de ayer?
Si pudiera pensar en alguna excusa creíble para justificar las heridas. Si no estuvieran en un lugar tan revelador. No había sido difícil disimular con el corte de la pierna.
Claro, si hubiera pensado en otra excusa, una caída, un accidente, cualquier cosa que no fuera afeitarse porque… en fin, con las piernas puede pasar, pero… nadie se afeita los brazos. ¿Qué explicación tendría para las heridas de los brazos?
Guy está cada vez más desconcertado cuando mira la sangre. Levanta la mirada hacia Willow con una mirada inquisitiva.
Vaya, una lástima, piensa Willow. No piensa responder. Aparta la mano sin pensar en el dolor. Por desgracia, al hacer eso, la bolsa se le cae de las manos al suelo y todo el contenido se desparrama por el suelo.
—¡No! —grita Willow mientras Guy se agacha para ayudarla a recoger las cosas—. ¿Por qué tiene que ser tan educado? —Piensa en empujarlo, zarandearlo o incluso algo tan bestia como darle una patada en la espinilla, cualquier cosa con tal de apartarlo de sus cosas, solo para asegurarse que está bien lejos de su cargamento.
Willow le embiste para recuperar su tesoro, pero es demasiado tarde. Guy ha llegado primero. Tiene unas cuchillas en la mano. Se levanta y se las devuelve, junto con un par de bolígrafos, una goma y el resto de sus pertenencias.
Willow no se lo puede creer. Las ha encontrado y aún así no lo pilla. No encuentra ninguna conexión entre la sangre que le sale del brazo y la cuchilla sucia que le acaba de pasar.
Se siente tan aliviada que no puede evitarlo y se echa a reír. Guy parece confuso unos instantes: al fin y al cabo, no es divertido que se le haya caído la bolsa. Pero él es un chico comprensivo. Su cara dibuja poco a poco una sonrisa y estalla en una carcajada. Willow piensa en la pinta que deben hacer: como una joven pareja de enamorados.
Eso la hace reír incluso más. ¿Quién podría imaginar al verles que ella ríe porque él no comprende el significado de lo que tiene entre las manos?
—¡Eh! —dice Guy de repente—. Yo uso la misma marca. —Se queda mirando las cuchillas y para de reír. Willow se da cuenta de que debería haberse ido corriendo, de que lo ha subestimado, de que él, finalmente, la ha pillado.
—¡Eh! —La voz de Guy no puede esconder el pánico. Willow sabe que debería haberse ido, pero está como clavada al suelo. Su mente funciona a toda velocidad, pero no se le ocurre nada que decir, no logra encontrar la manera de garantizar que el no se vaya de la boca.
—¡Eh! —exclama Guy una vez más. Le sube la manga y le mira el brazo. Willow se pone roja como un tomate. No podría sentir más vergüenza ni estando desnuda y con él mirándole los pechos. Puede sentir sus ojos, como se llenan de la terrible visión de las cicatrices viejas que se confunden con las nuevas, la sangre que se extiende por su brazo, las heridas mal curadas.
Levanta los ojos y la mira a la cara con una expresión entre susto y repulsión. Willow le devuelve la mirada. Guy, al igual que ella, no dice ni una palabra. Y no hay ni que planteárselo. Simplemente no hay nada que decir. Willow deja caer el brazo. Lo peor ya ha pasado. Quizás ahora la deje marcharse. Después de todo ¿qué puede hacer él? Pero al volverlo a mirar, Willow ve cómo ese terror que hay en los ojos de Guy se convierte en determinación. Se da cuenta de que, efectivamente, hay una cosa que él puede hacer, que tiene toda la intención de hacer, algo tan terrible que a Willow le flaquean las piernas solo de pensarlo.
Puede explicárselo a David.
Guy se gira repentinamente y echa a correr a través del césped. Willow, sin dudarlo, se lanza tras él. Pero él es rápido, mucho más de lo que ella pueda llegar a ser. Cruza la entrada de la universidad, sube la escalera corriendo. En cuestión de segundos llegará al edificio de antropología, y ella aún no lo ha alcanzado.
Willow quiere pegarle un grito para hacerle parar, pero tiene miedo de atraer sobre ellos más atención todavía. La gente ya ha empezado a girarse para mirarlos. En cualquier caso, se ha quedado sin aliento y además ¿de qué serviría gritar? Gotas de sudor le atraviesan la espalda, y el corazón le late con tal fuerza que realmente teme que le pueda estallar, pero eso no es nada, nada, en comparación con la desesperación que la invade al pensar en lo que está a punto de ocurrir. No puede permitir que Guy acabe con su secreto. No puede permitir que él le quite la única cosa que le ofrece algo de consuelo.
Un grupo de estudiantes sale del edificio de antropología cuando él está llegando a la entrada. Están hablando y riendo y bloquean la entrada. Willow no puede creerse la suerte que está teniendo. Guy se queda parado frente a la puerta, no puede hacer nada aparte de esperar a que se muevan.
Cuando los estudiantes finalmente despejan la entrada Willow consigue alcanzarle.
Guy abre la puerta pero ella le está pisando los talones. El sube la escalera de dos en dos. Willow se lanza tras él, extendiendo los brazos frenéticamente decidida a alcanzarle, a detenerle, a evitar como sea que logre su objetivo.
Willow consigue cogerle de la camisa. Estira, pero él es más fuerte y ella le suelta temiendo romper la tela. En ese momento, él se da la vuelta. A lo mejor está sorprendido de lo fácilmente que ella ha abandonado, o quizá le sorprenda lo absurdo, lo enfermizo que resulta que una persona que no tiene ningún problema en mutilar su propio cuerpo no sea capaz de destruir una camisa. Se quedan quietos en la escalera, respirando aceleradamente, sin decirse nada, midiéndose las fuerzas. Entonces, Guy vuelve a darse la vuelta. Esta vez Willow es suficientemente rápida como para cogerle la mano pero, aunque ella estira con todas las fuerzas, él logra avanzar. Con la otra mano, Willow se aferra a la barandilla y sus pies se enganchan al suelo como si fueran de plomo pero es inútil: él no da su brazo a torcer y lo único que ella puede hacer es caminar con él.
Cuando llegan al cuarto piso, todavía van cogidos de la mano. Guy se para un instante frente a la puerta de la oficina de David. Mira a Willow en silencio.
—Por favor, no le digas nada —le ruega Willow, al sentir como él duda—. Por favor. —Pero no le da tiempo de suplicar más porque, incluso antes de que Guy pueda llamar a la puerta, esta se abre mostrando a David tras ella. Con un gesto, les hace pasar al departamento.
—¡Vaya, hola! —David les mira con una gran sonrisa.
Los dos están sonrojados y respiran con intensidad, de pie, cogidos de la mano.
Es evidente, por la expresión de su cara, que ha malinter-pretado totalmente la situación.
—Ahora mismo no puedo estar por vosotros —dice unos segundos después—. Tengo que devolver un par de llamadas. Si no os sabe mal esperar… —Sin embargo, no se mueve un ápice. No puede ocultar una sonrisa bobalicona al verlos cogidos de la mano.
Willow casi no puede respirar, siente que va a desmayarse. Pero ni siquiera teme por sí misma. La idea de tener que abandonar su vicio es bastante dura. Pero la idea de que Guy se lo explique todo a David, de ver desaparecer esa sonrisa, es mucho peor. Hace meses que su hermano no está tan contento.
De repente, a Willow se le ocurre una idea. Ya sabe cómo salvarse; el alivio que siente es tan fuerte que le fallan las fuerzas.
—Será un segundo —dice finalmente David. Cierra la puerta de la oficina, dejando a Willow y a Guy a solas.
Guy se derrumba en el suelo. Su mano y la de Willow siguen unidas y Willow se ve arrastrada tras él. Este es el único momento en el que ella tiene el control. Ahora sabe lo que debe hacer.
—¿Has visto lo contento que se ha puesto? —le susurra Willow al oído de Guy—. Se ha pensado que estábamos, ya sabes, juntos.
—¿Y? —contesta Guy con rudeza.
—¿No lo comprendes? —prosigue Willow—. Piensa que estamos juntos, que estoy mejorando. No se le veía tan feliz desde… en fin, probablemente desde el accidente. ¿Es que quieres borrarle esa sonrisa de la cara? —No piensa rendirse—. ¿Qué crees que vas a lograr con esto? Esto puede matarle.
Por unos instantes Willow se pregunta si todo esto es realmente cierto. No le cabe ninguna duda de que ha perdido el amor de su hermano, pero eso no significa que él no vaya a hacer todo lo que está en su mano para cuidarla a ella. Eso no significa que verla con Guy no le haya animado al pensar que su hermana estaba logrando tirar hacia delante su vida. Y, sobre todo, eso no significa que la posibilidad de enterarse de algo terrible respecto a su hermana no vaya a destruir su mundo un poco más. Willow no puede permitir que Guy haga algo así.
Pero Guy no parece estar tan seguro como lo estaba hace unos minutos. Mira a Willow y enseguida se vuelve, mirando al infinito.
—Eso le matará —repite enérgicamente.
—Pero servirá de algo. Vas a… —La voz de Guy se apaga. Es obvio que no puede aunar fuerzas para pronunciar las palabras.
—¿Suicidarme? —Willow acaba la frase por él—. No, lo mío no va de eso.
—Perfecto. —Guy la mira indignado—. Solo vas a mutilarte. Tienes razón, eso es mucho mejor.
—Mejor o peor, ¿qué narices te hace pensar que contárselo a mi hermano me va a hacer parar?
—¿No es así?
—Ni de lejos. —La voz de Willow suena como un latigazo—. Lo único que vas a conseguir es trastocarle tanto que… Bueno, no sé lo que puede pasar, no tengo ni idea, pero sí algo terrible, créeme. Ha pasado por muchas cosas. ¿Cuánto más va a aguantar? ¿Y de qué va a servir todo esto? Te lo digo en serio: que se lo cuentes no me va a hacer parar.
—¿Y que se supone que tengo que hacer entonces?
Guy la mira enfadado.
—No me importa lo que hagas. Pero no puedes decírselo.
Willow oye cómo se abre la puerta de la oficina de David. Se apoya contra la pared e intenta parecer calmada.
—Bueno, ¿para qué queríais verme? —pregunta David.
Guy se levanta. Está un poco inestable y se coge a Willow con más fuerza de la que piensa.
Willow está totalmente quieta. Ha hecho lo que ha podido. A partir de ahora, depende de Guy.
—Quería… —Guy se para a mitad de frase y mira a Willow y a David—. Quería saber si ya tienes listos los programas para el próximo semestre —logra decir entre dientes.
No está mal.
Willow mira a Guy con cierto respeto. No es que le importe lo que le diga a David, siempre que no la deje tirada, pero aun así, no cree que ella hubiera sido capaz de improvisar una excusa tan plausible.
En ese instante toma conciencia de la importancia de sus palabras.
No la ha dejado tirada.
Siente un alivio tan grande que las piernas le flaquean. Si Guy no la estuviera cogiendo con tanta fuerza, habría caído al suelo.
—Vaya, debo decirte que tienes una imagen de mí algo imprecisa si piensas que ya tengo el próximo semestre preparado —dice David riendo—. Casi no puedo ni llevar este semestre al día. Pero pasa y te explicaré algunas ideas que tengo en mente y tal vez pueda darte un par de consejos para otras clases que te pueden interesar. Mi hermana me ha dicho que quieres estudiar antropología el año que viene.
Willow mira al techo y empieza a silbar una melodía para disimular.
Pero Guy no parece enterarse mucho de lo que le dice David. Está claro que aún no se ha recuperado de todo lo que le acaba de ocurrir.
—Me parece genial —continúa David. Se sienta en su mesa y les invita con un gesto a que se sienten en el sofá—. De todos modos, aunque estés pensando en especializarte deberías probar asignaturas de otros departamentos.
Hace una pausa y empieza a hojear los papeles que están dispersos por su escritorio. Willow se sienta junto a Guy en el sofá. Nunca se había sentido tan incómoda y no ve el momento de que termine esta reunión improvisada.
—Hum, oh, sí, supongo que tienes razón. —Guy está haciendo un esfuerzo evidente para calmarse—. Pero ya sabes, el año pasado hice un par de asignaturas aquí… las tuyas, que me gustaron mucho, y después un curso básico de redacción de textos. Me sabe mal decirlo pero fue una pérdida de tiempo total. Solo lo hice porque mi instituto recomienda que para hacer clases aquí empieces con eso… —Se vuelve hacia Willow— . Si al final decides hacer algo aquí el semestre que viene, seguramente tendrás que… —Sí, bueno. No creo que ese tipo de cosas sea lo más adecuado para Willow en este momento —le interrumpe abruptamente David.
Willow se siente un poco como si le acabaran de dar una bofetada. No es que tenga un deseo especial de hacer asignaturas extra, pero le duele oír a su hermano hablar de ella como si no estuviera allí. No le acaba de gustar cómo ha sonado eso de adecuado; está claro que a David le resulta mucho más fácil hablar sobre el futuro de Guy.
Quizás haya superado lo de estar celosa de su sobrina de seis meses, pero Guy no está exento de sus tonterías. Le mira con resentimiento.
—¿Sabes qué? —prosigue David—. Pensaba que tenía mis apuntes por aquí pero me los debo haber dejado en casa. ¿Por qué no me das tu dirección de correo electrónico? En cuanto consiga aclararme con todo esto, te mandaré lo que tengo.
—Perfecto, gracias. Mmm… Bueno, espero verte el próximo semestre… —Guy se levanta del sofá, y Willow sale tras él de la oficina de David.
—Joder, joder, joder —murmura por lo bajo Guy, abriendo la puerta del edificio con una fuerte patada.
Se ha hecho de noche. Mientras atraviesan de nuevo el cam-pus, una ligera brisa juega con el pelo de Willow. Con todo lo que acaba de ocurrir, resulta relajante y Willow está contenta de no hacer nada aparte de disfrutar de esa sensación. Está demasiado exhausta para hablar, demasiado exhausta para pensar. Sin embargo, Guy no parece tener esos problemas. —¿Qué estoy haciendo? —repite una y otra vez—. ¡No puedo creerme toda la farsa que acaba de ocurrir! Debo estar igual de loco que tú. —Guy se para y la mira con una expresión entre indignada y escéptica.
—Has hecho lo correcto —insiste Willow cansada—. Al menos déjame llevarte al servicio médico para estudiantes —dice Guy—. Es totalmente confidencial…
—No.
—¡Pero no puedo dejarte así! No puedes ponerme en este aprieto.
—Yo no te he puesto en ningún aprieto —contesta Willow fríamente. Acelera el paso. Casi han llegado al parque.
—Sí, sí que lo has hecho —contesta Guy, testarudo—. No puedo olvidarme de esto. ¿Y si tú…?
—Ya te he dicho que no tengo ninguna intención de suicidarme.
—¿Y se supone que así lo arreglas todo? —Se sientan en un banco—. ¿Rajarte la piel a tiras es guay siempre que no te mueras?
—Supongo que lo que quería decir es que tú no tienes de qué preocuparte, no tienes que…
—¡Perfecto! —le interrumpe Guy a media frase—. Yo no icngo de qué preocuparme. —No necesito algo así —continúa después de unos instan-tes—. Si no se lo cuento a tu hermano, entonces ¿qué? ¿Se supone que tengo que vigilarte? ¡No puedo! Estoy haciendo clases aquí, iba a empezar a buscar un trabajo. ¡Maldita sea! Tengo otras cosas. ¡Ahora estoy enganchado contigo!
Willow se pone tensa al oírle.
—¡No, en absoluto! ¡Ya te lo he dicho!
—¿Que no? —La mira enfadado—. Vale, vamos a dejar las cosas claras. Tú no quieres que le diga nada a tu hermano…
Willow asiente con fervor.
—Vale, perfecto, haces que te lo prometa y ahora esperas que simplemente me vaya por donde he venido. ¿Me tomas el pelo? Es posible que tenga mejores cosas que hacer, pero eso no significa que te necesite en mi conciencia.
De repente a Willow se le ocurre una idea.
—Si me acuesto contigo —dice—, ¿me dejarás en paz?
Guy se queda en silencio unos segundos y luego la mira. Se le ve totalmente tranquilo. Tal vez todo lo ocurrido en las últimas horas ha sido tan inquietante que ahora es inmune a cualquier otra cosa. La observa con atención, y Willow tiene La horrible sensación de que él está pensando si ella es lo suficientemente buena como para que valga la pena aceptar la oferta.
¿Y qué va a hacer ella si acepta?
Willow se siente cada vez más intranquila. El corazón le late con tanta fuerza como cuando le perseguía corriendo a través del campus. No puede creerse lo que acaba de hacer. ¿Realmente estaría dispuesta a sacrificar…?
Pero, después de todo, ¿sería muy diferente que con la cuchilla?
—¿Puedo preguntarte algo? —dice finalmente.
—Sí —asiente Willow—. Está segura de que va a preguntarle si es virgen o si alguna vez…
—¿Estás mal de la cabeza?
Sí.
—No, lo digo en serio —continúa sin esperar la respuesta—. ¿Estás mal de la cabeza? Además —continúa, dando una patada a una piedra—, ¿quién dice que yo sienta eso por ti?
Willow se siente aliviada y humillada a la vez. Nunca se le había ocurrido que él tuviera que sentir algo para querer acostarse con ella.
—Bueno, yo solo pensaba que, ya sabes, tú eres…
—Cállate —le interrumpe—, ahora mismo.
Los dos se quedan un rato en silencio. Él aparta la mirada y mira hacia delante. Willow no sabe muy bien qué hacer ahora. Quizá debería simplemente levantarse e irse a casa, pero justo cuando está pensando esto, Guy se gira de nuevo con otra pregunta. —¿Por qué lo haces? —pregunta—. ¿Podrías al menos explicarme esto? ¿Por qué? —¿Qué te hace pensar que yo quiera hablar de esto contigo? ¿Qué te hace pensar que yo sienta eso por ti? —dice Willow imitando sus palabras. Quiere inyectar todo el veneno que pueda en su voz. Se siente avergonzada y humillada por la locura de su oferta y lo fácilmente que él la ha rechazado.
—¡Total! ¡Hace un momento estabas dispuesta a acostarte conmigo! —Guy sacude la cabeza ante la absurdidad de todo este asunto. Por primera vez Willow se da cuenta de que él todavía la está cogiendo de la mano. Y, aunque la acaba de humillar, aunque acaba de hacerla sentir como una idiota, no quiere soltarse.
—¿Qué se supone que debo hacer contigo? —Guy habla en voz alta, pero es evidente que no se está dirigiendo a ella—. Iba a ser un semestre genial. No puedo pasar el rato… ¡Dios! ¡Yo no quiero esto! —murmura con indignación.
Willow no puede evitar reírse. ¿Es que ella sí que lo quiere?
—¿Qué es tan divertido? —Se vuelve hacia ella—. ¿Te parece divertido?
Willow se encoge de hombros.
—Claro, mis padres están muertos, es tronchante.
Guy le mira avergonzado por unos instantes.
—¿Cómo…? ¿Te importaría explicarme…? ¿Cómo ocurrió exactamente? ¿Cuándo fue? No es la primera vez que le preguntan eso. La respuesta nunca es fácil, pero Willow le agradece el tacto con el que ha formulado la pregunta.
—Fue… Yo estaba… Yo conducía. Ocurrió hace unos siete meses. —Willow expone los hechos sin rodeos.
—¿Ya tenías el carnet? —Guy frunce el ceño.
—¿Eh…? —Willow hace el mismo gesto. No era la respuesta que esperaba—. No, tenía un permiso provisional. ¿Por qué?
—Bueno…
—Mira —le interrumpe Willow—. En realidad no quiero hablar de esto, ¿vale? Es muy duro para mí. —Sacude la cabeza lo ridículamente inadecuada y suave que suena su expresión.
—De acuerdo, lo comprendo. —Le coge de la muñeca y observa la sangre que empieza a secarse—. Entiendo que sea duro para ti, pero no creo que esta sea la mejor manera de solucionarlo.
—Cuando estés en mi lugar ya me dirás lo que debo hacer. —Willow aparta el brazo con fuerza y la sangre vuelve a brotar de las heridas.
—Ten cuidado, ¿vale? —le suelta Guy. Se pone a buscar algo en su mochila—. Aquí está. —Saca una caja de tiritas, una botella de agua oxigenada y una caja de algodón. Willow le mira inquisitivamente. Una cosa es que ella lleve ese tipo de cosas en la mochila pero…
—Estoy en el equipo de remo —explica Guy—. Salimos al río tres veces por semana. En cualquier caso, me salen un montón de ampollas de remar y lo último que necesito es que me entre agua sucia en una herida abierta.
Willow asiente. ¿Debería limpiarse delante de él? ¿Prolongar este encuentro que no le ha traído más que angustia? Lo más inteligente sería levantarse y huir corriendo. Dejar el trabajo en la biblioteca, evitarle en el pasillo, no volver a verle nunca más.
—Venga, tú misma —dice, señalando los vendajes.
Por alguna razón la idea de curarse delante de él le resulta embarazosa, es algo tan privado e íntimo como el mismo hecho de cortarse. ¡Total! Inconscientemente repite las palabras de Guy en su interior. ¡Hace un momento estabas dispuesta a acostarte con él!
Con un suspiro, abre la botella de agua oxigenada y vierte un poco sobre el algodón. Willow debería ser una experta en este tipo de cosas a estas alturas, pero parece que está teniendo dificultades. Por una parte, ella es diestra, y esta herida está situada en una parte del brazo derecho que resulta difícil alcanzar con la mano izquierda, y por la otra… Todo lo ocurrido esta tarde ha acabado con ella. Está completamente agotada. Frota un par de veces la herida con el algodón antes de dejarlo caer sobre su regazo. Cierra los ojos y se da por vencida. Está demasiado cansada.
Willow está recostada en el banco, piensa en si debería quedarse dormida allí mismo, e intenta con todas sus fuerzas olvidar lo ocurrido en la última hora. En ese momento, siente la mano de Guy en su brazo.
Y ahora, ¿qué?
Abre los ojos, preguntándose qué está él haciendo ahora. ¿Se avecina otra discusión? ¿Un sermón sobre su falta de higiene? Pero parece que esta vez Guy pasa de discutir. Está totalmente concentrado en el brazo y examina las heridas que ella misma se ha provocado. Ella le mira con los ojos entreabiertos. Él vuelve a coger el algodón y con suavidad le limpia la herida. Tiene unas manos bonitas, grandes y suaves. Willow no logra recordar cuál fue la última vez que alguien la tocó así. De hecho, él está siendo mucho más cuidadoso que ella cuando se desinfecta algunas de las heridas más recientes. Con destreza, le venda las heridas y le baja la manga.
Durante todo este rato, los dos han estado en silencio. Y ahora, aunque Willow siente que debería darle las gracias, no solo por lo que acaba de hacer, sino por haberle guardado el secreto, no logra encontrar las palabras adecuadas. Parece que Guy también quiere decir algo, pero no sabe qué decir ni cómo. Así que ambos se quedan ahí sentados mirándose en silencio. La noche va llegando y se apodera de todo a su alrededor.