Allá por 2005, Larry Weissman leyó una pila de mis recortes de revistas y los resumió en una pregunta inteligente:
—La resistencia está en el corazón de todas tus historias —dijo, o algo parecido—. ¿Hay alguna que no hayas contado todavía?
—Bueno, sí. He oído acerca de esta carrera en México…
Desde entonces, Larry y su brillante esposa Sascha han hecho las veces de mis agentes y funciones cerebrales mayores, enseñándome cómo convertir un montón de ideas en una propuesta legible y jalando de la correa de ahorque cada vez que faltaba a una de mis fechas de entrega. Sin ellos, este libro seguiría siendo una historia que cuento con unas cervezas delante.
La revista Runner’s World, y especialmente su editor por entonces, Jay Heinrichs, fueron los primeros en enviarme a las Barrancas del Cobre e incluso por un momento (un momento muy corto) barajaron la idea de publicar todo un número sobre los tarahumaras.
Estoy en deuda con James Rexroad, fotógrafo de primera clase, por su compañía y bellísimas fotos de ese viaje. Para ser un hombre con un cerebro y una capacidad pulmonar así de grandes, el editor honorario de Runner’s World, Amby Burfoot, es extremadamente generoso con su tiempo, experiencia y biblioteca. Todavía tengo que devolverle veinticinco de sus libros, lo que prometo hacer si acepta correr conmigo otra vez.
Pero estoy especialmente agradecido a la revista Men’s Health. Quienes no la leen se están perdiendo una de las mejores y más fiables revistas de este país, sin excepciones. Cuenta en su equipo con editores como Matt Marion y Peter Moore, que promueven ideas tan absurdas como enviar a escritores habitualmente lesionados a correr con indígenas invisibles en medio de la nada. Men’s Health me permitió entrenar para la carrera a sueldo de la revista, y luego me ayudó a dar forma a la historia final. Como todo lo que he escrito para Matt, llegó a sus manos como una cama sin hacer y salió como una cama de hospital recién hecha.
Pese a ser un grupo sistemáticamente tergiversado por la prensa, la comunidad ultramaratonista fue extraordinariamente comprensiva y solidaria con mi investigación y experimentación personal. Ken, Pat y Cole Chlouber siempre me hicieron sentir como en casa en Leadville y me enseñaron mucho más de lo que quería saber acerca de las carreras de burros. De la misma forma, la directora de la carrera Merilee O’Neal atendió todas las peticiones que pude imaginar y me dio un abrazo de finalizador, aun cuando no me lo había ganado. David «el Salvaje» Horton, Matt «Skyrunner» Carpenter, Lisa Smith-Batchen y su marido Jay, Marshall y Heather Ulrich, Tony Krupicka, todos compartieron conmigo historias extraordinarias y secretos de la pista. Sunny Blende, la experta nutricionista, evitó el desastre en el desierto cuando Jenn, Billy, Ted Descalzo y yo asistimos torpemente a Luis Escobar en la Badwater de 2006, y además me dio la mejor definición de este deporte que he oído: «Las ultramaratones son tan solo concursos de comer y beber, con un poco de ejercicio y paisajes de por medio».
Si los lectores no se sienten abrumados por extrañas digresiones durante la lectura de este libro, ellos y yo debemos dar las gracias a Edward Kastenmeier, mi editor en Knopf, y a su asistente, Tim O’Connell. También tenemos que dárselas a Lexy Bloom, editor senior en Vintage Books, que ofreció su valioso entendimiento y comentarios en la recta final. De alguna manera, entre ellos descubrieron como cortar la grasa sin sacrificar nada del sabor de mi prosa.
A su vez, mi amigo Jason Fagone, autor del excelente Horsemen of the Esophagus, me ayudó a comprender la diferencia entre narración y autoindulgencia. Max Potter me dejó escribir por primera vez acerca de Leadville en la revista 5280 y pertenece a esa extraña clase de escritor lo suficientemente noble para animar a otro escritor. Patrick Doyle, el fantástico investigador de 5280, confirmó muchísimos datos de la misteriosa vida de Caballo e incluso desenterró esa perdida foto de periódico de los días en que El Cowboy Gitano peleaba por dinero. Años atrás, Susan Linnee me dio un trabajo en la Associated Press que yo no merecía y luego me enseñó cómo debía hacerlo. Si más personas conocieran a Susan, habría menos gente aporreando al periodismo.
Para ser un buen atleta, es necesario elegir cuidadosamente a tus padres. Para sobrevivir como escritor, has de hacer lo mismo con tu familia. Mis hermanos, hermanas, sobrinos y sobrinas han sido todos tremendamente comprensivos con los cumpleaños y obligaciones olvidadas. Sobre todo, estoy en deuda con mi esposa Mika y mis maravillosas hijas Sophie y Maya por la alegría que espero sea evidente en estas páginas. Ahora sé por qué los tarahumaras y los Más Locos se llevaron tan bien. Son personas únicas y maravillosas y haber pasado tiempo con ellos es uno de los mayores privilegios de mi vida. Me gustaría haber tenido tiempo de disfrutar otro jugo de mango con el gran indio gringo, Bob Francis. Poco después de la carrera, falleció. No sé cómo. Como la mayoría de las muertes en las Barrancas del Cobre, la suya sigue siendo un misterio.
Cuando todavía estaba asumiendo la perdida de su leal y viejo amigo, Caballo recibió una oferta única. The North Face, la popular compañía de productos para deportes al aire libre, le ofreció convertirse en su patrocinador. Su futuro y el de su carrera finalmente hubieran estado asegurados.
Caballo lo meditó. Más o menos durante un minuto.
«No, gracias —decidió—. No quiero que nadie haga nada que no sea salir a correr, festejar, bailar, comer y pasar tiempo con nosotros. Correr no se trata de hacer que la gente compre cosas. Correr debe ser un acto de libertad, amigo».