MIGUEL DELIBES, CORREDOR CICLISTA

Delibes posee la virtud envidiable de ver las cosas, de contar las cosas, con esa profunda claridad de la infancia. Conservar dentro la infancia, como él la conserva, es el único modo de que le comprendan a uno todos: los adultos y los niños.

Con su pluma y sus recuerdos —que van dejando, sobre las cuartillas y sobre nuestro espíritu, las huellas de una ágil bicicleta— Delibes hace un recorrido por las bicicletas de su vida que, en definitiva, constituyen una única bicicleta, igual que todas las que circularon y circulan; pero muy distinta. Un escritor dijo que todas las nubes que no mira uno con amor y calma son una nube cualquiera; pues sólo la atención y la estimación traídas a las cosas las individualizan. Y es precisamente esa estimación atenta la que convierte estas bicicletas de Delibes en unas humanas bicicletas diferentes.

¡Cuántas posibilidades encierra una bicicleta! Una bicicleta puede llevarnos a muchas partes. No sólo a una excursión con merienda, sino también hacia el amor, hacia la valoración del esfuerzo; hacia ese triunfo consistente, no en llegar el primero a la meta ni en derrotar a los demás, sino en sentirnos abrazados por nuestra propia estimación.

Delibes nos lleva —montados en el soporte o en la barra de sus bicicletas— a determinados momentos muy queridos de su existencia. Y lo hace pedaleando con humor, que es posiblemente la manera más seria de profundizar en los acontecimientos, abriéndoles de par en par para que, sin indigestarnos con moralejas, cada cual extraiga, al pensar libremente, sus propias conclusiones.

Y la predilección por la bicicleta, posiblemente debido a que representa un canto a algo que ha presidido siempre la manera de ser y de actuar de Miguel Delibes: la decisión, el no arredrarse ante ningún Tourmalet, el mantener con firme naturalidad, en todo momento, la verdad desnuda, sus convicciones sin cambio de piñón y el difícil equilibrio.

ANTONIO CORRAL CASTAÑEDO

Marzo de 1988