XII
La teoría de las lesiones figuradas

«Por mi parte, contrastar los hallazgos en el cuerpo momificado con las muchas experiencias anteriores era casi obligado para buscar la certidumbre del camino emprendido y, sobre la base de mis propias vivencias profesionales, he de decir que lo natural es que la huella dibujada o impresa en la epidermis del lesionado responda con cierta fidelidad a las características morfológicas del instrumento que la produjo», razona el investigador José Romero Tamaral.

Y añade: «Estas máximas de la experiencia constituyen la teoría básica de las “lesiones figuradas”, que son aquellas que tienen la virtualidad de reproducir las aristas externas del objeto contundente o arma empleada en la causación de las mismas. Dicho de otra forma, vienen a ser como el negativo del instrumento causante; y, ante versiones contradictorias, permiten optar por las más ajustadas a la realidad. Algo tan simple me ha proporcionado abundantes y grandes satisfacciones profesionales».

El ahora profesor y abogado se sirve de sus tiempos de policía para componer todo un cuerpo de argumentos que avalen su intuitiva apuesta:

«Entre otros casos, es oportuno mencionar especialmente, recordando los gratos tiempos en que me hallaba adscrito al Juzgado de Instrucción número 14 de Madrid, el esclarecimiento de una muerte cuya circunstancia más llamativa era que el cuerpo de la víctima presentaba, entre otras, unas lesiones figuradas en la región occipital consistentes en una doble cruz de brazos paralelos.

»La primera apreciación, corroborada por una exhaustiva investigación complementaria, permitió sentar la evidencia indiscutible de una etiología accidental de muerte por precipitación, ésta de tal contundencia que había impreso en el cráneo de la víctima los bordes del cruce de las losetas de la acera tras precipitarse desde el balcón de un sexto piso, al que había escalado por la celosía de la fachada del edificio, construida a base de piezas de formas huecas y prefabricadas de hormigón».

La experiencia es la principal ayuda del investigador que analiza la realidad:

«Ahora bien, en el insaciable afán de depurar y comprobar la verdad, no me habría de conformar, y sería fatuo limitarse a la pura experiencia personal, ante la multitud de casos documentados sobre la investigación criminal de hechos luctuosos con resultado de muerte, en casos de estrangulamiento a lazo y de lesiones típicas de tal actuación homicida.

»Pero había que remontarse a los anales de la investigación policial de corte científico para buscar los casos mundialmente reconocidos y de tan indiscutible certeza como la que proporciona la sorpresa in fraganti».

Insigne jurista

«Y he de reconocer que ahí hacía trampa en el solitario, porque hay libros que impregnan nuestra personalidad y vocación de tal manera que acaban formando parte de nuestra propia manera de ser y de pensar. Uno de tales libros fue para mí El siglo de la investigación criminal, de Jürgen Thorwald, viejo y querido ejemplar, regalo de un insigne jurista español, don Adolfo de Miguel Garcilópez, cuya presencia nos falta».

Somos fruto del saber de nuestros maestros, y aquí Romero lo recuerda: «Cómo lamento ahora no haber dedicado más tiempo a su amistad y compañía, que en vida, generosamente, me brindó. De todas formas, me enorgullece decir que recibí de él lecciones magistrales y que hasta compartimos muy interesantes experiencias profesionales en algunos casos, cuando ya jubilado como magistrado y presidente de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, ejerció un tiempo la profesión de abogado, defendiendo únicamente lo que era justo y honorable».

Romero Tamaral vuelve al libro que le ofrece la clave esperada: «En la citada obra, y en sus páginas 227 a 254, se narran los casos de asfixia y estrangulamiento de niños por parte de Jeanne Weber, a principios del siglo pasado, quien puso en jaque a la medicina forense y a la justicia de la época, hasta que fue sorprendida in fraganti estrangulando a un niño mediante constricción del cuello con un pañuelo, y finalmente se estranguló a sí misma, en el manicomio de Maréville, en Francia, el 25 de octubre de 1908. De las experiencias y del progreso científico que en dichas páginas se narran, podemos apreciar las disparidades sintomáticas que se producen en tales formas de asesinato, si bien hay una constante en los estrangulamientos: las señales en el cuello de las víctimas. En la página 236, párrafo segundo, se puede leer: “En caso de estrangulación con una cuerda u objeto semejante, usado raras veces en los suicidios y con muchísima frecuencia en los asesinatos, quedaba siempre una marca muy clara en el cuello que, a menudo, lo rodeaba por completo”. Todo lo demás es bastante variable, en función de los casos.

»Los tratados de medicina legal actuales se ocupan de las lesiones figuradas por sí mismas, y como propias en determinados casos de equimosis, heridas por arma blanca, ahorcamiento, o de estrangulación a lazo, etcétera».

Con nuevos textos, el investigador introduce otra perspectiva: «En el tratado Medicina legal y toxicología, de Juan Antonio Gisbert Calabuig, se afirma: “En esta modalidad de estrangulación la constricción del cuello se efectúa por intermedio de un lazo, que es apretado por algún procedimiento diferente al del peso corporal”. Los lazos utilizados son una cuestión de oportunidad y, por ello, muy variados: corbatas, cinturones, medias, cables eléctricos, etcétera.

»Como etiología más frecuente, se destaca en dicha obra la forma homicida, siendo raros los casos de suicidio y, aún más infrecuente, la modalidad accidental. En cuanto al mecanismo de la muerte, se señalan la anoxia anóxica, la anoxia encefálica o el paro cardíaco por un mecanismo reflejo inhibitorio».

Hay que precisar sobre los vestigios encontrados: «Lo interesante para el caso objeto de estudio, a pesar de la variedad de formas y vestigios de anatomía patológica que pueden darse según la medicina legal, es la necesidad del mecanismo de constricción del cuello y la aparición de la lesión característica o figurada del lazo utilizado. Indiscutiblemente, en los pronunciados surcos encontrados en el cuello del cuerpo momificado de Prim puede encajar, casi a la perfección, un cinturón de anchura normal, con la lógica reducción del desecamiento de los tejidos; y, simplemente, con una mera reproducción estática de la escena de un estrangulamiento a lazo, inmediatamente apreciamos que tales marcas son idóneas, y se encuentran en el lugar y con las trayectorias precisas para ser el resultado de tal estrangulamiento».

Hay un detalle que cierra el proceso de su argumento: «Pero lo que considero más revelador del proceso de constricción, en el caso de estudio, son los pliegues verticales que se producen, en perfecta coherencia lógica, en la parte menos prominente del contorno del cuello. Dichos pliegues impiden que pueda pensarse razonablemente que el surco o huella que circunda el cuello sea otra cosa que la marca dejada por el cinturón del asesino. Una leve presión de un objeto de similar morfología al cinturón podría producir unas huellas semejantes, pero nunca serían de la profundidad apreciada, como tampoco sería capaz de generar los pliegues verticales existentes. La presencia de tales pliegues, desde mi punto de vista, revela que se ejerció una considerable presión, un fuerte mecanismo de constricción, injustificable en otro caso que no sea en la ejecución de una muerte por estrangulamiento».

Motivación del crimen

La consecuencia es clara: «Así pues, no cabe admitir, ni aparecen, alternativas posibles. Carece de todo sentido y razón que nadie se ocupase de dejar semejantes estigmas en el cuello del general con otra finalidad que no sea la de acabar definitiva y certeramente con su vida».

Un refuerzo posible es volver a las fuentes: «Naturalmente, la posibilidad de realizar una investigación actual para corroborar con plenitud lo afirmado acerca de las concomitantes circunstancias que envolvieron el suceso aparece muy limitada pero no imposible, pues gran parte del sumario se conserva, y de su estudio han sabido extraerse por el promotor de tan interesante investigación la verdadera motivación del crimen y detalles de tal relevancia que permiten alcanzar la evidencia de lo realmente acontecido.

»Entre tales detalles, ha de tomarse en especial consideración que el general cayó mortalmente herido porque se le había tendido una triple celada. El empleo de tantos medios, sicarios, y la forma ostensible de la ejecución ponen de manifiesto que el autor intelectual del magnicidio gozaba de un considerable poder; y, sobre todo, que no había querido dejar nada al azar, manteniendo un firme y decidido propósito de asegurar el resultado».

Las piezas le encajan al investigador, que camina a una solución rotunda de su apuesta: «Pese a la gravedad de las heridas, éstas no produjeron la muerte inmediata, sino que el general fue llevado a su residencia en estado de extrema gravedad, pero aún con vida, lo que hace pensar que aún podría revelar la identidad de los criminales. Lógicamente, quien había puesto tal empeño en quitarle la vida no podía arriesgarse a que la reputada vitalidad de aquel indómito general le pudiera estropear sus planes de hacerse con el poder.

»En cuanto a esta finalidad a la que se apunta por primera vez, ya se dejó anotado al principio de este breve comentario que “en cada sociedad y en cada ambiente se mata de una manera y por motivaciones típicas y peculiares”. Las motivaciones suelen ser reducibles a tres, y pertenecen al saber vulgar: poder, sexo y dinero. La ambición por el poder se enumera en primer lugar, y esto no es fruto de la casualidad».

El hecho es que los acontecimientos históricos encajan en las marcas de estrangulación como si unos y otras formaran parte del mismo momento: «José Antonio Marina, uno de los grandes filósofos contemporáneos, en su obra La pasión del poder. Teoría y práctica de la dominación, ensayo sobre el tema, nos recuerda cómo grandes filósofos de todos los tiempos no sólo se han ocupado de esa consustancial ambición de la naturaleza humana, sino que sintieron una intensa atracción por el poder. Así, citando a Hobbes, nos dice: “Doy como primera inclinación natural de toda la humanidad, un perpetuo e incansable deseo de conseguir poder, que sólo cesa con la muerte”. Y de Bertrand Russell recoge la siguiente frase: “El afán de poder es la más violenta pasión humana”. La historia entera está plagada de magnicidios, donde descuella la culta Roma, pródiga en crímenes de prohombres incómodos que habrían de sucumbir, víctimas de la ambición de poder que en la cuna de nuestra civilización profusamente anidaba. Viriato o el propio Julio César son paradigmas de ello».

Métodos expeditivos

El objetivo es eliminar el obstáculo: «Como nos recuerda también el citado filósofo, el propio Alejandro Magno, para afianzar su poder, “inauguró su reinado pasando a cuchillo a todos sus hermanastros varones”. Y que ni la Iglesia católica se libró del empleo de métodos expeditivos para conseguir sus fines: “El papa Urbano II, en su epístola CXXII, reconoció que matar a un hereje era un acto virtuoso porque ese cristiano ejemplar que le cortó la cabeza a su hermano lo hizo con las entrañas atravesadas de amor a su Santa Madre Iglesia”. Cuando siglos después, Roberto Belarmino pretende justificar estos comportamientos, escribe: “Por experiencia sabemos que no hay otra solución. La Iglesia ha intentado todo tipo de remedios y los conoce muy bien, pero se ve obligada a obrar así”. Seguramente el autor intelectual del crimen del general Prim no encontró otro remedio para eliminar el obstáculo que le impedía alcanzar el poder».

Un político interesado en la solución del enigma histórico: «Y, seguramente también, como ocurre de manera constante, el pueblo le reconoció el esfuerzo, pues en palabras del filósofo de nuestros días José Antonio Marina: “La gente teme y admira al poderoso. Lo fascinante alberga siempre una mezcla de belleza y espanto. De ahí que los gobernantes que inspiran horror lleven a menudo el apelativo de ‘el Grande’”.

»En defensa de la verdad, recibimos la visita de un político. Se produce el apoyo incondicional a los que defienden lo más real y probable. Consejos prácticos donde seguramente hacían mucha falta. Vivimos el día de la presentación de las conclusiones con la perplejidad histórica de los asistentes. Cuando empezó a trascender a los medios de comunicación el resultado certero de los trabajos de la Comisión Prim, que podía dar un vuelco a la historia, llegó el momento de salir al paso de las posibles reticencias o críticas infundadas que pudieran surgir, pues a pocos les suele gustar que les cambien los dogmas históricos establecidos; y a casi nadie, que le cambien tan siquiera el nombre de su calle».

Defender la verdad

Ésta es la esencia de lo que queda escrito: «Uno de los momentos en que tuve la oportunidad de hacerlo, junto con los demás miembros de la Comisión, fue con motivo de la visita que se dignó realizar el joven y carismático político Esteban González Pons, en su calidad de vicesecretario de Estudios y Programas del Partido Popular. Ya dice mucho en su favor que se interesara por un evento puramente cultural, donde no se ventilaba interés económico alguno, por lo que no me extenderé en elogiarle, ni seguramente habrá menester.

»Allí expuse oralmente la esencia de lo que aquí queda escrito, reflejando mi escueta aportación y apoyo al magnífico grupo investigador que integra la Comisión, cuyos componentes me aventajan en conocimientos y en dedicación al asunto. Va por ellos mi apoyo más incondicional, porque defienden lo real y probable. Aprovechando la ocasión, me atreví a formular otra predicción: los posibles contradictores, que indudablemente saldrían, pues habría que ignorar la condición humana para que así no fuera, tendrían que demostrar la existencia de otra alternativa que explique las lesiones figuradas que aparecen con tal nitidez en el cuello del cuerpo momificado del general Prim. Y a fe que no les va a resultar posible. He de decir también que, guiado de mi experiencia en examinar los informes policiales de carácter pericial, hasta me permití el consejo, seguramente innecesario, de que se hicieran unas ampliaciones de las estupendas fotografías realizadas, pues son de tal calidad y de tan enorme potencial que considero que así tendrían mayor poder de convicción. Su exposición fue muy impactante el día de la presentación de las conclusiones presidida por la autoridad académica.

»Aunque llegué tarde a la tan esperada presentación, tuve tiempo de apreciar la perplejidad histórica de muchos de los asistentes acerca de la renovada verdad propuesta. Pero nadie osó cuestionar el significado de las lesiones figuradas patentes en los impresionantes paneles fotográficos».

La opinión que mantengo

El dictamen final de un sabio experto: «Acudo de nuevo a la ayuda de Balmes, y retomo sus sabias palabras: “El buen pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, pero no más de lo que hay”. Ciertos hombres tienen el talento de ver mucho en todo; pero les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay, y nada de lo que hay. Otros adolecen del defecto contrario; ven bien, pero poco. El objeto no se les ofrece sino por un lado; si éste desaparece, ya no ven nada. Éstos se inclinan a ser sentenciosos y aferrados en sus temas. Se parecen a los que no han salido nunca de su país; fuera del horizonte a que están acostumbrados, se imaginan que no hay más mundo.

»Cuando el investigador se enfrenta a la enorme responsabilidad de esclarecer un crimen, no puede actuar como un charlatán. Tampoco puede dejarse llevar por la fantasía. Ha de atenerse a los datos ciertos, a los vestigios apreciables y tangibles que el resultado de la acción oculta y por descubrir le ofrecen. Pero la verdad de los hechos precede a su labor, que esencialmente consiste en aproximarse a esa verdad, y muchas veces a ciegas, pues el tiempo fugaz retiró la luz al suceso. Mirar hacia el pasado es lo que caracteriza a las ciencias retrospectivas, pues mientras que para averiguar un suceso futuro, si no es muy lejano, no hay más que sentarse y esperar, hay que correr en pos del pasado para intentar aprehenderlo.

»Pero tal esfuerzo no se realiza en las dimensiones físicas conocidas, sino en otras conectadas con “lo más probable”, lo real en términos de posibilidad científica. Algo semejante a lo cuántico. Para ello resulta determinante seguir las reglas y máximas de la ciencia y de la experiencia, pues todos los aconteceres de la vida se producen por leyes permanentes e inmutables. Únicamente se trata de encontrar el camino que conduce a la evidencia de la realidad, utilizando de entre esas leyes las que resulten de aplicación en la búsqueda de la esquiva verdad. Y la verdad se aposenta, como una mariposa, en lo más estable, no en la hoja que mueve el viento.

»De tal manera se ha actuado. Buscando el equilibrio que el gran pensador nos recomienda, y siguiendo la más sensata y correcta manera de pensar. Se ha de finalizar afirmando que no se ha tratado de ver lo que no hay, sino lo que objetivamente se aprecia en el cuello del cuerpo momificado, pero sin desperdiciar nada de ello. Y las magníficas fotografías examinadas recogen hasta los más nimios detalles de unas clarísimas lesiones, producto de un estrangulamiento a lazo, llevado a cabo en el lecho de muerte del general Prim. Desechada la idea de que puedan obedecer a una causa diferente, y en tanto nadie pueda probar lo contrario —lo que difícilmente podría ocurrir—, debe afirmarse con rotundidad lo expresado como causa última de la muerte del general. Esto es lo que pienso y mantengo. Y por eso suscribo plenamente las conclusiones de la Comisión Prim».