Con los resultados del trabajo de investigación sobre los restos de Prim, el investigador José Romero Tamaral, el excepcional profesor y profesional de Investigación Criminal que participa en las averiguaciones, dictaminó un informe rotundo. Lo reproducimos a continuación:
«Para muchos yo, José Romero, seré para siempre “el policía del caso Urquijo”, aunque aquella aventura profesional, tan intensa y llena de experiencias, quedó atrás, trufada de nuevos trabajos y de mi actual dedicación a la abogacía, que tantas satisfacciones me ha dado. El caso Urquijo puso a prueba mi vocación investigadora y mi capacidad de investigar. Aprendí mucho de aquel esfuerzo, y todavía conservo gran parte de lo que asimilé en aquella dilatada indagación. Muchas de esas cosas se quedarán conmigo para siempre. En la intimidad de mi hogar y de mi vida. El caso Urquijo fue una intriga policial en la que medirse, con humildad. Pero aquello acabó, aunque para mí no tuvo un final redondo y todavía quedan cabos sueltos.
»Pero yo ya no soy “el policía del caso Urquijo”, sino un inspector jefe en segunda actividad que convive con las tareas del abogado Romero Tamaral y, gozosamente, hasta donde uno puede transmitir sus experiencias, un profesor universitario de Investigación Criminal que quiere convertir a cada uno de sus alumnos en un gran investigador.
»En cada sociedad y en cada ambiente se mata de una manera y por motivaciones típicas y peculiares; sirva esto incluso para sistematizar la investigación criminal: algo que pocos han sabido valorar.
»No quiero desviarme de mi propósito de explicar, o tal vez de explicarme a mí mismo, el porqué de mi intervención en la Comisión Prim. He de confesar que los años casi obligan a dar frutos; es algo que está en la naturaleza, como envasado en cada uno de nosotros, y que no podemos ignorar. Y ya desde hace tiempo venía sintiendo la necesidad de transmitir lo poco o mucho que he aprendido viviendo intensamente una profesión como la que tuve, y que en cierto modo tengo, pues sigo trabajando del “mismo lado”.
»Alguien, en consecuencia, y en este caso alguien muy cercano, acababa de descorchar la botella, brindándome aquella oportunidad. La efervescencia del deseo comprimido debió de hacer el resto.
»El tremendo esfuerzo vendría después: poner en orden las ideas amontonadas y revueltas en la memoria durante años, para transmitirlas de manera presentable. Ésa era la gran tarea a emprender, y con el lejano horizonte de sistematizar una disciplina tan poco cultivada como la investigación criminal. La gallardía se paga siempre con el sacrificio.
»De todas maneras, resultaba gratificante aquella oferta, pues parece que uno está más vivo si coexiste en el pensamiento ajeno. Agradezco la oportunidad que se me ha ofrecido.
»Fue así como retomé una vieja relación de compañerismo y amistad con alguien que desde varias décadas atrás había escrito sobre mi vida y mi trabajo, que en el fondo era también el suyo: averiguar la verdad para transmitirla a otros, que es lo que, en definitiva, hacen tanto el investigador policial como los periodistas.
»Y al hilo de nuestras interesantes conversaciones, que me servían de válvula de escape al “tornillo sin fin” de un trabajo incesante y agotador, cargado de plazos perentorios e incontables exigencias argumentativas sobre lo más diverso, el criterio universitario me fue poniendo al día de proyectos acerca de innovar la docencia, haciendo de ella algo más vivo y de mayor utilidad. Como muestra, se me habló de una investigación generosa y entregada acerca del mayor misterio criminal de la historia española en relación al sumario del caso Prim, que se había rescatado de las mazmorras del olvido, sorteando no pocos vericuetos y laberintos de la Administración de Justicia.
»Me pusieron al corriente de lo sustancial del contenido de los miles de folios encuadernados y conservados —así como de los otros miles de folios desaparecidos— de tan interesante sumario, y del grupo de trabajo que se había ido formando, y al que se me invitaba a unirme, antes de que se decidiera la autodenominación de “Comisión Prim”. Esta vez, la prudencia y el respeto al trabajo ajeno me obligaron a meditar.
»Un buen día, tras la comida, se me mostró una foto de pequeño tamaño, pero de gran calidad, que reproducía la parte lateral derecha del cuello del cuerpo momificado del general Prim, que se conserva en la ciudad de Reus. Sobre ella se me preguntó a bocajarro: “¿Tú qué opinas, desde tu experiencia? ¿Esto puede ser un estrangulamiento?”»
«Tras examinar unos intensos minutos aquella fotografía, respondí rotundo: “¡Apuesto mi patrimonio a que sí!” Nunca había visto unas marcas tan características de un estrangulamiento a lazo. Y no era tan sólo por la llamativa huella que recorría aquella parte del cuello que presentaba la fotografía, sino por todo lo demás que tendría que ir explicando a continuación. Sin duda, mis palabras reforzaron la previa convicción del promotor de aquella investigación histórico-criminalística.
»Fue sorprendente mi entrada en el grupo de trabajo con la súbita y espontánea apreciación por el razonamiento intuitivo. Todo eso configura las verdades que vienen después. La lesión figurada; los pliegues verticales. La predicción de un resultado plenamente confirmado.
»Las largas conversaciones que siguieron sobre todo ello me obligaron a justificar lo afirmado. Tuve que repetir en diversas ocasiones mis palabras y razonamientos sobre aquella primera impresión, intentando justificar y transmitir mis acrecentadas convicciones.
»Lo que nítidamente se apreciaba en aquella fotografía era una huella longitudinal, de marcada forma trapezoidal, donde al día de hoy encajaría perfectamente el ancho de un cinturón, o similar, si no con idéntica profundidad, en casi todo su recorrido de trayectoria perpendicular al eje del cuello. Pero aún había algo más, que para mí era sumamente revelador: unos pliegues verticales muy pronunciados, exactamente dos, que dejaban un “valle” en medio, y que se encontraban justo en la zona próxima a la región traqueal, donde el perímetro del cuello pierde su natural curvatura. Poco más adelante, la barba, aún conservada, del cuerpo momificado ocultaba la prolongación de aquella huella tan característica.
»Aquellas evidencias, palpables y fáciles de apreciar por los sentidos, para mí hablaban por sí solas. Y eran, en mi apreciación, tan elocuentes que provocaron los primeros razonamientos intuitivos, que no tuve reparo alguno en expresar.
»Pero traducir en palabras lo que el cerebro velozmente procesa, generando la íntima convicción, no es siempre tarea fácil, y desde luego se alcanza en tiempos bien diferentes, si es que se consigue expresar con acierto.
»Aun así, intentando presentar algo como verdadero, siempre habrá razones que, convenciendo al que las expone, se callarán por temor a que no convenzan a los demás.
»Y todavía haría falta, para una perfecta transmisión de lo aprehendido, que el receptor se decida a descabalgarse de sus prejuicios y apreciar con apacible serenidad al menos lo que tiene delante de los ojos.
»Pero, aunque la verdad sea única, la que se asienta como tal es aquella en la que confluyen las verdades de todos. Ese objetivo, si se consigue, vendrá después.
»El camino para defender lo escrutado, y hacerlo sobre bases sólidas, no era otro que el de resaltar lo que tiene existencia real e indiscutible, sumando a ello la valoración científica que interpreta la objetiva realidad. Había, en consecuencia, que perorar sobre las “lesiones figuradas”, sobre los pliegues verticales como signos físicos de procesos mecánicos, de la actuación de una fuerza tendente a la consecución de un resultado, y de cuanto pudiera satisfacer las más reflexivas dudas, las más aceradas y agudas críticas, y hasta las reticencias más malintencionadas.
»Aun a riesgo de resultar algo pagado de mí mismo, debía decir, y lo dije, que en mis primeras afirmaciones ya fui hasta predictivo, para así revestirme del mayor ropaje científico. No es que tenga en lo intelectual el complejo machadiano del “torpe aliño indumentario”, aunque pueda reconocer que cierta solemnidad siempre ayuda a obtener el respeto y a imponer la convicción. Contagio, tal vez, quién sabe, de la liturgia de la justicia.
»Pero ocurre en este caso que, además, es verdad, pues así lo dije, apostillando mis propias impresiones iniciales y sugiriendo al equipo forense que debía regresar para lograr fotos del contorno del cuello, y especialmente de debajo de la barba. Tenían que volver a Reus, si podían, para realizar nuevas fotografías de esta calidad, para así poder apreciar, sobre todo en la zona traqueal, las mayores evidencias del estrangulamiento a lazo, tal vez la marca del cruce del cinturón empleado, de una hebilla, de los dedos del agresor, o marcas similares, con profundas e indelebles huellas, como las apreciadas en el lateral del cuello, en los tejidos momificados.
»Lo cierto es que el camino emprendido por los integrantes del grupo de trabajo era para ellos tan alentador que nadie necesitaba de mi impulso; pero ésa fue mi predicción.
»Y, finalmente, se vio plenamente confirmada. El resultado de las nuevas fotografías no pudo ser más convincente, con la aparición de nuevos surcos, claras huellas del cinturón empleado que, tras señales características del cruce del cinturón, por ambos lados del rostro y con trayectoria ascendente, partían desde la tráquea hacia ambos lados de la mandíbula inferior, por debajo de la barba.
»A partir de ahí recibí la “tácita adopción” como integrante del grupo de trabajo, compartiendo opiniones y valoraciones con los demás, lujo que ni siquiera intenté rechazar, pues al fin y al cabo tenía la pureza del trabajo intelectual, límpido y gratuito que todos estábamos realizando.
»La verdad de la razón, de la ciencia y de la experiencia. El viejo y querido libro El siglo de la investigación criminal. No hay alternativas posibles. La triple celada. Cada uno de los integrantes del grupo acudía a sus propios recursos para disipar o formular las dudas que pudieran plantearse, de las que una muy significada era la que surgía de considerar una primera posibilidad de que las marcas halladas fueran el resultado de los refuerzos o alzacuellos de la ropa militar que vestía el cuerpo de la momia; y la segunda, que fuesen unas lesiones post mórtem, fruto del embalsamamiento o tratamiento de conservación».
«Pero una y otra fueron desechadas; la primera de manera inmediata, pues, examinadas las ropas por los acreditados en Reus, se comprobó que no había nada en ellas que pudiera haber producido tales marcas. Y la segunda había de ser igualmente disipada, porque la inexistencia de ningún tipo extraño de embalsamamiento o de soportes en la conservación del cuerpo es más que evidente.
»Respecto al tiempo de producción de las marcas de etiología desconocida, chocaba con los criterios de la medicina legal y con las reglas de la experiencia que pudiera tratarse de lesiones post mórtem, ya que la rápida progresión de la rigidez cadavérica haría imposible que, de no haber sido con el cuerpo en vida, se hubieran podido producir unas lesiones figuradas tan pronunciadas.
»En suma, nos encontrábamos posiblemente con unas reveladoras y miméticas huellas de un cinturón, que se produjeron presionando el cuello del que fuera un valiente general, y que nos aclaran el modo en que definitivamente se acabó con su vida: un estrangulamiento a lazo en el lecho de muerte.
»Si ésta era la verdad más objetiva en función de lo apreciable por los sentidos, al resultar vedada la verdad histórica, ya que los posibles testigos presenciales de los hechos nunca contaron lo ocurrido y todo lo escrito respecto al magnicidio son versiones acomodaticias, no quedaba más remedio que acudir a comprobar si a través de la razón, de la ciencia y de la experiencia se podría alcanzar la confirmación de lo que era una hipótesis de trabajo.
»En el caso de que a través de tales medios de conocimiento se pudiera llegar a la misma conclusión, estaríamos en el camino correcto hacia la consecución de la verdad. Como señala el gran pensador Jaime Balmes en El criterio, imperecedera obra que leí de joven: “… el pensar bien consiste, o en conocer la verdad, o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella”».