IX
Lo que queda de la escena del crimen

El equipo de criminólogos, acompañado por una treintena de alumnos universitarios, irrumpe en el Museo del Ejército la mañana de un miércoles en la que el centro se abre principalmente para recibir a la Comisión. Los militares presentes observan con atención las disposiciones de los científicos, quienes han prometido que nada de lo que hagan dañará los objetos expuestos.

Se hace un silencio expectante —en la investigación criminal, el investigador lo es todo— mientras los hombres que van a llevar a cabo la inspección ocular preparan sus equipos. Cámaras de fotos, maletines de reactivos, luces forenses, varillas… Los investigadores examinan el vehículo atacado. Son conscientes de que ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero también saben que existe la posibilidad de que los restos del atentado conserven alguna pista, una clave: la prueba de quién cometió el magnicidio, o quién lo mandó cometer. Tal es la apuesta. Los investigadores saben que este viejo coche de caballos, que gracias a las sucesivas restauraciones ofrece un aspecto bastante bueno, puede conservar todavía alguna sorpresa: un arma escondida, un departamento oculto, una mancha, una joya olvidada, un cabello… Los alumnos criminólogos saben que son el futuro. Que la criminología hará saber a todos que los asesinos serán castigados, pero que también serán tratados por la ciencia con justicia.

En el archivo del museo se guarda un documento, titulado «Expediente de restauración de la levita de paisano del general Prim y Prats», que recoge las modificaciones que ha sufrido la prenda que llevaba el general cuando fue tiroteado. Los aspectos técnicos de la intervención están bien descritos, y los materiales elegidos están explicados e incluso dibujados. Sin embargo, la sección de notas históricas que acompaña el documento resulta catastrófica.

Un disparo en el pecho

El catedrático de Medicina Legal que nos acompaña toma apuntes a mano con un bolígrafo. No le permiten hacer fotocopias, muestra de la escasa costumbre de colaborar con la investigación que reina en algunos centros oficiales. Por mi parte, no obstante, me aseguro de que pueda tomarse nota de que la referencia histórica sobre el atentado, de deficiente redacción gramatical, está llena de inexactitudes y fallos históricos estruendosos. El más notorio de todos ellos se da cuando se atribuye a Nandín la muerte de Prim. En concreto, a causa de un disparo en el pecho efectuado por el ayudante en el interior de la berlina. Este sensacional disparate se guarda como oro en paño, junto a otro que también resulta igual de insólito, que se debe a «información recibida por parte de un tal coronel X, que fuera jefe del Departamento de Comunicación» y que afirma que «el general Juan Prim y Prats murió debido a la infección producida en las heridas por los pelos de oso que formaban parte de la pelliza interior que llevaba en el momento del atentado».

En el museo, la «pelliza interior» no aparece por ningún lado entre las prendas conservadas, de modo que el coronel que ha merecido mención en el documento por su presunta aportación a la historia cree en ella por un acto de fe, como otros muchos supuestos expertos en Prim que hemos encontrado a lo largo del camino a los que se les presta inmerecida credibilidad.

Versiones falsas de estas notas sin base alguna han circulado en el ámbito del Ejército. La presunta intervención de Nandín está redactada por un tal J. L. G., que la atribuye a «últimas versiones, procedentes del sumario del asesinato» (el sumario no se mueve desde hace ciento treinta años o más). «Los disparos del exterior le hirieron en el pecho y extremidades. Pero esto fue lo sorprendente: el disparo que le mató a quemarropa lo realizó una persona que estaba sentada enfrente de él. Nandín estaba en la conjura. Posiblemente, aprovechó la confusión del momento de los disparos desde el exterior para sacar su pistola y acabar con la vida del general».

En primer lugar, tal y como se demuestra en el informe balístico que se aporta, Prim no recibió ningún disparo a quemarropa ni murió de un disparo en el pecho. Además, se niega rotundamente que se hiciera ningún disparo desde el interior de la berlina. Por otro lado, Nandín no iba armado, ni formaba parte de la conspiración. Muy al contrario, puso la mano derecha ante las bocachas de los trabucos a fin de impedir que las balas impactaran contra el general. Por ese gesto generoso y valiente perdió el uso de la mano.

En segundo lugar, no hay pelo de oso. Hemos verificado que la momia no tenía infectadas las heridas ni pelo alguno. Y resulta insólito que se añada información a un documento archivado sólo porque se lo digan de pasada a un coronel que encima no es archivero. Por cierto, el sumario no dice nada de todo esto, de modo que se trata de pura desinformación.

Los errores en el relato del atentado son tan numerosos que nos limitaremos a destacar sólo los más notorios: la tarde del crimen, el diputado Paúl y Angulo, contrariamente a lo que se recoge en el documento del museo, no estaba calentándose en una estufa, ni siquiera se hallaba en el Congreso. Tampoco escribió en El Combate, su periódico, cuya colección se guarda en el sumario y puede comprobarse, que «a Prim hay que matarle como a un perro». Y nunca, de ninguna manera, le dijo a Prim: «Mi general, a cada cerdo le llega su San Martín».

Prim no tenía escolta, ni por tanto había convenido señal alguna con ella. Tampoco vestía ninguna cota de malla, que según algunos era el chaleco antibalas de entonces. El doctor De la Fuente Chaos hizo un diagnóstico sin ver el cadáver. De ahí surge la opinión, inexplicablemente respetada hasta hoy, de que el general murió de una infección de las heridas de la que no hay rastro en la momia.

El médico que trajo a consulta el diputado Ricardo Muñiz no fue el eminente doctor Federico Rubio, sino el también eminente cirujano Melchor Sánchez de Toca.

La berlina verde de Prim que se conserva en el museo, según el documento, tiene quince orificios. Hay un párrafo que recoge las sempiternas sospechas sobre la autoría del atentado: «¿A quién beneficia la muerte de Prim? Se deduce que a los partidos más cercanos al poder: el partido republicano, el partido del duque de Montpensier y el partido del general Serrano».

Prim respondió al representante francés: «No habrá república en España mientras yo viva». El partido republicano había obtenido, después del monárquico, el mayor número de votos. «Y en efecto, tras la muerte de Prim, el partido republicano subió al poder. Montpensier estaba movido por ambiciones personales. En cuanto a Serrano, duque de la Torre, tras la muerte de Prim fue presidente del Consejo… Todos ellos se beneficiaron».

Se siente una gran emoción cuando se está en presencia del coche de caballos en el que viajaba Prim cuando sufrió el atentado. Su silueta impone. Hace que la mente se traslade a un día de diciembre en el que no paraba de nevar y hacía mucho frío. El hombre más valiente de España se montó entre las sedas del carruaje para hacer el viaje más largo de su vida. Hoy, la berlina es una reliquia. Poner la mano en su estructura hace que la piel se estremezca como si viajara en el tiempo. Prim estuvo allí con su elegante levita. Despreciando todas las señales que le llegaban y que apuntaban a que sobre su cabeza se iba a desencadenar una tormenta de muerte.

Criminalística

La investigación en la escena del crimen trata de identificar el tipo de armas que fueron utilizadas en el magnicidio de Prim: ¿cuántas se emplearon? ¿A qué distancia dispararon? De la misma forma, las mediciones pretenden calcular la cantidad de sangre vertida en las ropas de Prim que se conservan, así como la distancia a la que fue tiroteado. Su rostro quedó tatuado por la pólvora, según el simulacro de autopsia que en su día se le realizó, pero con posterioridad fue maquillado para exhibir el cadáver en la ceremonia oficial.

Para unos expertos en criminalística de la calidad de Ángel García Collantes[20] y Juan Carlos Reviejo, la escena del crimen puede llegar a leerse como un libro abierto. En el Museo del Ejército, en Toledo, en el recuperado Alcázar, en cuyo magnífico edificio se atesoran unos fondos documentales extraordinarios, se conserva lo que queda de «la escena del crimen» de Prim. Esencialmente, la elegante berlina coupé de cuatro plazas de color verde; la levita, traje de etiqueta masculino de color azul oscuro, más larga que el frac, que llegaba a la rodilla, con sus mangas largas, solapas, cuello, botones y faldones con abertura detrás; y el gabán o levitón, agujereado por los disparos. Junto con seis balas, más una pieza de plomo, que supuestamente fueron recuperadas del interior del vehículo o incluso del cuerpo del general Prim (si bien se sospecha que una de ellas pudo ser de otro hecho que nada tiene que ver con el que nos ocupa).

Por parte del profesor Ángel Collantes y de su ayudante Juan Carlos Reviejo, «se procedió a realizar un minucioso trabajo sobre los efectos que han perdurado a lo largo de estos ciento cuarenta y dos años pertenecientes al general Juan Prim y Prats. Dichos enseres son custodiados en el extraordinario interior del Alcázar. Se trata de una fortaleza construida sobre roca que ya en el siglo III fue un palacio romano y desde la cual se divisa toda la ciudad». Lo que sigue es un extracto comentado y valorado del trabajo criminalístico.

Los efectos objeto de análisis son concretamente la berlina coupé en la que supuestamente viajaba el general Prim el día 27 de diciembre de 1870, cuando fue objeto de un atentado en la calle del Turco, hoy del marqués de Cubas; la levita y el levitón que vestía el día de los hechos, y, por último, seis balas y una pieza de plomo.

Se procedió a recoger fotográficamente todos los impactos de proyectiles que presentaban el coche de caballos, la levita y el levitón, así como otros efectos que facilitaran el estudio balístico.

Valoradas por la dirección de la investigación, las conclusiones de los expertos son éstas: se emplearon varias armas, «como mínimo intervinieron entre cinco y siete», de distinta apariencia y potencia, aunque siempre propias de delincuentes y bandoleros, nunca de dotación militar, y también «armas de faja o de tratantes». Abrieron fuego en dos tandas de disparos, por los dos lados de la berlina, en una emboscada terrorífica. La berlina y la ropa quedaron cubiertas de sangre, que ha sido detectada al pasar las luces forenses. Queda totalmente descartado que los disparos se realizaran a quemarropa o a cañón tocante. Igualmente se afirma que los disparos se realizaron siempre desde el exterior de la berlina hacia el interior, aunque a muy corta distancia. No hubo ningún disparo de dentro afuera. Hubo armas de una sola munición, tipo pistola, y otras con carga de varias balas. Todo ello, especialmente valorado según la cita final del informe técnico referida a la parte del sumario que indica que la herida del hombro izquierdo era mortal ut plurimum, respalda el hecho de que Prim, contrariamente a lo que se ha sostenido hasta ahora, fue herido de máxima gravedad.

Más allá del cualificado peritaje, en ejercicio de sus atribuciones, la dirección de la investigación reafirma la idea de que Prim quedó fuera de combate, quizá totalmente inconsciente tras el tiroteo.

Los valiosos trabajos técnicos de los criminalistas, si bien apuntan en el sentido de las hipótesis de la Comisión y abundan en la dirección de sus trabajos, precisan de un período de elaboración más prolongado. Por ello, aunque ya han aportado una pieza de calidad a la totalidad del puzle, a día de hoy continúan sus investigaciones a fin de concluir sus tareas.

El gabán, según el minucioso informe de restauración conservado en el museo, tiene nueve agujeros de bala en el hombro izquierdo; la levita, que iba debajo, sólo presenta ocho. Esto indica que uno de los impactos, por escasa capacidad de penetración, no llegó al segundo tejido. «Los daños que presenta la ropa que vestía Prim han sido tratados en todo momento como documento histórico, por lo que los orificios de bala, las manchas de sangre y los fluidos orgánicos no han sido eliminados».

Produce también emoción revisar unas prendas que pertenecieron a un gran estadista, militar sobresaliente y tribuno batallador. No hay en todo el museo nada igual, ni tan completo. Coche y ropas, prendas de abrigo y balas. Un viaje al pasado en medio de un crimen.

«La sala en la que está expuesta la berlina es rectangular, con las paredes pintadas de un color claro y los techos muy altos». Una vez ultimados todos los preparativos, se procedió al examen del coche agujereado por los disparos.

La berlina sufrió una emboscada

Cuando se examina el vehículo, lo primero que llama la atención es el número (5868) en color blanco que se muestra en la parte delantera. Este número, que se aprecia perfectamente desde una distancia prudencial, responde a la forma como se identificaba en la época a este tipo de vehículos. Las dimensiones exteriores de la berlina son de 350 centímetros de largo por 200 de ancho y 200 de alto. Se encuentra colocada sobre una tarima de color gris.

El estado de conservación es bueno. Aunque la berlina se considera verde por su tapizado interior, el tejido exterior es negro, y presenta un ribete de un material que pudiera ser bronce. El personal del museo presente durante el examen nos manifiesta que tuvo que ser desmontada en varias secciones para poder ser trasladada desde la anterior ubicación del museo en Madrid a su ubicación actual y que ha sido objeto de varias restauraciones, así como de una limpieza en profundidad.

La berlina dispone de cuatro ruedas, las dos traseras con un diámetro de 120 centímetros y las delanteras con un diámetro de 97 centímetros. Las ruedas traseras tienen 14 radios cada una y las delanteras 12; tanto unas como otras están pintadas de color rojo. La parte de rodadura es de color negro y de metal —posiblemente hierro— de forja. La estructura también es metálica de forja y está pintada en color rojo. Las puertas, una a cada lado, se abren hacia fuera. Cada una de las puertas cuenta con un tirador en forma circular, metálico, posiblemente de bronce, en el exterior, y con una palanca del mismo metal y marfil en la parte interior. La puerta de la izquierda dispone de un cristal que ocupa la parte superior de la misma, y presenta un bisel en el perímetro. La puerta de la derecha no dispone de cristal y cuenta con una contraventana (no se puede concretar que el día de los hechos la berlina dispusiera de ella). Es de madera y presenta dos orificios circulares y simétricos en la parte superior, uno en cada lado. Debajo de las puertas, un caballete facilita el acceso al interior de la berlina; dicho caballete es metálico, de forja, y de color negro.

La parte trasera está cerrada en forma rectangular, si bien dispone de una pequeña ventana en la parte superior cubierta por un cristal, con unas dimensiones de 24 centímetros de ancho por 16 de alto y tapado con una tela por la parte interior, del mismo color que la tapicería. La parte delantera está abierta y protegida con cristales, si bien el cristal del lado izquierdo está roto y no hay fragmentos en el interior. Le falta un junquillo de sujeción del cristal, y el junquillo del otro lado está afectado por los impactos de las balas. El cristal de la parte derecha no llega a cubrir todo el hueco; le faltan unos centímetros en la parte inferior, así como el junquillo de sujeción del cristal. Los huecos de dichos cristales tienen unas dimensiones de 22 centímetros de ancho por 50 de alto.

La parte delantera presenta un asiento elevado destinado al conductor y al acompañante. Más adelante se encuentra el enganche de los caballos de tiro. En la parte delantera y a ambos lados hay dos faroles de bronce sujetos por un tubo del mismo material.

Por otro lado, en un examen externo podemos observar que la berlina ha sufrido un ataque combinado —una emboscada— desde varios puntos diferentes, a derecha e izquierda. Por ambos lados se aprecian impactos producidos por armas de fuego.

Examen del lado derecho

En la parte derecha, mirando el vehículo de frente —lugar donde habitualmente solía sentarse el general—, se observan cuatro orificios producidos por otros tantos impactos. Dichos impactos han penetrado en el interior y éstos, por sus características y disposición, pudieran corresponder a un solo disparo, utilizando un arma cargada con proyectil múltiple.

Estos orificios son compatibles con un arma de avancarga de la época —posiblemente un trabuco—, provista de una carga de proyección múltiple, compuesta de cuatro proyectiles de plomo cuyas dimensiones aproximadas serían las de los diámetros de los orificios expuestos anteriormente.

Desde este lado pudo recibir un impacto más que podría haber dado en el cristal delantero izquierdo de la berlina y seguidamente haber alcanzado al general en el codo del brazo izquierdo. Este disparo puede corresponderse con un arma cargada con un único proyectil, tipo pistola, aunque este extremo no puede ser verificado dado que en el interior de la carroza no existen indicios que permitan confirmar el dato. El cristal del lado derecho está roto en la parte inferior, y no existen fragmentos del mismo.

Examen del lado izquierdo

Por este flanco se aprecia un mayor número de impactos. Pasamos a describirlos en detalle:

  1. Se aprecian dos impactos que por su posición geográfica —relativamente cercanos, situados a 138 y 140 centímetros del suelo respectivamente— se puede inferir que fueron producidos por un arma cargada con más de un proyectil. Estos impactos se encuentran en la parte derecha de la hoja de la puerta. No han penetrado al interior, lo cual hace pensar que el arma estaba cargada con balas de plomo y una cantidad de pólvora no muy grande.
  2. A una altura de 159 y 158 centímetros, el borde izquierdo de la ventana presenta otros dos impactos. Dichos impactos no han penetrado al interior, si bien han producido un gran deterioro en el marco de la ventana (no se trata de orificios limpios). Se observa que la contraventana de madera que presenta ahora no es la que tenía el día de los hechos, o si lo era no estaba cerrada, pues no presenta daño alguno. Posiblemente llevara un cristal, al igual que la otra puerta, y por consiguiente se habría fracturado. No se observan restos de cristales en el interior de la berlina. La trayectoria de los impactos es de abajo arriba y de izquierda a derecha, lo que hace pensar que el tirador se encontraba posicionado a poca distancia en una zona anterior al vehículo.
  3. En la estructura de la berlina, más cerca de la parte delantera y a 164 centímetros del suelo, hay otro orificio producido por un proyectil disparado por un arma de tipo pistola de carga única. Este orificio es más perpendicular, y su inclinación es de abajo arriba. No ha penetrado en el interior.
  4. A una altura de 169 centímetros del suelo, entre el marco de la puerta y ésta, hay una marca producida por un proyectil que ha quedado encajado sin penetrar en el interior, así como otra marca en la estructura que apenas ha producido daños en la madera. Dicho impacto tiene unas dimensiones de 56 por 127 milímetros y ha sido efectuado por un arma de un solo proyectil, de tipo pistola. Todo ello hace pensar en la existencia de más de dos armas.
  5. Desde este lado y posiblemente a través de la ventana se produjeron más disparos que alcanzaron al general en la mano derecha.

Examen del interior

El interior de la berlina es de seda acolchada de color verde oscuro, cosida en forma de rombos. El suelo es metálico, circular, y está forrado de moqueta estampada del mismo color verde, bastante deteriorada y desgastada por el uso. Tiene capacidad para cuatro personas sentadas, dos a la derecha y otras dos a la izquierda, enfrentadas. El asiento de la derecha es más amplio que el de la izquierda y está situado a una altura de 90 centímetros del suelo.

Cuando se procede a examinar el interior se observa que en la parte izquierda hay un desgarro en la tapicería donde falta un trozo de tela, posiblemente fruto de los proyectiles que penetraron en el interior por el lado derecho. Igualmente se aprecian a contraluz tres orificios en este mismo lugar. No se aprecian más orificios en la tapicería compatibles con otros impactos.

Al someter a luz forense el interior del vehículo con el objeto de localizar fluidos corporales se observan restos de una sustancia que podría ser sangre; la sustancia se aprecia en varios lugares. Dichas muestras se encuentran próximas a la puerta del lado izquierdo, lugar que precisamente ocupaba ese día el general. Del mismo modo se intenta localizar en el interior de la berlina, con la ayuda de un escáner, otro tipo de indicios como pólvora negra o restos de los fulminantes, pero no son localizados. El objetivo es determinar el tipo de armas que se pudieron haber utilizado por medio de la localización de sulfitos o restos de fulminante —plomo, bario y antimonio—. En aquella época, 1870, compartían espacio las armas de avancarga —utilizadas por bandoleros y asaltantes de caminos— y las armas de percusión, que disponían de fulminante para iniciar la proyección del proyectil. No es posible hallar más indicios, en primer lugar por la limpieza a fondo a la que supuestamente se sometió la berlina, y en segundo lugar por el largo tiempo transcurrido.

Armas empleadas

Con el objeto de poder determinar el tipo de armas empleadas en el atentado se estudió el sumario 306/1870. En el tomo XLV, folio 82, hay una diligencia que textualmente dice:

Referencia de los trabucos. Doy fe que los trabucos que se han acompañado con el oficio de fecha 8 del actual tienen cuatro del largo y cañones, el uno con el número 149, el otro con el número 23. Éste al parecer arreglado de fusil inglés con guarda postas en la llave, las cajas nuevas al parecer en vaqueta [sic] de hierro y porta fusiles de cuerda corredera ambas, cargadas también al parecer.

Por otro lado, en el tomo XV, folio 4269 y siguientes, en la declaración de Esteban Sanz Loza se puede leer: «[…] añadió que llevaban unos trabucos… Sobre los trabucos, los ocultaban en una casa de la calle Lavapiés, donde los llevaron en sacos».

El arma empleada en el disparo de mayor interés —es decir, el que presenta en el hombro izquierdo— pudiera ser cualquiera de las utilizadas en la época: trabuco, trabuquete o retaco. Estas armas no eran de dotación militar, sino que solían ser empleadas por delincuentes, asaltantes de caminos y piratas. Poseían un gran poder intimidatorio debido a su forma y facilidad de ocultación, pues eran de menor tamaño que los fusiles militares. No se precisaban conocimientos especiales para su utilización y, lo más importante, a corta distancia eran letales; por el contrario, a medida que aumentaba la distancia de disparo disminuía su eficacia. Es decir, eran apropiadas para disparar a corta distancia y sin necesidad de apuntar. Si tuviéramos que hacer un símil con algún arma actual, la pondríamos junto a las escopetas de caza a las que los delincuentes cortan los cañones y la culata. Este tipo de armas, que se cuentan entre las más peligrosas para corta distancia que existen en la actualidad, resultan más fáciles de adquirir que cualquier otro tipo. Como todas las armas de avancarga, el trabuco era muy lento de recargar debido a que se necesitaba compactar dos veces[21].

Por otro lado, también pudieron emplearse otros artefactos de la época tales como armas de «faja o de tratantes», que eran utilizadas para defenderse de malhechores y asaltantes de caminos. Eran fáciles de ocultar y no ocupaban mucho espacio. Disponían de dos cañones paralelos, eran fáciles de utilizar y, al igual que los trabucos, resultaban muy apropiadas para distancias cortas (como hemos dicho, a medida que aumentaba la distancia respecto al blanco perdían eficacia). Varios de los impactos que presenta la berlina en el lado derecho podrían ser compatibles con un arma de tales características. También se usaron armas de un solo proyectil, cuyo escaso poder de penetración impidió que atravesaran la madera del coche.

La balística identificativa permite realizar estudios para determinar el número de armas que han participado en un hecho criminal, aunque no se disponga de tales armas. Estos estudios se basan en la identificación mediante cotejo balístico de los proyectiles recuperados en la escena del crimen. Por otro lado, el estudio de las armas de fuego y sus municiones resulta de gran interés policial, pues los hechos relacionados con ellas revisten siempre una entidad grave que puede ocasionar lesiones importantes o la pérdida de vidas humanas. A su vez, constituyen indicios físicos que pueden conducir al descubrimiento del autor de un delito. Es decir, a partir del estudio de un proyectil se puede determinar el arma que lo disparó.

De los seis proyectiles expuestos en el museo —de los que no se tiene constancia fehaciente de que sean los extraídos al general—, cuatro no presentan señales de estriado por haber sido disparados por armas de cañones de ánima lisa, con lo cual los estudios de cotejo balístico de estos elementos resultan irrelevantes. De los otros dos, uno presenta alguna muesca que podría ser compatible con estriado, aunque no se puede determinar con claridad, y el otro presenta unas marcas a lo ancho que se hacían para engrasar el proyectil —se conocen como bandas de engrase— y de esta forma facilitar su salida del arma. Una de las balas expuestas fue entregada al Museo del Ejército varios años después del atentado por un familiar directo de Prim, alegando que había sido extraída del cuerpo del general. Igualmente se expone un fragmento de plomo —plano y de forma triangular— que estaba alojado en el bolsillo del levitón que vestía el general el día de los hechos. A la vista de los proyectiles presentados, nos queda la duda de si varios de ellos fueron disparados en realidad.

En la época en la que tuvieron lugar los hechos se estaba procediendo a una transición desde los sistemas de avancarga a alguno de retrocarga, pero todavía se usaban los trabucos y demás armas antes mencionadas. Para concluir podemos decir, desde un punto de vista gráfico y dada la disposición de los impactos en el carruaje, que como mínimo, y sin poder precisar el número exacto, en el atentado podrían haber intervenido entre cinco y siete armas. Hay que tener presente que los hechos ocurrieron en un espacio de tiempo muy corto y que en esa época, una vez efectuado el disparo, era necesario volver a cargar el arma. Este proceso requería bastante tiempo, suponiendo que el tirador tuviera destreza para completar la recarga.

Distancias de disparo

Para determinar la distancia de disparo es necesario realizar pruebas a distintas distancias con armas de iguales características, montadas con balas de la misma clase y utilizando además pólvora negra de humo similar a la de la época. Sobre la base de los resultados obtenidos es posible ofrecer una estimación en la dispersión de los proyectiles.

En los casos en los que intervienen armas de fuego, el estudio de las heridas producidas por las mismas aporta una información valiosísima, no sólo para determinar la causa de la muerte sino también para especificar factores como los orificios de entrada y salida, la distancia de disparo, las posibles trayectorias, los ángulos de incidencia, etcétera. Junto con el proyectil, impulsado a través del ánima del arma, son propulsados fuera de la boca del cañón los gases producto de la deflagración de la pólvora, hollín resultante de la combustión, pólvora semideflagrada y sin combustionar, fragmentos de proyectil y encamisados, compuestos del fulminante —plomo, bario, antimonio—, cobre y níquel evaporizados de la vaina y otros posibles restos característicos de la munición o del estado del cañón. Cada uno de estos compuestos nos permitirá determinar en primera instancia el orificio de entrada, pero a continuación, dadas las características físicas de cada uno, podremos emplearlos para estimar la distancia de disparo.

Lo que queda totalmente descartado en los estudios balísticos realizados es que los disparos se realizaran a cañón tocante. ¿Cómo iba a ser de esta manera si la berlina se interpuso por medio? Por otra parte, un disparo a cañón tocante le hubiera amputado el brazo.

Respecto a las trayectorias de disparo que pudieran determinar el ángulo, nos limitaremos a indicar que lo único que podemos asegurar es que los disparos se realizaron siempre desde el exterior hacia el interior de la berlina.

La única varilla que se pudo introducir en uno de los impactos de la puerta de la derecha arrojó unos datos de unos seis grados de inclinación y unos ochenta de deriva. Teniendo en cuenta la aclaración anterior, y sin que esto suponga una conclusión definitiva, se podría determinar que la trayectoria es descendente, es decir, de arriba abajo, y de atrás adelante.

Supuestamente, y sobre la base de los datos obrantes en el sumario, parece ser que el general solía sentarse en la parte derecha de la berlina, entrando por la puerta de cristal y sentándose junto a ella. Del estudio se desprende que ésta es la parte que se encuentra más afectada: restos de una sustancia que pudiera ser sangre, cuatro impactos por la parte exterior, rotura del cristal delantero de ese mismo lado…

Estudio del uniforme

En los almacenes del museo, situados en la planta sótano, nos mostraron una levita y un levitón de color azul oscuro, la indumentaria que supuestamente llevaba el general el día de los hechos. Al observarlos por separado, podemos apreciar que el gabán o levitón presenta nueve orificios de distinto tamaño, sin salida, a la altura del hombro izquierdo, así como un desgarro importante a la altura del codo del mismo lado. Según los informes de restauración, se extrajo un fragmento de plomo del bolsillo izquierdo. Por otro lado, la levita presenta el mismo desgarro en el codo izquierdo. Igualmente, en la parte inferior presenta manchas de una sustancia que podría ser sangre.

De un bolsillo se extrajeron granos de pimienta, restos vegetales, tejido interno del forro interior de la espalda y un fragmento de tejido de la manga izquierda.

Los orificios mencionados presentan una disposición geográfica que permite intuir que han sido realizados con un arma de carga múltiple, de tres en fondo[22]. En la parte inferior de estos orificios hay manchas. Pudiera tratarse de la sangre vertida como consecuencia de las heridas producidas por los impactos.