El general Prim llegó desfallecido a su residencia en el palacio de Buenavista, en Cibeles, con los caballos a toda velocidad. Sangraba por el hombro izquierdo, en el que había recibido las balas de un fusilamiento casi a cañón tocante, probablemente con un arma que entró por la ventana de la berlina y que hizo un solo disparo, con nueve impactos o postas. El golpe debió de ser brutal, y su sacudida pudo provocar la inconsciencia. La falsa autopsia del sumario describe una herida de seis centímetros de diámetro, lo que debió de provocar aplastamiento o rotura de vasos y muy posiblemente afectó a las arterias subclavia y humeral.
El médico y criminólogo más joven de los forenses de la Comisión ya adelantaba en sus conclusiones provisionales que eso debió de impedirle el desplazamiento en bipedestación y también la facultad de hablar, lo que en román paladino significa que no pudo subir las empinadas escaleras del palacio chorreando sangre, ni decirle a su familia que no se preocupara porque las heridas no tenían importancia. Prim debió de ser bajado del coche entre dos o tres personas. Sangraba, no podía hablar y era entonces la máxima autoridad del país. Entre los presentes hubo momentos de auténtico pánico.
No obstante, a los pocos minutos se presentó en la estancia el general Francisco Serrano y Domínguez, el regente, el número dos in péctore, aunque en realidad viviera en una jaula de oro y no tuviera poder alguno mientras fuera Prim quien gobernara. Serrano dispuso la atención inmediata del herido. Los médicos que le inspeccionaron hicieron un reconocimiento superficial. Eran militares, y enseguida se dieron cuenta de que no había órganos vitales afectados. Los destrozos eran importantes, pero dependiendo de la pérdida de sangre Prim podría salir de ésa.
Los galenos procedieron a taponar la herida principal con hilas y emplasto y colocaron apósitos en las otras, en el codo izquierdo y la mano derecha. A Prim habían tratado de matarle en octubre, luego una segunda vez en noviembre y por fin, la tercera, en diciembre. Ahora, allí en su casa, en el lecho de muerte —quién hubiera podido decirlo—, como en una tragedia de Shakespeare, estaba en manos de sus peores enemigos, que procedieron a rematarlo.
Dicen que permaneció tres días agonizante, aunque no hubo ni un minuto para que el juez lo interrogara. Eso sí, según los manuales de historia, en su habitación de herido doliente entró todo el que quiso, comentando con él no sólo los detalles del atentado sino temas de política general o vana charla. Y eso que no podía hablar.
¿Qué son por tanto todos esos testimonios de Moreno Benítez y Ricardo Muñiz, supuestos amigos íntimos del general? Mentiras urdidas por los criminales y sus cómplices para crear confusión y extender en el tiempo la falsa leyenda.
La verdad iba por otro lado. Cuando examina el sumario, el abogado Pedrol Rius encuentra ya algunos documentos o partes médicos que se anuncian como tres pero que en realidad son sólo dos, así como el informe de falsa autopsia. El primer parte corresponde a un reconocimiento general sin mayor intervención; el segundo se basa en un reconocimiento sin remover para no abrir las heridas; el tercero, que supuestamente corresponde al tercer día, ni siquiera existe. A esas alturas, ya ni permiten a los médicos visitar al herido. No quieren que se descubra el verdadero estado de Prim. Dadas la vaguedad y la imprecisión de sus consideraciones, es difícil aceptar que los partes correspondan de verdad a días diferentes. Más bien suponen meras declaraciones ante el juez, hechas deprisa y corriendo para cubrir el expediente, en las que faltan toda clase de datos médicos.
A la luz de la ciencia moderna, es posible que en ese momento Prim llevara muchas horas muerto. Una vez que comprobaron que no había sido herido en la cabeza ni en el corazón, había peligro de que pudiera recuperarse. Pero sus mortales enemigos estaban allí para impedirlo. Uno de los muchos sicarios contratados, quizá el mismo lugarteniente, José María Pastor, primer servidor de los asesinos intelectuales, jefe de escoltas de Serrano, pudo estrangularlo con un cinturón o una banda de cuero que dejó profundas marcas en el cuello y en la nuca. Quien lo hizo de forma material —debía de ser un hombre fuerte, con grandes músculos en los brazos— provocó enormes rastros ante mórtem, logrando el fallecimiento del general por asfixia mecánica en unos pocos minutos.
Luego todo fue muy sencillo: se puso guardia a la puerta de su habitación y se avisó a la familia de que el general había muerto, pero con la advertencia de que no convenía hacerlo público aún con el fin de que los autores no cantaran victoria.
¿Y quién tomó la decisión de rematar a Prim? Sin ninguna duda, quien tenía autoridad para ello. En su caso, el general Francisco Serrano y Domínguez, si no fuera responsable por activa lo sería por pasiva, puesto que Prim se encontraba bajo su protección y bajo ella lo estrangularon. Serrano se hallaba en el palacio en el que residía el herido, tomando decisiones en su nombre. Su primer deber político habría sido protegerle.
El fiscal Joaquín Vellando hizo todo lo posible porque la justicia viajara en el tiempo, en legajos de papel que han sufrido toda clase de expolios y manipulaciones pero que han cumplido su último servicio: transmitirnos la verdad desde el siglo XIX. Los miembros de la Comisión Prim de Investigación estábamos allí para recogerla.
Ciento cuarenta y dos años después, en un extraordinario hospital, gracias a los avances más modernos del siglo XXI, se descubre que el héroe de los Castillejos fue vilmente estrangulado cuando permanecía indefenso, acostado en su cama.
Francisco Serrano y Domínguez, duque de la Torre, andaluz, simpático y bien plantado, alto y fuerte, delgado, con bigote trazado con escuadra y cartabón y un sentido del humor algo macabro —dicen que mientras fue amigo íntimo de la reina llamaba cabrón a Paco Natillas por los pasillos de palacio—, nació el 17 de diciembre de 1810. Fue ministro universal durante el esparterismo —si bien luego se sumó a la rebelión contra el propio Espartero— y ministro de varios gobiernos. Estuvo junto a O’Donnell en la revolución de 1854. Fue presidente de la Unión Liberal y uno de los dirigentes del levantamiento de Cádiz, previo a la revolución de septiembre, y también vencedor en la batalla de Alcolea, jefe de Gobierno, regente y jefe de Estado durante el último período republicano, creador del partido Izquierda Dinástica, presidente del Senado y embajador en París, donde la reina que él había expulsado le recibió un día, en su palacio de Castilla.
Como regente, gozaba de tratamiento de alteza. Se le reprocha haberse enriquecido como capitán general de Cuba gracias al tráfico de esclavos. No obstante, para la superficial Isabel II sus tratos con los negreros cubanos le merecieron el título de duque con grandeza de España.
Según Cánovas del Castillo, Francisco Serrano fue un «ambicioso incorregible» que exaltó y elevó a Prim con reiterados nombramientos —fue él quien le hizo general— hacia la cumbre militar, siempre en arreglo a sus intereses. Sin embargo, en ese momento Serrano se encontraba preso en la jaula de oro de la regencia —incluso hay una carta de una baraja satírica de la época que así lo retrata—, donde no mandaba prácticamente nada y asistía desesperado a la refundación de la monarquía que llevaba a cabo Prim sin apenas consultarle.
Además, chaquetero constante, con Espartero y contra él, partidario de Narváez y de Prim, en la Vicalvarada y en la Unión Liberal, se hizo montpensierista acérrimo y, más tarde, una vez muerto Prim —cuyos cargos ocupó—, colaborador íntimo de Amadeo de Saboya. En la historia política hay Serrano para rato: después de echar de España al rey italiano, será el sinuoso y oscuro jerarca que se ofrecerá para seguir mandando durante la restauración con Alfonso XII.
Siempre se ha sospechado de Francisco Serrano como uno de los asesinos de Prim, pero son pocos los autores que se han atrevido a señalarlo. No obstante, en el sumario está marcado desde el primer momento, sobre todo a través del hombre encargado de sus asuntos sucios, José María Pastor. Además, aquí y allá se le imputa: en las habladurías de la época a través de las indiscreciones de su esposa, su prima Antonia Domínguez y Borrell, hija de los marqueses de San Antonio, dama cubana de mucho fuste que protagonizó el feo episodio de la boda de su hijo mayor; o en las caricaturas de la revista La Flaca, donde el espíritu atormentado de Prim señala a Serrano como autor de su muerte.
El general Serrano había sido correligionario de Prim. Durante su larga carrera militar coincidieron en distintos destinos y en algunas conspiraciones, como la revolución de 1868, que procuró la salida de España de Isabel II después de la batalla de Alcolea. En el momento en el que acudió a hacerse cargo de los destinos de la patria con el general reusense malherido, hacía sólo seis meses que había intentado apartarle por sorpresa de la presidencia del Consejo de Ministros. Serrano fue un conspirador, un general del tiempo de los espadones, y tiene en su haber episodios muy oscuros.
Noventa años después del magnicidio, el doctor Alfonso de la Fuente Chaos, autor del epílogo médico del libro de Pedrol Rius, donde no hay una sola cita científica, dice que «sorprende el escaso número de datos relativos a la evolución y descripción de las lesiones en el ingente volumen del expediente, archivado, y bastante abandonado, en los sótanos del palacio de Justicia… Tenemos la impresión de que han desaparecido partes facultativos, bien extraviados en estudios anteriores o por la acción del agua con motivo de una inundación no lejana. Lo cierto es que tres partes médicos y un informe de autopsia constituyen la mísera documentación que puede ofrecer fidelidad histórica en el orden médico…»[19].
Y sin embargo el doctor De la Fuente Chaos, a pesar de lo escaso del material, se atreve a corregir el diagnóstico de los médicos que atendieron al herido afirmando que las heridas de Prim fueron leves pero que luego empeoraron a causa de una infección que no se puede probar. Es decir, que noventa años después contradice el dictamen sin tener siquiera presente el cuerpo, basándose únicamente en los partes médicos del sumario. Por la razón que fuera, durante el franquismo era conveniente que las graves heridas de Prim —en especial la del hombro izquierdo— siguieran siendo leves, como durante el mandato de Serrano, y que o bien sufriera una conspiración médica (que le hizo objeto de mala praxis) o que las heridas se infectaran, produciéndole la muerte.
Durante cincuenta y tres años, éste ha sido el diagnóstico falseado y creído por todo el mundo. Por nadie discutido. Según los partes, a las 19.30 del 27 de diciembre de 1870 acuden Cesáreo Fernández Losada y Juan Vicente Shedo para asistir a Prim. Lo examinan en la cama y allí descubren varias heridas —no las cuentan— de bala «en el hombro izquierdo, con entrada por parte anterior y salida posterior, estando fracturadas la cabeza del húmero y la cavidad glenoidea. Otra herida en la mano derecha con pérdida del dedo anular y fractura de los segundos y terceros metacarpianos… Cuyas lesiones son graves y pueden ser peligrosas por la índole especial de las mismas… No se encuentra con disposición de ningún modo de prestar declaración…».
En el parte número dos, supuestamente del día 28 de diciembre, los médicos forenses Mariano Esteban Arredondo y Pablo León y Luque informan de que han pasado a reconocer a su excelencia pero no han podido examinar sus heridas, si bien dicen que es «su estado general satisfactorio» y que el enfermo no se encuentra en disposición de declarar.
El parte número tres prácticamente no existe, el que corresponde al día 29 no se halla, y en el del día 30 los mismos forenses señalan que no han podido entrar a la habitación porque el médico de cabecera —el doctor Losada— les ha comunicado que el enfermo está delirante y que no se le puede ver… Es curioso, porque los médicos suelen acudir cuando alguien está enfermo, delire o no. En este episodio histórico, a los médicos no se les permite ver al enfermo porque seguramente —como ya se enterarán más tarde, cuando convenga— Prim hace mucho que no responde, si bien su muerte no se comunica hasta las 20.30 del 30 de diciembre. Por esta razón la autopsia debió ser breve e imprecisa, a las 11.30 del 31 de diciembre, esta vez sí efectuada —es un decir— por los forenses citados.
El reconocimiento afecta sólo al hábito exterior, donde observan incrustaciones de pólvora en el rostro y la herida de seis centímetros de diámetro del hombro. Los médicos concluyen que «las heridas por arma de fuego eran graves» (le guste o no a De la Fuente Chaos), que la que ha «penetrado en la articulación escápulohumeral era mortal ut plurimum y que los proyectiles eran de distintos diámetros y disparados a muy corta distancia».
Ya en el siglo XXI, a la hora de su divulgación, el primer estudio médico-legal de la doctora María del Mar Robledo Acinas sobre el cadáver del general Prim aparece en un momento crucial desde el punto de vista histórico. De esta forma se comunica el hallazgo: «Se han encontrado evidencias compatibles con lesiones externas por estrangulamiento a lazo. Estas lesiones están siendo estudiadas y valoradas por la doctora y por don Ioannis Koutsourais, ambos investigadores de la Comisión dirigida por el doctor Francisco Pérez Abellán para el estudio del magnicidio del general Prim».
Estos expertos han encontrado, en el examen del cadáver momificado, «un surco desde la parte posterior del cuello que presenta continuidad hasta la zona delantera y desde donde parte otro en dirección posterior y ascendente». Estas «marcas», en principio, son compatibles con las descritas por diferentes autores de la literatura médico-legal (Balthazard, Simonín, Concheiro y Suárez Peñaranda, López Gómez y Gisbert, Di Maio) como lesiones externas de un tipo específico de asfixia mecánica: «estrangulamiento a lazo o con ligadura».
No obstante, es importante descartar que se trate de marcas producidas por un artefacto posmortal, así como establecer la diferenciación de un surco producido por un objeto de los pliegues que de forma generalizada presentan los cuerpos momificados.
La doctora aclara para todos que «el estudio de un cuerpo momificado es competencia de la antropología forense, siendo uno de sus objetivos fundamentales establecer, si es posible, la causa de la muerte, ya que en este caso la identificación del sujeto así como la data de la muerte son datos conocidos».
«La doctora Robledo Acinas es doctora en Medicina Legal y Forense, especialista en Antropología Forense e Investigación Criminal, experta en Criminología y directora del Laboratorio de Antropología Forense y Criminalística de la UCM. Don Ioannis Koutsourais es especialista en Antropología Forense e Investigación Criminal y fotógrafo científico. Ambos, junto con el doctor Francisco Pérez Abellán, están especializados en el estudio de muertes violentas», precisa el informe. Como especifica el comunicado, se trata del «director de las pesquisas» y de los dos principales peritos de la causa de la muerte. Con este primer resultado se satisface la curiosidad de un enorme plantel de seguidores inquietos ante las novedades en torno al famoso general.
Antes de exponer detalladamente la ampliación de este estudio antropológico forense de María del Mar Robledo y Ioannis Koutsourais, es de justicia expresar públicamente que el estudio en sí, por las extraordinarias características que comprende y presenta, es único y pionero en el mundo científico. Éste es el motivo por el cual sus conclusiones resultan tan reveladoras y sorprendentes.
María del Mar Robledo y Ioannis Koutsourais, autores del informe, son los únicos científicos que subieron a este tren en la estación principal y que, a pesar de las muchas condiciones adversas que podrían encontrar, tenían decidido llegar hasta el final junto con otros compañeros de viaje.
«La ciencia forense demuestra —dicen los investigadores—, sin dejar duda alguna, que la noche del martes 27 de diciembre del año 1870 el general Juan Prim y Prats, tras sufrir el atentado, perdió de inmediato la capacidad del movimiento en ambas manos; en la mano derecha, por tres lesiones sufridas, impidiendo el movimiento, sin poder hacer el llamado “juego de dedos de la pinza”, por más que nos insistieran algunas personas que decían saber mucho sobre el tema, que aseguraban haber visto cartas tranquilizadoras a la familia de Prim, fechadas en los días posteriores al atentado, en las que se quitaba hierro a la gravedad de su estado de salud. Esas supuestas cartas tenían la firma de puño y letra del general Juan Prim y Prats. Eso es imposible».
A la mano derecha, cuya palma está traspasada, le falta el dedo anular. «La imposibilidad del movimiento en la mano izquierda la provocan dos lesiones. La primera lesión en el hombro izquierdo, con un diámetro de aproximadamente seis centímetros en el momento de la muerte, y la segunda lesión en el codo izquierdo. La suma de estas dos lesiones es del todo incompatible con cualquier movimiento para firmar con la mano izquierda. Esto es irrefutable».
Como son ciencia forense también las lesiones que presenta en el tórax el general Juan Prim y Prats y, «aún más, las que no presenta el cuerpo»: el análisis revela que el cuerpo momificado no muestra absolutamente ningún atisbo de autopsia, ni intento de empezarla, por mucho que así se atestiguara y se firmara en documentos oficiales, tal como se cuenta en el sumario y se detalla más adelante. Esto es ciencia, ciencia forense, contada por un testigo presencial irrefutable, el único, además, cuya presencia se constata en todos los hechos y procesos ocurridos: el propio general Juan Prim y Prats. Gracias a la ciencia forense, su testimonio reclama la atención.
El cuerpo del general presenta otras lesiones que también se contradicen con lo reflejado en el sumario, hecho que nos hace pensar que dicho sumario es cuestionable.
«Pues bien, nosotros nos hacemos preguntas e intentamos encontrar respuestas: ¿por qué a alguien a quien se le está amputando un dedo quirúrgicamente y estabilizando no se le aplican puntos de sutura? Y, según documentan, está consciente porque sus heridas no revisten gravedad. ¿Cómo pudo sobrevivir el general tres días así? Manteniendo largas conversaciones, dictando cartas… Esto la ciencia no lo puede contestar».
A lo que sí puede contestar la ciencia es a la presencia de marcas evidentes en el cuello. Este hecho es el más controvertido por su carácter insólito, por ser un hallazgo inesperado. Pero, por inverosímil que en principio pudiera parecer, la ciencia sí puede explicarlo. Estas marcas son compatibles con un estrangulamiento.
Procedemos a referir el análisis de la ampliación del estudio forense una vez supervisado por la dirección de la Comisión, admirada del trabajo realizado:
«El primer contacto que tuvimos con los últimos objetos y los restos cadavéricos del general Juan Prim y Prats se produjo la mañana del 16 de mayo de 2012, durante la visita organizada por la Comisión al Museo del Ejército, ubicado en el Alcázar de San Juan de Toledo. Allí se custodian la berlina en la que viajó por última vez el general Prim y parte de los ropajes, levita, levitón y fajín, que portaba aquella fatídica noche del martes 27 de diciembre del año 1870, en la que fue asaltado en la madrileña calle del Turco. Gracias al excelente estado de conservación de estos objetos pudimos extraer varios y valiosos datos para nuestra investigación».
Nuestro estudio comenzó con un examen del vehículo —los impactos no restaurados, los proyectiles que se conservan, etcétera— en el que se empleó, entre otras herramientas, luz forense. Se pudo comprobar la existencia y persistencia de manchas que podrían ser compatibles con la sangre derramada por las heridas sufridas en el atentado, y que podrían haberse formado por la precipitación de la sangre a través de los ropajes empapados del general.
Posteriormente se realizó un completo estudio macroscópico, radiológico y endoscópico de los restos de Prim. En definitiva, un estudio del cadáver momificado del general para el que se empleó la tecnología más avanzada. Ésta nos permitió realizar no sólo un estudio externo del cuerpo, sino también un análisis interno en el que, con el fin de mantener el cuerpo inalterado, se emplearon técnicas no invasivas.
«Lo primero que observamos fue que el cadáver no estaba autopsiado, hecho éste que contradice lo dicho en los documentos históricos y oficiales, entre ellos el informe de la autopsia con las firmas de los doctores que lo atestiguan, y que se referencia en los folios 136-141 del volumen n.º II del sumario. En dicho informe se especifica que el día 31 de diciembre de 1870 se practica la autopsia del cadáver del Excmo. Sr. D. Juan Prim, se reconoce su hábito exterior y se recurre a la necroscopia para conocer la dirección de las heridas y el daño de los tejidos».
La autopsia es un procedimiento médico-legal que consta de varias partes. La mayoría de los autores de referencia en la medicina legal y forense diferencian tres fases: estudio del lugar de los hechos, estudio externo del cadáver y estudio interno, que implica la apertura de cavidades.
«Respecto a esto último, aunque en el citado informe de la autopsia no se menciona explícitamente la apertura de cavidades, el término necroscopia, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, se define como necropsia o autopsia, palabra que proviene de la palabra griega que significa “acción de ver con los propios ojos”. A pesar de que las técnicas de apertura de cavidades han evolucionado a lo largo de la historia, en aquel momento ya era un procedimiento habitual dentro del proceso. Si a esto le añadimos que en el informe de la autopsia se describen lesiones óseas y musculares que no es posible ver salvo directamente o mediante radiología (técnicas que surgen a partir de 1895), queda implícitamente probado que en la documentación se afirma haber realizado la autopsia completa, incluyendo el examen interno del cuerpo, algo que se contradice por completo con el examen realizado por nuestra parte, en el que no se pudo observar señal alguna de apertura de cavidades».
En cuanto a las lesiones por arma de fuego que presentaba y presenta el cuerpo, su descripción es la siguiente:
«Una lesión en el hombro izquierdo con orificio de entrada en la zona delantera del cuerpo y que compromete al hueso en esa zona, producida por un arma de gran calibre, haciendo fuego desde muy cerca y provocando pequeñas quemaduras en el rostro, pero principalmente en el lado izquierdo.
»Dos lesiones en el codo izquierdo que se corresponden con orificio de entrada y salida producidas por arma de fuego sin afectación ósea. Estas lesiones probablemente se produjeron estando este brazo separado del tronco en alto. Pese a no tener afectación ósea, esta lesión sangró abundantemente, impregnando de sangre la levita y el levitón que llevaba el general en el momento del atentado.
»Tres lesiones en la mano derecha, una de las cuales provoca la amputación traumática del dedo anular. En este punto es obligado reseñar que en el informe de la autopsia se hace referencia a que la amputación de dicho dedo fue quirúrgica, y sin embargo no se aprecia ningún signo de cura en dicha lesión. La segunda lesión, de gran tamaño, se corresponde con una producida por arma de fuego, con orificio de entrada en la zona palmar, producida a muy corta distancia, mientras que la tercera se corresponde con el orificio de salida a nivel del segundo-tercer metatarsiano. Estas lesiones son compatibles con heridas defensivas ocasionadas, posiblemente, al intentar desviar la trayectoria del cañón de un arma corta, compatible con una pistola de repetición o revólver; algo que sugieren los dos impactos provocados casi en el mismo momento y en la misma acción, a cañón tocante.
»Una lesión en la parte superior de la espalda a nivel escapular que podría corresponderse con un orificio de salida de una lesión por arma de fuego. A pesar de que sus bordes lineales no parecen indicar esto, en el informe “oficial” de la autopsia se hace referencia a esta lesión como un corte quirúrgico a fin de extraer un proyectil de los alojados en el cuerpo a ese nivel. No obstante, resulta cuando menos sorprendente que si así hubiera sido no se le hubieran aplicado puntos de sutura.
»Respecto a estas lesiones, es importante destacar que ninguna de ellas afecta, en principio, a un órgano vital. No obstante, estudiando las ropas que llevaba el general y los restos de sangre que permanecen en el lugar de los hechos, la berlina, es de todo punto evidente que sufrió una pérdida de sangre considerable que hubiera provocado una hipovolemia, que al no ser transfundido constituye una patología grave.
»Por otro lado, en la zona supraclavicular izquierda se aprecia un corte quirúrgico lineal y con puntos de sutura que no se corresponden, en principio, con la intervención quirúrgica de una lesión por arma de fuego, ya que en ese caso la incisión no sería tan lineal y sus bordes aparecerían más irregulares, por lo que es más probable que dicha incisión fuera producida durante el proceso de embalsamamiento, el cual se llevó a cabo, según se viene reflejando en la documentación, mediante el método de inyección.
»Tanto en la lesión del hombro izquierdo como en la de la mano derecha, concretamente la de la palma de la mano, se aprecian unos emplastes que hacen pensar que hubo un intento de cortar las hemorragias en esas zonas, pero no se observa en ninguna otra lesión más cura alguna; ni con puntos, ni con cauterización de las heridas».
«Llegados a este punto, es importante resaltar que las lesiones que presenta el cadáver no se corresponden con la documentación oficial y que si a esto le añadimos que existe un informe de una autopsia practicada al general Prim, que en realidad y como pudimos comprobar no se realizó, nos encontramos con hechos objetivos y demostrables que hacen dudar seriamente sobre la veracidad de la documentación oficial que se conserva respecto al magnicidio del general Prim.
»Por otro lado, en el examen externo del cadáver nos encontramos un hallazgo sorprendente e inesperado: un surco que parte desde la parte posterior del cuello, presenta continuidad hasta la zona delantera y desde donde parte otro en dirección posterior y ascendente. Estas “marcas”, en principio, son compatibles con las descritas por diferentes autores de la literatura médico-legal como lesiones externas de un tipo específico de asfixia mecánica: “estrangulamiento a lazo o con ligadura”. Dada la importancia que representa este hallazgo, era necesario e imprescindible descartar la posibilidad de que dichas marcas se hubieran producido por cualquier otro motivo, como, por ejemplo, presión ejercida por la ropa con la que fue inhumado el general, alguna manipulación durante el proceso de embalsamamiento, etcétera. Para ello estudiamos de nuevo el cadáver y profundizamos en el estudio de estas marcas, evaluando la posibilidad de que hubieran sido producidas por la ropa.
»El estudio realizado en la ropa con la que fue inhumado, al igual que los desarrollados anteriormente, fue extremadamente minucioso y nos llevó a la conclusión de que las mencionadas marcas no pudieron ser causadas en modo alguno por las ropas.
»Continuando con la investigación hemos descartado, como en algún momento pudo sugerirse, que se trate de marcas producidas durante el proceso del embalsamamiento, y estudiamos si en el mismo momento del atentado el general Juan Prim y Prats debió quedar inconsciente como resultado del shock traumático, al que hay que sumar la hipovolemia sufrida por la pérdida de sangre.
»Respecto a la gravedad de las lesiones, al no haber afectación de órganos vitales es posible que se le practicasen unas curas a fin de cortar las hemorragias del hombro izquierdo y de la mano derecha. Es importante destacar en este punto que a pesar de la excelente conservación del cadáver, no es posible evaluar si hubo afectación de vasos sanguíneos principales.
»Por último, consideramos de extrema importancia la valoración de las marcas que se aprecian en el cuello del cadáver y que, descartando que fuesen producidas por las ropas o durante el proceso de embalsamamiento, son compatibles con las lesiones externas características de “un estrangulamiento a lazo”, siendo esta modalidad de estrangulación mayoritariamente de carácter homicida y “cuyo signo externo fundamental es el denominado surco de estrangulación”. Respecto a las lesiones internas en este tipo de estrangulamiento, la proporción con la que aparecen hemorragias petequiales, lesiones óseas o cartilaginosas a nivel de la lesión externa son de baja proporción, por lo que la ausencia de ellas no permite descartar este mecanismo de muerte.
»Gamero y Lucena, refiriéndose a las lesiones producidas en muertes por estrangulación, consideran que “el surco de la estrangulación dejado por la compresión del lazo sobre la piel del cuello se ha de considerar como la lesión principal y característica de esta variedad de asfixia mecánica”.
»Por otro lado, la continuidad que presenta el surco, así como la profundidad, no son compatibles con los pliegues que de forma generalizada presentan los cuerpos momificados.
»En resumen, y cerrando definitivamente nuestras conclusiones, no podemos afirmar que el general Juan Prim y Prats muriera estrangulado, fundamentalmente porque, por razones más que obvias, no estábamos presentes en el momento en que tal hecho pudiera producirse, pero sí que estamos en condiciones de afirmar, rigurosa y científicamente, que las marcas que rodean el cuello de su cuerpo momificado son compatibles con el estrangulamiento a lazo habiendo descartado las posibilidades mencionadas con anterioridad».