V
A España se la vence, pero no se la deshonra

En medio de esta rebelión, Prim aceptó el nombramiento de gobernador militar de Barcelona con el encargo de calmar a sus paisanos. Con tal motivo se desplazó hasta la ciudad desde Madrid, seguido por su batallón de voluntarios catalanes.

El primero de septiembre de 1843, mientras las calles vivían la conmoción de los rebeldes con gritos de «¡Viva la Junta Central!» y «¡Mueran los moderados!», Prim se acercó a las Atarazanas y llegó a la plaza de Palacio, donde recibió abucheos y amenazas. También le advirtieron de que partidas de voluntarios esperaban apostadas para quitarle la vida. Despreciando el peligro, Prim se dirigió a la partida más cercana y la provocó diciendo: «¿Me esperáis a mí? ¡Si creéis que vertiendo mi sangre ha de salvarse la patria, haced fuego!» Hubo una descarga o dos, pero ninguno de los disparos le acertó.

El día 2 de septiembre se reunió en la Casa Lonja con las autoridades que se mantenían fieles al Gobierno y de ahí se retiraron a la ciudadela. El último en salir fue Prim. Cuando atravesaba la plaza, acompañado de sus ayudantes, escuchó entre la multitud un grito burlón: «¡Lo que busca es la faja!»

Como bien se sabe, Prim lideraba el movimiento político y militar contra los esparteristas (a los que se refería peyorativamente como ayacuchos). Montaba a caballo y frenó el animal. Miró fijamente a la multitud, como si quisiera fulminarla con la mirada. Lleno de rabia, arrojó el bastón de mando con gran fuerza y dijo en voz alta: «Sigui, o caixa o faixa»[14]. Picó espuelas y salió a escape hacia la villa de Gracia.

Prim se afanaba en la ocupación de Gerona mientras el teniente general Laureano Sanz afrontaba una situación difícil en la ciudad condal, con orden de proceder con dureza. Los tres primeros días de octubre, Barcelona fue bombardeada de nuevo desde Montjuich y la ciudadela.

Les respondieron con cañonazos. El general Sanz, impertérrito, prolongó el bombardeo hasta el día 6, dando paso a un ataque masivo al asalto de la ciudadela durante la noche que terminó en fracaso y provocó grandes pérdidas. Como consecuencia, el bombardeo sistemático de Barcelona prosiguió.

Finalmente, el 15 de noviembre los vecinos oyeron fuego de artillería. Pensaron que se trataba del último bombardeo que destruiría la ciudad, pero eran las salvas de la proclamación de la mayoría de edad de la reina Isabel II. La revuelta quedó sofocada definitivamente.

El documento de capitulación termina así: «Las tropas del ejército no entran en Barcelona como hostiles; desean estrechar a sus hermanos… y anhelan vivamente un olvido general de lo pasado».

Peor en catalán

Por tales méritos, Prim recibió de manos de Serrano el tan anhelado fajín de general. A pesar de ello, Prim no era capaz de tomarse bien sus derrotas. Acostumbrado a un constante veni, vidi, vinci, cuando no podía vanagloriarse del éxito le asaltaba una terrible congestión de rabia. Cuando fracasó en uno de los intentos por tomar el castillo de Figueras, antes de tomar el camino de retirada, desde la carretera, hartamente enfadado, hizo un gesto soez que suele ser peor en catalán que en castellano: con la mano trazó la grosería de dar una higa, gesto con el que trataba de superar la impotencia y de dar salida a la cólera que pugnaba por inundarle el pecho.

Los esfuerzos por pacificar Cataluña le valieron a Prim la tercera Cruz Laureada de San Fernando, la faja de general a los veintinueve años y la felicitación personal de Serrano, que fue curiosamente quien lo volvió a ascender. Y, sin embargo, Prim sentía un poso de amargura: la de percibir que en su tierra había quien pensaba que se había vendido a los moderados.

Como enemigo, Prim fue temible. Como general consiguió victorias que ningún otro hubiese obtenido, y como persona pudo contener, poniendo en juego sus numerosas relaciones, el incremento de una insurrección impulsada por extraordinarios caudillos. Fue desde luego la primera víctima de la reacción, circunstancia que por sí sola debía ponerle a cubierto de sospechas. Hubo sectores que reconocieron la verdad con justicia y que, refiriéndose a los deplorables sucesos, exclamaban con convicción: «Si Prim hubiese mandado en jefe, no habría sufrido Barcelona el bombardeo que sufrió»[15].

El 27 de octubre de 1844, Prim recibió la visita de oficiales del regimiento de San Fernando, que revisaron su domicilio. Se le acusaba de encabezar una conjura encaminada a derrocar al Gobierno y asesinar a Narváez, el Espadón de Loja.

La acusación contra Prim se encuadraba dentro de la llamada Conjuración de los Trabucos. El asunto fue el siguiente: iba Narváez al Teatro del Circo para solazarse con la Stephan, que bailaba en función de gala en honor de su majestad, cuando unos emboscados detuvieron el coche en el que se desplazaba y dispararon sus trabucos, dando muerte al ayudante. ¿Era Prim completamente inocente? Como hombre de honor, no cabía admitir nada sin probar el ánimo de asesinato. O sea que, irónicamente, podían conspirar contra el Gobierno moderado, siempre y cuando, claro está, no hubiera intención real de matar a nadie. A pesar de las dudas y de la falta de pruebas, el conde de Reus fue condenado a seis años de prisión en un castillo. Gracias a los esfuerzos de su madre, que suplicó el indulto, Prim se libró de cumplir la condena.

Curiosamente, este proceso judicial le alivió la honda pena causada por las sospechas que alentaban en Cataluña —y en Reus en particular— respecto a su pacto con los conservadores. A sus amigos Prim les decía aquello de «Yo soy muy de Reus». Y eso apelaba a la memoria colectiva de la ciudad, como cuando Reus era un triángulo publicitario: «Reus, París y Londres», «calle de Monterols» y «la plaza de las Monjas», actual plaza Prim. Aquel enfrentamiento máximo que le alejaba de Narváez le acercaba a los viejos amigos.

En octubre de 1847, el general Córdoba, ministro de la Guerra, propuso al Consejo nombrar a Prim capitán general de Puerto Rico, manteniéndole así lejos de las intrigas de la corte. Allí combatió el bandolerismo y dictó un duro «Código Negro» contra las personas de color. Su estancia duró poco, al parecer por la impopularidad que alcanzó a causa de las severas medidas de orden público que puso en funcionamiento. Tampoco gustó el plan de fortalecer la economía con el asentamiento de nuevos colonos. De vuelta en España logró el acta de diputado por Vic, y en 1853 la consiguió por Barcelona.

Piezas de artillería

Prim viajó a Turquía, a Adrianópolis, a observar la guerra de Crimea. Los obsequios del pachá le recordaron gloriosas páginas de su Cataluña natal. Había entrado en campaña sin que se adivinara el fin pacífico del litigio ruso-turco. Omar Pachá le acababa de regalar un caballo de pura raza árabe con los ancestros más ilustres en el árbol genealógico. En el ataque a la isla de Tortokan influyó en la colocación de las piezas de artillería, lo que resultó un gran éxito. Una vez cumplido su papel de observador, Prim regresó vía París. Y luego volvió al frente turco.

Cuando estalló la Vicalvarada, Prim estaba en la margen izquierda del Danubio, frente a Rustschuk: «En Rustschuk me hallaba yo, cuando el cañón de Vicálvaro anunció al mundo que se había enarbolado el pendón de la libertad española…» Se lo dijo a Omar Pachá, y por él supo que el noble duque (Baldomero Espartero, duque de la Victoria) estaba a la cabeza de los intrépidos aragoneses en Zaragoza.

Habían pasado once años desde que Prim se levantara contra el duque, al que ahora llamaba «noble»; está claro que anhelaba respirar dosis de liberalismo. El sultán le concedió la medalla de Medjidie y un sable de honor.

La situación que había en la nación en 1855 no le favorecía. Decidió viajar a París, pero allí se aburría, de manera que iba y venía. Hasta que se crease una situación tolerable tuvo que volver a trasladarse de país pues, como escribe a su madre: «Yo soy español y no francés», y añade: «y siempre que pueda, viviré en España con preferencia a otra parte».

Entre los retratos que ilustran la extensa biografía del general hay uno, un grabado de Prim con una bandera española ondeando al viento, particularmente significativo. Se trata de una estampa ecuestre: Prim, vestido de general con gorra, botas de montar, sable a la cintura, las condecoraciones prendidas en el pecho, la guerrera firmemente abotonada, señala al centro del enemigo. La escena tiene lugar durante la batalla de los Castillejos, en Marruecos, en 1860.

El Gobierno de O’Donnell declaró la guerra a Marruecos buscando quizá un enemigo exterior que rebajara la presión de los asuntos internos. Tras despreciar la oferta del sultán para satisfacer las reclamaciones españolas, se dio comienzo a la ofensiva. Prim solicitó incorporarse a la expedición. Había creado un batallón de voluntarios catalanes formado por 460 hombres que llevaban un uniforme inspirado en la vestimenta de los payeses, barretina incluida. Al poner pie en África, el general los recibió con un discurso en catalán:

Soldats! Catalunya, que us ha dit adéu amb un gran entusiasme, les mares, els germans, el amics, tots us contemplen amb orgull. No deixeu mai en l’oblit que sou els dipositaris de la seva honra y la de tots els vostres paisans, aviat tindreu la dita d’abraçar altre cop a les vostres famílies, amb la front coronada de llorers; i els pares, les mares, les dones, els amics, diran plens d’orgull, al donar-vos una abraçada: Tu ets un valent català. Visca Espanya![16]

Las intervenciones de Prim en Marruecos se cuentan por victorias. Pero, si bien destacó en Wad-Ras, el cabo Negrón y la entrada en el campamento de Muley Abbás, en la batalla de Tetuán, es la batalla de los Castillejos la que ha pasado a la historia.

Vivas al general

En ella, al observar que el regimiento del Príncipe estaba en apuros, Prim arrebató la bandera al portador del batallón de Córdoba como así lo cuenta Pedro Antonio de Alarcón, que vivió el episodio en directo, y que trasladó esa experiencia en el libro Un testigo de la Guerra de África. Luego la elevó en el aire de forma poderosa y se dirigió a sus tropas: «Soldados: podéis abandonar esas mochilas porque son vuestras, pero no podéis abandonar esta bandera, que es de la patria. Yo me la llevo a las filas enemigas… ¿Vais a permitir que la bandera de España caiga en poder de los moros? ¿Vais a dejar morir solo a vuestro general? ¡Soldados! ¡Viva la reina!»

Los soldados lo siguieron como un solo hombre. Prim iba delante, sin mirar atrás. Los voluntarios no lo abandonaron, y siguieron dando vivas a su general mientras ponían en fuga al enemigo. Prim era un gran conocedor de la psicología de masas y entendía bien a los soldados. Por otro lado, siempre tuvo una preocupación inteligente por comunicar lo que hacía. A la campaña de Marruecos se llevó invitado a su paisano el gran pintor Mariano Fortuny, que fue quien mejor retrató esa guerra.

A su regreso, Prim fue recibido en loor de multitud. Desembarcó en Alicante y llegó hasta Madrid seguido de vivas y vítores. Luego marchó a Cataluña, donde le recibieron con un entusiasmo apoteósico. Tras una sucesión de nombramientos —hijo adoptivo, arcos de triunfo, sables de honor…— en diversas ciudades, la reina le concedió el marquesado de Castillejos con grandeza de España de primera clase.

La larga carrera de militar triunfante y aguerrido fue conformando el carácter de Juan Prim. Primero fue un progresista consolidado, capaz de mirar más allá de una voluntad de revolución burguesa para captar la verdadera ansia revolucionaria de una parte de la población. Sin embargo, siempre se mostró cauto y partidario de la ley y el orden, por lo que, tras probar con liberales y republicanos, decidió convertirse en un monárquico de nuevo cuño que lo habría de fiar todo a la idoneidad de un buen Rey.

En su larga carrera de conspiraciones, Prim se vio obligado a huir y a esconderse en varias ocasiones. Cuenta la leyenda que una vez, para eludir a sus enemigos, tuvo que ocultarse en un barril de vino de una bodega en su ciudad natal. Convertido en mito, las leyendas no paraban de crecer. Cuando salió de Londres en el vapor Buenaventura (1868), lo hizo disfrazado de criado de los señores Bark, unos amigos del exilio. En Gibraltar se trasladó a un remolcador inglés y luego a la fragata Zaragoza.

En 1867, durante su exilio en Biarritz, murió el general O’Donnell; Serrano, duque de la Torre, fue nombrado líder de la Unión Liberal. El 23 de abril de 1868 murió Narváez, víctima de una pulmonía. Los errores de Luis González Bravo, su sucesor, empujaron a varios generales y a otros oficiales a la Unión Liberal, entre otros Zabala y el almirante Juan Bautista Topete.

En lo personal, Prim era uno de esos militares que gustan de mostrar el uniforme, componiendo una figura de gran impacto para la que no reparaba en afeites o ropas caras. No se distinguía por llevar una férrea contabilidad, ya fuera en el uso de dineros públicos, en el que no atendía demasiado a las normas, o en el reparto del botín, que distribuía más con justicia de bandolero generoso que con la propia de un jefe militar.

Frente a la vida humana, siempre se inclinó por el mayor peso de la disciplina o de las leyes de la guerra. Su valentía a ultranza lo llevó al desprecio de la propia vida y, en consecuencia, en ocasiones al escaso respeto por la de los demás, ya fueran subordinados en falta, ya prisioneros o soldados levantiscos en trance de ejecución.

El 3 de octubre de 1868, Prim llegó a Barcelona en pleno fervor revolucionario de la Gloriosa. Lucía una corona en su gorra, y los que le aplaudían y ovacionaban le empezaron a pedir que se la quitara, pero Prim les dijo en catalán a sus convecinos: «Catalans, voleu córrer massa; no correu tant que podríeu ensopegar»[17]. No obstante, acabó cediendo a la presión y gritando: «¡Abajo los Borbones!»

El Gobierno provisional le concedió la cartera de Estado. En las elecciones de enero de 1869, los progresistas, con los demócratas moderados, obtuvieron 160 diputados; la Unión Liberal, 65; los republicanos, 60, y los carlistas, 30.

Prim fue nombrado presidente del Gobierno y se reservó además la cartera de Guerra. Serrano quedó nombrado regente y de esta forma anulado como rival, aunque libre para maniobrar y conspirar. Prim repartió los ministerios entre unionistas y progresistas.

La libertad no corre peligro

En un debate que tuvo lugar el 11 de junio de 1870 en el Congreso, provocado por Ríos Rosas, éste lanzó la siguiente propuesta: «¡Buscad un rey y encontradle!» Enseguida se aludió a la restauración de los Borbones en la persona del príncipe Alfonso. Pero Prim aprovechó para establecer claramente su pensamiento y para advertir que nadie se llamara a engaño entre los colaboradores de la revolución septembrina: «La restauración de don Alfonso, jamás», dijo rotundo. «Señores diputados, podéis marchar tranquilos y decir a vuestros electores que con rey o sin rey, la libertad no corre ningún peligro. En este augusto recinto dejáis la bandera de la libertad. Aquí la encontraréis cuando volváis; yo os lo ofrezco por mi vida. La práctica, señores, es que el gran libro de la enseñanza para la Humanidad me ha enseñado a conocer lo difícil que es hacer un rey».

Los republicanos aprovecharon para armar la marimorena y rompieron en aplausos, con Castelar a la cabeza. Prim quiso aclarar la mala interpretación y añadió: «Indudablemente que es difícil hacer un rey; pero el señor Castelar, que me ha aplaudido, y yo se lo agradezco, no ha tenido presente que mi contestación habrá de ser muy explícita. Algo más difícil es hacer la república en un país donde no hay republicanos».

En otra versión de su famoso discurso de los tres jamases, Prim habría reiterado: «No debe aplicarse la palabra jamás, pero es tal la convicción que tengo de que la dinastía borbónica se ha hecho imposible para España, que no vacilo en decir que no volverá jamás, jamás, jamás». El gran hombre se había vuelto muy poderoso. En la gran efervescencia nacional había muchas diatribas y propuestas que acababan en amenaza de muerte.

De vez en cuando, los amigos se acercaban a Prim para advertirle. En especial los de Reus, como Ignés de Vilaplana. Vino del pueblo a decirle que no se fiara de nadie, que algunos políticos eran tan peligrosos que no lo salvaría ni la Virgen de la Misericordia de Reus. Prim le dijo: «Conmigo no pueden las balas. ¿No has oído que dice la gente que llevo la piel de serpiente y que nací vestido?»

Eran los tiempos en los que le preocupaba la elección del rey. Tenía varias candidaturas en cartera. Los progresistas propusieron a Fernando de Coburgo, padre de Luis I, rey de Portugal, y los unionistas al duque de Montpensier. La candidatura de Coburgo se descartó a causa de su matrimonio morganático con una cantante de ópera. La candidatura de Montpensier, a propuesta de Serrano y Topete, fue desechada por Prim. Ofreció la corona al duque de Aosta, segundo hijo de Víctor Manuel II de Italia, y a Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, a quien, dado lo complicado de su nombre, la gente optó por llamar «Ole, ole si me eligen». Prim también ofreció la corona a un sobrino del rey de Italia, el duque de Génova, apoyado por Topete, a cambio de que el rey se comprometiera a casarse con una de las hijas de Montpensier. En el Parlamento, esta opción obtuvo 128 votos frente a 52, pero finalmente el duque rechazó el trono.

En aquel tiempo se planteó la salida al problema de la independencia de Cuba y la posible venta a Estados Unidos. Pero Prim respondió entonces con un discurso muy elaborado en el que cabe destacar estas palabras: «La isla de Cuba no se vende, porque su venta sería la deshonra de España, y a España se la vence, pero no se la deshonra».

El rey de los votos

Para contentar a los progresistas, que veían en Espartero una posibilidad, Prim le ofreció el trono sabiendo que lo rechazaría. Le escribió una carta preguntándole si aceptaría en caso de que las Cortes constituyentes y soberanas se dignaran elegirle. Según Pascual Madoz, el duque de la Victoria, ya con muchos achaques, contestó: «Mis muchos años y mi poca salud no me permitirían su buen desempeño».

Prim escribió a Salustiano Olózaga diciéndole que había que reaccionar con urgencia, dado el fracaso en Portugal, porque podían ser desbordados por el duque de la Victoria, el duque de Montpensier y la República. A Leopoldo, Francia no lo veía con buenos ojos: su buena disposición quedaba eclipsada por su fracaso en México y las negativas de Bismarck. El embajador francés en Prusia, obedeciendo órdenes, logró que el rey Guillermo I desaprobara la candidatura de Hohenzollern al trono de España. En efecto, al poco se comunicó a Prim y Olózaga la renuncia de Leopoldo. A pesar de esta resolución, la Francia crispada no recibió las satisfacciones diplomáticas que le exigía al rey Guillermo, por lo que Napoleón III, y los franceses agraviados en su honor, declararon la guerra a Prusia el 19 de julio de 1870.

En vista de la actitud de Europa, en especial de los exigentes y soberbios franceses, Prim escribió para comunicar la renuncia del príncipe prusiano. Por otro lado, las tropas prusianas tardaron menos de un mes en apoderarse de la llave de Francia. El 2 de septiembre, 82 000 hombres y el emperador capitulaban frente a la mejor estrategia de Von Moltke.

Poco a poco se fue abriendo paso la idea de la posibilidad de nombrar rey al duque de Aosta, de los Saboya. Prim hizo gestiones para obtener del rey Víctor Manuel la aprobación de la candidatura. «En la sesión de Cortes tendré la honra de proponer para rey de España al príncipe Amadeo, duque de Aosta, de la familia reinante en Italia; que reúne, a juicio del Gobierno que presido, las condiciones necesarias para hacer la felicidad de la nación y con el cual habremos terminado la obra revolucionaria cimentada en septiembre de 1868».

El tribuno republicano Emilio Castelar se despepitó en tonos bíblicos. «¿Sabéis quién es el dios del general Prim? El acaso. ¿Sabéis cuál es su religión? El fatalismo. ¿Sabéis cuál es todo su ideal? Lo presente. ¿Sabéis cuál es el objetivo para el porvenir? Vincular el poder en su partido. A esto lo sacrifica todo».

El 16 de noviembre, a las dos y media de la tarde, se abrió la sesión en el Parlamento. La candidatura del duque de Aosta, como es sabido, obtuvo 191 votos frente a los 63 de la República; el duque de Montpensier, 27; Espartero, 8; el príncipe Alfonso, 2; la infanta Luisa Fernanda, 1; más 19 papeletas en blanco. El 20 de noviembre, el duque de Aosta notificó su aceptación al Gobierno. Republicanos, carlistas, alfonsinos, montpensieristas, clerecía y nobleza…, todos se preparan para combatir al rey electo.