IV
Catalán, español y general a los veintinueve años

El general Juan Prim, héroe popular, para muchos el soldado más valeroso de nuestros ejércitos, estadista que estableció una monarquía parlamentaria de nuevo cuño, nació en Reus, Tarragona, a la una y media de la madrugada del 6 de diciembre de 1814. El acontecimiento se produjo tras haberse restablecido la monarquía absolutista con Fernando VII, al término de la lucha contra Napoleón.

Hijo legítimo de Pau Prim, capitán del regimiento del Príncipe que ejercería de notario, y de Teresa Prats, fue bautizado en la parroquia de Sant Pere, la única de la ciudad, donde se le impusieron los nombres de Anton, Joan y Pau Maria. Su lugar de nacimiento, según la tradición oral, fue una casa de grandes dimensiones situada en la plaza del Mercadal y derruida hace tiempo.

Juan Prim y Prats fue conde de Reus, marqués de los Castillejos y vizconde del Bruch. Militar y político progresista, tras la revolución de 1868 estableció la monarquía votada por el Parlamento, lo que supuso la entrada de la Casa de Saboya. Esto habría de costarle la vida, víctima de una conspiración que estalló en la calle del Turco y se consumó en la agonía de su dormitorio.

El joven Prim se siente atraído hacia el Ejército como solución de futuro para alguien sin fortuna previa ni estudios, procedente de una familia bien instalada pero venida a menos. El afán por recuperar para sus parientes un lugar en la sociedad, así como la atracción por la aventura, le empujan a alistarse. Por estos motivos, sin dejar aparte la necesidad económica, se inscribe el 21 de febrero de 1834, a los diecinueve años, en el batallón voluntario de tiradores de Isabel II.

La primera guerra carlista (1833-1840), llamada de los Siete Años, será el trampolín que le lance por el camino de los ascensos y triunfos en la carrera militar, si bien partirá de un escueto sueldo de una peseta al día. Desde el principio Prim se distinguió por ser el primero en acometer al enemigo, despreciando el peligro de la batalla y mostrándose siempre temerario.

El cabecilla carlista Muchacho sufrió un ataque en el caserío del Raurell de Sagàs perpetrado por la columna del coronel Antonio Oliver, compuesta por ochenta carabineros, veinte mozos de escuadra y la compañía de voluntarios de Prim. Éste formaba parte de las guerrillas y desde los primeros tiros se lanzó contra el enemigo, logrando herir de un bayonetazo en una nalga al mismo cabecilla. A los pocos días encontró Muchacho a un arriero al cual conocía y le dijo: «Ahí tienes media onza; entrégala al valiente voluntario que me hirió». «Cumpliré su encargo, pero me consta que el que lo hirió a usted es un cadete que se llama Prim». «Pues entonces —contestó Muchacho— devuélveme la media onza y hazte cuenta de que no te he dicho nada, porque no quiero contribuir a que le hagan oficial».

A pesar de la reacción del cabecilla, pronto Prim fue propuesto para subteniente. Y el 4 de enero de 1835 se midió cuerpo a cuerpo en el Montseny con un enemigo al que le arrebató la vida.

A la bayoneta

La columna comandada por el brigadier Munt, de la cual formaba parte Prim, tuvo un encuentro con las facciones reunidas de Grau, Badia y Pelegrí en la casa Bancell, donde Prim, joven cadete de veinte años, ofreció una nueva prueba de su bravura. Algo retirado de sus compañeros, embriagado por el combate, se enfrentó cuerpo a cuerpo con el faccioso Pedro Sanmartí, a quien dio muerte después de haberle dejado agotado en la lucha.

Su siguiente participación en un enfrentamiento, esta vez en Sant Quirze de Besora, significó una nueva distinción y una propuesta de recompensa. Prim se distinguió especialmente conquistando a la bayoneta las posiciones que ocupaba el enemigo, llegando al punto de cruzarlas a la esgrima con sus contrarios. Tal admiración produjo este comportamiento que cuando se trató de recompensar a sus compañeros, éstos exclamaron con entusiasmo: «No queremos nada; todo para el bravo Prim».

El joven corrió grave peligro en el ataque y defensa de San Celoni, donde sufrió el choque de más de doscientos hombres emboscados. Una vez repuesto de la sorpresa, Prim se arrojó con tal denuedo que consiguió ponerlos en fuga tras arrebatarles las casas que ocupaban. De nuevo su valiente comportamiento le hizo objeto de una recomendación especial. Tenía lugar en Arbucias un reñido combate entre la facción de Grau y el batallón de Rodríguez cuando hubo necesidad de que se diera una carga a la bayoneta con el fin de desalojar a los rebeldes de las posiciones ventajosas a cuyo abrigo combatían. En el ataque fue designada la compañía de cazadores a la que pertenecía el ya teniente Prim, y la ofensiva se llevó a cabo con tanta brillantez que el enemigo quedó confuso y, sin saber hurtarse al arrojo de aquellos valientes, emprendió una fuga desordenada dejando abandonados cinco heridos y numerosas armas.

Como oficial de cazadores también formó parte de la victoria en Sant Hilari Sacalm. En medio de la barahúnda, un enfrentamiento cuerpo a cuerpo casi le cuesta la vida, aunque al final resultó ileso.

El 26 de marzo de 1836, en Vilamajor del Vallès, Prim fue herido en una arriesgada misión. De nuevo en una acción esforzada, Prim se puso al frente de sus soldados. Llegó a las puertas del pueblo y sorprendió a la guardia, mató al centinela y, arrollando a los carlistas, penetró en la casa en la que esperaba encontrar al cabecilla. Sin embargo, al subir los primeros escalones una bala de fusil disparada desde lo alto de la escalera alcanzó su muslo derecho. Prim cayó herido. Los voluntarios se apresuraron en retirarlo, y en su regreso se llevaron prisioneros a un capitán y a dos soldados carlistas, aunque a costa de ser rodeados por el enemigo, que acudió en masa a detenerlos. La oscuridad de la noche se alió con los hombres, que pudieron salvarse. La acción le mereció a Prim el ascenso a capitán de cuerpos francos.

Una vez repuesto de la peligrosa herida, Prim regresó al servicio como capitán de tiradores del 3.er Batallón de Voluntarios de Cataluña. Mientras permanecía en Tona le llegaron noticias de que los carlistas se encontraban en Taradell. Cuando llegaron al pueblo, el grueso del enemigo había abandonado la localidad, pero Prim se dio de manos a boca con un lancero que huía. El capitán dio caza a caballo y sostuvo con el lancero uno de sus tradicionales encuentros cuerpo a cuerpo, del que salió victorioso, como tantas otras veces. La única diferencia fue que en esta ocasión su contrario sobrevivió para contarlo. El 18 de octubre de 1836 le llega la primera medalla importante: la de Caballero de la Orden Americana de Isabel la Católica.

El 25 de enero de 1837, en el valle del Congost, Prim volvió a sostener un combate con un voluntario carlista. Los dos hombres, abrazados, cayeron rodando por una hondonada. La caída benefició a Prim, quien sujetó a su contrario y le arrebató un anteojo y un trabuco cargado con treinta y cinco balines. Tras vencerlo, lo dejó colgado de una encina. Actos como éste demuestran, por un lado, su constante alarde de coraje personal y, por otro, la dureza propia de las represalias de la guerra.

Oficiales como éste

En febrero fue trasladado a Vic para que se hiciera cargo de ochenta mil reales (cuatro mil duros) para la caja del batallón, que estaba sin blanca. Cuando quiso regresar a Granollers, el gobernador le alertó de la existencia en el camino de varias partidas carlistas. Prim no sólo no retrasó su partida, sino que salió a buscar el combate. De esta manera arengó a sus hombres: «Voluntarios, cuatrocientos facciosos no han tenido el valor de ponerse delante para impedirnos el paso. Nos tocan cinco a cada uno. Vamos a buscarlos». Sorprendidos por el ataque, los carlistas huyeron en desbandada. El gobernador de Vic fue rotundo a la hora de valorar la valentía de Prim: «Con oficiales como éste —dijo—, pronto nos veríamos libres de los enemigos de la Reina».

Se dice que Prim se valía de confidentes a los que muchas veces pagaba de su propio bolsillo y gracias a los cuales disponía de información privilegiada. En L’Ametlla, con sólo ciento veinte de los suyos, venció a más de novecientos carlistas. Los triunfos de Prim se contaban por cada una de las acciones de guerra en las que intervenía.

En Sant Feliu Sasserra se lanzó solo entre las filas del enemigo y consiguió apoderarse de la bandera del 4.º Batallón Carlista. El barón de Meer, gran admirador de su genio militar, le hizo comparecer ante él y, en el mismo campo de batalla, le concedió la primera Cruz Laureada de San Fernando de primera clase. Cuando escaló las murallas de Solsona y abrió sus puertas, fue ascendido a comandante.

En cuatro años, Prim había participado en veintidós acciones de guerra, con cuatro peleas a muerte, cuerpo a cuerpo, y recibido tres graves heridas en combate.

Buscando siempre la vanguardia, se hizo notar de forma fulminante en los enfrentamientos entre Biosca y Peracamps al proteger un convoy con destino a Solsona. Resultó herido, pero se mantuvo al frente de sus tropas, obligándolas a resistir. Más adelante cayó sobre numerosas fuerzas enemigas; la suya fue la primera cuchillada que se dio, y el campo enemigo quedó cubierto de cadáveres.

El capitán general Jerónimo Valdés le ascendió a coronel y le concedió la segunda Cruz Laureada de San Fernando de primera clase. Contaba veintiséis años, había conseguido todos sus ascensos en muy poco tiempo —y en tiempo de guerra— y se había convertido en un mito entre los soldados y en un héroe popular.

Su valor, su arrojo, lo temerario de sus acciones convirtieron a Prim en una figura muy conocida en el ejército de Isabel II en Cataluña. Sin embargo, Prim temía que no se le reconociera la efectividad del empleo de teniente coronel, ni el hecho de ser primer comandante, aunque habrían de aceptarlo e incluso otorgarle mucho más. Por otro lado, echaba de menos un medio para extender esta popularidad al ámbito civil. Su atractivo personal como conductor de hombres y su poderosa personalidad terminarían por abrirle esa otra vía. Finalizada la contienda carlista, Prim comenzó una intensa carrera política.

Prim aprendería con el trato de personas de superior cultura y se guiaría por una firme voluntad de convertirse en un hombre instruido. Se prepara para la vida de héroe, revolucionario y gran estadista por medio de las acciones de guerra y la diplomacia. Cultiva su instrucción con frases pronunciadas en francés o citas en latín. Se enriquece de forma trabajosa, pero sin ceder ante nada. Logra un uso suficiente y completo de las palabras que tiene su reflejo en los numerosos discursos que ofrecerá en el Parlamento, si bien es cierto que tuvo una larga vida de aprendizaje con un lenguaje corto, insuficiente e incorrecto.

Prim es caballeroso con las mujeres, leal con sus amigos, hace honor a sus deudas y reparte con equidad entre sus hombres el dinero capturado a los facciosos. Hace alarde de buen humor, y cada vez se vuelve más cuidadoso en el vestir: gusta de la levita de buen corte, los pantalones de caída elegante, el chaleco que combina bien, las camisas finas, los guantes, el sombrero y el gabán.

Una constante en su existencia, lo hemos dicho ya, fue la influencia de su madre, a la que siempre se dirigía como «madre mía del alma» o «madre mía querida» en los encabezamientos de sus cartas.

Prim cultivó la conciencia de la propia valía haciendo que los elogios se expandieran y resultasen influyentes, subrayándolos con la búsqueda de respaldo de industriales y comerciantes entre sus votantes potenciales. Prim, con su instrucción depurada, notable ortografía y vocabulario amplio, logró ser un hombre de mundo y un estadista con una idea completa de un Estado renovado, lo que no deja de ser un hecho admirable.

Reus no se rinde

Una vez afiliado al Partido Progresista, en 1841, la provincia de Tarragona nombró a Prim diputado. Tras pasar un tiempo de destierro como subinspector de carabineros, se sumó al movimiento contra el regente Espartero. La insurrección hizo que el gobernador militar Van Halen tuviera que abandonar Barcelona.

El 15 de noviembre de 1842, el propio duque de la Victoria llegó a Montjuich y ordenó sitiar la ciudad. Desde allí comenzó el bombardeo de la plaza, dando al traste con la popularidad de la que gozaba. Ayudado por Van Halen y Zurbano, se vio forzado a incidir en fusilamientos y destierros, pacificando con mano de hierro todas las poblaciones rebeldes.

Prim promovió un movimiento cuyo lema debía ser la proclamación de la mayoría de edad de Isabel II. Según su opinión, el estado de sitio se había prolongado en exceso en Barcelona y las tropas a las que no llegaban sus haberes habían tenido que agenciarse recursos, por lo que el Gobierno había permitido la comisión de tropelías, quizá con la clara intención de subyugar al pueblo catalán. Para Prim los pueblos no deben mandarse con bayonetas, sino con leyes y prestigio. Le parecía que el general Seoane había insultado a los barceloneses en el Senado, y la conducta del barón de Meer no era de recibo cuando afirmaba que Cataluña debía ser gobernada con el palo.

A principios del año 1843, Prim viajó a Reus, donde se le recibió con entusiasmo: le habían visto salir de cadete y regresaba de coronel. Allí, el 30 de mayo de 1843, Prim y Milans del Bosch se sublevaron firmando una proclama con la que manifestaban su participación en el movimiento contra Espartero. Llegaron a llamarlo «soldado de fortuna» y, metiendo el dedo en la llaga, hicieron mención a «la marchita y derrotada bandera del Ayacucho», por la batalla americana del mismo nombre. En Barcelona, una junta exigió el trono para Isabel II. El 9 de junio de 1843, Prim trató de enardecer al Ejército con una soflama en la que se presentó como viejo camarada de todos los soldados y les animó a levantarse contra los que mantenían esclava a la libertad y oprimían a la reina niña.

En Reus, a caballo, Prim trató de mantener alta la moral, pero su propósito de levantar el espíritu de los que le rogaban que desistiera no tuvo éxito. El descontento se materializó en abucheos y amenazas. Colérico y despechado, se levantó sobre los estribos de su caballo y dijo: «Aquí mismo, en este mismo sitio en el que injustamente me recrimináis, me levantaréis un monumento que inmortalizará mi memoria».

La frase fue formulada en la antigua plaza de las Monjas, hoy de Prim, en la que en efecto se yergue, como un desafío, una hermosa estatua ecuestre, grande y majestuosa, obra de Luis Puiggener. El general, orgulloso y triunfante sobre su brioso corcel, empuña la espada mora: la réplica de la espada de la batalla de los Castillejos, manchada de sangre del enemigo, que se guarda en una urna en el ayuntamiento de la ciudad[13].

En relación con esto, algunos historiadores mencionan un supuesto intento de suicidio por parte de Prim. Sin embargo, no hay nada comprobado, y es posible que el hecho forme parte de la leyenda negra. En todo caso, tendría relación con los enfrentamientos con sus convecinos.

Fue al amanecer del día 11 de junio cuando los reusenses tuvieron noticia de que estaban rodeados por las tropas de Zurbano. Este general quiso convencer a Prim de que no merecía la pena presentar resistencia, pero Prim le contestó que estaba listo para hacerlo, a no ser que accediera a jugarse la suerte de la batalla en un encuentro entre los dos. Zurbano no aceptó el romántico envite y ordenó abrir fuego de cañón contra los reusenses, quienes colgaron la bandera negra en la torre de la iglesia principal. En la calle, entre los estampidos de la artillería, se escuchaban las notas del glorioso himno de Riego y «mil vítores a la reina», así como a la libertad y a la Constitución. (Curiosamente, ambos bandos aclamaban a la reina, la Constitución y la libertad). El castigo de Zurbano a la ciudad de Reus se prolongó desde las diez de la mañana hasta las dos de la tarde. A las tres volvió a romperse el fuego, pero cesó cuando Zurbano distinguió una bandera blanca en lugar de la negra. Prim no quería abandonar la resistencia, pero los ciudadanos, descontentos, formaron una comisión del ayuntamiento y propusieron la capitulación, que Zurbano aceptó con amplia tolerancia.

Media hora después se firmó una ventajosa capitulación en la que Zurbano permitió que los sitiados salieran con honores de guerra. La resistencia de Prim había sido heroica, pues con sólo dos batallones —sin artillería, caballería ni fortificaciones— había sostenido durante horas el ataque de los más de ocho mil hombres que llevaba el general que defendía la postura del Gobierno.

Entre otras cosas, Prim, con unos quinientos de los suyos, sale por el lado del camino del Aleixar. En el torrente de Maspujols se dividen en dos compañías, una que va a Villaplana y otra a Riudecols.

La oposición al general Espartero hizo surgir juntas revolucionarias en muchas ciudades, pero fue en Barcelona donde tuvieron mayor relieve. El general Serrano, con González Bravo, llegó a Barcelona el 27 de junio. Serrano fue ascendido a mariscal de campo por Espartero, lo que no impidió que pronunciara furiosos discursos contra el regente, quien, derrotado, descendía ya por Andalucía. Serrano, reconocido experto del navajeo político, decidió tomar el timón de la revolución y, empujado por las aclamaciones, propuso un nuevo órgano que uniera a los sublevados. La Junta se arrogó un poder que no poseía y nombró un Gobierno provisional con Serrano como ministro universal, pendiente de que con posterioridad se ratificara en Madrid en una nueva Junta Central.

Campeón de la libertad

Serrano inaugura su mandato el día 29, destituyendo al regente y confirmando los ascensos concedidos por la Junta. Prim estaba enemistado con el duque de la Victoria en aquella época, así que, al llegar Serrano al Ministerio de la Guerra, le asciende a brigadier. El 3 de julio, desde Cervera, Reus recibe el título de Ciudad Esforzada. Al brigadier Juan Prim se le conceden los títulos de Castilla de conde de Reus y vizconde del Bruch, por méritos en contra de la tiranía del ex regente. En Prim, los promotores del alzamiento tenían un campeón de la libertad y la independencia. A pesar de eso, por esos juegos del destino, el conservador Narváez fue nombrado capitán general de Madrid, y el progresista Prim gobernador de la ciudad. Los dos juntos desfilaron a la cabeza de las tropas, delante de Isabel II. La opinión pública observaba con pícara extrañeza a los dos hombres que defendían cosas tan distintas, unidos por el mismo triunfo.

A medida que ascendía en la escala social, Prim gustaba de pulir sus modales y cultivar las costumbres de gran señor. Se hacía acompañar, hasta en el mismo campo de batalla, de un mulo de musculatura sobresaliente con unas grandes alforjas —«el alforjón del obispo»— que contenían el equipaje propio de un hombre poderoso. En él portaba toda clase de exquisiteces para comer, utensilios para improvisar un almuerzo o una merienda, cubiertos y mantelería y, asimismo, aguas de olor y afeites para acicalarse, con el fin de presentar un aspecto impecable en las reuniones con los mandos o los compromisos sociales. Era Prim un señor de la guerra, belicoso y arrojado, pero también un hombre apuesto y elegante a quien, a medida que ganaba espacio en la cúpula militar, le agradaba ser reconocido en los salones por su buen gusto.

Para acabar con el foco rebelde en Cataluña que atacaba a las nuevas autoridades por no cumplir sus promesas, se nombra a Prim gobernador militar y comandante general de la provincia. A los milicianos de la junta en rebeldía se les conocía como «jamancios», que viene de «jamar», término de argot del pueblo gitano que significa «comer». El núcleo principal se apostaba en el cuartel de las Atarazanas, y estaba compuesto por el conocido como Batallón de la Blusa.

Al precipitarse la formación del Gobierno de Joaquín María López, en lugar de la Junta Central que había anunciado el general Serrano, los catalanes se alzaron en contra porque no les parecía suficiente la convocatoria ordinaria de Cortes fechada para el 25 de octubre. Barcelona, convertida en la adelantada revolucionaria de Europa, en la estela del movimiento contra Espartero, se oponía a un Gobierno que tachaba de dictatorial. La protesta adquirió mayor fuerza debido a las frecuentes hambrunas, y por ello la sublevación terminó por conocerse como la Jamancia.