—Le debo mis disculpas, Roberta —continuó Ellery—. Tal vez no sea éste el momento ni el lugar más apropiado, pero en cierto sentido sí lo son. De todos modos, no me queda otra alternativa —y repitió como para tranquilizar su conciencia—: No tengo otra alternativa.
Se hizo a un lado, mientras sus oyentes permanecían donde estaban, inmóviles.
—Será mejor que se sienten —prosiguió Ellery—, ya que esto será algo largo.
Era como si el concepto del tiempo le obsesionase, y empezó a ajetrearse empujando sillas, instalando a Roberta con gran cuidado; acercando un sillón para Selma Pilter, y otro para Lorette Spanier. No se ocupó de ningún hombre. El ambiente se había espesado del todo. Pero ¿quién era la víctima y quién el cazador?
Ellery gesticuló ampliamente.
—Hace un momento he mencionado el tiempo y el lugar —murmuró—. El lugar tal vez sea fortuito, pero ¿y el tiempo? Estamos cara a cara con él. El tiempo es la ausencia de este caso. Digo este caso, porque de él se trata. De un caso de asesinato. El asesinato de Gloria Guild.
Hizo una pausa.
—He de retroceder al testamento de Gloria, a la copia del mismo —prosiguió Ellery—, y a lo que ella escribió con tinta simpática entre líneas. Lo que escribió fue un resumen de la conversación sorprendida por ella aquella noche, en que se planeó su asesinato… por usted, Armando, cuando creía que su esposa se hallaba muy lejos, en su casita de Connecticut, y llevó a Roberta West al apartamento de Gloria Guild, intentando convencer a esa joven para que matara, en favor suyo, a su mujer.
—No me engatusará en sus viejos trucos —rió Armando, enseñando su brillante dentadura—. Lo tiene usted todo preparado, ¿verdad? Pero yo soy muy ladino para caer en una trampa tan burda. ¿Un mensaje en la copia del testamento de Gloria? ¿Con tinta simpática? Oh, usted bromea sin duda. Tiene que inventar algo mejor.
—La cuestión —continuó Ellery, volviéndose de espaldas al gigolo—, la cuestión es el tiempo del incidente, la época en que el plan tuvo lugar. Ésta es la verdadera cuestión.
—¡No puedo imaginarme una ofensa mayor contra mí que la tuya en estos momentos! —le interrumpió Harry Burke—. Algo te pasa, Queen. Tu cerebro está debilitándose con toda seguridad. No sé de qué hablas.
—Del tiempo —repitió Ellery. Luego, extrajo el documento de su bolsillo—. Ésta es la copia del testamento de Gloria, con el mensaje secreto. Tú, Harry, con Roberta y el señor Wasser, estuvisteis presentes cuando mi padre lo leyó en voz alta. El juez, Lorette, la señora Pilter y Armando —especialmente Armando—, no estaban. Por tanto, escuchen todos mientras lo leo.
—Probablemente es otra añagaza suya —rió Armando, sin ninguna alegría—. Pero, adelante, adelante.
Ellery no le hizo caso.
—Escribo esto por razones que pronto se verán claramente —leyó el detective—. Por algún tiempo deseé alejarme de todo, y proyecté marcharme a mi casa de Newtown…
Ellery leía con voz átona, como si se tratase de una lección, con voz de maestro; así, fue leyendo cómo la esposa de Armando se había marchado a Newtown, descubriendo que su secretaria se había olvidado de cursar sus instrucciones a la compañía de electricidad para que dieran la corriente, ya que la casa estaba «húmeda y fría», y cómo, no queriendo atrapar un resfriado, había regresado a la ciudad. Cómo había llegado hasta su apartamento, sorprendiendo la conversación de su marido con una desconocida; su descripción de Roberta; la referencia de Armando a Gloria, como «una vaca a la que se puede ordeñar»; la propuesta de Armando a Roberta para que matara a Gloria, en tanto él establecía una sólida coartada, tras lo cual heredaría «todo el dinero», y se casaría con Roberta. Y cómo, no pudiendo soportarlo, Gloria Guild salió del apartamento, vagó por las calles casi toda la noche y regresó a su casita de Connecticut, donde estuvo dos días enteros, meditando en lo ocurrido; y así continuó Ellery sin desmayo hasta el final.
El silencio fue profundo, salvo por parte de Armando.
—Naturalmente, lo niego todo —exclamó—. Se trata de una falsificación…
—Cállese —gruñó Ellery, volviendo a guardarse el testamento—. Volvamos a la cuestión. Y pregunto: ¿ha oído alguno de los presentes una sola referencia a la época del año en que este suceso tuvo lugar? —meneó la cabeza—. Continúa en pie el hecho de que el mensaje de Gloria Guild no aporta la menor luz sobre la fecha en que la conversación de Armando con Roberta tuvo lugar.
—¡Pero Roberta nos lo dijo! —exclamó Harry Burke—. La noche en que ese canalla le propuso el asesinato (cuando huyó asustada y asqueada del apartamento de Gloria), Roberta afirmó que era una noche de mayo. Por tanto, ¿a qué viene tanta tontería respecto al tiempo?
«Oh, Harry… Harry…», pensó Ellery con amargura.
—Perdona, Harry, y déjame seguir adelante con esta tontería —dijo en voz alta—. Gloria fue asesinada la noche del treinta de diciembre pasado. Tú, yo y mi padre leímos su Diario y sus Memorias, con atención especial para el último año, y hallamos que todas las páginas estaban llenas (en el último Diario, hasta el día de su muerte, todas las páginas menos una), de los sucesos cotidianos. Pero ninguna de aquellas notas (lo que significa todo el mes de mayo y los demás) mencionaba la conversación que tuvo lugar en el apartamento de Gloria la noche en que Armando le hizo su encantadora proposición a Roberta. Nadie, o al menos ninguno de nosotros, al tratar de solucionar el asesinato, se fijó en esto. Gloria Guild, en todo el año, no anotó en su Diario la menor referencia a la conversación sorprendida acerca del plan de su esposo. Es decir, directamente.
—¿Qué significa esto? —el inspector frunció el ceño—. Ella no lo mencionó en absoluto. Tal como acabas de decir.
—No, dije «directamente». Pero ¿lo mencionó de manera indirecta en su Diario?
Al cabo de un momento de reflexión fue su padre quien habló.
—La hoja en blanco.
—La hoja en blanco. ¿Cuál era la fecha?
—El uno de diciembre.
Ellery asintió.
—Por tanto, en vista de la ausencia de otras referencias en el Diario, tuvo que ser la noche del primero de diciembre cuando Gloria sorprendió el plan para asesinarla de labios de Armando. Y esto tiene una confirmación: la página en blanco de su Diario, en el día uno de diciembre, contenía las letras cara en tinta simpática, lo cual fue la pista que dejó Gloria para inducirnos a leer entre líneas en la copia del testamento. Que, debidamente leído, nos condujo al conocimiento de los acontecimientos de aquella noche. El uno de diciembre fue, sin ninguna duda, la fecha en que tuvo lugar la conversación.
»El uno de diciembre —repitió Ellery, dirigiéndose por primera vez, en medio del pesado silencio, a Roberta—, no una noche de mayo, Roberta. Más aún, es imposible que se trate de un desliz de la lengua. Usted nos refirió su conversación con Armando como habiendo tenido lugar en el mes de mayo, al menos dos veces que yo recuerde. La primera fue en la mañana de Año Nuevo, cuando Harry y yo acabábamos de llegar de Inglaterra (menos de treinta y seis horas después del crimen), y yo hallé una nota de mi padre para que la llamara, cosa que hice. Usted insistió en venir a verme inmediatamente, para contarnos sus amoríos con Carlos Armando, que concluyeron con la proposición de matar a su esposa. Usted misma nos dijo que la conversación fatal tuvo lugar una noche, siete meses atrás, aproximadamente. Como entonces estábamos en enero, en sus comienzos, “siete meses atrás aproximadamente” situó la conversación a finales de mayo.
»Un desliz puede ser un error inocente, aunque un error de más de medio año necesita una gran dosis de buena fe para aceptarlo. Pero usted nos engañó por segunda vez, el otro día, cuando por fin interpreté las letras cara, dejadas como pista por Gloria Guild, para el mensaje oculto de su testamento, y mi padre leyó en voz alta la acusación en su presencia. Usted aseguró inmediatamente que la conversación había tenido lugar “una noche de mayo”, tal como Harry nos acaba de recordar. Fue usted muy lista, Roberta. Se dio cuenta, antes que todos nosotros, de que Gloria no había mencionado la fecha de su relato, empleó este olvido para fortalecer su historia original.
»Ya que en el relato original del día de Año Nuevo, usted nos contó, a Harry y a mí, que no había vuelto a ver a Carlos Armando desde aquella “noche de mayo” hasta el treinta de diciembre, en que ese tipo la visitó repentinamente en su apartamento para establecer la coartada por el asesinato de su esposa; crimen que presumiblemente tuvo lugar mientras él estaba con usted.
»Ahora, por tanto, sabemos que usted vio al amante, a quien supuestamente tanto odiaba ya en mayo, la noche del primero de diciembre pasado, en el apartamento de Gloria, y que aquélla fue la noche en que él le propuso el asesinato, y no siete meses antes. Lejos de haber reñido con él en mayo, es razonable suponer que usted siguió viéndole durante todo el verano y el otoño… en realidad, hasta la noche del primero de diciembre.
»Y si usted nos mintió en esto, Roberta, toda su historia resulta sospechosa. Y si toda su historia es sospechosa, no podemos aceptar ya todo lo que nos contó como verosímil. Por ejemplo: la coartada que usted le procuró a Carlos Armando la noche del crimen. Y si resulta sospechosa la coartada de Carlos Armando, resulta que usted también carece de coartada para la noche del asesinato. Porque una coartada actúa en dos sentidos, uno de ellos claramente oculto. La coartada actúa en favor de la persona a quien se le proporciona, e ipso facto actúa también en favor de la persona que la procura. Y ésta era la parte más hábil del plan. La liberaba a usted de toda sospecha, al mismo tiempo que a Armando. Le permitía a usted acudir a mí casi inmediatamente después del crimen y, al proporcionar una coartada a su amante, quedaba usted al margen de todas las sospechas que pudiesen derivarse de la investigación.
»Las personas inocentes no hacen tantos planes para librarse de sospechas.
»Y toda esta lógica concatenación de hechos —prosiguió Ellery, dirigiéndose a Roberta—, conduce a una sola conclusión. Que usted pudo ser la mujer que utilizó Carlos Armando como instrumento, que usted pudo ser su cómplice. Que pudo ser la mujer que estuvimos buscando durante tanto tiempo… la mujer que disparó contra Gloria Guild y la mató.
Roberta estaba pálida como una muerta; el ramillete de gardenias estaba completamente ajado entre sus manos, y el velo parecía un trapo cualquiera. Harry Burke, a su lado, era la imagen del hombre más desdichado de la Tierra. Tenía la expresión vaga, como retraído en sí mismo muy profundamente, rígido como una estatua de mármol; sólo sus transparentes pupilas traicionaban su terrible tormento. Carlos Armando se humedecía constantemente sus hermosos labios, rojos y vivos, que mantenía entreabiertos como deseando advertir a Roberta contra el peligro de hablar; de repente, los cerró apretándolos con fuerza, prefiriendo evidentemente callar a correr el riesgo de admitir su complicidad mediante una advertencia.
Ellery se volvió medio de espaldas a Roberta y el escocés, como no pudiendo soportar su desgracia. Pero al cabo de unos instantes, recobró su postura anterior.
—Pudo ser usted —le espetó a Roberta—. Y la cuestión es: ¿lo fue?
»Lo fue.
»Lo fue porque hay tres puntos que confirman su culpabilidad, tres puntos que se derivan de los hechos.
»Primero: en el relato que nos dejó Gloria entre las líneas de su testamento, la describió a usted inconfundiblemente, Roberta, particularmente la señal de nacimiento de su mejilla, afirmando que era la mujer que planeaba matarla junto con su marido. Como ya no podemos aceptar su palabra de que rechazó usted la proposición de Armando, sigue en pie el hecho de ser usted la mujer que acusó la difunta. En su mensaje secreto asegura que aquella mujer era la cómplice de su esposo, añadiendo que era la que, en caso de morir ella asesinada, habría cometido tal crimen. Yo entiendo que Gloria Guild no habría dejado escrita una acusación tan terminante, Roberta, de no tener suficientes razones para creerla firmemente, debido a lo que oyó aquella noche del primero de diciembre, en que usted debió dar pruebas claras de hallarse de acuerdo con Armando. Si usted se hubiese quedado “aterrada” y “estupefacta”, o asqueada como nos contó, “incapaz de proferir una sola palabra”, Gloria no habría podido acusarla con tanta decisión, y de manera tan categórica. De lo que hay que intuir que aquella noche usted dijo algo, alguna indicación positiva a favor de Armando, que convenció a Gloria de su asentimiento voluntario al plan.
»E incidentalmente, aclaremos una cosa respecto a la pista del acertijo musical que culminó con el descubrimiento del mensaje secreto del testamento. Cuando se sentó ante su escritorio la noche del treinta de diciembre, ya mortalmente herida, y consiguió coger su pluma y escribir las letras cara en un trozo de papel antes de caer derribada hacia delante, sobre el secante, no fue una inspiración la que le dictó las cuatro letras en el supremo instante de la muerte. Ahora sabemos que había ya preparado la pista casi un mes antes, cuando escribió las mismas cuatro letras del alfabeto con tinta simpática en la página en blanco del uno de diciembre de su Diario íntimo.
»También de manera incidental, la pasión de Gloria por los acertijos no fue el motivo de que usara la pista de las letras cara y la tinta simpática. Esto fue solamente el modus operandi de su motivación. De haber dejado instrucciones claras y un relato detallado y normal de lo que escuchó detrás de la puerta del salón el primero de diciembre, ella hubiese temido que Armando o Jeanne Temple, su secretaria, que tenía acceso a sus archivos, encontraran el relato y lo destruyesen; Armando, por razones obvias, y Jeanne Temple porque estaba enamorada de aquél y seguramente estaba bajo su dominio.
»Lo cual nos conduce a la confirmación número dos.
Inesperadamente, Ellery se volvió hacia Carlos Armando, el cual retrocedió involuntariamente ante la sorpresa.
—Cuando usted, Armando, planeó el asesinato de su esposa, creía que el contrato preconyugal, relativo a los cinco años de prueba, ya no existía, tal como usted afirmó calurosamente cuando se leyó el testamento. Gloria lo rompió delante de sus ojos al expirar el plazo de cinco años. Sólo que su esposa no rompió el contrato original, sino un papel cualquiera. Y así, cuando el señor Wasser leyó el testamento a los herederos, después de los funerales de Gloria, usted se enteró por primera vez de que ella le había engañado, y que el contrato preconyugal seguía siendo efectivo; que todas las dificultades por las que había pasado, que todos sus planes, incluyendo el asesinato, no le reportaban más que unos miserables cinco mil dólares.
»Para la mayoría de criminales esto habría sido un jaque mate. Un individuo menos animoso se habría derrumbado, cobrando sus cinco mil dólares, y se habría marchado a otros cotos de caza. Pero usted tiene madera de héroe. Usted no cedió… oh, no. Usted creyó hallar el modo de compensar su derrota a pesar de la jugada defensiva de Gloria. Es bien sabido que un asesino no puede aprovecharse legalmente de los beneficios de su crimen. Si Lorette Spanier, que heredaba la mayor parte de los bienes de su tía, podía ser incriminada como asesina de aquélla, la fortuna pasaría a sus manos, Carlos Armando, a pesar del contrato preconyugal. La razón es, naturalmente, que con Lorette legalmente desheredada, usted era el único que podía heredar. Gloria Guild no tenía más familiares vivos.
»Y entonces, usted amplió su plan original: trató de colgarle el asesinato de Gloria a su sobrina. Usted sabía que la joven tenía un motivo poderoso para cometer el crimen: el nuevo testamento nombrándola heredera universal; y aunque Lorette negase que Gloria le había mencionado el testamento, era sólo su palabra sin testigos. Usted también sabía que Lorette podía ser acusada por el motivo de oportunidad, ya que los hechos conocidos entonces indicaban que había sido la última persona que había visto viva a la difunta, saliendo de su apartamento casi a la hora del crimen, y también era sólo su palabra la que apoyaba tal hecho. Con un motivo y la oportunidad en sus manos, usted lo tenía ya todo hecho, Armando, y por ello se dedicó a proporcionarle a Lorette el tercer factor de la regla clásica: los medios. Sólo tenía que conseguir que el arma con que mataron a su esposa fuese hallada en posesión de Lorette.
»¿Y quién podía poner el revólver en el armario del dormitorio de Lorette? Usted ya no vivía en el apartamento de Gloria; pero sí Lorette, y también Roberta. Por tanto, tuvo que ser ésta la que ocultó el revólver en el cuarto de Lorette, dentro de la sombrerera. Y sabemos que Roberta fue la que, cuando el revólver cayó del interior de la caja, sugirió que fuésemos inmediatamente informados de ello Harry Burke y yo.
»Tercera confirmación —prosiguió Ellery, tragando saliva para aliviar la sequedad de su garganta y hablando más de prisa como si quisiera apartar de sus hombros una carga muy pesada—. Se presentó una complicación. Un pordiosero llamado Spotty, habitante del Bowery, apareció de pronto, afirmando poseer cierta información que podía absolver a Lorette de la acusación de asesinato. Usted ya había proyectado la muerte de su esposa, Armando; ya había logrado incriminar a Lorette en una trampa mortal; usted deseaba la fortuna de Gloria con todas sus fuerzas; entonces razonó, pues, que tenía que librarse de Spotty antes de que pudiese declarar y salvar a Lorette, destruyendo su última posibilidad de apoderarse de todo el botín.
»Y eso fue lo que usted hizo. Se desembarazó de Spotty. Como fue asesinado en aquel tugurio del Bowery, usted debió disfrazarse de vagabundo, inscribiéndose con un nombre falso, y subió a aquel dormitorio general, donde apuñaló a Spotty cuando dormía en su camastro y, o bien volvió a salir tranquilamente a la calle bajo las mismas narices de Burke, o escapó por la salida posterior.
»Pero aquí surge la cuestión: ¿cómo conocía usted la existencia de Spotty, Armando? ¿Cómo se enteró del peligro que corría su plan de incriminar a Lorette? Y aún más importante: ¿cómo supo dónde podía encontrar a Spotty? Usted no estaba en el despacho de Uri Frankell cuando llegó Spotty ofreciendo vender su información. Ah, pero… Roberta sí estaba. Y además, acompañó a Harry Burke cuando éste salió inmediatamente para seguir a Spotty desde la oficina de Frankell hasta el Bowery. Por tanto, resulta evidente que cuando Roberta dejó a Harry Burke montando la guardia delante de la pensión unos minutos y se marchó a la cafetería en busca de bocadillos y café, aprovechó la oportunidad para telefonearle a usted, Armando. Ésta es la única forma en que usted pudo descubrir, tan rápidamente, la inesperada aparición de Spotty como un factor vital, y el porqué, el cuándo y dónde matarle.
»Y ya tenemos —continuó Ellery, fatigosamente— todo el argumento, con sus escenas y su diálogo. Fue magnífico, cuando se medita bien y se poseen inclinaciones hacia la admiración de esta clase de obras; fue un plan brillante, bien ejecutado, y rápidamente improvisado cuando hizo falta, improvisar; un ejercicio tan engañoso como el que más, tal vez el peor de cuantos he visto en los últimos años.
»Roberta, usted fue la que penetró en el apartamento de Gloria Guild la noche del treinta de diciembre con una llave duplicada que le dio Armando; usted fue la que se introdujo en el caso para poder ser una fuente de información para Armando, que de esta forma permanecía enterado del curso oficial de la investigación. A propósito, usted debió, al principio, intentar conquistarme a mí, la persona más cercana al departamento de Policía; pero cuando Harry Burke se enamoró de usted, decidió que era más seguro y más sutil servirse de mi pobre amigo, sabiendo que tenía el mismo acceso que yo a la investigación. Y usted fue la que nos puso sobre la pista de una mujer inexistente; la “otra” mujer que nos indujo a creer que había sido la cómplice de Armando en el crimen. Usted era la mujer del velo violeta, la mujer misteriosa que no volvió a ser vista en compañía de Armando después de cometido el asesinato. Usted no sólo fue la verdadera asesina, Roberta, sino que también actuó como una víctima del caso, combinación muy rara en los archivos del crimen.
Había una nota de inexorabilidad en el progreso de las fatigadas palabras de Ellery, mucho más terrible que un alud. Roberta estaba completamente inmóvil. En cuanto a Armando, sus negros ojos estaban fijos en ella con extraordinaria violencia, para transmitirle avisos, amenazas, órdenes. Pero la joven parecía no verle… ni a él ni a nadie.
—Casi he terminado —añadió Ellery—, y si me he dejado algo, o he dicho algo incorrecto. Roberta, usted puede suplir la omisión o corregir el error.
(«¡No!», gritaron los negros ojos de Armando).
—Me imagino —prosiguió Ellery— que la crisis en sus relaciones con Armando ocurrió cuando falló la trampa contra Lorette… cuando ésta fue absuelta en el juicio. Desde aquel momento, sus intereses divergieron. La fortuna de Gloria Guild, o la parte que usted esperaba obtener, se hallaba ya fuera de su alcance.
»¿Pero lo estaba también fuera del alcance de Armando? No. Este posee el instinto del vampiro. Y entonces, empezó a seducir a Lorette, tal como había seducido a tantas mujeres antes que a ella, incluyendo a su tía; y usted comprendió, Roberta, que Armando intentaba casarse con la muchacha y de este modo conseguir la fortuna que usted no había podido conseguir con un asesinato. Pero en este plan no había sitio para usted. Usted ya no le servía de nada a Armando, excepto como bastión de su mutua coartada. Y como usted es una mujer, reaccionó como tal. Empezó a prevenir a Lorette contra Armando, tratando de destruir el nuevo plan. Tratando, supongo, de conservar lo único que aún le quedaba de todo el maldito asunto: el propio Armando. Usted debió estar locamente enamorada de él para consentir en asesinar a Gloria Guild, y cuando vio que iba a perderlo en brazos de Lorette…
—¿Y yo qué? —preguntó Harry Burke con voz ronca y quebrada.
—¿Tú qué, Harry? —repitió Ellery deliberadamente, aunque sin la menor alegría en su voz—. ¿Todavía sigues creyendo el cuento de hadas de que Roberta está enamorada de ti? Tú fuiste sólo un peón del juego, Harry, una pieza de menor importancia que había que sacrificar sobre el tablero.
—Entonces ¿por qué iba a casarse conmigo? —el escocés se volvió por primera vez hacia Roberta.
Roberta se humedeció los labios.
—Harry…
—¿De qué iba a servirte a ti como esposo?
—Harry… me enamoré de ti. Estoy enamorada de ti.
—¡Con tus manos manchadas de sangre!
A la joven le temblaron los labios y cuando habló fue en voz tan baja que todos tuvieron que agudizar el oído para captar sus palabras.
—Sí… —de pronto recobró las fuerzas—, sí, Ellery, todo es cierto: el plan, el crimen… todo. Yo la maté… («¡No, no!», ordenaron los ojos de Armando), pero también es verdad que deseaba olvidarme de toda esta pesadilla. Emprender una nueva vida…
—¡Idiota! —chilló Carlos Armando—. ¡Estúpida, estúpida idiota! Acabas de caer en la trampa tendida por Queen. Sólo quería hacerte confesar tu culpa, y acabas de proclamarla. ¿No comprendes, a pesar de tu estupidez, que si hubieses mantenido la boca cerrada, no tenían ninguna prueba contra nosotros? Pese a la palabrería de Queen, no poseía la menor evidencia para llevarnos ante un jurado. ¡Loca! ¡LOCA!
—Señorita West —intervino el inspector—, ¿está dispuesta a firmar una declaración jurada?
Roberta miró a Harry Burke, y lo que leyó en su expresión la obligó a desviar la mirada.
—Sí, inspector, estoy dispuesta.