Capítulo 43

El inspector Queen apenas si tuvo dificultades con Harry Burke.

—Esta boda se está convirtiendo en una pesadilla —gruñó el escocés, meneando la cabeza—. Pero lo importante es poder casarme con Roberta y largarnos de este maldito país, inspector. Mañana por la mañana todo será sólo un mal sueño… del que Roberta y yo despertaremos.

—Buen chico… —aprobó calurosamente el inspector, y se volvió a Roberta.

—Bueno, si Harry opina de esta manera… —murmuró ella.

—¡Buena chica también!

El viejo bajó a la charcutería dispuesto a efectuar las llamadas sin haber mencionado a Carlos Armando. Siempre pensaba que el fin justifica los medios.

Le costó bastante convencer a Lorette; casi tanto como esperar en la tienda de Rubinstein, quien se afanaba en satisfacer las demandas de los gentiles que no observaban la Cuaresma, y para quienes Isaac Rubinstein poseía un oasis en el desierto dominical. Por fin, el inspector consiguió finalizar su largo pedido y se encerró en la cabina telefónica con varios níqueles.

William Maloney Wasser no fue ningún problema; el argumento del inspector fue que el abogado era el perro guardián de la famosa herencia a su custodia, como si una cosa tuviera que estar a la fuerza relacionada con la otra; el abogado meditó unos instantes haciéndose el remolón, y finalmente accedió a estar presente en la ceremonia, aunque Harry Burke y Roberta no tuviesen nada que ver con el caso, y él tuviese que dejar de ver Bonanza y los demás programas tan sugestivos de la televisión. Con Selma Pilter, aún tuvo menos dificultades. Su instinto medieval también husmeaba algo.

—Si va Lorette iré yo, inspector Queen. Le aconsejo que la cuide mucho, ya que ahora es la cosa más sagrada de la ciudad. No quiero que me la estropeen. ¿Quiénes se casan?

El inspector se olvidó de mencionar que aún no había invitado ni a Lorette ni a Carlos Armando.

La joven resultó más difícil.

—No lo entiendo, inspector. ¿Por qué quiere Roberta que asista a su boda?

—Su mejor amiga… —fingió sorprenderse el inspector—. ¿Por qué no, señorita Spanier?

—Porque no es mi mejor amiga, ni yo la suya. Hemos terminando. Además, ¿por qué no me invita Roberta personalmente?

—Por los preparativos de último momento. Han hecho los planes de manera muy rápida…

—Bueno, muchas gracias, inspector, pero no iré.

En aquel momento, el viejo oyó un melifluo caríssima, y el murmullo acariciador de Armando.

—Un momento, por favor —rogó Lorette.

Luego, siguió una discusión apartada del auricular. El viejo sonrió dentro de la cabina, aguardando. Armando estaba aconsejando la asistencia a la boda, pero ella se negaba. Armando hablaba como muy seguro de su impunidad. Tanto mejor. Ellery quedaría complacido. Y el inspector se preguntó por enésima vez qué planeaba su hijo. Y trató de no pensar en la sucia jugarreta que iba a gastarles a los novios.

—Inspector Queen —llamó Lorette.

—¿Sí?

—Bien, iremos.

—¿Irán? —el viejo se apoyó en el plural con diestra incomprensión. Dos pájaros de un tiro. No había pensado en Carlos Armando en calidad de aliado.

—Carlos y yo. No iría sin él.

—Bien, no sé, señorita Spanier… En vista de los sentimientos de Roberta hacia él, para no hablar de Harry Burke…

—Lo siento. Si realmente desea que esté presente en su casamiento, Roberta tendrá que aceptar también a Carlos… al señor Armando.

—De acuerdo —se conformó el viejo, con un suspiro poco convincente—. Espero que… eh… el señor Armando respete la solemnidad de la ceremonia. No quisiera estropearles en absoluto la boda a esa pareja de tórtolos.

Y colgó, sintiéndose como Judas; sentimiento que arrojó a un lado tan pronto como hubo salido de la cabina.

«¡Valiente boda!», pensó, y una vez más se preguntó a qué conduciría todo ello.