—A ti te ocurre algo —observó Harry Burke.
—Nada, Harry. De veras —negó Roberta.
—No puedes engañarme, cariño. Ya no. Se trata de Lorette, ¿verdad?
—Sí, pero ¿qué puedo hacer?
—Deberías descansar un poco, Roberta. Me refiero al caso Armando. No puedes seguir ocupándote tanto de Lorette. Casi parece estar resentida por tu intromisión.
—Oh, Harry, no hables así… Este asunto me tiene muy angustiada. Por favor… abrázame.
Lorette, diplomáticamente, se había ido a la cama —al menos habíase retirado a su dormitorio—, y estaban solos en la inmensidad del salón del ático.
Con Roberta entre sus brazos, Burke cerró los ojos.
La joven tenía una piel tan pálida… tan perfecta… Aquellos días, el mundo poseía una perfección que ni siquiera las periódicas visitas de Armando al apartamento lograban disipar. ¿Por qué, se acusaba el escocés, había desperdiciado tantos años de su juventud?
Roberta se arrebujó mejor entre sus brazos, acurrucada como si se tratase de una chiquilla.
—Harry, no sabía que fuese tan estupendo… refugiarse en un hombre —murmuró—. Te estoy tan agradecida…
—¿Agradecida?
—Es la única palabra que encuentro. Quisiera…
—¿Qué, Berta?
—Nada.
—¡No puedes empezar una frase y dejarla en el aire…! ¿Qué quisieras?
—Oh… que te hubieses presentado hace muchos años.
—¿De veras, amor?
—No lo diría si no lo creyese. Tú haces que sienta… no sé… tal como debe sentirse una mujer, supongo. Yo no…
—¿No, qué?
—No importa.
—¿Es lo mismo que te hacía sentir Armando cuando estuviste también enamorada de él?
La joven se incorporó con ferocidad, apartando de sí al escocés.
—¡No vuelvas a decir esto nunca más, Harry Burke, nunca más! Yo era una niña… Peor que una niña. Cuando lo pienso, es como si le hubiera ocurrido a otra persona. Todo… Sí, le ocurrió a otra mujer. Yo no soy la misma de entonces… Y tú eres la causa, Harry —añadió Roberta, temblándole la voz—. Y, por favor… ¡mira qué avergonzada estoy!, no dejes en ningún momento de ser la causa.
—Nunca, te lo juro —murmuró Burke suavemente.
Y cuando se besaron, el beso no fue lascivo ni llegó de improviso.
Fue el beso de la honradez, ordenado por la naturaleza de las cosas, y Burke supo que estaba atrapado. Que ambos estaban atrapados. Y que era maravilloso.