Capítulo 31

En la inocente fiesta organizada para celebrar la absolución de Lorette, existió un acuerdo unánime en que era una muchacha afortunada. ¿Cómo era posible que se hubiese olvidado del pordiosero que la había abordado durante su travesía del parque, después de despedirse de su tía? Lo cierto era que aquel encuentro no le había causado ninguna impresión. Como Ellery le recordó, de no haber sido por un borrachín sumamente liberal, por un raterillo de poca monta, y por un mendigo cargado de vino, Lorette probablemente habría escuchado un veredicto muy distinto.

Ellery no le recordó, en cambio, que alguien había acallado para siempre la boca del mendigo, a fin de impedirle comparecer ante el tribunal… y que ese alguien era la misma persona que había puesto el Colt en su sombrerera.

Después, todos se dispusieron a celebrar su inocencia.

Incluso el caballero Curtis Perry Hathaway, que fue incluido en la lista de asistentes a la fiesta, y que llegó a beber whisky irlandés con las dos manos, pareció afectado. Todavía conservaba la herida de su contrainterrogatorio a manos del fiscal del distrito, el cual había intentado hacerle desdecirse de su primera declaración más de cien veces. Pero el señor Hathaway no había cedido ni un centímetro; Harry Burke lo había calificado de Horacio.

Los bolsillos de Mugger se hallaban atestados de recortes de periódico que atestiguaban su importancia; y el caballero Hathaway parecía agotado, abrumado, lleno de simpatía (y de whisky), y totalmente incrédulo. Era el instante supremo de su vida.

Asimismo, una vez ya libre de la acusación de asesinato, había visibles grietas en la armadura británica de Lorette. La joven reía agitadamente, parloteando en lugar de conversar; pero sus cejas estaban muy juntas, con un fruncimiento de la frente que parecía atestiguar cierto pesar, o tal vez falta de visión clara, ya que sus azules pupilas no eran más que dos líneas, como si la luz le doliera, y las aletas de su nariz parecían de porcelana auténtica.

Ellery estaba seguro de que no habría hecho falta gran cosa para quebrantar su resistencia y arrasar en lágrimas sus bellos ojos. Al mismo tiempo, en su boca había una nueva dureza. Las líneas juveniles habían desaparecido de sus facciones. Ahora era ya una mujer madura. Había pasado la adolescencia y la mujer ocupaba ya su debido lugar. Ellery exhaló un suspiro.

—Das la impresión de haberte tragado una ostra podrida —observó Harry Burke algo más tarde—. ¿Qué sucede, compañero?

Cara —musitó Ellery.

—¿De quién? —preguntó Burke, mirando a su alrededor.

—No lo sé, Harry, y eso es lo malo.

—Oh…

¿A qué cara se había referido Gloria Guild?