Capítulo 15

La doctora Susan Merckell resultó desconcertante. Tenía varios invitados en su enorme apartamento de Park Avenue, detrás de su consultorio, y se mostró francamente molesta por aquella interrupción de su domingo.

—Sólo puedo concederles unos instantes —dijo con tono brusco, acompañando a Ellery y a Burke a un estudio—. Por favor, digan lo que tengan que decir y permitan que regrese con mis invitados.

Era bajita, con una figurita como de cristal, unas manos toscas, muy poco femeninas, y con muy escaso maquillaje. Pero el rubio de su cabello era natural y sus labios muy sensuales. No era difícil tomarla por doctora en Medicina, ya que en su rostro se hallaba estampada la autoridad médica.

—¿Qué desean saber ahora? Ya me interrogaron…

—Sus relaciones exactas con Carlos Armando —dijo Ellery.

—Esto ya lo expliqué —sus ojos verdes no cambiaron de expresión—. El conde Armando era el marido de una de mis pacientes. Vino aquí como enfermo varias veces. ¿Otra pregunta?

—Aún no he terminado con la primera, doctora Merckell. ¿Sostuvo usted relaciones de carácter no profesional con el conde?

—Si cree que contestaré, es usted imbécil.

—Tenemos informes en sentido positivo.

—¿Con alguna prueba? —al ver que Ellery no contestaba, la doctora sonrió y se puso de pie—. Veo que no… ¿Algo más?

—Siéntese. Aún no hemos terminado.

La doctora alzó los hombros y obedeció.

—¿Recuerda dónde estuvo el miércoles por la noche? La noche anterior al fin de año.

—En el hospital de Park Center.

—¿Por qué?

—Me llamaron para una consulta de urgencia.

—¿Quién era el paciente?

—Un individuo con un carcinoma laríngeo. No recuerdo su nombre.

—¿Quién la llamó a consulta?

—Un practicante llamado Krivitz… Jay Jerome Krivitz. Había presente un cirujano, el doctor Israel Mancetti.

—Doctora, ¿a qué hora de la noche tuvo lugar la consulta?

—Llegué al hospital a las once y la consulta duró más de una hora.

—O sea que salió usted de allí después de la medianoche.

—Naturalmente, caballeros, me obligan a perder el tiempo y a abandonar a mis invitados —la doctora Merckell volvió a ponerse de pie, con evidente intención de no volver a sentarse—. Como dije, ya me hicieron antes estas mismas preguntas.

—Pero no yo —replicó Ellery tajante—. Doctora, ¿tiene algún significado para usted la palabra «cara»?

Sus ojos le dirigieron una mirada pétrea.

—Soy laringóloga, no dermatóloga. ¿Ha de tener algún significado para mí?

—No lo sé, por eso lo pregunto. ¿Recuerda si la señora Armando le menciono alguna vez la cara de alguien, o algunas caras en general?

—O está usted bebido o es un irresponsable. Aunque así fuese, ¿cómo iba yo a recordar una cosa tan trivial? ¡Buenos días, caballeros!