Capítulo 12

Ellery abrió los ojos en la gris claridad del sábado por la mañana. Su padre ya se había marchado, y en el despacho, Harry Burke estaba hojeando los periódicos matutinos.

—Estabas durmiendo tan a pierna suelta que no tuve corazón para despertarte —dijo Burke. El escocés estaba completamente vestido y recién afeitado, se había hecho la cama y la cafetera se hallaba sobre el hornillo eléctrico de Ellery, burbujeando—. Llevo varias horas de pie.

—¿No has dormido bien? —se interesó Ellery, yendo hacia la cafetera como un hombre muerto de sed.

Había dormido a retazos, soñando constantemente con un rostro sin cara enmarcado por la teñida cabellera de Gloria Guild, hasta que al filtrarse la luz del amanecer por entre las persianas, se había quedado dormido, tendido por el cansancio.

—Como el costado de un buey —exclamó Burke animosamente—. Así es la cama del que duerme. Mi única queja ha sido no encontrar té en la despensa de la cocina.

—Ya compraremos hoy.

—No, no —protestó Burke—, una noche ya es suficiente molestia. Iré a un hotel.

—Ni hablar. Tal vez tengas que quedarte algún tiempo aquí, Harry, y sin cobrar ya ninguna retribución por tus actividades. Las cuentas de los hoteles de Nueva York son astronómicas.

—Eres tremendamente amable, Ellery.

—Soy una persona tremendamente amable. ¿Qué dicen los periódicos?

—Nada que no sepamos. Aunque hay un artículo dedicado al pasado de Armando en una de esas columnas.

—¿En cuál?

—En la que firma Kip Kipley.

Ellery dejó la taza y cogió el periódico. Conocía muy bien a aquel articulista de Broadway, que en numerosas ocasiones le había proporcionado pistas y datos. El artículo de aquella mañana estaba dedicado casi por entero al marido de la difunta Gloria Guild. Ellery se imaginó a Armando sonriendo despreciativamente.

—Casi todo es del dominio público, Harry, pero tengo la sospecha de que Kip esconde algo bajo la manga para más tarde. Lo cual me da una idea.

Consultó su agenda de direcciones y marcó el número de Kipley, que no figuraba en la guía.

—¿Kip?… Ellery Queen. ¿Te he sacado de la cama?

—Cielos, no —exclamó el periodista con su voz chillona—. Estoy desayunando. Y ya me preguntaba cuándo acudirías a mí, amiguito. Estás metido en este caso de G. G. hasta el cuello, ¿verdad?

—Exactamente, Kip, y me gustaría verte.

—Cuando quieras. Mi casa está siempre abierta para ti.

—En privado.

—Seguro. ¿A la una, en mi apartamento?

—Cita concertada —afirmó Ellery, colgando el auricular—. Nunca se sabe… —le dijo rápidamente a Harry Burke—. Kipley es como el cuerno de vino de Thor: inagotable. Dentro de veinte minutos estaré listo y visitaremos a Kip en su madriguera.