—¿A quién quiere ver hoy, señor Queen? —preguntó el encargado.
—A Gloria Guild Armando, Louie.
—Ya. Es ésta —el aludido fue directamente a uno de los cajones y lo abrió—. Fue un buen trabajo.
Ni siquiera como cadáver resultaba agradable. El cuerpo apenas tenía forma debido a la grasa; las mejillas fláccidas y ensombrecidas, bajo el alborotado cabello, estaban abotargadas e hinchadas hasta la exageración.
—Sic transit Gloria —murmuró Ellery—. Y pensar que, en cierta época, fue una mujer que inspiro sueños sexuales… ¿Puede creerse?
—Con grandes dificultades —observó Burke—. No veo nada especial en su rostro, Ellery, excepto grasa. Y ciertamente, ninguna marca o magulladura.
—No se refirió a su propia cara.
—¿Quién pudo pensarlo?
—Nunca se sabe. ¿Qué dijo el poeta? «Una cara tiene una historia por contar. ¡Qué diferentes son las caras a este propósito!». Aunque también dijo: «Algunas caras son libros en los que no hay ninguna línea escrita, salvo tal vez una fecha».
—¿Qué poeta?
—Longfellow.
—Oh…
—Hysperion. No es de Keats.
—Me siento aliviado —manifestó Burke con agradecimiento—. Bien, en esta cara no hay escrito más que obesidad.
—No lo sé —objetó Ellery de pronto—. Gracias, Louie. Vamos, Harry.
—¿Adónde ahora? —preguntó el escocés.
—Donde el forense. Tengo otra idea.
—Supongo que no será otra cita poética.
—Intentaré recordar que no te gustan nuestros bardos nativos.
Hallaron al doctor Prouty almorzando en su escritorio. El forense tenía el sombrero en la nuca y estaba haciendo muecas ante un bocadillo.
—Oh, Ellery… Otra vez tomate y lechuga. Dios mío, le he dicho mil veces a mi cocinera que no es necesario que sea vegetariano en mi profesión. Bien, ¿qué pasa ahora?
—El caso Armando. A propósito, Harry Burke, el doctor Prouty —el forense gruñó y siguió masticando—. Supongo que ya habrá efectuado la autopsia…
—Sí. ¿No vio el informe?
—No. ¿Algo raro?
—Muerte por disparos, como dije. ¿Qué esperabas?
—Esperaba.
—La confianza de que sucedan cosas cuando todo es sencillo y llano. Burke.
—¿Qué? —se extrañó Ellery.
—Dickens —nombró escuetamente el escocés. Y añadió—: Charles.
El doctor Prouty levantó la vista asombrado.
—¿Le examinó la boca, doctor?
—¿Examinar qué?
—La boca.
Burke estaba mirando fijamente a Ellery.
—Claro que examiné la boca. Es un procedimiento normal cuando se busca veneno. Y no es que estuviera indicado en este caso. Pero yo soy el modelo de un concienzudo Gilbert, MEWS.
Sonrió como un gnomo.
—¿Qué encontró?
—Lo que era de esperar. Nada.
—¿Ningún fragmento de papel?
—¿Fragmento de papel?
—Fragmento de papel.
—¡Claro que no!
—Y esto es todo —resumió Ellery cuando él y Burke salieron del despacho.
—No lo entiendo, Ellery —se quejó el escocés.
—Es bastante simple. Cara… ¿boca…? Pensé que tal vez la difunta había escrito aquella palabra como una pista para que se examinase su boca… donde podía tener un mensaje secreto y más directo, como el nombre de su asesina o asesino. No ha sido así.
El escocés sólo pudo sacudir la cabeza.