Los Queen dejaron el sobre aparte, buscando sólo en las cajas los diversos fragmentos del Diario.
Fue Ellery quien encontró el último, lo abrió y recorrió al instante las fechas de diciembre. La última llevaba fecha del martes, 29 de diciembre, 11,15 de la noche, la anterior al asesinato de Gloria Guild Armando. El inspector profirió una palabrota. Evidentemente la mujer no había escrito la anotación correspondiente a la noche en que la mataron; esto quedaba confirmado, según Ellery, por haber hallado el Diario oculto en el altavoz y no en el escritorio.
Todas las anotaciones estaban redactadas con una pluma fina, y una escritura precisa y diminuta. Una característica de la caligrafía de la difunta era que su escritura más parecía estar ejecutada en caracteres de imprenta que en otros estilos más corrientes. Las letras no estaban unidas entre sí sino separadas, lo mismo que, según indicó Ellery, la palabra cara del mensaje final. Había muy poco espacio entre las líneas, por lo que con la separación de las letras de las palabras por una parte, y la proximidad de las líneas por otra, el conjunto parecía estar diseminado y apretujado. En resumen, resultaba de difícil lectura.
Fueron inspeccionando el Diario desde las primeras notas, página a página, y hallaron una omisión. Salvo las páginas del 30 de diciembre —el día de su muerte—, y del 31, la única página en blanco era la correspondiente al día 1 del mismo mes.
—El primero de diciembre en blanco —murmuró Ellery—, ¿por qué no escribiría nada ese día?
—¿Por qué? ¿Por qué? —repitió el inspector, enfurruñado.
—¿Sucedió algo extraordinario el primero de diciembre? —preguntó Burke—. Quiero decir, en general.
—No, que yo recuerde —negó el inspector—. Además, ¿por qué le habría impedido a la difunta estampar sus recuerdos? A menos, que estuviera enferma…
—Los inveterados escritores de Diarios íntimos no permiten que una enfermedad les estorbe —reflexionó Ellery—. Casi siempre redactan las anotaciones de los días anteriores cuando están restablecidos. Además, por lo que veo —pasó varias hojas de los demás cuadernos—, llevó una relación de los hechos cotidianos durante años. No existe ningún motivo para esta página en blanco, ni creo que tenga nada que ver con una enfermedad o descuido —calló de repente—. ¡Naturalmente!
Metió la mano en el bolsillo y sacó su encendedor.
—¿Qué vas a hacer, Ellery? —se alarmó el inspector—. ¡Cuidado con la llama!
Ellery dobló el libro por el lomo, dejando la hoja en blanco, colgando, y pasó cuidadosamente la llamita del mechero por debajo de la página.
—¿Tinta invisible? —se extrañó Burke—. Oh, vamos, Ellery, qué tontería…
—Considerando la truculenta mente de la difunta —replicó el joven con sequedad—, difiero de tu opinión.
Poco después, incluso con gran extrañeza del propio Ellery, algo empezó a aparecer en la página en blanco. La anotación parecía constar de una sola palabra, ya que por más que insistió con el calor de la llama no apareció nada más.
Y de repente, todos estuvieron leyendo la palabra:
c a r a
escrita con la misma caligrafía de imprenta, con la misma separación entre las letras que el mensaje último, salvo que esta palabra estaba escrita con más firmeza y seguridad.
—¡Otra vez! —masculló Ellery—. ¡Escribió la misma palabra el primero de diciembre! Y en su Diario. Bien, ¿por qué lo hizo cuatro semanas antes de ser asesinada?
—A menos que tuviera una premonición de su muerte… —sugirió Burke.
—Debió de tener algo más que una simple premonición —objetó el inspector Queen con irritación— para escribir en tinta invisible —extendió las manos en un ademán teatral—. ¿Por qué han de tocarme siempre casos de locos? ¡Tinta mágica! ¡Sólo falta que salgan conejitos de un sombrero de copa!
—Es muy posible —asintió Ellery—. Este asunto es muy parecido a un juego de prestidigitación.
—¿No es algo corriente en Estados Unidos, con referencia al mundo del espectáculo —intercaló Burke—, poner apodos a las personalidades famosas? Por ejemplo: Frank Sinatra, la Voz; Marlene Dietrich, las Piernas… ¿No hubo una estrella, cómo se llamaba… ah, sí, la pobre Marilyn Monroe, a la que llamaban el Cuerpo? ¿No hay ninguna llamada la Cara?
—Si existe, no la conozco —repuso Ellery—. Además, Harry, tengo que insistir que en ambos casos (en el mensaje de la moribunda y ahora con tinta invisible en el Diario) la palabra está escrita con una c minúscula. No, no se trata de eso… Cara… —luego añadió—: Papá…
—¿Qué?
—¿Había algo fuera de lo corriente en el rostro de Gloria?
El viejo se encogió de hombros.
—Una cara. Todos los semblantes de los difuntos son iguales.
—Bien, creo que me gustaría ver ésta.
—Cuando quieras.
Y los dos jóvenes dejaron al inspector Queen, sentado tristemente detrás del escritorio de Gloria Guild, repasando el Diario.