Capítulo 5

Ellery hacía tiempo que no leía un periódico neoyorquino, y si la noticia del asesinato de Gloria Guild la había publicado el Times de Londres, la había pasado por alto en la penumbra de alguna cafetería.

Por lo contrario Harry Burke, el escocés, parecía tener conocimiento del suceso y estar abrumado. Fue hacia el mueble bar de Ellery y se sirvió un vaso de la botella que halló más a mano, que resultó ser de whisky, y se lo bebió de un trago sin darse más cuenta de lo que hacía que si se hubiera rascado la cabeza.

Ellery mantenía su atención dividida entre la muchacha y Burke.

—¡Qué tonta soy! —exclamó la chica—. Claro que usted no está enterado del crimen… Estuvo en Europa. ¿No leyó el periódico de esta mañana?

—No —negó Ellery—. ¿A qué hora ocurrió, lo sabe, señorita West?

—La hora exacta, no. Pero según las noticias, fue mientras Carlos se hallaba en mi apartamento, el miércoles por la noche. Ahora veo muy claro lo que hacía en mi piso. Al recordar que no pudo hacerme cómplice la primavera pasada del asesinato de su esposa, buscó a otra chica. Y debió encontrarla… tiene que haber una, señor Queen; no es posible que convenciese a un hombre para sus planes. Por tanto, el miércoles por la noche, en tanto su nueva amiguita cometía el asesinato, sea quien sea ella, Carlos fue a visitarme. ¡Para utilizarme como coartada! Quiso comprometerme en el caso cuando yo creía que ya me había librado de él y de todo ese desdichado asunto. La joven parecía hallarse al borde de la histeria, y Ellery trató de tranquilizarla. Burke se paseaba por delante del bar como un granadero, luchando evidentemente con un problema.

—Dígame —dijo Ellery—, ¿por qué ha venido usted a verme?

La joven estaba abriendo el bolso.

—Pues… no tengo quién me ayude, señor Queen. Me encuentro metida hasta el cuello en una situación horrible sin ninguna culpa… Bueno, quizá lo fue enamorarme de Carlos, pero ¿cómo podía sospechar sus intenciones? Ciertamente, no podía ni soñar que planease un asesinato… Naturalmente, Carlos debe de haber presentado su coartada a la Policía, o sea que les habrá hablado de mí, porque estuvieron ya interrogándome en mi apartamento. Como es lógico, me vi obligada a decirles la verdad: que él estuvo conmigo el miércoles por la noche hasta las doce.

—¿Les contó a los policías la proposición que Carlos le hizo a usted el pasado mes de mayo, para matar a su esposa?

—No. Supongo que era mi deber pero no me atreví. Pensé que cuanto más dijese, más me mezclaría en el asunto y me limité a responder a sus preguntas. ¿Qué hago, señor Queen? ¿Cómo podré salir de este embrollo?

—Temo que ya sea demasiado tarde. Yo le aconsejo que lo declare todo a la Policía; cuanto antes mejor.

La joven se mordió los labios.

—Ellery —intervino bruscamente Burke—, me gustaría hablar contigo.

—¿Nos perdona un instante, señorita West?

Cuando los dos detectives estuvieron en el despacho, Ellery exclamó:

—Desde que llegó la chica, has tenido una bomba a punto de estallar, ¿verdad? Estás mezclado en este caso, ¿no?

—Lo estoy —reconoció Burke, desdichadamente—. Pero desde ahora mismo. Hasta hace un momento sabía tanto de este asesinato como tú. Lo que me trajo a Nueva York la primera vez tenía relación con Gloria Guild. Ésta efectuó una petición al Yard, que caía fuera de su competencia, y Vail me la recomendó, en mi calidad de detective privado. Era una investigación rutinaria. En realidad, no sé todavía qué relación puede tener con el crimen, aunque siempre cabe esa posibilidad —el escocés frunció el ceño—. Lo cierto es, Ellery, que el miércoles por la noche yo estuve con la Guild en su apartamento hasta poco después de las once, por el asunto que me trajo aquí. Me hice una idea del asunto, y desde su casa me largué directamente al aeropuerto. El avión despegó exactamente a la una de la madrugada. Pues bien, yo la dejé viva y en plena forma.

—Entonces, fue asesinada por alguien que penetró en su apartamento entre unos minutos después de las once, cuando tú la dejaste, y medianoche, cuando Carlos Armando salió del apartamento de Roberta West.

—Así parece —reconoció Burke.

El escocés parecía preocupado por algo; sin embargo, no añadió nada más.

Ellery le miró de soslayo.

—¿La consulta que le hiciste a mi padre tenía relación con el asunto que te trajo a Nueva York…?

—Sí, necesitaba la colaboración de la Policía de Nueva York.

—Entonces, por eso te telegrafió que volvieras aquí, por si lo que sabías tenía algo que ver con el crimen. —Ellery hizo una pausa, esperando un comentario de Burke—. Debió empezar a ocuparse del asesinato algún tiempo después de conocerse la noticia. Aparentemente, cuando me llamó por teléfono aún no había relacionado a Roberta West con el caso, o no conocía todos los hechos. Estas cosas siempre son competencia aquí, en primera instancia, del distrito policial correspondiente. Bien, Harry, esto le da un matiz completamente nuevo al asunto. Por lo visto, he de estar metido en él, me guste o no.

Burke se limitó a asentir.

Regresaron al salón.

—De acuerdo, señorita West, estoy de su parte —dijo Ellery. La joven contemplaba a los dos hombres con expresión asustada—. Al menos, hasta que vea cómo evolucionan los acontecimientos. Lo primero que hará usted, será contarle toda la historia a la Policía. Usted es la principal coartada de Carlos; pero, quizá se demuestre que seguramente es tan culpable como si hubiese cometido el crimen por su propia mano. Aunque, por ahora, yo diría que no lo cometió él.

—Haré lo que usted ordene, señor Queen.

La muchacha parecía aliviada.

—Obviamente, ese Carlos Armando es un tipo de cuidado. Sea quien sea la mujer que le ayudó, consiguió convencerla para que hiciese la sucia faena en su lugar; probablemente, se veían en secreto, como con usted, ¿verdad?

—Sí —apenas pudo musitar la joven.

—Ahora evitará verla, y cualquier día fingirá encontrarla por primera vez. Claro que antes aguardará a que el caso se haya enfriado. Bien, ya veremos. Esa chica también puede ser su punto débil. De todos modos, es preciso encontrarla, y sospecho que no va a ser fácil.

Fue entonces cuando sonó el teléfono en el despacho de Ellery.

—¿Hijo? —era la voz nasal de su padre—. De forma que por fin aterrizó tu avión, ¿eh? ¿Qué hizo, esquivar las piedras del firmamento, desde que salió de Londres? Ellery, estoy metido en un caso de todos los demonios…

—Lo sé —asintió Ellery—. Gloria… Gloria Aleluya[3].

—De modo que la West te ha visitado. Unos policías del distrito la interrogaron, pero yo no sumé dos y dos hasta después de haber leído los primeros informes. ¿Está ahí ahora?

—Sí.

—Pues, ven aquí y únete a la fiesta, y que venga contigo. A propósito ¿viste a un tal Harry Burke en el avión?

—Sí, y está conmigo. Se hospeda en casa.

—¡Santo Dios! —rezongó el inspector—. Otro de tus juegos de manos… He estado aguardando mucho rato para tener noticias de Burke… Supongo que te habrá contado que le telegrafié… Bueno, tráelo también.

—¿Dónde estás, papá?

—En el apartamento de Gloria Guild, en Park Avenue. ¿Sabes la dirección?

—No, pero Burke y la West sí.

—Naturalmente —gruñó el viejo, colgando el aparato.