Capítulo 4

—Conocí a Carlos en Easthampton —continuó Roberta West—, cuando estaba realizando mi gira de verano. Era al final de la temporada, y Gloria y él entraron en el escenario. El director era un hombre viejo que colmó a Gloria de atenciones, pero en realidad, Gloria no era para mí más que un nombre, ya que yo era sólo una niña cuando se retiró… y lo único que vi fue a una mujer gruesa con el cabello estúpidamente teñido, que parecía una Brünnehilde vieja, de esas que cantan el personaje de la tetralogía wagneriana en un teatro de ópera de cuarta categoría, dando el brazo a un individuo bastante joven para ser hijo suyo.

»Carlos me pareció simpático y guapo, y supongo que me sentí halagada por las alabanzas que prodigó a mi actuación. Había algo en la voz de Carlos —añadió la joven soñadoramente— que penetraba en el corazón de las mujeres. Usted ya sabe que es un sinvergüenza, pero no importa. No es lo que dice, sino cómo lo dice… Supongo que les estoy pareciendo una tonta.

Ninguno hizo el menor comentario sobre lo que acababan de escuchar.

—Cuando terminó la temporada, no llevaba en la ciudad ni veinticuatro horas (ignoro cómo se enteró de mi número de teléfono porque era nuevo y no figuraba en la guía) cuando me llamó. Me contó que estaba sumamente impresionado por mi talento, que podía ayudarme en mi carrera… y que le gustaría hablar conmigo al respecto. Y yo caí en la trampa… ¡la más vieja del mundo del espectáculo! De todos modos, sabía que iba a meterme en algún conflicto. Bien, lo más gracioso fue que consiguió que me hiciera una prueba y me dieran un papel, en una comedia musical de un teatro fuera de Broadway. Todavía ignoro cómo lo logró, aunque sé que el capital lo aportó una mujer. Los hombres sólo experimentan desprecio o celos hacia Carlos, pero las mujeres no pueden resistirse a su encanto. Supongo que esa empresaria era una de tantas, aunque es una vieja lechuza con menos personalidad que un martillo. Por lo demás, Carlos le hablaba siempre con gran simpatía. Lo mismo que a mí.

La joven del cabello leonado entrecerró los ojos. Luego sacó un cigarrillo de su bolso y Harry Burke se apresuró, solícito, a ofrecerle su encendedor. Ella le sonrió por encima de la llamita, sin prestarle ninguna atención.

—Continuó importunándome… Carlos posee una insistencia que derriba todos los obstáculos. Por mucho cuidado que una tenga. Y me enamoré de él. En cierto modo, como dije, es muy guapo y atractivo. Ciertamente, cuando se fija en una mujer, ésta cree ser la única del mundo entero. Una acaba por pensar que es el centro del universo. Y constantemente, sin embargo, la mujer sabe que no hay un solo hueso honrado en Carlos, que ha hecho lo mismo con centenares de mujeres… Pero no importa nada. No importa en absoluto. Bien, me enamoré de él, y Carlos me confesó que lo único que podría hacerle feliz sería casarse conmigo.

Ellery se estremeció.

—¿Está usted bien situada, señorita West?

La joven se echó a reír.

—Tengo un pequeño ingreso procedente de un fideicomiso, y con lo que gano voy pasando. Eso fue lo que me engañó —confesó amargamente—. Carlos jamás se había casado, a no ser por dinero. Como yo soy pobre, empecé a pensar que, en mi caso sus protestas de amor, por una vez en su vida, eran sinceras. ¡Qué tonta fui! No sé lo que él pensaba en realidad. Hasta que una noche, hace algo más de siete meses…

Por un motivo desconocido, Gloria se había marchado a su casita de Newtown, y Carlos aprovechó la oportunidad para hablar con Roberta. Fue en aquella ocasión cuando por fin enseñó sus cartas.

Roberta estaba enterada del contrato premarital que había firmado con su esposa, y que el período de cinco años ya había finalizado, ya que por entonces ambos llevaban casados cinco años y medio. Según Carlos, Gloria rompió el contrato a la expiración del plazo señalado, tal como prometiera; por lo que, si a ella le ocurría algo, Carlos heredaría al menos la tercera parte de todos sus bienes, de acuerdo con sus derechos conyugales, o sea la legítima; y mucho más, si Gloria le había nombrado su heredero universal en su testamento.

Al principio, Roberta no captó la intención de Carlos.

—¿Cómo hubiera podido captarla una persona normal? —exclamó la joven, casi sollozando—. Le dije, por tanto, que no sabía de qué estaba hablando.

—¿Le pasa algo malo a tu mujer? ¿Sufre una enfermedad incurable? ¿Un cáncer? —recordó que le había preguntado a Carlos.

—Está tan sana como una vaca —replicó Carlos, volublemente—. ¡Dios! Nos enterrará a todos.

—Entonces… ¿deseas divorciarte? —preguntó Roberta, confundida.

—¿Divorciarme? Gloria no me daría ni una lira si yo le sugiriese el divorcio.

—Oh, Carlos, no te entiendo.

—Claro que no, palomita mía. ¡Eres como una niña! Pero escúchame y te contaré cómo podemos librarnos de esa vaca, casarnos y gozar de la leche de sus ubres.

Y tranquilamente, como si relatara el argumento de una novela, Carlos le reveló a Roberta su plan. Gloria era un obstáculo; pues bien, había que apartarlo. Pero como el marido siempre es el primer sospechoso, a menos que tenga una coartada… Mas para que una coartada sea indestructible, ha de ser auténtica. Es decir, Carlos tenía que estar en otra parte cuando ocurriese el suceso. Lo cual podía solucionarse fácilmente de mil maneras distintas. ¿Y quién tenía que ayudarle a fabricar la coartada? ¿Quién, sino Roberta, cobeneficiaria de la muerte de Gloria? ¿Lo entendía ahora?

—Lo entendí —prosiguió Roberta, ante el silencio profundo de sus oyentes—. ¡Por supuesto que lo entendí! Con su voz burlona, como si hablase de dar un paseo por el parque, me estaba proponiendo que yo asesinase a su esposa para poder casarnos y vivir gracias a un dinero ensangrentado. Me quedé tan aturdida, tan aterrorizada, que por un minuto fui incapaz de proferir una sola palabra. Supongo que tomó mi silencio por un consentimiento, porque se me acercó, tratando de besarme. Esto rompió el hechizo. Lo empujé tan fuerte que se tambaleó. Esta encantadora conversación tuvo lugar en el apartamento de Gloria y Carlos, y huí de allí como si me persiguiera el mismo diablo. En realidad, Carlos era el mismísimo Satanás. ¿Cómo se me había ocurrido la idea de poder amar a tal monstruo? Tenía incluso erizado el vello. Sólo podía pensar en alejarme de él. Corrí hasta mi casa y me paseé por mi habitación toda la noche, temblando como una hoja.

Carlos la telefoneó al día siguiente, continuó explicando la joven, pero ella le prohibió volver a llamarla ni tratar de verla, y colgó dejándole con la palabra en la boca.

—¡Maldito canalla! —gruñó Harry Burke. Tenía en aquel momento el aspecto de poder cometer también un asesinato por su cuenta.

—Tuvo suerte de escapar de allí sin que él le propinase una paliza —comentó Ellery—. A veces, esos tipos, cuando se ven despreciados, se muestran muy duros. No obstante, no lo entiendo, señorita West. Si todo esto sucedió hace más de siete meses… o sea en mayo ¿por qué ha esperado hasta ahora para contarnos su historia? Y de todos modos… ¿a qué vienen las prisas de ahora?

—¿Las prisas? ¿A qué se refiere, señor Queen? Yo pensaba…

—Obviamente, nuestros pensamientos se han cruzado —sonrió Ellery—. ¿Hay algo más en su historia?

—Naturalmente —la joven miró a Burke y luego puso sus ojos en Ellery, sacudiendo la cabeza—. ¿O no me cree? No lo entiendo… Ignoro por qué no le conté todo esto a alguien a su debido tiempo… Claro que fue una terrible experiencia, como una pesadilla… La idea de acudir a la Policía, o a una persona como usted no pasó siquiera por mi cabeza. En primer lugar, porque aún no estaba segura de si Carlos había hablado completamente en serio. En segundo, eso habría significado —la joven se ruborizó— que toda la sórdida historia de mis relaciones con él habría aparecido en los periódicos. Ya conoce cómo son. Así que no dije nada. Y al ver que Carlos no volvía a llamarme ni intentaba verme, comencé a olvidarme de todo… o al menos lo procuré. Hasta que hace dos noches me vi obligada a recordarlo todo nuevamente. ¿Qué día es hoy…? Sí, fue hace dos noches. El miércoles por la noche…

—¿La noche del treinta de diciembre? —preguntó Harry Burke agudamente. Ella le miró con suspicacia.

—Sí. Carlos me llamó. Como dije, no había vuelto a saber nada de él desde finales de la última primavera. Naturalmente, colgué el teléfono.

—¿Qué quería ese granuja? —interrogó Burke.

—Quería verme. Le contesté que lo que le había dicho unos meses atrás seguía en pie y colgué el auricular. Media hora más tarde sonó el timbre de mi apartamento y cuando abrí, él estaba en el umbral. Traté de cerrar, pero encajó el pie y me lo impidió. Armó tal escándalo, gritando enfurecido, que temí que los vecinos acudieran a ver qué pasaba… y le dejé entrar.

Ellery preguntó:

—¿Qué quería?

—En aquel momento, no podía imaginármelo. No intentó hablarme de aquella fantástica proposición, y se limitó a charlar de cosas triviales… de mí, de los últimos estrenos de Broadway, de lo que él y Gloria habían hecho recientemente… Le pedí varias veces que se marchase, pero continuó clavado en su asiento, sin dejar de hablar. No estaba bebido ni nada por el estilo. Carlos nunca bebe lo bastante para perder la cabeza. Por lo menos, yo nunca le he visto ebrio. De pronto, tuve la sensación de que estaba haciendo tiempo, porque de vez en cuando consultaba el reloj.

—Ah… —murmuró Ellery con tono extraño.

—Oh… —exclamó Burke, con tono más extraño todavía.

Pero mientras que el «¡Ah!» de Ellery tenía una cualidad calculadora, la exclamación de Burke estaba llena de precisiones; y Ellery volvió a preguntarse por qué.

Roberta West se inclino hacia delante, en una actitud de intensa apelación y súplica.

—Por fin, a medianoche conseguí librarme de él. O mejor, a medianoche, de repente y sin previo aviso, Carlos decidió marcharse. Recuerdo que volvió a mirar el reloj y exclamó: «Ya es medianoche, Roberta, tengo que irme». Como si recitara un texto o algo parecido. No lo entendí en absoluto. No lo entendí hasta más tarde. Y es por esto realmente por lo que he venido, señor Queen. ¡Carlos me utilizó!

—Sí, eso parece —concedió Ellery—. Pero ¿por qué?

—¿No lo sabe?

—¿No sé qué, señorita West?

—¿Que Gloria Guild Armando fue asesinada el miércoles por la noche?