Ha sido esta mañana cuando lo he tenido claro.
Estábamos en clase de latín y yo me encontraba tan perdida como de costumbre. Pero ahora ya no me extraña que en la Fénix nos enseñen una lengua muerta: aquí todo está muerto. O termina por estarlo. En ese momento ha aparecido Marjorie. Bueno, una nueva Marjorie: sin marcas en el cuello, sin ojeras, perfectamente peinada, con una sonrisa perversa dibujada en su cara pálida; esa sonrisa que da a entender que sabe algo que los demás no sabemos. Sin esperar a que el monitor le diera permiso (supongo que después de la transformación ya no necesitan pedir permiso para nada), se ha encaminado por el pasillo entre los pupitres individuales en busca de uno vacío. La clase estaba callada, y sus pasos lentos pero seguros han resonado como si su eco estallara contra los techos altos. Por un momento he temido que se fuera a sentar a mi lado pero no lo ha hecho. Ha buscado un pupitre cerca de la pizarra, como la niña buena que ahora es. Ya no podré preguntarle jamás si es verdad que la trajeron aquí por tratar de disparar contra su padre, el gran catedrático de Mitología de Oxford, y su amante. No he podido evitar imaginarme el cadáver de la verdadera Marjorie, que probablemente ahora yace en el fondo fangoso del arroyo, un ataúd de agua. En ese momento, Giulietta, Greco y yo hemos cruzado miradas. Los expresivos ojos de mi Giu parecían decir; «ya nada nos puede sorprender de este lugar». He asentido con la cabeza, tratando de transmitirles calma. No, ya nada puede sorprendernos. Y eso nos hace estar más alerta. Eso nos hace ser más fuertes.
Afuera ha empezado a llover, una suave lluvia británica, claro, me he repetido para mis adentros: es como una broma privada que tengo conmigo misma, como si no me creyera que seguimos en Escocia, porque este lugar parece que debiera estar fuera de cualquier mapa. Desde mi pupitre cercano a una ventana, me he perdido en mis pensamientos, cuando algo me ha llamado la atención. Y no, no ha sido el profesor que nos daba clase, sino otros tres monitores que estaban en e1 exterior: de pie en un claro de hierba, los tres estaban con los brazos abiertos en cruz y la cara hacia arriba, hacia el cielo gris, dejándose empapar por la lluvia Un escalofrío me ha recorrido el cuerpo ante semejante estampa. Era como si estuvieran recargando energía. Como si la lluvia les diera vida…
Y es entonces cuando he sabido cómo podía matar a miss Fury y escapar de aquí.