Tan pronto se fueron Abraham y Geoffrey buscamos el modo de salir del sumidero. Tenía mojadas las piernas y el ánimo. Iris salió primero y desde arriba nos tendió la mano para que nos costara menos salir. Persistía la oscuridad, igual que persistía mi desánimo.
Teníamos que irnos a nuestras camas y secarnos cuanto antes sin ser vistos. En breve vendría miss Fury con sus secuaces a registrar cama por cama. Pero no pude reprimirme y les di un fuerte abrazo a las chicas, en silencio.
De camino a mi litera, haciendo el menor ruido posible, supe que aquella noche no podría dormir. ¿Cómo dormir después de vivir una pesadilla? Por un momento deseé que todo ese verano fuera eso, una pesadilla de la que estaba a punto de despertarme. ¿Era real lo que me estaba ocurriendo? ¿Cuánto tiempo había pasado desde que habíamos ingresado en la academia? Una vez en la cama empecé a dar vueltas y me fue imposible conciliar el sueño. Rememorar el cuerpo de Marjorie, entregado al vacío, toda aquella turbación el grito de Giulietta, la presión de escondernos, el miedo en el sumidero, el frío, el estornudo, la respiración cortada y todo lo vivido en tan corto espacio de tiempo me estaba pasando factura, y una especie de flaqueza se adueñó de mis piernas y brazos. ¿Qué fragilidad anegaba mi cuerpo? Antes de este verano no había visto ningún cadáver, y en poco más de un mes ya había visto dos. Las vueltas se sucedían en la cama y mi estado de nervios iba creciendo. Por lo pronto descubrí que me había rascado con tanta fuerza en el brazo que prácticamente me había hecho una herida. Me habría picado alguna pulga, o me habría rozado al subir de la alcantarilla, ¡qué importaba ahora!
Peor eran los síntomas de debilidad que sentía en las extremidades. Eran unos síntomas que conocía bien, esos malestares previos a la gripe. No me extrañó que al llevarme la mano a la frente la hallara caliente. Entonces, sabedor de la fiebre que se avecinaba, consciente de lo solo que estaba, busqué el sueño con la desesperación que impone la urgencia.
No era primera vez que me pasaba algo parecido: hay veces en que cuando más cansado estás, más te cuesta dormir, y no sabes por qué. Así me sentía en aquel momento, acostado sobre aquel colchón de espuma, incómodo y rancio, que verano tras verano habría sido ocupado por alumnos cuya vida había sido cambiada de cuajo en la Fénix, desde los tiempos del ministro John Stewart. ¿Quién habría dormido allí? ¿Dónde y cómo habrían terminado los anteriores alumnos? Y de pronto, consecutivamente, otra pregunta me arrasó el entendimiento: ¿me habrían enviado mis padres deliberadamente, sabedores de lo que hacían? ¿Estaban dispuestos a llegar tan lejos con tal de corregirme? Ante tantas preguntas, una única respuesta atravesaba mi fiebre: rebelarme. Era el momento. Contra todos, contra Geofrey y Abraham, contra miss Fury, contra mis padres, contra la fiebre, contra mi falta de aire. Por Iris, por Giulietta, por mí. Mientras pensaba en rebeliones y venganzas, me dormí y me sumergí en un acalorado sueño desperté empapado, unas horas en las que fantaseé con agua, pero era agua de mar y una playa y unas gafas de bucear… y después desperté creyendo estar en una cama muy distinta a aquella porque, por un segundo, al mover mis manos creí tocar las sábanas de mi habitación en la ciudad; sí, había vuelto allí pero no era real. No me había movido de la litera de la Academia Fénix.
No habían pasado muchas horas, porque tras la pequeña ventana seguía siendo noche cerrada. Ya no pude dormirme. Entonces tuve unas ganas inmensas de ser mayor, para no tener problemas. Deseé con todas mis fuerzas convertirme en adulto para no tener más miedo.
Parecía que la mañana siguiente no iba a llegar nunca, pero llegó. A veces hay cosas que parece que no van a llegar jamás, pero llegan. Al terminar la clase de álgebra, a la mañana siguiente, Iris no tardó ni un segundo en acudir a mi encuentro:
Greco, acompáñame me dijo, como si fuera una orden.
Antes de obedecer, miré a mi alrededor para comprobar que nadie nos miraba y me alejé con ella. Caminamos hasta la puerta de los lavabos, ese espacio que tan bien conocíamos.
Prométeme una cosa, pero quiero que me lo prometas de verdad.
¿Qué?
Que no te vas a rendir.
Iris, ¿por qué me dices eso?
No te veo convencido de escapar.
No es eso, de verdad. Solo estoy mentalizándome. Pero cuando llegue el momento de actuar, lo haré sin dudar le dije. Pero tengo que confesar que no estaba seguro de no mentirle. No lo estaba de si estaría a la altura de la situación. ¿Cómo podría estarlo?
Está bien.
¿Y sabes qué?
¿Qué?
Me encanta que hables de riesgo, me encanta.