Capítulo 14: Greco

El momento en que fui realmente consciente de lo que sentía por Iris lo conservo como un tesoro. ¡Claro que varias veces, al tenerla cerca o al sentir su mano en la mía, me había estremecido como una hoja con el viento! Pero lo que quiero nombrar es esa primera sensación de algo diferente. Me había temblado el corazón, se me había contraído el estómago, sí, y sabía que me gustaba, eso lo tenía claro. Pero aún no había encontrado el momento definitivo en que el recuerdo de Laura saliera de mí para siempre. Aquel día, mientras corría por el patio y asistía al goteo de despedidas de alumnos que se iban a la torre gris, supe que Iris era mi amor, no solo mi mejor amiga, sino mi amor. Sé muy bien por qué, lo supe al instante. Lo vi, lo sentí. ¡Y cómo añoro aquel momento! Aquella mezcla de alivio y de gozo.

Estábamos caminando, atravesando la extensa explanada de tierra que bordeaba la Fénix antes de adentrarnos en el bosque. La noche sobre nuestras espaldas apenas alumbraba el camino, y el hecho de cogernos de la mano los tres era un acto solidario convertido en costumbre. No era posible imaginarse las noches sin las manos de Giulietta e Iris. Como era habitual, sentía su tacto. La soledad a la que nos condenaba las normas de la Fénix, sin pretenderlo, nos había arrastrado hasta la complicidad más sincera. Desde entonces valoro las pequeñas cosas como las más grandes. Mentiría si dijera que la Fénix no me ha enseñado nada.

Las cosas aparentemente inútiles se convirtieron en las más valiosas. La cuchara de mango afilado que siempre estaba en mi bolsillo o bajo la almohada, la camiseta que usaba como antifaz para poder dormir mejor las escasas horas en que lo hacía o las piedras que pisábamos de camino al muro empezaron a ser importantes en nuestro día a día. Aquella noche no nos quedamos en el sótano. Habíamos decidido alternar: una noche al sótano, otra al bosque, desesperados por buscar una salida. Estar en el bosque, cerca del río nos causaba turbación, pues estábamos cerca del cadáver de Geoffrey. Además, intuíamos que en cualquier momento volveríamos a encontrarnos con otro cadáver.

Al llegar hasta nuestro rincón de siempre, fue Iris quien habló primero:

Hay que trazar un plan. El diario es de 1948, y ya entonces mandaban gente a la torre gris y los devolvían cambiados. Hay que escapar y contarle al mundo qué es lo que está pasando aquí, aunque nos tomen por locos.

¿Y cómo lo hacemos? ¿Cómo escapamos sin enfrentarnos a miss Fury y a su ejército gris?, preguntó Giulietta.

La verdad es que cada vez tengo más claro que la confrontación con ella es inevitable. Me encantaba la predisposición de Iris. ¿Sabéis qué? Empiezo a pensar que nuestros padres saben lo que pasa aquí dentro.

No, no puede serdije, sin tenerlas todas conmigo. Iris insistió:

¿Es que no veis lo que está pasando? Todos los que vuelven de la torre son perfectos. Y seguro que luego sus padres están encantados con ellos.

¿Y qué hacemos? Era Giulietta quien hablaba.

De momento, vamos a armarnos. Como sea, con lo poco que tengamos. Yo no voy a dejar que me cambien por otra.

Yo tampoco dijimos a la vez Giulietta y yo.

Un fuerte viento volvió a helarme la nariz. Empecé a sentir frío en los pies, otra vez humedecidos por el rocío de la noche. Al notar los pies helados, rememoré el cadáver de Geoffrey, gélido y endurecido. Sin querer, pero como si una cosa llevara a la otra, vislumbré el mío y los de mis amigas.

Entonces saqué del bolsillo la cuchara. Y Giulietta, que hasta el momento no había dicho nada que pudiera animarnos, añadió:

Mañana, con mucho cuidado, vamos a robar cada uno un cuchillo.

Sí, sí Iris recuperó el habla. Incluso podemos afilar ramas.

Haremos estacas sentencié.

Como si estuviera calentando antes de un partido, moví las piernas con intención de entrar en calor. El sonido del viento peinaba los árboles cuyas hojas parecían susurrar y nos hacía temblar con una mezcla de miedo y frío.

Decidimos esconder los cubiertos en un lugar cercano. No podíamos dejarlos lejos, por lo que zanjamos guardarlos en el sótano, donde leíamos el diario las otras noches. El diario.

Seguramente por aquí debía esconder el pobre John Stewart el diario.

Pobre chaval… Pero, ahora que lo pienso, luego fue ministro. ¡Menudo sinvergüenza!, añadió Iris como si estuviera enfadada.

¡Ja, ja, ja! Greco, ¿te imaginas que sales de aquí hecho todo un ministro y te vemos en la tele?, bromeó Giulietta.

¡Ja, ja, ja! ¡Eso sí que sería bueno, ministro yo! Como no sea de suspensos…

Y entonces nos reímos los tres mientras acercábamos nuestros cuerpos para combatir el frío. Teníamos que volver. Pero no quería. Busqué la mano de Iris como si fuera algo inevitable. Volví a sentir los pies helados mientras respiraba el aire húmedo de la noche.

Antes de despedirnos, Iris me acarició la cara y me tocó la punta de la nariz.

Greco, estás muy frío.

Ya.

Tienes que abrigarte bien, ni se te ocurra ponerte enfermo ahora dijo, mirándome a los ojos fijamente.

Y entonces supe que necesitaba a Iris. No solo que me gustaba, sino que la necesitaba. ¿Cuándo supe que estaba enamorado de ella? Cuando empecé a admirarla. ¿Por qué tuve claro que la quería? Porque se preocupó por mí. ¿Cómo se pone freno al amor? Esa respuesta aún no la tenía.