Creo que estamos perdiendo la razón. Todos.
Es este lugar maldito. Es el juego de la Fénix: la directora y sus secuaces fomentan la individualidad para luego poder castigarla. Y el castigo es un viaje solo de ida a la torre de gris. Y digo solo de ida porque lo que vuelven no son los alumnos, son sus copias robotizadas, esa especie de clones que pone los pelos de punta, ahora ya lo tenemos claro. Ayer mandaron a dos compañeros más, uno de ellos fue Anna Linney, una chica muy guapa, con un cabello ondulado que le da aire de estrella de cine de los años cuarenta. Su crimen ha sido anunciar que era su cumpleaños y preguntar si podía hablar con su madre.
¿Has visto algún teléfono por aquí?, le ha dicho un monitor.
No, pero tienen que tener alguno en sus oficinas, ¿no?
El monitor ha sonreído como un malo de dibujos animados antes de decirle:
Sí, claro. Acompáñame. Y, cogiéndola del brazo, se la ha llevado.
Entonces, Greco y yo hemos cruzado miradas: los dos sabíamos que se la llevaban a la torre gris. Por un momento he tenido ganas de llorar. O de tirarle una piedra al monitor. Greco me ha hecho un gesto con las manos, con las palmas hacia abajo, sin levantarlas, como diciendo «calma»; y luego ha hecho algo que no me esperaba: se ha tocado el pecho con el índice, me ha señalado a mí y seguidamente ha cerrado el puño con fuerza. Estoy contigo, aguanta, me ha dicho sin palabras. Luego me ha sonreído. Y al hacerlo he sentido el impulso de correr hacia él y abrazarlo. Abrazarlo con todas mis fuerzas, como nunca he abrazado a nadie, y no soltarlo.
Cuando vuelva, ya no será ella ha dicho Marjorie, a mi lado. Ya no será ella nunca más.
La he mirado y me he sonrojado, avergonzada por haber tenido semejante arrebato romántico en ese momento. Avergonzada y sorprendida: ¿estaba empezando a sentir algo por Greco?
No le he contestado a Marjorie, y al instante me he arrepentido de haber sido tan categórica. Supongo que cuando vuelva ya no será la misma. Otra vez me ha venido a la mente la imagen del cadáver mojado de Geoffrey. ¿Empezaba Marjorie a sospechar lo que Greco, Giulietta y yo sabíamos? En cualquier caso, no podía confirmárselo. Aunque Marjorie es inteligente y podría ser una buena aliada, quién sabe si ella será la siguiente en ir a la torre gris y, entonces, cuando volviera, podría delatarnos.
¿Sabes lo que es el ave fénix?, me ha preguntado.
Un animal mitológico, ¿no?
Un animal mitológico muy particular: cada quinientos años, este pájaro formaba un nido con especias y hierbas aromáticas y ponía un huevo, que incubaba durante tres días. Al final del tercer día, el ave ardía hasta reducirse a cenizas, y entonces del huevo renacía la misma ave fénix.
Hasta ese momento, no había pensado en el nombre de esta academia, en su significado. Ahora tenía claro que no estaba puesto al azar. Tenía que contárselo a Greco y a Giulietta.
Creo que eso es este sitio ha añadido Marjorie: una especie de nido en el que quemar nuestro antiguo yo y renacer. Este sitio es una oportunidad para cambiar.
Estás hablando como Geoffrey le he dicho.
Piénsalo: ¿no te gustaría olvidar los errores del pasado y empezar de nuevo libre de cargas?
No. No hay que olvidarse de los errores le he contestado y, al hacerlo, he sentido que estaba hablando más para mí misma que para ella. Los errores forman parte de nosotros, sirven para ayudarnos a crecer.
Entonces Marjorie ha suspirado:
Sí, supongo que tienes razón… La verdad es que estoy cansada, estoy muy cansada.
¿Qué hacéis ahí parados?, ha gritado el monitor, que había vuelto sin Anna. Todo el mundo a correr.
Del diario de John Stewart
3 de agosto de1948
Rudolhp, ¿cómo se hace? ¿Cómo puedo decirle a Fiona que me gusta más de lo que me ha gustado nada en la vida, que ni siquiera la música me ha hecho sentir tan libre como ella, incluso aquí encerrados?
Cuando me acerco a ella, por las noches, en el momento en que la encuentro en la oscuridad y oigo su respiración, el corazón me late con una fuerza que desconocía. Y entonces pienso en muchas cosas, quiero decirle esto y lo otro, pero no me sale nada, y ella solo habla de lo que ha cambiado Martin.
Cuando oigo ese nombre, el estómago me duele, siento como un vacío lleno de cuchillos.
No puedo soportarlo. Fiona habla de Martín en lugar de preguntarme cómo estoy, y no sé si significo algo para ella o si solo soy un hombro en el que llorar.
John Stewart
Del diario de John Stewart
9 de agosto de 1948
¿Por qué estoy aquí, Rudolph? ¿No había otro sitio?
No puede ser que este reformatorio sea el único. No quiero estar aquí. ¡La odio! Odio a Fiona. No sé por qué me gusta tanto.
La he visto en clase de gimnasia muy cerca Alfred. Era él quien le sujetaba los pies mientras hacía abdominales. No he podido soportarlo, me duele aquí, me duele el corazón, el estómago, en todas partes: no puedo con esto, no sé cómo hacer para soportar este dolor. Hace ya tres días que no nos vemos por la noche. Cuando le pregunto si quedamos me dice que no, que está pensando un plan y que es mejor que no quedemos todos los días porque puede resultar sospechoso. Antes no existía ese temor. Ahora sí, ¿por qué?
Pese a ello sigo levantándome a escondidas por las noches. El temor a que se vea con otro, a que se vea con Alfred o con Simon o con Michael me carcome. Paso la noche en vela en los pasillos, como un alma en pena en la oscuridad, pero Fiona no aparece. Los celos son como una llama que me arde dentro.
No volveré a seguir reglas nunca más. Si salgo por vivo de aquí, haré cuanto me plazca sin preocuparme por nada ni nadie.
Gary Finnegans no ha vuelto. No puedo más. No sé quién es peor, si miss Fury o Fiona. Las odio, y me odio por escribir esto.
John Stewart
Del diario de John Stewart
15 de agosto de 1948
Hoy he temido quedarme sin ella. No saldré vivo de la Fénix. Al menos, no seré yo quien salga. Mi verdadero yo, quiero decir. Lo tengo claro. Ahora sí que lo tengo claro.
Hoy miss Fury se ha llevado a Fiona. Hoy he deseado desaparecer de nuevo. Hoy he añorado tener un cinturón.
Pienso ir a rescatarla, aunque sea lo último que haga.
Antes de despedirme quiero dejar constancia de un recuerdo al padre Collins, pues tengo muy presentes sus enseñanzas. Antes no hacía caso de ellas, pero ahora recuerdo aquello que tantas veces nos repetía: nadie enciende una lámpara y la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Eso es lo que hago yo: dejo una luz en este diario y, si alguien alguna vez lo desentierra, espero que brille y pueda indicar una salida. Querido desconocido, venga mi muerte.
Hasta siempre.
El último y verdadero John Stewart