Al día siguiente el viento empezó a soplar como si fuera empujado por la rabia, por una furia extrema. Nunca en mi vida había visto un viento tan violento. ¿De dónde provenía? Desde las aulas de la academia era imposible vislumbrar algo más que bosque. No sabía ubicarme con precisión y tampoco hacia dónde estaba orientado. El sol del verano era un sueño imposible. Se movían las ramas de los árboles y hasta en las ventanas de alguna de las clases temblaban por momentos los cristales. Parecía que uno de esos dioses mitológicos de los que hablan los libros quisiera zarandear los cimientos de la inquebrantable Academia Fénix.
Por culpa del viento empezaron a pasar cosas.
Fue a la hora de gimnasia. Con tanto viento se hacía difícil correr, pero el monitor nos seguía exigiendo lo mismos ejercicios y la misma entrega. Mientras todos corríamos y sentíamos el viento en la cara, no podía dejar de pensar en el cadáver de Geoffrey hundido en el fango del riachuelo. Cada vez que mi mirada se cruzaba con la de Giulietta y la de Iris, en mi estómago sentía crujir una duda, como si se retorciesen una pregunta y la constatación de la verdad. Era verdad. ¡Lo habíamos visto! Era la primera vez que veía un cadáver. Pero lo más sorprendente era que por primera vez había visto el cadáver de alguien a quien había conocido, ¡alguien que estaba también corriendo en el patio! Geoffrey, el otro Geoffrey, corría delante de mí, concentrado y aplicado, dócil, como una marioneta de miss Fury; pero para nada resignado, sino más bien feliz. Feliz y peligroso, sin hablar con nadie, fuera lo que fuera lo que estuviera metido en esa nueva piel. La frialdad de Geoffrey transmitía más sospecha que obediencia. Me acordé de mi padre, cuando decía que no me fiara nunca de quien no habla, de los que siempre callan y otorgan, porque esconden más de lo que pueden dar.
Después de ver el cadáver y de sentir el miedo en los huesos, me di cuenta de que era importante resistir, de que en realidad estábamos preparados para combatir porque nuestro cuerpo podía resistir el miedo mejor de lo que yo creía. Mientras corría sentí una cosa extraña: sentí que crecía, por dentro, que en la Fénix estaba dando un paso hacia adelante y que ya no volvería a ser el mismo. Como si estuviera dando el paso de ser niño a ser un hombre. Yo, que siempre había sido cobarde, de pronto me sentía valiente, capaz de enfrentarme al miedo. Cuando no lo tienes delante, el miedo solo es una idea terrorífica, pero cuando lo tienes delante y te va a atacar, no te rindes, plantas cara como sea. Es más aterradora la idea del miedo que el miedo en sí.
Desde entonces ya no temo al miedo, pero aquellos días los guardo en mi memoria como los peores de mi vida. Sé que no volveré a sufrir de igual modo porque no hay, en ninguna esquina del mundo, un infierno como la Fénix. O eso quiero creer.
Seguíamos corriendo, ejercitándonos al compás que mandaba el monitor, siempre con ese maldito silbato en la boca. Un pitido: vuelta a correr. Dos pitidos: treinta flexiones. Tres pitidos: cambio de ritmo y esprintar. Pitido largo: estiramientos. Y vuelta a empezar. Cuando quería cambiaba el orden, y entonces el mareo se hacía cargo de tu cabeza. La falta de comida en el estómago hacía que a menudo creyera que me iba a marear y a caer redondo al suelo. Seguíamos corriendo y veía a Iris respirar por la boca, sufrir sin atreverse a emitir ni una sola queja. Y también Giulietta, que se cansaba más que nosotros, seguramente nunca había corrido tanto. Fue entonces cuando, por primera vez, no solo pensé en que no podía rendirme, también en que debía madurar una estrategia. Estaba claro que había que huir; pero, para lograrlo, además de ser fuerte, era necesario ser inteligente.
Estábamos corriendo, reanudando la marcha después de los estiramientos cuando Paul Lambert, tosiendo y con la voz contraída por culpa del asma, levantó la mano. Pobre Paul, me dije al ver su cara enrojecida y el cuello agarrotado, como si empezara a hincharse poco a poco igual que una masa de harina y agua. Paul Lambert logró decir a tientas que creía que le estaba dando un ataque de asma porque quizás sucedía que el viento soltaba demasiado polen y estaba tragando al respirar todo tipo de polvo. El monitor, al instante, reaccionó como ya todos sabíamos que haría:
¿Qué has dicho?
Paul tosió, emitió una especie de gemido y todos oímos el silbido de su pecho. Con un hilo de voz, mientras se arqueaba, alcanzó a decir:
No puedo más.
Enseguida, como apariciones salidas del mismo aire, llegaron dos monitores más y se lo llevaron.
Ya sabíamos que iba a la torre. Allí no solo iban los rebeldes, sino también los que no estaban preparados físicamente.
Pero eso no fue todo. Mientras resoplábamos, a Cindy Everett le dio por opinar:
Solo necesita un ventolín.
A lo que el monitor respondió:
¿Estás segura de que sabes lo que necesita?
Entonces Cindy se arrepintió de haber abierto la boca y cerró los ojos como un condenado a muerte que sabe que se aproxima su castigo.
Mejor se lo vas a explicar tú contestó el monitor.
Imaginé muerta a Cindy; vislumbré su cadáver, y después el mío, el de Iris, el de Giulietta.
En ese momento no acudió nadie a llevarse a Cindy; no sé cuándo lo hicieron, pero ya no vino a la cena.
Aproveché el momento de la salida del comedor para entablar una conversación rápida con Iris.
Como si leyera mis pensamientos, ella se adelantó a decirme:
Hay que irse, Greco, seremos los siguientes.
Lo sé.
Tenemos que terminar el diario. A lo mejor encontramos pistas para huir.
Es lo único que nos queda.
Era el momento, no había otro. Teníamos que volver al diario y trazar el plan definitivo que nos permitiera, si no huir, al menos combatir el miedo y sentirnos vivos entre tanto muerto viviente.
Del diario de John Stewart
28 de julio de 1948
Rudolph, lo primero de todo es pedirte perdón por estos tres días de ausencia: no quería dejar de venir, pero me ha sido imposible. Como ves, no pudimos huir de la Fénix, lo intentamos, llegamos hasta el muro, pero no tuvimos fuerzas ni valor. Es más complicado de lo que parece. La torre, cercana al muro no es acceso fácil, y está muy vigilada. Un foco giratorio, desde lo alto, ilumina los alrededores. Tantas veces tuvimos que agacharnos, que tengo unas enormes agujetas en las piernas. Lo peor fue el miedo, cuando ves los haces de luz barriendo la noche; parecen clavos en el cielo. ¿Qué harán dentro de la torre gris con los niños raptados? ¿Qué le estarán haciendo a Martin?
Tengo dos cosas que contarte. La primera es la buena: estoy contento conmigo mismo, me sorprendí de atreverme a intentarlo. Te parecerá mentira pero lo cierto es que fui yo quien más empeño puso y el último en rendirse. Por un momento creía que no era yo. ¿De dónde me salió aquel entusiasmo? Fiona, al darse por vencida y derrumbarse, se me abrazó de manera especial y, ¿sabes qué?, hicimos el camino de vuelta cogidos de la mano, en silencio, escondiéndonos de los ruidos.
La segunda, la mala noticia, es que Martin ha vuelto; pero, como nos temíamos, ya no es el mismo. ¡Y no le hace caso a Fiona! No lo puedo creer. ¡Ni siquiera sonrió al verla de nuevo! ¿Cómo puede alguien cambiar así de la noche a la mañana? Cuando apareció en el aula, no pude evitar ir corriendo a abrazarlo, pero Martin detuvo mi impulso estirando la mano con firmeza. ¿Puedes creerlo? Colocó su mano en mi pecho y dijo:
Calma, tranquilo, mejor pon ese arrebato en el trabajo.
Martin le dije, soy John, John Stewart, tu amigo.
No vine aquí para hacer amigos, permite que te lo recuerde.
No puedo escribir más por hoy, estoy demasiado triste.
John
Del diario de John Stewart
29 de julio de 1948
Rudolph, hoy se han llevado a Gary Finnegans. No te puedes imaginar el motivo: simplemente ha preguntado a miss Fury por qué no íbamos a nadar, como suele hacerse en otras granjas-escuela de verano. Cuando miss Fury lo ha escuchado, se ha incendiado, como si una mecha la prendiera por dentro.
Todavía me duelen las rodillas y los gemelos del intento de fuga con Fiona la otra noche. Pero ahora que han pasado dos días lo recuerdo como algo especial. Soy consciente de lo tonto que suena eso, por supuesto. Y sin embargo…
Cada día que pasa, la presencia de miss Fury me crea más turbación; ya no sé si lo que emana es poder o miedo. Las normas son tan estrictas, que el hecho de venir aquí a escribir cinco minutos me causa temor, como si fuera consciente de que no estoy haciendo lo que debo, no cumplo las normas, las normas que ahora tanto le gustan al nuevo Martin, el antiguo amigo ya perdido.
Tengo miedo. Solo me quedáis Fiona y tú.
John
Del diario de John Stewart
30 de julio de 1948
Martin no habla con nadie. Pero lo más curioso es que evita la presencia de Fiona, como si le tuviera miedo. ¿Será por el interés que la directora tiene en ella?
Estoy expectante por ver cómo llega Gary Finnegans.
Hoy he rezado por primera vez desde que llegué aquí. Lo he hecho por mí, pero sobre todo por Fiona.
Fiona Fiona Fiona Fiona Fiona Fiona.
John Stewart
Del diario de John Stewart
1 de agosto de 1948
Rudolph, Fiona se ha convertido en un problema, no sé cómo decirlo. Desde el regreso de Martin, apenas nos separamos. Creo que me gusta más de lo que puedo entender. Nunca había sentido esto antes. A veces, cuando ella viene a buscarme para decirme algo, me quedo mirándola fijamente, como embobado. Me gusta todo de ella. Nunca he besado a nadie, pero tengo una sensación rara, como si fuera a pasar con ella. No sé si estoy haciendo bien. Pienso mucho en el padre Collins. Ahora le agradezco que me salvara la vida. Recuerdo cuando al final de curso nos decía a sus alumnos que tendríamos que seguir siendo buenos chicos porque una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Lo pienso y me doy cuenta de que yo también tengo cosas que no puedo esconder. No veo la luz al final del túnel, pero la siento en el corazón.
Es Fiona.
La amo.
John el tonto.