Capítulo 11: Iris

Ha sido idea de Greco.

Estamos en la biblioteca, buscando en los libros (y entre los libros) un mapa, información sobre este lugar, sobre lo que ocurre en la torre gris, lo que sea que nos pueda servir para escapar de aquí.

Todo está en los libros, mi padre siempre lo dice repite Greco.

Esta noche no hay luna, pero un haz de luz de la farola que hay sobre la puerta ilumina la mitad superior de la estancia. Para saber de qué tratan los libros debemos sacarlos de las estanterías y levantarlos a media altura para poder leer los títulos y las contraportadas.

¿Os habéis fijado hoy en Abraham?, pregunta Giulietta.

Abraham, que llevaba un par de días en la torre gris, ha aparecido esta mañana en clase de gimnasia como si nada, serio y disciplinado como un perro de caza.

Sí, también ha vuelto comportándose de forma extraña contesta Greco.

¿Y os habéis fijado en que se ha pasado todo el día pegado a Geoffrey?

Parecía que eran amigos de toda la vida.

¿Creéis que…?, empiezo a decir, pero no me atrevo a terminar una pregunta cuya respuesta me aterra.

¿Que en el riachuelo habrá ahora un cadáver igualito a Abraham?, termina mi pregunta Giulietta.

O peor aún: que esté el cadáver del verdadero Abraham y que el que hoy ha vuelto con nosotros no sea él.

Giulietta y yo miramos a Greco sin saber qué decir.

Ya sé lo raro que suena eso, pero, ¿se os ocurre otra explicación? Si lo pensáis bien, olvidando las leyes de la razón, eso explicaría lo que pasa aquí: sustituyen a los alumnos por copias intachables en todos los sentidos.

Al igual que nosotras, Greco ha estado todo el día dándole vueltas a esa idea. Y, lo más curioso de todo, es que parece tener razón.

Giulietta se levanta como si no quisiera seguir con la conversación y anuncia:

Voy a investigar.

Ten cuidado le digo, y ella se gira y me dirige una sonrisa para tranquilizarme.

Greco vuelve a sumergirse en los libros y yo respiro hondo: no tenemos definido un plan de huida, pero tenemos claro que queremos salir de aquí. Antes Giulietta ha sugerido que podríamos robar comida, bajar al sótano por el montacargas y escondernos allí hasta que termine el verano y nuestros padres vengan a por nosotros. Pero Greco y yo creemos que es demasiado arriesgado, casi una locura. Ella cree que la directora y sus esbirros saldrán a buscarnos fuera, más allá de los muros de la Fénix, nunca dentro del recinto. Pero faltan más de cinco semanas para eso. Es imposible que robáramos bastante comida para aguantar tanto tiempo escondidos. Y aun en el caso de que lo hiciéramos, quién nos garantiza que no perderíamos la cabeza, encerrados allí las veinticuatro horas del día, procurando no hacer ruido, asustándonos de la más mínima sombra. Además, como sospecha Greco, puede que nuestros padres sepan lo que ocurre aquí y lo aprueben. Quién sabe, quizá tiene razón; pero es un pensamiento escalofriante. No podemos fiarnos. Y nadie nos garantiza que miss Fury y sus acólitos no vayan a rastrear cada centímetro de este edificio hasta dar con nosotros…

Además, creo que la directora puede olernos. Al menos a mí. Sé que suena a locura, pero a estas alturas, y tal como ha dicho Greco, está claro que las leyes de la razón no funcionan en la Academia Fénix. Esta mañana, después de la clase de gimnasia, mientras hacíamos una ordenada cola frente a una de las fuentes para beber y refrescarnos, ha hecho presencia la directora; cosa rara, porque normalmente a esas horas continúa en su habitación o donde quiera que pase la noche. Su figura y su porte siguen imponiéndonos tanto respeto como el primer día, pero aún mucho más miedo. Tanto es así, que todos nos hemos puesto erguidos y hemos mirado al frente como un escuadrón de marines bien entrenados. Ninguno de nosotros se atreve a mirarla a los ojos. Entonces ha pasado cerca de cada uno de mis compañeros, en silencio, prácticamente rozándonos. Al pasar al lado de Abraham y Geoffrey, que iban uno detrás del otro en la fila (cómo no), les ha acariciado el cabello con tanta dulzura como lo haría una madre (lo cual no deja de ser inquietante, pues no se me ocurre nadie menos maternal que la directora, ni siquiera el bíblico rey Herodes), y ellos dos, aunque no podía ver su rostro porque estaba varios metros detrás de ellos, han dado la impresión de estremecerse de placer como gatitos. Mientras que avanzaba junto a la fila, miss Fury parecía estar oliéndonos: cerraba levemente sus ojos grises como piedras como si pudiera olfatear nuestra propia esencia; daba escalofríos mirarla. A medida que se acercaba a mi posición, me temblaban más las rodillas. Lo mismo le pasaba a Giulietta, que estaba justo delante de mí. La directora parecía detenerse más tiempo junto a las chicas que con los chicos. Al llegar a mi amiga, se ha parado unos segundos y, al cerrar los ojos, me he atrevido a mirarla de soslayo: por un instante, su expresión era casi de felicidad infantil, como la de un niño frente a una pila de pasteles; se podría decir que mística. Pero enseguida ha abierto los ojos y me ha mirado directamente; seguramente es así como una araña mira a una pobre mosca que ha caído presa en su telaraña. Miss Fury se ha detenido pegada a mí, rozando su hombro con mi cabeza y he podido sentir cómo aspiraba, llenándose los pulmones grises con mi olor. Por cursi o tonto que suene, al instante he lamentado no tener desodorante que disimulara del alguna manera mi «aroma» a sudor después de más de una hora de gimnasia intensiva. Ha sido tan violento como si me estuviera desnudando en contra de mi voluntad mientras lo grababa todo con una webcam que estuviera trasmitiendo al mundo entero. Todo mi cuerpo ha temblado como una solitaria hoja frente a un vendaval. Entonces me ha mirado con unas pupilas que juraría dilatadas y me ha preguntado con voz dulce (tan dulce que no parecía suya):

¿Cómo te llamas, querida?

Iris he balbucido.

Un nombre precioso este año ha dicho, y juraría por su tono que saboreaba cada letra de mi nombre.

Al escucharlo he sentido un escalofrío semejante al que sentí cuando mi tío Alfred, el hermano soltero de mi madre, nos dijo en la fiesta de nuestro decimotercer cumpleaños a mi hermana Ivette y a mí «ya sois unas mujercitas a ojos de Dios»

Gracias he respondido, y al instante me he sentido como una tonta, igual que una de esas chicas de las películas de terror que sube escaleras arriba cuando el psicópata enmascarado las persigue en vez de abrir la puerta de la calle y gritar en busca de auxilio.

Luego me ha acariciado el cabello como si fuera mi novio y ha dado la vuelta y se ha marchado por donde había venido.

Geoffrey y Abraham se han girado entonces y me han mirado y han sonreído con aprobación, como si hubiera pasado el ritual de iniciación de su particular secta.

Durante unos segundos, he sentido que todas las miradas estaban fijas en mí, incluidas las de los dos monitores. Después, la fila se ha relajado.

¿Sabes algo de mitología?, me ha preguntado una voz detrás de mí. Me he girado, aún temblorosa. La que me ha hablado es Marjorie; es la primera vez que me dirige la palabra. De hecho, creo que es la primera vez que abre la boca en las casi tres semanas que llevamos aquí. He escuchado rumores sobre ella: dicen que está en la Fénix porque sorprendió a su padre acostándose con una mujer que no era su madre en su propia casa y cogió la escopeta de caza de su padre e intentó dispararles.

¿Por qué lo preguntas?, he contestado con otra pregunta.

Mi padre es catedrático de Mitología en Oxford, ¿sabes?

No, no tenía ni idea. Es lo único que he sabido contestar en ese momento.

Según la mitología griega clásica, había unas criaturas llamadas las Furias, unas mujeres aladas terribles nacidas de la sangre y el esperma derramado de Urano, cuya misión era la venganza, castigar los crímenes cometidos por los humanos… Lo cual cuadra muy bien con la condición de esta academia, la Fénix.

Semejante información me ha dejado tan descolocada que no he sabido qué decir. Marjorie ha debido leer la expresión desconcertada de mi cara, pues ha añadido:

Por otro lado, también existía la creencia de que las ninfas de las fuentes, llamadas Náyades, eran criaturas femeninas que atraían a los humanos con sus encantos y los mataban.

De verdad que no sé adónde quieres llegar le he dicho estupefacta.

Marjorie ha sonreído con una expresión que asustaba.

¿Te imaginas que esas criaturas mitológicas tuvieran una raíz real, tal como siempre dice mi padre? Miss Fury muy bien podría ser una mezcla de ambas me ha dicho sin dejar de sonreír.

No he sabido qué contestar… Pero sí, sin duda la directora parece un ser sacado de un libro de mitología o, mucho peor, de uno de terror.

Empiezo a pensar que aquí no encontraremos nada dice Greco, cansado de mirar volúmenes de la biblioteca.

Venid un momento ruega Giulietta. Nuestra pobre Giulietta, apenas una sombra de la chica descarada que conocí el primer día.

La seguimos hasta el pasillo principal, donde está el grueso de retratos de antiguos alumnos. Greco y yo caminamos con sigilo por miedo a que alguien nos escuche o a que aparezca el siniestro pájaro que se parece a la directora (y que a estas alturas ninguno de los tres se atrevería a asegurar que no fuera ella misma).

Giulietta nos señala uno de los retratos, el de un tipo repeinado cuya cara me suena muchísimo.

¿No veis nada raro en este?, pregunta.

Juraría que es el retrato de John Stewart, antiguo ministro de Asuntos Exteriores dice Greco.

No, no es eso replica Giulietta. Fijaos bien.

Greco y yo lo miramos atentamente. Sinceramente, me parece el típico producto de la Academia Fénix: bien peinado, ordenado, pulcro, un tipo que haría que tu madre se sintiera orgullosa si lo llevaras a casa y lo presentaras como tu novio.

Todos los retratos miran al frente menos él.

Era cierto: mientras el resto de fotos o cuadros colgados en la pared miraban al frente, desafiantes, los ojos de John Stewart miraban de soslayo hacia la esquina de su propio marco.

Es cierto coincide Greco.

¿Crees que significa algo?, le pregunto a Giulietta.

No lo sé, pero resulta curioso, ¿no?, contesta. Quizá se trata de un mensaje. Quizá estaba conchabado con el fotógrafo para dejar un mensaje o una pista. ¿Por qué no? Como en una película de espías.

Lo que dice Giu suena muy peliculero, sí; pero estamos en la Fénix. Y si algo hemos aprendido aquí, es a dejarnos llevar por nuestros instintos. Guiada por una intuición, me acerco al cuadro de Stewart y me coloco bajo el. Me aseguro de mirar hacia donde él.

Su mirada apunta a la antigua chimenea informo.

Mis dos amigos y yo enfocamos hacia el mismo lugar, hacia la chimenea tapiada.

Después de unos segundos de silencio, Greco descubre:

Uno de los ladrillos tiene un color más vivo.

Se agacha frente a la chimenea y comienza a probar los ladrillos. Efectivamente, el ladrillo que es de un color más oscuro que el resto parece moverse al tocarlo.

Está suelto dice Greco, al tiempo que trata de colar sus uñas en las junturas del mismo.

Empieza a moverlo poco a poco y a tirar de él. Finalmente logra sacarlo lo suficiente para agarrarlo con las dos manos y desprenderlo del resto: un hueco como una boca rectangular se forma en el centro de la tapiada pared de la antigua chimenea. Greco mete la mano en la cavidad y anuncia:

Aquí hay algo.

Sácalo le animo.

Greco tira de algo ante las miradas expectantes de Giulietta y mía.

Saca una libreta polvorienta. En un gesto instintivo, Greco sopla el polvo sobre su hallazgo.

¡Qué haces, loco!, lo regaña Giulietta. ¿Quieres que descubran el polvo?

Lo siento se disculpa nuestro amigo.

Greco abre la libreta y la lee en silencio durante unos segundos que se me antojan eternos.

Es un diario anuncia finalmente con un velo de emoción en la voz: el diario del antiguo alumno John Stewart.

Del diario de John Stewart

20 de julio de 1948

Hola, Rudolph.

Hoy no tengo tiempo para escribir, pero he venido para decirte que me alegro de que estés conmigo y de poder contarte mis cosas.

Martin tiene a Fiona. Yo te tengo a ti, mi amigo de papel que escucha mis problemas con paciencia.

¿Sabes qué dice siempre el padre Collins en clase de Historia? Que la historia de la humanidad, toda la historia desde el paleolítico hasta nuestros días, se ha escrito en el campo de batalla y en la cama.

Yo creo que se equivoca, se ha olvidado de la historia de la Academia Fénix.

Hasta pronto.

John Stewart

Del diario de John Stewart.

22 de julio de 1948

Hoy hace mucho frío, Rudolph. Se ha levantado viento y las hojas y las ramas de los árboles se mueven violentamente. No parece verano. He perdido la noción de las estaciones. Es trabajoso escribir. Tengo miedo. Creo que se han llevado a Martin a la torre gris. La torre es un viejo molino. Las astas parecen detenidas, pero cuando se llevan a alguien, al poco se ponen en funcionamiento. Me cuesta escribir, con el viento se levantan los folios, pero quiero explicarte esto: Martin se quejó en la comida. A Fiona se le cayó el trozo de pan y miss Fury lo pisó. Entonces Martin estalló:

Maldita bruja.

Lo dijo sin gritar; en voz baja, como si lo estuviera pensando y no quisiera decirlo, pero fue suficiente para que miss Fury lo señalara y los vigilantes se lo llevaran mientras él, entonces sí, gritaba que lo dejaran en paz, preso de la rabia.

Fiona acabó de masticar y me miró. Tenía la cara mojada, tan mojada por las lágrimas que miss Fury, al notar la humedad, se acercó rápidamente a su cara y se las secó con las manos, respirando muy profundamente, casi como un hombre mayor.

Pude escuchar cómo le decía:

Eres adorable, pequeña Fiona. Y pronto serás feliz.

Todo me parece extraño, Rudolph. ¿Qué puedo hacer sin Martin?

John Stewart

Del diario de John Stewart

23 de julio de 1948

Rudolph, estoy confuso.

Martin no ha vuelto. No sé qué hacer.

Vuelvo mañana.

Tu amigo John Stewart

Del diario de John Stewart

24 de julio de 1948

Rudolph, Martin sigue sin venir, sigue en la torre, sigue preso. Noto su ausencia y temo por él, a ratos pienso que no volveré a verlo.

Un apunte sobre miss Fury: ahora que se ha ido Martin parece que persiga a Fiona, la sigue a todas partes, la vigila, la controla, la toca incluso, sí, a veces se acerca a ella y le pasa la mano por la cara, la acaricia sin venir a cuento.

Es tan extraña miss Fury… La verdad, Rudolph, esa mujer no parece mujer. No sé cómo explicarlo. Si la miras a los ojos descubres un rostro de abuela, si la ves levantar una mesa parece un vigilante más, un hombre muy fuerte. Es la única persona que viste de negro, siempre lleva la misma ropa. ¿Qué le ha dado por Fiona? No lo sé. Pero voy a tratar de averiguarlo y te cuento.

Te dejo, Rudolph

Hoy tenemos montaje de relojes. Te escondo como siempre.

John Stewart

Del diario de John Stewart

25 de julio de 1948

Rudolph, esto sí que es un secreto y solo tú y yo podemos saberlo. En ausencia de Martin, Fiona se ha acercado a mí, me habla todo el tiempo y me ha dicho que salga con ella por las noches y que busquemos el método de rescatar a Martin.

Cuando Fiona me ha explicado su plan al oído, al notar su labio en el lóbulo se me ha erizado la piel. Nunca había tenido a una chica tan cerca, no de esa forma. ¡Es tan hermosa! Y yo tan tímido… ¿Qué puedo hacer? Fiona me esperará esta noche junto a los lavabos.

Ella quiere escapar como sea y parece muy convencida, quiere que rescatemos a Martin y huyamos los tres.

Y es que hoy ha pasado algo insólito: miss Fury ha llamado a Fiona y le ha pedido que llorara para ella. Fiona teme a miss Fury, cree que ha enloquecido y cree que puede acabar con ella. Además, Gary Finnegans le ha dicho que miss Fury roba el alma de las niñas que ama. Gary Finnegans no suele hablar mucho, pero siempre está tranquilo, y dice que un antepasado suyo ya había estado aquí, a principios de siglo. Yo no me lo creo, pero he recordado que Martin me decía que había fotos de alumnos en un pasillo secreto que nunca he visto. La imaginación de Gary Finnegans va muy lejos, porque nos ha dicho que miss Fury también era la directora cuando vino su abuelo. ¡Ja, ja, ja! Por poco no he empezado a reírme.

Rudolph, si me atrevo a ir con ella, es probable que no vuelva más. Si no volvemos a vernos, si no vuelvo a tocarte y a tenerte en mis manos, que alguien algún día te encuentre y pueda liberarse de este infierno y ya no exista miss Fury.

El mayor problema es que no sé si quiero liberar a Martin, a ratos prefiero que no vuelva.

John Stewart

Rudolph, ¿me gusta Fiona?