Capítulo 5: Iris

El mejor momento del día es el despertar, esos cuatro o cinco segundos antes de reconocer donde estás. Luego todo se te viene encima como una pesadilla; solo que es una pesadilla muy real: no estoy soñando, estoy en la Academia Fénix, el lugar que ha conseguido «enderezar» a generaciones de hombres y mujeres que hoy son destacados miembros de la sociedad… O eso repite la directora, miss Fury, con su voz atronadora, una voz que parece tener cientos de años a cuestas. ¿Y qué pasa si yo no quiero que me «enderecen»? Sé que no soy perfecta pero, ¿no son las imperfecciones lo que nos distingue de los demás, lo que nos diferencia a unos de otros? Si no, todos seríamos iguales, como cromos repetidos, un ejército de clones grises. Y claro que he cometido errores, como lo de quemarle la moto al memo de Jonas, pero ¿cómo voy a crecer sin cometer errores? Recuerdo las clases de biología en el instituto: la vida tal como la conocemos es el fruto de miles de años de evolución. Y, al fin y al cabo, yo apenas acabo de cumplir los dieciséis. ¿Se supone que Ivette es más madura que yo porque nació siete minutos antes? Si realmente fuera más madura podría haberse puesto en mi lugar por una vez y haber intercedido por mí ante nuestros padres. Pero no. Recuerdo la expresión de satisfacción de su cara cuando me dijeron que me iba a traer aquí y que, mientras ellos tres estarían de crucero por el Mediterráneo, poniéndose morenos bajo el sol de las islas griegas, yo estaría encerrada y aislada del mundo como si fuera un peligroso terrorista. Ivette y yo, tan idénticas en la apariencia que puedo saber cómo me va a quedar un vestido si ella lo lleva puesto, pero tan diferentes en todo lo demás.

Poco a poco, mis ojos se van adaptando a la oscuridad de la habitación que comparto con otras cinco chicas, incluida Giulietta. Miro hacia su cama y descubro que no está. Supongo que habrá ido al baño, a pesar de que está prohibido levantarse antes de que suene el timbre. El resto de mis compañeras respiran pesadamente, sumidas en sus sueños profundos. ¡Qué envidia! La verdad es que no sé por qué no puedo hacer lo mismo: terminamos el día agotados físicamente por las clases de gimnasia y mentalmente por el resto de materias y, sobre todo, por la tensión a la que nos someten aquí. Es como si quisiera minar nuestra voluntad… y está claro que se les da muy bien.

De pronto siento que tengo que pensar en otra cosa o no tendré fuerzas para continuar. Me levanto de la cama y, sin hacer ruido para no despertar a mis compañeras, me acerco a los lavabos. Todo está oscuro, apenas entra algo de claridad de la luna por las ventanas que están al final del pasillo. Antes de ver a Giulietta, la oigo sollozar. Está apoyada en una pila del lavabo, mirándose en el espejo con una expresión de niña que se ha perdido.

Hey, hey, ¿qué te pasa? Me acerco hasta ella. ¿Por qué lloras?

Se vuelve y me mira y trata de esbozar una sonrisa. Luego dice:

Mira que cara. No soy nadie sin maquillaje.

Pero si eres preciosa le digo tratando de animarla, pero sin faltar a la verdad: Giulietta es guapísima. No te hace falta maquillaje con esa piel de melocotón que tienes y esos ojazos.

Ella niega con la cabeza, como dándome a entender que no se trata de eso:

Apenas reconozco mi reflejo en el espejo dice estirando con evidente desagrado la chaqueta del chándal que lleva, el chándal gris y sin formas que todas llevamos.

Entonces comprendo por qué llora Giulietta: el maquillaje y la ropa son las armas con las que una chica se enfrenta al mundo cada mañana, son al mismo tiempo su escudo de protección y su tarjeta de presentación; y todo eso nos lo quitaron el primer día al llegar aquí, dejándonos indefensas y sin argumentos.

Sin darle tiempo a protestar, le doy a Giulietta un fuerte abrazo.

Tía, tienes más fuerza de la que parece dice riendo.

La suelto y le digo:

Sí que la tengo, ¿verdad? Debería acercarme a donde quiera que duerma miss Fury (si es que esa bruja duerme), darle una buena patada en su arrugado culo y luego marcharme por la puerta sin volver la vista atrás.

Pues sí, eso deberías hacer. ¿Me llevas contigo?

Por supuesto, pequeña contesto poniendo mi acento de cowboy. Conmigo estás a salvo.

Ambas nos reímos de buena gana y, por un momento, la imagen de Ivette me viene a la mente y trato de recordar cuándo fue la última vez que nos reímos juntas. No lo consigo.

¿Por qué te dejaron tus padres aquí?, me pregunta. ¿Qué hiciste que fuera tan malo?

Le quemé la moto a un imbécil por enrollarse con mi hermana gemela en vez de conmigo. Y al decirlo en voz alta me doy cuenta de lo infantil que suena.

Giulietta se ríe:

Vaya, nunca hubiera dicho que eras una pirómana.

Mis padres tampoco. Supongo que les entró miedo de que le hubiera cogido el gusto a lo de quemar vehículos y me diera por incendiar el garaje me río. De pronto, toda la angustia que tenía hace apenas unos minutos, tumbada en la cama, ha desaparecido.

¿Y tú?, le pregunto. ¿Por qué estás aquí?

Le pegué a uno de mis profesores.

¿Qué?, me vuelvo a reír. Cuesta creer que Giulietta le pueda pegar a alguien con esos bracitos pálidos suyos.

Como si intuyera mis pensamientos, añade:

Le di una buena patada con mis Martens en… Bueno, en sus partes dice sin poder evitar sonreír.

Guau. Entonces quizá seas tú la que te tenga que protegerme a mí y darle su merecido a la directora. ¿Qué es lo que te hizo? ¿Te suspendió?

¿El profesor? No. Trató de besarme.

De pronto ambas nos ponemos serias.

¿Se sobrepasó?

Es una larga historia.

No puedo escapar de aquí hasta dentro de siete semanas le digo, guiñándole un ojo para animarla a hablar.

Giulietta suspira profundamente. Apoyamos la espalda contra una de las paredes de azulejos y nos dejamos resbalar hasta sentarnos en el frío suelo.

Duncan, el profesor Hill, es realmente guapo. Alto, elegante, con una voz que parece envolverte y que hace que cualquier cosa, incluso la Reforma protestante, sea una lección interesante. Reconozco que yo empecé a tontear con él. Ya sabes, le hacía preguntas después de clases y lo miraba fijamente cuando me cruzaba con él por los pasillos. Pero era algo completamente inocente. Al menos por mi parte. Todas las chicas tenemos a alguien con quien fantasear, eso hace que la rutina diaria sea menos aburrida. Pero jamás, y puedes creerme, pensé en tener algo con él.

Te creo le digo. Y ella me mira agradecida.

La cuestión es que un día me lo encontré en los aparcamientos, detrás del instituto. Yo había estado estudiando en la biblioteca y, cuando salí, era la hora de cenar y no había ni un alma en los alrededores. La verdad es que mi instituto puede ser un poco siniestro de noche, así que estaba algo nerviosa. Por eso, cuando vi que se acercaba a su coche, me sentí aliviada y grité su nombre para llamar su atención. Él se giró y me saludó con la mano. Parecía contento de verme. Me contó que había estado corrigiendo exámenes (de hecho, me felicitó por el mío, y añadió que al decirme eso estaba saltándose las reglas). Se ofreció a llevarme a casa en coche y pensé: «¿por qué no?». Al principio fue muy educado, me animó a cambiar de emisora si la música no me gustaba y me preguntó cuáles eran mis grupos favoritos. Ese rollo. Pero luego, al pararse en un semáforo, colocó la mano sobre mi hombro y me dijo que se había fijado en como lo miraba. Entonces me puse nerviosa. Me dijo que podría meterse en un lío, pero que por una chica tan guapa como yo valía la pena correr el riesgo y que la historia podría funcionar si yo sabía mantener la boca cerrada. Y ahí es cuando me asusté de verdad. Pero no fue el susto lo peor, sino la decepción. Descubrir que él no era diferente, que no era un verdadero caballero. ¿Entiendes lo que quiero decir o te parezco una niñata tonta?

Claro que te entiendo le respondo. Tú habías fantaseado con un hombre íntegro y ahora descubrías que miserable capaz de tratar de seducir y aprovecharse de una adolescente.

Exacto. Exactamente eso. Y entonces trató de besarme. Le di un empujón todo lo fuerte que pude, me quité el cinturón y, aunque quiso retenerme, conseguí salir del coche y empecé a correr. Entonces, escuché cómo me gritaba que era una guarra y que más me valía no contar nada porque nadie creería a una chica que se vestía como una furcia.

¡Qué cerdo!

Giulietta asiente.

Ni te imaginas qué rabia sentía. Sus palabras me estuvieron rebotando en la cabeza toda la noche, y lloraba de pura rabia lamentándome por no haberle puesto en su sitio. Apenas pude dormir. Así que a la mañana siguiente, antes de empezar las clases, lo vi en uno de los pasillos llenos de alumnos que entraban en las aulas, hablando con otro profesor. Me fui directa hacia él y, sin darle tiempo a decir palabra, le di una patada en sus partes con todas mis fuerzas. Los dos caímos al suelo, yo de culo por la fuerza del impulso y él retorcido de dolor. Te juro que durante unos segundos me sentí de maravilla. De pronto, me di cuenta de que todo el pasillo estaba en silencio. Hasta que los demás alumnos empezaron a reírse y a gritar chorradas. Parecía el comienzo de una revolución. Me levanté y traté de irme, pero el otro profesor me agarro. Total, que acabe en el despacho del director con mis indignados padres. Les conté, delante del profesor Hill, lo que había pasado a noche anterior. Por supuesto, él lo negó todo y le dio la vuelta a la historia: dijo que se había ofrecido a llevarme a casa en coche y que ese había sido su error, porque yo me había abalanzado sobre él y había tratado de besarlo, por lo que se vio obligado a invitarme a bajar, y que entonces yo le había amenazado con difamarlo y arruinarle la carrera por sentirme despechada.

¡Menudo tipejo!

Pero eso no fue lo peor. No. Lo peor es que todo el mundo, incluso mis padres, creyeron su versión. ¡Mis propios padres piensan que voy por ahí besando y acosando a profesores! Por supuesto, me expulsaron del instituto.

¡Pero eso es muy injusto!

Y sabes qué es lo más triste. Lo más triste es que jamás he besado a nadie. Jamás. Y sin embargo ahora todo el mundo cree que soy una especie de pervertida sexual.

Reconozco que me sorprende. Yo he besado a dos chicos en mi vida. Pero nada serio, rollitos de verano. Recuerdo la primera vez. Fue con Eduardo, un chico español durante las vacaciones en Mallorca. Y recuerdo que fue decepcionante. Ya sé que por el hecho de que te besen no vas a sentirte emocionada como si fuera un festival de fuegos artificiales o como si bajaras por una montaña rusa. Pero esperaba que fuera más especial. No sé, que fuera menos un simple acto físico.

Entonces suena el timbre para despertarnos y Giulietta y yo damos un respingo por el susto.

Durante todo el día me siento mejor: Giulietta y yo nos hemos abierto y al menos me llevé algo bueno de la estancia en este espantoso lugar: una amiga de verdad.

Y además está Greco. Durante las clases nos buscamos con la mirada, pero no coqueteando, sino buscando ánimo y apoyo el uno en el otro. A pesar de no poder hablar entre nosotros cuando estamos rodeados de monitores, tenemos una evidente complicidad. Un buen rollo que, como si fuera cosa del destino, nos hace coincidir esa misma noche. Giulietta y yo nos levantamos ateridas de frío. La temperatura baja muchísimo por la noche; nadie diría que estamos en pleno mes de julio. Además, todas hemos empezado a perder peso, con lo que tenemos menos energía para combatir el frío. Así que Giulietta y yo decidimos salir en busca de mantas. Hay una habitación justo en medio del pasillo que separa nuestro pabellón del de los chicos, de la que hemos visto sacar mantas a los monitores. Sigilosamente, nos movemos en la oscuridad como si fuéramos ladronas. Tenemos miedo de encontrarnos a alguno de los esbirros (así es como los llama Giulietta) de la directora, que esté velando por nuestro sueño. Pero, sorprendentemente, no nos encontramos con nadie. Supongo que nos creen tan cansados y aterrorizados que no piensan que nos podamos (o nos atrevamos a) levantarnos de nuestras camas. Lamentablemente, la puerta del cuarto de la ropa de cama está cerrada.

Si fuéramos unas auténticas delincuentes sabríamos abrir la puerta con una horquilla o algo así bromea Giulietta.

¿Una horquilla? ¡Si nos han quitado todas nuestras cosas!, me río yo.

Entonces escuchamos unos pasos que vienen del otro pabellón. Nos asustamos y nos acurrucamos en la oscuridad. Entonces vamos la silueta alta y delgada de Greco, que se asusta tanto de nosotras que casi nos da un ataque de risa. No puede dormir y se ha levantado para ir al baño. Por un momento, el hecho de estar ahí los tres despiertos, en la oscuridad silenciosa de este sitio olvidado del mundo, es una aventura emocionante. Pero de pronto escuchamos un ruido, una especie de pasos que provienen del final del pasillo. Instintivamente agarro las manos de mis dos amigos y nos volvemos asustados. Entonces vemos lo que menos esperamos. ¡Es un pájaro! Pero un pájaro extrañísimo: del tamaño de un hombre adulto, con una cabeza grande erizada de plumas y unos andares más humanos que animales. Nos apretujamos e la oscuridad, aterrorizados. La silueta del pájaro se recorta contra la luz de la luna que entra por las ventanas del final del pasillo. Parece que asoma su cabeza en las habitaciones como buscando algo o, tal vez, comprobando que todo está en orden.

Se parece a la directora susurra Giulietta.

Es cierto. En la distancia, se puede decir que aquél pájaro no es sino miss Fury disfrazada.

Entonces, tal como ha aparecido, de pronto el pájaro desaparece al doblar una de las esquinas, como si fuera un mal sueño.

Estamos al menos cinco minutos de silencio, inmóviles, temerosos de que aquella criatura vuelva a hacer aparición. Finalmente, me incorporo y me atrevo a decir lo que estoy segura que mis dos amigos piensan:

Tenemos que escapar de este lugar cueste lo que cueste.