Capítulo 3: Iris

Esta mañana me he despertado muy pronto y he bajado con este horroroso chándal puesto a respirar el aire fresco de la madrugada. Todavía quedaba cuarenta minutos hasta la clase de gimnasia de primera hora. En la parte de atrás del pabellón me he encontrado al chico alto que Giulietta y yo vimos al entrar aquí; trataba de raspar su nombre escrito en las zapatillas con una piedra pequeña. Creo que se ha asustado al verme porque ha dado una especie de saltito muy divertido y casi se cae de espaldas.

Ah, hola.

Buenos días he contestado, intentando no reírme.

Buenos días.

¿No te gusta tu nombre?, le he preguntado.

No. No es que esté mal, es que está ligado al pasado y, no sé, me gustaría cambiar. Y quizá la mejor forma de empezar es cambiarme el nombre

¿Y cómo te gustaría llamarte?

¿Cómo crees tú que debería llamarme? Al preguntarme esto me ha sonreído por primera vez, una sonrisa amplia y cargada de coquetería.

Greco he contestado enseguida, intentado no sonrojarme.

¿Greco?

Sí, por el pintor.

Me gusta. Sí, me gusta mucho, la verdad. A partir de ahora puedes llamarme Greco.

Encantada de conocerte, Greco le he dicho al tiempo que le tendía la mano.

Él me la ha estrechado con firmeza y eso me ha encantado. No soporto a los tíos que te saludan con la mano floja como si tuvieran miedo de que fueras a romperte por el simple hecho de ser chica.

Nos hemos quedado unos segundos callados, sin saber qué decir. Los primeros rayos del sol empezaban a colarse por entre los árboles.

Es extraño: aquí no se escucha nada, ni siquiera los pájaros. Lo ha dicho sin mirarme, como si se lo dijera a sí mismo.

Tiene razón. Dentro de estos muros el silencio es como si estuviera vivo. Se siente tan presente, tan pesado, como si fuera un manto que cubriera todo este lugar perdido en mitad de la nada.

Es cierto. No se escucha nada, solo el arroyo he admitido.

Con tantos árboles, en medio del bosque, cualquiera creería que debería haber un montón de pájaros. Sus ojos tristes se han perdido en el horizonte de ramas.

O de insectos. Giulietta ha aparecido de repente, sobresaltándonos. En esta época debería haber mariposas por todas partes ha dicho con aires de entendida.

Y luego ha añadido:

Parece que vosotros también tenéis el sueño ligero, parejita.

Greco y yo nos hemos sonrojado al instante y Giulietta ha soltado una risilla maliciosa.

Entonces, de detrás de unos de los pabellones ha aparecido corriendo el monitor de gimnasia, un tipo rapado que nunca suda a pesar de que se pasa el día trotando y dando saltos. Cuando nos ha visto se ha dirigido a nosotros con el ceño fruncido, como si nos hubiera pillado tratando de incendiar el bosque.

¿Qué hacen ustedes aquí? ¿Conspirar?, nos ha increpado, con un fuerte acento extranjero que no he sabido ubicar.

Nada ha contestado Greco. Tomar el aire.

¿Cómo han salido del edificio?

Estaba abierto he contestado.

Venga, dejen de perder el tiempo. Vayan a la clase de gimnasia. ¡Pero ya! ¡Al trote!

Por un momento, me han entrado ganas de chillarle que nos dejara en paz; luego he pensado en preguntarle por los pájaros. Pero no he abierto la boca. No he tenido valor ni fuerzas. Creo que nunca he hecho tanta gimnasia en mi vida como en estos dos días que llevo aquí. He sentido ganas de llorar, pero entonces, Greco me ha sonreído con complicidad, como diciendo «sé lo que estás pensando», y al instante me he sentido mejor.