LISARDO EXPÓSITO LLAMA A TOROSANTOS
—Despierta, Toro, ehh, despierta. Es Lisardo —dice Dalila, zarandeando a Toro.
—¿Qué hora es? —pregunta Toro—. ¿Es mi madre?
—Más de la una. Después de la pesadilla de la piscina te has quedado completamente dormido. Y es Lisardo, contesta.
—¿Dormido? ¿Dormido? ¿Me quedé dormido después de la pesadilla? —pregunta aturdido Torosantos, y luego pregunta a Lisardo—, ¿qué quieres? ¿Dónde? Vale, a las dos y media en Sabores de la India. ¿Me quedé dormido después de la pesadilla? —pregunta mientras cierra el teléfono.
—Como un niñico. Milagros del agua corriente —dice Dalila Love.
ROSCÓN DE REYES EN SABORES DE LA INDIA
Además del arroz, del pollo tandoori, de las bolas de espinaca y cordero, en Sabores de la India ofrecen hoy, como obsequio a sus clientes en el día de Reyes, roscón de nata.
Dalila Love y Lisardo desean que les toque la sorpresa; el camarero, un hindú de Calcuta, les ha dicho que se trata de una sorpresa muy especial.
—La tengo —dice Lisardo dando vueltas en su boca a una bola, y en ese momento su teléfono empieza a sonar, limpia de nata el envoltorio de la sorpresa y se la mete en el bolsillo.
PERLA TELEFONEA A LISARDO
El teléfono móvil de Lisardo Expósito suena con la música del Séptimo de Caballería.
—Vamos a acabar este asunto de una vez. Esta tarde, tiene que ser esta tarde, tenéis que venir a la productora. Presentables, preparados, vais a trabajar. Quiero terminar con esta deuda miserable, ¿vale? —dice Perla, y cuelga inmediatamente.
PRODUCCIONES CUM
Es un terreno enorme, rodeado de un seto muy alto y con cipreses. Para llegar al chalé hay que atravesar una puerta de metal, que se abre cuando el Opel Corsa negro llega, y avanzar por un camino de tierra y piedras de un par de kilómetros, rodeado de árboles frutales. La casa está envuelta por enredaderas. En la parte trasera de la casa hay una piscina, cubierta por una lona verde, y una nave gigantesca donde les está esperando Rafael Perla, que les hace señales para que aparquen.
La nave es un enorme plató. Por todas partes hay muebles y camas y decorados medio destrozados que son consultas de médicos, un confesionario, un autobús cortado longitudinalmente, hay telones azules, coches, espejos, mesas, sillas, camas redondas, camas enormes, literas de cárcel, bicicletas, perchas abarrotadas de monos de trabajo, trajes de policía, vestidos de época, uniformes militares, bikinis, sujetadores, cabinas telefónicas, bragas, disfraces de payaso, vestidos de fiesta, focos.
Perla les guía por el almacén, atraviesan una gruesa puerta metálica y entran en un estudio lleno de luces. En una especie de pecera, que es el centro del escenario, hay un decorado que simula una casa moderna de una pareja desinhibida, el cuarto de estar está presidido por una enorme fotografía de Sebastiáo Salgado en la que aparecen miles de mineros de una mina a cielo abierto en Brasil.
Por una de las puertas del escenario entra una mujer de unos cincuenta años, teñida de rubio, lleva puesta una especie de bata, lencería de fantasía y unas zapatillas con la forma de la cabeza de la rata Minney, con un enorme lazo rosa. La rubia de más de cincuenta años se sienta en el sofá y coge una revista, que ojea distraídamente, mientras hace gestos ostentosos de aburrimiento. La cabeza de un perro enorme, quizá un dogo, asoma por una rendija de la puerta por la que ha entrado la rubia teñida de más de cincuenta años. La rubia de más de cincuenta años hace un gesto para que el perro se acerque y se suba a sus rodillas. La rubia de más de cincuenta años le acaricia la cabeza al perro, quizá un dogo, negro, y luego le acaricia el vientre y luego le acaricia el pene al perro, que es dócil, manso, extrañamente, porque parece fiero. La rubia de cincuenta años agacha su cabeza y empieza a chupar la polla del perro. Le chupa la polla al perro y le acaricia el lomo al perro, quizá un dogo, manso y negro. La rubia le chupa la polla al perro con los ojos cerrados. Luego la rubia se pone a cuatro patas, el perro se sube a su espalda y la folla hasta eyacular.
ANA ROCHE, AMA DE CASA
Ana Roche tiene cincuenta y seis años. Tiene el pelo teñido de rubio. Su marido, Marcos Sabirón, se ganaba la vida escribiendo novelas rosas y novelas del Oeste y novelas policiacas y biografías de famosos, el Cid o Al Capone. Marcos Sabirón utilizaba los seudónimos S. Saint y Roy McSab y John Irons y S. Byron y Sam Brains y Tom Birds y Marc Birds y algunos otros. Marcos Sabirón murió atropellado por un coche, de noche, en una carretera oscura y llena de moreras.
Ana Roche escribió novelas rosas y novelas del Oeste y novelas policiacas y biografías de famosos con los mismos seudónimos que su marido, y con uno de su creación, Ann Mansfield, hasta que, una por una, todas las editoriales quebraron. En una de las editoriales, que dio un giro para seguir en el mercado, le propusieron escribir historias eróticas para una revista que acababan de lanzar, Diana Eros. Su vida sexual no había sido apasionante ni divertida, sino tosca, vulgar, y en todos sus relatos, desbordados de imaginación, había un poso de amargura y de resentimiento que el lector, el supuesto lector, entendía perfectamente.
Ana Roche tenía treinta y cuatro años y de escribir relatos pasó a posar en las fotonovelas, que ella misma escribía, haciendo el papel de ama de casa insatisfecha. Era lo más parecido a una estrella. Nunca ha abandonado la pornografía y, ahora, la rubia teñida de sesenta y pocos años hace películas de mujer madura que no quiere perderse ningún placer.
DE «JODIDA VIUDA, SIN JODER. MEMORIAS DE UNA ESCRITORA DE RELATOS ERÓTICOS» DE ANA ROCHE (Inacabadas)
Estaba completamente viuda. Todo lo viuda que puede estar una mujer de veintitrés años. Mi marido había querido ser escritor. Escribió unas cuantas novelas serias que Aldecoa le rechazaba una y otra vez. Ni siquiera se supo colocar en el cine como Azcona, o por lo menos haciendo publicidad como Clarimón, ésos eran sus amigos, y también Eduardo Alonso, que jugaba a ser mecenas. Luego empezó a escribir su millón de novelas policiacas. Y novelas rosas para la Biblioteca de Chicas. Y novelas del FBI para la colección FBI. No las leí todas. Puede que él tampoco las leyera enteras. No sé si creía todavía que era escritor cuando escribía cosas como éstas: «Tranquilícese, Miss Rushell. Todo lo que nos rodea en este momento es auténtico. Incluso aquellas cosas que parecen obra de una magia caprichosa y extraña: ese verde color esmeralda del agua; el cielo, tan limpio y transparente; esa luz del ocaso que sugiere el incendio de un mundo que ardiera más allá del mar… Todo eso es real, prodigiosamente real. Lo más hermoso y verdadero de cuanto nos es dado gozar en esta vida. Y en otro orden, en el humano, esa imagen que de la ciudad podemos contemplar desde aquí también es auténtica. Y nadie puede negar que resulta muy bella. ¿Ve la playa, allá, a la izquierda? Evoca una gargantilla de oro que las olas quisieran arrebatarle a la tierra… Mire hacia el puerto. Barcas pescadoras, veleros, yates… Un trasatlántico, barcos de carga… ¿Cuántas serán las historias que vendrán a anudar y deshacer todas esas naves?» Pero se murió, cayó por el hueco de un ascensor, una muerte idiota, molesta, y se murió también el escritor. Y tuve que empezar a escribir. Primero, imitar la manera de escribir de mi marido. No fue difícil. Ni tampoco fue difícil hablar con los editores, porque ellos preferían a las mujeres escritoras.
Hablé con una de ellas, Rosa María Cajal.
Me contó cómo trabajaba ella. No me sirvió de mucho. Me pareció que llevaba una vida triste, más triste que mi propia vida. Había conocido a mi marido. No me dio el pésame.
Más tarde se acabaron todas esas publicaciones de amor y policiacas. Se dejaron de vender, cerraron las editoriales, una tras otra. ¿Se habían muerto de repente todas las lectoras? ¿Ya nadie quería un poco del amor más falso?
Los editores solían decir que la culpa era de la televisión.
No sé si los escritores no follan, pero mi marido no follaba. No me recuerdo follando con él. Lo que es follar, lo que luego he visto que era follar. Primero, lo vi en el cine, quizá eso hizo que pensara en el sexo como lo veía en el cine. No estaba mal lo que veía en el cine. Los primeros relatos eróticos o sexuales o pornográficos o verdes o como demonios quieran llamarlos los escribí sólo con lo que sabía del cine. Si había tenido sexo con mi marido se me había olvidado; nada que tuviera que ver con lo que pasaba en la pantalla. Muchas veces he pensado que mi marido era homosexual, y otras que no me deseaba, que no me veía deseable; qué distinto de los que ahora compran cualquier cosa que lleve el nombre de Ana Roche.
Cuando se publicaron los tres o cuatro primeros relatos, en revistas como Cerradura Sexual o El Conejo de Navidad, imitaciones baratas de Playboy, recibí bastantes cartas en las que me proponían aventuras sexuales. Siempre tuve imán para los enfermos, para los perturbados, para los retrasados, quizá mi marido perteneciera a alguna de estas categorías. Nunca había hecho el menor caso, y si me había referido en alguna ocasión a ellas era para bromear con los editores.
Cuando faltaban un par de meses para que cumpliera los cuarenta y tres, cedí a la tentación de responder una de esas cartas.
Efectivamente, apareció un enfermo, pero lo peor fue que me dejé llevar por aquel enfermo, decía llamarse Blas Sirin, sin ninguna razón; con la excusa de que me serviría para escribir, o simplemente porque lo deseaba. Me dejé follar por ese loco. Me tocaba por todas partes, me tocaba el coño, los pezones, el culo, el ano, la cabeza. No sé si me repugnaba o si me gustaba, no me veía capaz de diferenciar los sentimientos, las sensaciones.
Me folló más de cien veces, todos los días, por todos los sitios, todos los agujeros, como los llamaba él. Me meaba encima, me tiraba a su perro encima. Todos los locos tienen un perro, creo. Un animal, por lo menos. Éste tenía un perro lobo o mezcla de lobo con algo. Me metía la lengua en los oídos, eyaculaba en mis tetas, me azotaba con una cadena de metal, me tiraba cera ardiendo en los pezones, me envolvía en plásticos, me ataba. Fue como un curso superior de sexo. Un día le mordí los testículos y le metí un palo de escoba por el culo y se lo partí cuando tenía más de veinte centímetros dentro. Debió de dolerle. Sentirme humillada fue algo importante para mí. No era educado ni amable ni cariñoso ni buen amante pero fue como bajar al infierno un rato y volver cargada de mierda suficiente para escribir durante cien años.
LAS INSTRUCCIONES DE DUM DUM SAZ A DALILA LOVE Y TOROSANTOS
—La cosa es muy sencilla. Estáis en vuestra casa, vuestra casa feliz, es una casa con niños, ya lo veis por el desorden, pero ahora no hay niños, seguramente están con sus abuelos, por eso no os preocupáis de nada, sois felices, muy felices, los más felices del mundo, pensáis, además, que ninguno de vuestros amigos es más feliz. Habéis vuelto de vuestro estupendo trabajo que os permite pagaros esta casa y pagaros vuestras cenas y vuestros viajes. Habéis votado a la izquierda, aunque no militáis os sentís de izquierdas. Sois un matrimonio muy liberal, aunque os casasteis por la Iglesia, ya sabemos: cuestiones familiares, no conviene montar follón. Sois, además, un matrimonio con una vida sexual muy activa, tenéis Canal+, quizá alguna noche del viernes veis películas pornográficas. Sois muy cachondos, queréis demostrar al mundo que os queréis. Una pareja que se da placer y que es capaz de dar placer a los demás, sin inhibiciones de ninguna clase. Si eres feliz no tienes inhibiciones —dice Dum Dum Saz, al principio como si fuera la voz de Dios, porque se le oye alto y claro pero no se le ve, después como si fuera un simple empleado que cumple órdenes, cuando aparece desde detrás de una torre de iluminación, vestido con un chándal negro—. Nada de nervios, estáis en vuestra casa, las cámaras no os molestarán, ni siquiera las vais a ver. ¿Podéis verlas? No las veis, no las vais a ver. Ahora, cuando estéis cada uno en vuestro camerino, os daré las indicaciones para que todo vaya bien, ¿O.K.?
—¿Y el dinero? —pregunta Lisardo Expósito a Rafael Perla—, ¿tienes preparado el dinero? Sin dinero ni Dalila Love ni Torosantos van a mover el culo, ¿entendido?
DUM DUM SAZ, DIRECTOR DE CINE
Empezaron a llamarle Dum Dum porque se parecía a Dum Dum Pacheco, un boxeador que había estado en la cárcel, con una melena que le caía por la cara y unos bigotes largos y negros. Luego se le cayó el pelo y se afeitó el bigote pero ya se llamaba Dum Dum Saz. Fue segundo ayudante de dirección de Carlos Saura en La caza y dirigió una película, El amor, la muerte y los demonios, basada en las novelas breves de María de Zayas, que se pasó en un festival en Alemania, tuvo una crítica discreta y ningún público. Quiso hacer otra película, que reunía textos de Agustín Pérez Zaragoza, que no encontró productor en París, donde la estaba moviendo y donde conoció a Rafael Perla, con el que acabó creando Producciones Cum.
Dum Dum Saz se ha encargado desde entonces de escribir los guiones, dirigir las películas, instalar luces, poner las cámaras, montar y sonorizar, levantar de cero este estudio. Aunque hace años que se olvidó de su vida como director de cine «de calidad» le gusta que sus productos X se diferencien de los demás. Mientras otros hacían la versión porno de Blancanieves y los sietes enanitos Dum Dum Saz llevaba a la pantalla una adaptación sexual de El comulgatorio de Baltasar Gracián.
Ahora ha desaparecido la ficción casi por completo, sólo se quiere verdad, parejas de verdad follando de verdad en sus casas de verdad y perros de verdad con las pollas chupadas por viejas sin dentadura de verdad a las que han atado las manos unas embarazadas de verdad. Todo verdad. Todo lo que odia Dum Dum Saz.
PORNOGRAFÍA (ESPECTÁCULO), por Dum Dum Saz.
Imprenta de R. Gallifa, Zaragoza, 1981. 132 págs.
Sobre la eyaculación
Quiero exponer por qué la eyaculación es el centro de la pornografía (no hablo de pornografía lésbica: aunque podría aquí describir los consoladores/vibradores con depósito seminal y otras fantasías de amor entre mujeres), el momento fundamental de cualquier espectáculo pornográfico.
La eyaculación tiene que ser abundante, también tiene que ser mostrada en su totalidad (y en el caso del cine pornográfico, en primerísimos planos). No hay pornografía sin eyaculación a la vista, diríamos que la eyaculación es en sí la pornografía, el único motivo de la pornografía.
[Es evidente que respecto a la verdad/autenticidad/certeza del orgasmo de la mujer, y no sólo en la pornografía, poco puede saber el espectador, si acaso sospechar que no se ha producido, que es todo un fingimiento, es decir, el mismo que se plantean antes sus parejas, aunque hay espectadores que creen detectar el orgasmo verdadero de las actrices pornográficas y el orgasmo falso de las actrices pornográficas. Poco se puede saber, nada realmente. Ni siquiera hablando con las propias actrices pornográficas; pertenece, sin duda, al terreno del secreto.]
Y el principal motivo es que la eyaculación se convierte en el único elemento verdadero (creo que no es necesario recordar que es difícil equiparar los órganos sexuales de los actores pornográficos con los órganos de los espectadores: son enormes y por lo tanto suponen un elemento de ficción, de falsedad) del espectáculo pornográfico; así, es necesario rodar la salida del semen en primeros planos, para evitar cualquier suspicacia. El lugar de la eyaculación (la cara, la espalda, el pubis, la boca, el pelo, el cuello, el vientre, la mano, el culo, todas las demás partes del cuerpo ajeno y propio) varía, lo que no puede variar es el plano de la eyaculación, es el único momento de homologación, de igualación.
El actor pornográfico no necesita un largo proceso de seducción, de tiempo para lograr su objetivo: copular/follar/hacer el amor/joder por todos los agujeros a la mujer que tiene delante. El actor pornográfico está dotado de un sexo de un tamaño no normal (siempre más grande de lo normal), constituye, entonces, otro momento de la ficción. El actor pornográfico no sufre nunca eyaculación precoz. El actor pornográfico está alejado de las enfermedades sexuales. El actor pornográfico vuelve locas de placer a sus compañeras (también en el cine de temática homosexual vuelve locos a sus compañeros).
El único momento verdadero de igualación del actor pornográfico con el espectador se produce, pues, en el instante de la eyaculación.
El hombre enfermo, por ejemplo el enfermo de diabetes, tiene problemas de erección y tiene problemas de eyaculación. Su eyaculación es débil, no sale despedido el semen. El semen no tiene fuerza. Es un semen, como su propio cuerpo, enfermo. Todos, salvo los hombres enfermos, el hombre diabético, somos iguales en la eyaculación.
Se han querido, a veces, descalificar como ficción, también, algunas eyaculaciones de actores pornográficos. Se habla de leche condensada, por ejemplo, se habla de pomadas, de cualquier líquido/sólido susceptible de pasar por semen. Quizá haya sido así en pornografía gráfica, no cinematográfica, donde se pueda fingir una eyaculación con más o menos ficción, como en las fotonovelas amorosas se finge el sentimiento de dolor y el sentimiento de amor y el sentimiento de abandono; en la pornografía cinematográfica la eyaculación es la referencia no ficticia. El espectáculo pornográfico pertenece por completo a la ficción (a lo no existente/no real/difícilmente verosímil) donde se produce un momento de validación, de traslado a la realidad, de equivalencia entre el actor y el espectador: aquí somos iguales.
Doble de eyaculación
Se puede dar el caso, lo he conocido más de una vez, de un actor pornográfico de gran capacidad pero de eyaculación escasa/ridícula/insuficiente/menos que real/agua. Se crea entonces la necesidad de encontrar un doble de eyaculación, igual que en las películas de ficción no pornográficas (en las del género del Oeste o en las policiacas o en las de acción), que tenga una eyaculación abundante, no de hombre enfermo [el sistema de igualación, si viéramos una eyaculación mínima, se vendría abajo: el espectador no quiere reconocerse como hombre enfermo, aunque pueda serlo]. He conocido a buenos dobles de eyaculación (que no eran precisamente buenos actores pornográficos: tenían otros problemas) y los he utilizado. Un doble de eyaculación si nos encontramos con problemas de eyaculación en un buen actor es imprescindible para conseguir el efecto de identificación. Queda claro que no creo que haya identificación (es decir verdadero espectáculo pornográfico) si no contemplamos una eyaculación abundante, de hombre sano, como desea ser el espectador.
Eyaculación y pecado
Siguiendo la Biblia (Onán, etcétera), siguiendo el catolicismo, queda claro que sólo se produce «pecado» cuando el esperma es derramado fuera de la vagina [la Iglesia católica contempla que todo coito celebrado sin un fin de concepción, es decir, con el semen introducido dentro de la vagina (¿sólo los días fértiles?), es pecado]. Sería así que, siendo pecado derramar el semen fuera de la vagina, la pornografía sería esencialmente pecado, pues como vemos no se produce auténtica pornografía sin semen derramado fuera de la vagina; sería esto (la eyaculación fuera de la vagina) lo que llevaría a la idea de pecado y no tanto la visión de mujeres y hombres fornicando si evitamos la eyaculación fuera de la vagina. [Quizá de todo esto se derive el tan traído asunto de erotismo/pornografía, pudiendo no ser pecado el erotismo y siendo necesariamente pecado la pornografía.]
RAFAEL PERLA Y LISARDO EXPÓSITO
Rafael Perla le dice a Lisardo Expósito que le siga.
—¿Sabes por qué rodamos el día de Reyes? —pregunta Perla.
—…
—La primera razón es que no tengo hijos y la segunda que la electricidad es más barata los días de fiesta.
Salen del plató y entran en la casa. Rafael Perla lleva a Lisardo Expósito a un despacho, forrado de estanterías de cristal donde hay un millón de copias en vídeo y en CDRom y en DVD y en HighDVD de sus películas. Un pasillo de madera llega hasta una enorme mesa negra en la que sólo hay un ordenador transparente. Lisardo Expósito tiene que permanecer de pie.
—Creo que es mejor que la gente hable de pie cuando está aquí, evita los discursos, las palabras inútiles, la confianza, los rodeos… ¿No crees? —dice Perla, adelantándose a los pensamientos de Lisardo, y luego pregunta—: ¿Cuánto dinero quieres por olvidar que nos hemos conocido?
—Quiero que produzcas la película, que hagas más películas, que Dalila y Torosantos puedan vivir de las películas, es algo que está en tu mano, como estuvo en la mía que no murieras ahogado.
—Eso fue hace tanto tiempo que habría podido morirme veinte veces más, no me aburras. ¿Crees que se puede sacar algo de esa princesa capada y de ese semental al que ni siquiera se le levanta la polla? Déjalo. ¿Cuánto quieres por olvidarte de que existo? —Perla coge una caja de metal de uno de los cajones de la enorme mesa negra. Saca unos cuantos billetes de la caja de metal y dice—: Deuda saldada. Acuérdate de no salvarme más la vida, ¿O.K.? Ahora, cuando el ex boxeador y el ex hombre acaben con su ridículo polvo te los llevas y borráis de vuestras cabecicas el camino que os trajo hasta aquí, os olvidáis de mí, y deberíais empezar a olvidaros de vuestro negocio. ¿Sí? —pregunta Perla apretando el botón de salida de llamada.
—¿Señor Perla? Soy Laura Amato. Hablamos en el Festival Erótico en Berlín. ¿Me recuerda?
—¿Laura? ¡Cómo te iba a olvidar! Enseguida estoy contigo. —Perla mueve la mano haciendo un gesto a Lisardo para que se marche, y cuando Lisardo se vuelve y sale del despacho, sigue hablando—: ¿Os habéis pensado mejor lo de mi oferta? Cuando veáis el plato no vais a poder decir que no, os quedaréis con esto.
EL PADRE DE TOROSANTOS ENCUENTRA A ALFREDO SAMBLANCAT
El padre de Torosantos quería que su encuentro con Alfredo Samblancat fuera casual, una especie de accidente del destino. Como si alguien le hubiera dicho que alguien había dicho que habían visto a uno de los alegres compañeros con los que estuvo peleando contra los moros en Ifni, en las colonias, trabajando como piloto fumigador, que quería comprobarlo, darle un abrazo, recordar viejos tiempos. Pero cuando entra en el Bar Central de Calanda, el padre de Torosantos busca como un perro, no actúa de forma natural, no va a la barra de inmediato a pedir una cerveza sino que mira en las mesas, a la gente que está de pie, y por eso cuando su mirada se cruza con la de Alfredo Samblancat se produce una especie de terremoto en el aire.
—¿Samblancat? ¿Eres tú, Samblancat? No puede ser. ¿Cuántos años hace? —dice el padre de Torosantos tratando de ser cordial mientras se acerca a la esquina de la barra, junto a un teléfono verde, donde está acodado Alfredo Samblancat.
—¿Quién eres? —pregunta Samblancat, aunque sabe, la cara del padre de Torosantos no ha cambiado, con quién está hablando.
—¡Qué cabrón! ¡Estás igual! ¡Por ti no pasa el tiempo! ¿Qué has hecho desde las colonias, cabrón? ¡Cuéntame!
—Ha pasado mucho tiempo desde Ifni, ni tú eres el que yo conocí ni yo soy el que tú conociste. Lárgate. Me traes los peores recuerdos, y estoy seguro de que no traes nada bueno a cambio.
LO QUE LE CUENTA A SAMBLANCAT EL PADRE DE TOROSANTOS
—Sé, porque aquí todo se sabe, todos somos lenguas y oídos, ya sabes, como en el desierto, como en las colonias, como en África… Porque… creo que vas a volver a África, ¿no? He oído o me lo ha dicho el cuervo sagrado de Santa María del Mar la Pequeña, o quizá lo he imaginado, quizá sea eso, lo he soñado, que volabas a África con una avioneta y volvías de África con una avioneta más pesada, si no lo he oído mal.
»Sólo quiero, Alfredo, no quiero nada más, te lo juro, cobrar por mi silencio, por no haber oído nada.
»No conviene que se sepa que vas a volar y no precisamente para erradicar alguna plaga. Plagas bíblicas, quizá. No sé si me entiendes, no sé si me explico.
»Ahora cojo mi coche y puedo hacer varias cosas, pero algunas de esas cosas que puedo hacer no te gustarían nada. Ya sé que el camino ha sido largo para llegar a ningún sitio, también tú lo sabes, sólo necesitamos llegar a un acuerdo cariñoso, entre amigos, entre antiguos combatientes. Combatientes, ¿recuerdas? Te traigo malos recuerdos, los peores, pero debes saber que también te puedo traer las peores noticias del futuro.
—No tengo ni puta idea de qué me hablas.
—Voy a pedir una copa de anís con hielo, antes de que me la beba tendrás que haber recordado algo —dice el padre de Torosantos, luego dice, dirigiéndose al camarero—: Ponme una copa de Anís del Mono con bastante hielo.
LISARDO EXPÓSITO HABLA CON DALILA LOVE, DESPUÉS DE SALIR DE PRODUCCIONES CUM
—Así fue la historia, Dalila, así fue de principio a fin, toda la verdad, no te voy a mentir. Estaba pasando una mala temporada. No os tenía a vosotros, no era como es ahora. Tenía solamente a un hipnotizador, Magoo, que era un inútil, habría sido incapaz de hipnotizar con su mano derecha a su mano izquierda. Era mecánico fresador y quería dar el salto al mundo del espectáculo, así lo decía él, sobre todo cuando hablábamos delante de su mujer o de su novia; pero era un auténtico desastre. Hacía subir a la gente al escenario y les pasaba un reloj de cadena muy despacio delante de los ojos… Lo que tenía era una buena voz, pero había leído muy mal el manual de instrucciones en el que había aprendido a dormir mediante hipnosis —dice Lisardo, moviendo las manos, y luego dice—: También tenía a otro tipo, un ventrílocuo, se llamaba el Gran José Mari. Le dije que no era un buen nombre, que no me parecía que llamándose el Gran José Mari se pudiera llegar a nada. Pero era muy pesado, de esos que te llaman todo el día por teléfono y te preguntan si ya les han encontrado un hueco en la televisión. Estaba empeñado en salir en la televisión. La televisión por aquí, por allá. El Gran José Mari tenía dos muñecos: un perro repugnante que le había fabricado su padre con sus propias manos al que llamaba Pumpi o Puti o Puskin, ya no lo recuerdo, y tenía también una muñeca con pecas, que había comprado en Viena, en un viaje de estudios o algo así, y a la que llamaba Estela. Tenía tanta gracia como una bandada de buitres mientras te están devorando los ojos. No había manera de salir adelante con semejantes artistas y decidí alejarme durante un tiempo de las labores de representación, prácticamente hasta que aparecisteis.
»Y fue entonces cuando nos propusieron lo de los coches. Los buscábamos, los llevábamos a una nave, y allí les cambiaban las placas de matrícula, los pintaban… Robamos un Chrysler, nos gustaban los Chrysler, era un Chrysler verde, un verde chillón, verde como los ojos de una rata. Aquel Chrysler tenía que ser de una mujer, eso pensamos, y por eso nos lo llevamos.
»“No lo echará de menos”, eso dijimos, lo dijimos los dos y nos reímos. El otro era un militar americano al que había conocido en un club.
»Nos reímos también para echar el miedo fuera, para alejarlo de nosotros, para que desapareciera, para que ni siquiera Uri Geller fuera capaz de fotografiarlo.
»¿Sabes, Dalila, que Uri Geller es capaz de hacer fotografías con la funda de la cámara fotográfica puesta?
»Era por la mañana y estábamos en el Chrysler verde y fuimos a ponerle gasolina, y fue lo último que pagamos aquella mañana. Llenamos el depósito del Chrysler verde y dimos una buena propina al chaval de la gasolinera.
»El chaval de la gasolinera dijo “Que tengáis un buen día”.
»Hacía frío. Pusimos música. Una canción de Las Grecas, de eso me acuerdo, de la canción de Las Grecas. Porque luego la cantaba entre dientes “te estoy amando locamente pero no sé cómo te lo v’i a decir… quisiera que me comprendieras y tú sin darte cuenta te alejas de mí”. La última canción de esa mañana.
»El americano dijo algo sobre su mujer, pero lo he olvidado, quizá fuera bonito. Yo no conocía a su mujer.
»Luego íbamos demasiado deprisa como para pensar en canciones de amor. Nos habían dado una dirección de un polígono industrial.
»El soldado del ejército americano, cuando le preguntaban, decía “soy representante de los Globe Trotters para su gira en Europa”.
»Con aquel Chrysler verde de mujer, íbamos muy rápido por la Avenida Cataluña, pero éramos como un judío con la estrella amarilla en la Alemania de Hitler.
»El cabo del ejército americano, el representante de los Globe Trotters para Europa, no hablaba, conducía y no hablaba.
»Nos perdimos en el polígono industrial, no encontrábamos la nave, y de repente, en una larga recta, el americano pisó el acelerador, y cuando pisó el acelerador cruzamos una especie de barrera gelatinosa, como un preservativo.
»Cruzamos aquella especie de blandiblub.
»¿Te acuerdas del blandiblub?, esa pasta verde como plastilina pero de plástico, ya me entiendes, con la que juegan los crios.
»Atravesamos esa barrera de gelatina transparente y llegamos a una especie de sala aséptica, como de hospital, blanca, como un quirófano totalmente blanco y con barras de aluminio en el techo.
»Era una jodida nave espacial.
»Ahí se borran mis recuerdos. Seguro que los extraterrestres examinaron nuestros cuerpos y nos instalaron un chip de alta tecnología en el cerebro o en el corazón…
—¿Quién te enseñó a contar mentiras? ¿Quién te mintió por primera vez? Lo haces francamente mal. Llevas tratando de mentirme un millón de años y lo sigues haciendo fatal —dice Dalila Love.
—¿Nunca te he contado, querida Dalila, quién me mintió por primera vez? —Cuando Lisardo Expósito termina de hacer la pregunta un Mitsubishi Mishima gris les adelanta con un movimiento brusco.
QUIÉN ES EL PROPIETARIO DEL MITSUBISHI MISHIMA GRIS
El propietario del Mitsubishi Mishima gris tiene unos cincuenta años. Para Torosantos todo el mundo tiene unos cincuenta años. Dalila Love no piensa en eso. A Lisardo Expósito le importa una mierda la edad del propietario del Mitsubishi Mishima gris.
El propietario del Mitsubishi Mishima gris, la noche está a punto de envolverse con la tormenta, tiene miedo a los rayos, o a los truenos. Nunca ha sabido muy bien si tiene miedo de la luz que cae del cielo o del ruido de la luz. La madre del propietario del Mitsubishi Mishima gris murió atravesada por un rayo. Una de esas noticias breves que se leen en los periódicos. Su padre decía que había sido castigo del Señor. La madre del propietario del Mitsubishi Mishima gris murió cuando el propietario del Mitsubishi Mishima gris acababa de cumplir cinco años. En casa del propietario del Mitsubishi Mishima gris ha habido terror a las tormentas desde entonces.
En la parte trasera del Mitsubishi Mishima gris (la parte trasera y la parte delantera están separadas por una tela metálica) un perro lobo o un pastor alemán, un perro de piel dorada y negra, duerme enroscado como una serpiente.
El propietario del Mitsubishi Mishima gris mira por el retrovisor y se encuentra con las luces largas del Opel Corsa. Los ojos del propietario del Mitsubishi Mishima gris son ahora las luces largas del Corsa. El propietario del Mitsubishi Mishima gris ve los rayos que caen a sólo unos metros de la carretera y frena violentamente.
El propietario del Mitsubishi Mishima gris aprendió dos o tres cosas en la escuela, una de ellas es saber a qué distancia se encuentra una tormenta: hay que contar los segundos después de la luz y hacer una división, es la transmisión del sonido. Velocidad de la luz y velocidad del sonido. El propietario del Mitsubishi Mishima gris ha aprendido después que cuando tienes la tormenta encima no hace falta saber dividir, sólo rezar. Ésas son las cosas que el propietario del Mitsubishi Mishima gris ha aprendido. En el puerto de Barcelona se hizo tatuar un rayo en el hombro, pensaba que así vencería a las tormentas, estaba en el ejército y le habían ordenado no tener miedo.
El propietario del Mitsubishi Mishima gris no se da cuenta, está inmovilizado por el pánico, pero el Corsa va pegado a su rueda de repuesto, enfundada en un capuchón que pone Maverick.
El propietario del Mitsubishi Mishima gris lleva en el Mitsubishi Mishima una goma negra que toca el suelo, una especie de toma de tierra, le han dicho que descarga la electricidad estática, es una de esas cosas que tiene bien aprendidas.
El propietario del Mitsubishi Mishima gris está aterrorizado e imagina que esa carretera le lleva al centro de la tormenta y el propietario del Mitsubishi Mishima gris pisa el freno en su locura y el Mitsubishi Mishima tarda unos metros en detenerse porque el pavimento está mojado y el dibujo de las ruedas está desgastado y el Mitsubishi Mishima gira y se cruza sobre la carretera y el Corsa golpea la puerta del 4 X 4 Maverick.
Y el propietario del Mitsubishi Mishima gris piensa que un rayo se le ha echado encima y son las manos de Lisardo Expósito que abren rápidamente la puerta del Corsa y luego la puerta del Mitsubishi Mishima y que luego están en el pecho del propietario del Mitsubishi Mishima gris, y luego el propietario del Mitsubishi Mishima gris está ya en la cuneta, cagado de miedo, totalmente empapado por la lluvia que le cae encima.
El perro, un pastor alemán o un lobo, un perro de color dorado y negro, se despierta, lentamente, como si también tuviera miedo a la tormenta, a la luz, y ladra sin fuerza.
Torosantos mete el Corsa en mitad del campo.
Lisardo Expósito coge en brazos al propietario del Mitsubishi Mishima gris, ahora es el niño de cinco años que vio morir a su madre quemada por un rayo, pesa como un niño y huele como un niño, y lo mete en el maletero del Corsa.
El perro se pega a los cristales traseros del 4 X 4 Maverick. Lisardo Expósito lo mira de cerca y ve que el perro tiene las orejas cortadas y en el cuello tiene una herida cubierta de yodo y plata. El perro ladra y aulla y da vueltas en círculos y se golpea contra los cristales y la chapa del Mitsubishi Mishima.
Dalila Love, Torosantos y Lisardo Expósito suben al Mitsubishi Mishima. En el Mitsubishi Mishima hay una escopeta, y el suelo del Mitsubishi Mishima está cubierto de perejil. Dalila Love coge una rama de perejil y se la pone en la boca y sonríe. El perro muerde la rejilla metálica.
ALGUNAS IMPRESIONES DE LISARDO EXPÓSITO SOBRE LA ESCOPETA
Es una Gamo de mierda, una puta escopeta de dos cañones. Está nueva, no ha sido disparada, no huele a pólvora, ni tiene manchas de óxido y sólo lleva dos cartuchos dentro. Marca Alce.
¿Qué coño cazará este tipo? ¿Hay ciervos o jabalíes por aquí?
¿Por qué demonios no tengo un habanillo en la boca?
SIGUE LA HISTORIA CON EL PROPIETARIO DEL MITSUBISHI MISHIMA GRIS
Lisardo Expósito coge la escopeta, la abre, saca los cartuchos, un cartucho rojo y un cartucho verde, los vuelve a introducir, aplasta con el dedo los cartuchos, acaricia la culata de la escopeta.
—¿Has acariciado alguna vez así a una mujer? —pregunta entre risas Torosantos a Lisardo.
Lisardo Expósito no responde, enciende un habanillo con la mano derecha y acaricia la escopeta con la izquierda. Lisardo Expósito baja del Mitsubishi Mishima, abre la puerta trasera del Mitsubishi Mishima, el perro salta violentamente. Lisardo Expósito dispara y el vientre del perro se abre antes de caer sobre la tierra mojada.
Lisardo Expósito coge al perro, todavía respira, todavía mira, abre el maletero del Corsa y el perro cae encima del propietario del Mitsubishi Mishima. El propietario del Mitsubishi Mishima gris se cubre las manos con la cara y espera que el rayo acabe de caer en medio de tanta oscuridad.
La lluvia va amainando y los rayos son ahora sólo destellos, como fuegos artificiales en la línea del horizonte, una línea invisible, una línea negra. Torosantos conduce el Mitsubishi Mishima gris, despacio despacio, tan despacio como puede sin que el motor se cale, mirando el movimiento del limpiaparabrisas.
TOROSANTOS, LISARDO EXPÓSITO Y DALILA LOVE EN EL MITSUBISHI MISHIMA GRIS
Torosantos conduce como puede. El Mitsubishi Mishima bota entre las piedras y a veces se hunde en el barro, que se ha formado bajo la lluvia.
Dalila Love mira cómo el limpiaparabrisas lanza las últimas gotas de lluvia negra de derecha a izquierda, por un momento piensa en su madre, en la selva, piensa que la selva se come a su madre. A veces Dalila Love piensa que su madre es devorada por una serpiente de ojos grandes, su madre dentro del vientre de la serpiente, en una selva de árboles altos, es todo lo que piensa Dalila Love, pero ya no piensa nada y mira las dos varillas del limpiaparabrisas de izquierda a derecha, y Dalila Love no ve más allá del cristal.
Lisardo Expósito piensa que los ovnis se aparecen en noches como ésta, en sitios como éste, piensa en luces y en las fotografías de ovnis que ha visto, luego Lisardo Expósito piensa que podría dispararles con la escopeta, si estuvieran a una distancia corta, si los tuviera a tiro, si tuviera a tiro al padre de Torosantos le pegaría un tiro en el estómago, su enorme estómago, y luego le pegaría un tiro en los cojones, aunque estuviera en el suelo, si tuviera cartuchos, ¿dónde puede conseguir cartuchos? Ahora Lisardo Expósito muerde la boquilla de oro del habanillo y un sabor agrio le sube a Lisardo Expósito a la cabeza desde la lengua, porque lo tiene a tiro al padre de Torosantos, en el suelo, lleno de barro, sujetándose el vientre.
CAMPO DE COLZA SIN FLORES DE COLZA AMARILLAS
Dos enormes chimeneas, idénticas, enormes, por las que continuamente sale un humo espeso, una especie de niebla. Eso es lo que ve Lisardo en el horizonte, como un barco que sale de puerto, sin moverse. Lisardo Expósito muerde el habanillo con rabia.
«Vamos a ver esas chimeneas», dice Lisardo, tras sacarse con las uñas el habanillo de la boca, «vamos a ver esas chimeneas, Toro», y parece la premonición de algo, porque a Lisardo Expósito le da igual la dirección del viento y el sentido de las agujas del reloj.
Por eso, Torosantos da un giro brusco al volante y se mete a campo traviesa para llegar cuanto antes a las chimeneas, como si en el humo estuviera contenida la razón, la verdad, una gran palabra, el sentido de su vida. El campo, que en primavera será amarillo por las flores de la colza, se rompe bajo las ruedas del Mitsubishi Mishima gris.
DEL VIAJE EN EL MITSUBISHI MISHIMA GRIS
En el Mitsubishi Mishima gris hay un teléfono móvil. Lisardo Expósito coge el teléfono móvil y pulsa el botón de rellamada. Una voz de mujer responde al otro lado.
La mujer del otro lado dice «¿sí?, ¿quién es?, ¿quién llama?, ¿sí?, ¿eres tú, cariño?, ¿me escuchas, cariño?, la tormenta pasará pronto, cariño, cariño, no tengas miedo, ¿eres tú, cariño?, ¿me oyes, cariño, me oyes?, todo pasará pronto, todo acabará pronto, no te preocupes».
Lisardo Expósito pulsa una tecla roja y la voz de la mujer del otro lado ya no se oye.
Lisardo Expósito cierra los ojos. A Lisardo Expósito le gustaría tener el número de teléfono de Uri Geller y llamarle.
Luego Lisardo Expósito enciende un habanillo, muerde la boquilla de oro y dice Uri Geller, Dalila Love, Uri Geller, Toro. Leí la autobiografía de Uri Geller el año que me hice el tatuaje del águila. Me dolió, se me puso el brazo como una perra preñada, el águila no quería quedarse en el brazo, se quería ir, eso pensaba, pensaba que por la mañana, cuando despertara, el águila ya no estaría, se habría ido. Aquello dolía de verdad, fue unos meses antes.
Lisardo Expósito da una profunda calada a su habanillo, se queda quieto un momento, lanza el humo, que forma la cara del Elvis Presley hinchado de antes de morir cuando llega al techo del Mitsubishi Mishima, y dice me había dejado colgado Uri Geller, me había pillado el fulano ese que doblaba cucharillas y arreglaba relojes. No sé de dónde llegó el libro de Uri Geller, lo cierto es que lo tenía y que lo leí, por lo menos una parte, Toro, era una cosa de verdad, Dalila, las palabras de Uri Geller eran de verdad, esas cosas que sabes, sabes, esas cosas que no te las tienen que contar dos veces para que sepas que quien las dice no miente.
Pues Uri Geller estaba en experimentación, era como un ratón, un ratón de laboratorio, como un mono a los que les meten el bicho y esperan y esperan, así era Uri Geller. Uri Geller era capaz de copiar el dibujo que hacía uno de los médicos o de los psicólogos. En el libro salían los dibujos, Dalila Love, era capaz casi de calcar un dibujo sólo con mirar a la cara a quien lo hubiera dibujado, era una historia de transmisión del pensamiento. Aparecían dos elefantes, dos elefantes clavados, el que había dibujado el médico o quien fuera y el que había dibujado después Uri Geller con sólo mirar a la cara, a los ojos, al individuo, así eran las cosas para Uri Geller. Lo tenían encerrado en una campana de cristal o así a Uri Geller, lo observaban, le controlaban la respiración y eso, ya no me acuerdo de si le controlaban el sueño, creo que le controlaban el sueño. Estaban mirándole en el centro de la cabeza para ver si encontraban allí una fuerza magnética o algo. Salía una fotografía en la que Uri Geller estaba apoyado en una señal de tráfico y la señal de tráfico estaba completamente doblada, la había doblado con la mente, así eran las cosas entonces para Uri Geller.
Lisardo Expósito da una profunda calada a su habanillo de oro y cuando está lanzando el humo, que se convierte en el rostro de la Virgen María antes de desvanecerse, suena el teléfono móvil. Lisardo Expósito pulsa la tecla O.K.
«¿Cariño, cariño? ¿Eres tú, cariño? Dime algo. Todo va bien, no te preocupes. No te preocupes, ya ha acabado la tormenta. El niño ya está acostado. Me ha dicho que te quiere mucho y que dónde estabas. La tormenta pasará pronto, no te preocupes. No te pares en una cuneta, cariño. Es una tormenta que está lejos, está muy lejos. Estoy en casa, cariño, cariño, ¿me oyes?», dice la mujer del propietario del Mitsubishi Mishima gris.
Lisardo Expósito pulsa otra vez la tecla O.K. y la voz de la mujer se pierde.
Uri Geller contaba en el libro que había estado en la guerra en África o en Israel o por ahí. Uri Geller era un militar y estaba en la guerra y Uri Geller contaba que había desviado la trayectoria de las balas de los cañones enemigos, que había doblado cañones enemigos, lo contaba Uri Geller y salía gente de su regimiento diciendo que así habían sido las cosas, que una bomba había estado a punto de destrozarles y que Uri, sus amigos del ejército le llamaban Uri, que Uri había desviado la trayectoria, que en un momento aquello iba a estallar y que luego la bomba explotó muchos metros más allá, dice Lisardo Expósito, y luego aplasta el habanillo, que es todo ceniza, contra el cristal de la ventanilla y no dice nada más.
EL DUEÑO DEL MITSUBISHI MISHIMA SE DESPIERTA DENTRO DEL MALETERO DEL OPEL CORSA
Si quería morirme, ya me he muerto. Me ha matado el rayo. Estoy en el útero en el que se espera para llegar al cielo o al infierno o al purgatorio. Como un nuevo nacimiento. Todo lo que rezó mi padre para que mi madre saliera del purgatorio. Todas las oraciones que me enseñó mi padre, ¿recuerdo alguna? Estoy lleno de sangre, tengo dormido el brazo y tengo encima un animal que apesta. ¿Llevo el encendedor? Es mi perro, Tauro. Está muerto. ¿Van los perros al cielo o al infierno? Cápsulas metálicas para esperar el cielo. Estoy mojado. Me he meado en los pantalones. Marisa me gritaría si se enterara. Quizá ya se habrá enterado. Estamos en mundos paralelos. Cada uno lleva ya su vida. El perro me calienta, pero apesta. La chapa está fría. Como dentro de un congelador. ¿Tardarán mucho?
—¿Me escuchan? ¿Tardarán mucho? —pregunta gritando el propietario del Mitsubishi Mishima.
LISARDO EXPÓSITO, TOROSANTOS Y DALILA LOVE EN UNA IGLESIA
Es una iglesia reventada, como si un bombardero hubiera descargado encima de ella. El viento levanta el vestido de Dalila Love.
Dalila Love dice que su madre le enseñó a rezar. Dalila Love cierra los ojos, junta las manos, mueve los labios, reza.
Lisardo Expósito se levanta el cuello del abrigo y se mete las manos en los bolsillos y enciende un habanillo.
Torosantos se acerca a Dalila Love y le susurra algo al oído.
Dalila Love se ríe, Torosantos se aleja.
Aunque la techumbre de la iglesia está destrozada, dentro de la iglesia está oscuro y el viento se oye como si estuviera a un millón de kilómetros de allí.
Hay cientos de exvotos colgados en uno de los muros, detrás del altar, en una nave que hay entre la iglesia y la sacristía. Hay penes de madera y dientes de estaño y pulmones de titanio y tetas de plástico y tetas dibujadas sobre cartón y cabezas de cera y corazones de estaño y piernas de plástico y orejas de cera y corazones de viniloplex rojo e hígados de porexpán y pies de hierro y manos de escayola y lenguas de goma y ojos de cristal, un ojo negro y un ojo azul y un par de ojos marrones, y dedos de cobre y cráneos de madera tallada y pintada y lazos de colores y estampas de la Virgen y estampas del Santo Niño del Remedio y estampas de San Antonio y estampas de San Félix y de San Voto y fotografías de gente que parece recién llegada de una guerra y corazones enormes de madera y papeles clavados a la pared.
No tengo, Dios, ningún problema físico, no puedo colgar un testículo de cristal en la pared porque mis problemas no son de salud, aunque no sé para qué te lo escribo, si has de saber y conocer todos mis secretos. Dios, mi carta, mi petición es para que no me abandones, para que no me hagas caer de nuevo en la tentación. Sé que mi enfermedad es del alma, que sólo en la oración, en Ti, encontraré consuelo, encontrará refugio mi alma. Me gustaría que me ofrecieras alguna señal, que viera alguna luz en este camino que se hace demasiado largo. Yahvé, Dios, Alá, como te llames, te venero en todas las lenguas y en todas las religiones, y sé que lo que pido es una prueba de mi soberbia, pero necesito saber hacia dónde quieres que vaya para que no me extravíe, qué hacer, cómo hacerlo. ¿Estaba loco cuando era niño? ¿Cómo responderás? Toda esta carta es ridícula, mi mal está en mi cabeza. Sé que lo sabes, no me atormentes como el Padre del Antiguo Testamento, enséñame el camino, la luz, estoy tratando de buscarla, ayúdame, aunque mi mal no sea físico.
El que te ama hasta la desesperación: Pedro Leza.
Dios, Padre Nuestro que estás en los Cielos:
Aunque a veces te aparte de mi camino, sabes que tengo una gran fe, que creo en ti como Gran Hacedor. Sabes que he querido llevar a alguno de los míos, a mis hermanos, muy cerca de tu majestuosidad, aunque me han defraudado, aunque han sido débiles los he vuelto a recoger, como se recoge la mierda de un perro.
Vengo a pedir, no te equivocas, como todos, soy humano, aunque quieran que sea una fiera sanguinaria y así lo proclaman en sus periódicos. Ya conoces las mentiras que escupen sobre mí, claro que las sabes, muchas de esas mentiras llegan porque hablo de Ti, porque te proclamo. Y te pido que mis pequeñas empresas salgan adelante, si es así, que lo será, confío en Dios, te daré una de cada diez partes de los beneficios de mis empresas, que servirán para restaurar esta ermita, por la que tanto se nota el paso del tiempo.
Prometo venerarte con mayor amor si cabe.
26 de noviembre de 1976.
Fco. S.
GRACIA CONCEDIDA
Perdida en la noche inmensa.
¿Quién la encontrará?
El que muere, cada noche
más lejos se va.
Lejos, a la no esperanza.
Para quien se fue,
aunque el que se quede implore,
no vale la fe.
Y morirnos tras la muerte,
no nos quita cruz,
que cada muerto camina
por distinta luz.
Torosantos y Lisardo Expósito tiran abajo una puerta de una patada y entran en lo que fue la sacristía de la ermita. Hay muebles con la madera doblada y los cajones abiertos y papeles por el suelo. En un armario ropero Lisardo Expósito encuentra las ropas talares. Lisardo Expósito se coloca una casulla de color verde y una estola de color violeta, que se deshace al tocarla, es de seda y ahora es polvo.
—Nada haría más feliz a Dalila Love que le pidiera que nos casáramos —dice Torosantos—, tendrías que casarnos ahora mismo, Lisardo.
—Os voy a casar, Torosantos. Parece una premonición. ¿Sabes cuál era la sorpresa del roscón? —pregunta Lisardo enseñando un solitario de plástico dorado con un diamante de plástico rojo—. Vamos a por la novia.
Torosantos coge a Dalila Love de la mano, salen de la ermita, se acercan a una sabina muy negra.
—¿Quieres casarte conmigo, Dalila? —pregunta Torosantos.
—Sí, sí, sí, sí, quiero casarme contigo. ¿Lo dices de verdad? ¿Quieres que nos casemos? Te quiero con locura, me voy a casar contigo, te voy a dar cuatro hijos. El primero se llamará Toro, el segundo Azar, la tercera Helena y la cuarta Dalila.
CARBO CADET INFORMA A LEAL SOBRE SU SEGUIMIENTO DE TOROSANTOS
—Son tres gilipollas, ¿tú crees que nos pueden solucionar algo? —pregunta Carbo Cadet.
—Han sido tus grandes ideas las que te han llevado a este brillante presente en el que vives ¿no? —dice Leal, y luego pregunta—: ¿Has estado encima de ellos todo el día? ¿Dónde están ahora?
—Se han casado en una ermita destrozada y ahora están cenando en un restaurante turco o libanés… Sólo llevo día y medio detrás de ellos y ya sé que son unos completos imbéciles. Deberías pensar en otra solución, Leal. Algo aprendí en el ejército, te lo aseguro.
—¿Se han casado? No los pierdas en ningún momento de vista, Carbo. Mantén el teléfono en cobertura. Llama si ves que algo puede escapársenos de las manos.
DESPUÉS DEL BANQUETE DE BODA EN MEDITERRÁNEO, LISARDO EXPÓSITO DECIDE TATUAR A DALILA LOVE O LOS EFECTOS SECUNDARIOS DEL SINTÉTICO DIGITAL MUGGLETON
Dum Dum Saz ha hecho tomar a Torosantos, a Dalila Love y a Lisardo sintéticos digitales Muggleton, una vieja prueba para descubrir restos de VIH, tan eficaz como rápidamente desechada porque tiene un microcomponente hecho de silicio y plomo, una especie de chip, que se recompone en la corteza cerebral, se sitúa en la parte derecha del cerebro y altera las coordenadas sensoriales produciendo una percepción de la realidad exclusivamente numérica. Hace más de diez años que las industrias farmacéuticas convencionales no fabrican Muggleton trip, pero países como Irán lo siguen produciendo y vendiendo a buen precio.
Las pruebas con el sintético digital Muggleton han resultado negativas. Ni resto de VIH, ni de Ébola ni de enfermedad de Burroughs ni ninguna otra enfermedad de contagio sexual ni nerviosa.
El sintético digital Muggleton, creado para detectar enfermedades sanguíneas, neurológicas y de transmisión sexual por los laboratorios Marchegliani bajo la dirección de J. F. Martin Fischer, un discípulo de Timothy Leary que abandonó la industria farmacéutica y se marchó a vivir al Rif, tiene dos fases, una sanguínea y una cerebral: la sanguínea está producida por un hongo natural y la cerebral por un derivado de LSD combinado con silicio y microchips de construcción biológica.
—No es porque Dalila Love esté borracha, o colgada o enamorada o fuera del mundo —dice Lisardo Expósito a Torosantos—, no es porque Dalila Love esté borracha o fuera del mundo o enamorada —dice Lisardo Expósito con la boca como un estropajo, como si el sintético se le hubiera puesto todo en la lengua—, no es porque tu mujercita esté completamente borracha, pero tengo que hacerle un tatuaje, necesito tatuarla, la voy a tatuar por ti, como señal de amor.
A veces Lisardo Expósito abre la boca y por la boca de Lisardo Expósito sale un lagarto que sube por una cortina de ceros y unos, eso es lo que ve Torosantos, con la cabeza pegada al volante; si intentara separar la cabeza del volante el volante se fundiría con él, aunque Torosantos no piensa que eso sea el volante; no piensa nada ni escucha a los lagartos de Lisardo Expósito, pero los ve moverse, se mueven rápido por la cadena de números, luego él mismo se convierte en una cadena de ceros y unos, sus piernas son una cadena de números y también sus brazos y los lagartos suben por las piernas de ceros y unos a Torosantos, se convierten en dragones y luego se ponen en su espalda que es una cadena de números.
—Va a ser una cuchara, una cuchara doblada. Uri Geller es un ser realmente increíble, deberíamos ir a ver al bueno de Uri en vez de ir a buscar al cabrón de tu padre, en vez de meterle cuarenta tiros en el corazón al hijo de puta de tu padre deberíamos ir a ver a Uri, en vez de buscar a tu padre en estos sitios, en vez de seguir un rastro que es el rastro de una babosa y hay muchas babosas, la tierra está llena de babosas. Ir a ver a Uri Geller, que es capaz de poner en marcha todos los despertadores del mundo, capaz de desdoblar todas las cucharas dobladas del mundo, así es. En vez de ir a destrozarle la cabeza a tu padre allí donde esté, en Calanda o en el infierno.
»Por eso va a ser una cuchara en el vientre de Dalila Love, con el ombligo de Dalila Love en la cuchara de la cuchara, en el hueco de la cuchara el ombligo negro de Dalila Love, una cuchara doblada, no es porque esté inconsciente Dalila Love. Una cuchara de Uri Geller, doblada, tendríamos que ir a buscar a Uri Geller a Londres o a Inglaterra o a California o a la India o a Teherán o donde esté y convencerle de que vuelva a desdoblar cucharillas, eso es —grita Lisardo Expósito mientras trata de atar las agujas a un trozo de madera.
LAS AGUJAS NO DESPIERTAN A DALILA LOVE
Las agujas no despiertan a Dalila Love.
Lisardo Expósito pincha y brota la sangre de Dalila Love y Lisardo Expósito seca la sangre y pincha la piel y sale la sangre negra y roja y color caramelo y color mierda.
Dalila Love está totalmente dormida, metida en su sueño. Sueña que está en el vientre de su madre, que está en el vientre de la serpiente, que en el vientre de su madre está su hermano gemelo y habla con su hermano gemelo de las larvas que están devorando el corazón de su madre, sueña que tiene que convertirse en aire y llegar a los pulmones de su madre para acabar con las larvas.
Dalila Love está echada sobre tierra mojada, con la cabeza entre piedras.
Torosantos está dentro del Mitsubishi Mishima y se toca el pecho. Puede leer las palabras que están escritas en su corazón.
«Amor de hijo», la A se tuerce hacia la izquierda, la J se cae hasta la espalda.
Lisardo Expósito clava las agujas y la sangre ya no es tan negra ni tan roja ni tan caramelo ni tan mierda, la sangre de Dalila Love se vuelve anaranjada, menos espesa, casi deja de salir. El trapo que Lisardo Expósito lleva en la mano está completamente empapado, mancha más que seca, pero la trayectoria de las agujas parece trazada de antemano, como si la cuchara que está tatuando hubiera estado siempre en el vientre de Dalila Love y Lisardo Expósito sólo la estuviera haciendo visible.
Lisardo Expósito tiene la cabeza vacía, una enorme cuchara doblada en su cabeza que es la razón de su vida, la razón de la vida de Dalila Love, que siempre ha tenido una cuchara en su vientre.
«Como una serpiente», dice Torosantos cuando ve la cuchara, Dalila Love todavía dormida.
DALILA LOVE SE DESPIERTA CON MUCHO DOLOR
Dalila Love se despierta con un dolor extraño. Dalila Love piensa, como si le llegara la voz de su madre, la voz de la que llama Djin la Negra directamente a la cabeza, que es un dolor de parto, que es igual que el dolor que Djin tuvo cuando Dalila Love salió de su vientre, después de haber evitado que las larvas le devoraran el corazón.
Dalila Love sonríe y el dolor le pasa del vientre a las piernas y del vientre a los brazos y del vientre a los pezones y de los pezones a la garganta, como si el dolor le quisiera salir por la boca.
Eso piensa Dalila Love, «el dolor me va a salir por la boca».
Pero luego Dalila Love se dobla sobre el vientre, se retuerce, Dalila Love sabe que algo le va a salir de su vientre, primero piensa que es un niño y luego piensa que es una culebra lo que va a salir de su vientre.
Un niño no puede hacer tanto daño, no puede hacer tanto daño un maldito niño, es una serpiente, está segura Dalila Love, sabe que es una serpiente y Dalila Love ve cómo su vientre se abomba y la serpiente empieza a reptar y dar vueltas alrededor de su vientre y por su espalda, por dentro de su espalda, como si se estuviera convirtiendo en su columna vertebral.
El vientre de Dalila Love se abomba y el dolor distorsiona la voz de su madre, el dolor se le ha colocado en los dos oídos, donde oía la voz de Djin la Negra hablándole, o quizá cantando una canción, una dulce canción, que ahora no puede escuchar por el dolor.
Dalila Love nunca ha tenido tanto dolor y la serpiente ya casi ha salido por completo, la ve sobre la piel de su vientre, la ve negra, sucia, verde y con escamas de cobre y luego ve que se mueve, que repta, que le va a llegar a los ojos y le va a comer los ojos.
EL CHACAL Y LA SERPIENTE
El chacal y la serpiente se disputaban, en cierta ocasión, la propiedad de un recién nacido, que naturalmente era hijo de la serpiente.
El chacal lo quería para devorarlo.
La serpiente y el chacal decidieron ir a ver al juez para encontrar una situación aceptable.
Después de escuchar la versión del chacal y la versión de la serpiente, el juez les dio un plazo de dos días para pensar en su problema.
Los dos días pasaron y el chacal, seguro de sí mismo, entró el primero, después entró la serpiente.
El juez fingió estar enfermo y el chacal se aproximó cuidadosamente diciéndole:
—Querido juez, ¿de qué sufres?
—Perdóneme, señor, pero me veo obligado a retrasar la discusión de vuestro problema porque estoy de parto.
El chacal, asombrado, dijo brutalmente:
—Pero ¿cómo, señor, un hombre puede dar a luz?
—Tú debes ser el primero en saberlo. ¡Entrégale el recién nacido a su madre!
Ahora son los gritos de Dalila Love los que tapan la voz de su madre, la voz de Djin la Negra, si es que sigue allí, a su lado.
«Quizá ha escapado cuando ha visto a la serpiente». Dalila Love piensa esto, lo último que piensa, cuando su vientre está hinchado, como si tuviera vida propia, la espalda arqueada de Dalila Love.
Luego Dalila Love se desvanece, la serpiente vuelve a su lugar, el lugar de la serpiente es el lugar de la cuchara doblada, para siempre.
CARLITOS SERAL TELEFONEA AL PADRE DE TOROSANTOS
—¿Sí?
—Soy Carlitos, Carlitos Seral.
—¿Estás en la pubertad? Te está cambiando la voz.
—No me recuerdes por qué el humorista soy yo, anda.
—¿Quieres que te haga de chófer como anoche?
—Por no escuchar tus historias de Ifni, preferiría de chófer a Stevie Wonder. ¿Hay algún cantante ciego más reciente? No se puede ser humorista sin ver la televisión.
—¿Querías algo? ¿Sabes con quién me acabo de encontrar? Con Samblancat, Alfredo, ¿lo recuerdas? Está igual. No ha cambiado nada, el cabrón.
—¿No puedes estar ni siquiera un minuto sin hablar del puto Ifni?
—¿No te puedo decir que me he encontrado con un…?
—Te llamaba porque tu hijo cree que te has apostado su culo en una partida de cartas. Anda por ahí buscándote con ese boxeador que estuvo en las Olimpiadas de Moscú, Expósito. Algo Expósito. Han venido a molestarme.
—Gracias, Carlitos. ¿Se han portado bien los Reyes?
—¿Te has apostado la vida de tu hijo en una partida de cartas? ¿Vas a matar a tu hijo?
—¿Sabes lo que me ha contado Alfredo? Tiene gracia, una historia de Ifni que no recordaba.
TOROSANTOS ABANDONA A DALILA LOVE Y A LISARDO EXPÓSITO
Arranca el Mitsubishi Mishima como si las cadenas de ceros y unos se hubieran convertido en órdenes y le dirigieran.
—¿Te has olvidado de tu padre? ¿Sabes dónde está? ¿Le vas a preguntar al cuervo? —Los ceros y los unos hacen esas preguntas sencillas mientras Torosantos conduce.
CARBO CADET, DETRÁS TOROSANTOS
Duda, porque quizá debería llamar a Leal, pero arranca el coche y sale detrás del Mitsubishi Mishima. Carbo Cadet, por un momento le pasa por la cabeza, piensa que se puede estar equivocando, que quizá debería quedarse con Dalila Love. Leal no ha sido suficientemente claro. Podría llamarle, pero prefiere equivocarse a que Leal siga pensando que es un idiota. Luego piensa que podrá seguir a Toro sin problemas yendo delante del Mitsubishi. Carbo Cadet enciende la radio y adelanta al Mitsubishi y no desvía los ojos del espejo retrovisor interior.
SAMBLANCAT, QUE SE SIENTE ENVEJECER, INTENTA RECORDAR LAS ORACIONES
El hangar de chapa y de uralita en el que guarda su avioneta Samblancat da a una pequeña pista, de apenas cien metros, de la que tiene que despegar. Cuando llueve, como ha llovido esta noche, el firme de la pista se vuelve peligroso y Samblancat tiene que controlar con atención los mandos de la avioneta para realizar el despegue. A Samblancat no le preocupa, ha salido de peores situaciones y con aviones que eran moscas de metal, pero la visita del padre de Torosantos le ha puesto nervioso. En eso nota que se ha vuelto un viejo que siente asco por él mismo. Samblancat no solía tener miedo de nada ni de nadie.
Cuando se pone los guantes, después de acomodarse en su asiento en la avioneta, junta las manos e intenta rezar «padre nuestro que estás en los cielos bendito sea tu reino entre todas las mujeres y da el pan nuestro de cada día por mi culpa por mi culpa por mi grandísima culpa», y cuando se da cuenta de que está rezando maldice y se maldice.
¿Hace cuántos años fue esa maldita guerra de Ifni? ¿Qué día le sacamos los ojos al teniente Márquez Webster como se llamara y se los metimos en la boca, debajo de aquella chumbera? Samblancat se hace estas preguntas, la avioneta se eleva, y sigue haciéndose preguntas. ¿Por qué confié mi vida a esos dos desgraciados? Luego comprueba mecánicamente el panel: combustible, altímetro, aceite, la presión de los depósitos del pesticida.
Ya en el cielo nocturno Alfredo Samblancat piensa en lo que muere allá abajo. Piensa en la muerte de todos esos insectos, y luego en los pájaros que comen los insectos. Piensa en la muerte de los que cayeron en Ifni, él estaba allí arriba pilotando el mosquitero, el Virgen del Carmen, y allá abajo cayeron como los bichos. Alfredo Samblancat piensa que nunca ha temido a la muerte, quizá la ha tenido siempre demasiado cerca. «Muerte Muerte Muerte», dice el tatuaje que tiene en la espalda, al final de la espalda, un tatuaje negro que le clavaron en un bar del Chiado.
Samblancat piensa que la muerte está ahí, que él mismo podría estar muerto, que él ha matado, incluso con sus propias manos ha matado. Piensa en el hombre del Puerto de Santa María, un americano que se llamaba Jackson, Atlas Jackson Jr. Ahora recuerda el tatuaje del hombre del Puerto de Santa María: «For ever my love» y un corazón rojo traspasado por puñales.
Alfredo Samblancat piensa en lo único que sabe de la muerte, el peso de la cabeza del hombre del Puerto de Santa María, eso es la muerte, piensa ahora mientras lanza el veneno, un compuesto químico de color tierra, desde su avioneta, que no tiene nombre. Era un marine americano que había matado a un francés de Argelia en una pelea en un bar, lo había detenido la policía y no querían que los americanos lo repatriaran.
Samblancat piensa que hacía tiempo que no pensaba en la muerte, que no recordaba al hombre del Puerto de Santa María, ni lo que decía su tatuaje, ni cómo se entendía con Atlas Jackson Jr., con el que tenía tratos en la cárcel. Piensa que podría desviar la avioneta, dirigirse a un pueblo, cualquier pueblo de mierda, y soltar el insecticida. Alfredo Samblancat mueve la cabeza y decide que sólo va a mirar a la tierra, que tiene que abandonar ya esos pensamientos. Alfredo Samblancat, que lleva tres días sin fumar, piensa, y es lo último que piensa, que cuando pise el suelo encenderá un cigarrillo.
ALGO DE LO QUE LE OCURRIÓ A ALFREDO SAMBLANCAT EN LA GUERRA DE IFNI
Alfredo Samblancat está en la cocina. La tienda de campaña militar que es una cocina. Fuera está lloviendo.
El teniente Márquez Websternhausser entra empapado en la tienda que es una cocina y no dice nada.
Alfredo Samblancat no dice nada.
El teniente se acerca por detrás a Alfredo Samblancat y le pone los brazos en la espalda y luego los lleva hacia el pecho y le toca el pecho.
Alfredo Samblancat nota cómo toda el agua del teniente penetra en sus huesos.
El teniente Márquez Websternhausser le toca el pecho y le muerde la oreja izquierda. Le chupa dulcemente la oreja izquierda y luego le da un ligero mordisco hacia abajo.
Alfredo Samblancat nota el agua y nota el mordisco y huele el aliento del teniente Márquez Websternhausser. Alfredo Samblancat siente que el aliento del teniente Márquez Websternhausser huele a mercurio, aunque nunca ha olido mercurio, es como una revelación.
El teniente Márquez Websternhausser le acaricia los cojones a Alfredo Samblancat por encima del pantalón. El teniente Márquez Websternhausser sigue mordiendo la oreja izquierda de Alfredo Samblancat. Ligeros mordiscos. Y le soba los cojones. Le agarra la polla. Le coge la polla y la acaricia por encima del pantalón. Un pantalón áspero y sucio.
Alfredo Samblancat nota la erección del teniente Márquez Websternhausser. El teniente Márquez Websternhausser le dice al oído «te quiero, mi vida, te quiero, no sabes lo que es querer como te quiero, tenemos que salir de este infierno, mi vida, tenemos que huir, eres para mí, nos iremos a Tánger o a Libia, me han dicho que Libia no es el infierno, que las playas tienen la arena blanca, nos iremos a Tánger, a Túnez, a Argelia, a las playas de Argelia».
Alfredo Samblancat oye la lluvia fuera de la tienda. Es como si lloviera arena. Alfredo Samblancat cierra los ojos y escucha la lluvia.
«Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero tanto, nos vamos a ir a Tánger, tengo dinero, no necesitamos dinero, la vida en Tánger es barata, fácil, no es la mugre de España». El teniente Márquez Websternhausser sólo se calla ahora para morderle el lóbulo, un pequeño tirón hacia abajo.
Alfredo Samblancat oye la lluvia y se imagina que son culebras que caen del cielo, y oye los te quiero y siente los mordiscos en el lóbulo.
«Me tengo que cortar el lóbulo», piensa Alfredo Samblancat, «me tengo que arrancar ese trozo de mi cuerpo».
El teniente Márquez Websternhausser mete la mano izquierda dentro del pantalón de Alfredo Samblancat, se detiene en el pubis, hace rizar el vello entre sus dedos. Un vello negro y duro. El teniente Márquez Websternhausser apoya la palma de la mano sobre el pubis y la frota sobre el vello negro y duro.
«Te juro que sólo te he querido a ti con esta fuerza, sólo a ti, mi vida, nos vamos a ir a Tánger, una ciudad libre que no es el infierno, vamos a dejar este acuartelamiento de mierda, este ejército de mierda, este Protectorado para el Norte de África, este país de mierda que está allí, lejos, esta ropa de mierda, mi vida», dice lentamente el teniente Márquez Websternhausser. Se empiezan a formar manchas de humedad en el techo de la tienda que es una cocina.
Alfredo Samblancat tiene los ojos muy cerrados y recuerda, como si quisiera olvidar lo que sucede en la tienda que es una cocina, el Manual de enfermedades sexuales de la Alta Comisaría de España en Marruecos:
Contagio directo extragenital
En primer lugar se conocen casos de médicos, practicantes, enfermeros y personas en trato con los enfermos, contaminados por la lesión de un dedo o el contacto con un objeto contagiado de pus sifilítico. Basta hacerse una pequeña puntura o tener una grieta mínima, uno de esos padrastros que se arrancan alrededor de las uñas, para abrir una puerta de entrada al Treponema, donde más tarde, quince o veinte días, se convertirá en el típico chancro sifilítico.
Al explorar la cavidad bucal puede el estornudo o un golpe de tos de un sifilítico provocar en la cara de uno de los que se hallen próximos a él la aparición de un chancro. Un médico, después de haber examinado a estos enfermos, corre peligro.
—Te quiero, te quiero, te quiero —dice Márquez Websternhausser.
«Me tengo que cortar el lóbulo», tendría que decir Alfredo Samblancat, pero no lo dice, o lo dice sólo dentro de su cabeza.
LISARDO EXPÓSITO VE APARECER EN EL CIELO UNA ENORME BOLA DE FUEGO
Lleva perdido dos o tres horas, caminando a campo traviesa, sin notar el frío, que va creando cristales de hielo en la hierba, porque el sintético digital Muggleton ha debido de activar una parte de su cerebro habitualmente apagada.
Lisardo Expósito ve el cielo como largas cadenas de unos y ceros y sabe, leyendo esos números, que son el cielo totalmente negro: sabe dónde está Orion y sabe dónde está el norte, el sur y la Osa Mayor y la Constelación de Ibys, se siente como una especie de brújula humana, pero con todos los puntos cardinales en funcionamiento. Ha decidido ir al sur.
Lisardo Expósito se detiene para encenderse uno de sus habanillos con boquilla de oro y ve cruzar en el cielo una bola de fuego, construida por cadenas de números, trescientos metros delante de él cae la bola de fuego. Lisardo Expósito piensa que es una nave extraterrestre, de uno de nuestros padres creadores del futuro. A Lisardo Expósito le crecen los brazos y le crecen las piernas y le crece también el tronco y la cabeza, o por lo menos él siente cómo le crecen los brazos y las piernas. Cuando llega a la altura de la bola de fuego, que son cadenas de números que Lisardo Expósito descodifica como «vehículo de navegación aérea», ve a un extraterrestre con la espalda ardiendo, se acerca hacia el extraterrestre con la mano levantada, con los dedos separados como en Star Trek, en señal de paz.
El extraterrestre corre hacia Lisardo, se abraza a Lisardo Expósito y Lisardo Expósito empieza a arder.
Lisardo Expósito intenta hablar, dar un mensaje de buena voluntad, pero de su boca sólo sale la palabra uno. Uno uno uno uno uno uno uno.
La mano de Fátima que lleva colgando del cuello Lisardo Expósito se funde con la mano de Fátima que lleva Samblancat colgada en el cuello; el metal líquido de las manos de Fátima cae al suelo y en la tierra helada forma en caracteres árabes un antiguo relato:
Te pongo como principio, oh nombre de Dios, y hablo.
El viejo y el joven tuvieron una disputa.
El joven habló y dijo:
—Que eres mayor lo dicen el cabello cano y el bastón en tu mano.
El viejo habló entonces y dijo:
—La presunción y la mentira van juntas con el cabello negro.
DALILA LOVE PERMANECE RETENIDA EN LA COMANDANCIA
Dalila Love tiene todo el vientre inflamado por una infección que le produce fiebre. Está sentada delante del sargento Benítez Muñoz, que le hace preguntas.
—¿Nombre?
—…
—¿No tiene nombre? ¿Habla mi idioma? Duyuspikinglis? Pag lé vu fgansé?
—…
—¿De dónde venía? Güerduyucamfrom? ¿Qué hacía en ese coche? ¿Es suyo ese Opel Corsa? Deopel, isyu?
—…
—¿Qué hacía desnuda dentro del coche, en mitad de la carretera? Guat dizyu onde jaiguai, onde rod? —pregunta el sargento Benítez Muñoz, y empieza a elaborar el atestado: a las…, ¿qué hora era, las doce y media, la una?, en el lugar llamado Campanillas, en el límite con Quinta Julieta, la patrulla encontró un vehículo marca Opel Corsa, matrícula…, ¿la hemos apuntado?, que se encontraba en mal estado, como si hubiera recibido un golpe o se hubiera visto implicado en un accidente; dentro del vehículo se encontraba, en aparente estado de shock, o quizá de intoxicación por alguna sustancia que por el momento no ha sido determinada, una mujer desnuda de nombre…
—¿Cómo te llamas? Guots yur neim?
—Tengo que llamar por teléfono, hacer una llamada, necesito hacer una llamada —dice Dalila Love—, ¿puedo hacer una llamada? Tengo derecho a una llamada.
El sargento Benítez Muñoz está cansado, lleva demasiadas horas despierto. Su hijo, que acaba de cumplir seis años y que tiene un pequeño retraso desde su nacimiento, ha estado llorando la noche anterior. Un llanto inconsolable que al sargento Benítez Muñoz le destroza.
El sargento Benítez Muñoz se levanta y le dice a Dalila Love que haga su llamada, que antes pulse el cero para tener línea exterior.
El sargento Benítez Muñoz sale del cuarto y deja que Dalila Love telefonee.
Dalila Love marca y el número que marca comunica.
Dalila Love vuelve a marcar y vuelve a marcar y vuelve a marcar y vuelve a marcar y no es hasta la undécima vez que marca cuando al otro lado le contestan.
—Tus secretos son nuestro éxito, dígame —dice Santiago, uno de los redactores del programa preferido de Dalila Love.
—Soy Cristina. Tengo una historia que contar, tengo que hablar en antena, que salir a antena. Me voy a morir si no hablo, mi hijo no va a nacer, no va a nacer y estoy detenida en una comisaría.
—Cuéntame, tranquila, cuéntame.
—Bueno, soy transexual, bueno, era un transexual, ahora soy una mujer. Quiero decir que me corté el pene, me lo cortaron, bueno, en una operación, en Gibraltar, el doctor Rosendo me metió el pene hacia dentro y me lo convirtió en una vagina y me instaló una terminal nerviosa para hacerme el clítoris, perdí el pene que me dejó mi padre que era egipcio, creo, o brasileño, o eso decía mi madre. Pero he sido una mujer, aunque fui hombre y luego fui un transexual y luego me cortaron el pene en Gibraltar, el doctor Rosendo. Fui hasta Gibraltar a hacer la operación, que costó mucho dinero. Mi marido me pagó la operación, aunque él prefería que yo siguiera siendo un hombre o un transexual, pero me quería con locura y me pagó la operación. Fuimos en avión a Londres y en Londres cogimos un avión para Gibraltar y en Gibraltar el doctor Rosendo me cortó el pene y me hizo una vagina perfecta, una vagina de mujer como si la hubiera hecho Dios. Nadie sabría que es de hombre sólo por el tacto…
»Pero es verdad que me dolió menos que me cortaran mi pene que cuando me hicieron los agujeros en las orejas para los pendientes. Me puso unos cubitos en los lóbulos y quemó una aguja con el mechero y pasó la aguja a la que había enhebrado un hilo de color verde y aquello me dolió como mil pecados… Aunque ahora lo que me duele es el pene que me cortaron en Gibraltar, ¿no te parece extraño? Me duele lo que no tengo, me duele como no me dolió cuando me lo cortó el doctor Rosendo allí en Gibraltar.
—Cristina, ¿para qué necesitas nuestra ayuda, Cristina?
—Bueno, yo trabajo en un espectáculo erótico con mi marido de ahora, Torosantos, que no es el de Gibraltar, el de Gibraltar me arrancó el pene a mordiscos, no le gustaba mi pene. Al de ahora, Torosantos, lo quiero con locura, hacemos galas por las mejores discotecas del país, y eso, y ahora mi marido no puede hacer el amor conmigo porque está como lleno de tristeza y está obsesionado por su padre, creo, porque no me dice nada, incluso puede que lo quiera matar porque tienen cosas pendientes del pasado, aunque lo que me preocupa es que haya dejado de quererme, porque yo le quiero con locura y lo que quiero es que alguien me ayude, porque además creo que estoy embarazada y el vientre me está ardiendo y es posible que esté a punto de dar a luz como mi madre me parió a mí.
—Tranquila, Cristina, tranquila, es casi seguro que no estás embarazada. Ahora entrará el informativo, pero en cuanto termine el informativo te pasamos a antena, Cristina, ¿vale? Venga, Cristina, tranquila, tranquila.
Y cuando Santiago dice por tercera vez tranquila, en el teléfono de Dalila Love se empieza a escuchar una canción de Frank Sinatra.
Where are you
Where have you gone without me
I thought you cared about me
Where are you
Where’s my heart
Where is the dream we started
I can’t believe we’re parted
Where are you
When we said good-bye love
What had we to gain
When I gave you my love
Was it all in vain
All life through
Must I go on pretending
Where is my happy ending
Where are you
When we said good-bye love
What had we to gain
When I gave you my love
Was it all in vain
All life through
Must I go on pretending
Where is that happy ending
Where are you
Where are you
LA VIDA OSCURA DEL SARGENTO BENÍTEZ MUÑOZ
El sargento Benítez Muñoz ha salido de su despacho porque necesitaba no pensar. Olvidarse de la mujer que había recogido en la carretera y olvidarse de su hijo. También quiere olvidarse del traficante con el que tiene trato. Mr. Rule.
«Tenemos trato, no se olvide, Benítez Muñoz, tenemos trato», suele decir el traficante. Mr. Rule.
A Benítez Muñoz le gustaría quedarse vacío. «Vacío, vacío», eso es lo que piensa Benítez Muñoz. Imagina una habitación blanca con las paredes acolchadas y muy altas, algo así como la celda del psiquiátrico donde estuvo internado su padre, cuando murió su madre después de caer por la ventana de su casa en Conil, la radio encendida, sonaba una canción de Antonio Machín, delante del sargento Benítez Muñoz, que entonces no era el sargento Benítez Muñoz.
El sargento Benítez Muñoz se culpa de la enfermedad de su hijo, Félix, piensa que la locura de su madre se ha instalado en su hijo. La locura del sargento Benítez Muñoz y la locura de su madre que saltó por la ventana, escuchando una canción de Antonio Machín: «ya sé que tienes novio, ya sé que no me quieres».
El sargento Benítez Muñoz piensa que nada acaba, que todo continúa hasta el infinito y que no podemos hacer nada más que intentar aplacar el dolor. Piensa en un pájaro que come un gusano que come en el vientre de un ciervo que está muerto.
También piensa que ese dolor le ha traído hasta esta comandancia de mierda, en un lugar perdido, donde tiene que soportar a un traficante de mierda, Mr. Rule, que le tiene cogido de los huevos. Un lugar que sólo puede llevarle a otro lugar más perdido aún, o al infierno, tal vez. Está pensando todo esto el sargento Benítez Muñoz cuando quiere no pensar en nada y se enciende, con un mechero transparente lleno de gasolina que contiene una amapola roja de tela, un Ducados light, para que la cabeza se le convierta en humo.
DALILA LOVE EN «TUS SECRETOS SON NUESTRO ÉXITO»
La canción de Frank Sinatra deja de sonar y suena otra canción de Frank Sinatra «Why Try to Change Me Now» que se corta y lo siguiente que escucha Dalila Love es la voz de Manuel Sierra que le dice:
—Buenas noches, Cristina, cuéntanos. ¿Me escuchas, Cristina?
Dalila Love dice:
—No me llamo Cristina, Manuel, me llamo Dalila Love, pero ése tampoco es mi nombre, pero es mi nombre.
—Bueno, Dalila Love —dice Manuel Sierra—, tienes un nombre muy original y seguro que también tienes una historia que contarnos en Confesión de noche.
—Quiero tener un hijo y estoy detenida en una comandancia de la guardia civil en mitad de una carretera porque me había casado con mi novio en una iglesia por la tarde y luego estuvimos actuando y se había perdido nuestro mánager que nos había casado…
—Bueno, Dalila Love —dice Manuel Sierra—, no nos estamos enterando muy bien de tu historia, ¿qué te parece si te pregunto un poco para aclarar lo que te está pasando?
—Sí —dice Dalila Love—, pregúntame.
—Dalila Love, ¿a qué te dedicas?
—Soy artista, bailarina, actriz. Actúo en un espectáculo erótico con mi marido, un espectáculo con mucha clase por discotecas con mi marido, Torosantos, al que quiero muchísimo, lo quiero con toda mi alma, es como si tuviera puñales clavados o…
—Nos decías que te has casado hoy con él, ¿no?
—Sí. Nos hemos casado hoy, nos ha casado esta tarde nuestro representante. Ha sido una boda muy bonita en una iglesia muy grande y muy bonita.
—¿Vuestro representante os ha casado?
—Sí, es un amigo de mi marido, un ex boxeador que nos lleva los contratos, las galas, la seguridad. Nos ha casado en una ermita abandonada muy bonita y luego Lisardo, el representante, ha desaparecido y ahora estoy embarazada, en la comisaría, en un cuartel.
—Bueno, Cristina, Dalila Love, el problema es que estás detenida, ¿no? ¿Quieres que nos pongamos en contacto con un abogado? ¿Dónde estás, en qué comisaría? ¿Nos quieres dar el teléfono de tu representante para que lo llamemos? ¿Dalila?
El sargento Benítez Muñoz golpea la puerta con los nudillos y asoma la cabeza, que no se le ha convertido en humo, mientras pregunta a Dalila Love si ha acabado con la llamada.
Dalila Love mueve la cabeza negando y el sargento Benítez Muñoz dice con los dedos que dos minutos más.
—No hay más tiempo —dice el sargento Benítez Muñoz.
—Manuel, Manuel, tengo que colgar dentro de poco —dice Dalila Love—, estoy en comisaría y ha venido el teniente a decirme que no puedo hablar más, que tengo que colgar. Lo que quiero decir es que estoy en una comisaría y estaba por una carretera sola y creo que estoy embarazada y que voy a tener un niño esta misma noche, Manuel. Cuelgo.
—¿En qué comisaría, Dalila Love? ¿Dalila, Cristina, en qué comisaría? ¿Dónde?
DALILA LOVE CUENTA PARTE DE SU VIDA AL SARGENTO BENÍTEZ MUÑOZ
Dalila Love ha terminado su conversación con Manuel Sierra. El sargento Benítez Muñoz ha entrado en el cuarto.
—¿Quieres hablar ahora? ¿Quieres contarme qué te ha pasado? ¿Quieres decirme qué demonios hacías? —pregunta el sargento Benítez Muñoz.
Para Dalila Love ahora su lengua es un animal que avanza solo, sin necesidad de alguien que le obligue.
—Yo era Conchita porque mi cuarto marido, el segundo, me llamaba Conchita, como una mujer que se le había muerto, y era la suya, la de verdad, de la que tenía dos hijos que habían desaparecido o muerto o se los había comido, a veces utilizaba esa clase de bromas, lo de comerse a los niños. Él decía que eran suyos y que podía hacer lo que quisiera.
»Me ponía una peluca rubia que compró en Valencia. Era una peluca de pelo largo y rubio.
»“Pelo natural”, decía mi cuarto marido como si dijera oro, diamantes o rubíes.
»Me ponía el pelo largo y rubio de pelo natural, del que compran los gitanos en los mercados, y lo peinaba y me decía “Conchita, Conchita, Conchita, yo te peino, yo te cuido y no te faltará de nada”. Me acariciaba el pelo largo y rubio.
EL SARGENTO BENÍTEZ MUÑOZ, PREOCUPADO POR SU ASUNTO CON MR. RULE, EL TRAFICANTE DE MIERDA
No es nada del otro mundo, cosa de los sitios pequeños, de las pequeñas trampas, de la pequeña vida en la que está encerrado el sargento Benítez Muñoz desde hace años, de este infierno en miniatura en el que vive.
El traficante de mierda, Mr. Rule, que no es tan mierda si pensamos que tiene fotografías del sargento Benítez Muñoz y vídeos y cintas de conversaciones telefónicas, quiere traer un cargamento de H 23t, aceite de marihuana transgénica, que se utiliza para curar el cáncer y que es imposible conseguir en el mercado legal por su elevado precio, en un pequeño avión desde Marruecos, una incursión nocturna. Ya tiene al piloto, un ex presidiario llamado Alfredo Samblancat, que ahora se gana la vida fumigando campos. Sólo necesita que el sargento Benítez Muñoz colabore un poco en la operación. Se llevará un buen porcentaje. Ya tienen localizado también un viejo aeródromo que se hizo durante la Guerra Civil, en un lugar apartado, rodeado de olivos, cerca de Belchite. Sólo necesitan una iluminación especial, y la protección del sargento Benítez Muñoz. Queda poco más de una semana.
El sargento Benítez Muñoz tiene que tomar una decisión, piensa en huir, en dejar a su mujer y a su hijo, sabe que se las arreglarán sin él.
Luego piensa en matar al traficante de mierda, pero aunque consiguiera hacerlo, después lo matarían a él.
Luego piensa que puede denunciar al traficante de mierda a sus superiores, desmantelar la operación, ganar el favor para evitar que las fotografías, los vídeos, las conversaciones grabadas le lleven también a la cárcel.
Luego piensa en pegarse un tiro con su pistola reglamentaria, pero lo piensa sólo durante un instante, el tiempo que tarda un galgo en cruzar la meta. El sargento Benítez Muñoz tiene miedo a morir.
Luego piensa en marcharse con su mujer y su hijo, aunque sería como atarse kilos de explosivo plástico a la cintura y meterse explosivo plástico por el culo. El traficante de mierda les encontraría sin problemas, él o alguno de los amigos de Mr. Rule.
Luego piensa que podría unirse al traficante de mierda, Mr. Rule, hacerse uno de los suyos, vivir al otro lado de la ley, en el mismo infierno portátil pero azuzando el fuego. Es la idea que más le gusta, la que más se le queda en el lado izquierdo del cerebro.
DALILA LOVE SIGUE CONTANDO LA HISTORIA DE SU SEGUNDO MARIDO O CUARTO
Luego me tenía que poner unos zapatos que me venían tan grandes que teníamos que colocarles algodón en la punta, porque tengo los pies demasiado pequeños para un hombre, incluso para una mujer. Unos zapatos de tacón muy alto. Y luego sacaba un abrigo de piel, de visón o de zorro, o de conejo, no lo sé, jelén, un abrigo que nunca me podía poner si yo no era Conchita. Una cosa extraña.
Y ponía el tocadiscos y decía «ésta es nuestra canción» y decía «vamos a bailar».
Le gustaba mucho el arroz a mi cuarto marido, el segundo. Arroz con caracoles, arroz con conejo, arroz negro, arroz de cerdo, arroz tres delicias, arroz con camarones. No se cansaba nunca del arroz. Como un mosquito del arroz.
Y decía «no te vuelvas a morir otra vez, Conchita, no te mueras, ni se te ocurra morirte, si te mueres me mataré».
Le gustaba que le azotara en el culo con su cinturón y decía «no lo haré más, Conchita, no lo haré más, castígame». Eso pasaba con mi cuarto marido, el segundo, a lo mejor.
—¿Tiene esto que cuenta algo que ver con lo que ha sucedido esta noche? ¿Le ha abandonado su marido, lo ha abandonado usted? —pregunta desganadamente Benítez Muñoz, y luego dice—: Si vamos a llegar a alguna parte el camino está siendo demasiado largo.
—A sus órdenes de mi sargento —dice el número García Longás, irrumpiendo en el despacho de Benítez Muñoz—, perdone que le interrumpa, pero se han recibido dos llamadas alertando de un posible incendio, puede que sea una avioneta, mi sargento.
—Hágase cargo, vaya al lugar de los hechos, si reviste alguna importancia llame a los bomberos y a Protección Civil inmediatamente —dice Benítez Muñoz a García Longás, y luego dice a Dalila Love—: Siga, siga. No vamos a acabar nunca.
—Mi tercer marido era mi marido más guapo, mi marido más guapo. El marido más guapo que tuve fue el tercero. Era hermoso. Me habría casado con mi tercer marido si me lo hubiera pedido alguna vez. Habría ido al fin del mundo, teniente, con mi tercer marido, el marido guapo. Mi marido guapo tenía un coche rojo al que le podías quitar la capota los días de calor. Esa semana o esos años hacía mucho calor. Ibamos los dos, perdidos los dos, solos los dos, juntos los dos, unidos los dos, enamorados los dos, los dos los dos. El coche rojo tenía una canción. No me acuerdo de la canción. Había otras canciones, pero ésa era nuestra canción, la del coche rojo, la que nos subía los colores, la que nos llevaba a la playa, la que nos llevaba al cielo, todo el rato esa canción, teniente.
—Sólo soy sargento.
—Mi tercer marido, sargento, el guapo, tenía un coche rojo rojo, rojo como una cereza, rojo brillante, rojo como mis labios. A mi tercer marido, mi marido más guapo, con el que me habría casado con una palabra, con el que me habría perdido, le comía las orejitas, le comía los labios, por amor, mamá, todo era amorcito guapo, amorcito limpio. El coche que no tenía techo, que le podías quitar el techo, un coche rojo, como una manzana roja en la que sólo cabíamos los dos, como dos gusanitos, felices felices, de verdad, jelén.
»¿Sabe cómo conocí a este marido? —dice Dalila Love persiguiendo una palabra a la otra—. Este marido, cuando este marido, ya había conocido a Torosantos, ya nos conocíamos, no nos queríamos, éramos como una especie de pareja profesional, estábamos empezando.
»Lisardo Expósito sabía que los dos tendríamos química, que funcionaríamos, ya sabe, que se podía sacar algo de nosotros. Y era cierto, estaba en lo cierto Lisardo, por una vez tenía razón.
»Resulta que Lisardo Expósito puso un anuncio en una de esas revistas de contactos, ya sabe, parejas buscando a parejas o gigolós con una polla enorme que quieren enseñarla y prostitución, ya lo sabe, prostitución. A Lisardo Expósito se le ocurrió poner un anuncio como si nosotros, Toro y yo, fuéramos un matrimonio, una pareja casada por la ley, con libro de familia, aunque ahora ya lo estamos, ahora ya somos una pareja casada por la ley. Lisardo puso un anuncio, nos hizo varias fotografías con posturas sugerentes, así lo decía él, para intentar sacar algo de dinero. Eran tiempos difíciles. Lisardo Expósito lo tenía preparado y nos llevó hasta Burgos, de donde era la otra pareja, nos había concertado una cita en el Hotel El Cid Campeador.
»Ellos, la otra pareja, el empresario del coche rojo de después, mi marido tercero, y su mujer no eran de Burgos, eran de Valladolid o de Madrid.
»Estábamos en el hotel. Parecía que la cosa estaba muy hecha, ellos tenían experiencia. Nos vestimos como un matrimonio, como se supone que se visten los matrimonios, y yo me enamoré del hombre que luego sería el hombre del coche rojo. Me enamoré por el dinero, ya sabe, en eso consistía el asunto de Lisardo. Les acabamos robando, se lo puedo decir ahora, se dejaron robar, quiero decir, porque las cosas se fueron transformando con el tiempo y aquella relación se fue complicando y luego yo me enamoré de Torosantos, y el empresario del coche rojo, que me quería con locura, desapareció, como había desaparecido antes su mujer.
EL INTERCAMBIO DE PAREJAS
Todo había empezado para Francisco S. y para Sagrario P., su mujer, como un juego, un intercambio de parejas, algo para salir de la rutina a la que había llegado su matrimonio.
Francisco S. insistía día a día: «Por favor, cariño, vamos a abrir un poco nuestra vida sexual».
Su mujer cedió, porque no podía dejar de sentirse culpable por su incapacidad para concebir un hijo, ni siquiera con los métodos más avanzados de estimulación ovárica. El último intento había sido en una clínica de Florida donde había pasado tres meses probando un método de fertilidad basado en una complicada regresión uterina en la que se trataba de que la paciente capturara un óvulo fértil de su propia madre.
Aunque vivían en Valladolid, Francisco S. era propietario de una bodega en Peñafiel, decidieron que la cita con la pareja E-254 de Sexo sin Complejox fuera en Burgos.
En el viaje discutieron.
A Sagrario P. no le acababa de gustar la idea, creía que podía haber problemas; no sabían con quién iban a encontrarse, una foto y un texto absurdo eran su única referencia.
Francisco S. también pensaba lo mismo, pero deseaba que su vida dejara de ser la de un empresario de provincias.
Sagrario P. bajó la guardia tras la comida con Torosantos y Dalila Love, que se habían presentado con los nombres de Vicente Parra y de Cristina Díaz y que le parecieron simpáticos y educados; quizá, después de todo, la experiencia no resultara tan mal. Nunca había tenido una polla en el culo y otra en el coño, y le gustó. Los besos de Cristina le parecieron tan masculinos como los de su marido.
Los encuentros se repitieron en diferentes ciudades: Santander, Logroño y Bilbao, donde Sagrario P. subió a un ferry con destino a Inglaterra, con la promesa de que Toro Vicente se reuniría con ella en Londres una semana más tarde, y Francisco S. y Dalila comenzaron su historia de amor.
Lisardo Expósito y Torosantos convencieron a Dalila para arruinar a Francisco S. Pasaron un par de meses, Dalila ganó totalmente la confianza de Francisco S., mientras Toro vivía su historia de amor en Londres. Dalila Cristina convenció al empresario para que echara a su gerente. Lisardo Expósito se presentó como el recambio ideal. El resto fue fácil. Torosantos le juró amor eterno a Dalila Love.
EL SARGENTO BENÍTEZ MUÑOZ SIGUE INTERROGANDO A DALILA LOVE
—Creo que hay alguien en el maletero del coche…
—Torosantos, Lisardo…, ¿son éstos los individuos con los que ha tenido problemas? ¿Quiere que le traiga un café, un poco de agua? —pregunta mecánicamente el sargento Benítez Muñoz, luego pregunta—: ¿Quiere que le traiga otra manta? ¿Quiere dormir un poco? ¿Quiere avisar a alguien? ¿Quiere contarme algo más? ¿Ha estado alguna vez en la cárcel? ¿Quiere fumar? ¿Hay alguien en el maletero? ¿Qué haría usted con Mr. Rule?
QUIÉN ES MR. RULE, EL TRAFICANTE DE MIERDA
Su abuelo o su bisabuelo, alguno de sus antepasados, que se llamaba como él, Mr. Rule, llegó a Cádiz en 1837 para imprimir y vender Biblias protestantes. Quería introducir el protestantismo, la libertad de culto, era un predicador, un impresor ilegal de Biblias. Este Mr. Rule también es protestante, pero lo que introduce es H 23t, desde Marruecos, y chips de ampliación de memoria biológica lituanos si los consiguiera. Es un pequeño traficante y a sus cincuenta y tres años quiere dar el salto, salir de este lugar de mierda.
Mr. Rule sabe palabras de la Biblia protestante de su bisabuelo. Mr. Rule vivió en Inglaterra durante años, pero volvió, cansado de no ser nadie y de no poder llegar a ser nadie. Ahora es un pequeño traficante en un lugar de mierda, pero quiere salir del infierno, quiere traer un avión cargado de H 23t desde Marruecos.
Mr. Rule estuvo en Tánger en verano, le presentaron a un agricultor de las montañas. Una velada muy tranquila. Conversaron al borde de la pequeña piscina del Hotel Minzah, mientras las abejas devoraban los dulces de miel del desayuno. Es un agricultor que tiene muy buenos contactos con las autoridades del gobierno en el sur. No habrá problemas. El avión aterrizará en un campo enorme del Rif, tierra y piedra molida, justo al lado de los invernaderos que proporcionan cosechas extra durante el invierno.
El agricultor lleva un kaftán violeta con bordados, quien sepa leer árabe leerá: «Alá es grande y poderoso, todo lo que soy se lo debo a Alá, todo lo que tengo es de Alá, estoy preparado para morir por Alá».
Los muchachos de Mr. Rule llevan camisas blancas y pantalones deportivos. Mr. Rule lleva camisa negra y pantalón negro y gafas de sol negras.
Mr. Rule y el agricultor hablan de dinero. Ningún problema, con buena voluntad, que es como el té azucarado que beben, no habrá ningún problema. Aunque ambos saben que el dólar es una buena moneda y que no suele causar problemas.
Ese desayuno fue en agosto, ahora Mr. Rule está preocupado. Necesita la pista del aeródromo de Belchite, que no se ha utilizado desde la Guerra Civil, y el cabrón del sargento Benítez Muñoz todavía duda. Sin el sargento Benítez Muñoz todo se puede ir a la mierda: más riesgos, más problemas.
Mr. Rule padece una diabetes, en este momento en estado estacionario, que le produjo una pérdida de visión que le obliga a llevar gafas, que él prefiere ahumadas, como si se estuviera preparando para la ceguera. Mr. Rule vive en un enorme caserón en mitad del campo. Tiene un Toyota deportivo de color gris, también tiene dos perros. Tiene un New Lada rojo que le trajeron de Moscú que suelen conducir sus muchachos. Sus perros se llaman Sick y Brain y son negros. Dos dogos negros.
Hace años, Mr. Rule trajo una ruleta de América metida dentro de un pulmón de acero. El pulmón era para una niña que tenía problemas de polio. El pulmón llegó desde Las Vegas con una ruleta americana dentro. Mr. Rule vivió de esa ruleta. Partidas ilegales. Les habían desmantelado un tugurio de juego y tuvieron que buscar en América. La ruleta llegó dentro de un pulmón de acero que se había conseguido para una niña con polio. Mr. Rule ganó bastante dinero con la ruleta pero cuando legalizaron el juego se quedó sin ingresos.
Si su abuelo había propagado la palabra del Dios protestante, la libertad de culto, Mr. Rule se veía como un propagador de la palabra del Dios Placer. Ahora quiere traer un avión desde Marruecos cargado de H 23t, y chips de ampliación de memoria biológica lituanos, si pudiera.
Mr. Rule lleva colgado del cuello un trozo de colmillo de elefante, porque protege del mal de ojo. No es una superstición de los protestantes. Se lo regaló un muchacho en Gibraltar, cuando a Mr. Rule le gustaban los muchachos, que se llamaba Atlas Jackson Jr., hijo de un marine americano de la base de Rota que murió en la cárcel del Puerto de Santa María a manos de otro preso. Luego a Mr. Rule dejaron de gustarle los muchachos pero el trozo de colmillo que lleva colgado al cuello le protege del mal de ojo.
En el Hotel Minzah de Tánger, en su habitación, desde la que se ve el mar, a lo lejos, Mr. Rule acaricia el trozo de colmillo de elefante que le protege del mal de ojo la noche anterior a su cita con el agricultor de las montañas y mira la televisión. Los americanos han bombardeado en África factorías de armas químicas y laboratorios farmacéuticos, donde se experimentaba con nuevas fórmulas para tratar el Ébola.
TOROSANTOS EN EL HAM LOVE SEX CLUB
Una niebla espesa cubre toda la carretera. Torosantos conduce el Mitsubishi Mishima hacia ningún sitio. El surtidor de gasolina del panel lleva un rato intermitente. Es una carretera comarcal y es muy poco probable que encuentre en una noche como ésta una gasolinera. Busca a través de la cortina de niebla la luz de algún alojamiento. Los efectos del sintético digital Muggleton han pasado.
Torosantos piensa, por primera vez en todo el día, que creer que se le ha aparecido el fantasma de Mohamed Nayim, que todavía está vivo, es una completa estupidez.
Necesita dormir.
Dos kilómetros carretera adelante, encuentra un club. Aparca. En el Ham Love Sex Club sólo hay cuatro prostitutas, jóvenes y muy aburridas, que miran a Torosantos con una extraña indiferencia; una de ellas, oriental, se llama Sen Ike, y tiene la cabeza completamente rapada, salvo un flequillo fabricado con extensiones de cable de fibra óptica.
LA VIGILANCIA DE CARBO CADET
Carbo Cadet se detiene en el arcén con las luces de posición encendidas, mira fijamente por el retrovisor, sólo ve la noche y las luces distorsionadas del club, y escucha la radio:
—… Nos ha casado en una ermita abandonada muy bonita y luego Lisardo, el representante, ha desaparecido y ahora estoy embarazada, en la comisaría, en un cuartel.
—Bueno, Cristina, Dalila Love, el problema es que estás detenida, ¿no? ¿Quieres que nos pongamos en contacto con un abogado? ¿Dónde estás, en qué comisaría? ¿Nos quieres dar el teléfono de tu representante para que lo llamemos? ¿Dalila?
ALGO DE LA HISTORIA DE MANUEL SIERRA
Manuel Sierra hace un gesto al técnico de sonido para que suba la música, cantos comanches grabados por David McAllister:
He ne ne na ne ne ne no he ne
ha yo wi ci na ya no he neha yowi ci
na ya a na yo wi ci nahe ne
ahe ne a yo wi ci na he ne ne nai
y grita «¿No hay forma de localizar la llamada, no hay ninguna puta forma de que podamos localizar esa llamada? Llamad a quien haga falta, hay que localizar a esta mujer. No ha habido nada parecido en dos meses y ahora se corta la jodida llamada. Llamad a todas las comisarías. Cualquier hijo de puta puede dar con mi teléfono móvil y yo no puedo conseguir que localicemos una puta llamada. La puta llamada».
Durante la siguiente pausa publicitaria, Manuel Sierra sale del estudio, intenta hacer alguna gestión para localizar la llamada de Dalila Love, ordena que llamen a todas las comisarías, que llamen a la guardia civil, a Telefónica; luego va a la máquina de Coca-Colas a por una Coca-Cola sin cafeína y se toca la pistola que lleva en la espalda, pegada a su espalda. Le gustaría fumar un cigarrillo, le gustaría localizar a Dalila Love y le gustaría poder fumar un cigarrillo, aunque fuera un Camel light, pero se ha hecho el firme propósito de dejar de fumar. Hace veintitrés días que no fuma. Veintitrés días.
Manuel Sierra va al lavabo, deja la lata de Coca-Cola sin cafeína encima del secador de manos, se moja la cara y después mea, un pis transparente. Manuel Sierra piensa a menudo que puede ser diabético, pero luego la idea se le va de la cabeza. No quiere pensar en problemas, ahora. Mira el reloj, faltan todavía dos minutos para volver al estudio. Se mira en el espejo. Le gusta lo que ve. Quizá no sea la cara que él pensaba que iba a tener a los treinta y ocho años, pero se gusta.
«No está mal», suele decir Manuel Sierra.
Hace un año compró una pistola porque un demente se dedicó a amenazarle por teléfono; empezó con llamadas absurdas, decía que Sierra le engañaba con su mujer y que era un extraterrestre, cosas sin sentido, y acabó acosándole. De alguna manera consiguió el teléfono móvil de Sierra, e incluso un par de noches se atrevió a esperarlo en la puerta de la emisora. Contaba historias sobre la guerra y decía que era fotógrafo, que tenía fotografías que comprometen el destino del mundo.
La pistola la compró Sierra a un amigo de su padre que vivía de la chatarra y de las partidas de cartas, un tipo raro, que se la vendió por setenta mil y que sólo le dio diez balas. Manuel Sierra piensa que es posible que diez balas no sean suficientes si tiene un problema.
Cuando entra de nuevo en el estudio y se pone los cascos siente unas enormes ganas de fumar, y también le llega, por primera vez en muchas semanas, el recuerdo de su último polvo con Angela Salomón, una sicoanalista judía y uruguaya cuyo método terapéutico, que aprendió del doctor Bunbury en Nueva York, consiste en dejar que fluya la transferencia entre médico y paciente sin freno.
LISA CISNEROS, O LOS INCONVENIENTES DEL AMOR FILIAL
Está más aburrida que sus tres compañeras del Ham Love Sex Club, nuevo nombre de la Casa de Amor de Yoni, donde llegó a trabajar hace medio año. La expulsaron de Estados Unidos cuando descubrieron que tenía un visado falso. La había delatado un antiguo novio que se dedicaba a pintar grandes óleos de sandías abiertas y rojas, de las que salían unas venus gordas, y al que habían detenido por posesión de plutonio.
Lisa Cisneros, recién regresada a Santo Domingo, conoció a Yoni, calvo y con unos enormes bigotes, que buscaba chicas para su negocio de lujo, alto estandin, yacusi y dinero fácil, pero a diez mil kilómetros de la isla.
Lisa aceptó la propuesta, a condición de que Yoni consiguiera también sacar de Santo Domingo a su hermana Daniela. Yoni se enamoró de Daniela, dieciséis años y ojos color miel, y sobornó a un par de funcionarios para que no pusieran problemas.
Yoni encontró un padre para Daniela, Francisco Sanjuán, un empresario local, y a Lisa le puso precio. Lisa tiene una deuda con Yoni de dos millones, cuando pague se podrá marchar. Sólo por esa deuda se acerca al tipo que acaba de entrar y le pregunta:
—¿Buscas un poco de compañía, mi amol?
Toro mueve la cabeza negando y pide una cerveza, pregunta al camarero si tienen teléfono, llama a Lisardo Expósito pero no logra la conexión, ni a la primera ni a la segunda ni a la tercera, luego llama al Hostal Las Vegas, marca la línea directa de su habitación, pero Dalila tampoco responde, pregunta al camarero si hay algún lugar cercano donde poder dormir.
El camarero le dice que a menos de diez kilómetros hay un desvío a la izquierda, que siguiendo ese desvío unos cuatrocientos metros encontrará un hotel o por lo menos un lugar donde poder dormir.
Torosantos paga la cerveza y sale deseando que el hotel esté tan vacío como el Ham Love Sex Club.
Cuando está intentando encontrar el desvío, un coche le adelanta violentamente por su izquierda. Apenas durante unos segundos cruza su mirada con el conductor del Citroen. Torosantos reconoce la mirada de su padre y el padre de Torosantos reconoce los ojos saltones de su hijo.
El padre de Torosantos frena el coche bruscamente, y se cruza en el camino del Mitsubishi.
Torosantos frena, pero no evita el golpe con el Citroen.
Carbo Cadet, que no ha tenido tiempo para arrancar el coche, sale rápidamente hacia el lugar del choque.
Toro, un poco conmocionado, se ha golpeado levemente, busca, palpando, la escopeta mientras ve, todavía están encendidos los faros amarillos antiniebla, cómo se acerca su padre con su sonrisa de vendedor a domicilio y con los brazos más abiertos que nunca.
TOROSANTOS APUNTA A SU PADRE CON LA ESCOPETA DEL PROPIETARIO DEL MITSUBISHI MISHIMA
¿Sabes lo que hizo tu padre hijo de puta para que tú pudieras comer, cabrón? ¿Cómo te llamas ahora? ¿Te sigues haciendo llamar Torosantos? ¿El demonio Santos? ¿Santos Puño de Mierda? ¿Sabes lo que hizo tu padre, Torosantos, en la carretera, pedazo de cabrón, hijo de la grandísima puta, parido por una lagartija?
Tu padre, al que puedes disparar y matar, sólo tienes que apretar el gatillo de esa escopeta, tiene el cuerpo lleno de venas y de sangre roja como la ira de Dios. Me he quemado la piel y se han quemado mis huesos mirando el cielo. ¿Sabes algo de tu padre, pedazo de cabrón? ¿Vas a matarme, vas a pegarme un tiro, hijo de puta? ¿Tienes cojones? ¿Sabes que al teniente o al coronel Márquez Websternhausser le hicieron comerse sus propios cojones? ¿Te lo he dicho? Le arrancaron los ojos y le hicieron comerse sus propios cojones, allí en el infierno lleno de polvo de huesos. Los moros lo hicieron, o quizá tu padre, uno de los dos.
El Protectorado para el Norte de Marruecos, las colonias, el desierto. ¿Qué sabes de tu padre? ¿Me vas a matar, vas a matar a papá, a tu papá? ¿Al hombre que te bautizó, que te bautizó dándote religión y madre?
¿Te han ido mal las cosas, eso crees? Mal, muy mal las cosas, se fue a la mierda el dinero, eh, se fue por el agujero del culo el dinero, eso crees, piensas que tu padre te ha hundido, que tu padre te ha metido en la cárcel, como al niño malo que se le castiga sin postre, eh, hijo mío, hijo de puta mío.
¿Sabes con cuántas mujeres ha estado tu padre? ¿Sabes cuántos tatuajes tengo en el cuerpo? Son preguntas sencillas, hijo mío. El dinero se ha ido por el puto agujero del culo, todo el dinero, todo salió mal desde el principio y las cosas siguieron mal.
¿Vas a disparar la escopeta? ¿Qué has matado en tu vida, hijo mío? ¿Qué has matado? ¿Los gusanos que te crecían en el corazón, pulgas de hotel, la rata que tienes dentro de la cabeza? Si no tienes cojones para matar a tu padre, no tienes cojones, no tienes cojones, no tienes cojones, te pasa como al teniente Márquez Websternhausser, que te has comido tus propios huevos.
¿Has visto el tatuaje que llevo en el vientre, un perro que se come a sí mismo? Eso eres tú, hijo de puta mío, un perro que se devora a sí mismo, te empiezas comiendo la cola y luego las piernas y acabas devorando tu propia cabeza. ¿Sabes dónde me hicieron el tatuaje del perro? ¿Sabes con qué me hicieron el tatuaje del perro que se come a sí mismo?
Ni yo lo sé, ya no lo sé.
El padre de Torosantos se toca el tatuaje, se rasca el tatuaje, como si quisiera que se le mancharan los dedos con el tatuaje, como si el perro se le fuera a poner en las palmas de sus manos y se lo pudiera enseñar a su hijo, abrirle la boca y enseñarle los colmillos a su hijo, dárselo a su hijo, que le apunta con la escopeta.
Carbo Cadet, que observa la escena a unos metros de distancia, marca el número de Leal, pero Leal no contesta. Carbo no sabe si tiene que intervenir, se siente como un idiota lleno de ira, y envía un mensaje escrito por el móvil a Leal: esto se va a la mierda.
Torosantos piensa que tendría que disparar más de dos veces para matar a su padre, eso es todo lo que hay ahora en su cabeza. Los cartuchos que no tiene, la escopeta nueva y dónde habría disparado primero.
Las palabras del padre de Torosantos le llegan a Torosantos distorsionadas, pierden todo su significado nada más salir de la boca y el aire helado de la madrugada las destroza, las deja sin sentido.
Torosantos siente frío en los dedos.
Al padre de Torosantos la cabeza se le envuelve en su vaho. El padre de Torosantos no tiene miedo y la cabeza se le llena de la música del irifi que le canta:
El que comience canción
y no la termine,
que se vaya;
esté a la puerta
y sea más grande
que un camello;
esté a caballo
y haya olvidado
la silla en el suelo;
esté sobre la roca
y la piedra se desmorone
y se caiga;
esté en las alas de la langosta
y no halle la tierra;
esté encima del pez dorado
y se sumerja en el agua.