EN LA PARTIDA DE CARTAS, NADIE PUEDE HACER CALLAR AL PADRE DE TOROSANTOS, QUE HABLA DE SU PARTICIPACIÓN EN LA GUERRA DE IFNI

Nos llevaron engañados. A nosotros sí que nos llevaron engañados. Más que a los americanos de Camboya, más que a los americanos de Vietnam. Más que a los de Bosnia y a los de Chechenia y más que a los de Argelia. Nos llevaron engañados al Protectorado del Norte de Marruecos, a Santa Cruz de Mar Pequeña. Como perros para una pelea clandestina de perros. Pero ni siquiera teníamos dientes.

Yo estaba soñando con Sofía Loren, paseábamos por Roma y Sofía Loren me besaba en los labios, su mejor beso. Nos despertaron en mitad de la noche. Estábamos en Alcalá de Henares, que era el mismo infierno. Nos hicieron formar en el patio con un frío de mil demonios.

El teniente Rodríguez Castro dijo vamos a realizar un ejercicio con fuego real.

Ya sabíamos lo que era trabajar con fuego real, un ruido terrible y un miedo terrible. La zona no estará balizada, soldados, dijo el teniente Rodríguez de Castro, iremos dando las órdenes conforme avance la noche, soldados, nada más.

Nada más. Nada más. Nada más. Nada más. Nada más. Nada más. Nunca olvidaré el nada más del teniente Rodríguez Castro. Es una buena frase.

Estábamos en Alcalá de Henares, parecía el purgatorio, un sanatorio de locos, un hospital de inválidos, un zoológico de hienas, un prostíbulo de putas viejas.

Hacía mucho frío, un frío que se metía en los ojos y en los labios y en el pecho y luego te cortaba la garganta en dos mitades. La mitad del alimento y la mitad del habla. Allí estaban Carlitos Seral y Alfredo Samblancat y también estaba yo y más soldados y oficiales, tropa y chusma. Era por la noche en Alcalá de Henares. Hacía frío. Nos metieron en un Junker y estuvimos dieciséis horas o veinte horas o una semana o un año volando hacia el sur.

Vimos dos veces reventar el sol en ese avión. Un sol rojo como la cresta de un gallo. El sur era el sur más allá de lo que pensábamos que era el sur. Pasaban las noches y no recibíamos ninguna orden.

Yo miraba por la ventanilla del Junker. También miraba por la ventanilla del Junker Carlitos Seral. Estábamos todos apretados en las ventanillas del Junker. Alfredo Samblancat dormía.

Aquel avión era como nuestra casa. Frío como el útero de una culebra preñada. Habíamos aprendido a saltar en aquel avión. Todavía no sabíamos que aquel avión podría ser también nuestro ataúd.

—Cállate y reparte —dice Alquézar, y le pone en la mano la baraja al padre de Torosantos.

No entendíamos nada. Ni siquiera el sargento de nuestra unidad entendía nada. Ni el piloto entendía nada. Íbamos hacia el sur, volábamos hacia el sur y alguna vez tendríamos que aterrizar en el sur, pero el mar aquel no se acababa nunca. El mar estaba azul y se fue haciendo negro, cada vez más negro, era como un corazón de petróleo. Nos llevaron engañados, como a los de Angola, peor que a los de Libia, éramos ciegos guiados por ciegos que avanzan hacia un precipicio. Me acordé de cuando el diablo tienta a Dios en el desierto y le dice que si se lanza al vacío un montón de ángeles le recogerán abajo.

Estábamos cruzando el mar y aquel mar negro no acababa nunca. Era como la primera vez que vi Murcia desde el Junker. Murcia era como un enorme cementerio. Todo pueblos pequeñicos pequeñicos y con cementerios. No acababa nunca el cementerio. Todo era un cementerio. Igual el mar, todo el mar era el mismo mar, como si fuera a ser nuestro cementerio. No dejaba de pensar que el mar iba a ser nuestro cementerio.

Carlitos Seral dijo lo normal es que a los muertos se los trague la tierra pero nosotros nos vamos a tener que poner un impermeable para morir; toda la vida con la monserga de que nos comerán los gusanos y vamos a acabar devorados por calamares y delfines.

Yo me agarraba a la ametralladora, como si fuera un Cristo o un amuleto o para caer antes.

Los moros hacían amuletos con huesos de cabra y con huesos de camello, pero eso lo aprendimos tiempo después.

Luego estuvimos dieciocho meses en el sur. África, el purgatorio, Ifni, Sidi Ifni, el Sáhara, las colonias, el Protectorado Español para el Norte de África, Santa María del Mar o lo que fuera aquello.

CONTINÚA LA HISTORIA DEL PADRE DE TOROSANTOS

El padre de Torosantos habla porque quiere que su cabeza se vaya de la partida de cartas, y porque no sabe tener la boca cerrada. Todo lo que tiene está en la partida de cartas. Si lo pierde, lo pierde todo. Tiene que ganar. Por eso la cabeza del padre de Torosantos está en otro lugar y no está en la partida de cartas.

El juego de los montones es muy sencillo. Después de haber barajado las cartas y cortado el mazo, se hacen tantos montones como jugadores. Cada jugador apuesta en uno de los montones. Se levantan los montones y gana la carta más alta. Un juego sencillo. Las apuestas necesitan juegos sencillos. En este juego de los montones el punto más alto puede ser el rey, pero también puede ser el as. En la partida del padre de Torosantos se ha decidido que la carta más alta sea el rey. En caso de igualdad se levantan las cartas iguales y vence de nuevo la carta más alta.

Juegan a los montones porque quieren prescindir de cualquier estrategia, de la inteligencia, de la memoria, quieren trabajar exclusivamente con el azar, el destino, la suerte, aboliendo incluso la intuición y jugando mecánicamente, quieren un juego de cartas donde la parte moral quede eliminada, siendo moral toda norma. Un juego donde no haya que tocar los naipes.

Apuestan, preferentemente, dinero en metálico, pero los jugadores pueden aceptar cualquier tipo de recompensa. El padre de Torosantos ha llegado como invitado, como viejo conocido. Es, aunque no lo sea, un jugador profesional; esta partida es su única posibilidad para ganar algo de dinero.

El padre de Torosantos no olvida las cartas que ha sacado esta noche. Empezó con un caballo de copas. Ganó. Siguió con un tres de espadas, un siete de oros, una sota de oros, un as de bastos, un seis de espadas y el mismo seis de espadas. Ha sacado también un rey de copas. Había otro rey en la mesa. Su carta, la de debajo del rey de copas, era un siete de copas. La carta del otro jugador, que se llama Alquézar y que se dedica a la compraventa de tractores para la chatarra, era una sota de bastos. En la última jugada ha sacado un caballo de oros. Otro jugador tenía un rey de copas.

El padre de Torosantos se cuenta la historia de Ifni, las colonias, África, y también la cuenta a los demás jugadores. Siempre cuenta la historia de Ifni. Le quedan diez o doce billetes de distintos valores.

EL PADRE DE TOROSANTOS CUENTA CÓMO ENCONTRARON AL TENIENTE MÁRQUEZ WEBSTERNHAUSSER

Estábamos de vigilancia, ¿os lo he contado alguna vez?, allá en el purgatorio, en África, en Ifni, en la zona del Protectorado Español para el Norte de África, en las colonias, en el infierno, en Santa María de Mar. Estaba Carlitos Seral y yo también estaba. Estábamos los dos. No sabíamos qué se vigilaba, pero estábamos de vigilancia. Vigilábamos. Teníamos que vigilar. Vigilar a los nómadas, a los moros, vigilar el cielo, vigilar que el cielo no se pusiera negro como nuestras pupilas, vigilar las chumberas, vigilar las cabras, vigilar nuestro pulso, vigilar los arbustos, vigilar los aviones, vigilar el viento, vigilar el movimiento de las alimañas, vigilar el sonido del viento, vigilar el movimiento de las luces en el horizonte, vigilar que no ardieran las zarzas y los cactus, vigilar el cambio de color de nuestra piel, vigilar.

Y avisaron de la patrulla. Habían encontrado al teniente Márquez Websternhausser atado a una chumbera.

Y fuimos a por el teniente Márquez Websternhausser.

El teniente Márquez Websternhausser era un hijo de puta, un auténtico hijo de puta, ya lo digo.

—Cállate y reparte —dice Vicente Leal.

El teniente Márquez Websternhausser estaba todavía vivo. Le habían cortado los cojones y se los habían metido en la boca. Los moros. Los tenía en la boca, los cojones. Y le habían sacado los ojos. Los moros. Le habían puesto los ojos donde tenía las estrellas de teniente. Los moros. Y le habían puesto las estrellas de teniente en los huecos de los ojos. Los moros.

Estaba todavía vivo el teniente Márquez Websternhausser.

Las moscas no sabían que estaba vivo todavía. Las moscas africanas se le posaban en los labios y en la lengua y en los párpados y en los agujeros de la nariz y en los lóbulos de las orejas y en el cuello y en el pelo y en la garganta y en las pestañas y en los brazos y en los dedos y en las uñas y en las cejas y en los dientes como si estuviera muerto, pero no estaba muerto todavía el teniente Márquez Websternhausser. Pero las moscas africanas no lo sabían.

Luego se murió, el teniente Márquez Websternhausser, con los cojones en la boca. Con dos estrellas rojas en los ojos y dos ojos clavados en el pincho de sus estrellas de teniente, el teniente Márquez Websternhausser. Se murió en nuestros brazos, en los brazos de Carlitos Seral y en los míos. Tratábamos de sacarlo de la chumbera. Creo que tenía los ojos azules el teniente Márquez Websternhausser. Unos ojos azules grises en aquel desierto de piedra blanda y de viento caliente del Protectorado Español del Norte de Marruecos, las colonias, África, el infierno, una residencia de leprosos, un hospital de sifilíticos, un sanatorio psiquiátrico.

Era un hijo de puta el teniente Márquez Websternhausser. Aunque los moros no lo supieran. Los moros.

ALQUÉZAR, COMPAÑERO DE PARTIDA DEL PADRE DE TOROSANTOS, Y LA EXTRACCIÓN ILEGAL DE ORO

Las tres partidas siguientes no han sido muy buenas para el padre de Torosantos, pero ha ganado una mano. El padre de Torosantos dice que hablar le trae suerte. No para de hablar, de contar su historia en la guerra de Ifni.

Alquézar, que tiene un asunto pendiente en su cementerio de compraventa de tractores para chatarra: le ofrecen doscientos tanques y cuatro submarinos de las antiguas repúblicas soviéticas, se ha retirado de la partida.

El padre de Torosantos sigue contando su historia en la guerra de Ifni, mientras Alquézar arranca el coche, una ranchera Chrysler de color plata que le compró a un ex ministro del Interior de Guinea. El ruido del motor alejándose se oye a través de las paredes de chapa de la nave de ganado vacía donde juegan.

Alquézar se dedica ahora a la chatarra industrial, tiene un enorme cementerio de tractores y de trilladoras y de mulas mecánicas junto a un lago salado en Monegros, pero se dice que ganó una fortuna con una mina de oro.

El asunto es sencillo. Alquézar dio, quizá en un atraco, quizá en una partida de cartas, quizá lo consiguió en la cama de una viuda, con un informe del gobierno de Franco sobre la extracción de oro de la pirita en una mina en Cerler, en el Valle de Benasque, en los Pirineos:

ESTUDIO PARA LA EXTRACCIÓN

DEL ORO DE LA PIRITA DE BENASQUE

Ingeniero: M. Bagüés

Químico: S. Lagunas

Si, en todos los casos, presenta indudable interés la recuperación, en condiciones económicas ventajosas, del oro contenido en minerales o en residuos de minerales, es evidente que en las actuales circunstancias, robadas y enviadas al extranjero las reservas del Banco de España por el gobierno rojo, por la infame República, esa recuperación se convierte en tarea de indiscutible valor patriótico.

Con la mira puesta en la consecución de tan altos fines, Minas y Explotaciones Minerales de Aragón ha emprendido la labor de convertir en realidad la solución del problema constituido por el aprovechamiento del oro que llevan los residuos de la tostación de la pirita procedente de sus minas de Benasque, y los resultados halagadores de los trabajos emprendidos con tal fin, en el laboratorio primero y en una instalación semiindustrial después, se han recopilado en el presente informe como justificación del proyecto de instalación industrial definitiva que sometemos a la aprobación y censura bla, bla, bla, bla, bla…

Se dice que el informe lo robó Alquézar de una caja fuerte, o lo ganó en una partida de cartas, o lo consiguió de una viuda con el coño pelado, según quien cuente la historia. Un informe de 1938. Unas minas que habían dejado de explotarse en los años cuarenta, después de un pequeño derrumbe. Un informe que Alquézar ganó en una partida de cartas, o robó, o se ganó con la polla en 1964.

Alquézar contó con la ayuda de un químico, García-Rodríguez Laín, con el que se instaló en Benasque. Juntos llevaron adelante el proyecto que el gobierno de Franco no había tomado en consideración. García-Rodríguez Laín desapareció con una buena cantidad de oro antes de que la guardia civil descubriera la explotación ilegal. La guardia civil no descubrió la operación hasta que cuatro portugueses empezaron a trabajar en la mina. Alquézar se jodió con los portugueses y tuvo que pasar dos años, cuatro meses y un día en la cárcel, aunque redimía condena donando sangre.

Con el dinero que consiguió con el oro montó el negocio de chatarras, eso se dice.

También se dice que ofreció la mitad de su oro a un juez o a un procurador en Cortes por el tercio familiar.

Si el ruido del Chrysler dejara pensar a Alquézar sólo un instante, Alquézar pensaría en García-Rodríguez Laín, probablemente en cómo matarle. Primero, tendría que encontrar a García-Rodríguez Laín: hay quien dice que está en Colombia y hay quien dice que está en Alemania. Después, matarle. Eso si no hubiera ruido en el Chrysler. Hay ruido en el Chrysler, un ruido en el motor cuyo origen ningún mecánico es capaz de averiguar. Un ruido que sólo desaparece cuando se confunde con otro ruido, como ahora, en que un Opel Corsa negro le adelanta.

TOROSANTOS EN EL OPEL CORSA NEGRO

El conductor del coche que adelanta a Alquézar es Torosantos. Cuando el Opel Corsa negro adelanta al Chrysler de plata, el dial digital de la radio del Opel Corsa se altera, salta de un número a otro, de la canción de Amalia Rodrigues que estaba sonando se ha pasado a un ruido de una frecuencia muy aguda, más tarde se oye la voz del que parece un predicador evangélico no ortodoxo brasileño.

El doctor Joáo Henrique dos Santos en Onda de Dios para los Desheredados habla de la Noche de Reyes. El predicador está planteando juegos a los oyentes, lo hace con energía, como queriendo llevarlos a un lugar que hace mucho tiempo abandonaron. Historias que les hagan volver a la infancia, para que recuperen un trozo de felicidad. No es nada serio, poco más que cháchara de feriante, psicología elemental, tabarra de comercial de productos de limpieza. Ahora propone a los oyentes, después de sugerirles que traten de recordar el día en que ese mal compañero del colegio o ese malvado hermano mayor o ese adulto desposeído de la ilusión, probablemente alcohólico o mal trabajador y pésimo cristiano, les descubrió que los Reyes Magos eran los padres, que piensen en su padre ayudados por definiciones muy sencillas.

El doctor Joáo Henrique dos Santos en su emisión para la Onda de Dios para los Desheredados les da una pista.

Primera: Mi padre tenía una espesa barba cuando yo era niño, más tarde se la afeitó. No le habría costado mucho hacerse pasar por un rey mago, dice el doctor inventando un padre que no es su padre, y dando paso a la música de Kenny G. a la que han mezclado palmas y cánticos de la Biblia.

ALGUNAS DEFINICIONES SENCILLAS DE TOROSANTOS SOBRE SU PADRE

Mi padre estuvo en la guerra de Ifni. Una guerra que no existió. En África. En el Protectorado Español para el Norte de Marruecos. Una guerra como Vietnam pero en España, en África.

Mi padre tiene el cuerpo lleno de tatuajes. Sus tatuajes son la historia de su vida. Tiene un tatuaje con la cabeza de una mujer y debajo sólo dos letras F V. Tiene cabezas de mujer tatuadas en todo el cuerpo. Ésa es la historia de su vida. Y un tatuaje que pone «Amor de madre» y un corazón. Todo mujeres y su madre. Tiene una mujer tatuada en el brazo que parece un pez.

Mi padre la llama la sirena.

La sirena ha ido creciendo con el brazo de mi padre y es como un pez con una cabeza enorme.

Los tatuajes de mi padre son como venas por fuera del cuerpo.

Alrededor de los pezones tenía rayos de sol tatuados. Sus pezones eran como dos soles.

Mi padre decía una vez quise borrarme un tatuaje, como si quisiera arrancar un trozo del pasado, y me froté con amoniaco y con lejía y lo froté con el calostro, con la primera leche que sacó tu madre para darte de mamar, te quité la leche de la boca, y quemé la piel, me quemé la piel y allí seguía el tatuaje y cogí el cuchillo y me corté el trozo de piel y ya no quedaba tatuaje, pero luego quedó el hueco de la carne y no podía olvidar el tatuaje, uno no se tatúa sólo la piel, se tatúa el cerebro, una parte del cerebro que te dice siempre dónde estuviste, lo que hiciste, lo que bebiste, lo que soñaste, lo que amaste y lo que odias, haya tatuaje o haya piel o haya hueso o haya mierda. Los mapas de mi vida son estos tatuajes y sólo yo puedo leerlos, sólo yo.

Una vez mi padre y yo estábamos los dos borrachos, muy borrachos. Estábamos en el centro del purgatorio, o muy cerca del centro del purgatorio, los dos borrachos, mi padre borracho y yo borracho. Habíamos estafado a un comerciante de Angola, aunque yo no lo supe hasta más tarde. Parecía un buen hombre el hombre de Angola. Habíamos bebido vino, cerveza, orujo, más cerveza, más orujo, vino blanco, ginebra con tónica, más ginebra con tónica, whisky. Mi padre había conducido hasta caerse sobre el volante y tocar la bocina con la boca. Le saqué del coche a mi padre, como pude, estaba borracho, y yo también.

Tengo el recuerdo de aquella noche. El angoleño, que era portugués, se llamaba Miguel do Carmo.

Aquella noche nos hicieron el tatuaje con tres agujas, un tatuador que habría sido incapaz de escribir tres veces seguidas la letra O, que había sido hacía tiempo, por eso lo conocía mi padre, luchador de lucha, incluso había estado en México para colarse en Estados Unidos y ganarse la vida con el Wrestling. Mi padre lo llamaba Gigante.

Tres agujas atadas en escalera a un palillo y un trapo lleno de grasa y de otras sangres.

El tatuador, Gigante, me tatuó en el pecho, junto al corazón, delante del corazón, en la piel del pecho que cubre el corazón. A mi padre sólo le quedaba sitio en el cuello, el comienzo de su cabeza, o el final. Le levantó el tatuador el pelo a mi padre y allí le tatuó. Era el único hueco sin tatuar que tenía en todo su cuerpo; ya entonces, ése era el hueco para su hijo, para mí.

«Amor de hijo», dice mi tatuaje.

«Amor de padre», dice su tatuaje.

Mi tatuaje está envuelto en un corazón, más o menos un corazón, una especie de corazón, una manzana podrida. Su tatuaje va en una línea, como si fuera un anuncio. Sí, más bien un anuncio: amor de padre.

Estábamos muy borrachos.

Ahora nos debemos el uno al otro para siempre, dijo mi padre, lo dijo peor, lo dijo con la boca llena de sapos, como si se la estuvieran comiendo los sapos.

—Ya sé —dice João Henrique dos Santos después de que acabe la música de Kenny G. y los cánticos de alabanza al Señor—, ya sé que estáis pensando en la infancia, en vuestro padre, ahí tenéis que seguir, buscando hasta llegar al fondo de vuestro corazón, donde sólo vosotros y Dios, padre eterno, amor eterno, fin supremo, podéis llegar. Dad gracias a Dios por la memoria, por poder recuperar al niño que fuisteis, lo que deseasteis, por acercaros a ser el espíritu puro que alguna vez fuisteis, aunque lo hayáis perdido.

Mi padre me bautizó. Estábamos en el camión. Mi padre, mi madre y yo. Mi madre estaba preocupada porque no me habían bautizado. Estaba preocupada porque mi hermano había muerto sin bautizar y también porque no podía imaginar que yo pasara el resto de la eternidad en el infierno, con mi hermano. Estaba muy preocupada.

Le habían dicho un millón de veces que el que muere fuera de Dios y de la Iglesia va al infierno, sin posibilidad de salvación.

Mi madre tiene mucho miedo al infierno. Ella sabía que los niños que mueren sin estar bautizados no van al cielo.

El médico le había dicho que yo podía morir. Era por alguna historia rara y yo podía morir, y mi madre estaba preocupada por si me moría y no iba al cielo. Mi madre quería que yo fuera al cielo y que estuviera bautizado.

Mi hermano había muerto. Mi madre ya sabía lo que era un hijo muerto. El dolor y las lágrimas y las noches sin dormir y un estrangulamiento de la piel del cuello. Y quería que yo fuera un ángel en el cielo.

Estábamos en el camión. Yo nací en invierno. Hacía frío. Íbamos a ver a un curandero. Mi padre quería también protegerme, entonces. Íbamos hacia la montaña, hacia el frío. Hacia Besians, donde había un curandero, le habían dicho a mi madre. Un curandero que ponía las manos en la parte enferma y curaba.

Y mi madre dijo tenemos que bautizar al niño, tiene que ir al cielo, tiene que ser un ángel, no puede ir al infierno y arder en el infierno.

Mi padre paró el camión, así me lo han contado, paró el camión, unos kilómetros más allá de Graus.

Mi padre bajó del camión y le dijo a mi madre dame al niño.

Luego mi padre dijo que cualquier cristiano puede bautizar a un niño si hay peligro de muerte. Mi padre había aprendido eso en algún lugar. No sé si es cierto. Mi madre lo creyó.

Mi padre me tenía en brazos y mi padre se sacó la polla y empezó a mear. Mi padre metió la mano en el chorro de orina. Alrededor de la orina crecía un humo negro y caliente.

Mi padre metió la mano en la orina y luego llevó la mano a mi cabeza y dijo yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo e hizo una cruz sobre mi cabeza y otra sobre mi cuerpo.

Y mi madre se arrodilló y lloraba.

No sé si llegamos al curandero, no lo sé. Pero no he muerto.

—Mi padre abandonó a mi madre. Mi padre me abandonó. Mi padre enterró a mi hermano en una cajica de zapatos —se descubre diciendo en voz alta Torosantos después de salirse por un momento de la carretera, luego ya no le salen más palabras y busca en el dial hasta que encuentra una emisora musical, sólo música, sin locutores, sin anuncios.

UNA CONVERSACIÓN ENTRE TOROSANTOS Y SU MADRE, HACE MÁS DE VEINTE AÑOS

—En una cajica de zapatos. Ni lo vi muerto. Yo no lo vi en la cajica de zapatos. Yo tenía que seguir sacándote del vientre, que no salías, y mientras no salías se me llenaba la boca de llagas. Lo metió tu padre en la cajica de zapatos. Era tan chiquitico, no era nada, era aire, era el final del padrenuestro. Tenía muchísimo pelo negro oscuro en la cabeza y los ojos claros, como yo, como tu abuela.

—…

—La tierra estaba húmeda, muy húmeda. La misma tierra. Fue tu padre el que hizo un agujero en la tierra con una llave de mecánico. Íbamos en el camión, yo me quedé contigo en el camión, y tu padre sacó una llave de mecánico para hacer un agujero en la tierra.

—…

—La tierra estaba húmeda y había un viento fuerte…

—Uhhhhhhh uhhhhh —imita Torosantos el sonido del viento, y en el silencio su madre se estremece, Torosantos nota que se estremece, profundamente, extrañamente.

—Ése, ése era el sonido del viento, me daba miedo ese viento. Y mi hijo, tu hermano, muerto en la cajica de zapatos. Y el viento. Y tu padre cavando con una llave de mecánico del camión, parecía que iba a cavar hasta el final de la tierra. Tu padre quería enterrarlo como si pensara que tu hermano podría escapar de la cajica y salir de la tierra.

—No tengas miedo, mamá, ahora estoy aquí y soy capaz de detener un huracán…

—Tenía una caja de cerillas que le había robado a mi padre. Mi padre fumaba en pipa y usaba unos mixtos largos, muy largos. Yo encendía fuegos en secreto. —La madre de Torosantos sonríe como si el miedo hubiese desaparecido por el agujero de sus recuerdos.

—…

—El fuego no crecía muy alto en la tierra. Y había un ruido, crip, crip, crip, crip, cada vez que ardía un insecto, era como el ruido de las palomitas cuando estallan en la sartén, pero más seco, como pequeñas explosiones.

—Uhhhhh fffiuuhhhhhh uhhhhfffiu —vuelve Torosantos a imitar el sonido del viento.

—Cállate, cállate, cállate, cállate, cállate, cállate, cállate, cállate, cállate, cállate, no hables, no digas nada, cállate, cállate, Mo, mi hijo, mi niño, Mo. —Torosantos se da la vuelta y se agarra a la almohada para que el tiempo pase lo más rápidamente, para que su hermano no salga de la tierra; su madre le acaricia la espalda y le susurra—: Niño malo, niño malo, niño malo, niño malo como tu padre, peor que el demonio que me come el corazón, malo y niño.

»En una cajica de zapatos enterramos a tu hermano. Yo estaba dentro del camión. Tú estabas dentro de mí mientras lo enterraba tu padre en la tierra mojada, donde quemábamos hormigas.

SIGUE LA PARTIDA DE CARTAS. CÓMO TODA LA TRECE BANDERA DE LA LEGIÓN DESAPARECIÓ EN LA GUERRA DE IFNI

A mí me tocó tapar a la Trece Bandera de la Legión. Enterrarla, quiero decir. Había caído la Trece Bandera de la Legión en una especie de desfiladero, en una vaguada, entre dos montañas. Los moros estaban arriba, creo. No quedó ni un legionario vivo. Todos muertos. Desapareció la Trece Bandera de la Legión. Se acabó. Ni la puta cabra.

Los moros hacen amuletos con los huesos de las cabras y de otros animales y se los ponen a los niños la primera noche después del nacimiento.

No quedó nadie. Allí acabó la Trece Bandera de la Legión. Yo la cubrí de huesos molidos, de arena del Protectorado del Norte de Marruecos, las colonias, Ifni, una guardería de chalados, Santa Cruz de Mar Pequeña.

—¿No hay ninguna manera de quitarle las pilas con su puta guerra de África? Es como jugar en un manicomio. ¿Habéis probado a ponerle una mordaza? Creo que en un juicio sería un puto eximente: «Señoría, estuvo diez horas seguidas hablando de la guerra de Ifni; señor juez, tuve que meterle un litro de vinagre por la boca, tuve que meterle un palo de escoba por el culo, arañarle la espalda con un rastrillo…, pero no cerró su maldita puta boca hasta que lo estrangulé con mis propias manos» —dice Leal, y todos ríen, especialmente Hernández Bueno, el dueño de la nave, y luego dice—: «Señor juez, diez horas hablando de la guerra de Ifni. ¿Sabe cuándo fue la guerra de Ifni?… No, no, señor juez, ésa fue la guerra de Vietnam, la de Marilyn fue la guerra de Vietnam, ésta fue la de Carmen Sevilla. ¿Cree que me absolverán?»

Teníamos un tractor y yo conducía el tractor y a mí me tocó tapar a la Trece Bandera de la Legión. Enterrarlos. Habían muerto hacía dos días y aquello olía a muerte. Como huele la muerte.

En el brazo de un legionario leí «Ilusión en la vida sin ninguna realidad». Lo tenía tatuado en su brazo en forma de boca. Fuera lo que fuera aquello, no le había servido de nada. Allí en África, o el purgatorio, el país del viento y de la locura.

No había cal viva y quedaron enterrados debajo de la arena. Una tierra que no era tierra ni era arena ni era polvo ni era piedra ni nada. Era como huesos triturados. Era como los huesos de los legionarios, como si hubieran triturado los huesos de los legionarios.

El tractor se hundía. Hacía calor aquel día o aquella semana, mucho calor, y un viento terrible. El irifi parecía que surgía allí mismo de la tierra que era huesos. El viento como un huracán. Un viento caliente, un viento que aguantaba el olor a muerte y el olor a la tierra y el olor a los huesos de la Trece Bandera de la Legión. El viento caliente se hacía entonces rais y traía una canción de los moros, comenzaba en árabe pero el viento caliente me la traducía:

… qué a tiempo llegó lo esperado

y vino cumplido

ahora, cuando lo que fue belleza

está perdido

y ya nadie quiere el amor

y la música.

En mi babucha entró la víbora;

me guardaré de ella

y haré sandalias

donde no entre el ojo de nadie.

Duerme la serpiente;

nadie le alargue la mano;

si la serpiente muerde,

el veneno entra en el corazón;

la mordedura del insecto

remedio no tiene

y la de la serpiente muerte te da.

Y la de la serpiente muerte te da también se la llevaba el viento caliente caliente caliente caliente caliente caliente caliente caliente caliente caliente caliente muy caliente.

Si hubiéramos tenido cal viva los habríamos enterrado en la cal viva, pero no había cal viva, no había ninguna posibilidad de encontrar cal viva.

—«Señor juez, se lo juro, le pusimos cloroformo, le dimos Orfidal disuelto en agua, le administramos Myolastan, le dimos trilita diluida en zumo de naranja, no había forma de que cerrara esa bocaza… No, señoría, eso fue la Marcha Verde, esto sucedió unos años antes».

Yo conducía el tractor y el tractor se hundía en ese polvo de huesos. La sangre había desaparecido, se la habían tragado el polvo y la arena. Era un verde intenso sobre el polvo de huesos.

El viento era caluroso y hacía círculos. Si te quedabas mirando el viento podías quedarte hipnotizado. Ya conocíamos el viento. Un paracaidista, un recluta de mi unidad, un hijo de puta, se había quedado suspendido en el viento haciendo círculos. Tuvimos que disparar al paracaídas, destrozar el paracaídas. Perder un paracaídas era ir a un consejo de guerra.

El hijo de puta de mi unidad llevaba suspendido en el aire dos o tres horas y el capitán Melero Polo dijo disparen al paracaídas, que se joda el puto paracaídas y que se joda el puto paracaidista ¿cómo se llama el paracaidista? y que se joda el consejo de guerra y que me joda yo y que me joda yo y que se joda África y los moros y el Protectorado del Norte de Marruecos.

El hijo de puta del paracaidista cayó desde veinte metros al agua, al agua caliente de aquel mar que teníamos a nuestra espalda.

—Cállate y reparte —dice Hernández Bueno.

Me tocó enterrar a los legionarios de la Trece Bandera, con un trapo que me tapaba la nariz. Pero aquel olor del polvo de los huesos de la arena se metía hasta el centro del corazón y allí te pudría el corazón. Pasaba antes por los pulmones. Olían a demonios esos legionarios. Sólo quería tapar de una puta vez a aquellos legionarios que olían a muerte. Los habían matado los moros en un desfiladero, quizá. Quizá uno de los nuestros, eso se dijo, pero no se dijo más, solo como el sonido de las olas cuando chocan.

El tractor se hundía en la tierra, como la tierra se había tragado la sangre de los legionarios muertos, todos muertos. Un olor que no he vuelto a oler nunca.

EL PADRE DE TOROSANTOS CUENTA LA HISTORIA DE SU RELOJ Y LUEGO APUESTA LA VIDA DE SU HIJO

El olor a muerte, que nunca había vuelto a oler el padre de Torosantos, es el mismo que hay ahora en la nave. Hace una semana, doce matarifes polacos, armados con pistolas jeringa de Cartago 190, un veneno que llega rápidamente por la sangre al corazón y lo paraliza, acabaron con todos los cerdos para exterminar un foco de peste porcina africana. Pero el padre de Torosantos no puede oler nada porque las siete últimas partidas han sido muy malas para él, y porque padece una enfermedad, denominada anosmia de Duras, producida por el estrés: cuando el padre de Torosantos está sometido a tensión pierde el sentido del olfato. Un tres de copas, un caballo de espadas que perdió con un rey de oros, un as de espadas, un siete de oros, una sota de bastos, un cuatro de bastos, un siete de oros.

Hernández Bueno, el dueño de la nave, que comercia con cerdos en Rusia, le ha dicho varias veces al padre de Torosantos que se retire de la partida. El padre de Torosantos ha perdido el dinero. También ha perdido el monedero electrónico y ha perdido el reloj. Cuando ha perdido el reloj el padre de Torosantos ha contado una historia:

—Llevaba un camión, mi primer camión, si es que se puede llamar camión a un isocarro, un isocarro de color azul, algo más que un coche de paralíticos, poco más que una silla de ruedas, pero era mío. Me quedé sin gasolina, o gasoil, o sin combustible, fuera el líquido que fuera. Dejé tirado el isocarro y fui hasta una gasolinera. Me perdí por la ciudad buscando la gasolinera. Necesitaba la gasolina, tenía que llevar la carga a algún lugar a las afueras, por Montañana, creo, por allí. Llegué a una gasolinera, sin un céntimo, perdido. Iba a vivir de lo que me dieran por el transporte de la carga. Así eran los tiempos. Le tuve que dejar el reloj al empleado de la gasolinera. Le dije que volvería enseguida con el dinero. El reloj era de mi padre. Y era, ¿sabéis?, este mismo reloj. Tengo derecho a crédito, ¿no?

Hernández Bueno le ha dicho que se llevara el reloj de su padre, que se fuera, que dejara la partida. El padre de Torosantos ha dejado encima de un montón las llaves de su coche, un Citroen rojo, un BX. Era el montón del seis de espadas.

Luego, el padre de Torosantos ha dicho:

—Sólo me puedo jugar la vida de mi hijo. Es lo único que tengo, quizá.

—¿Tu hijo? Siempre había creído que tenías dos hijos. Había oído decir que habías vendido a uno de tus hijos. Y que a tu mujer le habías hecho creer que había muerto de difteria o de poliamida y lo habías enterrado. Estabas pasando un mal momento sin duda, ¿no? —dice Leal, y luego dice—: No está mal, vender a un hijo y tener que acabar matando al otro.

VICENTE LEAL, ABOGADO DE CAUSAS GANADAS

Vicente Leal tiene más de cincuenta años pero es un hombre atlético y su barba espesa y negra y su pelo espeso y negro le hacen parecer más joven, aunque no tanto como él cree. Le han llamado, al principio, en el colegio, Rata, más tarde, en la milicia universitaria, le llamaron el Mayor Hijo de Puta, pero últimamente —un nombre que ha salido de los pasillos de los juzgados— le llaman el Muerto.

Fue, hace más de quince años, un abogado de prestigio. El caso de la harina adulterada por antimonio de síntesis: consiguió ganar un juicio a una importante compañía harinera, por fraude, envenenamiento, intoxicación masiva. Se hizo muy popular. Se convirtió en especialista en temas de consumo, siguió el modelo americano de denunciar por negligencia, por engaño, por estafa, por responsabilidad civil, por daños.

Su éxito se empezó a truncar cuando fue captado como ejecutivo principal y cabeza visible de Chediakol, una empresa panameña de venta piramidal.

SIGUE LA PARTIDA, Y EL ABOGADO VICENTE LEAL ACEPTA LA APUESTA DEL PADRE DE TOROSANTOS

Vicente Leal ha dicho que aceptaba la vida del hijo del padre de Torosantos pero sólo si lo mataba el padre de Torosantos con sus propias manos.

El padre de Torosantos ha dicho:

—Está bien, está bien, está bien, está bien, está bien, de acuerdo, correcto, está bien. ¿Lo dices en serio? Quizá no sea la primera vez que mato a un hombre, ya sabéis, en las colonias, en África, os lo habré contado, incluso aquí, pero ¿puedo dispararle antes y luego matarlo con mis propias manos? ¿Esto va en serio, Leal?

Después han levantado sus montones. Había barajado el padre de Torosantos todas las cartas, que son nuevas, de una baraja a la que él mismo había quitado el precinto de celofán, y ha hecho todos los cortes. El cinco de bastos del padre de Torosantos no ha sido suficiente para la sota de copas.

Vicente Leal, que había ganado también el coche del padre de Torosantos, le ha devuelto las llaves del Citroen y le ha dicho:

—Quiero a tu hijo, a cualquiera de los dos, si es que son dos, si recuerdas a quién lo vendiste y puedes dar con él me vale. Me sirve cualquiera de tus dos hijos. Quiero ver a tu hijo igual que al teniente ese Martínez Webstern, como se diga, de África, con los cojones dentro de la boca. Si no me entregas a tu hijo con los huevos dentro de su boca, y pensándolo bien me gustaría que fuera ese que se gana la vida follando en discotecas, acabarás con tus enormes cojones de viejo y tu propia próstata en la boca. Yo me encargaré de que sea así.

SOBRE LA RELACIÓN ENTRE JAIME IZUEL Y VICENTE LEAL, COMPAÑEROS NO SÓLO DE LA PARTIDA DE CARTAS

Jaime Izuel tiene poca historia, no tanta como Leal, aunque ambos tienen la misma edad, cincuenta y tantos años. Izuel parece mucho mayor que Leal. Izuel lleva una pistola, siempre, entre la espalda y el pantalón porque tiene miedo, un miedo quizá infundado, general, el miedo que tenía de niño a atravesar los pasillos oscuros y a mirar debajo de la cama, un miedo que le acompaña, que es él mismo.

Jaime Izuel, periodista, fue quien empezó a convertir a Vicente Leal en una estrella, en un defensor de los consumidores, en un látigo para el fraude y los manejos de las multinacionales. Jaime Izuel, que había militado en partidos de izquierda radical, que había estado en París, se convirtió a su regreso en reportero de tribunales, pasó de las manifestaciones a husmear en los juzgados, de sufrir las torturas de los policías a sobornarles para conseguir algún soplo. Luego, llegó lo de la harina y el antimonio. Desde entonces Vicente Leal y Jaime Izuel han sido inseparables, y la salida a la luz de la estafa piramidal de Vicente Leal ha arrastrado también a Jaime Izuel.

Leal e Izuel mantienen ahora una campaña de extorsión, utilizando la información que en los tribunales y en los periódicos han ido acumulando. Quieren que un empresario, Francisco Sanjuán, un hombre muy conocido, felizmente casado, con nietos, líder de la patronal local, para evitar que salgan a la luz sus relaciones con Daniela Cisneros, una dominicana ilegal, influya para que lo de Chediakol, la empresa piramidal, se disuelva en las aguas sucias de los despachos de los juzgados.

UNA CONVERSACIÓN TELEFÓNICA ENTRE VICENTE LEAL Y MR. RULE

—Pero ¿de qué nos va a servir ese como se llame con el que has cruzado la apuesta? —pregunta Mr. Rule.

—¿No eras tú el que decía que necesitábamos algo para que la atención estuviera puesta en otro sitio? Le forzamos para que se cumpla la apuesta, que tenga que matar a su hijo, lo dejamos en paz hasta un par de días de la llegada del avión al aeródromo, luego le forzamos, le amenazamos, le obligamos a que pague la apuesta. Lo anunciamos para que la atención se vaya a este crimen fabuloso: Padre mata a su propio hijo por una deuda de juego. ¿Quién coño va a estar pendiente de nosotros? Llevamos a su hijo a la zona de Benítez Muñoz y hacemos que sus agentes estén ocupados con el crimen, con las televisiones, con la prensa y con la Red. Está claro, Mr. Rule —explica Vicente Leal, gritando al manos libres que tiene instalado en su Hyunday, mientras Jaime Izuel asiente con la cabeza desganadamente.

—¿Quién se va a encargar de hacer el seguimiento?

—Creo que no lo conoces, o quizá sí, se llama Carbo Cadet, un hijo de puta, estuvo casado con la hija de Sanjuán. Luego, Izuel echará la carne del parricidio a la televisión. Podríamos emitirlo, incluso, en directo y ganar dinero.

DALILA LOVE ESPERA A TOROSANTOS EN EL HOSTAL LAS VEGAS

Dalila Love está barajando naipes para averiguar el futuro de Torosantos y su propio futuro, y también el de Lisardo Expósito, y ve cómo se deslizan varias cartas por debajo de la puerta de su habitación en el Hostal Las Vegas.

Se levanta de la cama, abre la primera carta, de la Embajada de Lituania, que la informa de que después de revisar hasta los mínimos detalles su solicitud de adopción de una niña o de un niño lituano, sea cual sea su condición sanitaria, ésta ha sido denegada por considerar que su actual relación familiar no cumple los requisitos básicos de estabilidad, que se constata una evidente ausencia de regularidad en los ingresos económicos y que la falta de una vivienda propia es un obstáculo insalvable.

Dalila Love no puede evitar que las lágrimas asomen a sus ojos.

La segunda carta, que no lleva remite, y que no es más que una fotocopia, dice:

Esta carta te ha sido mandada a ti para que tengas suerte. Su origen es NUEVA ZELANDA: Ha pasado ya nueve veces por el mundo; ahora la suerte llega a ti.

Después de haber recibido la carta te llegará suerte, siempre que la expidas.

Esto no es broma, recibe tu suerte por correo, no mandes dinero, sino copias a la gente que se merece la suerte. No mandes dinero porque el destino humano no tiene precio.

Manda 20 copias y verás lo que pasa dentro de 4 días.

Tu vida se va a transformar por completo. La felicidad va a invadir tu vida.

La cadena viene de Venezuela, escrita por SUL ANTHONY DE GROUP, misionero del sur de América para que cruce al mundo.

Haz 20 copias y envíalas a amigos y conocidos y recibirás dentro de un par de días una sorpresa e incluso si eres supersticioso ten en cuenta lo siguiente:

Constantino Díaz recibió la carta en 1973 y pidió a su secretaria hacer 20 copias para reexpedirlas. Unos días después le tocó la lotería.

Carbo Cadet, empleado, recibió la carta, pero olvidó mandarla dentro de las 96 horas y perdió su trabajo. Después de haber encontrado la carta, hizo las copias y las reexpidió. Unos días más tarde encontró un trabajo mejor que el anterior.

Un oficial llamado Raf, recibió 47 millones de libras. JOEL SKART recibió 47 millones de libras, pero los perdió por romper la cadena. En Filipinas, CANE WELCH perdió a su mujer después de recibir la carta y haberla negado. OLDER DAIRCHILD no creía en la carta y la tiró, nueve días después falleció en CALIFORNIA.

En 1967 una joven recibió la carta casi indescifrable. Se prometió reescribirla y reexpedirla pero lo dejó para otro día y se le olvidó, empezaron a surgirle reparaciones caras de su coche. La carta no había salido en el plazo de 96 horas siguientes. Al final cumplió su promesa y recibió un coche nuevo.

NO MANDES DINERO.

NO NIEGUES ESTA CARTA, ES UN PRIVILEGIO RECIBIRLAS.

Esta carta ha sido mandada por alguien que te desea suerte. No es con circuito de dinero; se trata de energía positiva unida en forma de suerte. Unir energía positiva de pensamiento puede tener efecto.

Tal como sea, que tengas suerte.

Dalila Love lee el papel y piensa que tiene que hacer las copias de la carta en menos de noventa y seis horas y mandarlas. Piensa a quién va a enviar sus cartas de la suerte. Piensa que es posible que vuelva la suerte y que tiene que enviar las cartas.

LO QUE LE DICEN LAS CARTAS A DALILA LOVE, EL AMOR DE TOROSANTOS, SOBRE EL FUTURO

«Mañana, haré las copias mañana», piensa Dalila Love mientras coge su baraja del cajón del escritorio, «mañana por la mañana».

Le enseñó a adivinar el futuro una zorra, así la llama Dalila Love, que se llamaba Crystal y que hacía la danza del vientre y la danza de los siete velos y otras danzas que ni siquiera tienen nombre. Crystal decía que venía de Marruecos, de Tánger, del norte de Marruecos, de Argel, de Libia, también decía que había estado en Irán, pero había nacido en Montpellier, hija de exiliados anarquistas de la Guerra Civil, y echaba las cartas y leía las líneas de la mano y veía el futuro.

Crystal enseñó a Dalila Love a echar las cartas, le enseñó el valor de cada figura y los presagios que cada carta lleva consigo.

Le dijo que el as de oros es engañoso y que no trae fortuna sino envidia, celos o quizá la muerte.

Le dijo que la mejor carta es el tres de copas, porque es discreta, porque nadie piensa que encierre grandes misterios, es como una carta de supervivencia.

Le dijo que los bastos hablan del amor y que las espadas hablan de lo que nos pasa dentro, de lo que nos atormenta, de lo que no podemos saber.

Las copas, decía Crystal, hablan del futuro, de lo que nos pasará. Crystal era una zorra y leía las cartas y le enseñó a leerlas a Dalila Love, y Dalila Love las lee en el Hostal Las Vegas, donde espera que lleguen Lisardo Expósito y Torosantos para ir a la próxima gala, así las llama Dalila Love, galas.

Dalila Love baraja todas las cartas, las corta dos veces, una vez con la mano derecha y otra con la mano izquierda, y coge la carta de arriba del montón de la mano derecha y la carta de debajo del montón de la mano izquierda, como le enseñó Crystal.

La primera carta es un caballo de copas que le habla del Príncipe, que es Torosantos, que llegará pronto montado en la Sanglas negra, una moto que hace más de tres años que fue desguazada. Es un futuro muy cercano, piensa Dalila Love, demasiado cercano, y no le gusta porque siempre quiere ver cosas del futuro lejano, como un embarazo, como verse acariciando su vientre en el que dentro hay un niño que crece, como un niño en sus brazos, como una casa con un enorme jardín, como una fotografía de ella con sus dos hijos, que tendrá, y besando a Torosantos, cosas así.

La segunda carta es un tres de espadas. Los treses la tranquilizan, aunque no sean de copas, y este tres de espadas le dice a Dalila Love que las cosas por dentro van bien, que todo marcha según lo previsto, que su cabeza sigue en su sitio, que no necesita volver a las pastillas.

Dalila Love junta los dos montones y vuelve a barajarlos y vuelve a cortar, tal como le enseñó Crystal, sin prisa. «El futuro», decía Crystal, una zorra de Toulousse, «necesita tiempo, tomarse tiempo, no hay que ir con prisas, no conviene que el futuro te engañe, el futuro tiene trucos para engañar a los impacientes, es así, yo lo sé, he aprendido a tener paciencia y tú debes tenerla si quieres aprender a leer el futuro».

Las siguientes cartas que levanta: un siete de oros y una sota de oros, intranquilizan a Dalila Love, la ponen nerviosa. El siete de oros es una carta mala y no es algo que le enseñara Crystal sino que es algo que ha aprendido ella. Los peores días son siempre los días en que el siete de oros aparece. Hay gritos, malos sueños, hay respiración cortada, hay miedo, hay peleas, no hay dinero, así son los días del siete de oros. La sota de oros no hace más que confirmar ese presagio. Siempre que aparece la sota de oros Dalila Love ve a Lisardo Expósito, lo ve con una de esas malas historias, con alguna gala horrible en una discoteca de carretera, con un negocio nada claro. La sota de oros es Lisardo Expósito.

Dalila Love piensa que algo malo debe de pasar cuando no es suficiente verlo siempre, tenerlo siempre a menos de un metro, que tiene que aparecer cuando lee el futuro. Dalila Love no puede desprenderse de Lisardo Expósito y eso es como si le clavaran dardos en el vientre, así lo siente.

El as de bastos que levanta del mazo de la mano derecha le gusta más, los bastos hablan del amor y Dalila Love está enamorada de un solo hombre, un hombre grande, no como esos bastos pequeños. El as de bastos, el rey del amor. Ése es Torosantos. Lo malo es que Torosantos haya salido detrás de Lisardo Expósito. Dalila Love piensa que eso suele ser así, que Torosantos va detrás de Lisardo, aunque parezca lo contrario. Dalila Love piensa que las cartas no engañan y piensa en Crystal, que se casó con un americano de la base americana y que ahora debe de estar en Dakota o en Texas o en California o en una playa del Caribe. Quizá en Los Angeles o en Miami, cerca de una playa. Dalila Love sueña a veces con irse a América, con vivir cerca de una playa de California o de Miami o de Nueva Orleans.

El naipe del mazo de la mano izquierda es un seis de espadas y a Dalila Love ese seis de espadas no le dice absolutamente nada, no surge nada en su cabeza, ninguna imagen, nada que pueda ser ese seis de espadas, y vuelve a barajar y a cortar con la mano derecha y con la mano izquierda y a levantar la primera carta del mazo de la mano derecha y vuelve a sacar un seis de espadas, y Dalila Love piensa que a veces el futuro guarda secretos que no tenemos que conocer sobre nosotros mismos y que ese seis de espadas habla de cosas de Dalila Love que ni Dalila Love debe conocer y levanta otra carta que es un rey de copas.

Cuando a Dalila Love le aparece un rey de copas no piensa en el futuro, como debería, al ser la carta más alta entre las copas, sino que piensa en el pasado, siempre que aparece un rey de copas piensa en Gallego Velázquez y piensa sobre todo que una vez le puso una pistola en la cabeza a uno de sus amantes para que la dejara en paz. Dalila Love piensa que eso es el pasado, pero que de alguna manera también es el futuro, porque si Gallego Velázquez no le hubiera puesto la pistola en la cabeza a aquel amante enfermo seguramente Dalila Love no estaría viva ahora. Y que el rey de copas le habla del pasado, pero sobre todo le habla del futuro, de la vida, de lo que ha podido vivir y de que siempre es posible continuar.

LA CASA DE LISARDO EXPÓSITO

La casa de Lisardo Expósito es una casa de planta baja. En la parte trasera hay un jardín con una higuera que da higos agrios y un almendro y un tendedero de ropa. La fachada está blanqueada con cal. La casa es pequeña. Tiene un dormitorio, un salón, donde hay colgado un saco de boxeador y una enorme máquina de tetris apoyada contra una pared, cocina, baño y una despensa. La despensa está llena de libros de Louis Pauwels, de Jacques Bergier, de Erich vön Daniken, de Pierre Duval, de Robert Ambelain, de Peter Kolosimo, de Jacques A. Mauduit, de Yves Gäel, de Thérèse Brosse, de Scott Rogo, de Taïsen Deshimaru, de Ivan Trilha, de Nicolás Flamel, de Paul Carus, de Robert K. G. Temple, del doctor Jiménez del Oso, de Uri Geller, de Robert Charroux, de Piyadassi Thera, de Erich von Daniken, de Lisardo Manilius, de Mabel Collins, de Philippe Encause, de J. J. Benítez, de Salvador Freixedo, de Dileep Kumar Kanjilal, de José Repollés, de Piyadassi Thera, de Robert Ambelain, de Erich von Daniken. También hay libros apilados en el pasillo. En el salón hay una nevera de color rojo. En el dormitorio hay varios archivadores de metal, donde Lisardo Expósito guarda los papeles de Torosantos y Dalila Love, y una cama de planchas de titanio con dosel.

Lisardo Expósito abraza a Torosantos y le dice que espere en el salón, que se va a duchar, que enseguida sale, que se tome una cerveza, que se siente.

En el sofá, donde Torosantos se deja caer, hay un montón de revistas, y se pone a leer

MUNDO DESCONOCIDO. REVISTA INTERNACIONAL

HOMBRES CON COLA

por Roberto Aretxaga Burgos

Bilbao

Testimonios centenarios para un enigma humano

Son muchos los enigmas que rodean al hombre y por supuesto sus orígenes. Se han barajado diversas hipótesis acerca de los principios de la raza humana. En ocasiones aparecen indios que refuerzan determinadas teorías y debilitan otras. Un caso de atavismo bastante conocido por todos es el de los niños que nacen con el cuerpo cubierto de pelo. Pero no es éste el tema que nos ocupa ahora, sino otro fenómeno antropológico aún más extraño y polémico: el de los hombres con apéndice vertebral o, más corrientemente, con cola.

Lo que me ha impulsado a escribir las presentes líneas no es tanto el fenómeno en sí, que ya ha sido tratado en diferentes libros y publicaciones por personal cualificado, como las fuentes a las que pertenecen los hechos que aquí se van a exponer. La recopilación de los mismos salió a la luz en Londres hace más de un siglo, en 1869, y es por lo que considero de verdadero valor para los interesados en el tema dar a conocer unos datos que puedan resultar ignorados y escondidos por el hacer del tiempo.

Johan Struys, viajero alemán que visitó la isla de Formosa en 1677, referente al tema nos aporta la siguiente historia en Voyages de Jean Struys:

«Antes de visitar la isla ya había oído hablar acerca de hombres con largas colas como las de las bestias salvajes, pero nunca había podido creerlo, teniendo en cuenta lo apartado que está esto de la naturaleza humana, e incluso ahora tendría dificultades en aceptarlo si mis propios sentidos no me hubieran sacado de tal pretensión, por la siguiente extraña aventura: los habitantes de Formosa, estando acostumbrados a vernos, solían recibirnos con términos cordiales; por eso, aunque extranjeros, siempre nos consideramos seguros, y creció una confianza suficiente como para dar largos paseos sin escolta, cuando una grave experiencia nos sorprendió de tal forma que corrimos un riesgo excesivo. Dado que un día algunos de nuestro grupo estaban dando un paseo, uno de ellos tuvo la oportunidad de apartarse del resto, los cuales, metidos en una calurosa conversación, siguieron avanzando sin reparar en la desaparición de su compañero. Después de un rato fue notada su ausencia, y el grupo se detuvo pensando que el otro les daría alcance. Esperaron algún tiempo, pero al final, cansados por la tardanza, regresaron en dirección al lugar donde recordaban haberle visto por última vez. Llegados allí, quedaron horrorizados al encontrar su cuerpo mutilado tendido sobre el suelo, aunque la naturaleza de las heridas mostraba que él no había sufrido mucho antes de morir. Mientras algunos permanecieron mirando el cadáver, otros fueron en busca del asesino, y no habían ido lejos, cuando dieron con un hombre de peculiar aspecto, quien, viéndose acorralado por el grupo de perseguidores y ante la imposibilidad de escapar, comenzó a espumajear con rabia, y a gritar y hacer salvajes gestos para dar a entender que haría arrepentirse a aquel que intentara meterse con él. La fiereza de su desesperación mantuvo durante un rato a nuestra gente a la defensiva, pero como su furia decreció gradualmente, fueron estrechando el cerco a su alrededor, y al fin le atraparon. Él pronto les hizo comprender que fue quien asesinó a su camarada, pero no pudieron averiguar cuál fue el motivo de semejante comportamiento. Como el crimen fue tan atroz, y si se dejaba impune traería consecuencias más graves, decidieron quemar al hombre. Fue atado a un palo donde permaneció varias horas antes de la ejecución. Fue entonces cuando contemplé lo que nunca había esperado ver. Tenía una cola de más de un pie de largo cubierta de pelo rojizo, y muy similar a la de una vaca. Cuando observó la sorpresa que esto causó entre los espectadores europeos, nos dijo que la cola era consecuencia del clima, por eso todos los habitantes de la zona sur de la isla donde estaban poseían apéndices semejantes».

Después de Struys, Hornemann notificó que existían antropófagos con cola, llamados por los nativos niam niams, entre el golfo de Benin y Abisinia. En 1849, M. Descourte, a su regreso de La Meca, afirmó algo semejante y añadió que tenían largos brazos, la frente baja y estrecha, las orejas largas y aguzadas, y las piernas delgadas.

Mr. Harrison, en su Tierras Altas de Etiopía, alude a la creencia generalizada entre los abisinios acerca de una raza de pigmeos de características semejantes.

M. M. Arnault y Vayssière, que viajaron por el mismo país, presentaron el caso ante la Academia de Ciencias, en 1850.

En 1851 M. de Castelnau da detalles adicionales referentes a una expedición llevada a cabo contra estos hombres con cola. «Los niam niams», dice, «estaban durmiendo al sol: los haoussas se aproximaron y, cayendo sobre ellos, los masacraron hasta el último hombre. Todos ellos tenían colas de cuarenta centímetros de largo, y de dos o tres de diámetro. Este órgano es suave. Entre los cadáveres había varias mujeres, quienes poseían la misma deformidad. En lo que respecta a otros particulares físicos, los hombres eran como todos los otros negros. Son de negro oscuro, dientes pulidos, sus cuerpos no estaban tatuados. Estaban armados con garrotes y jabalinas; en guerra profieren gritos agudos. Cultivan arroz, maíz y otros granos. Son hombres de buen aspecto, y su pelo no es rizado».

M. d’Abbadie, otro viajero abisinio, en 1852 nos ofrece lo siguiente de labios de un sacerdote abisinio: «A una distancia de quince días de viaje al sur de Herrar, hay un lugar donde todos los hombres tienen colas de un palmo de largo, cubiertas con pelo, y situadas en el extremo del espinazo. Las hembras de este poblado son muy bellas y no poseen cola. He visto cerca de quince de estas personas en Besberah, y estoy convencido de que la cola es natural».

El doctor Wolf en sus Viajes y Aventuras, vol. II, 1861, dice: «Hay hombres y mujeres en Abisinia con colas como las de los perros y los caballos». Wolf escuchó también de una gran cantidad de abisinios y armenios (y Wolf está convencido de que esto es verdad) que hay cerca de Narea, en Abisinia, gentes —hombres y mujeres— con largas colas, con las que son capaces de derribar a un caballo, y que hay gente semejante cerca de China. Y en una nota escribe: «En el Colegio de Cirujanos de Dublín debe de estar aún visible un esqueleto humano con una cola de siete pulgadas de largo. Hay muchos ejemplos conocidos de esta prolongación de la columna vertebral, como en el caso de los poonangs de Borneo».

Pero quizá una de las más interesantes declaraciones respecto a los niam niams sea la que hace el doctor Hubsch, médico de hospitales de Constantinopla:

«Fue en 1852 cuando vi por primera vez una mujer negra con cola. Este fenómeno me asombró, e interrogué a su amo, un traficante de esclavos. Supe por él que existía una tribu llamada niam niams localizada en el interior de África. Todos los miembros de esta tribu nacen con un apéndice vertebral y, dada la propensión de las mentes orientales a la exageración, me aseguró que algunas colas alcanzaban la longitud de dos pies. La que yo observé era suave y sin pelo. Tenía aproximadamente dos pulgadas y acababa en punta. La mujer era negra como el ébano, su pelo rizado, los dientes blancos, largos y dispuestos en alvéolos de una considerable inclinación hacia fuera. Los cuatro caninos eran afilados, y sus ojos inyectados en sangre. Comía carne cruda, movía su ropa nerviosamente, su inteligencia era la normal de los de su condición. Su amo había sido incapaz de venderla durante seis meses, a pesar del bajo precio a la que la había puesto; el aborrecimiento con que era recordada no se atribuía a su cola, sino a la inclinación, la cual no podía ocultar, hacia la carne humana».

—¿Nos vamos? —pregunta Lisardo, frotándose el pelo ralo con Foltene Plus—. ¡Ehh, Toro! ¿Nos vamos, Toro? ¡Toro!

—Sí, sí, sí, sí, sí. Ya voy. ¿Tú crees que hay gente que tiene cola como los perros y los caballos?

—¿Qué?

—Lo dice esta revista, hay pueblos en África y en Asia y en Oceanía que tienen cola como los perros, una cola al final de la espalda, Lisardo.

—Es posible, Toro, que nuestra columna vertebral provenga de una antigua cola, que la columna vertebral sea el residuo de esa cola, una cola que perdimos con el paso del tiempo, cuando bajamos de los árboles, es posible. Cuando dejamos de necesitarla la perderíamos, nos sería poco práctica para cazar. Puede que hayamos evolucionado desde un dinosaurio o desde un primate con cola.

»Además, si lo piensas, la mayoría de los animales mamíferos tienen cola: los perros, los osos, los gatos, los leones, las vacas, los monos, los camellos, los toros, los leopardos, los tigres, los pumas, los perros, los corderos, los monos, las ratas… Casi todos los animales mamíferos tienen cola. Nosotros, según nos dicen, si lo creemos, no somos más que animales mamíferos, ¿por qué no íbamos a tener cola? ¿Por qué no pudimos tener una cola al principio de los tiempos que luego desapareció? ¿Crees que somos mejores o distintos a los animales?

»Puede ser también, si lo pensamos un poco mejor, si no nos creemos lo que nos dicen, ¿recuerdas las palabras de la Biblia esas de que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza?, que haya dos especies de hombres en la Tierra, unos que llevaron cola, que venían directamente de los monos, de la evolución, de bajar de los árboles, y otros, los que fuimos creados por Dios, o por los extraterrestres, y que no tenemos cola como los monos. Esto de que pudimos ser creados por extraterrestres lo dice Erich von Däniken, lo puedes creer. Hechos a imagen y semejanza de Dios, carecemos del apéndice trasero que todos los mamíferos tienen, ¿recuerdas, Toro, algún mamífero que no tenga cola?

—Creo que mi padre.

LISARDO EXPÓSITO AYUDA A TOROSANTOS A ELEGIR EL REGALO DE REYES EN EL SPECIAL DISCOUNT I&I PARA DALILA LOVE

Está en la carretera y se llama Special Discount I&I. Es una inmensa nave sin adornos, sin estanterías. Miles de cajas por todas partes llenas de vestidos, de pantalones, de jerséis, de carteras, de bolsos, de paraguas, de cosméticos, de calculadoras, de chaquetas, de collares, de perfumes, de pañuelos, de bufandas, de cascos de realidad virtual, de función sexual con complemento para pene o vagina, de simuladores, de anillos, de DVD pornográficos, de microordenadores portátiles, robots de cocina, juegos digitales…, productos con pequeñas taras que a los ojos resultan invisibles, buenas falsificaciones. La nave está llena de gente que revuelve dentro de las cajas. La iluminación es blanca e intensa, de neones enormes. Las dependientas llevan un mono de mecánico azul mecánico y una pequeña chapa que las identifica. Torosantos revuelve en una caja de perfumes. Lanza un poco de cada perfume contra su muñeca y luego lo huele. Un perfume de olor canela, cobre y pimienta le hace estornudar violentamente.

Srta. Serrano se acerca a Torosantos y le pregunta si le puede ayudar.

Lisardo Expósito llega entusiasmado con una caja de plata, una especie de joyero.

—Ya lo he encontrado —dice Lisardo Expósito—, mira.

Torosantos mira el interior de la caja de plata, su cara se llena de asombro, de sorpresa, y dice a Srta. Serrano que ya no necesita su ayuda.

DALILA LOVE, LA MULATA RUBIA, ESPERA QUE LLEGUEN TOROSANTOS Y LISARDO EXPÓSITO AL HOSTAL LAS VEGAS

La mulata, la negra Dalila Love, la vieja, que es hija de un zapatero de Mozambique y de una puta de Tras os Montes, de un empresario textil y de una comefuegos de Salón Variedades, de una criada húngara y de un conductor de cargas de plutonio, hija de un curandero francés y de su hija, hija de un cura guatemalteco y de una hija de Emiliano Zapata, hija de un gitano egipcio y de una negra cubana, que la abandonaron en la inclusa, hija de una princesa siria y de un cantante de boleros de Guadalajara, México, que vive de chuparle la polla y de follar con su novio en discotecas, carpas, bares, prostíbulos, también fiestas privadas, está sentada en su cama doble extra del Hostal Las Vegas.

Dalila Love extiende la crema depilatoria rosa a lo largo de su pierna derecha con una paleta de madera. En la radio hay un programa especial dedicado a Dean Martin y suena una canción de Dean Martin y luego otra canción de Dean Martin que Dalila Love intenta tararear sin demasiado éxito y luego otra canción de Dean Martin con Sammy Davis Jr. Retira con la paleta de madera la crema rosa, que limpia con una bayeta amarilla. Acaricia la pierna para comprobar que no queda nada de vello.

Después de depilarse las piernas y las axilas y el vello de la cara, para el que aplica cera caliente en vez de crema depilatoria rosa, se cepilla el pelo negro y duro teñido de rubio doscientas veces, y acaba pintándose las uñas de las manos con laca de color verde aceituna con incrustaciones metálicas. Cuando sopla las uñas para que se le sequen, Dalila Love intenta imitar el gesto de Marilyn, suena el teléfono de la habitación.

—¿Está lista mi estrella? —pregunta Lisardo.

EL PADRE DE TOROSANTOS ABANDONA LA PARTIDA DE CARTAS

El padre de Torosantos sale de la partida de cartas, pero la partida se sigue jugando en la nave de ganado de Hernández Bueno. El padre de Torosantos se ha jugado la vida de su hijo, de uno de sus dos hijos. El padre de Torosantos arranca su coche, o el que hasta hace poco era su coche, un Citroen de color rojo, y pone rumbo a la ciudad. A Salón Variedades.

UN MONÓLOGO DE CARLITOS SERAL, EL HUMORISTA SIN GRACIA, EN SALÓN VARIEDADES

Yo trabajaba en la Facultad de Veterinaria. Ya saben, donde se enseña a cuidar a los animales. Yo grababa en vídeo las operaciones de los animales. Me ganaba la vida con eso, no era difícil. Estaba allí con la cámara y rodaba las operaciones. Quizá antes quise ser director de cine, pero lo he olvidado. También quise ser santo, pero cuando era muy niño. ¿Les he contado la historia de cuando quería ser santo?

Yo quería, en ese momento, cuando estaba en la Facultad de Veterinaria, era mi deseo, lo necesitaba, que mi mujer fuera una cabra o un caballo. No me gusta el pelo de los caballos. Quería que fuera una cabra. Y entonces mi mujer se puso a engordar. Por amor, por mí, por su maridito el director de cine con animales, como Walt Disney, pero en versión sangrienta y con anestesia, a veces. El Walt Disney de la cinematografía de cirugía animal, si lo quieren ver así.

Mi mujer me decía si tú quieres que sea una cabra seré una cabra, mi amor, vida mía.

Y yo le decía ponte a cuatro patas, y me sentaba con un taburete y le ordeñaba las tetas.

Y luego le decía a mi mujer no quieres ser mi cabra, no me quieres, me voy a volver loco, me voy a volver loco.

Y mi mujer lloraba. No podía ser una cabra.

Yo me había follado a la cabra A y a la cabra B, cabras de experimentación de la Facultad de Veterinaria. Las había filmado en vídeo y luego me las había follado y luego me había hecho una paja viendo a la cabra A y a la cabra B en los monitores de la sala de montaje. Ni su puta madre habría distinguido a la cabra A de la cabra B, porque eran clónicas, idénticas por fuera, experimentos genéticos. Pero la cabra A llevaba una etiqueta que decía A y la cabra B llevaba una etiqueta que decía B, así eran las cosas. Les habían metido un virus de no sé qué a las cabras. Creo que no era contagioso, el virus, aunque puede que fuera un virus humano tóxico de África.

No lo pregunté.

Hasta el momento no he descubierto los efectos secundarios.

Follando con la cabra B me había corrido como nunca antes. Sólo una vez he follado a un caballo, pero no me gusta el pelo de los caballos, ya lo dije antes.

Mi mujer es maestra. Mi mujer era maestra. Cuando mi mujer era todavía mi mujer era maestra y ahora todavía lo es. Lo que quiero decir es que mi mujer ya no es mi mujer, y así fueron las cosas.

Le decía a mi mujer no te laves, no quiero que te laves, no quiero que te laves jamás, y mi mujer no se lavaba. Y luego le decía a mi mujer no te limpies el culo cuando cagues, ni te pases un papel cuando mees.

Y mi mujer me obedecía. Me gustaba lamerle el ano. Por su culo no la habría dejado nunca.

Luego le dije a mi mujer no te depiles.

Y ella no se depilaba.

Las cabras son diferentes de las mujeres en la obediencia. Mi mujer era obediente. Le había enseñado a ser obediente.

Le dije a mi mujer no te cortes el pelo, y mi mujer no se cortaba el pelo.

Aunque ya he dicho que lo mejor era su enorme ano. Su ano era tres veces su coño. El ano de mi mujer era lo que más se parecía a una cabra. Aunque nada se podía comparar con la cabra B.

Le puse a mi mujer una etiqueta que decía C. La etiqueta era como un escapulario, como un «deténte, bala», ya saben. Mi padre llevaba siempre un «deténte, bala», lo había utilizado en la Guerra Civil y me lo envió cuando yo estaba en la guerra de Ifni, en África, donde trajeron a Carmen Sevilla para que animara a las tropas. No importa, yo también la he olvidado.

Bueno, pues el cuerpo de mi mujer era un templo, todo para mí. Su cuerpo era un templo para mí y yo quería que mi mujer fuera la cabra C.

Le dije a mi mujer ahora vas a venir conmigo a estar un rato con A y con B.

Era domingo. En la Facultad de Veterinaria no había más que el ruido de los animales por encima del silencio: gruñidos y balidos y graznidos y como demonios se llame lo que hacen los cerdos. En los establos y en las salas especiales y en los quirófanos donde operan a los animales y en las jaulas sólo había el ruido de los animales por encima del silencio, es difícil de explicar.

Llegamos a la sala de A y B.

Le dije a mi mujer desnúdate, y mi mujer se desnudó.

Luego le dije a mi mujer ponte a cuatro patas junto a las cabras, y mi mujer se puso a cuatro patas.

Las rodé a las tres juntas en vídeo.

Le dije a mi mujer revuélcate por ahí, no volveré hasta la noche.

Y no volví hasta la noche.

Me follé a mi mujer en el establo, por la noche, por el ano. Mi polla era una niña dentro de un hula-hop. Le chupé las tetas a mi mujer y le chupé las tetas a la cabra B y a la cabra A, en este orden.

Esa noche dormí como un niño.

Por la mañana le dije a mi mujer ya te puedes bañar, puedes coger tus putas cosas y largarte a la puta mierda.

Mi mujer se baño, cogió sus putas cosas, las metió en un par de maletas y se largó de casa.

¿Alguien conviviría con alguien que quiere ser una jodida cabra?

LA CONVERSACIÓN ENTRE CARLITOS SERAL Y EL PADRE DE TOROSANTOS

—Si tú tienes algún problema, que siempre los tienes, no hay un solo momento de tu vida en que no los hayas tenido, ya lo sé, yo tengo todo el jodido catálogo de problemas. Creo que me encargaron a mí el inventario general, pero para que lo pusiera en práctica por mí mismo. Un buen surtido, como una puta caja de bombones, o de huevos Kinder. Sí, huevos Kinder, porque dentro del problema siempre aparece otro puto problema de regalo, y además te lo tienes que montar tú mismo para saber de qué demonios se trata. Y lo que no puedo soportar, ya lo sabes, es que además eres como una puta radio que hubiera detenido sus emisiones en 1960. Me aburres, me aburres profundamente. Tú y la guerra de Ifni, las colonias, África, como dices, y tus problemas me resultáis muy muy muy muy muy aburridos —Carlitos Seral da una calada profunda a su Ducados; cuando suelta el humo, el humo forma la cara de Jesucristo en el aire y luego se desvanece—, pero aunque resulte imposible de creer, te echo de menos, me gusta verte, salir de ese escenario de tablas podridas y verte con esa sonrisa… de idiota, no encuentro una palabra mejor, porque no tengo ni idea de dónde te llegan esas ganas de reír.

—Me ha gustado la historia de la cabra, ¿te parece mal, Carlitos? ¿Te parece mal acaso que tu amigo se ría de tu historia de la cabra? —El padre de Torosantos le da un abrazo que es como una sacudida eléctrica de bajo voltaje en el cuerpo de Carlitos Seral—. Te vengo a ver para reírme un rato, ¿te parece mal, Carlitos?

—¿Has traído el coche? —pregunta Carlitos Seral, y el padre de Torosantos mueve la cabeza afirmativamente—. Llévame a casa, estoy cansado, muy cansado, demasiado cansado para que me largues una de esas historias de África.

—¿Una historia de África, una historia de África, una historia de África? Ésta no es una historia de África, no es una historia de la puta guerra de África. ¿Te acuerdas cuando ya se había acabado todo lo de las colonias? Ya se había acabado lo de África, lo de Ifni. Así estaban las cosas, de vuelta a casa. Regresábamos a puerto —dice el padre de Torosantos mientras arranca el coche—. Íbamos en un convoy de regreso a puerto. Ibas tú e iba yo. Los dos. Íbamos los dos. Volvíamos a casa. Y el cielo se cubrió de aviones, aviones nuestros. Habíamos vencido a los putos moros que nos habían tenido dieciocho meses jodiéndonos con el viento y el polvo de los huesos. Quizá habíamos perdido la guerra, eso lo supe después, pero entonces regresábamos victoriosos. O por lo menos regresábamos vivos. Hacíamos señales a los aviones, señales de alegría, era como una celebración. Y luego desde los aviones empezó a caer metralla como si fuera lluvia, de nuestros propios aviones. ¿Te acuerdas? ¿Lo recuerdas, Carlitos? ¿Recuerdas el ruido de la metralla cuando caía?

»Alguien se había vuelto loco allá arriba, el viento se le había metido en la cabeza y se había vuelto loco. Un soldado de mi unidad cayó junto a mí con la cabeza destrozada.

»Yo no sabía si moverme o quedarme quieto como una chumbera. No sé lo que tú pensaste pero para mí todo aquello era como el infierno, como la peor pesadilla. Caía gente y la lluvia de metralla seguía desde el cielo.

»Era como si no pudiéramos regresar todos a casa y hubieran decidido rebajar el transporte. Un moro de los que nos ayudaban, un pequeño traidor, se metió debajo de un camión y el camión estalló.

»Luego los aviones se fueron. No supimos nunca nada de los aviones. Alguien la había jodido bien en Ifni. Habíamos vencido a los moros, los putos moros de las jaimas. O habíamos perdido, pero estábamos vivos. Estamos vivos. Nunca, creo, he estado peor que bajo la metralla, y no creo que lo vuelva a estar.

»No he venido a pedirte nada. Sólo a reírme un poco, ¿no puedo venir a reírme un poco con tus historias?

DALILA LOVE, LISARDO EXPÓSITO Y TOROSANTOS EN EL OPEL CORSA CAMINO DE THE BAILE DISCOTHÈQUE

Están en una carretera que es como las líneas de la mano de Dalila Love, vienen de ningún sitio y van hacia ninguna parte, se interrumpen; si Crystal leyera las líneas de la mano de Dalila Love diría que su vida va a ser breve y desafortunada. Quizá la carretera acabe en un precipicio. Van en el Opel Corsa negro que consiguió Lisardo Expósito en una chatarrería, junto a un lago salado. Tuvieron que sacar cuerpos de patos salvajes muertos de los asientos del coche. Le tuvieron que poner neumáticos nuevos y también el parabrisas. Torosantos, que conduce, y Dalila Love, que duerme a su lado, van a The Baile Discothèque en un lugar del desierto de Monegros. También va con ellos Lisardo Expósito, dormido en el asiento trasero.

TOROSANTOS SIENTE LOS LATIDOS DE SU CORAZÓN, PERO SÓLO ES LA VIBRACIÓN DE LLAMADA DE SU TELÉFONO MÓVIL

—¿Sí? —responde Torosantos en voz muy baja después de abrir el teléfono que vibraba en el bolsillo de la cazadora de plástico naranja y cuello almohadillado como los latidos de su corazón—. ¿Eres tú, mamá? Hay muy mala cobertura. Sí, sí, tenemos trabajo esta noche, sí, mamá. ¿Habéis llegado a Lanzarote? Te oigo muy mal. Cuando el teléfono recupere la cobertura te llamo, mamá. Un beso —dice mientras contempla el sueño de Dalila Love y piensa durante un instante, el que tarda en que vuelva a sentir la vibración de su teléfono, que le gustaría estar dentro de sus sueños, en algún lugar lejano donde todo fuera bien—. ¿Mamá? ¿Eres tú?, no oigo nada. Te vuelvo a llamar cuando haya cobertura, ¿me escuchas?

—No soy tu madre, pero si me haces una buena oferta la puedo reemplazar… —dice la voz de Carbo Cadet al otro lado del teléfono—, llamo de Sexo Virtual & Real. Lizardo Explosivo me dio este teléfono y me dijo que ésta era una buena hora para llamar. ¿Eres Todosantos? Sólo quería hacerte unas preguntas.

—¿Qué preguntas y qué revista?

Sexo Virtual & Real. Queremos una pequeña entrevista para el número de la primera semana de febrero. Lizardo nos entregó unas fotografías y dijo que habláramos contigo. ¿Llamo en buen momento? Es sencillo. Dime lo que sientes cuando estás ahí, en la pista, siendo observado por todos.

—¿Cómo te llamas?

—Comecunt —dice Carbo Cadet.

—Te voy a responder, Comecunt. Me siento como un payaso. Ya llegan los payasos, llega el circo, siempre he odiado el circo. ¿Llevo los zapatones? ¿He olvidado la nariz y la pajarita? Ahora estamos en esta carretera de mierda, desierta, vacía, hueca, está anocheciendo, vamos a The Baile Discothèque, que está en algún lugar de Monegros y que no es más que una enorme carpa, como un circo. Estuvimos una vez hace unos meses cuando se llamaba Rollerdancing.

—Si quieres lo dejamos…, ésta es una revista de…

—Me siento como un oso en una jaula. De pequeño iba con mi madre a un parque donde había un oso encerrado en una jaula que era una piscina sucia y un pequeño bloque de cemento donde dormía el oso, el oso daba vueltas y vueltas y vueltas y vueltas y vueltas alrededor de la piscina sucia. Follar delante de la gente es mucho peor que boxear —dice en un susurro Torosantos y luegos dice—: Antes boxeaba, ¿te lo ha dicho Lisardo? Fui boxeador. Follas con el aliento de los borrachos, con la saliva de los borrachos, follas con las risas de hiena y con los silbidos y con las risas de hiena y con los «así, así, así…, la tienes enana…, vaya tetas…, ¿quieres un buen macho, nena?, con eso seguro que no tienes bastante».

»No recuerdo un combate peor que follar en una discoteca. Aunque la verdad es que he olvidado todos los combates de boxeo, los míos y los de los demás. ¿Has follado alguna vez con público?

—Veo que tienes muchas cosas que contar. Será mejor que vaya a ver una de vuestras actuaciones en directo. ¿Cómo me has dicho que se llama el sitio de esta noche? —pregunta Comecunt Carbo Cadet.

CUARTERO CUENTA UNA HISTORIA DE BOXEO DE TOROSANTOS

Me llamo Cuartero. Ahora sólo soy un fantasma, alguien que espera, pero hace un tiempo entrenaba boxeadores. Jovencitos como Torosantos, aunque cuando yo lo conocí no se llamaba Toro, pero no recuerdo cómo se llamaba. No tenía ninguna cualidad para ser boxeador. Sólo que no le importaba que le jodieran la cara o la cabeza. Puede que ésa fuera una cualidad, pero carecía de las demás. No tenía pegada, ni sabía defenderse, ni tenía reflejos. Sólo encajaba. Era el sparring perfecto, si es que existe eso, encajaba como nadie y le costaba caerse. Era difícil echarlo a la lona antes del séptimo asalto. Ahora soy un fantasma, pero durante un tiempo estuve con él, engañándole y engañándome, y conseguimos, lo consiguió él con mi aliento, pasar a profesionales, hacerle un campeón. Lo que parecía imposible. Me habría dejado cortar un testículo si alguien al principio de Toro me hubiera dicho que iba a ser un boxeador profesional. Pero ahí acabó, le salió el miedo. Y eso que no se suele tener al campeón del mundo a tu lado cuando estás en el ring, y Toro lo tenía. Perico Fernández se había encariñado de Toro, y quizá desde entonces el miedo entró en él, y todavía no ha salido.

ALGUNAS PROPUESTAS DE LISARDO EXPÓSITO PARA LAS ESTRELLAS DEL PORNO EN VIVO TOROSANTOS Y DALILA LOVE

Han parado a cenar en un restaurante internacional en un lugar que se llama Santa Fe, junto a la carretera. Vienen de la Fonda Las Vegas y van a The Baile Discothèque. Navidad es una buena época para follar en discotecas.

—He hablado con los alemanes. Quieren lo del reportaje para Vox Television, un programa que se llama Wa(h)re Liebe. Ya sabéis. Algo de verdad. Van por las salas y ruedan el espectáculo y luego lo montan y lo emiten en Vox Television. Quizá vayamos a Alemania a participar en el programa. Eso está por ver todavía, pero les he dicho que sería más fácil si también vamos a Colonia o a Hamburgo o Berlín, donde graben el programa. Es una cosa sencilla. Quieren una cosa que sea de verdad, sexo de verdad, con una cámara, todo de un tiro, todo directo, y os hacen preguntas sobre vuestro trabajo y contáis vuestra experiencia, cuándo empezasteis, por qué, cosas fáciles —dice Lisardo Expósito, y enciende uno de sus habanillos de boquilla de oro.

—Espero que esto no sea otra vez lo de Amsterdam…

—¿Hace cuánto tiempo fue lo de Amsterdam? ¿Alguien recuerda cuándo fue lo de Holanda y qué demonios pasó y si alguno de nosotros tuvo la culpa? ¿Había nacido ya Johan Cruyff cuando ocurrió lo de Holanda? —pregunta Lisardo.

—Espero, Lisardo, que esto no sea otra de tus mierdas. ¿Ganamos algo con aquella revistucha holandesa digital? Yo sí lo recuerdo.

»Tú decías esto nos pone en el buen camino, en las revistas hay un montón de pasta, luego rodaremos películas, esto va a ir sobre ruedas, esto no es como los tugurios en los que estamos, esto es cosa seria, con las revistas, sesiones de fotos, chalets, aviones, buena vida.

»Luego no fue más que una puta mierda de revista y no vimos nada, todos esos meses de trabajo se esfumaron —dice Torosantos, y luego pregunta—: ¿Y qué pasa con ese productor de películas?, ¿qué quiere que hagamos?

—…

—Si sale algo adelante, Lisardo, quiero el dinero por adelantado, el dinero antes que nada. No quiero que pase como con el Bagdad.

»“En Barcelona nos están esperando”, decías, y allí no nos esperaba más que otra mierda: no nos interesa, es poco exótico, no tiene gracia, están viejos, ¿no tienen animales?, quizá ella podría hacer un número si le buscáis algo divertido…, esto está muy visto…, para provincias aún, pero…

»Primero el dinero y luego rodamos lo que quieran los de la televisión alemana o Perla o como se llame: me como la mierda de Dalila, dejo que me azote Dalila, nos follamos a un perro, le meto el puño por el culo a Dalila, o ella me lo mete a mí, da igual, dejo que vierta cera caliente en mis cojones, me arrodillo y le chupo los tacones de sus botas, nos follamos a un caballo, dejo que Dalila me agujeree el vientre con un puñal, que me coloque electrodos en los pezones o en los testículos…, pero antes que nada el dinero —dice Torosantos, y bebe un trago de cerveza y moja un nacho en el guacamole y luego dice—: Estoy cansado, Lisardo, muy cansado. Habla con Diamante o con los de Bonn si quieres, pero el dinero por delante. Si no hay dinero no tragaré mierda.

Lisardo Expósito lanza el humo contra el techo, pero el humo del habanillo no llega al techo y se deshace a la altura de los ojos de Dalila Love formando un sagrado corazón atravesado por una enorme polla. Lisardo Expósito hunde luego el pan ácimo en el cuenco de cuscús.

—No va a ser como en Amsterdam, ni como lo de Barcelona. Lo de Amsterdam no fue sólo un problema mío, vosotros estuvisteis de acuerdo en todo. Lo del Bagdad, si no lo recuerdo mal, quizá Dalila me pueda ayudar, es que no se te puso dura ni un puto minuto; ellos trataron de buscar soluciones sin ti, eso es todo.

»Lo de ahora está bien, no es un marrón, Perla tiene un negocio bien montado, vende en Corea, en Estados Unidos, en México, en Japón y en toda Europa y está entrando en los países árabes. Así saldríamos de este agujero, Mo, saldríamos de este agujero, no había estado peor desde que representé a un tipo que se clavaba alfileres en los ojos mientras su hija, que estaba coja, bailaba la danza del vientre —dice Lisardo, y de un golpe seco hace que caiga la ceniza de su habanillo. No habla durante unos segundos y luego dice—: El productor me ha prometido que si rodamos la película, si todo va bien, podremos vivir una temporada sólo de las películas, me lo ha prometido. Y habrá dinero si no fallas, Toro.

UNA CONVERSACIÓN TELEFÓNICA ENTRE LISARDO EXPÓSITO Y RAFAEL PERLA, PRODUCTOR DE PORNOGRAFÍA. 5 DE DICIEMBRE

—¿No podemos vernos? ¿No tienes ni un puto segundo de tu ajetreada vida para recibir a quien se la debes? ¿Recuerdas que te salvé la vida?

—Estoy ocupado, tengo una visita de un distribuidor que quiere mis productos para Uruguay, Chile, Paraguay y Argentina. Alguien importante. No tengo tiempo.

—Tampoco yo estaba sobrado de tiempo cuando te salvé las pelotas.

—¿Sabes cuánto me juego en este Salón Erótico de Berlín? ¿Tienes idea? Me estás haciendo perder la paciencia.

—Te ofrezco algo de verdad…

—Te he dicho un millón de veces que no me interesa tu mierda de historia de una pareja que folla por putas discotecas. No me interesa, Lisardo. Me interesa tanto como que me metan plomo en la boca y explosivo plástico en el culo.

—Toda esa basura que produces no se la traga nadie, no funciona, estás arruinado. No te colocaste bien en la Red y eso está acabando contigo, te has quedado irremediablemente atrás.

»Te ofrezco un espectáculo de verdad, una vida de verdad, una pareja de verdad, sexo de verdad. No esos matrimonios aburridos y fofos que se graban en vídeo los sábados por la tarde cuando han dejado a sus hijos viendo basura y comiendo basura. Lo que la gente quiere ver.

—Sería sexo de verdad si a esa gallina que tienes como semental se le levantara alguna vez. Me han dicho que últimamente necesita un gato hidráulico para que funcione. Aquí dejasteis una huella imborrable.

—Tienes tanta gracia como el puto gordo y su puta mujer que han hecho tus últimos éxitos. ¿De dónde coño los has sacado? ¿Los has traído de Chechenia? Muy desesperados tienen que estar para trabajar contigo.

—Piensas que te debo algo, de acuerdo, quizá te deba algo, y quizá te pague. Crees que me estás poniendo una puta pistola en la cabeza, de acuerdo. Filmaré a tu princesa o lo que sea y al ex boxeador, produciré la película. Quedaremos, Lisardo, recuérdalo, como al principio, como antes de conocernos, ninguna deuda, ¿O.K.? Y otra cosa, deberías ponerte un poco al día si quieres que alguien haga tratos contigo.

RAFAEL PERLA, PRODUCTOR DE PELÍCULAS PORNOGRÁFICAS

Su padre lo violó como regalo por su octavo cumpleaños. Su madre había muerto o había desaparecido. Ángel Lamata tenía una pequeña distribuidora de cine, películas en 16 mm de dibujos animados y viajes por el mundo y documentales de animales y cintas didácticas sobre el Imperio Romano o sobre la Segunda Guerra Mundial, que vendía o alquilaba a colegios y catequesis parroquiales y a grupos culturales.

A finales de los sesenta, comenzó, casi de casualidad, a manejar material erótico, cosas inocentes, películas italianas o suecas o alemanas o noruegas o danesas o francesas o americanas de porno suave. El padre de Perla conoció a un empresario, Francisco Sanjuán, que buscaba películas de verdad: quería embarazadas follando con perros y viejas que recibieran orina en la cara y adolescentes que metieran su puño en el culo de travestis con la polla grande. Ángel Lamata no le defraudó, empezó a viajar a Francia y a Holanda y a funcionar con material importante y a ampliar su cartera de clientes.

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Nuestras bobinas están realmente llenas de metros de película, sin trampa NI CARTÓN.

PLACERES ORIENTALES (Chinese Days): Nathanael es un joven predicador que a principios de siglo llega a China para evangelizar a las almas perdidas. Sin embargo, lo que encontrará en Oriente nuestro predicador será a unas hermosas mujeres de ojos rasgados que le introducirán en el variado mundo del placer asiático. Todas las disciplinas y técnicas sexuales que despliegan Sun Li y An Li, hermanas gemelas, harán que Nathanael se replantee su relación con Dios y se dedique a disfrutar de la jodienda y a predicar el verdadero placer.

CAMINOS POCO TRANSITADOS (Anal Love): Una pareja, Anthony R., que malvive de pequeños negocios, y Miriam Rock, que quiere convertirse, sin demasiado éxito, en una estrella de la canción, viajan por caminos desconocidos y, hartos de la presencia del hijo de Anthony, que prefiere ser chuleado por viciosas amas de casa insatisfechas, se entregan a toda clase de juegos, y él la jode, introduciendo un dedo, otro dedo, todo el puño en su ano más y más salvajemente, consiguiendo el fistfucking más impresionante del cine X. Un film anal muy especial. (Un Hard Core, premio especial a la mejor actriz del Festival de Cine Erótico de Niza).

LECCIÓN PARA LOLITA (The Big Ilusion): Rose Pay, una preciosa colegiala, no logra concentrarse en sus deberes porque sueña con follar con su profesor de economía. Y el profesor de economía, Albert Happy, le ofrece todo el saber de su experiencia, y como ella está madura para aprender de él, la folla y la chupa hasta hacerla gemir de placer. Lo que ella no sabe es que no conseguirá sobresaliente en la asignatura de economía, aunque se gradúe en la de sexo.

AMIGUETES EN LA CARRETERA (Four Pricks): Jack, George, Gaby y David son cuatro turistas norteamericanos que han decidido viajar por la España profunda para encontrar a la auténtica mujer latina. En un pueblo junto a un pantano en construcción descubrirán que no sólo España es profunda sino también sus coños y se follan hasta reventar de gozo a todas las mujeres del pueblo el día de la Fiesta Mayor… Sin embargo, la corrida no acabará bien porque los hombres del pueblo se sienten muy ofendidos al descubrir que sus mujeres han disfrutado con los forasteros.

La llegada del vídeo le dejó fuera de juego, pero Rafael Perla supo ponerse al frente del negocio y mantener a clientes exigentes. A la muerte de Ángel Lamata —se dijo que lo había asesinado un camionero para robarle, realmente fue un amante despechado quien le pegó un tiro con una pistola del propio Lamata—, un tipo de Burdeos, Michel Debord, que había estado en las protestas del 68, le ofreció a Rafael Perla entrar en la producción de películas. Era un negocio sencillo. Perla controló enseguida los trucos de la producción y decidió establecerse por su cuenta llevándose a tres o cuatro actrices y a un par de actores.

Ahora, Rafael Perla se dedica sólo al sexo real, sin ficción, gente normal que se rueda sus vídeos. Mantiene varias líneas, ésa es la palabra que él utiliza, «línea», de adolescentes, otra línea de sadomaso y una tercera línea de sexo con animales, que produce en DVD y que mantiene en tiempo real en la Red.

LO QUE PIENSA TOROSANTOS DESPUÉS DE HABLAR CON LISARDO EXPÓSITO DE LAS PELÍCULAS QUE LES HARÁN MILLONARIOS

Estamos en un restaurante internacional en un lugar que se llama Santa Fe, junto a la carretera, vamos directos a Monegros, la primera planta del infierno. The Baile Discothèque. Comemos cordero con cuscús, alubias alemanas, guacamole con nachos, gambas fritas con arroz y queso gouda curado con mermelada de frambuesas, ciruelas y fresas salvajes, no sé si es un menú adecuado para unos atletas del sexo. Una vez nos llamaron atletas del sexo en una revista de espectáculos de Holanda, o eso dijo el dueño del local donde actuábamos, aunque es posible que nos estuvieran llamando hijos de la grandísima puta, comemierdas del Tercer Mundo.

Atletas del sexo. También hay atletas de Dios.

Hablamos de las películas pornográficas que quiere hacer con nosotros un estafador que se llama Perla. Fabrica sexo barato para venderlo en Arabia o en Israel o en Polonia o en Ucrania y en todos los putos países donde está prohibido ver cómo nos damos por el culo.

—¿Necesitamos dinero? —pregunta Dalila, y mira a Lisardo Expósito, que enciende un habanillo con la brasa de otro, y luego mira la barra de este restaurante internacional y mira a un par de camioneros y luego mira a Torosantos y le vuelve a preguntar—: ¿Necesitamos dinero, cariño?

No digo nada y Dalila Love se acerca a los camioneros. Dalila Love se va con los camioneros.

Hay un millón de pequeñas estalactitas o estalagmitas que bajan del techo, encaladas.

Lisardo Expósito dice que hay un millón de estalactitas que cuelgan del techo del restaurante internacional. Sólo faltan los murciélagos gigantes, vampiros gigantes, dice Lisardo.

Yo digo que son nuestras almas. Aunque no lo digo, sólo lo pienso. No digo nada, ya lo he dicho todo, tal vez.

Luego Lisardo Expósito se acerca a la barra y pide otro café con tequila. Lisardo Expósito habla con el camarero, sonríe el camarero y sonríe Lisardo.

Pienso que las almas pueden empezar a volar en cualquier momento, como en los dibujos del Juicio Final del catecismo, donde volaban las almas hacia el cielo al acabarse los tiempos, cuando Dios llamaba al Juicio Final y ponía las almas buenas a la derecha y las almas malas a la izquierda. Las almas pueden devorarme los ojos, entrar por mis oídos y comerme el cerebro.

Luego pienso que Dalila Love sólo quiere decir que ella puede hacer cualquier cosa, que nada es malo si sirve para que estemos juntos, para que nuestro amor vaya bien, para que no nos separemos, para que seamos felices hasta el Final de los tiempos, hasta que empiecen a sonar las trompetas del Juicio Final y se abra el cielo.

HABLA UNO DE LOS CAMIONEROS QUE LE CUENTA A DALILA LOVE LA DESDICHADA HISTORIA DE AMOR CON SU MUJER

El camionero dice que quería mucho a su mujer, a su segunda mujer.

Le llevaba yo doce años, dice, pero la quería mucho. Bebía, ella había bebido, bebía mucho, bebía desde antes de nacer, probablemente, bebía vino, vinagre, mostaza líquida, coñac, anís, cerveza tibia, lejía, petróleo, mercurocromo, amoniaco, vodka, orujo, grapa.

Luego dice que ella había nacido en Jerez y que su padre, un militar, un hijo de puta militar, le había dado una patada en el culo, luego todo fue así, de mal en peor, como son las cosas, y cayó en mis brazos y luego yo la maté y la quería mucho.

También dice que bebía, ella bebía vinagre y mercurocromo y yo me quedaba en casa haciendo fotografías. También le hacía fotografías a ella, me gustaba hacerle fotografías, con el gato, en el balcón, con la sonrisa, una sonrisa sin dientes, tenía los dientes negros, una sonrisa de labios y de ojos, el gato se le subía por todo el cuerpo, era como un ángel el gato alrededor de ella.

Sigue diciendo la conocí en un bar, ella estaba en los bares. Mi mujer, la primera, se había muerto de asco muchos años antes, se había muerto seca como un higo seco, son las cosas así, oye, dice, mi mujer había nacido seca y luego se fue secando secando y se quedó seca seca como una pasa seca y luego se murió, no pude hacer nada, se pudrió. A la segunda sí que la quería y vino borracha y yo quería cortarle el pelo, quería cortarle el pelo que era ya matarla un poco, cortarle el pelo que lo tenía negro negro del sur, lo tenía negro, cuando el gato estaba encima de su cabeza era como si el pelo tuviera ojos, le brillaban en la oscuridad, me gustaba hacerle fotos, fotos con el gato como un ángel, el gato era como el alma de mi mujer, la segunda, que bebía, bebía mucho y aquella noche se había bebido mi corazón y quería cortarle el pelo y luego le puse las manos en la garganta y luego ya estaba yo llorando y llamando a la policía. Y ella, la quería como se quiere lo que más se quiere, no sé, es difícil de decir, dice, como si quisieras con los huesos y eso, es difícil, muy difícil, todavía la quiero, es lo peor que he hecho en mi vida, lo peor, lo peor, toda mi vida se ha ido a la mierda, mi vida, mi amor. Sólo me quedan las fotos, dice, sólo me quedan las fotos, ella mirando el cielo en el balcón. Ni la casa era mía, ni ella, pero la quería, joder, como se quiere no sé.

—Está bien la historia de tu mujer, la entiendo, entiendo que estés triste, yo también amo a mi marido, sufriría si le pasara cualquier cosa, sufriría mucho, ¿lo puedes creer? Créelo, te lo digo, lo amo con todo el corazón —dice Dalila Love, y luego pregunta—: ¿Quieres follar, quieres que te la chupe como nadie te la ha chupado, nadie absolutamente nadie, ni siquiera la mujer que mataste? ¿Quieres que te meta el puño por el culo hasta que te aplaste el corazón para acabar con tu culpa, con tu desgracia? ¿Quieres que te queme los pezones con un cigarrillo? ¿Quieres que te haga sangrar la lengua con el destornillador de tu caja de herramientas para que olvides todo el dolor? ¿Quieres que conecte a tus pezones unos cables desde la batería de tu camión y que ponga el contacto en marcha? ¿Quieres que te cuente mi historia?, también es una buena historia —pregunta Dalila Love, y antes de que el camionero diga sí o diga no.

DALILA LOVE CUENTA ALGO DE LA HISTORIA CON SU CUARTO MARIDO

Estábamos en Jaén o en Almería o en Burgos o en un sitio con playa o con nieve.

Habíamos cruzado un desierto blanco y amarillo y lleno de arena. Estaba con mi cuarto marido, que me llevaba a todas las salas de fiestas y me compraba las hormonas para que me crecieran las tetas.

—¿Quieres tocarme las tetas? Nunca habrás tocado unas tetas como las mías.

Me había llevado a Almería o a Córdoba, sólo sé que había mar o se veía el mar o habíamos pasado cerca del mar y yo había notado el viento del mar en los párpados y en los labios que se me habían cortado y en los ojos, porque me había arañado el cristalino o el iris de mis ojos.

Había muchos carteles por las calles. Ana de Ipanema. Me llamaba entonces Ana de Ipanema con este marido. Yo tenía un dedo en la boca y estaba como de perfil. Con flores en el pelo, eso es. Y unos pendientes que me había regalado mi cuarto marido que eran dos lanzas cruzadas. Unos pendientes verdes, de pinza.

Era una fotografía en blanco y negro. Ana de Ipanema. ¿Te gusta el nombre? Nunca llegué a acostumbrarme a lo de Ana de Ipanema.

Mi cuarto marido, quizá era otro el que me compraba las pastillas para que mi cuerpo fuera el de una mujer, me cogía del brazo y me decía estás tan guapa como el sol, vas a triunfar de lo guapa que eres y de lo bien que cantas, cariño, luego iremos a Madrid y triunfarás en Madrid y luego en Las Vegas.

Yo estaba feliz.

En Barcelona habíamos comprado un bikini de plata, como de escamas de plata, todo de plata. Brillaba en la oscuridad de la sala de fiestas de Jaén.

Había una especie de fakir que se colgaba una campana del pene.

MACHO. JUNIO 79

EL MACHO DEL MES

VIVIR DEL PENE. VALENTÍ RUBÍ: ZUMAR.

Es uno de los pocos hombres que vive de su pene. Va por los escenarios clavándose un estilete en el pene y erizando el vello del personal. Hace levantar y tañer con el pene así clavado una campana de bronce de seis kilos.

Se llama Valentí Rubí, y tiene treinta y nueve años cumplidos. Pescaba langostinos en su pueblo natal, Vinaroz. Un buen día se hartó del mar y se marchó a Barcelona. En Barcelona trabajó en el zoo: cocinas, taxidermia, cría de animales jóvenes… Más tarde vino lo de meterse a fakir.

«Los animales me mordían y me daban arañazos, así que se me ocurrió hacerme fakir… Lo mío no es nada difícil, lo puede hacer cualquiera. Me mentalizo y ya está», dice Valentí Rubí en su camerino de Salón Variedades, donde ahora se encuentra actuando.

Lo de Zumar es repelente, desagradable, morboso. La mayoría de las veces la sangre sale a borbotones.

«Lo hago a propósito porque a la gente le gusta».

Se clava seis puñales estrechos y afilados en brazos y cara. Dos ganchos en su estómago y la campana del pene. Los hay que se desmayan. Algunos repiten porque les excita el espectáculo.

«A mí me pagan por esto, y por eso lo hago. Siento dolor y no me hace ninguna gracia. A veces siento deseos de irme corriendo antes de empezar mi actuación», señala Rubí, más conocido por su sobrenombre de Zumar. «Aunque nunca ha escapado de este escenario, aquí está siendo un éxito», apostilla sonriendo el gerente de Salón Variedades Gallego Velázquez.

Las razones de Zumar son aplastantes. «Me duele mucho, pero es comercial. Tengo mujer y dos hijos que mantener. Cuando más me duele me concentro en las facturas de la casa y se me va el dolor. Si la hemorragia es grande y me mareo, tomo dos o tres vasos de agua y quedo como nuevo. Si la hemorragia es todavía mayor llevo una medicina que me recomendó un médico, Botropase, que es un fermento coagulante de serpiente», afirma de forma resignada nuestro macho del mes Zumar.

«Si hace unos meses me dicen que tendría que clavarme un puñal en el pene para ganarme la vida me hubiera echado a reír. Ahora, ya ves…»

Asegura que las infecciones son su pan de cada día. La causa de las mismas se debe a que el público comprueba la calidad del acero palpándolo con las manos y dejando, a veces, sus bacterias patógenas.

Zumar se lo toma con calma y hasta se divierte viendo las caras de horror de la gente. Saca un taburete, pone encima su pene, y paulatinamente va clavándole el estilete. Lo enseña. Recoge la campana cuyo peso ha podido constatar el público y la cuelga de su pene. Impasible, levanta la campana y la hace sonar. El pene se estira como un chicle. Una vez en el camerino todavía le sangra, se lo envuelve en un pañuelo. «Para no manchar los calzoncillos», dice Valentí, antiguo pescador en el Mediterráneo.

«Antes me colocaba un peso de cinco kilos, pero lo he cambiado por la campana porque queda más musical. ¿El amor? Podría hacerlo inmediatamente después del show. Si hay alguna señora que tenga dudas, que lo diga. La última vez que embaracé a mi mujer temí tener doce o trece hijos, la tengo con tantos agujeros…»

Zumar confía en que el pene aguante un tiempo todavía. El doctor Rosendo, que le visita en Gibraltar, afirma que Zumar no tendrá ningún problema en el futuro, por lo menos hasta ganar lo suficiente para montar un club en Barcelona.

Luego cantaba yo con el bikini de plata. Canciones de Barbra Streisand.

Mi cuarto marido me llamaba Cucurrucucú y también me llamaba Ana de Ipanema.

Estuvimos un mes o menos en Almería o en Murcia, junto al fakir y con un hipnotizador que lograba que los espectadores se pusieran a cuatro patas y ladraran como perros. Una noche mi cuarto marido, quizá, salió a la pista y acabó a cuatro patas y ladrando como un perro pequeño.

Luego yo le llamaba mi perrico, mi perrico, mi perrico pequeño y él se ponía a cuatro patas y me lamía los pies, los dedos de los pies.

Y luego volvimos, y mi marido el que me llamaba Ana de Ipanema y Cucurrucucú desapareció.

DALILA LOVE AÑOS ATRÁS EN SALÓN VARIEDADES

Dalila Love bailaba en Salón Variedades. Había estado en Barcelona. Y luego con una compañía llegó a Salón Variedades y se quedó en Salón Variedades. Le colocaban un play back de canciones brasileñas y Dalila Love cantaba, con sensualidad. Dalila Love entonces se llamaba Ana de Ipanema. Un tipo le hizo unos carteles y le pidió que se casara con él. Dalila Love se quedó con los carteles. En el cartel, Dalila Love salía con unas plumas blancas y con unas luces que centelleaban detrás. Ana de Ipanema, la voz del Caribe. Dalila Love estaba demasiado maquillada en el cartel. No le gustaba la fotografía. Había sido una sesión larga. Dos o tres horas. No le había gustado el tacto del fotógrafo y no le habían gustado las fotografías. Y tampoco le gustaba Santiago Gistaín, un ex futbolista que quería casarse con ella. Tuvo algunos problemas con él. Santiago Gistaín había sido futbolista del Real Zaragoza y luego había marchado a México, le gustaba el juego, tenía los bolsillos calientes y la mano fría, tenía problemas con el dinero aquí y al otro lado del Atlántico.

Gallego Velázquez gobierna Salón Variedades como si fuera un barco en mitad de una tempestad. Gallego Velázquez protegió a Dalila Love durante una temporada. Protegía a Ana de Ipanema, la negra. Gallego Velázquez sabía decir sí y también sabía decir no, todo muy tranquilamente, sin problemas. Está acostumbrado a moverse en el barro, sus pies siempre parece que tocan fondo. Santiago Gistaín no volvió.

Dalila Love cantaba de forma sensual, eso creía. Ana de Ipanema se acercaba al micrófono y levantaba los hombros agitándolos, como un pato con frío, era la forma en que Dalila Love se veía más sensual. Lo más apreciado de Ana de Ipanema no eran las canciones.

Salón Variedades era el sitio de Dalila Love por una temporada, pero Dalila Love no iba a dejar que la carne se le cayera por los costados y el culo le llegara al suelo mientras esperaba a otro baboso con dinero, pero quien llegó fue Lisardo, a quien Gallego Velázquez hizo representante de Ana de Ipanema.

Lisardo Expósito dijo: Si quieres llegar a algún sitio tienes que cambiar ese nombre ridículo, a partir de ahora te llamarás Dalila, Dalila Love.

MÉTODO DEL PADRE DE TOROSANTOS PARA LLENAR EL DEPÓSITO DE SU COCHE

Ha dejado a Carlitos Seral en la Pensión El Paso de la calle Rusiñol. Quería pedirle dinero, pero al final no ha tenido fuerzas. Carlitos Seral vive de los derechos de autor de cuatro letras que escribió para Machín.

Ya sé que tienes novio

ya sé que no me quieres

pretendes engañarme

con otro nuevo amor…

El padre de Torosantos tiene el depósito casi vacío. Va directo a Vía Hispanidad, a una de esas enormes gasolineras de autoservicio, abiertas veinticuatro horas. Llena el depósito. Cuando se dirige hacia la tienda, donde está el dependiente, que lleva una peluca y una barba rubias y una corona de Rey Mago y una capa de motas blancas y negras y piel sintética, el padre de Torosantos se ha asegurado de que el dependiente Baltasar le está mirando. Muy cerca del coche todavía, el padre de Torosantos se desploma. Cuando el dependiente sale de la tienda, el padre de Torosantos se levanta, entra rápidamente en el coche y lo arranca. Al dependiente, b.n. teach, no le da tiempo a elevar la barrera de pinchos, estaba entrando de nuevo en la tienda, ni a tomar el número de la matrícula. Sería la primera vez que las cámaras de vídeo estuvieran conectadas.

B.N. TEACH, ESPECIALISTA EN LA GUÍA ESPIRITUAL DE MIGUEL DE MOLINOS

A b.n. teach le están comiendo vivo las chinches de la peluca y los piojos y las garrapatas de la barba. Es el Rey Mago Baltasar. La tienda de la gasolinera está llena de Barbies, de juegos de ordenador, de balones, de Action Man, de juegos de rol, de películas de Disney, de juegos de construcción, de muñecos de la Warner, de camisetas de la Warner, de vasos de plástico de la Warner, de cascos de realidad virtual para niños, cuya patente ha logrado de un investigador checheno la empresa de Taiwan Non Soko, con los que pueden vivir aventuras con sus héroes orientales, de muñecos de luz para que los niños no tengan miedo durante la noche, de consolas, de películas de la Warner, de trajes espaciales.

Francisco Sanjuán, el jefe de b.n. teach, o alguno de los genios de los negocios que le rodean, ha pensado que un establecimiento que abre las veinticuatro horas, que paga una elevada licencia para vender toda clase de productos, podría ser explotado la Noche de Reyes. Todo estaría bien si no fuera por los picotazos de las pulgas y los piojos, y porque la corona dorada del Rey Mago Baltasar se le cae continuamente a b.n. teach.

b.n. teach, con minúsculas, como el poeta e.e. cummings, amigo de su padre, vino hasta aquí persiguiendo a Miguel de Molinos, quería escribir una tesis doctoral sobre la Guía Espiritual. Llegó con una beca de la Universidad de Oakland y ya no se ha movido. Encontró trabajo en la gasolinera, un trabajo nocturno y con no mucha demanda; un trabajo que ha descubierto sucio y agotador cuando b.n. teach lo pensaba ideal para leer libros sobre mística, sobre el Barroco, sobre Baltasar Gracián, sobre Vincencio Juan de Lastanosa, sobre Juan Palafox y Mendoza, escritor de alegorías cristianas, de quien se dice que cuando fue obispo de Puebla, México, consumió hongos, de los que llegó a escribir un opúsculo, que le influyeron en sus visiones místicas, de quien está recogiendo datos para componer su biografía, b.n. teach pensaba que estar en una gasolinera sería ideal para leer a Tellechea, a José Ángel Valente, a Eduardo Ovejero y Mauri, a Castro, pero tiene que estar pendiente todo el tiempo de los hijosdeputa: los que se largan sin pagar la gasolina, los que roban botellas de ginebra con su cara de buenos padres de familia. Hace menos de un mes le asaltaron dos tipos con escopetas, llevaban puestas unas caretas de Homer Simpson, querían llevarse la caja; pero todo el dinero, por la noche, es introducido en una especie de aspiradora que termina en una caja de seguridad, situada junto a los depósitos de combustible. b.n. teach creía que los asaltos a gasolineras eran exclusivos de California, pero cuando sintió el frío del cañón de una de las escopetas en la frente supo que el horror está a ambos lados del Atlántico.

El padre de b.n. teach, uno de los teóricos del LSD, escribió una novela policiaca protagonizada por el arcángel San Gabriel, que editó City Lights, y un ensayo sobre la liberación de la conciencia desde el punto de vista psiquiátrico, con anotaciones para la vida cotidiana; fue amigo de Timothy Leary, amigo de Alien Ginsberg, amigo de Lawrence Ferlinghetti, amigo de Gregory Corso, amigo de Jack Kerouac, amigo de Ken Kessey, amigo de William Burroughs (b.n. teach se ha pasado la vida pensando que su padre vino a esta vida para ser amigo de) e ingresó en prisión en 1986: atraco a mano armada en un banco de Los Angeles. b.n. teach acababa de cumplir dieciocho años.

El padre de b.n. teach había visitado a un chamán con dos sexos, hermafrodita perfecto, en el desierto de México, en un poblado cerca de donde está clavada la torre de Simón del desierto, que le anunció su muerte inmediata; compró un fusil de asalto y entró en la sede central en Los Angeles del Banco do Espirito Santo.

Desde la cárcel, de la que ya no salió, el padre de b.n. teach le mandó a b.n. teach unos apuntes sobre escritores místicos donde hablaba con insistencia de Miguel de Molinos, en especial de su quietismo, y del proceso que vivió en Roma ante la autoridad eclesiástica de la Inquisición.

b.n. teach aprendió castellano con Lisa Cisneros, una dominicana ilegal que cocinaba en casa de su madre, vino al país de Miguel de Molinos, y no ha vuelto a salir de él.

«DEL SILENCIO INTERIOR Y MÍSTICO», CAPÍTULO XVII DE LA «GUÍA ESPIRITUAL» DE MIGUEL DE MOLINOS. UNAS GLOSAS DE B.N. TEACH.

129. Tres maneras hay de silencio. El primero de palabras, el segundo de deseos y el tercero de pensamientos: en el primero, de palabras, se alcanza la virtud; en el segundo, de deseos, se consigue la quietud; en el tercero, de pensamientos, el interior recogimiento. No hablando, no deseando, no pensando se llega al verdadero y perfecto silencio místico, en el cual habla Dios con el ánima, se comunica y le enseña en su más íntimo fondo la más perfecta y alta sabiduría.

130. A esta interior soledad y silencio místico la llama y conduce cuando le dice que la quiere hablar a solas, en lo más secreto e íntimo del corazón. En este silencio místico te has de entrar si quieres oír la suave, interior y divina voz. No te basta huir del mundo para alcanzar este tesoro ni el renunciar sus deseos ni el despego de todo lo creado si no te despegas de todo deseo y pensamiento. Reposa en este místico silencio y abrirás la puerta para que Dios se te comunique, te una consigo y te transforme.

129/130. ¿Ignora Miguel de Molinos el «silencio de sueños»? Es decir, ¿incorpora Molinos el «silencio de sueños» al «silencio de pensamientos»? ¿No son los pensamientos lo que podemos controlar, aunque sea de manera un poco primaria, y los sueños lo que no podemos controlar, lo que está fuera de nuestro alcance, lo que apenas la neurobiología, la psiquiatría, la psicología experimental, la hipnosis, los análisis de REM han llegado a descubrir? ¿Habla Miguel de Molinos de controlar también los sueños? ¿Cómo aniquilar los sueños? ¿Terminan los sueños cuando acaban los pensamientos, cuando acaban los deseos? ¿Conocía Miguel de Molinos alguna química para acallar los sueños, para entrar en un descanso sin sueños, sin pesadillas?

Es curioso que, paralelamente, Descartes esté pensando en que somos hombres soñados, y que Francisco de Quevedo, quizá siguiendo al Dante, escriba sobre los sueños, y que poco más tarde, en el XVIII, el sueño pase a ocupar un lugar central para no abandonar esa posición hasta ahora.

En 1538, el matemático Pedro Ciruelo, en su Reprobación de las supersticiones y hechicerías había establecido una categoría de los sueños, y entre ellos los sueños inspirados por Dios, esto escribió:

«… y después apareció a los Reyes Magos, durmiendo ellos, y los avisó que no tornasen al rey Herodes. Y el diablo entre sueños habló al grande nigromántico Balaam, para que fuese a maldecir y encantar al pueblo de Dios. Y de la misma manera habla en sueños a los nigrománticos y adivinos que tienen pacto público o secreto con él, y les revela muchas cosas para que adivinen lo que ha de venir…

»… que el que por los sueños adivina las cosas que acaecieron o acaecerán a los hombres es vano, supersticioso y tiene secreto pacto con el diablo como cristiano apóstata, porque los sueños no tienen virtud natural ni sobrenatural de Dios para hacer aquellos efectos a los que los aplican los adivinos. Y todo buen cristiano debe apartar de sí este cuidado de pensar en los sueños, porque como ellos puedan venir por muchas y diversas causas, la gente simple no acierta a saber por cuál causa vienen; y el diablo, como es sutil, presto podría engañar a los que se dan a esta vanidad».

El mundo de los sueños que ignora ¿(in)voluntariamente? Miguel de Molinos nos lleva fuera de Dios. ¿Nos alejan de Dios los sueños? Quizá en los sueños hayamos fundado nuestros principios teológicos más primarios: los sueños plácidos, felices serían reflejo del paraíso pasado y del futuro, nuestras pesadillas nos recordarían que en la muerte (el sueño puede ser pensado como la misma simulación de la muerte: el cuerpo adquiere la misma apariencia que un cadáver, aunque no observado en su totalidad: nos movemos continuamente durante el sueño) puede haber dolor, sufrimiento, espanto, terror, pánico, ceguera, miedo inacabable, pavor extremo.

¿Soñaba Miguel de Molinos? ¿Se autosugestionaba para poder soñar siempre con Dios, para que sus sueños no se desviaran jamás de Dios? ¿Ni siquiera en los momentos de enfermedad, cuando la fiebre le invadía? ¿Acaso este sueño de Dios acabaría siendo para Miguel de Molinos su castigo, su condena, que el sueño le delatara su enorme soberbia de imaginarse cercano a Dios?

Intriga, desde una perspectiva estrictamente contemporánea, que Miguel de Molinos no indague en el «silencio de los sueños» cuando los sueños (Freud, el psicoanálisis, el surrealismo, el situacionismo, los provos, la ciencia ficción, el cine, Luis Buñuel, la poesía, el cómic, las drogas, la televisión, la neurología, la psiquiatría, el arte…) han sido una de las llaves que han querido abrir nuestro yo profundo (¿cómo podremos tener una auténtica unión con Dios si ignoramos que existe ese yo profundo?).

La otra manera de alcanzar el yo profundo ha llegado desde las drogas, el espacio químico, tóxicos naturales y tóxicos sintéticos, drogas digitales que expanden el cerebro y que lejos de llevarnos al silencio (aunque el silencio acabe llegando) nos llevan a que hablen las partes desconocidas de nuestro cerebro/cuerpo.

CARLITOS SERAL NO PUEDE DORMIR Y SE ACERCA AL «PEEP SHOW» 24 HORAS

Se llama Marcela, o así dice que se llama, lleva el pelo corto teñido de color ceniza y tiene un hijo de nueve años. Marcela tiene un tatuaje que le hicieron en Hamburgo, en el puerto de Hamburgo. Un corazón. Se lo ha remarcado tres o cuatro veces, pero el centro del corazón, que era de color cereza, «color cereza», dice Marcela, ha desaparecido. El tatuaje lo lleva en el hombro y es como una ventana.

El coño de Marcela está seco. Depilado y seco, irritado por la depilación, sus labios vaginales son como la boca de un muñeco de ventrílocuo. Marcela coge el billete de la trampilla de metal que hay en uno de los laterales del cristal que separa a Marcela de Carlitos Seral y lo esconde sin que Carlitos Seral se dé cuenta de dónde lo ha guardado.

Marcela se soba los pezones, agrietados, de forma mecánica, aburriéndose, pero no le gusta estar allí desnuda, conserva el pudor de una novata o el profundo aburrimiento de una profesional.

Marcela le pregunta el nombre a Carlitos Seral.

Carlitos Seral le responde que se llama Carlitos Seral y que es cómico; un cómico sin puta gracia.

Ya casi nunca puedo dormir, se me ha olvidado dormir, me parece, y cuando duermo sólo tengo pesadillas, dice; luego dice hubo un tiempo en que me llamaban Zapatos Blancos.

Marcela dice que también es actriz, que trabajó en una película.

Una película de José Antonio Maenza, dice Marcela, en Barcelona, cuando llegué a Barcelona. Nunca vi la película, me habían atado desnuda a un altar y un sacerdote, alguien vestido de sacerdote, aunque no creo que lo fuera, dibujaba círculos con pintura roja en mi vientre y en mis tetas.

Carlitos Seral dice que nunca ha salido en una película. Dice también que está lleno de muecas, que quizá no hubiera servido nunca para el cine.

Estoy hecho para locales que ya han desaparecido, por eso la risa me desaparece, por eso yo mismo empiezo a desaparecer, no me extrañaría que el sueño no me llegue porque piense que ya he desaparecido del todo.

Marcela ya no quiere saber nada más. Marcela dice que su hijo se llama Hans y que nació en Ginebra, lo dice mientras abre con sus dos dedos índices su coño depilado e irritado, como si hubiera pronunciado las palabras mágicas ábrete sésamo. Fue de Buenos Aires a Hamburgo y de Hamburgo a Barcelona y de Barcelona otra vez a Alemania y de Alemania a Ginebra, dos o tres cabarés y un par de prostíbulos de lujo, también en Zurich, donde trabajó con un enano en un espectáculo porno, pero esto no lo dice Marcela.

Lo siguiente que dice es: En Ginebra me quedé embarazada de Hans, hace ya nueve años. Puede que su padre fuera un enano que se llamaba Urman.

Ahora, y Marcela lo dice con más aburrimiento, si eso es posible, estoy aquí, a punto de hundirme en la mierda para siempre, hablando contigo, un viejo prematuro que dice ser cómico, de mi hijo Hans, del enano Urman, que trabajó en un circo como domador de leones, y no entiendo cómo no te has sacado ya tu polla de viejo cómico sin gracia para hacerte una paja, con mi hijo Hans y mi coño gastado y el enano Urman. Haz lo que tienes que hacer, pedazo de cabrón.

La luz de la cabina, la de la parte de la cabina en la que está Marcela, se apaga.

Carlitos Seral vuelve a apretar con el pie el botón verde que hay en el suelo, pero Marcela ya ha desaparecido y nadie viene a sustituir a Marcela. A estas horas en el peep show 24 horas sólo está Marcela.

Carlitos Seral vuelve a la pista que gira. Marcela está otra vez en la pista que gira. Marcela se levanta y pega su chocho blanco y rapado al cristal y lo frota y lo frota y lo frota y lo frota y lo frota como si quisiera desaparecer convirtiéndose en cristal.

Marcela y el llamado Carlitos Seral, que era o soy yo, estamos en el mismo lugar, una puta tirada y un humorista acabado, eso piensa Carlitos Seral cuando sale de la cabina de la pista que gira.

Luego, Carlitos Seral se mira sus zapatos blancos, comprueba que sus zapatos blancos estén blancos, perfectamente blancos, y sale a la calle.

«Hace frío», dice Carlitos Seral moviendo los hombros como un pollo, y para un taxi.

Si ahora fuera antes, piensa Carlitos Seral, escribiría una historia entre una Marcela que no es Marcela sino una Marcela con humor, con una vida que no ha sido una mierda, y un yo que no soy yo, si antes estuviera ahora. Una historia de risa, de mucha risa, de puta risa.

—¿Le importa que fume? —pregunta el taxista, mientras acciona el mecanismo de cierre automático de las puertas traseras.

LA TRISTE HISTORIA DE UN TAXISTA ENAMORADO

Fumo desde que me dejó mi mujer, ¿sabe? Nunca antes había fumado. Mi historia, si se la cuento, no se la va a creer. Pero es cierta. ¿Quiere que se la cuente?, dice el taxista expulsando el humo del cigarrillo que en el aire construye la imagen de Cristo. ¿Qué años cree que tengo? Pues tengo más de cuarenta años, nadie dice que yo tenga cuarenta años, seguramente usted tampoco.

A mi mujer la traje de La Habana. Nos enamoramos en Cuba. Yo ahorraba todo el año, y el verano iba a Cuba y me gastaba todo el dinero en La Habana. Como si fuera un hombre rico, ¿sabe? Me sentía bien. Perfecto. Invitaba a todo el mundo y era el rey. Un mes al año, pero era el rey.

Pero el segundo año me enamoré de una mulata guapa, guapísima, la mujer más guapa que he visto en mi vida. Marisleysis. Se llamaba Marisleysis. Y yo la llamaba por teléfono, cuando volvía. Me había enamorado como un idiota. Y pasaban los días lentos como un conductor de autobuses, y luego llegó el verano y en La Habana nos volvimos a encontrar y nos casamos. Nos casamos. Y la traje aquí, donde soy taxista, ya lo ve.

¿Y sabe por qué me dejó mi mujer? Un día, estaba aquí en el taxi, como siempre. Se montó un señor, algo parecido a usted. Quiero decir que era callado y serio y elegante y un tanto cenizo y bastante antiguo, de los que la amargura les va por dentro y luego se les pone en la cara. Y me dijo que si lo llevaba a Sevilla. A Sevilla.

¿A Sevilla?, le pregunté.

Sí, me respondió, acaba de morir mi padre, se ha ahogado en una fosa séptica del Guadalquivir. Tengo que ir a Sevilla, ¿me puede llevar?

Si no le importa, le respondí, tengo que pasar por mi casa para decírselo a Marisleysis, mi mujer, una mulata cubana guapísima, y para coger algo de ropa; me quedaré a dormir en Sevilla.

Pero el cliente me dijo que no podía perder tiempo, que si no quería llevarlo cogería otro taxi. Tenía que ir a Sevilla, se había muerto su padre.

Llamé a la emisora y dije que hicieran el favor de llamar a Marisleysis, mi guapísima mujer, y decirle que me marchaba a Sevilla a llevar a un cliente, porque su padre había fallecido.

Y marchamos hacia Sevilla y, cerca de Madrid, el cliente que llevaba detrás, que no había dicho ni una palabra, empieza a llorar como no he visto llorar a nadie en mi vida.

Paré el coche, ¿qué iba a hacer? Un hombre hecho y derecho que se me pone a llorar como un niño. Paré en un área de servicio. Intenté tranquilizarle.

Me dijo que ya no quería ir a Sevilla, que le dejara en Madrid, en la estación de Atocha. Que no era cierto que su padre se hubiera ahogado en una fosa séptica en Sevilla, que lo dejara en la estación de Atocha.

Así lo hice. Y volví. A mi casa. Me pagó y me dio una propina enorme. Al llegar, le compré flores a Marisleysis, mi mujer. Unas rosas blancas, aunque dicen que traen mala suerte, y puede que así sea por lo que le voy a contar. Apaga el cigarrillo, aplastándolo contra el cenicero.

Cuando llegué a casa, ¡cariño!, ¡Marisleysis!, ¡mi vida!, iba yo diciendo por el pasillo, porque había visto luz en nuestra habitación, se había hecho de noche. ¿Y sabe lo que encontré? Me encontré a mi mujer en la cama con otra mujer. Besándose, ya sabe. ¿Y sabe quién era esa mujer?

Yo tampoco lo sé.

Salí de la habitación, mientras Marisleysis me llamaba bastardo.

Y luego ella se marchó de casa.

Y yo me quedé paralítico. No podía andar. Parálisis de Carver & Simpson. La primera vez que sucedió, o que los médicos lo percibieron, fue en un marino italonorteamericano llamado Andró; al volver de uno de sus viajes a su casa del Bronx, Andró encontró a su mujer con otro hombre y se desplomó en el suelo, completamente paralizado. Estuvo más de tres años en una silla de ruedas. Carver & Simpson describieron por vez primera el cuadro clínico de la enfermedad. Yo tuve que estar en una silla de ruedas cuatro semanas, pero luego ya pude volver al taxi. El taxista enciende un cigarrillo, expulsa el humo, que forma cuando asciende una alargada cara de Cristo con la corona de espinas, y sigue diciendo: Por un cliente como usted, triste, malasangre, acabó mi matrimonio con Marisleysis, la mulata cubana, y no la he vuelto a ver.

Y cada vez que una mujer levanta el brazo para pararme espero que sea Marisleysis para decirle que la perdono, o que me perdone, no importa, que me da igual, que la quiero.

¿Quiere un cigarrillo?

Antes yo no fumaba; antes de que me dejara mi mujer. La nicotina es buena para acabar con la enfermedad de Carver & Simpson.

¿Le importa que ponga la radio? ¿Ya ha decidido adonde quiere que vayamos?

EN LA FUGA DEL PADRE DE TOROSANTOS

El padre de Torosantos ha salido rápidamente por Vía Hispanidad y ha girado por una avenida que no conoce. Nada más girar, al entrar en la avenida que no conoce, el suelo recién asfaltado, ha visto varios coches de policía, un camión de bomberos y una ambulancia, todos con las luces encendidas. El padre de Torosantos reduce la velocidad del coche, ha perdido toda noción de peligro, y sus ojos tropiezan con una grúa que está sacando un bulto de un depósito de agua, es un bulto que chorrea, un cuerpo, sin lugar a dudas, muerto.

LOS PROBLEMAS CON EL JUEGO DE SANTIAGO GISTAÍN

Ahora no soy más que un cuerpo que una grúa está sacando de un depósito de agua. Mañana los periódicos titularán: Noche de Reyes trágica o No llegó a todos la ilusión o a lo mejor ni siquiera titulan de ninguna manera, un suelto en sucesos o en las páginas de deportes: Viejo jugador de fútbol es encontrado en un depósito de agua con un disparo en los pulmones. Santiago Gistaín, el que fuera delantero del Real Zaragoza, con el que llegó en una ocasión a una final de la Copa, fue encontrado muerto en los depósitos de agua con un disparo en los pulmones. Algunos de sus ex compañeros, con los que todavía mantenía relación, consultados por la investigación afirmaron que desconocían la desesperada situación económica a la que había llegado… Me ahorro las siguientes mierdas. Lo hago más sencillo. Me mataron por una deuda. También en las ciudades pequeñas hay personajes como yo que se endeudan y personajes como los que me mataron que cobran o matan. Éstos vinieron de México, donde yo había vivido durante diez años, donde me había endeudado y de donde salí para evitar que me mataran.

LISARDO EXPÓSITO CUENTA UNA HISTORIA SOBRE EL ARCA DE LA ALIANZA

Han llegado a The Baile Discothèque y están esperando a que les lleven al escenario. Dalila Love y Torosantos se desvisten y se visten con la misma alegría que un pocero en Los Angeles.

Lisardo Expósito les cuenta una historia:

Tú no crees en los extraterrestres, Mosantos, ni en nada que sea misterioso o sobrenatural o extraño o incomprensible o que la ciencia no haya llegado a resolver, ya lo sé que no crees, y allá tú. Pero os voy a contar una historia de extraterrestres del pasado. Una historia de Erich von Däniken, que es suizo o alemán. Erich von Däniken ha estudiado las cabezas de Pascua, ya sabes, las cabezas enormes de piedra que hay en la isla de Pascua, en el Pacífico o en el Atlántico, no sé, y nadie sabe de dónde demonios vienen. Y Erich von Däniken ha estudiado los dibujos de los mayas y de los incas en los Andes y los «raíles» de la isla de Malta y los dólmenes de Inglaterra y de Irlanda y también las palabras de los libros sagrados. Lo ha estudiado todo Erich von Däniken. Ha estudiado las huellas y las estelas y las señales y las pirámides mexicanas y las pirámides de Egipto. Y también ha estudiado las apariciones de los santos y de la Virgen. Y los Evangelios y la vida de Jesucristo. Ha estudiado todo eso y más Erich von Däniken.

Bueno, pues es una historia que sale en uno de sus libros. Hay una historia que está muy bien, pero ésa no os la voy a contar. Os voy a contar la historia del Arca sagrada. Pues Erich von Däniken ha estudiado todo lo relacionado con el Arca de Dios y ha descubierto que en realidad se trataba de una pequeña central nuclear que servía para fabricar el maná. El maná, con lo que se alimentaban en el desierto mientras huían los judíos de vete a saber quién. Ya sabéis que caía cada mañana del cielo. El maná, y eso lo ha descubierto Erich von Däniken, se fabricaba con algas secas.

Y realmente el Arca, el Arca sagrada de la Alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros, de la que siempre se ha hablado, no era más que el sitio donde se guardaba la pequeña central nuclear que servía para fabricar el maná para que los egipcios o los cristianos o quienes fueran atravesaran el desierto.

Y, por supuesto, ¿quién podía fabricar una central nuclear en el pasado? Los dioses extraterrestres, Torosantos. Erich von Däniken, esto lo cuenta Erich von Däniken.

¿Qué os parece? ¿No te convence, Torosantos? Pues eso no es todo. Erich von Däniken hace un seguimiento de todo lo que pasó con esa pequeña central nuclear que era el Arca de la Alianza nueva y eterna y descubre que trescientos años más tarde el Arca está guardada no sé dónde y todavía sigue generando energía. Hay escritos que hablan de muertes provocadas por la pequeña central nuclear. Escritos bíblicos y sagrados.

Después de hablar, Lisardo Expósito abre el termo y se sirve un poco de café en su vaso y sopla dentro del vaso para que se enfríe un poco el café.

LA FIEXXXXTA DE LOS REYES DEL SEXXXO EN THE BAILE DISCOTHÈQUE

La discoteca se llama The Baile Discothèque y es una enorme carpa.

Torosantos y Dalila Love se tienen que vestir y maquillar dentro del Opel Corsa. Hace frío. Tienen que cruzar un descampado y entrar por la parte trasera de The Baile Discothèque, que sirve para almacenar las cajas de cerveza y de refrescos. También hay cuatro contenedores enormes para la basura.

Dentro de The Baile Discothèque han montado una tienda de campaña militar, a la que han hecho cientos de agujeros. Los clientes podrán mirar el espectáculo sólo a través de los agujeros de la tienda de campaña militar. Se apagarán las luces de The Baile Discothèque y se encenderán unas cuantas bombillas dentro de la tienda de campaña militar. Bombillas blancas y también bombillas rojas y azules. Ése es el espectáculo: miles de ojos espiando a Dalila Love y a Torosantos mientras follan.

El espectáculo empieza a las cuatro y media de la noche. La música de The Baile Discothèque seguirá sonando pero todos los ojos estarán en los agujeros de la tienda de campaña militar. La tienda de campaña militar la compró Pelavivos II, el dueño de The Baile Discothèque, en una subasta de desechos del ejército, la mayoría procedentes de los antiguos destacamentos en África que habían quedado inmovilizados en una nave en Algeciras.

ALGO DE LA HISTORIA DE PELAVIVOS II

Pelavivos II nació en México y es hijo de Pelavivos, luchador de lucha, que emigró a México para salir de la miseria y donde peleó con una máscara roja como malo de los espectáculos; consiguió trabajar en el cine, pero una lesión le impidió volver a la lucha, entró en negocios ilegales y se le ocurrió la pésima idea de robar a Cantinflas, con el que había trabajado en una película, fue expulsado del país con su mujer y su hijo. Pelavivos murió en la cárcel, un mes después de que por ley hubiera debido abandonar el penal. Pelavivos II, bajo la defensa legal de Vicente Leal, emprendió un pleito contra el Estado que ganó. Con el dinero que le adjudicaba la sentencia montó su primer disco bar, El Unicornio.

EL SHOW ESTÁ PREPARADO

Son las cinco menos veinte de la noche y Lisardo Expósito se abre paso entre la gente, les dice que abran un pasillo, pero el ruido de la música lo cubre todo.

Dos guardias de seguridad de la carpa The Baile Discothèque consiguen hacer una pequeña brecha para que pasen Dalila Love y Torosantos.

Torosantos va vestido con un albornoz de boxeador. El albornoz es rojo y Torosantos lo compró para la que fue su primera pelea como profesional. También fue la última. Perdió por K.O. en el cuarto asalto. Su rival se llamaba Grasa. Un nombre y luego Grasa. Grasa le dio un montón de hostias en la cabeza, en el pecho, en los testículos, en las orejas, en los brazos, en los ojos, en el cuello, en la cara, en el vientre, en las piernas, en la espalda, en la cabeza.

Torosantos por Toro salvaje, la película de Robert de Niro.

Es un albornoz rojo brillante y en la espalda pone TOROSANTOS TOROSANTOS con letras de imprenta doradas, en arco hacia arriba y hacia abajo, formando un ojo sin pupila.

Torosantos sale hacia la tienda de campaña militar como si fuera a pelear. Lleva, incluso, una toalla colgada al cuello. Sólo le falta tener las manos vendadas.

Dalila Love lleva un sujetador negro y un tanga negro y unas medias negras y un liguero negro y unos zapatos de plataforma negros y una combinación negra transparente.

Muchos hombres silban a Dalila Love y Dalila Love parece que se ruboriza.

Los guardias de seguridad de The Baile Discothèque consiguen meter a Dalila Love y a Torosantos dentro de la tienda de campaña militar.

Las luces de la carpa se apagan y se encienden las bombillas blancas y rojas y azules dentro de la tienda de campaña militar.

DJ Pedro Leza pincha una canción de Paolo Conte mezclada con tambores rituales de Motolinía.

La gente se golpea y se empuja para conseguir un agujero de la tienda de campaña militar.

La fiesta de esta noche se ha anunciado como FIEXXXXXTA DE LOS REYES DEL SEXXXXO. LA IMPRESIONANTE Y AMBIGUA DALILA LOVE Y EL SEMENTAL MACHOSANTOS, EX CAMPEÓN DE BOXEO, LA PAREJA SEXUAL MÁS PODEROSA DE EUROPA EN LA NOCHE MÁS SEXXXXXXUAL DEL AÑO, y nadie quiere perderse el show, así lo ha llamado Lisardo Expósito antes de que salieran a escena, cuando estaban en el improvisado cuarto de espera de chapa tomando café de un termo y mientras Lisardo Expósito contaba una historia de extraterrestres.

LA OBSESIÓN POR LA DIVINIDAD DE DJ PEDRO LEZA

DJ Pedro Leza pincha en The Baile Discothèque canciones italianas de los años cincuenta y les añade percusiones tribales. DJ Pedro Leza, hijo de una hermana bastarda de Pelavivos II, tiene un tatuaje biomecánico en la espalda que se hizo el verano pasado en la playa de Vinarós.

DJ Pedro Leza está preocupado por Dios. Dios es lo único que le importa. Dios. Dios. Yahvé. Buda. Alá. Krisna. Todos los dioses. DJ Pedro Leza recuerda muchas veces lo que le dijo un guía de Tánger, que había aprendido a hablar castellano con los dibujos animados: muchos libros, la Biblia, el Corán, los Vedas…, un solo Dios. Un solo Dios. Dios le ocupa todo su tiempo, incluso ahora, cuando está mezclando canciones italianas de los años cincuenta con tambores africanos, piensa en Dios. Cuando llega al hotel, después de pinchar en La Carpa, enciende el ordenador portátil y entra en la Red, busca algún chat, entra con el nombre de Ángel Desterrado, y DJ Pedro Leza introduce el tema de Dios. Cualquier conversación es buena para hablar de Dios.

Preguntas fundamentales para DJ Pedro Leza. ¿Nos ha creado Dios? ¿Dónde está Dios? ¿Dios nos gobierna? ¿Cuántas cabezas tiene Dios? ¿Dios tiene sexo? ¿Cómo es Dios? ¿Nos escucha Dios? ¿Si Dios existe por qué no hace algo para que lo sepamos? ¿Dios ha creado el infierno? ¿Qué sucede en el infierno? ¿Hay un solo Dios o hay muchos dioses? ¿Dónde comenzó la idea de Dios? ¿Dios vivirá para siempre? ¿Debemos seguir a Dios por el camino de la religión? ¿Tenemos grabada en el código genético la idea de Dios? ¿Dios nos castiga? ¿Dios nos salva? ¿Dios ha vivido desde siempre y va a vivir para siempre? ¿Creer en Dios nos hace más felices o más infelices? ¿Dios necesita alimento energético? ¿Cualquier camino es bueno para llegar a Dios? ¿Las sustancias tóxicas son un buen camino para llegar a Dios? ¿Dios es como nosotros? ¿Inspiró Dios la Biblia y los demás libros sagrados? ¿Habéis visto a Dios? ¿Os ha hablado Dios alguna vez? ¿Conocéis alguna prueba cierta de la existencia de Dios?

A los trece años DJ Pedro Leza creyó ver a Dios.

Dios le decía «Me tienes que seguir, Óscar, me tienes que seguir, Óscar, te he llamado para que me sigas, mi voz es dulce, mi voz es la paz, mi voz te va a llevar a donde tú quieres llegar, mi voz es dulce, nunca habías oído una voz tan dulce, más dulce que la voz de tu madre», eso oyó DJ Pedro Leza que le decía Dios, antes de que se llamara DJ Pedro Leza.

A veces ha pensado que no se trataba de la voz de Dios sino de la voz del diablo, tentándole, queriéndole seducir con su voz suave. Piensa que esa voz dulce es la misma voz que hizo que Eva comiera el fruto del árbol del bien y del mal. Aunque también piensa que pudo ser la voz de Dios. La Palabra de Dios. Pero a quien siguió DJ Pedro Leza no fue ni a Dios ni al diablo sino a un compañero que se llamaba Roberto y del que se enamoró locamente. Se enamoraron, quizá. Y DJ Pedro Leza fue inundado por una culpa tremenda. Sus relaciones con los hombres siempre las ha enturbiado Dios.

Las pastillas preferidas de DJ Pedro Leza son las Brau, fabricadas con nonda ngampkindjkants, hongo alucinógeno tradicional de Nueva Guinea que se utilizaba en las danzas rituales, y polvo plástico que hace estallar los capilares del rostro formando dibujos de cruces y motivos étnicos; cuando las toma, siempre que pincha, DJ Pedro Leza cree volver a escuchar a Dios.

DJ Pedro Leza se tatuó en la espalda una estructura biomecánica de H. R. Giger, que él piensa que es la verdadera representación de Dios y que es un amasijo de circuitos eléctricos, de reventones de la piel, de engranajes, de transistores. La copió, con algunas variantes, del Necronomicón de H. R. Giger y luego el tatuador, un neozelandés que aprendió en el estudio californiano de Marcus Pacheco, y que pasa el verano en las playas del Mediterráneo, la fotocopió y la calcó en la espalda de DJ Pedro Leza.

El tatuador neozelandés dijo que conocía muy bien a H. R. Giger y que le llevaría por lo menos doce días tatuar la estructura biomecánica.

DJ Pedro Leza dijo que no importaba, que quería llevar con él la imagen de Dios.

El tatuador neozelandés ya no dijo nada más, extendió crema de afeitar por la espalda de DJ Pedro Leza, le afeitó con una cuchilla bic azul desechable, calcó la estructura en la espalda y se la taladró durante trece días.

DJ Pedro Leza piensa en Dios permanentemente, quiere volver a escuchar la voz de Dios, como aquella vez cuando era un niño; pero cuando siente muchos deseos de escuchar a Dios se siente lleno de culpa: el pecado de soberbia es el peor pecado a los ojos de Dios. DJ Pedro Leza entra en la primera iglesia que encuentra y confiesa su pecado de soberbia.

EMPIEZA EL ESPECTÁCULO

Durante un minuto se han apagado las luces de la tienda de campaña. Dalila Love le arranca la bata de boxeador a Torosantos, que se queda con un slip negro muy ceñido Angelo Litrico, que también le arranca Dalila Love. En el suelo hay un roscón de Reyes enorme. Torosantos se sienta en una especie de cama redonda, que luego dará vueltas para que todos los ojos puedan ver el espectáculo. Dalila Love levanta la parte de arriba del roscón, coloca el pene de Torosantos dentro de la nata del roscón y luego vuelve a colocar la parte de arriba del roscón. Torosantos sujeta el roscón. Cuando ya están preparados, se vuelven a encender las luces de la tienda de campaña militar.

Carbo Cadet, que ha conseguido un agujero privilegiado en la tienda de campaña militar, ve cómo Dalila Love empieza a comer el roscón y cómo lame la nata y cómo empieza a lamer el pene de Torosantos lentamente, que es la sorpresa.

EL EX SOLDADO AMERICANO CARBO CADET

Llegó a la base aérea de Zaragoza desde Nueva York. Nació en Oakland, California, y estuvo en un campamento militar de Pennsylvania. Pero Carbo Cadet es de Nueva York, allí llegó cuando era un crío, hijo de húngaros, nieto de húngaros. Allí empezó a estudiar arquitectura y trabajó de camarero y quiso ser actor y llegó a representar un papel en una obra de Tennessee Williams en un teatrucho del Off Broadway y tuvo un viaje con un ácido en el que se imaginó convertido en un Buda de doce brazos cada uno de los brazos con dos manos y en cada uno de los dedos de sus manos su cara con sus ojos azules o negros que le miraban.

Su padre, que durante años se había ganado la vida con el juego ilegal y que había, casi al final de su vida, conseguido montar una casa de apuestas, todo transparente, le animó a ingresar en el ejército. Nada peor podía suceder después de Vietnam. Nada peor. También porque pensaba que si su hijo estaba en el ejército tendría la espalda un poco más cubierta para sus negocios.

Sin embargo, Carbo Cadet creyó llegar al infierno hace veinte años cuando su avión aterrizó en la base aérea de Zaragoza. Se compró un deportivo rojo e iba a los partidos de baloncesto. Se enamoró de una puta. Conoció a pequeños delincuentes y empezó a traficar con mercancías americanas. Luego, robos insignificantes. Reventó con dos compañeros unas cajas de seguridad. Empezó a boxear en un gimnasio. Un industrial, Francisco Sanjuán, le contrató como guardaespaldas y tuvo que dar una cuantas palizas.

Carbo Cadet ha visto y ha tocado el paraíso incluso en las paredes del infierno. Muchas noches sueña que su madre le besa en la espalda y le dibuja el recorrido de una ola del Pacífico, de California, donde nació.

El industrial le casó con su hija. Le prohibieron volar. Le expulsaron del ejército. Tuvo dos hijos. El pequeño se llamó como él, Carbo Cadet. Seguía con los pequeños robos. Robó a su suegro, de quien seguía siendo guardaespaldas. Le detuvieron. No le gustó el tacto de la tinta. Francisco Sanjuán le sacó de la cárcel, temía que Carbo Cadet se fuera de la lengua, pero le obligó a separarse de su mujer. Siguió con los atracos. Intentó que le validaran su título de piloto. Se ganó la vida jugando a las cartas, también a los dados, y con las carreras de perros. A veces llamaba a su padre para decirle que le quería mucho y que deseaba volver pero no era fácil.

Se enamoró de una puta, Crystal. Crystal trabaja en un pequeño canal de televisión leyendo las cartas en directo a los espectadores.

Carbo Cadet sigue con los pequeños robos. Está a sueldo de un abogado que se llama Leal. Tiene que vigilar a Torosantos. Leal ha ganado al padre de Torosantos en una partida de cartas la vida de su hijo.

Algunas noches no duerme. Fuma Ducados light. Cada día olvida una palabra más de su idioma. A veces le gustaría volver a Nueva York, pero en cuanto logra hilvanar el pensamiento completo la idea desaparece de su cabeza. Lleva una pistola Star negra en la espalda. Cuando estuvo en la cárcel aprendió a rezar en castellano. Su mujer le lee el futuro en las cartas. Su mujer dice que las cosas no van a ir peor, tampoco las cosas van a ir mejor, aunque su mujer, Crystal, no se lo dice.

LO QUE SE VE DENTRO DE LA TIENDA

Carbo Cadet ve cómo a Torosantos no le funciona esta noche su sexo, aunque Dalila Love lame su pene con boca maestra. Y Carbo Cadet comienza a silbar y a gritar y otros de los que han conseguido un agujero en la tienda de campaña militar empiezan con gritos y lanzan colillas encendidas al cuerpo de Torosantos, pero los gritos no traspasan la barrera de canciones italianas de los años cincuenta y percusiones tribales que DJ Pedro Leza pincha en su cabina:

Un momento di luce;

Un momento d’amore

E poi viene la notte

E poi viene il dolor.

Ma ti basta di chiuder gli occhi

Per veder quel che tu vuoi vedere.

Una vecchia chitarra

Che ripete un motivo

E ti fa ricordare

Ti fa piangere ancor.

Ma ti basta chiudere gli occhi

Per veder quel che tu vuoi vedere;

Cerchi solo te stesso

In un viso cualunque

E alla fine del viaggio

Ti ritrovi più solo.

Ma ti basta di chiudere gli occhi

E ritorni a vedere qualcuno

Ma ti basta di chiuder gli occhi

Per veder quel che tu vuoi veder.

DALILA LOVE Y EL CARACOL

Dalila Love chupa el pene de Torosantos. Lo chupa con mucho amor, muchísimo amor, todo el amor del mundo, el que ella siente por Torosantos.

Dalila Love piensa que la polla de Torosantos es la sorpresa del roscón de Reyes y la sorpresa del roscón de Reyes es un caracol y que el caracol entra en su boca, da vueltas en su lengua y trepa por su paladar, luego baja por su garganta, muy despacio, lentamente, dejando su rastro de baba. Dalila Love siente cómo el caracol cruza sus pulmones y luego llega al corazón. El caracol se detiene en el corazón de Dalila Love y escucha el latido de su corazón. Es un latido rápido, pero luego se hace más lento, cuando el caracol pone sus huevos en el corazón de Dalila Love.

Dalila Love imagina los huevos del caracol de color negro, como las huevas de esturión.

Luego el caracol pierde su caparazón y empieza a crecer, también crecen los huevos, y el caracol se vuelve líquido y el caracol entra en la sangre de Dalila Love. El caracol se mueve por los brazos y por las piernas y por la espalda y luego llega a la cabeza de Dalila Love y en la cabeza de Dalila Love le muerde la piel de la cabeza. Dalila Love nota los mordiscos que da el caracol y otra vez, de nuevo, el caracol entra en su boca, da vueltas en la lengua y sube al paladar; allí dibuja con su cuerpo la imagen de la Virgen de Guadalupe, el rostro, perfecto, el cuerpo, rodeado de pinchos.

TOROSANTOS VE A SU PADRE EN EL PARABRISAS

Han tenido que salir rápidamente y ya están en el Opel Corsa, en una carretera desierta de Monegros. Pelavivos II, después de amenazar a Lisardo, ha pensado que sería mejor invitar a un copa a la gente de The Baile Discothèque que dejar que comenzaran a destrozarlo todo.

Ahora mi padre está en el parabrisas, fuera del coche. Agarrado al cristal, como una araña, como la araña que tiene tatuada en el hombro izquierdo, igual que esa araña.

Estamos en el coche, mi padre mueve los dedos en el volante y dice mira mi araña, Mo, mira la araña cómo sube y baja. Y mueve el brazo mi padre y la araña parece que se mueve, parece que está tejiendo una tela. Mi padre dice mira cómo teje su tela, la araña, Mo, mírala. Mi padre es como la araña de su hombro y teje su tela, tiene los ojos que no miran o miran hacia un sitio al que no puedo llegar.

UNA CANCIÓN DE IFNI, DEL PROTECTORADO ESPAÑOL EN EL NORTE DE MARRUECOS SOBRE ARAÑAS

El que teme

a las arañas,

que no se acerque

a la tierra;

el que teme

a la miseria,

que se aleje del té;

el que teme

a la maldición,

que se aleje

de los santos;

el que teme

a la calumnia,

que se aleje

de las mujeres.

EL PADRE DE TOROSANTOS ATRAVIESA EL PARABRISAS DEL OPEL CORSA

Mi padre es una araña, es la araña de su brazo y no mira al cielo, mira más allá del cielo, el cielo está negro como la noche y la carretera se confunde con el cielo y con los árboles.

Mi padre me dice al oído: Apaga las luces, Mo, conduce sin luces, Mo.

Mi padre me llama Mo.

Dalila Love está a mi lado y duerme. Lisardo Expósito duerme también en el asiento trasero. Dalila Love sueña que estamos en México, en el país donde quizá su madre nació hace un millón de años.

Mi padre me dice: Apaga las luces, Mo, no tienes cojones, Mo, apaga las luces, Mo, nunca has tenido cojones, Mo, no eres capaz de apagar las luces. Habla muy despacio, muy tranquilo, y en voz baja, muy baja, no quiere despertar a Dalila Love ni quiere despertar a Lisardo.

Mi padre dice: Cuando yo estaba en el camión, Mo, apagaba las luces y cerraba los ojos y quitaba las manos del volante, así eran las cosas entonces, Mo…, y tengo un hijo al que le han arrancado los cojones en algún momento de su vida, ¿para eso te he servido, cabrón de mierda? No tienes cojones, Mo…, tu padre sí que tenía cojones, Mo, no tienes cojones ni para follarte a la negra, no tienes cojones.

Y mi padre pasa las manos por delante de las tetas de Dalila Love y Dalila Love se despierta, como si mi padre la hubiera arrancado del sueño.

—¿Qué haces? —me pregunta Dalila Love—, ¿ya hemos llegado?, ¿por qué me despiertas?, déjame dormir.

—Duerme —le digo a Dalila Love.

Y mi padre dice: No has follado nunca con ella como se folla con una mujer, Mo… Se te escapará, se te escapará como se va el aire por una rendija, no lo sentirás, serás incapaz de entender nada y todo el aire se habrá ido. Lo dice en voz muy profunda que se mete en mi cabeza y llega a mis pulmones, como si estuviera respirando alfileres.

Apago las luces, cierro los ojos y quito las manos del volante.

Mi padre dice: ¿Por qué cierras los ojos, Mo, estás loco?, ¿quieres matar a la mujer que amas?, ¿quieres matar al amigo que te cuida, que podría ser tu propio hermano?, ¿por qué cierras los ojos, Mo? Me he apostado tu vida en una partida de cartas, Mo, y he perdido. ¿Dónde está tu madre, Mo? ¿Avergonzada de ti? ¿Rezando por el hijo que murió? Padre nuestro que estás en los cielos bendito sea tu vientre entre todas las mujeres danos el pan de cada día amén y perdónanos nuestras deudas de tu vientre Jesús.

Tú eres el único fiel de mi religión, Mo, yo te bauticé, ¿no te acuerdas? Y es lo último que dice, mientras atraviesa el parabrisas y se convierte en las luces del Volvo que viene de frente.

MÁS RELATOS SOBRE ARAÑAS

Torosantos piensa en la historia de una araña que le contaba su padre.

La araña se convertía primero en cuervo y te hacía volar, luego la araña se convertía en alacrán y te mordía hasta dejarte sin sangre y luego la araña se convertía en una especie de demonio y te ofrecía todas las riquezas del mundo.

Realmente es una historia que sólo le contó una vez, una sola vez, una historia que su padre había escuchado una noche en Ifni en la que el viento les había metido el pánico en el cuerpo. El viento cálido y circular de Ifni. El viento de arena de África.

El viento le había dicho al padre de Torosantos que era posible que le mataran, que una mujer, salida de una jaima, por la noche, en la oscuridad de la noche, le besaría en el cuello y luego le mataría.

Allí en Ifni, en las colonias, le habían contado al padre de Torosantos la historia de una araña que se convierte en un cuervo sabio al que puedes preguntarle el significado de las cosas, podías preguntar al cuervo qué significaban los pinchos de los cactus y el cuervo respondía que si contáramos los pinchos de los cactus podríamos olvidar nuestro pasado. Una historia que le contaron a su padre y él la había recordado y su hijo la recuerda ahora cuando la noche es negra como un cuervo que puede responder cualquier pregunta. Si le preguntas al cuervo negro cuál es el tamaño del infierno, el cuervo responde que cada minuto se agranda el tamaño del infierno, que resulta difícil hacer una medición precisa.

Torosantos conduce por una carretera desierta y ahora se oye el ruido del motor de un avión, una avioneta que parece perdida. Y el ruido del motor de la avioneta —es una avioneta para fumigar— le trae el final de la historia de la araña, que ahora le parece ridícula.

Luego huele el veneno que cae como lluvia sobre el parabrisas. Pone en marcha el limpiaparabrisas y la cabeza de araña de su padre aparece y desaparece.

Dalila Love sueña con una araña.

Así son las cosas en esta noche negra.

Quizá mañana nieve, piensa Torosantos.

ALFREDO SAMBLANCAT EN SU AVIONETA

Alfredo Samblancat tiene cincuenta y nueve años, pero suele decir que tiene cincuenta y cuatro. Lleva tres pilotando avionetas de fumigación.

«Un trabajo limpio», como suele decir.

Alfredo Samblancat estuvo en el ejército del aire, aprendió a pilotar y estuvo destinado en la guerra de Ifni. Fue acusado de ametrallar a un convoy, y aunque no se pudo probar nada pese a que las tropas enemigas no disponían de fuerza aérea, se le expulsó del ejército. En febrero de 1964 se marchó a Portugal. Hizo de transporte para un traficante de armas. Volvió en abril del 66, participó en un atraco e ingresó en prisión por primera vez. Se escapó de Carabanchel con más de cuarenta años y se marchó a París, donde estuvo en un grupo maoísta y llegó a recibir entrenamiento terrorista en el Líbano. Secuestraron en Ginebra a un embajador de Estados Unidos y el suceso acabó con varios muertos. Alfredo Samblancat se marchó a Nicaragua, estuvo en El Salvador y luego trabajó en Colombia con un grupo de productores de coca, cuando se cansó definitivamente de luchar por la Revolución.

Una cicatriz le cruza toda la cara, que es casi negra, y ahora suele decir que la cicatriz es de un culatazo, en el Sáhara, en la guerra de Ifni, en África, en el Protectorado Español del Norte de África, en las colonias. Nadie puede llevarle la contraria. Sólo le conocen desde hace tres años, desde que llegó para pilotar una avioneta de fumigación.

A Alfredo Samblancat le gusta volar por la noche, volar muy bajo, escuchar sólo el ruido de los motores sobre el silencio. Alfredo Samblancat ha decidido que todo quedó atrás, que el pasado no le va a joder más las cosas, que el veneno que tira es su propio veneno, como un escorpión.

«Tu cicatriz parece un escorpión», eso le dijeron en Carabanchel.

Así está en su ficha: una cicatriz de la frente al pómulo izquierdo que tiene forma de escorpión.

LA VERSIÓN DE LA FUGA DE ALFREDO SAMBLANCAT DE LA CÁRCEL DEL PUERTO DE SANTA MARÍA CON EL LUTE

El Lute había observado hacía algún tiempo un defecto en la construcción que nos podría dar la libertad si sabíamos aprovecharlo.

Teníamos el problema de la vigilancia. Siempre están pendientes de esos detalles, y necesitábamos unos cuantos elementos más para trazar un plan de fuga. Teníamos que reunimos en la celda común oportuna; después, ocupar, fuese como fuese, el rincón que nos interesaba; en último lugar hacernos con las herramientas necesarias y confeccionar las cuerdas y los ganchos.

Éramos cinco, quizá demasiados: Floreal, un anarquista al que habían detenido por posesión de armas y por conspiración para matar a Franco, aunque nunca se demostró, Del Río, Emilio, El Lute y yo. Muchos para no ser vistos en algún momento por los hijos de puta de los centinelas.

Sólo había dos días en el año en que podíamos llevar adelante la fuga: Nochebuena y Nochevieja, porque en esas fiestas y sólo en ésas el consumo de vino y la celebración de la fiesta permitían movimientos fuera de lo normal.

No pudimos durante la Nochebuena, aunque sí limamos unos barrotes con una sierra, pero hubo contratiempos y tuvimos que renunciar, y aprovechamos alguna experiencia del intento fallido para la Nochevieja, nuestra única oportunidad: si la desperdiciábamos tendríamos que esperar todo un año para intentar de nuevo la fuga.

Teníamos que perforar una pared de un metro de ancho. Y eso en una sola noche, porque no era posible continuar al día siguiente. El trabajo fue una obra de titanes. Además de no tener la seguridad de conseguirlo en el tiempo previsto. En una fuga siempre falta tiempo. No las teníamos todas con nosotros. Había muchos elementos en contra: carecíamos de experiencia en este terreno y no sabíamos cómo nos iban a responder tanto la pared como las herramientas, que eran de fabricación casera. No podíamos golpear. Un montón de chivatos nos espiaban; pero la confianza, el bullicio de la fiesta y el vino, sobre todo el vino, les vencieron.

La celda común ocupaba la segunda planta. La pared que nos interesaba daba sobre la cocina, donde a menos de cinco metros había una garita de cristal, con un celador de vigilancia durante toda la noche. Teníamos que ser cautos y no hacer ruidos, ninguna clase de ruidos. En realidad, todos nuestros proyectos descansaban sobre una simple observación. El Lute se dio cuenta de que la esquina inferior de la celda común coincidía en altura y situación con una pared ancha que separaba el patio de la cocina en dos que tenía una ventaja primordial: unía la celda común con el tejado del comedor, que a su vez formaba la parte inferior del recinto de vigilancia. Era como un puente que nos permitiría llegar desde la brigada al tejado del comedor, sin tener que bajar, y pasando por encima del carcelero. Después, como fase final, alcanzar el tejado y cruzar al otro lado con la cuerda hasta alcanzar la tapia del perímetro y saltar a la calle.

Debíamos perforar la pared en unas horas. Por la tarde, aprovechando los preparativos de la Nochevieja, metimos el material en la brigada, llevamos una guitarra y unas cacerolas para tocar canciones que acallaran el ruido que íbamos a hacer rompiendo la pared.

Rápidamente, Del Río, con un marco de madera, confeccionó una cuerda de veinte metros de longitud, con hilo de poliamida. Una cuerda gruesa y resistente, pero no trenzada. Curvamos las varillas de hierro, hechas con los tornillos de la carpintería que Emilio había robado.

Fue un trabajo muy duro y pesado de hacer porque eran unas varillas de hierro acerado de un centímetro de diámetro. Lo hizo El Lute en la celda utilizando la puerta de la cancela como si fuera una máquina para torcer el hierro. Fue muy difícil darles la curvatura deseada y consiguió un gancho con tres garfios, asegurándose el enganche en lo alto de la pared, cayese como cayese; de la fuerza de los ganchos ahora dependía nuestra libertad y nuestras vidas. No cabían ni errores ni bromas.

Ahora sólo quedaba atarlo fuertemente a la cuerda, y primer paso concluido.

La noche avanzó y la pared se desmoronaba. Los escombros los metimos debajo de las literas.

Eran las cuatro de la madrugada. Debíamos darnos prisa si no queríamos que nos sorprendiera el alba sobre los tejados.

Sobre las cinco habíamos abierto el túnel. Salí por el boquete el segundo. La noche me engulló. Era emocionante estar a cinco metros de altura sobre la cabeza del centinela que te vigilaba. Todo estaba silencioso. Delante de mí iba El Lute, detrás seguían los otros en fila india.

Invertimos menos tiempo en cruzar el tejado que en decirlo. Enseguida estuvimos sobre la vertiente interior del tejado del comedor. Las tejas estaban resbaladizas. Decidimos quitarlas para evitar que se rompieran, pero estaban fijadas con cemento. Debíamos utilizar la cuerda con el gancho. El Lute bajó hasta el final del tejado y lanzó el gancho por los aires encajándolo en la pared de enfrente. Tensé la cuerda y la atamos a un pivote de hierro.

El Lute y yo fuimos los primeros en pasar; deslizándonos por la cuerda de poliamida nos tiramos al vacío y el enorme ruido que produjimos alertó a una de las cabinas de vigilancia, que empezó a disparar en dirección a la otra cabina de vigilancia. Pese a estar colgados a quince metros de altura la situación era cómica: unos guardias civiles disparaban contra otros guardias civiles. Nos costó alcanzar el muro, pero finalmente subimos a la tapia y saltamos. Al caer vimos que nadie nos seguía y el corazón se nos heló por lo que les esperaba a los otros.

EL PADRE DE TOROSANTOS SE DETIENE A DESCANSAR

Lleva conduciendo más de cien kilómetros, sin dirección, sin rumbo, con el depósito lleno. Con la imagen de la grúa sacando el cuerpo del agua en la cabeza. Oyendo la radio. Viejas canciones en una emisora sin locutor, o con un locutor que habla muy poco. No ha oído al locutor, en cualquier caso. Es de noche. Tiene hambre y ganas de follar. También tiene sueño, porque es de noche. Más hambre, quizá. El padre de Torosantos tiene insomnio desde que volvió de Argentina. En Argentina perdió el sueño, después de perder lo que el padre de Torosantos llama el amor de su vida. No se le ocurre otra forma mejor de llamar a aquella mujer.

«El amor de mi vida». Parece una canción.

Al padre de Torosantos le parece el título de una canción de Carlitos Seral. Una de esas que suenan en la emisora sin locutor. Las dos mujeres no eran la misma mujer.

Cruza por un pueblo de carretera, hay banderines colgados de lado a lado de la carretera. Son banderines de plástico que alguien se olvidó de quitar hace tiempo. Baja la velocidad. El padre de Torosantos ve un neón: HOSTAL LAS VEGAS COCINA HABITACIONES PISCINA. Tiene que hacer un giro brusco. Lo hace. Aparca el coche en una calle lateral.

Para entrar en el Hostal Las Vegas hay que subir unas escaleras y atravesar una puerta y otra puerta y unas persianas de canutos de plástico, amarillos y rojos y amarillos y rojos. El padre de Torosantos aparta los canutos de plástico de su cara y lanza una patada al aire para acabar de desembarazarse de esas lianas.

El padre de Torosantos da las buenas noches a la recepcionista, Mercedes Ibarra, una antigua cantante de cabaret, y le pide una habitación. También le pregunta si puede subirle algo a la habitación, lo que sea, un bocadillo, unos huevos, también vino o cerveza, cualquier cosa.

—Es la 107. Se ve la montaña desde esta habitación —dice Mercedes Ibarra, y cierra los ojos con un extraño tic, como una mueca del cansancio, del aburrimiento de haber dicho cien o mil o un millón de veces «Se ve la montaña desde esta habitación».

—Cualquier cosa, un bocadillo, lo que haya —dice el padre de Torosantos mientras coge la llave de la habitación, observa el gesto de Mercedes Ibarra, que le indica la dirección, y da unos grandes pasos hacia el pasillo.

EL PADRE DE TOROSANTOS INTENTA CONTRATAR A UNA PROSTITUTA CHINA DEL HAM LOVE SEX CLUB

El padre de Torosantos habla por el teléfono móvil con Yoni. Quiere una prostituta china.

—Hay varios problemas —dice Yoni—, la que tú llamas prostituta china, que se llama Sen Ike y no es china y no le gusta que la llamen china, tiene que coger un taxi. Hay más de ochenta kilómetros desde el Ham Love Sex Club hasta donde estás, y en el caso de que llegara, muy pocas probabilidades de que volviera con el dinero. Tu liquidez está en duda.

El padre de Torosantos dice a Yoni que se conforma si la china se pone al teléfono.

Al otro lado de la línea, Yoni le dice que no hay forma de cobrar ese servicio telefónico y que es mejor que deje lo de Sen Ike para otro día.

El padre de Torosantos pulsa la tecla roja de su teléfono móvil.

El padre de Torosantos piensa que ha sido una suerte que no llevara el teléfono móvil en la partida de cartas. Lo habría perdido. Sin el teléfono móvil no es nadie. Se siente como una mierda cuando piensa que sin el puto teléfono sería una mierda y que la idea de perder a su hijo, de matarlo con sus propias manos, le resulta indiferente.

El padre de Torosantos enciende el televisor con el mando a distancia. Hace como si buscara algo interesante. No hay ningún canal X. Lo más parecido es un canal de moda, Fashion Lingerie TV. Miles de modelos desfilando por la pasarela. Deja el canal de la moda encendido. Cuando pasa una modelo oriental piensa en la china, Sen Ike Wua, que quiere decir «Sólo amo cuando sufro», aunque éste no es su nombre verdadero. Luego se aburre de mirar desfiles de modelos y pasa a un canal donde una tal Crystal lee las cartas a la gente que llama por teléfono, luego pasa a un canal donde emiten comerciales largos.

El cocinero Kem Hom publicita un wok especial, el Kem Hom Wok, y hace demostraciones de cómo cocinar con su novedoso wok. Cocina verduras con champiñones, brócoli con langostinos, ternera con ajo, soja, cebolla, algas y pimiento. No necesita limpiar el wok entre plato y plato. Kem Hom repite insistentemente que el wok tiene que estar muy caliente, muy caliente, muy caliente. Todo parece muy sencillo.

El padre de Torosantos marca el teléfono que aparece en pantalla.

Una voz de articulación no humana le recuerda que por indicación del propio abonado tiene restringidas las llamadas a números no incorporados a la red general.

El padre de Torosantos pone a cargar la batería del teléfono móvil, piensa que lo único que le queda, realmente, es el teléfono móvil. Que el teléfono móvil es como un segundo corazón, como un aparato de diálisis. Luego se duerme. Debería tener su bombona de oxígeno porque sufre de apnea, pierde la respiración durante el sueño. Pero no tiene la bombona de oxígeno. Se duerme y es como si muriera muchas veces durante la noche.

No tiene la bombona de oxígeno y tampoco tiene a Sen Ike Wua a su lado. Ni siquiera tiene un Kem Hom Wok para prepararse una cena.

A la china, si la tuviera a su lado, le vendaría los ojos con un pañuelo de seda y luego la acariciaría, sólo la acariciaría, mientras la china está desnuda detrás de la venda de seda. Por un momento, como si hubiera dejado de respirar un segundo, recuerda cómo su mujer le pasaba la mano por la espalda y por los brazos como si estuviera leyendo un libro de ciegos; trataba de encontrar un sentido a todo aquello, nunca seguía el trazo de la misma manera; sus caricias eran como una escritura que sólo el padre de Torosantos podía entender.

—Me pasaba la mano por los brazos y luego por la espalda y luego por las piernas. Yo estaba boca abajo en la cama y ella pintaba las líneas de mi vida —dice en voz alta el padre de Torosantos antes de dormirse, y es como si se preparara para morir. Morir un poco.

Luego, se duerme.

TOROSANTOS Y DALILA LOVE EN LA HABITACIÓN 207 DEL HOSTAL LAS VEGAS

Dalila Love está despierta, escucha Tus secretos son nuestro éxito, el programa de Manuel Sierra: una mujer, que se llama Angela, dice que su marido la engaña con su hermano, con el hermano del marido, y qué no sabe qué hacer, y que está desesperada.

Dalila Love vigila el sueño de Torosantos. Mira cómo el pecho de Torosantos se abomba y luego se le relaja y se vuelve a abombar. Dalila Love ya sólo consigue dormir en los coches, en las furgonetas, quizá para no ver la ruta, para no saber el camino que les lleva hacia las galas, para no recordarlo.

Manuel Sierra le pregunta a Ángela si le parecería buena idea sugerirle a su marido que incluyan en su vida sexual a una tercera persona.

Torosantos se despierta sobresaltado y sudoroso.

—Cariño, tranquilo, ¿qué pasa?, ¿qué pasa?, ¿has tenido un mal sueño? —dice Dalila Love mientras le seca el sudor con la manga de su pijama.

—Estamos en Osera. Estamos en la piscina de la gasolinera de Osera un día de mucho calor, hace mucho calor. Estamos entre los árboles. Mi padre y yo. Mi padre está fumando. Un farias, creo, y sonríe. Está feliz. Yo también. Mi padre tiene todo el cuerpo lleno de tatuajes, como lo tiene. En los tatuajes da el sol. Perico Fernández, el campeón del mundo de boxeo, lo ha sido recientemente, yo todavía soy un niño, está en una mesa jugando a las cartas con Martín Miranda, su representante, aunque no se parece a Martín Miranda, y con Pelavivos II, que tiene la cara pintada de rojo y negro.

—Tranquilo, tranquilo, estoy aquí, contigo. Te quiero —dice Dalila Love.

—Martín Miranda tiene un ojo tapado, cubierto con esparadrapo blanco, es como si llevara una pelota de golf cosida al ojo. Martín Miranda se ríe. Perico Fernández, el campeón del mundo de boxeo, por dos veces, se ríe y tiene todos los dientes de oro y plata, los dientes de arriba y los dientes de abajo, su boca es como una caja fuerte, por dentro. Hay dos personas más en la mesa y juegan a las cartas. Uno de ellos es como si fuera yo, pero más viejo, después de haber vuelto de algún lugar lejano. El sol le da en los tatuajes a mi padre, y parece que le atraviesan el cuerpo. Yo miro a Perico Fernández y miro a mi padre. Sé que hay algo entre ellos. El ojo tapado de Martín Miranda empieza a sangrar, el esparadrapo se llena de sangre que luego se convierte en sal, o quizá alguien le eche sal en la sangre para que seque, no lo recuerdo.

»Más tarde, yo estoy en el agua. En la piscina de la gasolinera de Osera. Me estoy ahogando. Cuando me hundo en el agua veo a mi derecha a un hombre, mayor que yo, que también se ahoga. Sin embargo todos se dan cuenta de que se está ahogando. Nadie me mira. Una de las personas que estaban en la piscina se lanza al agua a salvar al hombre que se ahoga a mi lado.

—¿Tienes fiebre? ¿Quieres que te traiga una aspirina, un paño mojado? —pregunta Dalila Love.

—No quiero nada —dice Torosantos, y luego sigue contando su sueño en voz alta—: Quien se ha lanzado a salvar al hombre que se ahoga a mi lado es Lisardo. Lisardo salva al hombre pero a mí no me ve. Intento gritar, llamar su atención. Lo último que pienso es que estoy bautizado y que voy a ir al cielo.

—¿Piensas que estás bautizado mientras te ahogas?

—No me interrumpas, lo voy a olvidar, ya lo estoy olvidando. Yo me voy hacia abajo, me hundo, me hundo, me hundo e intento recordar las oraciones que conozco. El padrenuestro, el avemaria, el credo. Y luego ya no recuerdo más. ¿Me has despertado?

—¿Quieres que te traiga un vasico de agua, mi amor, mi vida? Olvida ese sueño. ¿No te rescataba yo en el sueño?

Torosantos le dice que sí, que le traiga un vaso de agua.

Dalila se levanta y va hacia el lavabo. Toro sale de las sábanas y de las mantas sigilosamente, se agacha y tantea con la mano debajo de la cama, al final encuentra el paquete que buscaba y se mete de nuevo debajo de las sábanas.

Dalila Love le da el vaso de agua, le dice que lo beba despacio y le acaricia la espalda a Torosantos y le acaricia el pecho, enredando con el vello del pecho, y le acaricia el vientre y le acaricia los testículos y le riza el pelo del vientre y le acaricia las orejas y le sopla en las orejas y le lame la nuez de Adán y le acaricia el cuello y le acaricia los párpados.

—Te quiero. Y quiero que olvides el sueño, no me gusta ese sueño, no me gusta nada esa pesadilla —dice Dalila Love—, no quiero que te mueras. ¿Qué haría yo sin ti?

—Han llegado los Reyes —dice Torosantos dándole el paquete—, no sé si habrán acertado.

Dalila Love, ilusionada, rompe el envoltorio, abre la tapa de la caja de plata y le da un mordisco en la oreja a Mo.