INFORMACIONES DISPARATADAS

DE LOS CALZONES DE LU XUN
AL MAREO DE CONRAD

Durante la última entrevista que tuvo con el rey de Prusia, Napoleón examinó largamente los pantalones grises de su interlocutor. Finalmente le preguntó: «¿Os veis obligado a abrochar cada día todos esos botones? ¿Empezáis por arriba o por abajo?».

Esta profunda conversación entre los dos soberanos es recordada en las Memorias de Luisa de Prusia y Claudel la reproduce en su Diario, de donde, a mi vez, la extraigo yo hoy. Es este tipo de anotaciones las que confieren todo su encanto a ese Diario.

En uno de sus últimos ensayos, Orwell confesaba: «No podría ni querría abandonar nunca la visión del mundo que me forjé en mi infancia. Mientras viva y goce de buena salud, seguiré amando la superficie de la Tierra, apegado a los objetos sólidos, y nunca dejará de divertirme coleccionar recortes de prensa con información disparatada».

Yo simpatizo con ese gusto por la información disparatada. Durante mucho tiempo soñé con escribir un libro sobre Lu Xun —el más original de los escritores chinos del siglo XX— y, a este fin, fui acumulando durante unos quince años una gran cantidad de materiales heterogéneos. Habría podido deciros cuáles eran sus cigarrillos favoritos (My Dear), o describiros el estado lastimoso de sus calzones (había llevado los mismos, debidamente remendados, durante treinta años). Este tesoro de saber estaba guardado en un paquete de fichas al que sólo me faltaba darle forma. La realización de este proyecto habría hecho bueno el adagio: un investigador universitario es un individuo que sabe cada vez más de un asunto siempre menor, de suerte que termina por saber todo de nada. ¡Ay! No soy ordenado. Valéry observó: «Si tu regla es el desorden, pagarás por haber puesto orden. Sigue tu regla». Está bien visto. La víspera de una mudanza, guardé tan cuidadosamente mis fichas que nunca las he vuelto a encontrar.

Mucho me temo que no tardaré en repetir esta desventura: esta vez a propósito de Joseph Conrad, sobre quien estoy preparando un ensayo. He aquí algunos fragmentos, sin pies ni cabeza, salvados por adelantado, muy inútilmente.

ESTUPIDARIO  Entre las necedades que se han dicho sobre Conrad, siento tener que citar a dos autores admirables. Orwell: «Uno de los signos más seguros del genio de Conrad es que a las mujeres no les gustan sus libros». En esto Orwell no revela más que su propia misoginia. Nabokov: «Conrad es un escritor para boy scouts». La hostilidad de Nabokov no es literaria sino política: el zar encargó a su abuelo Dimitri reprimir la insurrección polaca de 1862, de la que el padre de Conrad había sido uno de los principales instigadores. Casi toda la familia cercana de Conrad fue aniquilada por esa feroz represión. Sin poder confesarlo, lo que Nabokov no le perdona a Conrad es su denuncia profética (y apasionadamente europea) de la barbarie rusa.

MAR  El hombre nadando en el océano, luchador solitario enfrentado al destino, es una imagen recurrente en la obra de Conrad. Paradoja: el propio Conrad no sabía nadar.

Capitán de altura, Conrad se casó a la edad de treinta y nueve años, después de una pedida de mano repentina y extraña, con la joven (de veintitrés años) que mecanografiaba sus manuscritos. Al atravesar el canal de la Mancha en el viaje de novios, ante la gran estupefacción de la recién casada, Conrad se mareó como una sopa.

MUJERES  Siendo aún soltero, Conrad mantuvo una relación sentimental con la encantadora e ingeniosa viuda de un pariente lejano, Marguerite Poradowska. Marguerite, nueve años mayor que él, era también novelista. Bruselense de adopción, proporcionó a Conrad los contactos que facilitaron su aventura congoleña. Su ternura a la vez amorosa y maternal iluminó largo tiempo la negra e incurable soledad de Conrad. Marguerite, de soltera Gaschet, era prima del doctor Paul Gaschet, coleccionista, médico y amigo de Van Gogh, Pissarro y Cézanne. Conrad, que visitó el piso parisino del doctor, no parece haber sido muy sensible a las obras maestras postimpresionistas que tapizaban las paredes. El lugar le produjo un efecto de «pesadilla con esas pinturas de la escuela de Charenton».

DINERO  Conrad vivió siempre por encima de sus medios. Como polaco de buena cepa que era, encontraba normal vivir en una casa solariega en medio de un bosque, servido por siete criados. El declive de su arte durante sus últimos años es trágicamente evidente; escribir se volvió para él un tormento, pero había que pagar las facturas del mantenimiento de la casa. Tres meses antes de su muerte, el Gobierno británico se ofreció a ennoblecerlo; al haber sido enviado el ofrecimiento en un sobre de aspecto temiblemente oficial, Conrad creyó que se trataba de un requerimiento del Fisco y lo dejó sobre su mesa sin tener el valor de abrirlo. (El primer ministro habló finalmente con él por teléfono, pero Conrad declinó tal honor. ¿Acaso no era ya noble de cuna por nacimiento?).