Prologo

Torregorda, mayo 1966.

Doctor don José Benavente Campos.

Querido don Pepe: Yo sé que no fue usted el que asistió al parto de Juan Lobón, ni el que diagnosticó, ya desde lo húmedo, que no era como todos. No fue usted de puro milagro.

Por eso le dedico este cuento de cazadores que aprendí de los hombres y los ecos que van dando tumbos por esas serranías del Aljibe, Bermeja y Ronda, en un sitio que no quiera usted localizar en el mapa porque no está allí: está, según se va, tirando para arriba, en la encrucijada de los que nunca perdieron la fe en su destino.

Sonaba todo con tanta insistencia, que hasta celos sentí de que alguien con más merecimientos se me adelantara a escribir esta fábula, que estaba, a medio tiro de escopeta, dispuesta a dejarse matar por el primero que apretara el gatillo.

Hay algo que no quiero dejar de señalar: usted sabe que la gente de esta tierra tiene el buen gusto de abreviar cuanto sobra a las palabras una vez que se han hecho comprensibles. Si yo he utilizado la fonética al uso y no la de los tos y los nas, lo hice considerando que el sonido de un acento que es alma, no se puede llevar al papel sin ponerle a la vera un pentagrama con notas musicales. Y yo no sé tampoco música.

Vaya mi envío para usted y para esa humildad que, como las cabras, ramonea todavía en lo subdesarrollado.

Afectuosamente.

Luis Berenguer