Renunciar puede ser, para cualquiera, en cualquier momento, lo más difícil.

Para algunos, además de algo deprimente constituye una aceptación de la derrota, del fracaso. Y Charlotte era de ésas. Renunciar significaba que había llegado el momento de desistir de cuanto había deseado y soñado conseguir. Que sus esfuerzos habían sido inútiles. Que la vida era un juego de dados y ella había sacado un siete. No podía ser. Y su única misión pasó a ser su misión del alma.