Damen volvió en sí muy despacio, sin memoria alguna de lo recién acontecido.
—He soñado que me estaba muriendo —le dijo a Scarlet, que hasta ese momento le acariciaba la cara dulcemente.
—No seas tonto —dijo ella—. Tienes mucho por lo que vivir. Los dos lo tenemos —se sacudieron el polvo y se dirigieron al salón.
La aceptación de Charlotte por parte de Prue tuvo un efecto calmante, casi narcotizante, en todo y todos. Los chicos muertos, encantados con la tregua entre Prue y Charlotte, se desvanecieron. Los chicos vivos recuperaron el conocimiento y abandonaron la atracción, sin saber muy bien si habían estado soñado o es que los habían drogado.
—¡Ha sido la mejor casa encantada de la historia! —exclamó un chico.
Y tenía razón. Había sido la mejor casa encantada de la historia.
—He de reconocer que los del departamento de Arte se han superado este año, ¿no es así? —dijo el director Styx en medio de algunos aplausos aislados mientras accedía al centro del escenario—. Bueno, toda esta excitación es difícilmente superable, de modo que por qué no anunciar ya al rey y la reina del Baile de Otoño del Instituto de Hawthorne High —anunció por el micrófono.
Todos se reunieron al pie del escenario, todos salvo Petula, que había entrado en la casa disimuladamente en plena conmoción, y aguardaba de incógnito al fondo del salón.
—Y el rey y la reina de este año son… —dijo, abriendo el sobre con el resultado de la votación ante la totalidad del alumnado—. Damen Dylan y… ¡Scarlet Kensington!
Damen y Scarlet oyeron sus nombres conforme salían de la casa encantada y apenas se lo podían creer, tan lejos estaban de allí mentalmente.
—Alucinante cómo os habéis enganchado ahí dentro, ¿no, tío? —dijo Max mientras Damen se remetía la camisa y Scarlet se estiraba el vestido—. ¡Por cómo se movía la casa ha debido de ser un buen calentón!
Damen se volvió hacia Max y le dio un cachete en la cabeza, y el equipo entero de fútbol lo subió en volandas al escenario.
Mientras subía los escalones, Scarlet buscó desesperadamente a Charlotte hasta que de pronto la localizó entre bastidores. Corrió hasta ella y las dos se quedaron allí plantadas mirándose la una a la otra. Scarlet levantó de inmediato las manos, más que preparada y dispuesta a entregarse por última vez. Pero Charlotte no asió las manos de Scarlet como solía. Le dio un fuerte abrazo en su lugar.
—Pero ¿qué haces? —preguntó Scarlet.
—Elegir —dijo Charlotte—. Ya no puedo vivir más a través de ti.
Cuando corrieron la cortina roja, Scarlet y Charlotte salieron al escenario juntas, cogidas del brazo.
—Nunca he llegado a entender por qué te esforzabas tanto en integrarte, si era evidente que estabas destinada a sobresalir —dijo Scarlet mientras Charlotte le daba un codazo para que se adelantara y se acercase a Damen—. ¿Y qué hay de lo de «ser vista», de tu resolución? Me diste tu beso. Deberías quedarte tú con la corona —dijo Scarlet en un último esfuerzo por cederle el momento a Charlotte.
—No era mi beso —dijo Charlotte, y de un empujoncito situó a Scarlet en el lugar que le correspondía, junto a Damen.
En el mismo instante en que Scarlet iba a ser coronada, Petula apareció como de la nada con un enorme aerógrafo turbo para bronceado. Alzó la pistola y disparó el chorro de bronceador pulverizado hacia Scarlet.
—¡Turbobronceado! —jalearon las Wendys al unísono.
—Con motor de inyección para emergencias —dijo Petula apuntando vengativamente a Scarlet con el bronceador líquido.
Prue, que acababa de regresar al salón, se percató de las intenciones de Petula y la agarró del brazo pulverizador, dándole un susto de muerte. Con el agarrón, el disparo de Petula se desvió y alcanzó a Charlotte en vez de a Scarlet. El vapor bronceador se posó sobre ella, haciéndola visible ante todo el instituto. Entre el público se hizo un silencio sepulcral.
—¡Eh, es la chica que murió en el instituto! —chilló un chico desde el fondo del salón.
Petula gritó con tantas ganas que se le erizaron todos los pelos del cuerpo, hasta los teñidos del labio. Un guarda de seguridad contratado por Hawthorne High reparó en su comportamiento irregular e intentó apresarla. Para su sorpresa, ella saltó a sus brazos nada más verlo.
—¡Veo a gente poco guay! —repetía sin cesar mientras el guarda la acompañaba a la salida. Como era habitual, los fotógrafos del anuario estaban esperando. Pero esta vez su momento pasarela se convirtió en un «paseo del reo». Los flashes parpadearon, capturando una instantánea más apropiada de una ficha policial que de un anuario.
Un murmullo de inquietud recorrió la muchedumbre y algunas personas empezaron a retirarse lentamente del escenario hacia la salida.
—¿Forma esto parte de la casa encantada? —chilló una chica que estaba pegada al escenario.
—¡Esperad todos! —dijo Scarlet—. Ella es la que sacó adelante lo del baile.
Todos los que se encontraban en la sala se detuvieron y miraron a Charlotte, desconcertados.
—No os asustéis. Se lo debemos todo a ella… —dijo Scarlet—… Todo.
Scarlet encaró a Damen y confesó cuanto había estado ocurriendo.
—¿Recuerdas cuando me dijiste que actuaba como dos personas distintas? Bien, pues… lo era —dijo Scarlet—. Comprendería perfectamente que no desearas volver a dirigirme la palabra nunca más.
Damen se quedó mirando a Scarlet con ojos inexpresivos durante unos instantes, y luego dio media vuelta y, en silencio, se acercó a Charlotte. Ella abatió la cabeza, desconociendo lo que podría venir a continuación. Él se quedó allí plantado durante lo que pareció una eternidad, mirándola y nada más. Luego, con delicadeza, Damen movió la mano hacia la barbilla de ella, como para levantarla. Charlotte alzó la cabeza muy despacio hasta que sus ojos se encontraron con los de él.
—Te recuerdo —dijo él, buscando la mano de Charlotte y conduciéndola hasta el centro del escenario.
—Esto en realidad te pertenece a ti… —dijo Scarlet, que se retiró la corona, le apartó a Charlotte el pelo de la cara y se la colocó suavemente en la cabeza.
—No tienes que compartirla conmigo —dijo Charlotte.
—No la estoy compartiendo contigo. Es tuya —dijo Scarlet mientras la corona flotaba hasta la posición correcta.
—Exacto —dijo Damen con tono tajante—. ¡Se acabó lo de compartir!
Scarlet y Charlotte se encogieron ante la dureza de su voz.
—A no ser que sea conmigo —dijo mirando de reojo a Scarlet y esbozando una enorme sonrisa—. Gracias por toda tu ayuda —le dijo Damen a Charlotte, se inclinó y la besó con ternura en la mejilla. Sus labios eran suaves y bondadosos. Ella cerró los ojos y saboreó cada instante. Sobrepasaba todo lo imaginado por ella. Con mucho.
—Tienes razón, no es como los demás —dijo Prue mientras Charlotte se elevaba sobre la muchedumbre, brillando como un millar de barritas fluorescentes en un concierto para el que no quedan localidades. Su vestido se transformó en el tan soñado vestido gris perla de chiffon, el del salvapantallas, mientras se elevaba. Estaba preciosa.
Prorrumpió entonces una ovación que fue ganando intensidad conforme el temor y la incredulidad eran sustituidos por la más absoluta admiración.
Los chicos muertos, también presentes en la coronación, empezaron a volverse visibles de nuevo, aunque en esta ocasión lucían birretes y togas de graduación. Aparecían recobrados, hasta el sanguinolento collar negro «CC» Chanel de CoCo se había metamorfoseado en uno de oro nuevo y reluciente.
—¡Es una resolucionaria! —trompeteó Piccolo Pam celebrando con sincera emoción el momento de gloria de Charlotte, desaparecido repentinamente el sonido aflautado de su voz.
DJ se acercó bailando a la mesa de mezclas y empezó a pinchar una serie de temas de éxito; Suzy lanzó los brazos al aire al son de la música, y comprobó extasiada cómo su piel aparecía de pronto libre de costras.
—¡Oye, baja el volumen! —chilló Mike, para sorpresa de DJ y Suzy, curado por fin de su perniciosa fijación auditiva. Ahora que todos volvían a prestar atención a Charlotte, Silent Violet abandonó su silencio. Dedicó un grito a Charlotte y rápidamente se llevó la mano a la garganta, asombrada por el hecho de ser capaz de decir algo.
—No volveré a cotillear nunca más…
Pam y los demás se quedaron sobrecogidos cuando finalmente entrevieron cómo el viaje de Charlotte, y cuanto éste tenía de bueno y de malo, estaba contribuyendo a que se les viera tal cual eran.
Deadhead Jerry recibió una coqueta invitación a bailar por parte de una chica viva popular. Ahora, con la mente aclarada por completo, le invadió una renovada confianza.
—Ya conoces el dicho, «una vez lo pruebas con un muerto, ya no quieres salir del huerto» —le susurró Jerry a Mike mientras ponía rumbo a la pista de baile.
—¡Reza por nosotras, Charlotte! —gritó Wendy Thomas entre la muchedumbre, santiguándose y tratando de sacar provecho del «milagro» que estaba presenciando.
—Oye que porque esté muerta no necesariamente va a ser una santa; igual que tampoco por ser animadora se es necesariamente una puta —espetó Wendy Anderson.
Se quedaron calladas y cayeron en la cuenta de que todas las animadoras de Hawthorne eran, efectivamente, unas putas.
—¡Sí, reza por nosotras, Charlotte! —suplicó Wendy Anderson.
—De modo que en esto consiste ser popular —dijo Charlotte, levitando levemente sobre el escenario.
Sonrió y todos prorrumpieron en aplausos.
—Así se hace, Ghostgirl —le gritó Prue a su nueva amiga.
—¡Vaya, he conseguido un nombre de muerte! —Charlotte sonrió radiante.
—Y yo un baile —dijo Prue, poniendo los ojos casi en blanco y arrimándose a Max—. Supongo que al final ha resultado que sí que eras la Elegida después de todo.
—Sí, pero no lo habría descubierto jamás sin vosotros —Charlotte sonrió—. Ni sin ti —dijo, volviéndose hacia Scarlet.
—Sí, sobre todo lo de cómo conseguir un bronceado para el equipo —dijo Scarlet, admirando su tez morena—. Pero no entiendo cómo un absurdo bronceador ha hecho posible que te volvieras visible —dijo Scarlet.
—No ha sido el bronceador—contestó Charlotte.
—¿Qué? —preguntó Scarlet, confusa.
—Ha sido que estaba preparada para que me vieran, tal cual soy —contestó Charlotte abrazando a Scarlet.
Scarlet supo que aquélla era la despedida, y le cayó una lágrima que fue a aterrizar en la mejilla de Charlotte.
—Yo estaré bronceada, pero tú vas a bailar —dijo Charlotte empujando a Scarlet hacia la pista de baile con Damen. Se colocaron muy juntos y empezaron a moverse con la música, atolondradamente al principio, y luego como viejos expertos.
A Charlotte la embargó una sensación de calma, como si todo estuviera en su debido sitio. La sensación del deber cumplido y de que había llegado el momento de mover ficha. Aunque le dolía en el alma tener que separarse de Scarlet, no pudo evitar sonreír al contemplarlos a todos allí bailando juntos. Habían vuelto a dejarla fuera, justo como en el laboratorio de física, pero eso había dejado de tener importancia para ella.
Antes de que pudiera compadecerse demasiado de sí misma, un chico increíblemente atractivo vestido de traje, como recién salido de su propio funeral, se apareció a su lado. Llevaba la etiqueta identificativa prendida a la muñeca, igual que lo había hecho Charlotte al morir.
—¿Cómo te llamas? —preguntó ella.
—Esto, no estoy muy seguro —contestó él—. Pero… ¿te apetece bailar?
—Claro que sí —contestó ella, aceptando la invitación.
Mientras bailaban un vals, Charlotte le tranquilizó asegurándole que no pasaba nada y que ya le explicaría todo en su debido momento, pero que mientras tanto lo único que deseaba era bailar.
—Mira eso, ya ha movido ficha —dijo Damen con la vista fija en Charlotte.
—¿Cómo? ¿Estás celoso? —preguntó Scarlet a la vez que Damen tiraba de ella hacia sí.
Damen soltó una risita y le plantó un minúsculo y dulce beso en la mejilla.
El último baile de Charlotte se vio interrumpido por la repentina aparición del profesor Brain, que sostenía en la mano un birrete. Charlotte supo al instante que había llegado el momento de que ella y los demás se fueran.
—Ahora vas a necesitar esto —dijo él retirándole la corona y sustituyéndola por el birrete—. Gracias a ti, todos vamos a necesitar uno.
Charlotte miró al profesor Brain con admiración y reparó en su hermosa testa de pelo blanco, sin cresta cerebral ni colgajo de piel a la vista.
—Llevémonos esto «al otro lado», ¿eh? —dijo con dulzura, echándose hacia atrás la borla con una sonrisa de oreja a oreja—. Enhorabuena, Charlotte Usher.
Al instante, uno de los focos que iluminaban la pista de baile empezó a brillar con una intensidad cegadora. Era como si una estrella del cielo se hubiese colado por la ventana y brillara ahora en el interior del salón. Pero ésta no pertenecía a ningún proyector. Prue agarró a Pam de la mano e instintivamente se volvieron hacia la luz en exultante anticipación. Todos los chicos muertos se unieron a ellas en línea, cogidos de la mano.
—Ya no la veo.
Damen estrechó a Scarlet mientras ella observaba cómo su amiga se empezaba a desvanecer.
—No llores porque se acabe. Sonríe porque haya sucedido —la consoló Damen.
—Dr. Seuss —dijo Scarlet, regalándole una sonrisa de agradecimiento.
Mientras Damen confortaba a Scarlet, Charlotte corrió para unirse a Piccolo Pam.
—¿Lista? —preguntó Pam.
—Lista, Piccolo Pam —dijo Charlotte mientras se daban un abrazo.
—Ahora ya vuelvo a ser Pam a secas —dijo Pam con gratitud.
Con Brain a la cabeza, uno a uno caminaron hacia la luz, siguiendo el orden de su llegada a la asignatura de Muertología. Prue la primera. Charlotte la última. Cuando llegó su turno, echó la vista atrás, satisfecha, se retiró el birrete y lo lanzó al aire, y muy despacio se desvaneció en la acogedora luminosidad.
Se había ido.
Mientras miraba hacia lo alto, Scarlet vio la sombra del gorro solitario de Charlotte, que volaba hasta el techo. Era una señal que le enviaba Charlotte, y supo enseguida cuál era su significado: que estaba en un lugar mejor. Las dos lo estaban.