Sonó el timbre para la primera clase, y la muchedumbre que rodeaba a Damen se dispersó. El parloteo del pasillo se fue apagando al tiempo que los estudiantes se dirigían a clase, y el único sonido que se podía escuchar ya era el eco metálico de los portazos en las taquillas y el de la banda del instituto entonando un ridículo arreglo de lo que parecía ser el Why Can‘t I Be You de The Cure.

A pesar de los contratiempos matutinos, Charlotte se esforzó por conservar el optimismo. Después de todo, su primera clase era Física, con el profesor Widget. Y con Damen. Y con Petula también, todo hay que decirlo. La clase de Física se le presentaba a Charlotte como un documental de mundo animal. Tendría la oportunidad de estudiar el exótico comportamiento de chicas tan populares como Petula, las Wendys y sus amigas, y lanzarse a la caza de Damen.

Charlotte se coló discretamente en clase y a su izquierda vio cómo los estudiantes ocupaban sus sitios preferidos, dejaban caer bolsas y abrían y cerraban las cremalleras de sus mochilas en busca de cuadernos, bolígrafos, lápices, calculadoras. Se podía adivinar que era el primer día de clase porque todos estaban… tan bien preparados, por no decir que completamente felices de estar allí.

Los únicos asientos libres que pudo localizar se hallaban al fondo, detrás de Petula y las Wendys. Uno de ellos era probable que se lo estuvieran reservando a Damen, pensó. ¡Genial! El resto del curso pasaría la primera hora al ladito de la Lista A de Hawthorne. Una situación perfecta. Mientras se dirigía hacia el fondo del aula, sin embargo, Charlotte se percató de que su presencia no era precisamente bienvenida.

Ni un «choca esos cinco», ni un «¿qué tal el verano?», ni siquiera un «hola» por parte de los compañeros a su paso. Ni un solo comentario acerca de su tan trabajado cambio de aspecto ni tampoco el más mínimo gesto de cortesía. Únicamente desaprobación en el ceño fruncido de las dos Wendys y cara de «¿quién se ha tirado un pedo?» por parte de Petula cuando se aproximó al pupitre que permanecía desocupado detrás de ellas.

Charlotte tomó asiento y miró al frente con ojos inexpresivos mientras contaba cabezas. ¡Ni rastro de Damen! ¡Al final iba a resultar que no estaba en esa clase! Pero tenía que estarlo. Al menos eso era lo que ponía cuando abrió al vapor el sobre de su preinscripción. Hacerse con ese retazo de información había sido el único objetivo de las prácticas de verano en la oficina del director. Sintió que se le revolvía el estómago.

En la pizarra se podía leer en grandes letras mayúsculas atracción y magnetismo y debajo aparecían los cuatro pelos repeinados del a todas luces decrépito y calvo profesor Widget. Estaba encorvado, y lucía su camiseta la física mola un ion que se ponía cada año a principio de curso.

—Buenos días a todos. Soy el profesor Widget —dijo levantándose de un salto al sonido del timbre. Su pose sufrió una repentina transformación. De la de viejo científico loco a la de presentador de un concurso. Su nombre siempre levantaba alguna que otra risita cuando se presentaba, y ese año no iba a ser la excepción. Pero las risas se apagaron con la misma rapidez con que habían brotado y dieron paso a un mar de miradas entornadas y cuellos estirados. Todos estaban al tanto de los rumores, pero muy pocos habían tenido la oportunidad de observarle así de cerca.

Aunque no resultara obvio a primera vista, a medida que el profesor Widget continuó hablando, advirtió cómo paseaba la mirada sin mover la cabeza un ápice. Es más, parecía capaz de observar a todos los estudiantes a la vez. «Una herramienta muy útil para un profesor», pensó Charlotte, salvo que no se trataba ni mucho menos de una habilidad. Tenía un ojo de cristal.

—Todos ustedes cuentan con algunos conocimientos básicos sobre biología, química y ciencias o de otro modo no estarían aquí, ¿verdad? —dijo con cierto sarcasmo—. De modo que el primer tema que tocaremos este cuatrimestre será —y para acompañar sus palabras se giró de medio lado con una gracia inusitada y señaló, con la palma levantada, la pizarra— atracción y magnetismo, las leyes de la atracción.

»A todos ustedes les interesa la atracción, ¿correcto? —continuó haciendo vibrar las erres. Charlotte tuvo que sujetarse el brazo para evitar que éste saliera disparado hacia arriba y expresar cuán de acuerdo estaba con él—. Y puesto que yo siempre he creído que la mejor forma de aprender es la experimentación… nuestra primera tarea será escoger pareja para las prácticas de laboratorio. De modo que levántense, por favor, y busquen pareja.

Los alumnos empezaron a mirarse unos a otros y señalaban a sus amigos en diferentes puntos del aula, algunos gritaban y daban saltitos como si acabaran de entrar en la Academia de Operación Triunfo. Las Wendys ya formaban un combo y Petula seguro que quería a Damen, aunque no lo suficiente como para esperarle mucho más tiempo. Pasados unos breves segundos de impaciencia, tiró hacia sí de la más próxima de las dos Wendys, Wendy Thomas, para no quedarse colgada y emparejada a un perdedor.

Wendy Anderson, a su vez, se emparejó a toda velocidad con el último guaperas que encontró, mientras los demás hacían su elección frenéticamente. Charlotte se quedó sola, la única a la que nadie había escogido. Tanto la había distraído la ausencia de Damen que no había prestado atención a nadie más. Pero ahora, al verse allí humillada hasta el tuétano, la totalidad de su historia escolar se le vino encima como un jarro de agua fría.

«¿Cómo es posible sentirse tan sola en una habitación repleta de gente?», pensó al tiempo que sentía que sus orejas empezaban a arder.

Widget paseó la mirada por el aula y detectó a unos cuantos rezagados que entraban en el último minuto, y procedió a hacer un llamamiento nada entusiasta en favor de Charlotte.

—Vamos, chicos, parece bastante… capaz.

Charlotte estaba esperando que se lanzara a dar voces como un subastador, pero se equivocó, a Dios gracias.

—¿Nadie que quiera emparejarse con…? —Widget la señaló y farfulló torpemente tratando de dar con el nombre de Charlotte, pero no consiguió recordarlo—. Esto… ¿con ella?

Pero antes incluso de que acabara de formular su pregunta, los estudiantes estaban ya todos emparejados. El sonido de la banda de música que ensayaba en el pasillo pareció ganar intensidad ahora en los oídos de Charlotte. Y las risas que dejara atrás junto a la hoja de inscripción para animadoras retumbaron de nuevo en su mente.

Justo cuando la situación no podía ser más embarazosa, la puerta se abrió de golpe.

—Siento llegar tarde —se apresuró a disculparse Damen ante el profesor Widget.

¡Allí estaba! Las nubes se habían dispersado y el sol volvía a brillar.

—Vaya, precisamente la persona que andábamos buscando —contestó Widget, consciente de que emparejarle con Charlotte era castigo más que suficiente por su tardanza. Y continuó—: Le presento a la que será su pareja este cuatrimestre.

—Tengo una nota —imploró Damen con la mirada desorbitada.

Charlotte no cabía en sí de gozo. Ya era una suerte que él estuviera en su clase, pero que además fuera su pareja de laboratorio era el culmen de la felicidad. ¿De veras estaba sucediendo? Sin saber cómo, consiguió mantener la compostura cuando Damen se dirigió hacia ella, resignado.

El profesor Widget se acercó para decirle algo a Damen pero, debido al ojo de cristal, Charlotte pensó que tal vez fuera a ella a quien se dirigía. Ninguno de los dos estaba seguro del todo y ninguno quería empezar con mal pie, de modo que ambos prestaron atención.

—Creo que debería aprovechar este emparejamiento. Yo diría que es cosa del Destino —dijo Widget, guiñando su ojo sano.

Charlotte estaba loca de contenta y completamente conforme, mientras que Damen parecía algo deprimido y un poco confuso, tanto por la afirmación como por el ojo de cristal de Widget, el cual veía de cerca por primera vez. El profesor Widget se inclinó hacia Damen en un gesto muy suyo.

—Le diré algo, van a presionar mucho a los estudiantes atletas este año. Hay una nueva política. O conserva una media de aprobado en todas las asignaturas o le echan del equipo —advirtió.

Charlotte, viendo una oportunidad para avanzar en su estrategia, sonrió y espetó:

—¡Me encanta la física!

El profesor Widget y Damen la miraron con cara rara, como quien observa a un loro amaestrado graznando palabras absurdas desde su jaula. Widget se alejó con una sonrisita burlona en el rostro y empezó a recoger sus cosas. Damen se inclinó hacia Charlotte, tratando de ser discreto.

—Oye… —susurró Damen—, esto… —tartamudeó, al tiempo que trataba con torpeza de dar con su nombre.

—… Charlotte —contestó ella amablemente, apuntándose a sí misma con un dedo.

—Eres lista… —continuó él como si tal cosa.

—Gracias —repuso ella, y cruzó las manos a la espalda de forma modesta, como si él le hubiese hecho un cumplido insinuante.

—Me pregunto si… —prosiguió.

—¿¿¿Sí??? —contestó ávidamente Charlotte, ¡como si él fuera a pedirle salir en ese mismo momento y lugar!

—¿Estarías interesada en, bueno, ya sabes, en darme unas clases o así? —le preguntó.

Charlotte no era tan ingenua como para interpretar aquello como un gesto romántico, o amistoso siquiera. Sabía que él tenía un motivo oculto primordial. Con todo, desterró la idea y se concentró en el lado bueno. No era una invitación al baile, pero sí una oportunidad para pasar algún tiempo a solas con él, y aquello la tenía emocionada.

Reprimió el temblor de su voz y estiró con decisión las rodillas, que le flojeaban desde el momento mismo en que Damen había entrado en clase. Trató de hacerse la dura por un segundo obligándole a aguardar una respuesta a su ofrecimiento. Su deseo se estaba convirtiendo en realidad, no como ella pretendía, pero se estaba convirtiendo en realidad de todas formas. Era el Destino, como había dicho Widget. Tenía que serlo.

Estaba a punto de decirle que sí, cuando Petula, con una Wendy a cada lado, se acercó a Damen y los interrumpió.

—¿Dónde estabas? —le preguntó enfadada a Damen.

—Se te acabó el tiempo —le espetó malévolamente Wendy Anderson a Charlotte, echándola de la conversación con un golpe de cadera.

Charlotte se quedó por allí de todas formas y empezó a echarse ositos de goma a la boca mientras recogía el portátil y los libros. Había decidido intentar «quedarse rezagada» como si fuera una más del grupo, mientras aguardaba a darle su última palabra a Damen.

—Estaba taaaaan preocupada —dijo Petula con un arrullo.

Que Petula se preocupase tanto por el bienestar de otra persona, Damen incluido, era tan ridículo que hasta las Wendys tuvieron que darse la vuelta y morderse el labio para no echarse a reír.

—Aunque no lo suficiente como para esperarme, por lo que se ve —dijo Damen de manera sarcástica, volviéndose hacia Charlotte y dejándole claro a Petula que sabía cuánto más le preocupaba quedarse colgada con una pareja de laboratorio de la Lista D que lo que le pudiera haber ocurrido a él.

—¿No pensarías que iba a esperarte, así, como para siempre, no? —dijo Petula con egoísmo. Las palabras de Petula sorprendieron a Charlotte, quien en su lugar habría esperado para siempre y más.

—¿Para siempre? —se mofó Damen—. Te dije que quizá me retrasara un poco.

—¿Ah, sí? Pues no he recibido tu sms —contestó Petula, que a estas alturas ya apenas prestaba atención.

—Y entonces ¿cómo has sabido que era un sms? —dijo Damen sacudiendo la cabeza, a la vez que cerraba la cremallera de su mochila.

En un intento por ganar tiempo para dar con una excusa creíble, Petula empezó a irse por las ramas:

—Tenía el móvil en el bolso y el bolso está…

—Aquí mismo —una voz impertinente la interrumpió desde fuera del aula. Petula se giró hacia aquel sonido tan familiar e inoportuno y vio a una chica que sujetaba su bolso como si fuera radiactivo. Puso los ojos en blanco en un gesto de profundo desprecio y se dirigió hacia la puerta.

—¡Te he dicho que no toques mis cosas! —le espetó Petula en un susurro más que audible.

—Te lo has dejado en el coche de papá y no quería que te entrara el mono de los sms, Dios nos libre —dijo la chica sosteniendo el carísimo bolso de diseño lo más alejado de sí que le permitía el brazo—. Además, ya sé lo duro que te resulta pasar un día entero sin tu rellenador de labios.

—¡Yo no uso relleno! —le espetó Petula.

Charlotte estaba estupefacta tanto por el descaro de la chica como por su atuendo, a medio camino entre los estilos gótico y burlesque: una camiseta rosa y negra de los Plasmatics que asomaba por debajo de un largo jersey de pico, un enorme anillo antiguo con una piedra rosa para recalcar su tan socorrido dedo corazón, una minifalda negra de lentejuelas, medias rojas de rejilla, bailarinas de tachuelas plateadas y pintalabios rojo intenso mate. Nada más verla supo que se trataba de Scarlet Kensington, la hermana pequeña de Petula. Y por lo que se veía, lo único que tenían en común era el adn.

Petula le arrancó el bolso de mala manera y lo registró para cerciorarse de que no faltaba nada. Una vez hubo confirmado que todo estaba intacto, extrajo del interior una cuchilla que utilizaba para afeitarse las piernas, suaves como la seda.

—Toma, te la regalo —dijo con sorna—. Una pequeña muestra de agradecimiento. A lo mejor la puedes usar dentro de un rato para liberar algo de estrés.

Las Wendys estallaron en carcajadas ante la pulla y Damen se limitó a sacudir la cabeza como diciendo «ya estamos otra vez».

—La única forma de que yo libere algo de estrés sería rajándote la garganta con ella, claro que no sé por dónde ibas a vomitar luego la comida —dijo Scarlet con una sonrisa falsa.

Charlotte no podía creerse la audacia de Scarlet y se le escapó un grito ahogado que pasó desapercibido a todos salvo a la propia Scarlet.

—¿Y tú qué miras? —ladró ésta, su corta melena teñida de negro se le arremolinó ante el rostro como una cortina cuando, con toda brusquedad, se giró y lanzó una mirada asesina a Charlotte. Ella se quedó totalmente paralizada ante aquellos ojos avellana, otro rasgo que compartía con su hermana, que parecieron abrasarla.

Antes de que Charlotte pudiera pronunciar un «¿quién?, ¿yo?» de respuesta, Scarlet dio media vuelta y se fue, el sonido metálico de las cadenas de su cazadora de cuero debilitándose mientras se alejaba.

Petula, que estaba perdiendo protagonismo rápidamente, sacó su brillo de labios y se los pintó con ese rosa tan característico suyo.

—Estoy pensando en cambiar el tono de mi vestido para el Baile de Otoño por un rosa más oscuro —anunció Petula, como si se tratara de una noticia bomba. Sin esperar a la reacción de Damen, levantó la polvera, giró su rostro de un lado a otro, arrugó los labios de manera seductora, decidió que su aspecto era de muerte y besó el espejo, dejando, como siempre, una perfecta huella de pintalabios rosa.

Charlotte, detrás de Petula y lo suficientemente cerca como para poder verse reflejada en la polvera, encajó sus labios a la altura del beso que Petula había marcado en el espejo y pretendió por un instante que eran los suyos.

Sam Wolfe, un compañero «lento» a quien Petula y sus amigas apodaban con cariño Efecto Retardado, sacó a Petula y a Charlotte de sus respectivas ensoñaciones cuando sin venir a cuento colocó el monitor de vídeo en la parte de delante del aula, junto a ellas. Petula, que seguía parloteando sobre el tono de su vestido para el baile, cerró de golpe la polvera y se giró hacia Sam sin previo aviso.

—No sabes la suerte que tienes de ser de efecto retardado —le dijo Petula a Sam.

Sam sonrió con indiferencia, pero Damen la miró asqueado. Charlotte tomó nota, el chico le gustaba cada vez más.

—¿Qué pasa? —Petula reaccionó a la mirada de desaprobación de Damen completa y genuinamente confundida.

Luego se volvió de nuevo hacia Sam y, echando mano de una seudosensibilidad muy suya, intentó disculparse.

—Oh, perdona… quería decir retrasado —le dijo con un tono cargado de falsa condescendencia.

Sonó el timbre y todos se apresuraron a salir de clase. Todos excepto las Wendys, Damen y Petula, que siempre se tomaban su tiempo a la hora de salir y dirigirse a la clase siguiente. Charlotte también se entretuvo, inmóvil en su pupitre, echándose a la boca más y más ositos de goma mientras crecía su preocupación por la conversación de Damen y Petula, y crecían sus deseos de que ella y Damen pudiesen acabar la suya.

Vio cómo Petula le lanzaba un beso superficial al aire, mientras se disponían a partir por separado. Damen salió primero, y al pasar junto a la mesa del profesor, Widget también se levantó para irse, aunque antes se tomó unos segundos para prevenir a Damen.

—Recuerde la nueva política, señor Dylan —le advirtió Widget mientras cerraba su maletín y se dirigía hacia la puerta.

El comentario le sirvió a Damen de recordatorio de su encuentro con Charlotte minutos antes. Miró hacia atrás con indiferencia y levantó el libro de Física en dirección a Charlotte. Abrió los ojos de par en par y se encogió de hombros, como si esperara de Charlotte una respuesta.

—¿Me ayudarás? —vio Charlotte que articulaban sus labios mientras cruzaba de espaldas y a cámara lenta el umbral, seguido de cerca por Petula y su pandilla.

Charlotte se echó un último osito de goma a la boca, y al echar a andar y a articular su respuesta aspiró sin querer la golosina, que se le quedó atascada en la garganta.

Empezó a andar más aprisa hacia la puerta, gesticulando desesperadamente con las manos, pero era tanta la gente que rodeaba ya a Damen que, tan pronto éste puso un pie en el pasillo, dejó de verla. Charlotte tosía con todas sus ganas para expulsar el osito y poder gritarle su respuesta, pero justo cuando estaba a punto de desalojarlo de su garganta, Petula le cerró la puerta de un portazo en las narices.

Charlotte se dio de bruces contra ella, haciendo que el osito penetrara aún más en la tráquea. Intentó sin éxito practicarse el Heimlich, haciendo pedorretas por el aula como un globo perdiendo aire. Empezaba a ahogarse y el aula estaba totalmente vacía. No había nadie que se fijara en ella. Nadie que la pudiera ayudar.

Se echó una mano a la garganta y apoyó la otra en la ventanilla de la puerta para no perder el equilibro. Sin poder respirar, trató desesperadamente de llamar la atención de Damen golpeando con la palma de la mano en la ventanilla, pero éste interpretó el gesto como mera despedida.

Él levantó la mano brevemente a modo de saludo, rodeó con su brazo a Petula y se dirigió a su próxima clase.

Ella pegó la cara contra el cristal como Tiny Tim en Cuentos de Navidad ante el escaparate de la tienda de juguetes e, incapaz de mantenerse en pie, se fue escurriendo puerta abajo. Mientras se deslizaba alcanzó a ver a los estudiantes que reían y charlaban de camino a su siguiente clase, la mirada fija en Damen y Petula que se alejaban.

Su mano, que esperaba que alguien llegara a ver, perdió lentamente su sudoroso agarre en la alargada ventanilla rectangular y su desmayada huella fue dejando atrás su rastro antes de llegar abajo, donde se reunió, en el suelo, con el resto de su cuerpo.