Charlotte y Scarlet estaban pasando un rato juntas en el dormitorio de Scarlet, pero por primera vez ambas sentían que vivían en mundos distintos. Scarlet estaba tirada en la cama, entre cojines de terciopelo arrugado oscuro, dibujando inocentes muñequitas de porcelana de ojos grandes y siniestros cuerpos desproporcionados, mientras que Charlotte se paseaba de un lado a otro como un tigre enjaulado.

La tensión se podía cortar con cuchillo y Charlotte se moría de ganas de enfrentarse a Scarlet por lo ocurrido con Damen y el pastelillo, pero pensó que mejor era no meneallo, no fuera Scarlet a vetarle su cuerpo otra vez.

Necesitada de aprobación, Charlotte se acercó a la guitarra de Scarlet y apretó los dedos contra la afilada maraña de cuerdas retorcidas del clavijero.

—Sólo está contigo por mí —espetó, plantando batalla.

Scarlet siguió dibujando y ni siquiera levantó la vista.

—Lo sabes, ¿no? —dijo Charlotte dejándose caer en la cama y mirando a Scarlet a la cara.

—Toda esta historia fue idea tuya, ¿y ahora te cabreas? —preguntó Scarlet, todavía reacia a mirar a Charlotte—. Yo que tú metía la cabeza en el congelador; se te está pudriendo.

Charlotte se levantó y se acercó al cartel del tour de Death Cab for Cutie que Scarlet tenía colgado en la pared. Tratando de sacar a Scarlet de sus casillas, deslizó los dedos por el filo, como si buscara hacerse un terrible corte con la hoja. A otros les hubiese costado seguir mirando, pero Scarlet no quería darle esa satisfacción.

—Sólo quiero que te des cuenta de que él sólo te corresponde cuando yo estoy en ti, eso es todo —añadió Charlotte.

Las dos desviaron su atención hacia el televisor de plasma historiadamente enmarcado y fijado a la pared de Scarlet, donde ahora se promocionaba un programa para buscar pareja.

—Averigüen a quién elegirá él… a continuación —dijo el presentador en un tono aciago.

Scarlet y Charlotte intercambiaron miradas.

—¿Estás segura? Muy bien, entonces ¿por qué no dejamos que decida él? —contestó Scarlet con petulancia.

* * *

A la mañana siguiente, Scarlet y Charlotte resolvieron poner en práctica su jueguecito en la piscina del colegio con tiempo, antes de que comenzaran las clases de Gimnasia.

Las únicas luces que aparecían encendidas eran las que quedaban bajo el agua, de forma que los tímidos haces de luz se refractaban por el recinto de hormigón creando un marco de lo más siniestro. Los vapores del cloro y el moho enrojecieron los ojos de Scarlet, aunque muy levemente.

—Muy bien, entonces, igual que en la tele, haremos turnos para estar con él. Yo iré primero, luego cambiamos, y veremos a cuál de las dos «corresponde» —dijo Scarlet.

—No es justo. Este sitio es tan oscuro… Tan lúgubre… Tan… cómo tú —dijo Charlotte paseando la mirada por el recinto—. No te hacía yo una fanática de la natación.

—No estamos aquí por el agua —dijo ella, que encendió el iPod y lo insertó en su reproductor estéreo LifePod que además le servía de bolsa de bandolera. La música reverberaba en las paredes de cemento y en el suelo alicatado lo mismo que si fueran los de una discoteca—. Estamos aquí por la acústica.

—¿Y a mí eso de qué me sirve? —preguntó Charlotte.

¡Lo siento, no te oigo! —chilló Scarlet, subiendo el volumen de la música todavía más.

El crujido de la puerta al abrirse atrajo la atención de ambas. Damen atravesó el umbral oscurecido, escuchó la música atronadora y caminó hacia ella.

Charlotte se esfumó rápidamente y reapareció luego en lo alto del trampolín, para observar la escena que se desarrollaba más abajo.

—¿Por qué hemos quedado en la piscina? Lo normal es que al menos pretendamos estudiar —dijo Damen al aproximarse.

Se sentó al lado de ella en la grada. La luz de la piscina despedía un resplandor sobrecogedor que los rodeaba como lava en la boca de un volcán. Las sombras de la ondulación del agua bailaban sobre el rostro de Scarlet hipnotizando a Damen, que se esforzaba por sacarse unas palabras de la cabeza y hacerlas brotar de su boca.

—Yo-yo estaba esperando una oportunidad para decirte… —tartamudeó.

Charlotte estaba fuera de sí. Temiéndose lo que pudiera decirle a Scarlet, se lanzó en picado desde su percha y la poseyó antes de tiempo.

Scarlet salió expelida de su cuerpo y fue a aterrizar junto al borde de la piscina, confusa al principio y, luego, solamente furiosa.

—Espero que no sea que te da miedo el agua… —dijo Charlotte, atajando su discurso y prosiguiendo con la conversación deprisa y corriendo. Sin esperar a la respuesta de él, Charlotte se fue despojando de la ropa seductoramente hasta quedarse en el top vintage de Scarlet y el culotte a juego, y acto seguido se lanzó al agua.

—No puede ser —boqueó Damen con incredulidad ante una visión y suerte semejantes.

Damen se arrancó la camiseta, se sacudió las chanclas y se zambulló detrás de ella.

Scarlet estaba paralizada de desolación e ira. No podía creerse lo bajo que había caído Charlotte en el buen sentido de la palabra.

—He pensado que un chapuzón antes de estudiar nos despejaría la cabeza —dijo Charlotte.

—Sí, a mí se me está despejando por momentos —dijo Damen con un ligero escalofrío, mirando fijamente su bañador improvisado, que se hacía más transparente y ceñido cuanto más se mojaba—. Venga, te echo una carrera —dijo él, por ver si así quemaba algunas de las hormonas que le consumían.

Ambos salieron disparados hacia el extremo opuesto de la piscina, chapoteando con brazos y piernas. Él podía haber ganado fácilmente, pero no se trataba de eso. Charlotte nadaba con tanto empeño que aminoró, admirado por el espíritu competitivo y la determinación de ella, y ambos tocaron la pared al mismo tiempo.

—Ha estado genial —dijo Damen, que se secó los ojos con la mano y quedó ciego por un instante. En el espacio de ese latido, Scarlet recuperó el control de su cuerpo en lo que se estaba convirtiendo en un absurdo tira y afloja ultramundano.

—Venga. Se acabó la piscina —anunció Scarlet como una madre impaciente.

—¿Por qué? Justo ahora que empezábamos a acostumbrarnos al agua. Estoy algo confuso, la verdad —dijo mientras echaba a nadar hacia el otro extremo de la piscina.

Scarlet se sumergió en el agua, se impulsó contra la pared y nadó hasta él. Cuando lo alcanzó, rozó levísimamente su cuerpo contra el de Damen.

—Bueno, pues ¿qué tal si te des-confundo? —dijo Scarlet, mientras el agua cristalina se deslizaba por su pelo negro, le recorría el cuerpo y volvía a caer en el agua—. Cierra los ojos y dime qué beso te gusta más.

Damen cerró los ojos. Scarlet le empujó juguetonamente contra la esquina y le plantó un potente beso en sus húmedos labios.

—A ver. Compara ése a… —dijo Scarlet mientras le hacía un gesto a Charlotte para que ésta entrara en su cuerpo.

—… a éste —dijo Charlotte rematando la frase.

Charlotte se acercó para besarle, pero la hermosura de sus rasgos la cogió desprevenida, y vaciló. Comenzó a besarle suavemente el cuello, ascendiendo despacio, provocándole, provocándose. Abrió los ojos para mirar sus labios antes de besarlos, pero le faltó poco para tragarse la lengua cuando vio a Prue flotando junto a la piscina.

—¡Jacuzzorra! —chilló Prue, ordenando a los demás chicos muertos que empezaran a nadar en círculos. Charlotte se vio arrastrada lejos de Damen por el vórtice sobrenatural justo cuando estaba a punto de besarle. A estas alturas, ya estaba más que harta de esos déjà vus.

Scarlet, consciente de que prefería la humillación delante de todo el instituto antes que presenciar cómo Prue descargaba su cólera sobre Charlotte, se dejó llevar por el pánico y recuperó su cuerpo.

El remolino aumentó su presión hasta que una ola se levantó sobre el bordillo, desbordó la piscina y fue a estrellarse contra el tabique que separaba la piscina del gimnasio. El torrente de agua hizo vibrar la pared, se filtró por debajo y entró en el gimnasio. Los chicos vivos que se encontraban en clase de Gimnasia repararon en la inminente inundación que avanzaba poco a poco hacia ellos y corrieron rumbo a las salidas.

—¡¡¡Tsunami!!! —gritaron con cierto dramatismo, advirtiendo a los demás compañeros, pero ya era demasiado tarde para la mayoría. Atrás quedaron bolsas de deporte, sacos de pelotas, mochilas de libros, chándales, pantalones de entrenamiento, sudaderas con capucha y toda clase de material deportivo, que acabaron completamente empapados. El viejo parqué empezó a levantarse, los enchufes echaban chispas, las luces parpadeaban y los plomos de todo el instituto saltaron en cadena. Aunque ni mucho menos de proporciones bíblicas, sí que causó daños considerables.

Lo peor, no obstante, fue el momento en el que el tabique se vino abajo como en un efecto dominó. Scarlet y Damen quedaron a la vista de todos, abrazados, aferrándose el uno al otro como a la vida, lo mismo que dos náufragos del Titanic escupidos a la orilla por un mar desatado.

Los del gimnasio se sobresaltaron más ante la visión de ellos dos en tan comprometedora postura que ante la destrucción que las aguas habían causado a su paso. Cuando el agua empezó a discurrir por las puertas, Prue reunió a los demás y emprendieron la retirada a Hawthorne Manor. Allí ya no le quedaba nada más que hacer.

* * *

Faltaba que el caos en el gimnasio llegara a oídos del director Styx, pero, entre tanto, éste afrontaba otro problema igualmente catastrófico: imponer un castigo a Petula por el incidente de Educación Vial.

—La verdad, director Styx… yo no sé nada de ningún accidente de coche. ¿Qué le hace pensar que fui yo? —preguntó Petula con un tono coqueto totalmente fuera de lugar.

—¿Es esto suyo? —preguntó Styx sosteniendo en alto una barra de labios.

—¿De dónde lo ha sacado? —preguntó Petula.

—Del coche —contestó Styx.

Petula le arrancó la barra de la mano, a la vez que en su rostro la cara de zorra se mudaba por la de una perra calculadora.

—Me temo que no puedo pasar por alto el incidente este del coche —advirtió él—. Los daños ocasionados al vehículo, el municipio, la tuba y el instituto son considerables y alguien debe responder por ellos. Podían haberse producido heridos o algo peor —la reprendió Styx.

—Pero no los hubo —dijo Petula con un desdeñoso gesto de la mano—. ¿Verdad, profesor… perdón, esto, director?

—Me temo que voy a tener que castigarla sin el Baile de Otoño —dijo Styx, emitiendo su veredicto.

—¡Yo soy el baile! —gritó Petula. En su afán por conseguir un aplazamiento, echó un rápido vistazo al informe disciplinario y montó su defensa—. Un momento, en su informe sólo pone «Kensington». ¡Tengo una hermana pequeña! —argumentó—. Tengo pruebas. ¡Esta barra de labios es suya! Mire, es de color carmesí. ¿Acaso tengo yo pinta de usar color carmesí?

—Mi decisión es inamovible —explicó él, que desconocía la afición de Petula por el perfilador de labios rosa nacarado y los brillos naturales.

Antes de que Petula pudiera pronunciar otra palabra malsonante en su defensa, la secretaria de Styx irrumpió en el despacho.

—¡El gimnasio está inundado! —chilló excitada, disfrutando de la tragedia que acababa de insinuarse en su rutinaria y aburrida vida.

El director Styx, examinando todavía la barra de labios y con Petula a la zaga, corrió hacia el gimnasio.

Mientras él se aprestaba a evaluar los daños y un posible parte de heridos, Petula reparó repentinamente en Damen y Scarlet, que seguían abrazados, medio desnudos, si bien ya al menos fuera del agua.

—¡Es ésa! —se despepitó—. ¡Lo hizo para robarme a mi novio! ¡He ahí el móvil! —se desgañitó Petula, pero el director estaba demasiado ocupado evaluando los daños como para prestar atención a sus acusaciones.

Petula se aproximó a ellos como si fueran radiactivos y se burló con una mueca de la vulnerable y comprometida postura en la que ella y la totalidad del alumnado los habían sorprendido.

—Oye, he oído que están liquidando letras escarlata en Hot Topic —dijo Petula, mirando a Scarlet con desprecio.

—¡Déjalo ya! —le instó Damen mientras el bedel les tendía unas toallas.

—¿Te gustaría, eh? —le cortó Petula, que pareció que se preparaba para una pelea a tortazo limpio al más puro estilo programa de Jerry Springer cuando se volvió de nuevo hacia Scarlet.

—No te preocupes. Son ataques propios de las deficientes en calorías —bromeó Scarlet.

—Nadie va a tomarte en serio jamás. ¡Mírate! Das risa —dijo Petula, esforzándose al máximo por humillar a Scarlet delante de Damen.

—¡Petula, basta ya! —gritó Damen.

Scarlet parecía avergonzada y dolida, pero trató de ocultarlo como pudo. Charlotte la miró con pena.

—Jamás te sacará en público en una auténtica cita. ¿Qué te dijo, «Oh, mantengamos esto entre tú y yo»? —sondeó Petula—. ¿Fue eso lo que te dijo?

Scarlet se quedó callada y Damen pareció que se sentía un poco culpable.

—Te equivocas de cabo a cabo —dijo Damen.

—Eres un sucio secretito —dijo Petula lanzándole a Scarlet una puñalada más.

—¡Sí, ya, pues este sucio secretito va a ir al Baile de Otoño conmigo! —anunció Damen.

Petula y Scarlet se quedaron mudas de asombro. Hasta a Damen le sorprendió haber soltado la proposición.

Scarlet, aturdida por la paliza verbal y física que acababa de encajar, se alejó sin mediar palabra. Mientras se secaba, Charlotte se le apareció.

—¡Es increíble! ¡Vamos a ir al baile! —exclamó Charlotte, incapaz de contenerse.

—¡Eres increíble! —dijo Scarlet, completamente asqueada, al cabo de un rato—. ¿Qué?, ¿si no puede ser tuyo, no lo puede ser de nadie más… es eso?

—Yo no he sido —contestó Charlotte—. ¡Sabes que no!

Scarlet la atajó antes de que pudiera explicarse.

—¡Y además casi me matas! Cada vez que consiento que me poseas pasa algo horrible —la reprendió Scarlet—. No puedo permitir que vuelvas a hacerlo.

—Scarlet, por favor… —imploró Charlotte—. ¡Por favor, no me hagas esto!

Scarlet volvió la cabeza, incapaz de mirar a Charlotte a la cara, y siguió escurriendo su ropa. Al hacerlo, cayeron unas gotas ante el rostro de Charlotte, casi como si llorara, que era lo que más deseaba hacer en ese momento.