Era una tarde lúgubre y tormentosa y la sala de ensayos de la banda estaba preparada para el gran recital de otoño. Las gradas ocupaban todo lo largo y ancho de la sala, de modo que apenas quedaba espacio para pasar. Los rayos acompasados hacían vibrar los tambores en consonancia, y los instrumentos de viento, colgados como marionetas en sus fríos y estériles soportes, repiqueteaban al son de los truenos de la lejanía.
Charlotte, nuevamente en posesión de Scarlet, entró y buscó a Damen en la sala medio iluminada. Mientras paseaba la mirada por las sillas, un papel la golpeó en la cabeza.
—Aquí arriba —dijo Damen en algo más que un susurro.
Ella levantó su delicada barbilla y le vio en lo alto de la grada, haciendo gestos para que subiera.
—¿Estás bien? —preguntó él cuando ella tomó asiento.
—Oh, sí, es que estaba pensando en otra cosa —contestó ella a la vez que abría el libro de Física y lo colocaba a la vista de ambos.
—Sí, yo también —dijo él, y cerró el libro—. Bajo la cremallera y empezamos.
Charlotte estaba estupefacta. Abrió el libro de nuevo y trató de conservar la entereza, pero al oír el sonido de una cremallera que se abría, la perdió por completo.
—¡Espera! ¿Qué haces? —dijo ella, enterrando la nariz aún más en el libro a la vez que procuraba olvidar el incidente de los vestuarios.
—Sacarla —respondió él.
—No, no, no… —suplicó ella cerrando los ojos. Se sintió muy aliviada cuando, al mirar de reojo, le vio sacar la guitarra de su funda.
—Toca la canción que tocaste ayer —dijo Damen.
—Oh, no, no, no puedo. Quiero decir, no podría —contestó Charlotte, nerviosa.
Damen dejó la guitarra en los brazos de ella, que en un gesto insólito trató de acunarla como quien toma por primera vez en sus brazos a un recién nacido.
Charlotte hacía lo posible para actuar con naturalidad, pero era evidente que ni siquiera sabía cómo coger una guitarra, y aún menos tocarla.
—Oye, ¿y qué me dices del violonchelo? Eso sí que lo sé tocar —sugirió.
Damen se rió, pensando que bromeaba.
—¿Qué violonchelo? —preguntó él.
Se acercó más y la animó a que empezara. Sin saber muy bien qué hacer, ella echó mano del arco de un violín que había allí cerca y frotó las seis cuerdas como un dios virtuoso de la guitarra y el rock clásico.
—Scarlet unplugged —dijo Damen, atónito.
—Ésa soy yo —contestó Charlotte.
Ella esbozó una sonrisa nerviosa y, después de un par de torpes intentos, empezó a tocar una melodía vaga y hermosa. Damen estaba fascinado.
—Desde luego que no es la canción que tocabas ayer —dijo él.
—¿Te gusta? —preguntó ella.
—Sí, me gusta. Es… diferente —repuso él.
—Bueno, ya sabes lo que me gusta tocar la guitarra, pero ¿y si estudiamos un poco para variar? —dijo Charlotte.
—¿Estudiar? —replicó Damen—. Pero ¿qué pasa contigo hoy?
Charlotte no podía seguir con la farsa de la guitarra mucho más tiempo, de modo que llevó la conversación de vuelta a su terreno. Lo suyo era la Física, y quería que a Damen le gustara su terreno tanto como le gustaba el de Scarlet.
—Mira, fíjate en esto —Charlotte abrió el libro de Física y le mostró un diagrama.
—¿Sí? —contestó Damen.
—Es una onda de sonido —anunció con orgullo a la vez que punteaba una cuerda de la guitarra.
—Lo de las ondas es que no me entra —dijo Damen.
—El sonido es la variación de la energía mecánica que fluye a través de la materia en forma de onda —explicó Charlotte—. Es invisible, pero no por ello deja de estar ahí.
Charlotte reparó en el desconcierto que reflejaba el rostro de Damen.
—¿Cómo te lo podría explicar? —pensó en voz alta. Charlotte levantó el mástil de la guitarra—. La cuerda de una guitarra no emite sonido alguno —instruyó, señalando a la silenciosa cuerda Mi— hasta que entra en contacto con tu cuerpo.
Tomó la mano de Damen en la suya y punteó la cuerda de la guitarra con el dedo de él.
—Cuando se produce la conexión, la vibración de la cuerda crea una onda que puedes oír cuando alcanza tu oído —concluyó.
Damen no acababa de creerse que se estuviera aprendiendo la lección sin apenas darse cuenta.
—Es decir, sin un cuerpo… las cuerdas pueden hacer más bien poco —dijo Charlotte, apuntando a algo más en su argumentación—. Se necesitan el uno al otro.
—A Bell Is A Cup Until It Is Struck —dijo Damen con orgullo, abrigando la esperanza de que resumir la lección de Charlotte con una oscura referencia al título del álbum clásico de Wire le conseguiría algunos puntos. No fue así—. Mola —dijo Damen, sintiéndose un estúpido.
—Eso es el sonido —dijo Charlotte con entusiasmo—. Serás mejor guitarrista si sabes cómo funciona el instrumento, así que piensa en la acústica como en un ensayo de guitarra.
Mientras Damen hojeaba por su cuenta la lección de Física, resultó evidente que ella le había impresionado.
—Casi me olvidaba… Te he hecho una cosilla —dijo ella, mientras se precipitaba grada abajo y cogía su bolsa.
Regresó corriendo hasta Damen y le tendió un pequeño paquete. Justo en ese momento, la sombra de Scarlet barrió el suelo a la vez que ésta se asomaba al umbral.
—¿Qué es? —preguntó Damen mientras lo abría y extraía de su interior una galleta blanca y negra—. ¿Me has hecho una galleta? No te hacía yo una cocinillas tipo Betty Crocker —dijo él.
—Oh, no es nada… —dijo ella—. ¿Anticuada, eh?
Damen mordió justo por el medio, donde el glaseado blanco se encontraba con el negro.
—Lo mejor de los dos mundos —bromeó él, devorando la galleta.
Desesperada por interferir en la cálida y aturrullada escena, Scarlet forzó la ventana y permitió que la fría lluvia pasara por agua aquel momento tan íntimo. Damen se sacó al instante la chaqueta del equipo y le cubrió los hombros a Charlotte, para mayor consternación de Scarlet.
—Me gusta este otro lado tuyo… —dijo él.
De pronto, una emoción hasta ahora desconocida para Scarlet embargó su cuerpo a la vez que su sombra retrocedía y se esfumaba por el umbral. Estaba celosa.
* * *
Al día siguiente antes de clase, Charlotte introdujo a hurtadillas un pastelillo con carita sonriente en la taquilla de Damen. Cuando éste por fin la visitó y abrió la puerta, se quedó boquiabierto con el hallazgo del pastelillo, sólo que éste había sido «scarletizado» con un piercing facial, cuernos y una sonrisa malévola.
Damen volvió la cabeza y vio a Charlotte-convertida-en-Scarlet, que venía por el pasillo recién salida de su ritual de posesión matinal.
—¡Oye, Betty Rocker! —llamó Damen.
Charlotte pareció desconcertada.
—No me puedo creer que hayas hecho esto. Nunca sé por dónde vas a salir —dijo, y hundió el dedo en el glaseado y se lo llevó a la boca.
Charlotte miró el pastelillo y vio lo que Scarlet había hecho con él.
—Ni yo —dijo ella.
—Es casi como si fueras dos personas distintas —dijo él.
—¿Y cuál te gusta más? —respondió Charlotte, convencida de que era su oportunidad para dejar las cosas claras de una vez por todas.
—Por fortuna no tengo que elegir —dijo él hincándole el diente al pastelillo.