En Hawthorne Manor ya corría la voz de que con Charlotte se podía contar cada vez menos. Para entonces era obvio que su obcecación y su absoluta incapacidad de renunciar a su «vida» habían hecho peligrar la misión de los chicos muertos. La casa estaba sobre el tajo y, que Prue supiera, también lo estaban sus cabezas.
Apostada en el umbral del cuarto de juegos, Charlotte observaba a los chicos muertos matar el tiempo para liberar la tensión que los agarrotaba.
DJ hacía girar discos en el aire, y lanzaba los viejos lp de vinilo a la cabeza de Simon y Simone como si de sierras giratorias se tratasen. Silent Violet estaba sentada a un pupitre y se metía el dedo en la garganta con el arrojo de una bulímica, buscándose la voz. Kim se arrancaba mecánicamente las costras de la herida de la cabeza mientras parloteaba sin cesar. Suzy grababa distraídamente la palabra «lávame» en la espalda de Rotting Rita, mientras ésta iba pescando los gusanos que le salían reptando de la nariz, los hacía una bolita con los dedos y se los tiraba a Mike y Jerry, quienes aguardaban el lanzamiento con el pulgar y el meñique levantados, como postes de rugby.
—¡Gol! —exclamaba Mike cada vez que Rita atravesaba los postes.
CoCo, entre tanto, escarbaba entre las esquirlas de cristal de un espejo hecho añicos, rasgándose los dedos a tiras, tratando de juntar las suficientes para poder ver su reflejo.
Todos dejaron sus quehaceres cuando Charlotte entró en la habitación. En la clase de Muertología siempre hacía algo de frío, pero la fría espalda que ahora le ofrecieron los demás la dejó completamente helada.
—Qué hay, Kim —dijo Charlotte—. ¿Con quién hablas?
—Estoy ocupada —articuló Kim con displicencia a la vez que retomaba su «conversación» telefónica y se alejaba.
Charlotte se dirigió entonces a los musicoadictos Mike, Jerry y DJ.
—¿Oye, qué escucháis, colegas? —preguntó Charlotte con afán—. ¿Os importa si me uno a vosotros?
Los chicos estuvieron tentados de contestar, viendo en ésta una oportunidad para departir sobre música —en especial Mike, quien, literalmente, tuvo que morderse la lengua—, pero Charlotte los había decepcionado demasiado. Mike se retiró uno de los auriculares y declinó el ofrecimiento.
—Creo que vamos a pasar —dijo, contestando por Jerry y DJ también.
—¿A mejor vida? ¡Demasiado tarde! —bromeó Charlotte, tratando de ganarse de nuevo su amistad. Jerry se limitó a sacudir la cabeza.
—Ahuecando el ala —dijo DJ haciendo gala de su mejor jerga ochentera, mientras apartaba a los chicos de Charlotte como si ésta tuviera la peste.
Sintiéndose rechazada, Charlotte se volvió hacia Silent Violet y se puso a hablar para sí en voz alta, utilizando a Violet como caja de resonancia. Violet la miró impasible.
—¿Se puede saber qué he hecho? —lloriqueó Charlotte—. Ni siquiera estaba en la casa. Yo no quería que pasara esto.
Pam, que se encontraba en la otra punta de la habitación, no pudo aguantar más sus plañidos.
—¡Asume tu responsabilidad, Charlotte! —la increpó con un fuerte pitido—. Sabías más que de sobra que no debías relacionarte con los vivos y menos aún traer a nuestro mundo a esa protegida viva tuya. ¿En qué estabas pensando?
—Supongo que no pensaba —contestó Charlotte humildemente.
—Desde que te conocemos no has hecho otra cosa que intentar ganarte el favor de gente que te patearía con gusto a la menor oportunidad —dijo Pam lanzando las manos al aire.
—Si pudiera rectificar, lo haría —confesó Charlotte.
—Yo no estoy tan segura —dijo Pam con escepticismo—. Pareces un disco rayado.
DJ lo cogió al vuelo y proporcionó a Pam un efecto de sonido perfecto arañando el vinilo con una uña larga y afilada.
A estas alturas, los demás se habían colocado a la espalda de Pam y escuchaban la conversación de brazos cruzados y con las cejas levantadas.
—¿Y qué quieres que diga, Pam? —preguntó Charlotte, con una excitación y una tos en aumento—. ¿Que estoy contenta de estar aquí mientras la vida sigue su curso sin mí?
—Es el Destino, Charlotte —dijo Simon.
—Asúmelo de una vez —añadió Simone.
—¡No, no lo creo! —respondió Charlotte.
—Entonces, ¿qué crees? —preguntó Pam.
—Que fracasé —murmuró Charlotte—. Soy un fracaso. Todos lo somos.
—A los demás no nos metas —advirtió CoCo.
—Fracasamos en nuestra vida y a mí, personalmente, me está costando un poco asimilarlo —continuó Charlotte—. Ella no prestó atención. Él no respetó el límite de velocidad. Ella no quiso escuchar. ¡Él no comió como es debido! —dijo Charlotte paseándose por la habitación.
El dolor en la mirada de sus compañeros era evidente, pero Charlotte estaba decidida a exponer los argumentos, por duros que fueran, tanto para ella como para el resto.
—Ni vivir es ganar, ni morir fracasar —replicó Pam.
—Es el rechazo definitivo —dijo Charlotte—. Y de eso ya tengo más que de sobra.
—Entonces ¿qué? ¿Vas a dejar que tus deseos interesados comprometan nuestro futuro? —preguntó Kim—. ¿Y qué pasa con la resolución? ¿Con la aceptación de tus faltas?
—Acepto… que prefiero estar viva —afirmó Charlotte.
—¿Sabes por qué Prue es tan fuerte? —preguntó Pam, aparentemente cambiando de tema.
—¿Porque es la que más tiempo lleva aquí? —conjeturó Charlotte; en su opinión, era posible que Prue contara incluso con décadas de Muertología en su haber.
—No. Es porque comprende su propósito —la informó Pam—. Ella no pregunta por qué.
La verdad atronó en los oídos de Charlotte. A Prue se le daba muy bien lo de estar muerta y controlaba a la perfección todas sus habilidades. No sufría ninguno de los conflictos internos que tenían a Charlotte estancada. Es más, Charlotte tenía la certeza, desde el instante en que la conoció, de que a Prue, de hecho, le gustaba estar muerta, si es que eso era realmente posible.
—Puede que a veces sea una mandona, pero al menos sabemos de qué lado está —dijo CoCo con tono cortante.
Con ese corte hiriente, Pam y los demás dieron media vuelta y dejaron a Charlotte sola en la habitación para que lo meditara.
* * *
Aquella noche, la calle aparecía salpicada de charcos después de que un chaparrón de media tarde dejara su impronta en el exterior del Buzzard’s Bay Theatre. El reluciente asfalto negro era lo más parecido al charol que puede llegar a ser el asfalto, tanto que hasta podía leerse en él el turbio reflejo del rótulo «Death Cab» que ocupaba la marquesina de principios de siglo. Scarlet esperaba bajo la cubierta, ataviada con un minivestido vintage de color malva, sobre el que lucía un amplio jersey negro de lentejuelas, y sus botas moteras. Llevaba sus ojos de mapache muy perfilados y se veían tan negros como su pelo. Los labios se los había pintado de un tono pálido.
No podía estarse quieta de los nervios mientras aguardaba impaciente a Damen. Llegaba tarde. Con las palmas de las manos sudorosas y el pie golpeando el suelo de manera frenética, Scarlet no estaba segura de qué la inquietaba más, si que se presentara o que no.
—¿Necesitas entradas? Entradas. Tengo entradas —oyó que le decía un reventa de aspecto más que dudoso que fue a situarse subrepticiamente a su lado.
—No, gracias, ya tengo —dijo ella mirando en dirección opuesta.
—¿Qué asiento tienes? Yo tengo unos buenísimos —insistió el tipo.
—Pues no sé, las tiene mi colega —respondió Scarlet por si así le ahuyentaba.
—Bueno, ¿y dónde está tu amiga? —preguntó el reventa.
—Mi amigo está de camino —respondió Scarlet a la vez que se trasladaba al otro extremo de la entrada.
—Bueno, pues cuando llegue tu cita a lo mejor queréis pagar un poco más a cambio de unos asientos mejores —le gritó él a la espalda.
—¡No es una cita! —chilló ella, reacia a que el tipo, que era un completo extraño, se fuera con la idea de que tenía una cita, porque si así se lo parecía a un reventa, entonces cabía la posibilidad de que sí fuera una cita, y no iba a permitir que un vulgar reventa decidiese si tenía una cita o no—. ¡Ni lo pienses! —volvió a chillar a la vez que él se escurría entre las sombras y Damen aparecía en su lugar.
—¿Ni lo pienses? —preguntó Damen.
—Sí, ya ves, el reventa ese, que quería venderme una entrada con fecha de otro día —dijo ella, haciéndose la dura.
—Pues ya hay que ser iluso para comprar una entrada con fecha falsa —añadió Damen.
—Sí, iluso —dijo Scarlet.
—Buah, esto sí que es mejor que estudiar —dijo Damen mientras dejaba caer la mochila encima de la mesa exterior para que la registraran.
—Sí, y hablando de eso… Estaba pensando que tal vez sea mejor dejarlo… —vaciló Scarlet—… Ya sabes, lo de la tutoría.
—¿Por qué? —preguntó Damen.
—Pues, bueno, es sólo que me parece que tal vez… te convenga… estudiar con alguien más de… tu nivel, ¿no? —contestó Scarlet.
—¿De mi nivel? Si hago eso, entonces seguro que no apruebo —dijo Damen riéndose a la vez que recogía la mochila de la mesa y se la echaba al hombro.
—No, no me refiero al mismo nivel de Física, me refiero, bueno, ya sabes, a tu nivel… —dijo Scarlet mientras depositaba el bolso en la mesa para que se lo registraran.
—Ah, ya veo… Bueno, pues si no quieres darme más clases me lo dices y ya está —dijo Damen, sintiendo el inminente golpe de rechazo.
—No, no es eso. Es que no sé si esto… te está sirviendo de algo —dijo Scarlet, tratando de ofrecerle una vía de escape.
—Gracias, pero… a mí… me está funcionando perfectamente, y estoy la mar de contento con el nivel en el que estamos —aseguró él.
A ella le empezaba a reconcomer la culpa, pero no pensaba volver al lado de Charlotte arrastrándose como un gusano. Recogió el bolso de la mesa y, en ese instante, se percató de que en el interior el grupo tocaba I Will Follow You Into The Dark , la canción que Damen había tocado con la guitarra.
—Anda, escucha, están tocando nuestra… quiero decir, tu canción.
—Sí… Deberíamos entrar ya —dijo Damen mientras se metía la mano en el bolsillo buscando las entradas.
—¿Cuánto te debo? —preguntó Scarlet.
—Oh, nada, yo invito… —dijo él mientras sacaba las manoseadas entradas—. Ya te dije que era para darte las gracias por las clases —dijo Damen tajantemente al tiempo que se hacía a un lado y sostenía la puerta abierta para que ella pasara primero al patio de butacas. Tomó su mano y la hizo pasar, apoyando con delicadeza su otra mano casi en su cintura.
—Ah, sí… claro —dijo Scarlet, gratamente sorprendida por el gesto atento de Damen.
El concierto pasó volando, mucho más aprisa que las dos horas que el grupo permaneció en el escenario; al menos eso le pareció a Scarlet. Una tras otra, las canciones se cargaban de más sentido del que jamás habían tenido antes de que las experimentara a su lado. Allí dentro había miles de personas, pero para ella era como si sólo hubiera dos.
No se dieron la mano, pero al mecerse con la música sus miradas se cruzaban accidentalmente, o sus hombros, codos o rodillas se rozaban con levedad, aturullando a Scarlet, y también a Damen.
La multitud abandonó el recinto mientras sonaban de fondo los lastimeros acordes de Title and Registration . Scarlet y Damen permanecieron sentados en silencio aguardando a que se vaciara la sala, satisfechos con el espectáculo cargado de éxitos y sin ninguna prisa por salir.
No hablaron demasiado de regreso a casa. Damen condujo despacio hasta la casa de Scarlet y la acompañó hasta la puerta. La despedida fue breve y embarazosa, ninguno sabía si procedía un beso en la mejilla, un abrazo o un apretón de manos, y lo que debiera de haber sido un momento de ternura se transformó en una despedida de piedra-papel-tijera.
—Mmm, gracias —dijo Scarlet—. Lo he pasado… —se estrujó el cerebro para dar con la palabra idónea, pero lo único que se le ocurrió fue una torpeza—… bien.
—Sí, yo también —Damen asintió tímidamente—. ¿Nos vemos… pronto?
Ninguno de los dos reparó en Petula, que los observaba con rencor desde la ventana de su dormitorio. Ni se les pasó por la cabeza levantar la vista; era noche de sábado, y para Petula Kensington quedarse en casa el sábado por la noche era algo, bueno, totalmente amish.
Damen descendió el paseo de piedra como en tantas ocasiones anteriores, pero notó que esta vez la sensación era del todo distinta. Se metió en el coche, pulsó el selector de cd de su estéreo Bang & Olufsen, y mientras escuchaba Transatlanticism revivió cada detalle de la noche.
* * *
A la mañana siguiente, Scarlet se acercó a la taquilla de Damen para pegar en la puerta una nota de agradecimiento, pero se percató de que estaba abierta y decidió dejársela en el interior. El último ejercicio de Física estaba apoyado contra la puerta y se deslizó hasta el suelo. Ella lo recogió y reparó inmediatamente en el grande y grueso «MD» que aparecía escrito en tinta roja en la parte superior del papel.
Scarlet supo que el suspenso no era de Damen; era suyo. Sin pensárselo dos veces, corrió por el pasillo hasta el ala abandonada del instituto, respirando hondo y tragándose su orgullo por el camino.
No había señales de vida en aquella ala del edificio. Llevaba en obras más tiempo del que nadie podía recordar, pero no parecía que éstas avanzaran ni que siquiera existiera algún plan para acometerlas. Era un lugar perdido en el tiempo, un lugar olvidado. Al menos así le pareció a Scarlet.
Arrancó algunos de los listones sueltos de madera que tapiaban el ala del resto del instituto y entró. Olía a ancianidad y a cartón mojado. Recorrió los pasillos, asomándose a distintas aulas, pero no vio a nadie, «nadie» que fuera Charlotte. Scarlet empezó a temerse que lo mismo le había ocurrido algo o que tal vez ya no podía verla debido a la discusión en la fiesta S.P.A. Lo mismo Charlotte se había ido para no volver.
Scarlet se asomó por las sucias ventanas al patio interior del ala cuadrada. El patio, invadido de hierbajos y hiedra, el pavimento agrietado y bancos y estatuas de piedra rebozados en musgo, se parecía más a un viejo cementerio que al jardín inglés que supuestamente era en realidad.
Charlotte —en una esquina fuera de la vista de Scarlet— se acercó a Pam, que se encontraba estudiando. Sostuvo en alto un bonito atrapasueños que ella misma había confeccionado.
—En señal de paz —dijo Charlotte, y se lo tendió a Pam.
—¿Un atrapasueños? Es que no lo coges —refunfuñó Pam.
—Puedes colgarlo en tu habitación —dijo Charlotte, esperanzada.
—Muy irónico, teniendo en cuenta que pronto me quedaré sin habitación gracias a ti —dijo Pam a la vez que se giraba y le daba la espalda.
—Mira, lo siento —dijo Charlotte, reuniendo el valor para disculparse aun cuando sabía perfectamente lo frívolo que sonaría después de la indiferencia que había mostrado hacia Pam y los demás.
Pam, que siempre mostraba debilidad por Charlotte y sus fechorías, sonrió y decidió que dejaría que Scarlet se arrastrase un poco y se disculpara un mucho, y luego lo pasado, pasado.
—Se acabaron las fantasías, Pam. Quiero volver —dijo Charlotte.
Pam se volvió para mirar a Charlotte a la cara y aceptar sus disculpas, pero divisó a alguien a quien no esperaba ver. Allí estaba Scarlet, de pie en el umbral. Pam se sintió herida, convencida de que la tomaban por estúpida.
—¿Y ahora qué?, ¿pretendes utilizarme como coartada? —profirió Pam, mostrando un lado colérico desconocido para Charlotte.
Los ojos de Charlotte destellaron con una mirada confusa. Trató de decir algo en su defensa pero en su lugar le entró un acceso de tos.
—He intentado ayudarte, Charlotte, pero no pienso hundirme contigo —continuó Pam, con tono herido y sintiéndose traicionada.
Viéndola toser sin parar, Pam estuvo tentada de darle a Charlotte un palmetazo en la espalda, como ya hiciera en otra ocasión, pero en vez de eso dio media vuelta y se fue.
Ahora que Charlotte estaba sola, Scarlet emergió de las sombras y le dio unos golpecitos en el hombro desde detrás.
—Eh —dijo Scarlet.
—Me has asustado —dijo Charlotte, sobresaltada.
—¿Qué te parece el cambio de papeles? —dijo Scarlet, tratando de romper el hielo.
—¿Qué haces? No puedes estar aquí —Charlotte condujo a Scarlet hasta un rincón, oculto tras un tupido matojo.
Scarlet escarbó en su bolsa y extrajo el ejercicio suspenso de Damen.
—¿Un muy deficiente? —dijo Charlotte, atónita.
—Ya no se trata sólo de nosotras. Él confió en mí, bueno, en nosotras, y ahora se ha quedado sin novia, suspende Física y es probable que lo echen del equipo de fútbol —dijo Scarlet.
—¿De modo que vuelves a estar dentro? —preguntó Charlotte, incapaz de contenerse y cumplir con la promesa que le hiciera a Pam sólo unos minutos antes.
—Más bien tú vuelves a estar dentro —contestó Scarlet.
Pam observó desde lejos cómo Scarlet y Charlotte se reconciliaban y supo que Charlotte había vuelto a elegir a Scarlet antes que a ella, y a los vivos antes que a los muertos.