Charlotte se asomó a la ventanilla de la puerta del aula de Física, la misma a la que se asomara cuando exhaló su último aliento, sólo que esta vez se encontraba, literalmente, al otro lado. Vio que Damen las estaba pasando canutas con el control de Física bajo el «ojo» escrutador del profesor Widget. Todos en la sala estaban nerviosos, aunque ni de cerca tan angustiados como Charlotte.
Damen ya estaba atascado con la primera pregunta «fácil», incapaz de decidirse entre las dos respuestas optativas. ¿Era una pregunta trampa o de verdad era así de fácil? Se encontraba tan nervioso que empezó a repensar y poner en duda sus conocimientos.
Charlotte no podía soportar más su agonía y finalmente se decidió a entrar y echarle una mano. Traspasó la puerta y se dirigió al fondo del aula, hacia el pupitre de Damen. El minisistema solar que colgaba del techo se puso a girar al aproximarse ella a Venus, el planeta bajo el cual se sentaba Damen.
Charlotte se situó de pie detrás de él y trató de mover su mano telepáticamente hacia la respuesta correcta, aunque sólo para constatar, de nuevo, cuán difícil le resultaba emplear sus poderes con Damen. Hallarse inclinada sobre su hombro como estaba, en tan íntima posición, mirando el examen, con su mejilla prácticamente pegada a la de él, era una experiencia increíble para ella, si bien a él no le venía nada bien. Sin quererlo, le tiró el lápiz de la mano, llamando la atención, ni mucho menos deseada, del profesor Widget, que leía absorto el último número de Physics Today. Widget cazó a Damen tratando de recuperarlo de debajo del pupitre de Bertha la Cerebrito.
—La vista fija en sus exámenes, chicos —recordó a la clase sin hacer referencia alguna a Damen.
A lo largo de su carrera había visto suficientes técnicas audaces de copieteo como para llenar un libro, desde el viejo y sencillo recurso de mirar de reojo el examen de al lado a las más tecnológicamente avanzadas de la era digital: fotografías de exámenes vía móvil, sms con las respuestas, consultas al Google desde el navegador del móvil… Lo había visto prácticamente todo, de modo que se cuidó mucho de no perder de vista —con el ojo sano, claro está— a Damen.
—Un tirón —articuló Damen, señalándose la mano, mientras Widget respondía sacudiendo la cabeza y retomando la lectura de su revista.
Charlotte volvió a intentarlo de inmediato. Abrazó a Damen por la espalda y tanto se excitó que la corriente eléctrica rosada que de vez en cuando lanzaba chispas en una bola de cristal junto a Damen se transformó en una auténtica tormenta eléctrica. Dio un paso atrás, para no llamar más la atención sobre el chico, pero sólo consiguió meterle la goma del lápiz hasta el fondo de la nariz. Damen empezaba a estar algo asustado y Widget, que no le quitaba el ojo de encima, se hallaba en estado de máxima alerta.
Consciente de que de continuar por ese camino podía costarle a Damen no sólo el pasaporte para el Baile de Otoño sino también su puesto en el equipo de fútbol, Charlotte se esforzó al máximo para concentrarse en la tarea que se traía entre manos. No prestó atención a su ancha espalda, a sus fornidos brazos, a su preciosa cabeza de espesa pelambrera, a sus increíbles ojos, sus dulces labios y su nariz perfecta, y sin más dilación tomó su mano y con delicadeza la fue guiando hasta las respuestas correctas en el momento en que el tiempo para el examen llegaba a su fin.
—¡Abajo los lápices, chicos! —dijo el profesor Widget con la agresividad de un policía desarmando a un peligroso asesino—. ¡Se acabó el tiempo!
Los rezagados marcaban a ciegas las últimas respuestas sin ni tan siquiera leer las preguntas, a la vez que pasaban el examen.
El profesor Widget en persona se encargó de arrancarle a Damen el examen de la mano con la última pregunta todavía en blanco. Charlotte agarró desesperadamente de la mano a Damen, quien del tirón salió disparado de su asiento como un receptor tratando de interceptar un larguísimo pase en el último segundo de partido, y marcó la última respuesta. Esta agresividad dejó completamente apabullado a Widget, y hay que decir que también a Damen.
* * *
Deseosa de poder disfrutar de un día más normal (o tan normal como podía serlo para alguien como ella), Scarlet estaba en el pasillo sacando sus cosas de la taquilla cuando escuchó un golpecito al otro lado de la puertecilla metálica.
—Vete —dijo Scarlet, sin molestarse en mirar quién era. Se sucedieron entonces varios golpecitos más, que irritaron a Scarlet lo suficiente para llamar su atención. Cerró la taquilla y vio el examen de Damen, marcado con un enorme «SB» en rojo, tapándole el rostro.
—¿Te lo puedes creer? —preguntó Damen, estampando ahora el examen en la cara de ella.
La gente empezó a mirarlos, y aunque Scarlet agachó la cabeza para intentar pasar desapercibida, a Damen no pareció importarle que los vieran juntos. Estaba demasiado emocionado.
—Y eso que en ningún momento tuve la sensación de que estuviéramos estudiando en serio —dijo Damen, pletórico.
—Qué me vas a contar a mí —contestó Scarlet.
—Ojalá lo hagamos la mitad de bien en el examen final —añadió Damen, mientras se alejaba marcha atrás—. Te veo después de clase.
—¿Cómo que hagamos ? —preguntó Scarlet—. Oye, espera, estoy liada…
Él ya no la podía oír, y Scarlet no tuvo tiempo de oponerse, aunque sí lo tuvo, y mucho, para renegar de Charlotte.
* * *
Damen llegó a casa de Scarlet, bueno, mejor dicho a casa de Petula, aparcó delante y entró como casi siempre, sin llamar al timbre. Sabía que Petula tenía entrenamiento de animadoras y que todavía tardaría en volver a casa. Recorrió el pasillo de la segunda planta y torció a la izquierda en dirección al dormitorio de Scarlet, en lugar de a la derecha, como acostumbraba, para ir al de Petula. Se le hizo un poco raro.
Se acercó al dormitorio de Scarlet, hizo caso omiso del genuino cartel de prohibido el paso prendido a la puerta, y entró. Bajo las luces atenuadas parpadeaban por toda la habitación lo que parecían centenares de velas ornamentales. Era precioso. Damen buscó a Scarlet con la mirada, pero no dio con ella hasta que divisó su silueta en el techo, proyectada por la luz de las velas. Conforme iba hacia allí, reparó en un pompón clavado a la pared con un cuchillo de cocina. Se acercó a Scarlet, en el suelo junto a la cama, su iPod sonaba a todo volumen mientras ella seguía la música como una posesa, ajena a todo.
—Supongo que esto significa que se acabaron las concentraciones de animadoras, ¿eh? —dijo Damen al tiempo que arrancaba el cuchillo de la pared y liberaba el pompón que se cernía sobre ella.
Scarlet estaba completamente ida y no le oyó. Le dio unos golpecitos en el hombro mientras con la otra mano sujetaba el cuchillo, que fue lo primero que vio ella. Scarlet se arrancó los auriculares de un tirón y de un salto se plantó sobre la cama, mientras la habitación se llenaba con los morbosos acordes de lo último de Arcade Fire.
—Huy, perdona —dijo Damen, cayendo en la cuenta de que parecía un asesino.
Dejó el cuchillo sobre la mesilla de noche y se fijó en el eslogan de un cartel de la película de culto de género indie Delicatessen, que rezaba: «Un cuento moderno de amor, gula y canibalismo».
—Oye, ¿no es ésa en la que el prota tiene una carnicería en el bajo de un edificio de viviendas y se dedica a hacer picadillo a los inquilinos y luego vende la carne? —inquirió.
A Scarlet la dejó de piedra que conociera la película, pero como no quería que él lo notara, se rehízo lo mejor que pudo.
—Estoy pensando en hacer una versión ambientada en Hawthorne en la que una alumna despechada consigue trabajo de camarera en el club de campo local y se dedica a triturar a los chicos populares para luego servírselos como paté a sus inadvertidos padres —dijo ella en un desesperado intento de intimidarle.
—Verás, es que como he llegado un poco pronto he pensado que, si no estás ocupada, lo mismo podríamos estudiar unos minutillos, ¿qué me dices? —preguntó.
—Sí, precisamente quería hablar contigo sobre toda esa historia de la tutoría… —repuso ella.
Damen reparó en su guitarra —una Gretsch de semicaja color morado pálido—, que descansaba sobre un soporte, y la cogió, interrumpiendo el discurso de Scarlet.
—No sabía que tocases —dijo mientras se pasaba por la cabeza la correa de cuero negra.
—¿Y por qué ibas a saberlo? —preguntó ella, con leve sarcasmo.
Damen se sentó sobre la cama de Scarlet y empezó a toquetear la guitarra.
—Huy, perdona, ¿te importa? —preguntó.
—No, no, qué va… —contestó ella, a fin de perder algo de tiempo—… Adelante.
Damen miró la guitarra, cerró los ojos y, guiándose por el tacto, tocó el I Will Follow You Into The Dark de Death Cab for Cutie.
—No sabía que… —empezó Scarlet, asombrada de que no sólo supiera tocar, sino que además conociera una de sus canciones favoritas—… tocases.
—Sí, sí lo sabías. ¿Recuerdas? Yo mismo te lo comenté —dijo él.
—Ya. Supongo que lo había olvidado —contestó ella, figurándose que habría sido cuando Charlotte la poseyó.
Damen estaba intrigado; en su experiencia con las chicas, éstas siempre se aferraban a sus palabras, y recordaban cada coma de cuanto él decía.
—Nunca pensé que fuera a tocarle esta canción a una «animadora» —se rió él mientras rasgueaba la guitarra.
—Ex animadora —atajó ella, esbozando una pequeña sonrisa. Scarlet no podía dejar de sonreír, impresionada por su elección musical.
—¿Sabes qué? Tengo entradas para el concierto de los Death Cab del sábado por la noche… —dijo mientras tocaba los últimos acordes de la canción.
—¿Ah, sí? —dijo ella recurriendo a su habitual tono de indiferencia, para evitar a toda costa que él pudiera descubrir o intuir siquiera cuán capaz era ella de matar a un animal amoroso e inocente o, incluso, a uno de sus familiares más próximos por una entrada.
—A Petula no es que le gusten demasiado, la verdad, y ya está haciendo otros planes —dijo él tanteando el terreno—. ¿Tú crees… no sé, que podrías hacer una excepción y aceptar acompañarme? —preguntó.
La pregunta se quedó flotando en el aire perfumado mientras se sucedía un silencio embarazoso como pocos.
Inmersos en aquel momento trascendental, no oyeron un coche detenerse ante la casa, ni la puerta de entrada al abrirse, ni a Petula jurando en arameo porque se había cancelado el entrenamiento sin previo aviso y por la pérdida de su precioso tiempo que ello suponía.
—O sea, ya sabes, en agradecimiento por toda tu ayuda y eso —añadió él.
—Mmm… Sí… Supongo que sí, cómo no —accedió, esforzándose por parecer indiferente, aunque completamente emocionada por dentro. Su reacción la sorprendió.
—¿Damen? —gritó Petula, llamando a su novio por toda la casa.
Scarlet y Damen se ruborizaron, como si los acabasen de sorprender besándose y entregados a la más feroz de las pasiones.
—Será mejor que me vaya —dijo Damen, soltando la guitarra y alisándose la camisa y los pantalones.
—Síp… —contestó ella, haciendo ver como que no le importaba lo más mínimo.
—Bueno, pues eso, nos vemos el sábado, quedamos fuera de la sala —dijo al salir de la habitación—. Por cierto, ¿no me ibas a decir no sé qué de la tutoría?
—Oh, nada, no era nada… —respondió ella.
Damen entró un segundo en el baño que separaba los dormitorios de las dos hermanas y tiró de la cisterna, proporcionándose una pequeña coartada de sonido que le acompañó mientras abría la puerta y bajaba a toda prisa las escaleras.
—¡Ya voy! —le gritó a Petula—. Estaba cambiándole el agua al canario.