Damen y sus amigos se habían atrincherado entre los arbustos y se asomaban clandestinamente a las ventanas de casa de Petula, espiando a las chicas en sus camisoncitos.
—Disculpad la E.P.E. —Dijo Max mientras se debatían a codazos por hacerse con un sitio delante de la ventana.
Los chicos se volvieron hacia Max, desconcertados.
—Exhibición Pública de Erección —dijo con una carcajada, para vergüenza ajena de los demás.
Petula se percató de la presencia de los chicos en el jardín y procedió a darles cuerda.
—Esta noche hace mucho frío ahí fuera. No queremos que os quedéis tiesos —dijo Petula de forma provocativa, inclinándose hacia delante.
—Demasiado tarde —dijo Max.
—Si os corréis un poco podréis entrar —dijo Petula abriendo la ventana.
—¡Todavía no! —dijo Max mientras trepaba a la ventana el primero.
Conforme entraban los demás por la ventana, uno derribó un refresco sin calorías. La botella giró sobre sí misma y se detuvo apuntando a Wendy Anderson.
—¿Quién juega a la botella? —dijo Max con tono lascivo.
—¡Qué recuerdos! —exclamó Wendy Anderson—. ¡Yo primer!
Hizo girar la botella y acabó morreándose con Max.
—Te toca —instó con vehemencia a Charlotte-convertida-en-Scarlet un chico con pinta de no comerse una rosca.
Charlotte no es que tuviera muchas ganas pero miró a Damen de reojo y se armó de valor. La botella giró y se detuvo apuntando al chico soso.
Horrorizada, Charlotte concentró toda su energía en la botella por si podía emplear la telequinesia para moverla y que apuntara a Damen. Para su sorpresa, funcionó.
Damen vaciló, sin saber muy bien qué hacer. No deseaba besar a la hermana de Petula delante de sus narices. La situación era violenta como poco, pero también había que pensar que era un juego.
—¡Venga, tío, no te rajes! —dijo Max.
Petula se quería morir, pero intentó con todas sus ganas hacerse la dura.
—Adelante. No es más que un juego —afirmó, dándole el visto bueno a Damen delante de los demás.
Damen, no obstante, sabía que estaba cabreada, de modo que o bien besaba a Scarlet y conseguía así que los demás le dejaran en paz, o bien no lo hacía y se libraba de tener que aguantar más tarde a Petula despotricando sin parar. Decidió que lo mejor era seguir el juego, besarla y no ser aguafiestas.
Charlotte cerró los ojos y se inclinó hacia delante al mismo tiempo que Damen. Los demás observaron con la respiración contenida cómo los dos se acercaban más y más en el centro del corro. Justo cuando sus labios estaban a punto de rozarse, Scarlet entró volando por la ventana; estaba hecha un desastre y aparecía visiblemente aterrorizada.
—¡¡¡Charlotte!!! —gritó a la vez que se lanzaba contra ella—. ¡Esto no es consensuado!
Se zambulló en su cuerpo y noqueó a Charlotte, pero la intensidad del impacto la propulsó contra Damen, forzando un «beso» de lo más estrambótico en su hombro. A Damen le fascinó aquel gesto tan peculiar y se echó a reír. Y con Petula aliviada, el juego continuó.
—Colega, esa tía es una friki —le susurró Max a Damen.
Todavía aturdida, Charlotte levantó la vista y vio cómo Prue atravesaba la ventana en desenfrenada persecución de Scarlet.
—¿Prue? —dijo Charlotte preocupada, ahora que la veía claramente.
—¿Así que quieres alternar con los vivos? Pues ahora vas a ver cómo se alterna con los vivos —amenazó Prue, a la vez que ponía los ojos en Wendy Anderson—. ¡Me toca! —siseó incorporándose al juego—. ¿Quieres ponerte a cien? —le preguntó a Wendy Anderson justo antes de hacerla levitar a unos milímetros del suelo y obligarla a girar como la botella de su juego de besos. Los demás la miraron aterrados.
—Joder, sí que es buena esta mierda —dijo Max refiriéndose a su taza de ponche.
Wendy Anderson, con mucho cuidado de no estropear su manicura, trataba de agarrarse a lo que fuera para dejar de dar vueltas. No tenía buen aspecto, y se sentía mucho peor.
Prue detuvo los giros de forma brusca y Wendy quedó apuntando directamente hacia Charlotte.
—Besa esto —le bramó Prue a Charlotte en el instante en que Wendy se ponía a vomitar con violencia a causa del mareo y se desplomaba en el suelo.
La desbandada para evitar los repugnantes restos de Wendy fue generalizada, salvo en el caso de Max, que siguió dándole a su bebida.
—¡Mentirosa! Pensaba que hoy no habías comido ni una miga —la reprendió Petula, observando cómo el vómito se escurría por las paredes como en una pintura centrífuga.
—¿No te dijimos que te quedaras con los de tu clase? —le advirtió Prue a Charlotte, que estaba demasiado asustada para responder.
Prue se desvaneció y regresó a Hawthorne Manor, dudando qué hacer con Charlotte, Scarlet y la casa, que ahora debían salvar como fuese. Entre tanto, Scarlet subió corriendo a su habitación.
Wendy Anderson seguía tumbada en el suelo, humillada.
—Es capaz de cualquier cosa con tal de llamar la atención —le susurró maliciosamente Wendy Thomas a Petula mientras contemplaban a su magullada amiga rebozada en bilis. Wendy Anderson hizo de tripas corazón y muy poco a poco alcanzó a llevarse la mano a la cara, limpiarse parte del vómito de las puntas de los dedos e inspeccionarse la manicura por si se le había saltado la laca. Evidentemente, la fiesta había llegado a su fin. No hizo falta pedirle a nadie que se fuera.
Charlotte siguió allí sentada, desenmascarada y totalmente sola.
—Me ha faltado taaan poco —lloró compadeciéndose de sí misma—. Se acabó, estoy muerta —concluyó, imaginando lo que la esperaba en la Residencia Muerta y en la Eternidad.
* * *
En su dormitorio, Scarlet se puso una bata china de seda con dragón, volvió la cabeza por si Charlotte andaba cerca y encendió el ordenador. Abrió el navegador y empezó a buscar obituarios locales.
—Tiene que estar por aquí en alguna parte —dijo Scarlet, resuelta a averiguar cuanto le fuera posible de la tal Prue.
Tras revisar páginas y páginas de vínculos irrelevantes, finalmente dio con uno que parecía prometedor e hizo clic sobre él. Era un archivo de noticias de sucesos locales extraídas de un periódico que había echado el cierre hacía siglos, tanto era así que Scarlet sólo recordaba haber visto una o dos de sus páginas un año cuando desenvolvía los viejos adornos de Navidad de sus abuelos. El Hawthorne Advance. El archivo tenía una base de datos con buscador, y Scarlet introdujo en el formulario la única información de la que disponía.
—P-R-U-E —dijo a la vez que tecleaba, y presionó la tecla Enter.
Se recuperaron tres artículos, pero ninguno era una necrológica.
—Genial —trinó frustrada.
Leyó dos de ellos de cabo a rabo, pero no halló nada pertinente, sólo referencias a «Prue», la vieja criada que preparaba en conserva «¡las mejores verduras del condado!», e incluso a una pava apodada Prue que había conseguido el indulto del alcalde por Acción de Gracias. Dos fallos.
Y entonces Charlotte se deslizó a través de la puerta. Scarlet apagó el ordenador.
—¿Quién diablos era esa zorra chalada de Prue? —preguntó Scarlet.
—Ésa era una de mis compañeras muertas de clase… Está furiosa porque yo estaba aquí y no en la casa, que era donde se suponía que debía estar. Lo siento mucho —dijo Charlotte, que trataba sinceramente de comprobar si Scarlet estaba bien de verdad o no.
—¿Qué es lo que sientes? A) ¿Haber entrado en la cuadrilla de animadoras? B) ¿Haber intentado besar al novio de mi hermana? O C) ¿Haber conseguido que haya estado a punto de matarme una mal bicho endemoniada? —repuso Scarlet.
Charlotte se hundió en la silla roja y negra de calaveras de Scarlet.
—He tenido la oportunidad de ver tu bonito salvapantallas mientras estaba en la residencia —dijo Scarlet, que tenía fundadas sospechas sobre quién era el chico que en él aparecía y, no obstante, se guardó de darle a entender a Charlotte que no estaba segura al cien por cien.
Charlotte sufría en silencio, imaginándose con precisión lo que Scarlet había visto en su ordenador. Tenía carpetas y carpetas de jpegs de la cabeza de Damen que había reunido a lo largo de los dos últimos cursos. Sonrisas, muecas, perfiles, retratos —todos los estados de ánimo y todos los ángulos—. Pero lo que más la delataba era la descarada animación del salvapantallas, que había diseñado con el Photoshop después de escanear recortes de revistas vintage y las fotografías de sus respectivas cabezas. Cuando presionó la barra espaciadora, ¿había visto Scarlet el collage de una pareja —la cabeza de Charlotte unida a un precioso vestido Chanel gris perla y la de Damen a un traje Givenchy de color gris con un pañuelo de seda blanco en el bolsillo de la pechera— que bailaba pegada? De ser así, la habían desenmascarado pero bien, y de nada servía tratar de ocultarlo. Concluyó que lo mejor era sincerarse. En todo.
—¡Está bien! ¡Está bien! No es cierto que esté dando clases a Damen sólo para que pase el examen de Física —dijo Charlotte, consciente de que no podía seguir mintiendo a Scarlet.
—Hasta ahí llego —espetó Scarlet, ahora con el convencimiento de que el chico era Damen, sin lugar a dudas.
—Le estoy dando clases para que pueda ir al baile —admitió Charlotte.
—¿Y por qué habrías de preocuparte de que vaya al baile con mi hermana? —preguntó Scarlet.
—No me preocupa. Le estoy dando clases para que pueda ir al baile… conmigo —dijo Charlotte—. No es que quiera ir, es que tengo que ir.
—Ésa sí que es buena —dijo Scarlet con sorna.
—En serio. Verás, cuando morimos inesperadamente, nos llevamos con nosotros asuntos que no hemos tenido tiempo de resolver. Asuntos que debemos resolver antes de poder… seguir adelante —explicó Charlotte.
—A ver si lo entiendo. ¿Tienes que ir a un estúpido baile con un idiota para alcanzar un plano espiritual más elevado? —dijo Scarlet, atónita ante la audacia de Charlotte.
—Sí. Mira, tú no sabes lo que es esto. Yo, ahora y siempre, he sido invisible para todo el mundo —contestó Charlotte.
—No voy a permitir que utilices mi cuerpo para ir a un baile con el tontaina del novio de mi hermana… Ni para eso ni para nada, que lo sepas —anunció Scarlet, y, como quien espanta a un gato, echó a Charlotte de su dormitorio y cerró la puerta de golpe.
—Pero ¿qué hay entonces de Damen? ¿Qué hay de su examen? —chilló Charlotte desde el pasillo, obligando a Scarlet a abrir la puerta, lanzarle una mirada furibunda y cerrar de un portazo otra vez.