Charlotte abrió la puerta del laboratorio de química y salió al pasillo con cautela. Estaba encantada de estar «viva» otra vez, y se notaba. El gesto malhumorado tan propio de Scarlet aparecía ahora atenuado, transformado en una amplia sonrisa de esperanza más parecida a la de Charlotte, y los estudiantes la miraban dos veces mientras ella se dedicaba a repartir besos a diestro y siniestro, saludando a completos extraños con una vehemencia inusitada. Pero la metamorfosis no sólo se plasmaba en su actitud; bajo el control de Charlotte, el cuerpo de Scarlet también había empezado a adoptar un aspecto y una forma de moverse diferentes. Su postura se volvió más erguida, sus andares menos cansinos, hasta su comportamiento —vaya por Dios— se tornó más femenino.
A Charlotte le maravilló comprobar que era mucho más fácil alojarse en Scarlet que en Petula. Recordó la charla de Brain y la importancia de una buena disposición en todo el proceso de posesión, y se lo agradeció en silencio.
«Él lo sabe todo», pensó, mientras acariciaba con los dedos de Scarlet las paredes de bloque de hormigón pintado.
Palpó cada grieta y cada desconchón como una ciega leyendo Braille, embebiéndose de la sensación de la que había sido privada durante lo que se le antojaba una eternidad.
A pesar de la segunda oportunidad que tan generosamente le proporcionaba Scarlet, Charlotte no estaba del todo convencida de su plan. Al fin y al cabo, la posesión de Scarlet era el Plan B. Aquéllos no eran el cuerpo, el pelo, la ropa, el aspecto que Charlotte buscaba y menos aún eran rasgos que la mayoría de chicos, y por descontado el más popular del colegio, encontrasen agradables, por emplear un calificativo amable. Además, la posesión era temporal y —consideraciones morales aparte— no iba a ser nada fácil conseguir que un chico dejara a su novia de revista para irse con su gótica hermana pequeña.
Con todo, Damen había acudido al rescate de Scarlet en el incidente de la ducha, recordó. Y eso ya era algo para empezar. De vuelta al punto de partida, Charlotte empezó a sentir cierto sentimiento de gratitud. ¿Quién era ella, después de todo, para criticar el atractivo de Scarlet en modo alguno? Ah sí, ella era la estúpida niña rara que se había asfixiado con una golosina, según Petula.
Charlotte siguió avanzando por el pasillo, como si fuera el alma de la fiesta, dejando a su paso rostros atónitos y confundidos mientras se dirigía a las puertas traseras y de ahí al campo de fútbol.
* * *
Entre tanto, Scarlet también se divertía. Tras atravesar el techo flotando y acceder con sorprendente facilidad al angosto espacio inmediatamente superior, vagó sin rumbo durante un rato hasta que escuchó retumbar la pedante voz de su arrogante profesor de Literatura en el aula de abajo. El profesor Nemchick parecía estar más interesado en humillar que en enseñar a los estudiantes, y con muchas ínfulas escribía cada tema en la pizarra como si estuviera dispensando los Diez Mandamientos. Scarlet no podía dejar pasar la oportunidad de fastidiarle, aunque sólo fuera un poquito.
—Hoy —empezó el profesor Nemchick—, vamos a comparar a «T-r-u-m-a-n C-a-p-o-t-e» con «H-o-m-e-r-o» —se cuidaba muy mucho de no hablar más deprisa de lo que escribía, lo que resultaba tremendamente irritante.
Cuando se volvió hacia la clase para iniciar el debate, Scarlet modificó los nombres para que pudiera leerse «Truman Cipote» y «Homo». La clase estalló en carcajadas, y Nemchick se quedó allí plantado, totalmente humillado y más que confundido.
A continuación, Scarlet atravesó una pared y se coló en la clase de Salud Personal contigua, donde dos cabezas de chorlito jugadores de fútbol, Bruce y Justin, se burlaban de Minnie, una chica tímida e indefensa que se sentaba junto a ellos. Scarlet garabateó febrilmente una nota en un pedazo de papel y se lo embutió a Bruce en la mano, a todas luces a la vista de la profesora.
La profesora arrancó la nota de los dedos gordos como salchichas de Bruce y procedió a leerla en alto a toda la clase.
—«Justin, me encanta meter…» —la profesora Bilitski hizo una pausa, reacia a continuar.
—En esta clase siempre hemos seguido la política de «si pasas una nota y te pillan, se lee en alto a toda la clase» —le recordó Minnie con aplomo, convencida de que la nota era incriminatoria.
Incapaz de rebatir el argumento de Minnie, la profesora Bilitski prosiguió:
—«… me encanta meter las manos entre tus piernas robustas, calientes y sudorosas cuando me entregas la pelota. Luego saboreo tu olor en mis manos hasta el momento en que volvemos a encontrarnos. Nos vemos esta noche después del entrenamiento. Con cariño, tu colega, Justin».
—¡Y una mierda! —exclamó Bruce, asqueado, a la vez que Justin se apartaba de su amiguete lo más anatómicamente posible.
—Quizá os interese ahondar en el tema «La represión del impulso homosexual entre atletas de instituto» para el trabajo de clase, ¿qué os parece? —preguntó la profesora, mientras los asombrados compañeros de clase volvían la cabeza con brusquedad y lanzaban miradas acusatorias a los sonrojados colegas, que se encogieron lentamente detrás de sus pupitres.
—Sal, sal, sal de donde estés —la débil voz de Minnie resonó en el incómodo silencio, acentuando la humillación más que merecida de los chicos. Scarlet rió de satisfacción, estiró el brazo para un choque de manos no correspondido con Minnie y se puso en marcha.
Entonces puso rumbo a los servicios, la siguiente parada en su sedienta ruta de venganza. Sobre la encimera del lavabo reposaba un café, que obviamente pertenecía a la chica que ocupaba uno de los retretes. Scarlet se asomó por debajo de la puerta y se encontró con que la chica era una pija que siempre la elegía la última en clase de Gimnasia.
Scarlet se dirigió con toda calma al retrete contiguo, que estaba desocupado, y cogió un pelo púbico del asiento del retrete. Se acercó hasta el café de la chica y lo dejó caer dentro.
* * *
Era un día perfecto para el entrenamiento de fútbol: fresco y seco. El sol vespertino se preparaba para ocultarse, mientras los pitidos del entrenador cabalgaban sobre la brisa helada que soplaba contra los oídos de los jugadores y sembraba el campo de hojas carmesíes. Había grupos de chicos por todas las esquinas del complejo haciendo ejercicios de calentamiento y estiramientos, e incluso había algunos casos perdidos que daban vueltas de castigo al campo en lugar de quedarse dentro.
Charlotte recorrió la parte exterior de la pista de atletismo y encontró un tranquilo rincón debajo de una grada apartada, extendió la manta a cuadros que había embutido en la mochila de Scarlet y esperó a que se presentara Damen. Obsesionada, le dio una y mil vueltas a cómo colocar la manta, como si fuera una adicta al sol buscando el mejor ángulo para ponerse morena, lo que resultaba irónico, porque a la piel de porcelana de Scarlet no parecía que le hubiese dado el sol en años.
Finalmente decidió dejar la manta como cayera, y resultó ser la decisión correcta, porque fue a posarse sobre un mar de alegres flores silvestres que crecían a su antojo en la sombra, como una islita perfecta de lana y flores que aguardara pacientemente a que una pareja naufragara en ella. Charlote se acomodó muy despacio sobre las rodillas en el momento mismo en que Damen bajaba por las gradas que se cernían sobre ella.
Estiró el brazo a través del hueco y le agarró la pierna.
—Pero ¿qué…? —gritó Damen, apartando sobresaltado la pierna de un tirón.
Bajó la vista, vio que era la mano de Scarlet que le agarraba del tobillo y se relajó.
—Casi me matas del susto —dijo, a la vez que saltaba al suelo y se agachaba para meterse bajo las gradas.
—Vaya, no se me había ocurrido —dijo Charlotte, casi hablando para sí.
—¿Cómo? —contestó Damen sin prestar demasiada atención.
—Bueno, pues eso, que entonces, esto, no tendrías que hacer el examen de Física —improvisó Charlotte—. No es más que una pequeña broma privada mía —remató, ansiosa por cambiar de tema—. De todas maneras, perdona por lo de la pierna. Pensaba que a lo mejor no me veías —añadió en un intento de comenzar desde cero.
—Te veo —dijo Damen, sin saber cómo iba nadie a no fijarse en Scarlet; llamaba tanto la atención.
—Empecemos entonces —señaló Charlotte, adoptando un aire muy profesional—. Yo seré tu tutora de Física.
—Ya, ¿estás de broma, verdad? —dijo Damen—. Vamos, lo digo porque ya nos conocemos. Aunque sea un poco de aquella manera.
—Sí, claro, por supuesto —respondió Charlotte—. Petula, la ducha, etcétera.
—Sí… —dijo Damen, convencido de que aquélla era la forma que ella tenía de admitir que lo de la tutoría no era sino una broma.
—Sí, quiero decir, no, necesitaba ese crédito extra y tú eras el primer nombre de la lista. Me apunté antes incluso de leer tu nombre, y luego me di cuenta de que había firmado con bolígrafo, así que… —dijo Charlotte, advirtiendo que no dejaba de tartamudear.
—¿Qué tal si empezamos desde el principio y nos dejamos de formalismos? —preguntó Damen educadamente. La agarró de los brazos y, aplicando una levísima presión, la obligó a sentarse en la manta. La suavidad y firmeza del gesto dejaron a Charlotte completamente atontada. Damen se dejó caer después que ella—. Bonita manta. Creía que te traerías una toalla negra —dijo Damen, ensayando un chiste de su cosecha.
Charlotte, que al principio no estaba muy segura de a qué se refería, acabó por coger la indirecta.
—Ah… La toalla negra del baño… —dijo soltando una carcajada demasiado estrepitosa.
Damen se rió de su chiste de la toalla un instante, se puso cómodo y abrió su libro. Miró hacia Charlotte y advirtió que llevaba el libro forrado con una bolsa de papel marrón y una pegatina de la gravedad te corta el rollo en la portada.
—Empecemos —dijo ella, señalando la pegatina.
—No lo entiendo —dijo él mirando la pegatina de forma concienzuda.
El silbido que escuchó justo en ese momento pudo provocarlo el viento, pero Charlotte habría jurado que era el sonido de la ironía rozando la cabeza de Damen.
—Seguro que piensas que soy idiota perdido —dijo, demostrando inusitadamente estar al tanto de que, si bien era reverenciado por Hawthorne casi en pleno, existía un reducido porcentaje de chicos, él quería pensar que minúsculo y en el que se contaba Scarlet, que se burlaban sin piedad de él a su espalda. El hecho de que la sesión de tutoría de por sí transcurriera en tan veladas circunstancias demostraba que Damen sentía que al menos tenía un secretillo que ocultar.
—Qué va —se apiadó Charlotte.
—Es como raro que me dé clase la hermana pequeña de mi novia —dijo mientras miraba de reojo entre los huecos de las gradas a Petula, vestida de animadora, que se preparaba para las pruebas haciendo estiramientos en el césped—. ¿Qué te parece si mantenemos esto en secreto, ya sabes, sólo entre tú y yo?
—Todo lo que hagamos será estrictamente confidencial… —dijo ella dejando una puerta abierta a, bueno, a que se cumplieran sus sueños más salvajes—. Todo… —repitió.
Concluidos los formalismos, Charlotte y Damen se pusieron a ello. Por mucho que la impresionara Damen, Charlotte empezó la clase con soltura y seriedad. Se jugaba el Baile de Otoño, y no iba a dejar que nada se interpusiera entre ella y el premio, nada, ni siquiera sus sentimientos.
Damen estaba inquieto y al cabo de un rato, con los ojos ya vidriosos, empezó a pasear la mirada de aquí para allá. Consciente de que el chico necesitaba hacer una pausa, Charlotte levantó la mirada para ver qué le estaba distrayendo. Cómo no, eran las pruebas para animadora, que ya habían empezado en el campo de fútbol.
—¿Sabes qué? Estaba pensando en presentarme a las pruebas —espetó Charlotte, tratando de reclamar la atención de Damen.
—Sí, seguro. Ni muerta te presentarías tú a las pruebas de animadora —contestó él desechando por completo su comentario.
Sin mediar palabra, Charlotte cerró el libro de golpe y echó a andar hacia el campo de fútbol. Damen se quedó paralizado al principio, pero enseguida se echó a reír, pensando que Scarlet estaba de broma o iba a hacer una de las suyas.
Las Wendys supervisaban las pruebas a animadora como auténticas funcionarias de prisiones, cotejando los nombres de la lista con los carnés del instituto y comprobando que ninguna candidata llevara ni un mechón de sus melenas oxigenadas fuera de su sitio. Atusaban y meneaban a todas las de la fila a fin de que estuvieran perfectamente presentables para cuando Petula les pasara revista.
Desde las gradas, Damen escrutaba la hilera de candidatas y hacía apuestas sobre cuáles pasarían el corte, cuando vio a Charlotte-convertida-en-Scarlet situarse a un extremo de la fila. No parecía una buena apuesta. Allí plantada junto a las futuras Miss Jovencita de EE.UU., resultaba más gótica y fuera de lugar que nunca.
Charlotte se arrancó parte de la falda de Scarlet y rasgó la tela, con la cuchilla de un solo filo que Scarlet siempre llevaba en el bolsillo, para hacerse unos pompones. La idea era sin duda innovadora, pero resultaba difícil que le fuese a procurar la amistad o el favor de las Wendys. Las demás chicas de la fila eran indistinguibles, rigurosamente uniformadas con camiseta de tirantes y falda blancas; una procesión de cabecitas perfectamente peinadas y de cuerpos perfectamente esculpidos.
Las Wendys vieron a Charlotte cuando se aproximaban al final de la fila. Ambas se encogieron a la vista de su uniforme y pompones tan peculiares, pero en lugar de rechazarla al instante, decidieron que antes se divertirían un poco a su costa, conscientes de que era una oportunidad única para humillarla de una vez por todas.
—Anda, mira —dijo Wendy Thomas con una risita—. Satán tiene espíritu.
Las dos amigas escondieron las uñas y se volvieron hacia las candidatas.
—¿Alguna está con la regla? —preguntó Wendy Anderson, para comprobar si alguna de las chicas estaba con el periodo.
—¡No! —chillaron a coro las chicas estallando en risitas.
—¿No? Vaya, pues lo siento, Gotiquita, nada de sangre por aquí —dijo Wendy Thomas con fingida desilusión.
—Vengo a hacer la prueba —dijo Charlotte de manera tajante.
Las Wendys le dieron la espalda a Charlotte para discutir sobre cuál sería su siguiente paso o «corte».
—No sé qué es lo que intenta, pero vamos a darle cancha para que se cave su propia tumba —susurró Wendy Anderson.
—Cruza los dedos —dijo Wendy Thomas, rencorosa—. ¡Petula va a alucinar en colores!
Las chicas se volvieron hacia Charlotte y emitieron su veredicto.
—Tenemos hueco para una más, ¿verdad que sí, Wendy? —dijo Wendy Thomas con voz burlona, para sorpresa y tormento del resto de candidatas.
—Pues sí, Wendy, así es —asintió Wendy Anderson.
—No sé a qué has venido, pero sí que vas a desear no haberlo hecho —dijo Wendy Thomas.
—Vengo a animar —declaró Charlotte a la vez que torcía el característico gesto huraño de Scarlet en una sonrisa ultrabrillante.
—Pues bienvenida a… tu funeral —se mofó Wendy Anderson, que le echó una mirada al atuendo de Charlotte, garabateó un número y se lo tendió de mala manera.
Charlotte se prendió orgullosa el número: 666.
Damen las miró con escepticismo, preguntándose qué guardaban las Wendys bajo sus idénticas mangas, y en ese momento Petula se adentró en el campo.
—¿Qué narices hace su jodido y apestoso culo virgen contaminando mi campo de fútbol? —gruñó Petula al aproximarse.
* * *
Scarlet se lo estaba pasando como nunca y se dirigió a la sala de profesores, sin dedicar un solo pensamiento a lo que Charlotte pudiera estar haciendo en su cuerpo.
—De modo que éste es su hábitat —se dijo mientras contemplaba a los profesores almorzando y charlando entre ellos.
Reparó en dos pares de pies que jugueteaban debajo de una mesa; unos calzados con tacones y los otros con unas recias botas negras. Eran dos mujeres, haciendo un sucio bailecito debajo de la mesa.
—¡Lo sabía! —exclamó Scarlet, entusiasmada de hallarse en posesión de semejante información y tomando asiento en la repisa de la ventana.
Una de las profesoras, sintiendo un escalofrío, se acercó a la ventana y miró a través de Scarlet hacia el campo de fútbol. Scarlet, ajena a lo que ocurría fuera, empezó a ponerse nerviosa.
—¡Ay, Dios! —chilló la profesora, y se inclinó aún más hacia la ventana, sus ojos prácticamente contra los de Scarlet.
Convencida de que la habían cazado, Scarlet se bajó de un salto de la repisa y huyó a un rincón.
La profesora abrió la ventana y llamó a los demás con un gesto de la mano para que acudieran a mirar. Los profesores acudieron raudos, y finalmente Scarlet hizo tres cuartos de lo mismo.
—Pero ¡¿qué narices?! —chilló ésta, al lado de los profesores, espantada por lo que estaban viendo sus ojos.
—Eso no es muy gótico que digamos, ¿eh? —dijo con sorna la señorita Pearl, una de las profesoras recién sacadas del armario, mientras Charlotte, en plena prueba, saltaba, giraba y hacía piruetas sin el menor esfuerzo, con una habilidad e ímpetu desconocidos para los profesores y Petula. Damen, entre tanto, observaba boquiabierto desde las gradas, disfrutando aparentemente con cada instante del ejercicio de Charlotte… y con la agonía de Petula.
¡A GANAR!
SÍ, SÍ…
—¡G*A*N*A*R*! —cantó Charlotte, deletreando la palabra y marcando cada letra con una patada o un salto.
—¿Se puede saber qué narices estás haciendo? —le chilló Scarlet a Charlotte.
Scarlet se lanzó en picado hacia Charlotte, decidida a poner fin a la humillación pública a la que ella —bueno, o su cuerpo al menos— estaba siendo sometida.
Charlotte estaba que se salía y siguió cantando, completamente ajena al hecho de que Scarlet la observaba.
¡A GANAR!
¡SÍ, SÍ!
¡ESTE PARTIDO LO VAMOS A…!
Aterrada por la idea de lo que pudiera venir a continuación, Scarlet decidió actuar. Se empotró en Charlotte, expulsándola de su cuerpo y dejándola suspendida en el aire. Una vez con los pies en tierra de nuevo, Scarlet recuperó el control de su cuerpo y acabó la cantinela a su manera.
—¡J*O*D*E*R*! —espetó a la vez que clavaba la pirueta, todo un logro para una animadora en ciernes.
El campo de fútbol era ya un hervidero de excitación y un pequeño grupo de estudiantes hacía corro para observar las piruetas ultramundanas de Scarlet. Así de impresionantes eran. Las demás animadoras, sintiéndose amenazadas, se agruparon rápidamente para maquinar una respuesta.
Las animadoras rompieron el corro con una palmada y, adoptando su expresión más profesional, se colocaron en formación de animación, frente a Scarlet.
Tres de ellas dieron un paso adelante —Petula y las Wendys— para arrancar con la réplica. Aunque la superaban en número, Scarlet estaba preparada. Wendy Thomas se adelantó y disparó la primera salva.
¡TÚ DE ESO, NADA DE NADA,
NOSOTRAS AL MENOS TENEMOS BUENA CARA!
¡NI ESTAMOS A DOS VELAS,
NI EL SOL NOS DA LA ESPALDA!
Y batió las palmas con aspereza. Scarlet, que la miraba y escuchaba impertérrita, respondió a continuación con una pulla de su propia cosecha.
¿VOSOTRAS A DOS VELAS?
¡PUES CLARO QUE NO!
¡TENÉIS CITA GRATIS
EN PLANIFICACIÓN!
Scarlet dobló el dedo índice y se «apuntó» un tanto en un marcador imaginario. Wendy Anderson era la siguiente. Hizo un puente hacia atrás con remonte y empezó:
QUÉ MÁS QUISIERAS TÚ,
QUE ALGÚN TÍO TE HICIERA CASO…
Antes de que Wendy pudiera declamar el resto de su rencorosa arenga, Scarlet la interrumpió.
¡AL MENOS NO ME AGOBIO
SI LA REGLA VIENE CON RETRASO!
Los deportistas estallaron a reír como histéricos, alucinados con lo que Scarlet acababa de decir. Scarlet se llevó un dedo a la boca y sopló, como si fuera el cañón humeante de una pistola. El aplauso fue ensordecedor.
—Oh, no —se quejó Charlotte, que veía cómo sus esperanzas de impresionar a Damen y ganarse la aceptación de Petula se esfumaban tan deprisa como el ego de las Wendys.
La muchedumbre crecía por momentos y había ya caras aplastadas contra todas las ventanas. Se acercaba el desenlace y se podía palpar la tensión. Era el turno de Petula, y ésta decidió ser original y hacer una auténtica exhibición de liderazgo animador. En lugar de esgrimir una rima, Petula agarró a las Wendys y se pusieron a cantar. Una pegadiza canción de campamento, retorcida y vil, que hirió a Scarlet como sólo una hermana puede herir.
SI ERES UNA APESTADA, Y LO SABES,
CÓRTATE LAS VENAS.
SI ESTÁS DEPRIMIDA, Y LO SABES,
CÓRTATE LAS VENAS.
SI TE MUERES POR QUE TE HAGAN CASO,
O TU VIDA ES UN FRACASO.
¡SI ERES UNA APESTADA,
Y LO SABES, CÓRTATE LAS VENAS!
Petula y las Wendys se volvieron hacia la audiencia y saludaron, para restregarle la humillación a Scarlet en la cara un poco más.
Scarlet saltó a escena, pasó junto a las Wendys con desdén, y se fue a por la Zorra Reina, su hermana, Petula.
¡EL PRÓXIMO OTOÑO,
GORDA SEBOSA Y SIN SOLUCIÓN,
BUSCARÁS AL PADRE DE TU RETOÑO
EN UN PROGRAMA DE TELEVISIÓN!
«Ohhhhh», coreó la muchedumbre, abochornada por Petula.
Scarlet no había hecho más que empezar cuando Charlotte trató de meterse en su cuerpo una vez más. Ya fuera porque quería echarle una mano a su amiga o porque estaba celosa de que Scarlet le hubiera robado el protagonismo que ella se había trabajado, el caso es que estaba decidida a montar una escena.
—¿Qué haces? —le preguntó Charlotte, desesperada—. Vas a estropearlo todo.
—¿Quién? ¿Yo? —la atajó Scarlet—. ¡Oye, que no soy yo quien hace méritos para entrar en las Paraolimpiadas!
El forcejeo entre los dos espíritus lanzó el cuerpo de Scarlet hacia el cielo como una muñeca de trapo, volteándolo de aquí para allá en una danza de Tigre y Dragón que desafiaba todas las leyes de la gravedad. Mientras las chicas botaban, se retorcían y giraban más y más deprisa, todo lo que se alcanzaba a ver era un remolino de brazos y piernas que, como un derviche en pleno frenesí, ardían sobre el campo.
La muchedumbre se volvió loca con aquella apoteosis sobrenatural.
El espectáculo llegó a su dramático fin con Scarlet recuperando el control de su cuerpo y Charlotte tirada en el suelo, decepcionada.
Los chicos de las gradas superiores y los que miraban mudos de asombro desde las ventanas de las clases se percataron de que Scarlet había grabado con fuego una hachede «Ha wthorne High» en la hierba.
—Tiene unas aptitudes innegables —dijo una candidata en el corro de emergencia.
—Bueno, es que es mi hermana —dijo Petula, tratando de atribuirse el mérito de la actuación de Scarlet.
No sin cierto recelo, las animadoras llegaron a un acuerdo y se acercaron a Scarlet.
—Lo hemos discutido y… bueno… ya eres una Halcón de Hawthorne —dijo Petula de mala gana.
—Y esta noche hay fiesta de pijamas en casa de Petula… bueno, en tu casa, S.P.A. —Dijo Wendy Anderson.
—¿S.P.A.? —preguntó Scarlet, escéptica de la cálida acogida que le prodigaban ahora sus eternas enemigas.
—Sólo Para Animadoras —dijo Wendy Thomas.
—Ahora eres una de las nuestras —dijeron las Wendys con un tono monocorde de mujercita perfecta muy conseguido, a la vez que emparedaban a Scarlet entre ambas, absorbiéndola simbólicamente en su camarilla.
Scarlet hizo su «paseíllo de la deshonra» y salió del campo de fútbol completamente estupefacta.
—Soy una animadora —dijo Charlotte, su forma espectral levitando apenas unos centímetros sobre la hierba pero completamente en las nubes ante tan inesperada buena suerte. Permaneció allí hasta que hubieron concluido las pruebas, pensando que por fin estaba «dentro», y observó cómo Scarlet salía del campo y casi pasaba de largo junto a Damen.
—¿Cómo lo has hecho? —susurró Damen, que seguía escondido bajo las gradas, completamente fascinado por lo que acababa de presenciar.
—Demasiados años de energía reprimida —contestó Scarlet, inexpresiva, a la vez que reparaba en la manta y todo el montaje, y deseaba que todo fuera una pesadilla.