Que quieres hacer qué??!! —Scarlet, atónita, escupió una cucharada entera de sopa de guisantes sobre la mesa de la cafetería. No podía creer lo que acababa de escuchar.

Charlotte dio un respingo, cerró los ojos como si fuera a alcanzarla la ráfaga de sopa y sonrió por un segundo ante el momento exorcista.

Piccolo Pam observaba el tête à tête desde la mesa muerta, sintiéndose algo excluida.

—Entonces, ¿qué te parece? —preguntó Charlotte de nuevo, examinándose el vestido en busca de restos de sopa que limpiarse y esperando obtener esta vez una respuesta algo más favorable.

—Me parece que esta mañana has brillado por tu ausencia en los lavabos cuando te necesitaba y que ahora pretendes utilizarme —dijo Scarlet.

—Siento no haberme presentado. Andaba metida en otro asunto —contestó Charlotte.

—¿Metida en otro asunto o en otra persona? —puntualizó Scarlet.

—Yo también tengo mi vida… O sea, bueno, ya sabes lo que quiero decir —repuso Charlotte a la defensiva.

—¿Y qué gano yo con esto? —preguntó Scarlet.

—Bueno, ¿es que nunca has querido ser invisible? —dijo Charlotte.

—Todos los días —repuso Scarlet.

—Pues mira, ahí lo tienes, ésta es tu oportunidad —insistió Charlotte.

Una sonrisa surcó el rostro de Scarlet de oreja a oreja, mientras Charlotte la cogía de la mano y la sacaba de la cafetería.

—Espera, ¿dónde vamos? Todavía tengo hambre —dijo Scarlet mientras Charlotte tiraba de ella.

—Ya, ¿y no prefieres comer en la sala de profesores? —dijo Charlotte, insinuando un mar de posibilidades a una Scarlet a quien ya picaba la curiosidad.

Mientras buscaban una sala desierta, prosiguieron con su conversación. A los estudiantes con los que se cruzaron por el pasillo les pareció que Scarlet hablaba sola. Como si a Scarlet le importara algo. Era una de las cosas que más le gustaban de ella a Charlotte. Esa desfachatez en público, que exhibía como una condecoración, era algo que sin lugar a dudas compartía con su hermana, aunque de manera muy distinta. Petula era una líder; Scarlet, una paria. Una buscaba el placer de sentirse idolatrada; la otra, el de sentirse ignorada. Charlotte no era ni una cosa ni la otra: ni tan estupenda como para que la adoraran ni tan descarada como para que la odiasen.

Las chicas encontraron una sala vacía al fondo del pasillo. Charlotte entró primero para comprobar que no había ningún estudiante escondido en alguna esquina y luego le hizo una señal a Scarlet para indicarle que no había moros en la costa. Ésta entró y cerró la puerta. Las luces estaban apagadas y la única fuente de luz emanaba de las soluciones químicas fluorescentes que burbujeaban azules, rojas y violetas en el interior de vasos de precipitados colocados sobre mecheros Bunsen. Un sitio alucinante para tumbarse en el suelo a desconectar, con el iPod a todo volumen, pero en las circunstancias actuales resultaba escalofriante.

Ambas eran conscientes de que estaban a punto de intentar algo que nadie había hecho antes. Algo más allá de lo desconocido; más allá de la vida y la muerte. Ninguna sabía con certeza qué iba a ocurrir o cómo acabaría la cosa para ellas, pero estaban dispuestas a intentarlo porque, bueno, porque podían.

—¿Cuánto dura una sesión de posesión? —preguntó Scarlet.

—Lo que quieras —la tranquilizó Charlotte.

—Pues brindemos por que haya buena química, entonces —bromeó Scarlet con nerviosismo, mientras Charlotte consultaba en su libro por última vez el conjuro de posesión.

—El libro dice que sólo hay que hacer el ritual al comienzo de cada sesión —explicó Charlotte—. Luego, podremos intercambiarnos a nuestro antojo.

Scarlet estaba dispuesta, pero inquieta.

—No te preocupes —dijo Charlotte—. Me he encargado de todo. Te he apuntado, quiero decir, me he apuntado como tutora de Física de Damen. Va a reunirse conmigo en el campo de fútbol para su clase particular —continuó Charlotte con la precisión de una planeadísima operación encubierta del FBI.

—Espero que funcione porque… —Scarlet dejó la frase en suspenso, reacia a añadir cualquier descripción de lo que podría suceder—… no tengo ni idea de Física.

—Una vez esté dentro de ti, la tendrás —la animó Charlotte—. Confía en mí.

Pero las compuertas de la imaginación de Scarlet se abrieron de todas formas. No quería ni pensar en la posibilidad de quedar atrapada en otra dimensión, perdida para siempre. Quizá acabara sumida en un estado de narcolepsia, consciente de su situación pero incapaz de comunicarse. Una suerte de infierno donde nadie pudiese oírla y donde ella no pudiese morir ni vivir del todo, atascada por así decirlo entre ambos estados. Tal vez quedara atrapada para la eternidad. Y eso era mucho, mucho tiempo.

—Todavía no entiendo por qué razón te preocupa tanto que apruebe o no —Scarlet hizo la pregunta en parte para ganar tiempo y en parte para satisfacer su curiosidad.

—Mi asunto pendiente es ayudar a Damen. Es lo que estaba a punto de hacer antes de morir —dijo Charlotte con franqueza, a sabiendas de que con Scarlet no podía andarse uno con tonterías y era necesario tomar todas las precauciones necesarias para no hacer sonar las alarmas.

—¿Darle clases de Física a un tío es tu gran asunto pendiente? —preguntó Scarlet con recelo.

—Mira, eres la hermana de Petula… así que tiene su sentido que puedas verme —dijo Charlotte a la vez que colocaba su Guía del Muerto Perfecto sobre la mesa del laboratorio a fin de poder leer y mirar a Scarlet a la vez—. Eres mi único camino hacia la resolución.

—Me alegro de que estés tan segura… Mi cuerpo va camino del campo de fútbol para dar clases particulares a un chico popular —dijo Scarlet con sarcasmo.

—Nadie te va a ver, te lo aseguro —dijo Charlotte. Cogió a Scarlet de los hombros y empezó a situarlos en línea con los suyos—. Nuestros corazones deben estar perfectamente alineados —dijo consultando su libro y moviendo a Scarlet tan delicadamente como podía.

—Ahórrame los detalles —dijo Scarlet, a quien la idea de que revolvieran en su corazón palpitante rebosante de sangre la hizo encogerse.

—Venga, chica, además, ¿no dicen que la primera vez no se olvida? —dijo Charlotte, tratando de desviar la atención de lo que se traían entre manos.

—Sí, pero porque siempre es la más grotesca y horrible —contestó Scarlet.

—No tenemos que hacer nada que no quieras, y podemos parar cuando digas —aseguró Charlotte, tratando de que Scarlet se relajara y no se sintiera atrapada y sin ningún control sobre la situación.

—No hay nada más punk que una posesión —dijo Scarlet, haciéndole una señal a Charlotte para que iniciase el ritual.

—¿Estás lista? —dijo Charlotte, y empezó a leer su Guía del Muerto Perfecto en voz alta. Con su silueta recortándose contra los vasos de precipitado de colores, Charlotte leyó el conjuro—: «Tú y yo, nuestras almas son tres…».

Scarlet respiró hondo y miró a Charlotte a los ojos, mientras se agarraban fuertemente de las manos, sacando fuerzas y valor la una de la otra.

—«Yo y tú, nuestras almas son dos…» —dijo Charlotte a la vez que sus pálidas manos empezaban a fundirse en las de Scarlet como cera caliente.

Estaban atónitas por lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Sus cuerpos continuaron fundiéndose en una suerte de ósmosis ultramundana, de los pies al torso.

—«Somos yo…» —dijo Charlotte, encajando su corazón en el de Scarlet al tiempo que desaparecía en el cuerpo de ésta.

A los ojos de Scarlet se asomaban periódicamente, como una serie de sinapsis fallidas, retazos de Charlotte en el interior de su cuerpo.

—«… dentro de ti » —dijo Charlotte a la vez que hacía girar sus ojos marrones de ratón y éstos desaparecían en lo más hondo de Scarlet.

Los ojos de Scarlet aparecían ausentes. Dos negros vacíos reemplazaban ahora el bonito color avellana en el interior de sus órbitas.

Un segundo después el alma translúcida de Scarlet abandonó su propio cuerpo, cediéndoselo a Charlotte por completo. Los ojos de Scarlet reaparecieron, aunque con un brillo muy distinto. Su lenguaje corporal reflejaba ahora la personalidad de Charlotte, y no la suya.

Consciente de que la posesión había sido un éxito, Charlotte respiró hondo y se palpó su nuevo cuerpo. Scarlet ascendió flotando hasta el techo, donde se demoró momentáneamente, miró hacia abajo y vio a Charlotte pasando las manos por todo su cuerpo.

—¡Oye, deja ya de manosearme! —chilló Scarlet, mientras su forma espectral empezaba a atravesar con facilidad los paneles blancos del techo.

—Perdona… —dijo Charlotte de forma distraída en el momento en que Scarlet atravesaba del todo el techo y dejaba de oírla—. Es que me siento tan… viva.