Yla ganadora es… ¡Petula Kensington! —exclamó el maestro de ceremonias.

El espíritu de Petula regresó a su cuerpo en el mismo momento en que se anunciaba su victoria. Tan mayúsculo era el alboroto que nadie se percató del cambio, salvo Damen, que sintió cómo su cuerpo volvía a estremecerse con una sacudida.

—¡Has vuelto! —Damen se sintió aliviado al ver que no iba a tener que acarrear con su peso medio muerto para reclamar la corona, aunque también se estremeció ante la idea de que Petula pudiese intentar lo del beso otra vez.

—¡Y tú! —Petula se colgó de su brazo y continuó caminando sin perder el paso.

—La verdad es que sólo he venido a ayudarte para que Scarlet pueda regresar.

—La acabo de ver. Dios sabe dónde —dijo Petula—. Está bien.

—¡Tengo que volver al hospital!

—Por lo menos acompáñame a recoger la corona. Es sólo un momento.

Damen rió, asintió y escoltó a Petula hasta el podio montado en el recinto de ganadores como un jockey a su purasangre, y allí contempló cómo la reina del año anterior la coronaba apresuradamente. La multitud estaba como loca. Petula volvía a tener la corona donde le correspondía estar, sobre su oxigenadísimo peinado.

—¡Oh, pero antes de que te vayas, qué tal uno para el anuario! —dijo Petula antes de plantarle a Damen un besazo en los labios delante de las cámaras.

Damen ni siquiera se molestó un poco. La vieja Petula de siempre había vuelto. Ella adivinó instintivamente la foto que buscaban los foteros y se la dio. Le rodeó el cuello con los brazos, volvió a inclinarse contra él y le susurró en el oído. Él intentó apartarla esta vez, pero se demoró un segundo, sorprendido por lo que acababa de escuchar.

—Gracias —dijo Petula con ternura.

Era lo más sincero que le había dicho jamás. Se sintió absuelto, y con más prisas que antes por reunirse con Scarlet.

Mientras los jugadores de fútbol salían al campo, Petula volvió a concentrarse en lo suyo, haciéndole a un lado y posando ella sola con su corona, a la vez que se aseguraba de que las Wendys quedaran fuera del campo de visión de las cámaras. Damen se escabulló sin que la marabunta lo notase apenas.

Antes de que pudiera escabullirse del todo, Josh se acercó a él y le bloqueó el paso.

—Hombre, Dylan —dijo tendiéndole la mano de manera afectada—. Sólo quería darte la enhorabuena.

Damen se apartó para sortearle; los deseos de regresar junto a Scarlet y tenerla en sus brazos habían relegado a un segundo lugar la rabia que escasos minutos antes había sentido hacia él. Pero Josh volvió a interponerse en su camino.

—Tu novia al menos sí que sabe ganar. No como tú y tu patética defensa de la temporada pasada.

—¿Te han dicho alguna vez —empezó a decir Damen muy despacio— que la mejor defensa es un buen ataque?

Damen cerró el puño de su mano derecha y le atizó un directo a la boca, tumbándole.

—No te ofendas —se burló para rematar la faena.

Él no era un tipo por naturaleza violento, pero tumbar a Josh, bueno, le sentó… genial.

Conforme estaba saliendo del campo vio un rostro familiar que corría en dirección opuesta. Era Kiki. Probablemente se había enterado de que Petula y su milagroso vestido habían logrado llegar a tiempo al Baile de Bienvenida después de todo.

Mientras corría iba gritando el nombre de Petula y algo más que no pudo entender del todo debido al clamor de la multitud y al hecho de que estuviera llorando de alegría, obviamente.

Era algo así como «está viva» o «¡VIVE!». Damen se rió para sus adentros mientras se volvía para ver cómo se abrazaban cariñosamente, y concluyó que cualquiera de las dos frases podía aplicarse perfectamente a Petula.

* * *

El clamor de la multitud no cesó hasta un buen rato después de la proclamación.

Petula comprobó el estado de su corona, se la recolocó y en ese instante recordó un consejo que le había dado Virginia. Según ella, las reinas salientes siempre querían sabotear el gran momento de la nueva reina, y por eso acostumbraban a colocar la corona torcida.

Cerró los ojos y se concentró en su pequeña amiga, tratando con todo su corazón y toda su alma de compartir aquella victoria con ella.

Concluida la ceremonia en su honor, Petula se arrancó el monitor del tobillo, y todos los presentes interpretaron el gesto como una señal de que ahora ya estaba lista para irse de fiesta.

Una mezcla de admiración y odio, emanada de cada una de las chicas que ocupaban las gradas, llovió sobre Petula conforme daba su vuelta de honor, sonriendo y saludando de forma condescendiente como si nada hubiera pasado. Su efusividad tenía sobrecogidas a las Wendys.

—¿Tú crees que será la dieta del coma? —se preguntó en voz alta Wendy Anderson con retintín.

—Puede ser —dijo Wendy Thomas—. Lo probaremos para el baile de fin de curso.

Petula se volvió y contempló a las Wendys, allí detrás, siguiéndola resentidas en sus coches.

Era justo como siempre había soñado que sería.

* * *

Damen entró en la habitación y se acercó intranquilo a la cama de Scarlet. Se la encontró tumbada, muy quieta, y para él eso no era una buena señal. No era lo que esperaba. Al inclinarse sobre ella, pudo sentir su respiración en la mejilla. Ya no era tan trabajosa como lo había sido. Se acercó aún más y rozó suavemente con sus labios los de ella.

—¡Tienes pintalabios en la boca! —dijo Scarlet con los ojos todavía cerrados.

Damen, sobresaltado del susto, se apartó de la cama de un brinco.

—¿Qué?, no podías esperar a que se enfriara el cuerpo, ¿eh? —dijo Scarlet abriendo lentamente los ojos.

—¡Scarlet! —exclamó él mientras tomaba su rostro entre las manos y la besaba, luego se apartó para contemplarla—. No vuelvas a abandonarme jamás.

—Ahora sabes cómo me siento cuando te vas a la universidad y no estás aquí —le contestó con una sonrisita, sintiéndose un poco grogui aún.

—Todavía no me creo que la hayas encontrado. ¿Quién iba a pensar que Petula tuviese alma?

Ella se echó a reír y levantó la vista hacia él, sus ojos avellana brillantes de alivio por estar con él de nuevo. Una lágrima solitaria brotó de los ojos de Damen.

—¿Es eso una lágrima?

—Sí, pero es una lágrima de hombre.

—Ya, pues sólo te falta ponerte perfilador masculino, aunque bien pensado tampoco estaría tan mal.

Damen envolvió el rostro de Scarlet entre sus manos. Y al mirarse a los ojos, la sonrisa dibujada en sus caras se desvaneció.

—¿Le has dado un beso a Charlotte de mi parte? —preguntó Damen, sintiéndose en deuda con Charlotte por haberle devuelto a Scarlet.

—Yo no doy besos a las chicas —respondió Scarlet con sarcasmo, pero sabiendo lo mucho que significarían para su amiga las palabras de Damen.

—Yo sí —dijo Damen besándola suavemente.

—¿Cómo? ¿Arriesgo mi vida, cruzo al otro lado, traigo a mi hermana de vuelta, y ésta es toda mi recompensa?

—Scarlet —dijo Damen sinceramente, mientras acariciaba la piel de porcelana de su mejilla con el pulgar.

—¿Qué?

—Te… quiero —dijo él recalcando cada palabra.

—¿Y sólo ha hecho falta que haya estado a punto de morirme para sacártelo? —le susurró al oído mientras lo abrazaba—. Yo también te quiero —dijo Scarlet, y le besó como si su vida dependiera de ello.

* * *

Charlotte escoltó a Virginia hasta el aula de Muertología, cruzando primero la Escuela de Educación Básica de Hawthorne a la que asistía y atravesando después los conocidos pasillos del instituto anejo.

—Me alegra haberlo visto por lo menos —dijo Virginia apenada refiriéndose al bastión de educación secundaria.

—Ya, bueno —dijo Charlotte con ternura, evocando los años que había pasado allí y tratando de restarle dramatismo a la presente situación—, tampoco era para tanto.

Virginia apreció la sensibilidad de Charlotte, pero la melancolía que detectó en su rostro le dijo que tal vez no había sido del todo sincera con ella.

—¿Sabes qué? Cuando mi amiga Pam me acompañó hasta aquí la primera vez, trató de hacerme reír porque yo estaba muy nerviosa —dijo Charlotte, haciendo verdaderos esfuerzos por reconfortarla—. Me dijo: «Mira el lado positivo, ya no tendrás que depilarte nunca más».

Virginia pensó que tenía su gracia, pero entonces cayó en la cuenta de que ella nunca se había depilado y de que, ahora, ya no lo haría jamás. Charlotte se desvivía por que ella se sintiera mejor, así que esbozó una sonrisita para aliviarla. Mientras recorrían el pasillo que desembocaba en el vestíbulo principal, Virginia estaba ansiosa por cambiar de tema, y entonces reparó en algo que le venía que ni pintado.

—¿No eres tú esa de ahí? —preguntó, señalando la vitrina de trofeos del instituto.

Charlotte se detuvo un segundo y contempló su foto del anuario y su necrológica, en el centro de la vitrina, rodeadas de trofeos deportivos, académicos y matemáticos, y de las fotografías de clases y alumnos de las distintas promociones, tal y como le había contado Scarlet. Al pie de su retrato se podía leer: «Su recuerdo vivirá por siempre en estos pasillos».

No se veía a sí misma, ni viva ni muerta, desde hacía mucho tiempo, y pensó en lo joven que parecía en aquella foto, aun cuando aquél fuera a ser su aspecto para siempre. La habían incluido en el grupo de Alumnos Destacados, y eso la enorgulleció, aunque bien podía tratarse de una broma pesada. No lo podía asegurar, pero tampoco es que le importase ya. Al fin y al cabo, se habían acordado de ella, y cariñosamente, además. El tiempo no tardaría en amarillear el periódico, pensó, y la fotografía se iría apagando, aunque, como es lógico, también lo harían las de los demás. Ella había estado allí, había vivido un tiempo. Y ahora eso le bastaba.

—Lo era —dijo Charlotte con calma.

—Pues parece que hiciste mella. ¿Qué eras? ¿Animadora o algo así? —preguntó Virginia

—No exactamente —respondió antes de hacer una pausa y cambiar de tema—. Virginia, hay vidas largas y vidas breves, pero todas son igual de importantes y todas deben tener un final. Lo de ahora es para siempre. He tardado mucho en darme cuenta.

Virginia rodeó con sus manos el cuello de Charlotte y la abrazó muy fuerte, y Charlotte supo que había hecho mella, ella también.

—Oye, menudo abrazo de oso. ¿Dónde estabas mientras yo me atragantaba con ese osito de goma?

Virginia no tuvo tiempo de preguntarle a qué se refería, porque en ese instante ambas repararon en la luz del proyector que, desde el interior de la clase de Muertología, se derramaba al exterior, al final del pasillo.

—Ya está —dijo Virginia nerviosa, estrujándole la mano a Charlotte.

—Así es —confirmó ésta, recordando que ella se había dicho exactamente lo mismo.

Charlotte la acompañó de la mano hasta la puerta y giró el pomo. Se asomó a la clase en penumbra, escuchó el ronroneo del eje del proyector al girar y distinguió las siluetas de los alumnos, que aguardaban sentados. Le pareció que había sido ayer o siglos atrás cuando ella pasó por allí.

Charlotte le hizo un gesto a la niña para que entrase y Virginia pasó al interior, sola. Al cerrar la puerta, Charlotte oyó las palabras que le asegurarían que la pequeña iba a estar bien.

—Bienvenida, Virginia. Te estábamos esperando.