Charlotte salió de su cubículo en la plataforma, recorrió el pasillo hasta el puesto de Pam y se excusó por su salida de tono del día antes, pero Pam estaba habla que te habla con Dios sabe quién y despachó a Charlotte con un gesto de la mano. Entonces se dirigió a Call Me Kim, que parloteaba como siempre. Esto sí que era el paraíso para Kim, que lucía permanentemente en la cara la marca roja y redonda del auricular. Justo cuando arrastraba los pies de regreso a su puesto, Charlotte creyó oír el timbre de su teléfono.
—Ay Dios, ay Dios, ay Dios —Charlotte se detuvo y gritó, paralizada allí mismo ante la perspectiva de recibir su primera llamada.
De pronto, el nivel de excitación en toda la sala se elevó también, todos los becarios asomaban sus cabezas por encima de los muretes de sus cubículos, echándose miradas de alivio y urgiendo a Charlotte a que se apresurara y atendiera el teléfono.
—¡Las Campanas del Infierno! —chilló Metal Mike, dejando patente su fijación con AC/DC.
—Descolgado[4] —vociferó DJ recibiendo risas de apoyo de Jerry y Bud.
Charlotte no se había sentido tan especial desde el Baile de Otoño, y el hecho de que todo aquel alboroto se debiera a una estúpida llamada de teléfono constituía una prueba irrefutable de lo mucho que habían cambiado las cosas. Su indecisión la demoró lo suficiente para que Maddy, cuyo puesto era el más cercano al cubículo de Charlotte, levantara el auricular antes del tercer timbrazo.
—Hola —contestó Maddy con dulzura, pero su expresión se tornó seria rápidamente.
Charlotte llegó un segundo después, ansiosa por contestar la llamada.
—¿Es para mí? —susurró muy excitada, dando saltitos sobre las puntas de los pies.
Maddy no respondió y Charlotte no quiso interrumpirla por respeto al interlocutor y a fin de no distraerla. Nunca había visto a Maddy con aquella expresión, tan reconcentrada y seria.
—¿Maddy? —preguntó Charlotte con creciente impaciencia.
Maddy extendió el dedo índice con brusquedad y le dio la espalda a Charlotte, un gesto universalmente interpretado como «espera un momento» o tal vez «esto es más importante que lo que tengas que preguntarme».
—Eso podría funcionar —animó Maddy a quienquiera que fuese.
Charlotte apenas podía oír lo que decía, a lo que se sumaba el hecho de que Maddy estaba atajando la conversación a toda prisa.
Maddy colgó el auricular.
—¿Quién era? —preguntó Charlotte ansiosamente—. ¿Qué querían?
—Si hubieses estado aquí lo sabrías —sentenció Maddy—. Menos mal que estaba yo para cubrirte.
—Pues, gracias —dijo Charlotte tímidamente, sintiéndose más humillada que nunca.
—Te está bien merecido, Usher —intervino el señor Markov—. Estas llamadas pueden ser cuestión de vida o muerte para alguien.
Charlotte frunció el entrecejo y levantó la vista hacia la videocámara de su cubículo. Maddy sonrió y levantó la vista hacia la que estaba instalada encima de ella. Pam, Prue y Suzy sacudieron la cabeza sin acabar de creérselo y se hicieron señales para reunirse en la sala de descanso. Charlotte las vio escabullirse de sus cubículos, pero no se unió a ellas.
* * *
—Qué cosa más rara —dijo Pam, completamente inmersa en el cotilleo de las becarias, sin Charlotte—. ¿Por qué ha tenido Maddy que responder a la llamada de Charlotte?
—Sí, sabía lo desesperada que está por recibir una —coincidió Prue.
—A lo mejor sólo intentaba echarle un cable —intervino Violet mientras Prue ponía los ojos en blanco sin dar crédito a lo que oía.
—Me gustabas más cuando eras muda —le espetó Prue.
—Lo que os pasa es que estáis celosas de que Charlotte esté intimando con Maddy —añadió CoCo, tratando de meter cizaña, como siempre.
—Pero ¿qué pasa, tías, no estábamos ya a otro nivel? —medió Suzy Scratcher—. Todo esto es tan… de la otra vida.
—Todo el mundo necesita sentirse necesitado, apreciado… querido —ronroneó Simone…
… mientras Simon revalidaba sus palabras sacudiendo su negra pelambrera:
—Charlotte se siente sola.
—Mira quién habla: ¡los que se peleaban por ser más emo que el otro! —espetó Prue.
—Vamos a ver, ¿es que no podemos conseguirle una llamada y ya está? —sugirió Pam, coincidiendo con los trágicos gemelos.
—No se puede falsear una llamada —respondió Prue con un ladrido, sintiéndose frustrada—. ¡No puedes ir por ahí y solicitar adolescentes con problemas!
—Me parece que habrá que confiar en que es así como se supone que funciona esto —terció Abigail. Que Abigail interviniese así era raro. Había perdido toda la confianza en sí misma tras sufrir un «ahogamiento seco» en sus propias lágrimas después de que su novio la dejara tras pasar un día en la piscina, que acabó con su vida y, con ésta, con toda su autoestima.
—Del dicho al hecho hay mucho trecho —dijo Silent Violet lanzando un guiño alentador a Abigail mientras las chicas asentían, rompían el corrillo y regresaban a sus cubículos.
* * *
—¿Por qué no nos vamos a casa y echamos allí el resto de la tarde? —dijo Maddy—. Ya sabes, una velada sólo para chicas.
Charlotte sonrió: tenía más ganas que nunca de huir del mar de teléfonos después de otro largo y anodino día sin llamadas.
—No sé, se supone que no podemos salir antes de tiempo —señaló Charlotte, apuntando hacia las videocámaras que pendían sobre sus mesas—. Y teniendo en cuenta la de veces que hemos llegado tarde…
—No te preocupes —la apremió Maddy—. Tampoco es que vayas a perderte nada, ¿no?
—Será más divertido que quedarme aquí sentada sin hacer nada, supongo —concluyó Charlotte.
Habló en voz bien alta para que todos supieran que se iba. Pam y Prue abandonaron momentáneamente sus respectivas llamadas e intercambiaron una mirada, pero fue la única reacción que consiguió Charlotte. Mike estaba demasiado ocupado intimidando a algún pobre interlocutor y haciendo molinillos en el aire con un micrófono imaginario:
—Tú no deseas morir antes de hacerte viejo —atajó Mike—. Hazme caso colega.
Jerry conversaba muy concentrado y se mordía las uñas. Cuando ella y Maddy pasaban junto a él, Jerry le levantó un instante los dos dedos en señal de paz. Charlotte apreció aquel gesto de despedida como todo un detalle por su parte.
—¿Paz? —preguntó Maddy insidiosamente—. Qué patético.
—Oh, Jerry es un pedazo de pan —dijo Charlotte—. No juzga a nada ni a nadie.
—Mejor para él —dijo Maddy, mientras le contemplaba escupir el último fragmento de uña que había estado masticando y le daba un codazo a Charlotte para que saliera delante de ella.
Atravesaron el patio de cemento hasta el edificio de apartamentos, saludaron con la cabeza al portero y se dirigieron a los ascensores. Justo delante de ellas había un grupo de chicos y chicas más o menos de su misma edad, quienes, a decir por su aspecto, no parecían demasiado contentos ni amistosos. No alborotaban como los otros chavales, más pequeños. Es más, apenas si se dignaron mirar a Charlotte y Maddy.
Se iluminó la flecha de bajada y las puertas se abrieron. Todos salvo Charlotte y Maddy entraron en el ascensor. El grupo dio media vuelta y dirigió una mirada vacía en dirección a las dos chicas.
Charlotte también los miró. Tenían todos una expresión triste y desamparada, y se sintió mal por ellos.
—Supongo que no hay suficientes habitaciones para todos en las plantas superiores —le susurró a Maddy, convencida de que sus problemas se debían a la disponibilidad de plazas.
—Me parece que no —dijo Maddy.
Mientras las puertas se cerraban, Charlotte contempló cómo los pasajeros hundían la cabeza.
El ascensor que subía llegó escasos segundos después, y Maddy y Charlotte entraron y pulsaron el botón de la decimoséptima planta. Se quitaron los zapatos y se pusieron cómodas.
—Bueno, no me has contado todavía cómo fue que acabaste aquí —preguntó Maddy, un tanto abruptamente, con un repentino interés por el pasado de Charlotte.
«Por fin», pensó ella muy contenta. Al fin alguien interesado en su persona, deseoso de escuchar su historia.
—Pues resulta que estaba enamorada de un chico, o al menos eso creía —dijo Charlotte—. Era tan guapo. Tan fuerte y ocurrente y divertido. Impresionante, pero si lo sabía, no presumía de ello.
—¿Cómo se llamaba? —la urgió Maddy.
—Damen —dijo Charlotte, liberando su nombre como si hubiese estado encerrado en un viejo baúl por seguridad.
—Ya —respondió Maddy, que era todo oídos.
—Morí porque estaba demasiado ocupada centrándome en él y su perfectísima novia… —empezó Charlotte.
—Petula —dijo Maddy, interrumpiéndola.
—¿Y cómo es que sabes su nombre? —dijo Charlotte muy extrañada.
—Oh, todo el mundo la conoce.
—¿Todo el mundo? —insistió Charlotte, pero enseguida lo dejó pasar, concluyendo que tampoco era tan raro que Petula fuera tan conocida en la Otra Vida como en la Vida normal y corriente—. Bueno, el caso es que acabé atragantándome mortalmente… —Charlotte hizo una pausa, abochornada por tener que repetir la historia otra vez.
—… con un osito de goma —añadió Maddy completando sus palabras, para sorpresa de Charlotte—. Tu reputación te precede.
—¿En serio? —exclamó Charlotte agradablemente sorprendida, a la vez que experimentaba el renovado deseo de que se hablase de ella, de disfrutar de cierta notoriedad—. Total, que me hice amiga de la hermana de Petula…
—¿Cómo se llamaba? —preguntó Maddy, que quería agilizar la conversación y evitar que Charlotte se fuera por las ramas.
—Scarlet —respondió, el afecto en su voz era evidente.
—Háblame más de ella —rogó Maddy—. ¿Cómo era?
—Scarlet es la mejor amiga que jamás podrías desear —Charlotte estaba pletórica.
—Ya veo, igual que las otras becarias de la oficina, entonces —dijo Maddy con cierta sorna.
—No —dijo Charlotte, sus ojos bailando de un lado a otro mientras continuaba pensando en voz alta—. Scarlet es diferente. Haría lo que fuese por ella, y sé que ella haría otro tanto por mí.
—¿Lo que fuese? —preguntó Maddy.
—Lo que fuese —sentenció Charlotte, mirando fijamente a los ojos de su compañera de cuarto quizá por primera vez.
* * *
En los momentos difíciles, Wendy Anderson y Wendy Thomas hacían lo que solían hacer para no perder los ánimos: salían de compras y se arreglaban el pelo. Y también las uñas. Es más, regresaron al escenario del crimen, al mismo lugar al que había ido Petula, donde se produjo la tragedia. Admiraron y envidiaron secretamente el altar provisional de flores, tarjetas, notas y globos apilados en el exterior del salón, por no hablar del gran número de chicas que acudían en oleadas para hacerse las uñas en un bienintencionado gesto de solidaridad porque pensaban que, de no hacerlo, ganaría el estafilococo.
Las Wendys necesitaban prepararse para lo peor, y si se confirmaba lo peor para Petula, entonces su aspecto debía ser inmejorable. Después de hacerse las uñas y fingir un frágil estado emocional, se dirigieron a Curl Up & Dye, la peluquería más cara de la ciudad, donde indicaron a las estilistas que se inspiraran en dos de los funerales más chic del siglo veinte.
—Creo que voy a ir de luto vintage —decidió Wendy Anderson, experimentando con puntas rizadas fijadas con laca y un sombrerito tipo azafata—. Estilo Jackie O, fase asesinato.
—Sí, el estilo duelo primera dama es todo un clásico del buen gusto, pero yo estoy pensando en algo más natural, sin tanta historia. Más a lo Priscilla Presley fase Elvis-muriendo-en-el-aseo —pió Wendy Thomas—. Tal vez estilo Courtney fase suicidio-vestido-sucio-baby-doll-medias-de-rejilla, pero no sé. ¿A lo mejor no es el tono más adecuado?
—Lo que fue bueno para el Rey… —empezó Wendy Anderson.
—… será bueno para la reina —corroboró Wendy Thomas, y volvió a ocuparse de admirar su reflejo.
No había nadie en la ciudad que no sintiera curiosidad por el estado de Petula, sin embargo era la primera vez que a alguien se le presentaba la oportunidad de preguntar sobre el asunto a una de sus confidentes. No es que quisiera entrometerse, pero la oportunidad la pintan calva y la estilista no se pudo resistir.
—¿Cómo tiene los pies? —preguntó una de las peluqueras de Wendy con muy poco tacto.
—Los pies nunca fueron su mayor atractivo —respondió Wendy Anderson, malinterpretando la pregunta—. Y menos ahora, con esa horrible hinchazón y la mortífera infección del dedo gordo surcando su corriente sanguínea.
—No, me refiero a si se le han deformado… —dijo la peluquera arqueando hacia arriba uno de los mechones de Wendy— con esta forma, como ocurre con las personas que se están muriendo.
—Oh, no. No creo —respondió Wendy Thomas—. Pero, claro, es que sus pies siempre han tenido forma de punta por culpa del maldito segundo dedo.
—Estaba pensando en corregírselo antes de esta calamidad, pero ahora… —la informó Wendy Anderson, con los ojos acuosos.
No se podría decir a ciencia cierta si le afloraban las lágrimas por Petula, por su segundo metatarso o si sólo practicaba para el gran evento.
—Qué mejor momento que éste para reducírselo —dijo Wendy Thomas como quien no quiere la cosa—. Está completamente desconectada, y sus talones encajarían taaaaaan bien si la ponen en un ataúd abierto.
—Bien pensado, Wendy —dijo Wendy Anderson—. Lo comentaré. ¿Quién crees que tendrá el poder de consentimiento?
Las peluqueras se quedaron mudas de asombro. Ni siquiera pudieron abrir la boca para hacer restallar el chicle insípido que estaban masticando. Ambas remataron su trabajo, echaron mano de las pinzas y empezaron a depilar las cejas de las Wendys.
—Oye, ¿puedo llevarme una de esas pinzas? —preguntó Wendy Thomas—. Es que las tres hicimos el pacto de que si algún día una de nosotras se volvía un vegetal, las otras le depilarían los pelos feos de la cara.
El comentario le llegó al alma y le tendió a Wendy unas pinzas de sobra. Eran las típicas pinzas de acero inoxidable, no de las rosas esmaltadas de última moda que estaba usando con las Wendys.
Mientras se dejaban esculpir las cejas en un arco perfecto, las Wendys observaban cómo crecía el altar conmemorativo al otro lado de la calle. No tardaría en ser imposible de ignorar. A Petula le habría encantado, y eso era una garantía para que las Wendys, cómo no, lo odiasen. La peluquera desvió la mirada distraídamente hacia allí durante un segundo y perdió el equilibrio.
—¡Ay! —gritó Wendy Anderson, apartando la mano de la esteticista de un manotazo—. ¡Me has pellizcado un folículo!
Wendy Thomas se vio venir un coma y le entró el pánico.
—¿Es que no sabes que estas cosas siempre suceden de tres en tres? —bramó.
Y así, Jackie-dos y Priscilla-sin recogieron sus cosas a toda prisa y corrieron hacia la puerta como alma que lleva el diablo.