Gary estaba apostado en el pasillo, junto a la puerta de la habitación de Scarlet, cuando llegaron Charlotte, Scarlet, Pam y Prue.
—¿Se puede saber dónde estabais? —dijo frenéticamente—. Tengo que regresar.
—Gracias por esperar —dijo Scarlet—, y por echarme un ojo. De verdad que acabas de reciclar mi fe.
Gary soltó una carcajada y reparó en la desconocida que se había unido a la manada.
—Tú debes de ser la Famosa Charlotte.
Charlotte asintió. Ese apodo le gustaba bastante.
—He oído hablar mucho de ti y tus compañeros de clase —dijo Charlotte—. Gracias por vuestra ayuda.
—¿Has encontrado la oficina de ingresos? —preguntó Prue.
—Sí —respondió Gary—. Yo estoy listo, así que cuando queráis.
Scarlet se asomó a la habitación y se echó un vistazo. Tenía mal aspecto. Petula no era la única a la que se le agotaba el tiempo.
—Lista —dijo, y todas siguieron a Gary escaleras abajo.
Por el camino, Charlotte y Scarlet tuvieron la oportunidad de hablar, de dejar al lado sus diferencias, aun cuando aparentemente estuviera ya todo perdonado.
—Antes, en el Baile de Bienvenida, no he sido del todo sincera contigo —admitió Charlotte.
—¿A qué te refieres? —preguntó Scarlet.
—Pues verás, sí que es cierto que desde el principio intuía que Maddy no era trigo limpio —dijo Charlotte—, pero aun así destapó algo que ocurría en mi interior. Ver a Damen de nuevo, contemplar a Petula en el Baile de Bienvenida..., unos minutos más y probablemente habría caído en su trampa.
—A mí lo único que me importa es que llegado el momento de escoger entre hacer lo correcto o lo equivocado —la tranquilizó Scarlet—, decidiste hacer lo que era correcto.
—Supongo —contestó Charlotte—. Pero no es sólo eso.
—Te escucho.
Ahora Charlotte hablaba tanto para Scarlet como para sí misma.
—Hace tiempo que trato de hacerme a la idea de que voy a estar atrapada aquí para siempre —dijo Charlotte compadeciéndose un poco de sí misma—. La plataforma telefónica, el apartamento, las literas, la iluminación, los ascensores, no son más que pequeñas ilusiones del pasado, sombras de la realidad, creadas para que no nos desorientemos. No lo comentamos entre nosotros, pero todos lo sabemos.
Scarlet cerró los ojos un instante, le entristecía el destino de Charlotte y, a la vez, se sentía culpable por poder regresar a casa, recuperar su vida.
—Nunca iré a la universidad, ni me enamoraré, ni podré casarme, Scarlet —continuó su letanía con tono contemplativo.
—Si alguien puede dar con la manera de que te enamores en ese lugar, ésa eres tú —dijo Scarlet.
Charlotte esbozó una sonrisa forzada.
—Míralo así —dijo Scarlet, restando seriedad al asunto por un momento—. No vas a tener que pagar alquileres, ni divorciarte, ni menos aún pasar por la menopausia.
Charlotte se echó a reír. Siempre podía contar con Scarlet para sacarle los defectos a todo.
Dejaron de andar y siguieron hablando, mirándose a los ojos.
—A lo mejor por eso no recibo llamadas en la plataforma —añadió Charlotte—. Si ni yo misma logro tener las cosas claras, menos aún voy a poder aclarárselas a otro.
—Ya, te entiendo —dijo Scarlet, pensando en lo que acababa de hacer sólo por su novio.
—Supongo que ya estoy resignada a perderlo todo —dijo Charlotte—. Pero no veo cómo voy a resignarme a perderte a ti otra vez.
—Tal vez no debieras —dijo Scarlet—. Porque, lo que es yo, no pienso dejarte ir.
Charlotte sabía que hablaba completamente en serio. Ahora llevaban vidas distintas; es más, siempre había sido así, pero la fuerza que las atraía era aún más intensa que la que las separaba.
* * *
Petula y Virginia habían estado contándose anécdotas y riendo, pasando el rato tan entretenidas que casi olvidaron que seguían esperando para irse. La diversión y los juegos fueron interrumpidos bruscamente por el sonido de unos pisotones provenientes, una vez más, de algún punto alejado del pasillo.
—Vuelvo a oír pasos —dijo Virginia muy nerviosa—. A lo mejor ya es la hora de irnos.
Petula también los oía, pero le parecieron más producto de una miniestampida que de los andares de una enfermera.
—A lo mejor —dijo Petula con inquietud.
Ahora los pasos se acercaron más y más, hasta que pudieron oírse justo al otro lado de la puerta.
—Ya está —susurró Petula mientras apretaba con fuerza la mano de Virginia.
—Ya está —dijo Gary empuñando el pomo de la puerta y haciéndolo girar.
La puerta se abrió de par en par como si un grupo especial de asalto la hubiese tirado abajo.
—¡Pero qué…! —chilló Petula cuando vio entrar como una exhalación a una pandilla de desconocidos seguidos de cerca por su hermana.
—¡Petula! —gritó Scarlet con un sentimiento de júbilo y felicidad que no había sentido por su hermana desde que eran niñas.
—¡Scarlet! —chilló Petula con igual entusiasmo.
Las hermanas corrieron la una al encuentro de la otra y, justo cuando estaban a punto de fundirse en un monumental abrazo, vacilaron y se pusieron a dibujar círculos una alrededor de la otra, con los brazos abiertos suspendidos en el aire, abrazando la nada.
—Te has tomado tu tiempo —se quejó Petula. Luego miró a un lado y vio a Charlotte—. Yo a ti te conozco —dijo con cautela—. Eres la chica esa que murió en el instituto y luego me secuestró.
—Charlotte —dijo Charlotte débilmente.
Se quedó boquiabierta por espacio de unos segundos al comprobar que Petula la había reconocido. Incluso ahora, un reconocimiento así seguía siendo un halago para ella.
—Pero si tú estás aquí —razonó Petula, señalando a Charlotte—, entonces es que estoy muerta.
—No del todo —dijo Scarlet, mirándola con compasión—. Pero…
—Casi —remató Charlotte.
—Hemos venido para llevarte de regreso —explicó Scarlet.
—¿De regreso adónde?
—A tu vida —dijo Scarlet con sinceridad—. Has de regresar junto a los que quieres y te… quieren.
Durante todo este rato, Virginia las estuvo observando desde el otro extremo de la habitación, junto a la mesa vacía. Ella también había aprendido a apreciar a Petula, a su manera, y le alegró comprobar que estaba a salvo.
—¿Quién eres? —le preguntó Scarlet a la niña.
—Eso es información privilegiada.
—Ya veo que has estado hablando con mi hermana —se rió Scarlet subrayando su actitud.
Petula sonrió a Virginia rápidamente, para evitar que nadie más la viera. Estaba orgullosa de su protegida y de la impresión que a todas luces le había causado en tan poco tiempo.
—No pasa nada —la tranquilizó Petula, medio en broma—, puedes cooperar.
—Soy Virginia —dijo acercándose a cada una de las chicas y tendiéndoles la mano con educación—. Encantada de conocerme.
Todas comentaron lo joven y bonita que era, y Petula se sintió un poco celosa, si bien insólitamente orgullosa a un tiempo. Una vez hubieron acabado con las cortesías, Scarlet le susurró a Petula que debían ponerse en marcha.
—Bueno, ya está bien de tanta charla —dijo Petula—. Tenemos que irnos. Virginia, ven conmigo.
En ese preciso momento, se abrió la puerta trasera de la oficina y una vieja enfermera de aspecto desaliñado pasó al interior y fue a sentarse a la mesa. Traía consigo un expediente, abrió la carpeta y le echó un vistazo.
—Virginia Johnson —dijo—. ¿Hay aquí alguna Virginia Johnson?
Todos se quedaron petrificados. Petula tardó un segundo, pero hasta ella empezó a deducir lo que allí estaba pasando.
—Virginia —insistió Petula—. Ven con nosotros.
La niña quería correr hacia ella, pero no lo hizo, comprendiendo de forma instintiva lo que Petula se negaba a aceptar.
—No puede venir con nosotros —dijo Pam lastimeramente.
—Oh —dijo Petula con la voz tomada por la emoción.
—Petula —la urgió Scarlet, tratando de controlar ella también la angustia que le atenazaba la garganta.
—No. No. No. No. No, por favor —imploró Petula—. Me quedaré.
Era la primera vez que Scarlet veía a Petula hacer semejante gesto de altruismo. Incluso logró conmover a Pam y Prue, y eso que ellas ya hacía mucho tiempo que habían dejado atrás sus emociones y el dolor del desconsuelo y la pérdida.
—Escucha —le dijo Prue con delicadeza y firmeza a la vez—. Si no nos vamos ya, no tendrás elección.
—Por favor, tengo miedo —gimoteó Virginia—. Quiero irme contigo.
Petula rompió a llorar. Pam y Prue la consolaban mientras ella extendía los brazos en el aire frío y vacío de la habitación, tratando en vano de alcanzarla.
—Virginia Johnson —volvió a llamar la enfermera, impasible.
La niña miró a Petula en busca de orientación, y a través de las lágrimas Petula reunió el ánimo suficiente para recomponerse y darle a Virginia el mejor de los consejos.
—Todo irá bien —le dijo.
—Soy yo —contestó la niña al fin a la llamada de la enfermera, los ojos clavados en los de Petula, buscando consuelo.
—Ojalá tuviese alguna forma de reconfortarla —sollozó Petula—. Algo que darle.
Charlotte se acercó a Petula, se metió la mano en el bolsillo y extrajo el lazo.
—Dale esto —dijo—. De todas formas creo que es suyo.
—Gracias —le dijo Petula a Charlotte sinceramente agradecida.
Petula se acercó a Virginia y la abrazó como si ya nada pudiera separarlas jamás. Sacó el lazo y empezó a arreglarle el pelo, surcando su melena con los dedos muy despacio, arriba y abajo, para finalmente recogérselo en una trenza y prenderla a la perfección con el lazo azul eléctrico.
—Siempre serás hermosa —dijo Petula, obsequiando a la niña con el mejor elogio que podía invocar.
Se volvieron a abrazar las dos, cada una tratando de ser fuerte para la otra.
—Y siempre seré joven, también —bromeó Virginia entre lágrimas.
Mientras Petula se reía agitadamente entre lágrimas, Charlotte se acercó a ellas e hizo un ademán en dirección a la enfermera.
—Es la hora —dijo.
Todos miraron con atención mientras Virginia andaba hasta la mesa, rellenaba los papeles necesarios y cogía su etiqueta.
—¿Y ahora dónde voy? —preguntó la pequeña inocentemente.
Charlotte miró a Virginia a los ojos y leyó en ellos el pesar con el que ella estaba tan familiarizada.
—Te acompaño —se ofreció haciendo un gesto de asentimiento a Petula para que dejara de preocuparse.
—Mi amiga Charlotte cuidará muy bien de ti —dijo Petula.
Jamás había imaginado Charlotte que viviría lo suficiente para escuchar aquellas palabras de labios de Petula, pero todo llega para el que sabe esperar, pensó.
—Asegúrate de que recibe el tratamiento estrella.
—Lo haré —prometió Charlotte—. Lo mejor de lo mejor.
—Ojalá pudiera quedarme —dijo Petula, abrazando a Virginia una última vez.
—Una persona muy sabia me dijo en una ocasión —explicó Virginia— que a veces tienes que renunciar a ciertas cosas.
Petula sonrió, le hizo un gesto de despedida con la mano y, dando media vuelta, se dirigió hacia la puerta con Pam y Prue.
—Es la hora, Virginia —dijo Pam—. Vas a llegar tarde a clase.
—¿A clase?
—Sí, Virginia, la Otra Vida existe —dijo Scarlet, tratando de arrancarle una sonrisa.
—Pero tampoco está tan mal —dijo Charlotte, dirigiéndole una sonrisa a Scarlet.
Scarlet se volvió hacia Pam y Prue.
—¿Cómo agradeceros todo lo que habéis hecho por mí?
—No es nada —contestó Pam—. Tú sólo mantente en tu lado de la carretera durante un tiempo, ¿de acuerdo?
—Nos vemos en tus pesadillas —añadió Prue.
—No si yo te veo antes —bromeó Scarlet.
—Y a ti te veo en el trabajo —zanjó Prue, diciéndole adiós a Charlotte con la mano.
Se les acababa el tiempo. Scarlet se acercó a Charlotte para despedirse de ella también.
—Jamás te habría traicionado —dijo Charlotte—. Lo sabes, ¿verdad?
—Pues claro.
—Es curioso —comentó Charlotte—, cuando estaba dentro de Petula, tratando de echar a Maddy, pude oír a la multitud gritando su nombre, sentir su cuerpo y verlo todo a través de sus ojos aun cuando sólo fuera durante esos instantes.
—No tienes que justificarte conmigo.
—Pero en lugar de desear ser ella —continuó Charlotte—, me alegré de ser yo. Eso de que te miren, te juzguen, te escudriñen constantemente personas que ni siquiera conoces, y que en el fondo están deseando que falles… —añadió Charlotte—, no era lo que yo pensaba que sería. Petula es una chica fuerte.
—Para todo hay una primera vez —dijo Scarlet jovialmente.
Se alegraba de que su mejor amiga se sintiera por fin contenta y en paz.
—¿Cómo me despido de ti otra vez?
—No lo hagas —dijo Charlotte—. Sé dónde encontrarte.
—¿Y eso qué es? ¿Una promesa? —sonrió Scarlet—, ¿o una amenaza?
Las chicas se abrazaron y se besaron en las mejillas, consolidando así un vínculo que, ni la vida antes, ni la muerte ahora, habían logrado romper.
Scarlet fue a reunirse con Petula, se giró para mirar a Charlotte y Virginia una última vez y salió de la habitación.